[Escribir] París
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El "París de Molloy" narra dos ciudades: la de una estudiante argentina que se traslada a estudiar a la Sorbona, y se esfuerza por ser francesa, en los tiempos de la segunda posguerra y la batalla argelina; y la ciudad al borde de la revolución que visitará una década después, en pleno Mayo francés, y revisitará en sucesivas ocasiones con los recuerdos de Victoria Ocampo, el Parque de Bagatelle, los paseos de "juiciosa flânerie".
"Aire de París" es la capital recorrida por Enrique Vila-Matas como huella de otras ocupaciones: las calles donde cohabitan el bar preferido de Sinclair Lewis, Ezra Pound, John Dos Passos, el taller fotográfico de Man Ray, el hotel donde Tristan Tzara pensó el Dada, y aquel en que vivió Paul Gauguin y André Breton. Pero también la plaza en la que Georges Perec cuenta "todo lo que pasaba cuando no pasaba nada", el lugar en que Apollinaire inventa una palabra para decir "surrealismo" y donde los planos urbanos podrían ser caligramas.
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[Escribir] París - Sylvia Molloy
[Escribir] París
© Primera edición, Brutas Editoras, 2012
© Segunda edición, Banda Propia, 2019
Av. Borgoño 21780, Concón, Chile.
«El París de Molloy»
© Sylvia Molloy, 2012
«Aire de París»
© Enrique Vila-Matas, 2012
por mediación de MB Agencia Literaria, S. L.
DIRECCIÓN EDITORIAL
Lorena Fuentes
María José Yaksic
DIAGRAMACIÓN DIGITAL
Miguelángel Sánchez
DISEÑO DE PORTADA
Andrea Estefanía
ISBN digital: 978-956-09362-7-1
Está prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin previa autorización escrita del autor y del editor.
Buenos Aires, 1938.
Dice habitar un lenguaje de doble o triple ascendencia porque es hija de padre irlandés y madre francesa, pero nació en Buenos Aires. En 1958 se traslada a París para estudiar Literatura en la Sorbona, con una esquiva pretensión de ser francesa que aparece simultánea a la batalla de Argelia. Cuatro años después Molloy vuelve a Buenos Aires y muy pronto se traslada a Estados Unidos, donde comienza una prolífica carrera de escritora y ensayista. Regresará a París en medio del Mayo del 68, y de allí en adelante volverá innumerables veces, como esos familiares políticos que se visitan con eventual periodicidad. Hoy su escritura resuena en los debates sobre géneros referenciales, sobre las fronteras entre memoria y ficción. Es catedrática de la Universidad de Nueva York, autora de Acto de presencia: La escritura autobiográfica en Hispanoamérica y En breve cárcel, entre otros celebrados títulos que también tienen como escenario esa ciudad familiar y cosmopolita.
El París de Molloy
Primer París
Quand tu arrives dans un pays, c’est le pays
qui te change, pas toi qui changes le pays
Jean Rouch, Jaguar
París 1958
Retrospectivamente, creo que la sensación que más asocio con el París que vi por primera vez en 1958 es el miedo. Digo mal: desasosiego sería mejor término para esa sensación que los ingleses tan certeramente describen con la palabra uncanny y de la que no da del todo cuenta el francés bizarre. No hablo de miedos personales aunque sin duda los tenía: era muy joven y este era mi primer viaje al extranjero, también mi primer viaje sola. La travesía desde Buenos Aires me había parecido eterna, por un lado procuraba no pensar en Buenos Aires, por el otro intentaba, sin mayor éxito, pensar en París, ciudad que solo conocía a través de libros, ciudad que deseaba y temía a la vez, y donde, a pesar de mis esfuerzos, no me veía. No diré como Darío que cuando bajé del tren que me llevó del Havre a la estación Saint Lazare creí hollar suelo sagrado. No tuve tiempo de preparar la pose correspondiente porque en el andén ya me esperaba un amigo de mi padre, encargado de aclimatarme desde el primer momento para que me sintiera chez moi. Me llevó a almorzar a su casa antes de depositarme en la Ciudad Universitaria. Las tres hijas tenían nombres que terminaban en –ette, me trataban de vous, y solo al final pasaron del Madame a mi nombre de pila. El hijo, que bendijo el almuerzo, era cura. De entrada sirvieron caracoles que, confieso, me gustaron. Decididamente no estaba chez moi, pero los caracoles me indicaron que un día podría estarlo.
Al día siguiente de mi llegada fui al Barrio Latino y sintiéndome triste y sola me metí en un cine. Todo era novedad e incógnita: las butacas son numeradas o no, se le da propina a la acomodadora (que no acomodador) o no, venderán golosinas en el intervalo o no. Vi un corto de Dreyer cuyo propósito original, descubrí mucho más tarde, había sido llamar la atención a los daneses sobre los peligros de conducir demasiado rápido. Era De nåede færgen, traducido como Ils attrapèrent le bac, y permanece en mi memoria, acaso falsamente, como uno de los films más siniestros que recuerdo. Pero no había entrado por el corto sino por el