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Un día casi afortunado: Las cuatro estaciones policiales
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Un día casi afortunado: Las cuatro estaciones policiales
Ebook40 pages33 minutes

Un día casi afortunado: Las cuatro estaciones policiales

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About this ebook

Mario es un conserje anciano sin ninguna ambición que no sea el cuidado del condominio donde trabaja. Siempre ha desarrollado con orgullo sus tareas pero, desde que es consciente que pronto se jubilará, tiene un sentimiento de depresión y una falta de energía que lo hacen descuidar el trabajo y a sí mismo, provocando la irritación de Abigail, una rica y anciana señora del condominio. Un maniquí femenino, encontrado en la basura, y una victoria importante darán una sacudida a su vida, pero justo cuando se da cuenta que todavía puede ser feliz, en lugar de encontrarse en algún lugar exótico para disfrutar el dinero, se encuentra en la comisaría de la policía, acusado de un crimen que jura no haber cometido.

¿Qué sucedió con la nueva inquilina del último piso? ¿Por qué Mario es acusado de su desaparición?

“Un día casi afortunado” es la historia de un hombre que en el mismo instante en que el destino le regala un sueño, deberá hacer cuentas con la Diosa Fortuna.

LanguageEspañol
Release dateJun 15, 2020
ISBN9781071543740
Un día casi afortunado: Las cuatro estaciones policiales

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    Un día casi afortunado - Cristina Origone

    El destino es cruel y los hombres son miserables. (Arthur Schopenhauer)

    Jueves

    Me temo, señor Bruzzone dijo el mariscal Gianelli, que no podrá irse hasta que no me diga qué sucedió.

    Mario lo miró sin responder. Notó que tenía el cabello enmarañado y sostenía en una mano una odiosa pelotita anti estrés. Miró sus ojos saltones, parecidos a dos huevos duros, y escuchó el silbido del viento que penetraba a través de las grietas de la ventana.

    Era cauteloso. No conseguía todavía creer lo que estaba sucediendo.

    Miró alrededor. Estaba hacía más de una hora en la estación de policía por culpa de esa anciana.

    Esa situación era por lo menos ridícula. Sonrió, conteniendo la risa.

    ¿Lo divierte estar aquí? ¿No quiere agregar nada?

    Mario se giró. Ya se lo he dicho: yo no tengo nada que ver.

    La señora Traverso afirma lo contrario.

    Mario exclamó: ¡Miente! Esa vieja bruja no hace más que espiarme. Se mordió la lengua. Debía prestar atención a lo que decía.

    El mariscal se frotó la sien y se dirigió a él en tono amigable: Escuche, Mario, quiero ser sincero con usted: hemos encontrado en su departamento algunos objetos pertenecientes a la señorita Lorraine. Usted mismo ha admitido haber hablado con la señorita Traverso.

    Y es así, he hablado con ella y le he dicho por qué me encontraba allí

    ¿Y no quiere contarme cómo fueron los hechos?

    Mario cruzó los brazos. Estaba cansado de repetir por enésima vez las mismas cosas, pero lo hubiera hecho, porque no veía la hora de salir de ese lugar.

    Dos días antes

    El hedor que sale de su departamento es insoportable, estaba escrito en una nota de advertencia que esa mañana el administrador había hecho dejar a Mario en la portería.

    El hombre tomó la bolsa negra de la basura y comenzó a vaciar los armarios. La naftalina era un remedio óptimo contra las polillas, se lo había enseñado su madre.

    Le dio tos. Quizás esta vez había exagerado.

    Volvió a pensar en su ex esposa. También ella odiaba la naftalina. El recuerdo de esa mujer amorosa con quien había vivido por quince años le provocó una punzada de dolor. Aunque si hubieran pasado más de diez años, era una herida abierta que no se habría curado jamás. Había amado a Carla y, si ella hubiera cerrado un ojo sobre su traición, Mario no se hubiera divorciado jamás. Pero su esposa, cuando lo había descubierto, fue con toda la furia y lo había dejado, llevándose con ella a su hijo Federico.

    Dobló la ropa con poco cuidado y la colocó en la bolsa.

    Por culpa de la anciana que vivía en el primer piso, habría tenido que llevar a la lavandería toda la ropa para lavarla en

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