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Anoche un DJ me salvó la vida: Brevísima historia de los verdaderos innovadores de la música
Por Bill Brewster y Frank Broughton
Acciones del libro
Comenzar a leer- Editorial:
- Grupo Planeta
- Publicado:
- May 28, 2019
- ISBN:
- 9788499987477
- Formato:
- Libro
Descripción
Ambicioso, riguroso y totémico, este libro se propone contar la historia del DJ en toda su complejidad: desde sus humildes orígenes en las escenas underground de Londres, París y Nueva York hasta su conversión en superestrellas que viajan por el mundo ganando sueldos propios de un actor de Hollywood. Del reggae al tecno, pasando por la música disco, el hip-hop y el house.
El DJ siempre ha tenido que abrirse camino comercial y musicalmente para reivindicar su papel transformador y su carácter de artista. Porque por mucho que le duela a la academia, sin él la música no sería lo que es hoy. Su recorrido a través de géneros y países es, en realidad, la historia musical del siglo xx.
Anoche un DJ me salvó la vida es uno de los libros musicales más importantes de los últimos cincuenta años. Una obra de referencia para todo amante de la música… y de la fiesta.
Acciones del libro
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Anoche un DJ me salvó la vida: Brevísima historia de los verdaderos innovadores de la música
Por Bill Brewster y Frank Broughton
Descripción
Ambicioso, riguroso y totémico, este libro se propone contar la historia del DJ en toda su complejidad: desde sus humildes orígenes en las escenas underground de Londres, París y Nueva York hasta su conversión en superestrellas que viajan por el mundo ganando sueldos propios de un actor de Hollywood. Del reggae al tecno, pasando por la música disco, el hip-hop y el house.
El DJ siempre ha tenido que abrirse camino comercial y musicalmente para reivindicar su papel transformador y su carácter de artista. Porque por mucho que le duela a la academia, sin él la música no sería lo que es hoy. Su recorrido a través de géneros y países es, en realidad, la historia musical del siglo xx.
Anoche un DJ me salvó la vida es uno de los libros musicales más importantes de los últimos cincuenta años. Una obra de referencia para todo amante de la música… y de la fiesta.
- Editorial:
- Grupo Planeta
- Publicado:
- May 28, 2019
- ISBN:
- 9788499987477
- Formato:
- Libro
Acerca del autor
Relacionado con Anoche un DJ me salvó la vida
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Anoche un DJ me salvó la vida - Bill Brewster
Índice
PORTADA
SINOPSIS
PORTADILLA
CITAS
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
PREFACIO PARA LA EDICIÓN AMPLIADA Y REVISADA DE 2006
¡GRACIAS!
UNO: INTRODUCCIÓN
DOS: LOS COMIENZOS — LA RADIO
TRES: LOS COMIENZOS — LOS CLUBS
CUATRO: NORTHERN SOUL
CINCO: EL REGGAE
SEIS: LAS RAÍCES DEL DISCO
SIETE: EL DISCO
OCHO: EL HI-NRG
NUEVE: LAS RAÍCES DEL HIP-HOP
DIEZ: EL HIP-HOP
ONCE: GARAGE ESTADOUNIDENSE
DOCE: EL HOUSE
TRECE: EL TECNO
CATORCE: LA MÚSICA BALEAR
QUINCE: EL ACID HOUSE
DIECISÉIS: SONIDOS BRITÁNICOS
DIECISIETE: ARTISTA
DIECIOCHO: DELINCUENTE
DIECINUEVE: SUPERESTRELLA
VEINTE: ¿UN VENDIDO?
LISTAS DE LOS CLUBS
FUENTES
BILL BREWSTER
FRANK BROUGHTON
JULIÁN VIÑUALES
NOTAS
CRÉDITOS
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SINOPSIS
Ambicioso, riguroso y totémico, este libro se propone contar la historia del DJ en toda su complejidad: desde sus humildes orígenes en las escenas underground de Londres, París y Nueva York hasta su conversión en superestrellas que viajan por el mundo ganando sueldos propios de un actor de Hollywood. Del reggae al tecno, pasando por la música disco, el hip-hop y el house.
El DJ siempre ha tenido que abrirse camino comercial y musicalmente para reivindicar su papel transformador y su carácter de artista. Porque por mucho que le duela a la academia, sin él la música no sería lo que es hoy. Su recorrido a través de géneros y países es, en realidad, la historia musical del siglo XX.
Anoche un DJ me salvó la vida es uno de los libros musicales más importantes de los últimos cincuenta años. Una obra de referencia para todo amante de la música… y de la fiesta.
BILL BREWSTER Y FRANK BROUGHTON
ANOCHE UN DJ ME SALVÓ LA VIDA
Brevísima historia de los verdaderos
innovadores de la música
Editado por Julián Viñuales
Traducido por Alejandro Álvarez
Todo aquel que conoce el poder de la danza vive en Dios.
RUMI,
poeta persa
Quien no baila no conoce el camino de la vida.
JESUCRISTO,
salmo gnóstico del siglo II d.C.
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
Muchos DJ de hoy en día tienen que conocerse el percal. Alguien debería publicar un libro sobre todo este mundo a fin de poder dárselo a la gente y pregonar: «Léanlo antes de salir a pinchar».
ASHLEY BEEDLE,
productora y DJ
No hay adversidad que se me resista pues la enmiendo al mezclar la pista.
INDEEP,
Last Night A DJ Saved My Life
La historia de la música dance vive en la gente que la creó o, por lo menos, en quienes la tocaron. Dicho lo cual, que no cunda el pánico: casi todos están vivitos y coleando, y prestos para revelarnos un sinfín de historias. Decidimos acudir al encuentro de cuantos nos fue posible localizar con el firme propósito de tirarles de la lengua. Algunos son sumamente famosos, otros ni sabíamos que aún respiran. A no pocos de ellos los encontramos en la guía telefónica. Una vez comenzamos a lanzar preguntas, empezaron a brotar las perlas, y pronto nos vimos abrumados por la enorme cantidad de revelaciones de las que no se tenía noticia; al tiempo que estableciendo conexiones entre las mismas de cuya relevancia nadie se había percatado antes. Nos sorprendió que nadie antes se hubiera decidido a acometer el reto de contar esta historia de cabo a rabo y, conforme fue materializándose el proyecto, nos embargó una furtiva sensación de orgullo al caer en la cuenta de que tamaña empresa iba a correr de nuestra cuenta.
Porque, lamentablemente, la mayor parte de todo lo que se ha escrito sobre música dance no ha tenido mayor trascendencia. Seguimos tropezando con los mismos lugares comunes, los recurrentes y desgastados mitos de siempre, artículos sin apenas investigación que carecen de contexto alguno. Y estamos ya demasiado hartos de libros que lo copian todo sin ningún tipo de consideración y lo usan para sustanciar un montón de sandeces abstractas sobre la intertextualidad posmoderna y el Gesundfarbensextenkugelschreiber hegeliano.
Así que, como gente sencilla que somos, escribimos un libro sencillo. Nos hemos permitido deslizar alguna que otra teoría sociocultural en el empeño, y querríamos pensar que no hemos hecho un mal trabajo trazando una hoja de ruta para enlazar las historias aquí consignadas, señalando su relevancia en el decurso del relato; pero lo que van a leer a continuación no son más que suculentas historias sobre personas con grandes egos, en las que refieren lo que hicieron para cambiar la música.
Nuestra empresa tenía por objeto escribir una biografía de la figura más importante de la música dance: el disc jockey [DJ, pronunciado «diyéi»]. Caracterización que, a modo de semblanza, hurga en la evolución de la figura del DJ hasta su consagración como motor de la música popular. Al relatarla, nos hemos centrado en los años de mayor locura, cuando todo valía y hervía, en perjuicio de su comportamiento reciente, ahora que ha sentado la cabeza y se ha convertido en una figura respetable.
Partiendo, pues, de estas premisas, conviene aclarar aquí que esta no es una historia de la música dance en sí (aunque así lo pueda parecer). No contábamos con el tiempo ni el espacio para explorar la creación de cada subgénero más reciente, así que, mientras recorríamos la evolución de la música dance nos limitamos a los confines del lema «Recuerda al DJ» y nos concentramos más en el impacto de su papel como DJ que en los cambios que llevó a cabo en su rol como productor. Y no se sientan decepcionados si no hemos dedicado un capítulo entero a su DJ favorito. Nuestra búsqueda priorizó a los pioneros y no necesariamente a los que saborearon las mieles del éxito. Hay una infinidad de DJ que, pese a ser los artistas maravillosos y talentosos que conocemos y adoramos, y cuya música incluso hemos bailado en muchas ocasiones, apenas son poco más que actores secundarios en la escena principal.
Nos divertimos mucho redactando este libro. Si han llegado hasta aquí, seguro que lo disfrutarán. Apostamos dólares a centavos a que encontrarán cosas en él que no conocían. Algunas de ellas hasta los harán reír.
Con suerte, también podrá servir para contrarrestar la ignorancia y el esnobismo que aún prevalecen en ciertas actitudes trasnochadas sobre la música dance. La verdad es que ya era hora. Al fin y al cabo, en lo que al desarrollo de la música respecta, la pista de baile siempre ha tenido una influencia mayor que la palabra impresa.
BILL Y FRANK,
Londres, 1999
PREFACIO PARA LA EDICIÓN AMPLIADA Y REVISADA DE 2006
El artesanal oficio del DJ cumplió su primer centenario en 2006; tiene la misma edad que los copos de maíz. Para celebrar esta efeméride, hemos ampliado y revisado la primera edición, y lo hemos cebado a conciencia, con una nueva y elegante portada para la ocasión. El plan inicial era prolongar su vida en los anaqueles. Una vez comenzamos, sin embargo, el proyecto no dejó de crecer. Se convirtió en una oportunidad, no solo para poner las cosas al día, sino también para prestar más atención a la vertiente europea de la historia. En 1999, algunos críticos (bueno, en realidad, tan solo uno; gracias, Dave) nos preguntaban: «¿Y qué hay del tecno alemán? ¿Dónde está el disco italiano? ¿Dónde está Ibiza?». Intentamos argumentar que habíamos escrito la historia del DJ, no la de la música dance, y que la labor del DJ era un arte que se había consolidado ya en los años setenta. También nos referimos a una serie de libros sobre el acid house y otros fenómenos posteriores, que han abordado el asunto con más profundidad de la que ambicionaba nuestro planteamiento. Ahora, sin embargo, hemos colmado esos vacíos e incorporado más historias fascinantes, razón por la cual podemos presentar una edición ampliada y revisada más exhaustiva y contemporánea.
Actualmente, con el auge de la música electrónica de baile (EDM, por sus siglas en inglés), reverdece un nuevo y desenfrenado interés por la música DJ en Norteamérica. Y son los aficionados a los clubs quienes ofician esta suerte de transfusión al mainstream de la cultura pop estadounidense. Es importante para este nuevo público caer en la cuenta de que los estilos a los cuales rinden culto en la actualidad provienen de las variantes afroamericanas del house y el tecno, oriundos de Chicago y Detroit y acuñados en esas latitudes en la década de los ochenta. Como ocurriera antaño con las grandes migraciones evolutivas del pop, se trata de una interpretación blanqueada de un estilo musical, y no precisamente una celebración de sus atributos afroamericanos, lo que ha acabado convirtiéndose en una sensación comercial en Estados Unidos. (Aunque, como advertirán aquí, el tecno y el house estadounidenses tienen, a su vez, una gran deuda con el pop europeo desde el principio.)
Cuando Anoche un DJ me salvó la vida se publicó por primera vez, mucha gente quedó confundida con la propia idea de una historia de la música dance. Los críticos de rock aún se muestran reticentes a admitir nuestra tesis principal —a saber: que los DJ son más importantes que las propias bandas cuando se analiza la génesis de los cambios radicales en la estética musical—, pero han tenido que transigir y admitir, finalmente, que el sujeto que deambula por ahí arrastrando un cofre repleto de discos ha jugado un papel importante.
Por último, nuestro agradecimiento a todos los que no han escatimado elogios para este libro. Estamos orgullosos de que nuestro engendro haya recibido tanto cariño. Si bien no nos ha asegurado que nos reserven una mesa en The Ivy, sí nos ha dado cuerda para hablar durante las borracheras de las fiestas. Va por ti, Reginald Fessenden.
BILL Y FRANK,
Londres, 2014
billandfrank@djhistory.com
¡GRACIAS!
Y esta va por...
Afshin,Vince Aletti, Julian Alexander, Ross Allen, Imogen Aylen, Pauline Barlow, Alexia Beard, Rob Bellars, John Bland, Kool Lady Blue, Mr Blue, Matthew Burgess, Paul Byrne, Bob Casey, Phil Cheeseman, Matthew Collin, Stephanie Collin, Paulette Constable, Lucinda Cook, Michael Cook, DJ Cosmo, Andy Cowan, Jon Dasilva, Fritz y Catherine Delsoin, Drew DeNicola, Ian Dewhirst, Job De Wit, Jeff Dexter, Dave Dorrell, Roger Eagle, Kevin Ebbutt, Mick Eve, Sheryl Garratt, Adam Goldstone, Jolyon Green, Malu Halassa, Donna Halper, David Hills, Omaid Hiwaizi, Nick Hornby, Chris Hunt, Jempi, Danny Krivit, Steve Lau, Dave Lee, John McCready, Jon y Helena Marsh, Mary Maxwell, Paul Noble, Ella Oates, Sean P, Punk Rock Paddington, Elbert Phillips, Dom Phillips, Steve Phillips, Rebecca Prochnik, Sam Pow, Angus Reid, Richard Reyes, Gonnie Rietveld, Toni Rossano, Kay Rowley, Giovanni Salti, Alec Samway, Quinton Scott, Ranj Sehambi, Peter Shapiro, Nicky Siano, Lindsay Symons, Spanky, Dave Swindells, Bruce Tantum, Tracy Thompson, Frank Dope Tope, Koenraad van Ennerseel, Frie Verhelst, Paul Ward, Emma Warren, Judy Weinstein, Steve y Sylvia Weir, Lesleigh Woodburn, Carl Woodroffe, Doug Young, Mike Zwerin y, muy especialmente, a todos los compañeros del forum de DJHistory.com por la comprobación y verificación de los datos y también por las filtraciones y recomendaciones musicales.
Y para todos los que nos han apoyado con entrevistas y material gráfico
Yoko @ Axis, James @ Plan B, Greg Belson, Barbara @ Boldface Media, Lynn Cosgrave, Jonas @ Electronic PM, DJ Geoffroy, Phli Mison y Clare Woodcock @ Get Involved, Jonathan Green, Sarah @ Groove Connection, Josie James, Peter Kang, Kay-Gee, Lynn Li, JD Livingstone, Catherine Mackenzie, Kevin McHugh, Wayne Pollard, CB Shaw, Justin y Katrina @ 40dB, Nick and Sarah @ MPCE, Liam J. Nabb,Vez and Wendy @ Ninjatune, Louise oldfield, Mavis Price, Indy @ Radio One, Damian Harris @ Skint, Corinna @ Soul II Soul, Fran @ Strictly Rhythm UK, Tosh @ Tam Books, Matt Trollope, Steve, Jo y Lucy en Twice Is Nice, Shane O’Neill @ Universal, Aurelie y Jody @ Wave Music.
Y por las traducciones y las interpretaciones a
Lousie Oldfield y Liam J. Nabb, David Colkett, Peter Hoste.
Y nuestro agradecimiento también a todo el equipo de Headline, en particular a
Emma Tait, Juliana Foster y Lucy Ramsey.
Un muy sentido agradecimiento a
Liz, Lola e Imogen
Finalmente, Bill le da las gracias a Frank por ser tan insoportablemente presuntuoso, y Frank se las da a Bill por ser un pelmazo insufrible.
UNO:
INTRODUCCIÓN
YOU SHOULD BE DANCING
(DEBERÍAS ESTAR BAILANDO)
Podrás sacudir la cabeza, sonreír, burlarte o darte la vuelta, pero esta locura del baile prueba, sin embargo, que el ser humano de la edad de la máquina con su imprescindible reloj de pulsera y su cerebro en permanente efervescencia por el trabajo, la preocupación y el cálculo tiene tanta necesidad de bailar como el ser humano primitivo. Para este, el baile también es el salvoconducto para acceder a otra dimensión.
CURT SACHS,
Historia mundial del baile,
1937 (sobre el tango)
La música vive en el tiempo, se desenvuelve en el tiempo. Así como los rituales.
EVAN EISENBERG,
El ángel de la grabación
Cuando los homínidos se tambaleaban por las polvorientas sabanas tratando de dar con la mejor estrategia para sorprender a sus presas, repararon en que su experiencia se dividía abruptamente entre el día y la noche. A la luz del día, el primate era un animal desnudo, presa fácil para aquellos más grandes que él pero, una vez caía la oscuridad, se unía a los dioses. Bajo un cielo estrellado, con antorchas cuyas llamas prendían su campo visual y acompañado por un ejército de tambores que redoblaban a un ritmo estremecedor, comía las raíces y las bayas sagradas, abandonaba los tabúes de la vida consciente, daba la bienvenida a los espíritus a la mesa y se unía a sus hermanas y hermanos en el baile.
Con frecuencia, alguien se situaba en el epicentro de la ceremonia. Alguien que distribuía las hierbas para la fiesta, alguien que daba comienzo a la acción, alguien que controlaba la música. Esta figura —el médico brujo, el chamán, el sacerdote— era un ser especial, tenía un poder único. Al día siguiente, mientras te curaba la resaca, probablemente recobraba su condición de simple vecino de al lado —ese tipo dos chozas más abajo que se pone demasiadas plumas—, pero que cuando se iba la luz y ponías rumbo al trance espoleado por el baile y a lomos del peyote, era el mandamás.
Hoy (sin ánimo de ofender a sacerdotes y ministros, que dan lo mejor de sí) es el disc jockey o DJ quien cumple esta función. Es el DJ quien preside nuestros ritos extáticos. Como el médico brujo, sabemos que, en el fondo, es un sujeto normal —vamos, míralo—, pero destierra la cotidianidad de nuestras vidas conjurando el latido de los tambores sagrados y las santificadas líneas de bajo; obrándose el milagro para recibirlo como a un dios, o por lo menos un intermediario con lo sagrado, el demiurgo que puede invocar al Creador y mediar para que nos devuelva las llamadas.
En un buen club, incluso en casi todos los malos, los que bailan celebran su juventud, su energía, su sexualidad. Adoran la vida a través de la música. Algunos adoran los niveles intensificados de percepción que aportan los enteógenos, pero muchos se dejan llevar solo con la música y las personas que están a su alrededor. El DJ es la clave de todo esto. Al seleccionar el repertorio de forma propicia, el DJ disfruta de un poder tremendo para intervenir en los estados mentales de la gente. Un DJ bueno de verdad, por un instante, puede lograr que toda una sala se enamore.
Porque, permítasenos aquí una acotación de suma importancia, ejercer de DJ no consiste meramente en escoger algunas canciones, sino en alumbrar estados de ánimo compartidos; entender los sentimientos de un grupo de personas y conducirlos a un lugar mejor. En manos de un maestro, los discos crean rituales de comunión que pueden convertirse en las vivencias más poderosas en las vidas de los allí presentes.
Esta idea de comunión es lo que impulsa los mejores aquelarres musicales. Es preciso romper la barrera entre el artista y el público, formar un solo ente, no tan solo observarlo. Los hippies de San Francisco sabían de esta dinámica cuando convirtieron sus espacios para shows de rock psicodélico en lugares de baile. Sid Vicious bien lo sabía cuando se lanzaba de la tarima para brincar con el público y ver a los Sex Pistols. De ahí la incrédula respuesta a la pregunta de los Happy Mondays cuando —después de añadir a un bailarín percusionista al grupo— les preguntaban: «¿Para qué tienen a Bez?». Y esa es la razón por la cual el twist causó una revolución danzante tan contundente: sin la preocupación de tener que bailar en pareja, uno está libre para fundirse con el todo.
El DJ está en la cúspide de esta idea. Si desempeña bien su trabajo, está allá abajo, brincando en medio de la pista de baile, aun cuando en realidad está encerrado detrás de un montón de aparatos electrónicos en una sombría caja de cristal.
El dios del baile
El disc jockey es simplemente la encarnación más reciente de una función antigua. En su calidad de instigador de fiestas por antonomasia tiene muchos antepasados ilustres. Los chamanes serían sus ancestros más conocidos (tal como afirmarían un sinfín de adeptos a las raves con veleidades místicas); los sumos sacerdotes que conducían a sus pueblos al trance por medio del baile y bebían orín de reno aderezado con sustancias psicoactivas para ver a Dios. Desde entonces, ha recibido muchos nombres en lugares distintos: el locuaz maestro de ceremonias (MC) en los espectáculos de variedades, el director de la big band tocado con traje al estilo zoot de la era del jazz, la prima donna que, cual instructor militar, marca el paso en las sesiones de square dance de Blue Mountain y quizá hasta el director de orquesta en las sinfonías y también en la ópera. Tal vez se haya encarnado también en James Brown e incluso en George Clinton. Durante la mayor parte de la vida de nuestra especie en el planeta ha sido una figura vinculada al culto religioso. No sorprende, por ello, observar cómo las formas más antiguas de adoración se centran en la música y el baile, y sus ritos suelen vehicularse a través de una persona especial, el nexo entre el cielo y la tierra.
De hecho, la segregación del baile de lo litúrgico es un fenómeno muy reciente. La Biblia nos dice que «hay un tiempo para bailar». El Talmud dice que los ángeles bailan en el cielo. Es un mandamiento de la ley rabínica: los judíos tienen que bailar en las bodas, y para los jasídicos ortodoxos es una parte importante de sus rezos. Los shakers (Asociación de creyentes en el Segundo Advenimiento de Cristo), inconformista secta célebre por su obsesiva idolatría de mobiliario minimalista, practicaban el celibato en un régimen de estricta segregación por sexo (sus huestes aumentaban mediante la adopción de huérfanos), pero los hombres y las mujeres se unían para bailar en formaciones complicadas en sus ceremonias religiosas.
En su empeño por conferir un mayor sentido de la festividad a la liturgia cristiana, el teólogo de los sesenta Harvey Cox señaló muy sabiamente que «los pocos que no puedan decir una oración quizá puedan bailarla». Sin embargo, la religión moderna suele tener problemas con el baile, quizá por su conexión evidente con el acto sexual, «la indicación perpendicular de deseos horizontales», como decía George Bernard Shaw. Pero la gente bailará de todos modos. El islam no es gran amigo del baile, pero la danza ritual de los derviches arremolinándose tiene como fin alabar a Alá. La cristiandad lo ha prohibido con frecuencia, salvo por accesos de personas desesperadamente necesitadas de baile que se permiten algún que otro paso cuando pueden. En Alemania en 1374, época y lugar en que el odio al cuerpo y al baile había presuntamente alcanzado su momento más álgido, después de comer un poco de pan trufado de cornezuelo, grandes multitudes de personas semidesnudas se apiñaban en las calles y hacían exactamente lo que les había prohibido la iglesia: bailaban como posesos. Un historiador del baile religioso, E. R. Dodds, escribió: «El poder del baile es un poder peligroso. Como otras formas de desinhibición, es más fácil comenzar que detenerse».
Todas estas circunstancias son la herencia del DJ. Son la fuente de su fuerza. El DJ es el señor del baile del mundo de hoy.
Si piensan que es un tanto exagerado ubicar al disc jockey entre tan excelsa compañía, consideren el estatus que nuestra cultura le otorga hoy. Las cosas se han calmado un poco tras la idolatría maniática de mitad de los noventa, pero aun así, un pinchadiscos puede ganar miles —y a veces hasta decenas de miles— por unas pocas horas de trabajo. El DJ se ha convertido en millonario, ha salido con supermodelos, ha volado en helicóptero y en avión privado entre un compromiso de trabajo y otro. Todo este lujo por tan solo llevar a cabo algo que es tan divertido, como admitirían sin ambages, que la mayoría de los DJ lo harían gratis.
Si eso no les convence, podrían conversar con los cientos de miles de personas en todo el mundo que forman parte de la economía del club nocturno, actividad que genera varios miles de millones de dólares al año, y sin duda con los millones de adeptos de los clubs (clubbers) que rascan el fondo de sus bolsillos cada semana para poder escuchar al DJ de turno. En palabras del amante de las discotecas Albert Goldman, uno de los pocos escritores que entiende la música dance: «Nunca, en la larga historia del entretenimiento público, tanta gente ha pagado por tan poco... ¡y lo mucho que se divierten!».
Así que, por todo ello, el disc jockey tiene una historia que merece ser contada. Aunque sea casi siempre un sujeto cascarrabias, con sobrepeso y un neurótico insufrible que se gana la vida tocando la música de los demás.
Lo que realmente hace un DJ
«Todo el que pueda tocar Chopsticks
en el piano y sepa cómo usar una Game Boy puede ser un DJ», escribió Gavin Hills cuando la revista The Face lo envió a la escuela para DJ por un día. «Lo único que se necesita desarrollar es el sentido de la sincronización y unas cuantas destrezas técnicas básicas y podrías ganar unas mil libras por noche.»
¿Será en realidad así de fácil? ¿O será que los DJ apenas pueden ganarse la vida?
¿Qué hace exactamente un DJ?
Los DJ destilan la grandeza de la música. Seleccionan una serie de grabaciones excepcionales para crear un resultado único, improvisado para ajustarse precisamente al momento, al lugar y al público al que se enfrentan. Todo este cuadro tiene pinta de alguien que simplemente pone algunos discos, después de familiarizarse con el equipo esa misma tarde, ese socorrido argumento de «cualquiera lo puede hacer» que parece ser muy sólido. Además, por supuesto, cualquier grandeza en la música es sin duda el trabajo de un productor y unos músicos que grabaron cada pista. Pero háganse la siguiente pregunta: ¿cómo llegaron esos discos espectaculares a la caja del DJ? ¿Dónde encontró esa versión funk tan maravillosa de esa canción famosa de los Beatles? ¿Qué era ese sonido soul de los sesenta con una línea de bajo que invitaba a los bailarines a la genuflexión? ¿O ese disco de house que recuerda a The Doors? ¿O esa pista de garage que es mejor que cualquier cosa que haya escuchado en Soundcloud?
Lo que hace un DJ es esto: sabe de música. El DJ conoce la música mejor que tú, mejor que tus amigos, mejor que cualquiera en la pista de baile o en la tienda de discos. Algunos DJ conocen su género preferido mejor que nadie más en el planeta. Claro, cualquiera puede poner un disco, pero la mayoría de la gente solo tiene canciones que todos han escuchado, canciones que ya aburren al personal. Un buen DJ lanza a la sala momentos musicales tan nuevos y tan frescos que se antoja irrelevante el que la música sea grabada, y tan poderosos que fácilmente desbancará a tus favoritos de todos los tiempos (y aquí algo «fresco» puede significar una canción vieja rescatada de la más absoluta oscuridad tan fácilmente como una pista producida ayer). El verdadero trabajo del DJ no es agazaparse detrás de los platos por un par de horas, con un aire furtivo a la espera de cupones para bebida; el verdadero tiempo y esfuerzo se empeña en una vida entera examinando la música para decidir si es buena, mala o «¡Ay, Dios mío, escucha esto!». La labor de un DJ es canalizar el vasto océano de música grabada en una sola noche inolvidable.
Naturalmente, pocos DJ son poco menos que obsesivos con sus colecciones de música. En El ángel de la grabación, Evan Eisenberg nos relata la historia de Clarence, heredero de la fortuna de un vendedor de autos Cadillac, quien vive en la pobreza en Baltimore, Long Island, con una colección de discos inmensamente inimaginable. El inodoro está averiado, apenas gana lo suficiente para comer, pero aún colecciona música de forma obsesiva.
«Clarence abre la puerta y uno apenas entra. Cada superficie —las encimeras, los armarios, los estantes del horno y el refrigerador, y casi todo el suelo de linóleo— está cubierta de discos. Son discos de laca y roca caliza (o de pizarra) pesados, atascados en cajas de cartón o acumulados en pilas; una de ellas está coronada por un plato mohoso con espagueti... Todo lo que le quedaba era la casa —sin calefacción, oscura, tan atestada de basura que la puerta no abre— y alrededor de un millón de discos.»
No es ficción.
Para llegar a ser un buen DJ uno tiene que desarrollar el apetito. Uno tiene que buscar discos nuevos con el celo desquiciado de un cazafortunas en plena fiebre del oro, excavando durante una tormenta de nieve. Uno tiene que desarrollar un entusiasmo por el vinilo que raye en lo fetichista. No puede uno pasar de largo en una tienda de segunda mano sin preocuparse por la clásica rareza que pudo haber pasado por alto, arrellanado entre esos elepés de The Osmonds. Se le dispararía la tensión a uno al pensar en abrir esas doce pulgadas cuadradas de envoltura transparente. La gente pensará que eres aburrido, tu piel se resentirá, pero uno encontrará sosiego en las conversaciones largas e impenetrables con colegas enganchados a los números del catálogo Metroplex o a los etiqueta blanca de la Prelude.
¿Presentar o interpretar?
Además del conocimiento musical, la búsqueda incesante y la colección que lo sustenta, la destreza del DJ estriba en compartir su música de forma efectiva. En su aspecto más básico, la labor del DJ es el acto de presentar una serie de grabaciones para el disfrute del público. Así que, en el nivel más elemental, el DJ es un presentador. Es lo que hacen los DJ de la radio: presentan la música y la intercalan con conversación, comedia y cualquier otro tipo de actuación. Sin embargo, el DJ del club ha abandonado en gran medida su función por algo más creativo en términos musicales. La presentación de grabaciones ha dado paso a la interpretación. El DJ de hoy usa los discos como bloques de construcción, los hilvana en una narrativa improvisada para crear un «set» (una sesión) que es de su autoría. Al enfatizar dramáticamente en las conexiones entre las canciones, al yuxtaponerlas o superponerlas a la perfección, el DJ del club moderno no necesariamente presenta grabaciones a discreción, sino que las combina para crear algo nuevo. Y esta concatenación de fragmentos, bien armada, puede ser mucho mejor que la suma de sus partes. En consecuencia, el DJ, que ahora ya no es un invitado más para desempolvar grabaciones de terceros, podría considerarse un verdadero artista.
La esencia del arte del DJ radica en la selección del repertorio y en el orden específico. Despuntar con esta combinación mejor o peor que los demás es el baremo básico por el que se rige la profesión. El objetivo es generar un ambiente musical seductor que, en el mejor de los casos, anime a la gente a bailar. Pero por fácil que pueda parecer, programar una noche entera de grabaciones con éxito (o incluso hasta media hora) es mucho más difícil de lo que uno piensa. Inténtalo. Aun con una caja llena de canciones geniales, escoger las que hagan a la gente bailar —retener la atención del público sin perturbarlos o aburrirlos— requiere mucha destreza. Algunos la adquieren por instinto, otros la dominan con la experiencia, la habilidad acumulada con los años de ver bailar a la gente.
Para lograrlo con contundencia, uno tiene que entender las grabaciones en términos de los efectos precisos que tienen en el público: hay que escuchar la música aprendiendo a apreciar su energía y sentimiento. Todos los buenos DJ pueden distinguir los más finos matices de la música; son sensibles al complejo conjunto de emociones y asociaciones que inspira cada canción, y saben con exactitud cómo el estilo y el ritmo de cada grabación afectará al salón. Esta comprensión es el fundamento para la improvisación del DJ, mientras escogen la canción que tocarán a continuación. Se trata mayormente de tener buen oído para la música, de tener un conocimiento crítico de lo que realmente provoca que una canción funcione mejor que otra y de qué canciones suenan bien cuando se tocan una seguida de la otra. Pocos DJ son músicos ni han recibido formación musical, pero muchos hacen gala de una musicalidad muy refinada.
Aun en el nivel más puramente técnico, el trabajo de un DJ exige mucha dedicación. Al combinar las grabaciones para crear una interpretación única, fluida y significativa (o por lo menos efectiva), uno tiene que conocer la estructura de cada una de las canciones que ha de tocar, uno tiene que tener un oído musical razonable para determinar si dos canciones tienen claves complementarias, y para combinar dos pistas separadas, uno tiene que tener un sentido preciso del ritmo. Para «casar los ritmos» (beatmatch), sincronizar los ritmos de dos grabaciones para poder mezclarlos, uno tiene que escuchar una canción en un oído y la otra en el otro y mantenerlas separadas; esta habilidad cognitiva, en efecto, «reconfigura» parte del cerebro. Otras destrezas de los músicos son incalculables. La mayoría de los buenos DJ tienen una memoria musical muy fiable y un discernimiento cabal de cómo se construye una canción. Y, por supuesto, uno tiene que dominar el equipo: los platos; el mezclador, el amplificador y cualquier otro aparato procesador de sonido que uno pueda usar. Una mirada rápida al interior de la cabina de un DJ debería ser suficiente para convencernos de que es una tarea bastante compleja.
Los mejores DJ pueden hasta tocar con el equipo propio de sonido: usando los controles de volumen y de frecuencias, así como efectos especiales como el eco y la reverberación para dar énfasis a momentos específicos o hasta instrumentos específicos de una canción. Al «emplear el sistema», un buen DJ puede hasta lograr que una sola canción suene mucho mejor: más dramática, más explosiva, más bailable. Y ahora que el equipo de producción es lo suficientemente pequeño como para llevarlo al club nocturno, muchos DJ en la actualidad usan técnicas de estudio también: sampleando y repitiendo (looping en inglés) el pasaje de una canción, o mezclando algunos ritmos o añadiendo otra capa con una línea de bajo desde el ordenador; y remezclando las pistas en directo para crear una versión única para esa noche.
La mayoría de los DJ que se atreven a jugar fuera de la comodidad de sus habitaciones deberán tener un conocimiento sólido de los requisitos técnicos. Pero incluso con una total maestría en los aspectos prácticos, podría uno ser un DJ inútil (hay muchos de esos por ahí). Los talentos fundamentales del DJ son el gusto y el entusiasmo. El gusto es clave: ¿puedes reconocer la buena música y separar lo extraordinario de lo meramente bueno? Lo común, por supuesto, es que el gusto es tan subjetivo como escoger entre el color melocotón o el aguacate para el nuevo baño, pero el quid de la cuestión estriba en si la multitud de gente en una pista de baile está interesada en la misma música que tú.
Si lo está, excelente; pero si no, ¿qué harías para ganártelos? Aquí es cuando entra en liza el entusiasmo. Los mejores DJ son consumados proselitistas de su propio paladar. Pueden lograr que el amor por sus grabaciones favoritas sea contagioso. Uno probablemente puede poner una grabación y animar a la gente a bailar, pero ¿puede acaso lograr que la gente adore canciones nuevas que nunca había escuchado? ¿Puede conseguir que aprecien algo que escapa a sus preferencias al recontextualizarlo y mostrarles cómo engarza con un viejo conocido? A los mejores DJ siempre los ha motivado la necesidad irresistible de compartir su música. Como gusta proclamar un DJ: «Hacer de DJ son dos horas de enseñarle a la gente lo que es bueno».
El arte de ser DJ
Así que todo buen DJ que se precie tiene, a su vez, algo de chamán, técnico, coleccionista, gourmet y es, también, profeta en su pista. Sin duda es un artesano, el experto en lograr que la gente baile. Pero ¿es el DJ un artista? Como el músico, puede serlo.
La valoración más en boga del buen arte del DJ suele concentrarse en los aspectos técnicos: mezclas increíblemente fluidas, cambios fantásticamente rápidos, mezclar con tres platos, ecualizar con astucia... Cuanto más ocupado esté el DJ, más fácil será presuponer que se le está hinchando la vena creativa. Y muchos DJ se ganaron la fama por conseguir cosas asombrosas con los platos, así como los músicos, desde Mozart hasta Hendrix, se convirtieron en leyendas por su maestría divina con los instrumentos.
Sin embargo, un gran DJ deber ser capaz de poner a brincar a una multitud con el equipo más primitivo, y lo cierto es que varios de los mejores DJ de la historia eran mezcladores bastante torpes. La grandeza del DJ no se manifiesta tan solo a la hora de mezclar astutamente, tiene mucho más que ver con encontrar canciones sorprendentemente nuevas y con ser capaz de sacarlas justo en el momento indicado. Por encima de cualquier otra consideración, la virtud reside en la habilidad para potenciar la interacción con el público.
Lo cierto es que ser DJ es que es un arte para el que es preciso el buen gobierno de las emociones y de la improvisación, y entre esas coordenadas se configura el verdadero ámbito de actuación del artista. Un buen DJ no solo concatena grabaciones sino que prefigura y modula la relación entre su música y cientos de personas. Por eso tiene que ver al público. Por eso no puede reducirse a tan solo una cinta. Por eso se trata de una actuación en vivo. Por eso es un acto de creación. La música es una línea directa a las emociones de la gente, y lo que hace el DJ es usar este poder de forma constructiva para generar placer. Ciertamente, su medio principal son las emociones: el DJ interpreta y manipula a su antojo los sentimientos de la tribu danzante.
Es una manera algo egocéntrica de describirlo. De forma más precisa, quizá, un DJ responde a los sentimientos de la masa en trance y usa luego la música para acentuarlos o elevarlos. «Es un acto de comunicación», dice el DJ y productor Norman Cook, más conocido por su alias artístico Fatboy Slim, al marcar la diferencia entre los DJ buenos y los malos. «Tienes que ver si se comunican con la gente y si reciben una respuesta por parte de los interpelados.»
«Para mí, se trata de ver si miran adelante o no mientras tocan —añadió—. Un buen DJ siempre está observando al público, mirando lo que les gusta, evaluando si está funcionando; se comunica con ellos, sonríe para ellos. Y un DJ malo siempre está con la mirada puesta en los platos y ejecutando lo que practicó en la habitación, sin importarle si al público le gusta o no.»
David Mancuso, padre putativo del disco, siempre ha sostenido, a capa y espada, que ningún DJ es mejor que su público. Su idea del DJ es que este es intérprete y oyente a un tiempo. En su visión, el DJ debe ser «una persona modesta, que desconecta el ego y respeta la música, y está ahí para que siga su curso: para participar». En las mejores noches, dice, el DJ se siente como un conducto de las emociones que lo rodean: completa el ciclo entre los bailarines y la música. «Es una situación única en la que la gente forma parte de la escenografía de la música que suene en ese momento.» En esta relación, el DJ es tan parte del público como los bailarines. «En esencia, uno tiene un pie en la pista de baile y otro en la cabina.»
El DJ y productor David Morales concurre y afirma que el DJ solo puede hacer su trabajo de forma adecuada en presencia de un público.
«No puedo conjurar la magia por mi cuenta —insiste—. No puedo. Tengo un estudio de grabación muy bueno, pero cuando grabo mis cintas para los shows de la radio no puedo alcanzar esa magia. No se me ocurren los trucos creativos que me llegan cuando toco ante un público en vivo. No lo puedo repetir.»
Sin embargo, cuando las reacciones en directo están ahí, sabe que es capaz de alcanzar la grandeza. Y cuando la noche va bien, la sensación es incomparable.
«Guau, hombre, es como si me saliera de mi propia piel —dice, radiante—. Yo bailo en la cabina. Brinco arriba y abajo. Agito los brazos en el aire, sabes. Es ese sentimiento de que sé que tengo el control total, de que puedo hacer lo que quiera.»
Y cuando todo va sobre ruedas, el sentimiento es absolutamente orgásmico.
«Pues claro. ¿Para mí? Sin duda alguna. ¡Puro sexo! Sin duda alguna. Es sexo espiritual. Sexo espiritual clásico. Ay, Dios mío, en una buena noche, hombre... A veces estoy de rodillas en medio de una mezcla, solo porque así lo siento. Y cuando uno pone la siguiente grabación, uno puede bajarla, uno puede subirla, o simplemente apagarlo todo ¡y la gente se vuelve loca! Puedes poner lo que te dé la gana. Lo que te dé la gana. De ahí en adelante, los tienes en el bolsillo.»
El sexo y los DJ suelen ir de la mano, lo cual confirma, si es que es preciso confirmarlo, que el acto de amar y el acto de excitar a la gente música mediante guardan un estrecho parentesco. Francis Grasso, el abuelito de los pinchadiscos de clubs modernos, aceptaba de muy buen grado las mamadas de la solícita felatriz que se colaba en su cabina desde 1969. «Apuesto a que no logras que pierda el compás», le decía a la boquiabierta admiradora que se acurrucaba bajo los platos.
Junior Vasquez recuerda a un clubber en pleno subidón en el Sound Factory follándose a un altavoz en un intento por acercarse más a la música. «No paraba de gritar: Me estoy tirando al DJ
», recuerda Junior, con destellos.
«Los DJ hacen el amor de la misma manera en que ponen música —bromea Matt Black de Coldcut—. Si lo piensas bien, tiene que ser cierto. Y, además, los buenos DJ cocinan bien, me dice mi novia.»
Mejor que una banda
La razón principal por la que los DJ le arrebataron el control a la música en vivo era económica. Un amante de la música con una caja de discos de 78 revoluciones podía entretener a un público por mucho menos dinero que un autobús lleno de músicos sedientos. Además, eso permitía a la gente escuchar a las mejores bandas. Imagínate que estás en una sala de baile de la posguerra. ¿Qué preferirías, bailar al ritmo de la banda minera del pueblo, con el tío Everett en el trombón, o al son de una grabación de Tommy Dorsey dirigiendo una de las mejores orquestas del mundo? Incluso hoy la calidad de una grabación de estudio suele ser superior al sonido de cualquier agrupación en directo, aunque sus amplificadores llegan hasta once.
En una edición de Melody Maker de 1975, Chris Welch explicó la hostilidad de los músicos hacia la discoteca. «No hay nada peor para un músico que competir contra el mejor producto de las fábricas del rock, retransmitido con la mejor amplificación, a manos de un DJ y luces que inyectan aún más adrenalina.»
Un músico, no importa lo fenomenal que sea, está limitado por el alcance de su instrumento, lo extenso de su repertorio y el ámbito de su estilo musical. Un DJ no tiene ninguna de esas limitaciones, tiene la libertad de poner dos grabaciones, una detrás de la otra, con treinta años de diferencia, o dos grabaciones de continentes diferentes, o de deleitarnos con una pieza genial de un artista cuya trayectoria es un fracaso. O, como los DJ de hip-hop, pueden ignorar la existencia de la banda entera durante los cuarenta y cinco segundos de funk que nos brinda el cambio del baterista.
No tiene sentido argumentar que la música del DJ es inferior a la de una actuación en vivo. Sencillamente, son cosas distintas. No se puede ver a los músicos, ni se puede asistir a la creación de la música, pero entonces la mayor parte de la música hoy en día no podría tocarse en directo de todos modos. Para una analogía, compárese el teatro en directo con el cine. Podría ser maravilloso ver una obra en la que el actor está en la misma sala contigo, con el público en silencio, aguantando su propia respiración. Pero también es maravilloso acercarse a la cara del actor, verlos volar, o verlos brincar del lomo de un lagarto gigante que estalla en pedazos.
Así que hay que tener cuidado a la hora de comparar al DJ con el músico. En lo que respecta a talento, destreza y habilidades artísticas únicas, casi siempre suele sobresalir el músico. Pero en materia de alcance, receptividad, en la habilidad para tomar rumbos sumamente distintos, el DJ domina la escena. El DJ también se impone en materia de recursos, porque mientras que una banda o un músico solo pueden ser ellos mismos, un DJ puede destilar millones de horas de genios musicales en un solo set. Siempre que la pueda encontrar en eBay y soportar que sus hijos se queden sin zapatos nuevos, el DJ tiene la posibilidad de tocar cualquier grabación que se le antoje y de cualquier época. Aun el mejor músico solo tiene jurisdicción sobre una parte ínfima del universo de la música; el DJ la tiene sobre todas las grabaciones. Y como los músicos no están en el salón, después de una noche de música espectacular, ¿quién se lleva la palma si no el DJ?
Antes, cuando parte del cometido del DJ consistía en oficiar el estreno de grabaciones, el desempeño de un DJ se juzgaba mayormente por lo que decía o hacía entre cada canción. Pero ahora que estriba en combinar grabaciones, consideramos que la actuación de un DJ es casi como la de un músico. Claro, está poniendo canciones que otros crearon, pero lo hace de manera creativa y única. Aun cuando se ciñe a un solo género hay miles de canciones entre las que un DJ puede escoger para la noche entera, y quizá da para varias mezclas de cada una. Hagan el cálculo y verán cómo el set de un DJ es tan único estadísticamente como el riff de un guitarrista.
El DJ es un músico. Solo que, en lugar de notas, toca canciones, y reemplaza las teclas del piano o las cuerdas de la guitarra con discos. Y como cualquier otro músico, la destreza del DJ estriba en cómo los escoge y los combina. Piensen en la actuación de un DJ comprimida en un marco temporal. Mientras un guitarrista puede impresionar a un público con una secuencia de acordes que dura treinta segundos, lo que hace un DJ dura mucho más: un DJ tiene que ser juzgado por la narrativa del repertorio seleccionado para dos o tres horas.
Imaginen un edredón hecho al coser juntas las piezas más finas de tela fabricadas a mano. Visto de cerca, su belleza proviene de la habilidad de los hiladores y bordadores que confeccionaron las distintas telas, pero visto desde lejos, se nos revela otra forma de belleza a una escala distinta, una enormidad imponente que proviene del patrón o diseño en su totalidad. Como el tejedor de este edredón, el DJ es un artista de un orden distinto. El DJ es un editor musical, un metamúsico, crea música de otra música.
La industria de la música dance se centra en la experiencia del disc jockey. En tanto que experto reconocido en el arte de lograr que la gente baile, hoy el grueso de la música dance es producida o remezclada por disc jockeys. La función del DJ como bibliotecario y custodio de toda la música grabada lo sitúa ahora en primer plano, toda vez que la creación de música hoy en día suele hacerse sampleando y combinando otros discos.
Y si hace su trabajo como es debido, el DJ lo disfruta tanto como los bailarines que tiene enfrente. «Cuando no estaba trabajando seguía poniendo discos», dice David Morales. «Disfruto lo que hago. Obtengo mucha pasión de ello, y que te paguen y te pongan en un pedestal por hacer algo que adoro hacer naturalmente es alucinante.»
El ángulo posmoderno
Porque su arte proviene de la combinación del arte de otros, porque su actuación se compone de las actuaciones de otros músicos, el DJ es el epítome del artista posmoderno. Sencillamente, pinchar es un ejercicio de combinatoria. El DJ usa grabaciones para crear un collage musical, de la misma forma en que Quentin Tarantino podría crear una película nueva con tan solo un montón de escenas copiadas de películas viejas o Phillip Johnson podría construir un rascacielos con la forma de un reloj de pie. Esto es en esencia el modus operandi del posmodernismo: recortar ideas y formas y combinarlas de manera creativa.
Desde el punto de vista teórico, el DJ es fascinante por una serie de razones. La función del DJ en nuestra cultura ilustra muy claramente varios temas de la vida posmoderna. Como argumenta Dom Phillips, exeditor de Mixmag: «El DJ no es un artista, pero es un artista. No es un promotor, pero es un promotor. No es una persona de la industria discográfica, pero lo es. Y también es parte del público. Es un instigador que aúna todas estas cosas».
Básicamente, la labor del DJ es extraña por todas las razones propicias. Para empezar, ¿es realmente un trabajo? Es una forma de ganarse la vida, pero a la vez es muy divertido. Los DJ proveen un servicio que evidentemente vale la pena pagar, pero la mayoría de ellos se van a su casa y hacen lo mismo en su tiempo libre, y muchos de ellos no dudan en aceptar la oportunidad de tocar en esa fiesta especial en la que el público es perfecto, gratis, solo por la emoción del momento.
Otro aspecto posmoderno de ser DJ es que abarca tanto el consumo como la producción, y esta circunstancia les revienta la cabeza a los sociólogos (como si necesitaran ayuda). Un DJ es un consumidor de música grabada: compra un disco y lo escucha, como lo haría cualquier otra persona. Sin embargo, porque su público también escucha el disco, también está, en ese mismo momento, creando un producto: la interpretación de la música que contiene ese disco. Y las selecciones que decide como consumidor (qué discos comprar y escuchar) son una parte definitoria de su valor como productor (de cuán creativo y distintivo es). La práctica del consumo como creatividad es un acto muy posmoderno, como podríamos demostrar si nos prestaras tu tarjeta de crédito.
De modo similar, el DJ es tanto artista como promotor. Entretiene a un público y a la vez les urge a que salgan a comprar algo: los discos que usa en su actuación. De nuevo, los doctorandos encuentran esta práctica sumamente inquietante.
A los académicos también les intriga el hecho de que el DJ se gana la vida filtrando información; le da sentido a la masa confusa de información musical que nos bombardea (se lanzan cientos de sencillos de música dance cada semana). No hay forma de que podamos encontrar todo lo mejor de la música de nuestro género favorito, así que dependemos de la prescripción del DJ para que nos oriente. Son como compradores personales que examinan cientos de discos basura y encuentran los que nos gustan. En estos días, la gente cada vez compra menos discos sencillos; en cambio, escogemos nuestros DJ favoritos y dejamos que los compren por nosotros. ¿Para qué pasar la vida buscando obstinadamente discos desconocidos (en cuyo caso, lo más seguro es que seas un DJ) cuando puedes comprar un CD recopilatorio mezclado por un DJ, editado por una persona que hace eso mismo para ganarse la vida? Uno podría decir que, en estos días, no compramos discos en particular, sino que compramos sesiones de DJ en particular. Otro ejemplo fabuloso del posmodernismo en todo su esplendor.
Ahora bien, pensar en estos términos es fascinante, pero no hay mucho más detrás de ellos, a menos que, por supuesto, uno introduzca algo de jerga. Si uno quiere escribir sobre los DJ sin abandonar la biblioteca, o si uno quiere pretender ser un DJ aunque no pueda poner a la gente a bailar, recomendamos que usen «texto» u «objeto encontrado» cuando uno normalmente diría «canción» o «grabación», o también llamar al DJ bricoleur cada vez que puedan. Intenten colar las palabras significado y discurso en sus oraciones (úsenlas como quieran, nadie se dará cuenta) y nunca digan «echando un par de temas» cuando pueden decir «corte, sampleado e interconexión de los productos básicos de los medios».
Algunos DJ «de vanguardia» han lanzado con éxito un velo pretencioso sobre los ojos de los críticos de música de corte academicista, y han atraído un público al escribir sobre la figura del DJ y lograr que se nos presente como una empresa complicada. Quizá esta estrategia funcione en las clases tertulianas, pero apenas cuela entre los cuerpos en la pista de baile. Un DJ debe concentrarse en «encontrar buenas canciones para tocar» más que en «extraer el sentido de la nube de datos».
Un revolucionario musical
Gracias a la libertad sin igual que brinda tocar cualquier estilo de música en cualquier lugar a cualquier hora, desde hace tiempo el DJ se ha convertido en la fuerza principal de la evolución de la música. Como verán, para mantener la emoción de los bailarines, los DJ han tenido a bien distorsionar, corromper y combinar grabaciones de manera que horrorizarían a los artistas originales, y esto, más que algunas sesiones improvisadas (jam sessions), un nuevo bajista o una aventura romántica particularmente trágica, es lo que inspira la revolución musical.
Un pistolero a sueldo cuya reputación depende de la independencia de sus gustos musicales y, sobre todo, de lo innovador y distintivo de su actuación, el DJ es un verdadero agente del cambio en la música, infinitamente más de lo que jamás podría soñar con protagonizar una banda. Hasta hace poco, cuando lo convirtieron en una estrella de pop mercadeable, el DJ era una de las pocas personas con algún poder en la industria de la música que no rendía pleitesía a la industria discográfica. Su estatus autónomo y su fuerza promocional le permitían levantar las barreras musicales, exhibir nuevos sonidos y sintetizar géneros completamente nuevos.
Así pues, aunque los historiadores de la música lo hayan ignorado en gran medida, el disc jockey apenas ha salido de la oficina de patentes de la música popular. Casi toda forma musical radicalmente nueva en las últimas cinco décadas debe su existencia al DJ. Fue él quien posibilitó que el rhythm and blues y el rock’n’roll dieran sus primeros pasos al popularizar géneros inconexos y conseguir inadvertidamente con ello que se fusionaran. El reggae fue impulsado por las necesidades del DJ y su sistema de sonido. Y el DJ estaba en el mismo centro de la insurrección que forjó la música disco en la música grabada. No contentos con semejante contribución, durante los últimos treinta años los DJ se han puesto a trabajar a conciencia: nos dieron el hip-hop, el house y una gran constelación de géneros satélite; géneros musicales creados exclusivamente por los DJ.
Con todos estos cambios, el DJ ha transformado completamente la forma en que concebimos, creamos y consumimos la música. Al adaptar la música para que se ajuste mejor a la pista de baile, ha revolucionado también el uso de la tecnología en el estudio. Su poder para promocionar discos devino fundamental en la fundación de la industria musical moderna (así como en la publicidad audiovisual). También reivindicó en gran medida la supremacía del estatus de la música grabada: un disco ya no es una representación de una actuación distante «en vivo», ahora es una categoría en sí mismo, la primera encarnación de las canciones. Y no se puede olvidar que ninguna banda, por más radical que sea, tendría mucho impacto más allá del patio de su casa si el DJ no escuchara ni pusiera sus discos.
El poder del DJ no ha pasado desapercibido en el mundo exterior. El hecho de que este pueda esgrimir una influencia considerable sobre un público enorme lo ha puesto en conflicto con las fuerzas vivas del sistema y, por ende, la historia del DJ también tiene un subtexto rico en luchas de poder. Quizá el ejemplo más trágico es el caso del propagador del rock’n’roll Alan Freed, a quien el FBI hirió de muerte (literalmente) supuestamente por aceptar pagos ilegales de «payola» (sobornos para tocar ciertas canciones). La razón real para que el Gobierno de Estados Unidos pusiera tanto empeño en perseguirlo parece tener más que ver con su éxito en promover la música «degenerada» de los negros entre sus impresionables hijos e hijas de raza blanca. Más recientemente, las estructuras centradas en la figura del DJ, como la radio pirata y el movimiento rave, han provocado sin excepción la ira de las agencias gubernamentales.
Llevar la música más allá
El DJ lleva entre nosotros aproximadamente un siglo. A pesar de su función fundamental, hoy por hoy los foros de crítica musical de renombre casi no tienen conocimiento de quién realmente es el DJ, lo que hace y por qué ha cobrado tanta importancia. Si este libro tiene un objetivo, es demostrar a los historiadores del rock que el DJ es una parte absolutamente integral de su materia de investigación. Mientras buscan espacio para acomodar otros diez libros más sobre los Beatles, quizá saquen el tiempo para leer este.
Quizá sea culpa de nuestro eurocentrismo el hecho de que se haya subestimado la importancia de la música dance durante tanto tiempo. Así como las leyes de derechos de autor protegen los conceptos occidentales de melodía y lírica, pero ignoran la importancia del ritmo y el bajo, los manuales de historia de la música han evitado tomar en serio a la música dance por temor a la ausencia de la palabra escrita, a su naturaleza más física que cerebral (el hip-hop, con su énfasis en las letras de las canciones, es la excepción que confirma la regla). Y, sorpresivamente, la mayoría de los escritores que sí han explorado la música dance han escrito sobre ella como si nadie hubiera pasado por los clubs de baile antes de 1987.
Por todos estos factores, la narración que están a punto de leer ha existido únicamente como una historia oral, transmitida a través de los años por sus protagonistas, discutida y mitificada por los participantes, pero nunca hasta ahora transcrita ni llevada a la imprenta; ni, por supuesto, con la ambición y el rigor que inspiraron esta iniciativa.
El deseo de bailar es innato, y ha ejercido una influencia constante sobre la música. En consecuencia, el disc jockey nunca ha estado lejos del epicentro de la música popular moderna. Desde sus orígenes como vendedor de elixires radiofónicos hasta su pedestal actual como rey de reyes del pop globalizado, el DJ ha sido quien ha cargado con la responsabilidad de conducir la música hacia nuevos horizontes.
DOS:
LOS COMIENZOS — LA RADIO
MAKE BELIEVE BALLROOM
(EL SALÓN DE BAILE IMAGINARIO)
La irrupción de las transmisiones en la historia de la música ha cambiado todas las formas de creación y recepción musical. La música de la radio es pura magia, y el transistor se ha convertido en una suerte de piedra filosofal.
HELMUT REINHOLD
No puedo vivir sin mi radio.
LL COOL J
¿Quién fue el primer DJ? Dejemos a un lado, por ahora, al médico brujo, al director de orquesta y a los demás prototipos de disc jockey; la pregunta es esta: ¿Quién fue la primera persona en poner música grabada para entretener a un grupo de personas?
Thomas Edison, inventor del fonógrafo de cilindro en 1877, ni siquiera concebía las posibilidades de la música en semejante soporte, y, de todos modos, solo una persona podía escuchar su aparato, por lo que difícilmente podía arrancar una fiesta. Emil Berliner, el genio cuyo ingenio nos regaló el gramófono de disco plano en 1887, tampoco pasó la prueba del volumen. Una década más tarde se empezó a trabajar con las ondas de radio, pero tendrían que transcurrir diez años más para que el aparato de Marconi pudiera enviar otra cosa que no fuera los puntos y rayas de Morse. Sin embargo, cuando se produce por fin el feliz encuentro entre las tecnologías del gramófono y la señal de radio, encontramos a nuestros primeros candidatos para DJ.
En 1907, un estadounidense, Lee DeForest, conocido como «el padre de la radio» por inventar el tríodo, que posibilitó la transmisión, puso un disco de la obertura de Guillermo Tell desde su laboratorio en el Parker Building en Nueva York. «Por supuesto, no había muchos receptores en aquellos días, pero fui el primer disc jockey», clamaba. DeForest, sin embargo, estaba equivocado: alguien lo había precedido.
A las 21.00 horas de la Nochebuena de 1906, un ingeniero canadiense llamado Reginald A. Fessenden, quien habían trabajado con Edison, y que había intentado transmitir ondas de radio entre Estados Unidos y Escocia, envió señales de radio sin encriptar —música y voz— desde Brant Rock, cerca de Boston, Massachusetts, a un grupo de asombrados operadores de telégrafo que navegaban por el Atlántico. Lo único que debían de haber escuchado hasta entonces era estática y bips, pero Fessenden había equipado algunas naves de la United Fruit Company con los receptores necesarios para que estuvieran preparados para escuchar algo «inusual». Pronunció un discurso breve en el que explicaba lo que hacía, leyó el texto bíblico «Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad» y tocó «Oh, Holy Night» con su violín y cantó un poco, advirtiendo que «no era muy bueno que digamos». Por todo lo cual, se convirtió en el primer disc jockey porque, usando un fonógrafo de cilindros Ediphone, también puso un disco en las ondas.
¿Cuál fue la primera grabación con la que nos deleitó un DJ?
Fue un contralto cantando el «Largo» de Händel, de la ópera Jerjes.
El poder de un DJ
La radio es un medio de transmisión único. Tiene el poder de alcanzar a millones de personas, pero con la intimidad necesaria, a un tiempo, para que cada uno sienta que es la persona
Reseñas
Reseñas
Lo que la gente piensa acerca de Anoche un DJ me salvó la vida
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