La ciudad amarga: Relectura personal de Neruda
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La ciudad amarga - Gastón Soublette
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones
Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile
editorialedicionesuc@uc.cl
www.ediciones.uc.cl
La ciudad amarga
Relectura personal de Neruda
Gastón Soublette
© Inscripción Nº 294.105
Derechos reservados
Agosto 2018
ISBN Edición impresa: 978-956-14-2280-3
ISBN Edición digital: 978-956-14-2305-3
Diseño: Francisca Galilea
Diagramación digital: ebooks Patagonia
info@ebookspatagonia.com
www.ebookspatagonia.com
CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Soublette, Gastón, autor.
La ciudad amarga: relectura personal de Neruda / Gastón Soublette.
1. Neruda, Pablo, 1904-1973 - Crítica e interpretación.
2. Poetas chilenos - Siglo 20 - Crítica e interpretación.
I. t.
2018 Ch861 + DDC23 RDA
ÍNDICE
Introducción
La poética nerudiana
Nació un hombre
Tentativa del hombre infinito
Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Residencia en la tierra
Conclusión
INTRODUCCIÓN
Hoy en día, nadie o casi nadie lee poesía. El escritor Jorge Edwards cuenta en su libro autobiográfico Adiós, poeta que Pablo Neruda en sus últimos años solía decir que a él ya nadie lo leía, en lo cual hay algo de cierto. Y la causa de por qué el público lector se ha alejado de la poesía no es difícil de hallar. La atención a una obra lírica supone en el hombre una cierta actitud que el modelo de civilización vigente, puramente económico y tecnológico, va excluyendo gradualmente hasta su desaparición. Así, nuestros patrones de pensamiento van siendo determinados inconscientemente por una mecánica que agrede y atrofia la matriz de pensamiento intuitivo que genera la visión poética del mundo. Contra esa parte de nuestra psique arremete hoy, y desde hace ya mucho tiempo, la lógica unidimensional del intelecto utilitario que se impone generando en la sociedad una mentalidad promedio, mecanizando nuestra relación con las cosas y los hombres. Tal sería la causa más profunda de por qué este insigne poeta tenía la convicción de que ya nadie lo leía, no obstante que sus obras aún se seguían editando, como ha sido el caso de la última Antología general de su poesía, presentada el año 2010 por la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Pero, es un hecho que en los medios intelectuales, cuando se habla de Neruda, actualmente se razona como si su obra estuviera muy presente, en circunstancias de que la última lectura que se ha hecho del Canto general o de Residencia en la tierra data de varias décadas.
Recorriendo las páginas de la voluminosa antología antes mencionada —que, supuestamente, contiene lo mejor de la cuantiosa producción del vate chileno— más algunos ensayos escritos por prestigiosos críticos y expertos en poesía nerudiana, uno tiene la sensación de estar leyendo el epitafio del célebre difunto, pues es difícil que sea editada una nueva antología como esa, antecedida por la publicación de sus obras completas y en varias ediciones. Y es en este punto que el título del libro de Edwards, Adiós, poeta, adquiere todo su peso. Adiós al poeta y a la poesía misma hay que decir en un país que, habiendo producido siempre excelentes poetas, dio un giro en su historia, cambiando el paradigma en que nuestra nación consolidó su identidad cultural, arrasando con nuestras tradiciones, nuestras ciudades y nuestro territorio.
Da la impresión de que a causa de ese desastre hemos quedado aturdidos y cretinizados, carentes de principios, discutiendo acaloradamente sobre puras cuestiones de procedimiento, intentando poner orden en este caos mecanizado en el que todos estamos sumidos.
En esas circunstancias, volver a leer los libros de Pablo Neruda equivale a mirarse en un espejo reminiscente y nostálgico que nos muestra la cara que teníamos antes de la catástrofe. Porque releer esta poesía es como internarse en un lenguaje que emergió cubierto por un aura de lo que fuimos los chilenos en la intimidad de nuestros sueños cuando todavía teníamos una fisonomía humana propia.
No obstante todo eso, y justamente porque hoy ya casi no hay público lector para la poesía —la que solo leen críticos y académicos—, es que me propongo releer la obra del vate y comentarla a mi manera como un modo de oponerme a que sea esta una sociedad de poetas muertos.
LA POÉTICA NERUDIANA
En la obra de Pablo Neruda se distingue un libro titulado Memorial de Isla Negra, considerado por algunos críticos como su mejor texto autobiográfico. Data de 1964, es decir, de cuando él cumplía sesenta años de edad y estaba, como nunca antes ni después, en condiciones de rememorar y juzgar su propia trayectoria, no solo como escritor, sino como un alguien que lúcida y honestamente se confiesa a sí mismo lo que ha sido y llegado a ser como ser humano. Esta visión regresiva de su pensar y de su actuar en la vida conlleva un saber, adquirido por su experiencia en los hechos que constituyen el itinerario de su recorrido existencial. Estoy hablando del sujeto ya maduro que conoce el trasfondo de todo lo vivido. Ese trasfondo él lo expresa poéticamente, resultando una obra en donde lo vivido se transfigura, proyectándose hacia ámbitos de un acontecer hiperreal. Con todo, esa hiperrealidad puede ser considerada no solo como una poyesis de la palabra, sino también como un testimonio que, al no ser expresado por un lenguaje de simple comunicación, nos transfiere aspectos inéditos de la experiencia del sujeto.
En ese sentido, toda poesía, al margen de consideraciones literarias, constituye algo así como una ontoescritura. Y, en el amplio espectro de las tendencias de la crítica contemporánea, este criterio de interpretación tiene su lugar con el nombre de psicocrítica
y mitocrítica
.
En tanto, el libro autobiográfico en prosa titulado Confieso que he vivido nos pone ante un relato escueto y directo de los hechos protagonizados por el poeta a través de su existencia, los que, al ser rememorados en un texto no poético y solo informativo, se presentan como despojados de su real consistencia e intensidad. Es cierto que el autor pudo ser más explícito en pasajes clave de su narración, pero su estructura mental no era apta para ese tipo de expresión escrita. Por ejemplo, al comparar su poema Tango del viudo
, que describe su conflictiva relación con una muchacha nativa de Birmania llamada Josie Bliss, con el breve capítulo correspondiente de su autobiografía en prosa, no hay duda de que la escritura versificada transfiere al lector más de la compleja experiencia vivida en ese trance que lo que puede entenderse en una o dos páginas informativas sobre el mismo hecho, aunque esa información sea una fiel transcripción de lo ocurrido.
El tema de nuestra reflexión es amplio porque alude a la ambivalencia del lenguaje, que implica que este puede reflejar directamente la realidad conforme a la mecánica del habla convencional, o bien puede trascender a esta última y permitir que el sujeto recree lo que realmente vivió, empleando metáforas y proyecciones que por la vía analógica hacen resonar lo real en todos los niveles de su riqueza. Así, el poema que ha sido bien logrado —aun a pesar de sus posibles desmesuras o proyecciones aparentemente lejanas— no solo es un reflejo de lo real, como lo es una fotografía ordinaria, sino que en algún sentido es la realidad misma que vence el espacio-tiempo y se actualiza.
Esto último es lo que la poesía tendría de común con el mito, que no solo representa los acontecimientos fundamentales del origen de una cultura histórica, sino que, a través del rito, hace abolición del tiempo y actualiza lo que en la secuencia del acontecer profano devino en pasado, cuya esencia es intemporal.
El Memorial de Isla Negra es eso: una especie de ritual evocativo de lo que fue, lo cual, al ser verbalizado en el estado de conciencia del poeta, nos transfiere por resonancia y analogía una realidad que se dio en el pasado, pero que sigue expresándose en una ontoescritura sin la cual no podría transferirse al lector la totalidad de los aspectos que constituyen los hechos pretéritos.
El conocimiento de sí mismo como imperativo moral
En lo que se refiere al saber adquirido por Neruda en la experiencia del vivir, las obras posteriores a sus cincuenta años abundan en momentos de una reflexión que podríamos calificar de sapiencial; momentos que emergen, al parecer, sin el propósito deliberado de expresar sabiduría.
Por vía de ejemplo, cito aquí el poema titulado La injusticia
, de su Memorial, en cuyo primer verso el poeta declara solemnemente la siguiente verdad: Quien descubre el quién soy, descubrirá el quién eres
.
Dado que se trata de un poema, el verso citado no es una oración formulada en el contexto de una prosa. Por eso no hay un desenvolvimiento posterior de la idea como tal, aunque sí un desarrollo poético de las consecuencias que se siguen del hecho de descubrir el quién soy y el quién eres, en los versos siguientes:
Quien descubre el quién soy, descubrirá el quién eres.
Y el cómo y el adónde.
Toqué de pronto toda la injusticia.
El hambre no era solo hambre, sino la medida del
[hombre.
El frío, el viento, eran también medidas.
Midió cien hambres y cayó el erguido.
A los cien fríos fue enterrado Pedro.
Un solo viento duró la pobre casa.
Y aprendí que el centímetro y el gramo,
la cuchara y la legua medían la codicia,
y que el hombre asediado se caía de pronto
a un agujero y ya no más sabía.
La solemnidad con que el poeta enuncia la sentencia inicial es propia de un gran texto de sabiduría. La explicación filosófica de su contenido puede resumirse en pocas palabras del modo siguiente: el conocimiento de sí mismo es un imperativo moral que pesa sobre todo hombre. En eso reside la raíz de la sabiduría o conocimiento del sentido de la vida, de manera que quien no se conoce a sí mismo estará incapacitado para conocer a otros seres diferentes y distantes. Esa explicación que parece lógica es, sin embargo, incompleta. La sabiduría oriental nos enseña al respecto (Confucio) que el conocimiento de sí mismo es un acceso a la esencia de lo humano, y es esa experiencia la que nos aproxima a la esencia de otros seres humanos.
A juzgar por el tenor del texto citado, el poeta nos está diciendo que, si el sufrimiento de los otros pudo resonar tan intensamente en su propio ser, se debe a que él tuvo una experiencia profunda de su propio ser.
Sobre este punto cabe decir que la evolución de la aventura poética de Pablo Neruda, como lo afirma Amado Alonso, fue como un progresivo ensimismamiento
—a lo cual contribuyó en buena medida la soledad en que vivió durante cinco años en países del Extremo Oriente, como cónsul de Chile—, y ese ensimismamiento evolucionó al fin, saliendo de un mórbido egocentrismo y dirigiéndose hacia la vida real de su entorno y hacia el hecho ineludible de que él nació entre otros hombres que nacieron y vivió entre otros que vivieron
, como dice el primer poema de su Memorial de Isla Negra. Fue así, aunque es difícil comprender cómo un hombre tan ensimismado, como aquel que confiesa No sabía leer sino leerme, no sabía vivir sino esconderme
, pudo transformar ese egocentrismo en un auténtico encuentro con su verdadero ser. Ese encuentro ocurrió, al parecer, por la toma de