Chile necesita un nuevo modelo forestal: Ante los desafíos climáticos, sociales y ambientales
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Chile necesita un nuevo modelo forestal - LOM Ediciones
1972.
Capítulo 1
El sector forestal y la seguridad nacional
La sorprendente vulnerabilidad de la sociedad chilena ante los cambios ambientales
Desde hace mucho, los organismos internacionales vienen denunciando con preocupación dos fenómenos graves relacionados con los bosques naturales de Chile: se refieren a la deforestación y a la degradación. Cuando nos situamos en nuestro país y nos hacemos preguntas respecto del rol e importancia de los bosques y las plantaciones forestales y la forma en que se gestiona el llamado «sector forestal», reconocemos que el tema no logra permear a la ciudadanía, manteniéndose más bien en un ámbito académico, algunas comisiones parlamentarias, subcomisiones gubernamentales de turno y organizaciones no gubernamentales y agrupaciones ambientalistas. Es por ello que desde una perspectiva ciudadana vale la pena preguntarse:
¿De acuerdo a la situación de los bosques nativos, formaciones vegetacionales y plantaciones artificiales, su estado actual, la forma en que se gestionan y la proyección de estos, los ciudadanos tienen la certeza de avanzar a mayores niveles de seguridad y tranquilidad en el desarrollo de sus vidas y sus comunidades locales? Manteniendo las mismas consideraciones, también es legítimo preguntar: ¿percibe usted una mayor amenaza sobre sus formas de vidas individual y comunitaria en los territorios que habita?
Los bosques se relacionan de muy diversas formas con la sobrevivencia de la humanidad. En un escenario de cambio climático, a modo de ejemplo, mencionaremos solo dos aspectos: sequía e incendios forestales. Hoy, desafortunadamente, nadie discute su imprescindible función en la producción y mantención de las aguas. ¿Se podría pensar un futuro en donde las ciudades se queden sin agua para el consumo humano? La respuesta se evidenció en agosto de 2018 en Ciudad del Cabo, la segunda ciudad en importancia de Sudáfrica, que estuvo cerca de transformarse en la primera ciudad del mundo sin agua corriente para el suministro diario de su población de cuatro millones de habitantes. Una drástica sequía de tres años y la duplicación de su población en 20 años la arrastró a una situación insostenible, aunque finalmente superó la problemática. Todo partió cuando las autoridades restringieron el uso de este recurso debido a la baja de los niveles. El racionamiento que comenzó en 2017, con 87 litros por persona por día, llegó a principios de 2018 a un límite de 50 litros; un recorte muy importante, considerando que antes de esta crisis los habitantes de la urbe usaban entre 250 y 350 litros por persona al día. Las noticias de la prensa daban cuenta de que los residentes de dicha ciudad habían empezado a ducharse dentro de cubos, reteniendo el agua para reutilizarla más tarde. Asimismo, el agua de la lavadora... parecía que en esta ciudad ese futuro apocalíptico que parece lejano había llegado. La situación, junto con provocar pánico, significó una caída en las reservas turísticas.
Nuestro país sufre actualmente una grave crisis de sequía cuyo aumento en la duración y frecuencia se debe en gran parte a la disminución de las lluvias producto del cambio climático y otorgamiento de los derechos de aprovechamiento de aguas. Desde 2010 al 2017, en la última larga sequía registrada en la zona sur, se notaron algunos cambios en cuanto a su profundidad, duración y efectos. De pronto, cientos de miles de personas quedaron sin disponibilidad de agua potable y sin agua para sus cultivos y animales. Los responsables administrativos implementaron acciones paliativas, pero ello no superó la preocupación surgida entre los afectados. La distribución de agua para el consumo humano en camiones les dejó la sensación de una pérdida en el control sobre el normal abastecimiento del vital elemento, así como sobre el clima, el medio ambiente y, en definitiva, el control sobre sus vidas.
Cuando un sujeto o sistema está expuesto a amenazas, a su predisposición intrínseca a ser dañado se le denomina vulnerabilidad. «La vulnerabilidad, en otras palabras, es la predisposición o susceptibilidad física, económica, política o social que tiene una comunidad de ser afectada o de sufrir daños, en caso de que un fenómeno desestabilizador de origen natural o antrópico se manifieste» ².
No olvidemos que millones de personas viven en el centro y centro-sur de Chile, y por tanto están en el epicentro de las crecientes incertidumbres y ya han vivido las consecuencias producto de los dos fenómenos catastróficos mencionados anteriormente. Los efectos, que resultan significativos en sus vidas, han impactado en sus condiciones básicas y en el desarrollo cultural y social al cual tienen derecho. Nuestra percepción es que la vulnerabilidad de la población chilena aumenta entre las regiones de Coquimbo a Los Lagos, donde se concentra el 85% de la población del país, toda la industria forestal asociada a las plantaciones y el 50% de los bosques nativos.
La Dirección General de Aguas (DGA) reconoce cinco decretos vigentes de escasez para 61 comunas afectadas por sequía, lo que involucra al 14,9 por ciento de la población del país. De acuerdo con la Asociación Nacional de Empresas de Servicios Sanitarios A.G., del total de los recursos hídricos utilizados anualmente en el país, la industria sanitaria usa sólo el 5% para el consumo de 4,7 millones de hogares. En consecuencia, el principal uso del recurso está radicado en la agricultura, seguido de lejos por la industria manufacturera y la minería.
Se perciben como causas de la escasez hídrica no solo al cambio climático –que es difícil de responsabilizar–, sino que también un sobreúso de los recursos acuíferos, una falta de planificación territorial con enfoque de cuencas y un Código de Aguas que limita la definición a un bien transable, situación que permite la especulación de los derechos de agua. La amenaza, en el caso de los bosques y plantaciones, se expresa mayoritariamente en la manera errónea o negligente de manejarlos e interactuar con ellos.
Los megaincendios forestales registrados en los últimos años también están dando cuenta de una vulnerabilidad que ha alcanzado dimensiones trágicas, destruyendo bosques, plantaciones y poblados enteros. Lo sucedido entre el 18 de enero al 5 de febrero de 2017, se puede describir como una tormenta de fuego extrema, con propagaciones ultrarrápidas de hasta 8.200 ha/hora y con intensidades caloríficas excepcionales de más de 60.000 kW/h. Según el informe evacuado por los expertos de la Unión Europea presentes en dicho episodio, las causas subyacentes fueron la meteorología extrema y el alto estrés hídrico de la vegetación, a consecuencia de una prolongada sequía. Como factor coyuntural añadido, se puede considerar que la situación de bloqueo anticiclónico entre las altas presiones del océano Pacífico y la cordillera de los Andes, durante los días precedentes, habría acumulado energía para desencadenar los acontecimientos en la tarde-noche del 25 al 26 de enero de 2017. Otro factor desconocido fue la alta simultaneidad, más de 100 incendios y los vientos locales que se registraron entre 100 a 130 km/hora.
Los expertos denominaron a este fenómeno «incendios de 6a generación». Cabe preguntarse si estos se repetirán, y la respuesta apunta a señalar que lo más probable es que así sea. Durante el mes de julio de 2018, este tipo de eventos se trasladó a Europa, específicamente a la costa oriental de la región de Ática, en Grecia. La tragedia cobró 91 víctimas fatales, detectándose como causalidad una zona urbanizada sin control en medio de un bosque de pinos, la ausencia de planes de evacuación y los fuertes vientos.
Por un lado y por el otro, no cabe duda de que la pérdida silenciosa de las precipitaciones, el aumento de las temperaturas, el déficit hídrico y los grandes incendios forestales nos llevan, como país, a un escenario de alto riesgo y en el cual no se vislumbran políticas, lineamientos o acciones tendientes a modificarlo. No se ha incrementado significativamente el manejo de los bosques nativos ni se han equilibrado ecosistemas aumentando su biodiversidad. Tampoco se han detenido los procesos de degradación y deforestación y no se recupera la capacidad de producción de aguas en calidad y cantidad.
Uno de los efectos se está haciendo público con noticias de los medios de comunicación referidos a los desplazamientos de personas y poblaciones que dan cuenta de una de las peores formas de migración: navegan en precarias embarcaciones, como aquellos que desde el continente africano intentan llegar a las costas de Europa, o aquellos que durante el 2018 marcharon a pie por Centroamérica, conformando una caravana de 7.000 migrantes que se dirigieron a Estados Unidos a través de México, a pesar de que comenzó con unos cientos que salieron de San Pedro Sula, en el norte de Honduras.
Según el Informe 2018 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), dependiente de Naciones Unidas, los factores que subyacen a la migración son numerosos y muchos están relacionados con la prosperidad económica, la desigualdad, la demografía, la violencia y los conflictos, así como el cambio ambiental, ya sea por deforestación, aumento drástico de temperaturas, sequías, desertizaciones de los terrenos donde trabajaban, inundaciones, huracanes, tifones y subida del nivel del mar, entre otros. Aunque la gran mayoría de las personas se desplaza fuera de su país por razones relacionadas con el trabajo, la familia y los estudios, muchas de ellas abandonan sus hogares y sus respectivos países debido a otras razones imperiosas; entre ellas, por ejemplo: conflictos políticos, persecuciones y desastres. En definitiva, el último eslabón de la vulnerabilidad a la que se enfrentan las poblaciones probablemente sean las migraciones del peor tipo en la forma de desplazamientos o como refugiados.
Esta es la razón de por qué se postula al manejo y la conservación del bosque, basados en un ordenamiento territorial, y la puesta en el centro de las preocupaciones a las personas y su ineludible relación con los bosques o la vulnerabilidad que les genera la ausencia o deterioro de estos. Proteger a los habitantes tempranamente de estos fenómenos es un enfoque netamente de seguridad nacional para Chile, el cual requiere reconocer y proteger las funciones de las formaciones boscosas, proteger y restaurar las cuencas hídricas y mantener el equilibrio de los ecosistemas que conviven con la población.
De la revisión del Libro de la Defensa Nacional de Chile 2017, publicado por el Ministerio de Defensa Nacional, constatamos varias coincidencias en estas materias. En el capítulo VI de dicha publicación, referido a la conformación del Consejo de la Sociedad Civil del Ministerio de Defensa Nacional (COSOC-MINDEF), en 2015 se definen, entre sus prioridades de mediano plazo:
«Fortalecer y promover el paradigma de la seguridad humana en la Política de Defensa Nacional.
«Contribuir a una adecuada adaptación de la Defensa Nacional ante los nuevos desafíos de seguridad humana que emanan de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El año 2015 culminó la agenda de las Naciones Unidas conocida como «Objetivos de Desarrollo del Milenio», y en su reemplazo durante 2016 se puso oficialmente en marcha la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (o sustentable.) Se trata de 17 objetivos globales que apuntan a erradicar la pobreza y proteger el planeta. Cada objetivo considera metas que deben alcanzarse al 2030.
«Incentivar la participación de la Defensa Nacional en situaciones de catástrofe, ya sea a nivel nacional e internacional y en colaboración con los organismos civiles pertinentes».
En este contexto de riesgo de la población y deterioro significativo de las condiciones ambientales principales, como son el clima y el régimen de precipitaciones, se instalan y proyectan nuevos desafíos importantes para la seguridad de la población y la sociedad que implican ampliar el uso del concepto de la Seguridad Nacional a los temas base, como son el agua, los alimentos, las cuencas y los bosques.
2 Omar Darío Cardona, La Necesidad de Repensar de Manera Holística los Conceptos de Vulnerabilidad y Riesgo, 2002.
Capítulo 2
Instrumentos y nuevos desafíos
a) Ordenamiento territorial
Tras la llegada de los europeos, la historia de los bosques nativos de Chile está marcada por el fuego como herramienta principal para habilitar el uso agropecuario en la zona centro-sur, y en el norte como combustible para la minería. La entrega de parcelas a los colonos estaba condicionada a la «limpia» o «roce» a fuego de los densos bosques, para convertirlos en praderas o tierras arables; una tragedia porque se consideraron un obstáculo para el desarrollo, según sostiene Luis Otero en su libro La huella del fuego. Historia de los bosques nativos. Poblamiento y cambios en el paisaje del sur de Chile.
La página del Ministerio de Agricultura (alternativas quemas)³ que informa sobre estas quemas de bosques que hubo a fines del siglo XIX, menciona que entre 1920 y 1940 fueron destruidas alrededor de 2,8 millones de hectáreas en la provincia de Aysén, y en el mismo período, a nivel de país, los bosques, que originalmente cubrían aproximadamente 28 millones de hectáreas, se redujeron a 13 millones de hectáreas.
Desde 1871, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Colonización, que luego pasó a denominarse Ministerio de Tierras y Colonización, fue el organismo responsable de la ocupación de tierras y el avance de la frontera agrícola. La destrucción fue de tal magnitud que originó la primera ley de bosques, que definió qué es un bosque y prohibió el roce descontrolado como método de explotación. Sin embargo, hasta fines del siglo pasado esta técnica continuaba siendo una herramienta destinada a la habilitación de terrenos para la agricultura, la ganadería y la sustitución de bosques nativos por plantaciones forestales.
Recordamos en forma resumida esta historia para mostrar la importancia que tenía el fuego como herramienta para el desmonte y la habilitación agrícola y finalmente en la formación del paisaje, una historia que se refleja en la propia legislación o, mejor dicho, en la ausencia de una legislación coherente. Miguel Castillo Soto et al.⁴, ingeniero forestal, académico e investigador, escribe al respecto: «Las tradiciones en el uso de la tierra también condicionan en gran medida la ocurrencia ancestral de los incendios, que lleva consigo tradiciones y formas de vida que coexisten con el avance demográfico y en la creciente demanda de bienes y servicios derivados».
La desaparición de los bosques también en suelos frágiles causó durante el siglo pasado la degradación y fuerte erosión de los suelos, específicamente en la Cordillera de la Costa, donde además se cultivan cereales en sitios con mucha