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El Bibliotecario Dragón: Pergaminos de Fuego, #1
El Bibliotecario Dragón: Pergaminos de Fuego, #1
El Bibliotecario Dragón: Pergaminos de Fuego, #1
Ebook707 pages6 hours

El Bibliotecario Dragón: Pergaminos de Fuego, #1

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About this ebook

Ciega. Marginada. Maldita. Del más malo de los comienzos, la grandeza se elevará.

Abandonada al nacer por sus padres, Auli-Ambar es vista como una niña arruinada por un insensible golpe de garra del destino. Una carga inútil. Ella es ciega, severamente desfigurada y apta solo para las tareas más serviles. Entonces, un simple acto de amabilidad cambia su vida. Llevada a las Salas de los Dragones, la niña dolorosamente tímida se convierte en una limpiadora de refugios de Dragones y en una vagabunda indefenso en la Biblioteca de Dragones.

Allí, Auli puede caminar en medio del saber que le atrae tan profundamente. Tocarlo. Imaginar mundos dentro de pergaminos. Se emociona con los sagrados aromas del conocimiento, pero siente dolor por lo que la ceguera le ha negado para siempre. En la más cruel de las ironías, Auli descubre que posee una magia que hace que las personas y los Dragones olviden su propia existencia. Esa es la falta de memoria, el poder maldito de la soledad. Solo puede desesperarse.

Solo uno no se olvidará de ella. En lo profundo de los estantes prohibidos del saber de los Dragones draconianos, donde Auli-Ambar ha violado inconscientemente las barreras de protección, un joven erudito Dragón, Arkurion el Azul Mercurio, descubrirá su verdadero don y encenderá su llama. Ahora, en los alrededores de una biblioteca mágica supervisada por el poderoso Bibliotecario Dragón Sazutharr, el extraordinario coraje e integridad de una niña ciega finalmente tendrá la oportunidad de florecer.

Poco sospechan que el destino de todo Dragonkind descansará en sus manos.

LanguageEspañol
PublisherMarc Secchia
Release dateApr 12, 2020
ISBN9781071539743
El Bibliotecario Dragón: Pergaminos de Fuego, #1

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    El Bibliotecario Dragón - Marc Secchia

    Dedicación

    Para los Bibliotecarios Dragones de todo el mundo,

    Guardianes de los tesoros del saber,

    Y para la Sra. G,

    Una bibliotecaria extraordinaria.

    Tabla de Contenidos

    El Bibliotecario Dragón

    Tabla de Contenidos

    Mapa de Island-World

    Capítulo 1: La Inútil Niña Ciega

    Capítulo 2: El Don de los Dragoncitos

    Capítulo 3: El Deseo de un Padre

    Capítulo 4: En las Salas de los Dragones

    Capítulo 5: La Rata de Colmillos Verdes

    Capítulo 6: Por el Amor de los Pergaminos

    Capítulo 7: Mundos de Pergaminos Desplegables

    Capítulo 8: Un Trabajo de Saber

    Capítulo 9: Asesino

    Capítulo 10: Un Enlace Impío

    Capítulo 11: Despierto al Amanecer

    Capítulo 12: Nuestra Pata Derecha

    Capítulo 13: ¡Saber Saltarín!

    Capítulo 14: Magia Musical

    Capítulo 15: Ladrón Autorizado

    Capítulo 16: Aclamo Escondido

    Capítulo 17: Minificación

    Capítulo 18: Instructor Venerable

    Capítulo 19: Espiar a un Espía

    Capítulo 20: Choque familiar

    Capítulo 21: Resuelto

    Capítulo 22: Un Ácaro del Destino

    Capítulo 23: Mentiroso, Mentiroso, Cara de Oso

    Capítulo 24: En el Pensamiento Como en el Hecho

    Capítulo 25: Dragoncito

    Capítulo 26: Pergaminos de Fuego

    Capítulo 27: La Biblioteca Sagrada

    Capítulo 28: Vuelo o Susto

    Capítulo 29: Elecciones

    Sobre el Autor

    Mapa de Island-World

    Versión más grande disponible en: www.marcsecchia.com

    Capítulo 1: La Inútil Niña Ciega

    En el Año de los Cuatro Reyes, entré en el Island-World como una criatura maldita. Era el día del solsticio de verano, el más caluroso desde que había comenzado el mantenimiento de registros hacía cinco siglos. Algunos dijeron que la garganta de Fra’anior se había abierto. Otros temían que el volcán seguramente entrara en erupción y esparciera las cenizas de sus habitantes en todo el Island-World.

    Por supuesto, no recuerdo nada de esa frenética temporada de agitación política, ni aprendería las circunstancias por las cuales el Rey Chalcion vino a apoderarse del Trono de Ónix hasta mucho, mucho más tarde. Las repercusiones, como mi propio nacimiento desafortunado, influyeron en el ámbito de nuestras vidas como el trueno de la monstruosa pata de un Dragón sobre la madeja de tambor del destino desconocido.

    Este es el himno de mi dolor, derramado sobre el pergamino.

    Del útero emergí ciega y deformada, mis ojos oscurecidos por membranas gruesas e insensibles incluso al resplandor directo de la luz del sol. Entre mis primeros recuerdos estaba el jadeo de mi padre, Por el Gran Dragón, ¿qué es esa cosa? Incluso la quietud se afligió. Luego vinieron los sonidos de sollozos suaves que siempre imaginé que serían la respuesta de mi madre a la miserable criatura que había engendrado; a la severa desfiguración de mi boca, labios y mandíbula, que un alma amable una vez describió como dar forma a una sonrisa permanente, pero mis manos me informan que es más una burla permanente y perpetuamente abierta.

    - Mi pobre niña joya pykol - lloró mi madre -. Qué cruel garra del destino...

    ¿Cómo puede comenzar desde tan joven la memoria?

    ¿Por qué debería una criatura ignorante participar en los destinos de reyes y Dragones por igual?

    Una vez fui sombra. Condenada a ser olvidada; indeseada e inoportuna. Era Auli ojos de búho, una chica que solo conocía la oscuridad, y cuya vida era una sombra subsumida en la oscuridad. Sin embargo, el lugar de la desolación se volvió verde de alegría, y la oscuridad, incluso la más sombría aflicción del alma, cedería por fin a la gloria.

    Sí. De verdad he morado en la oscuridad y yo, incluso yo, he visto la luz.

    Auli-Ambar Ta’afaya, Diario personal, Hoja 1

    ¡Swish-Crack! Auli se retorció bruscamente, mordiéndose la lengua para sofocar un aullido de dolor. Dos latigazos chamuscaron su flanco derecho como la mordida del rajal que había sufrido solo tres meses antes, durante el apogeo de la temporada de tormentas. Para su horror, cuando el cubo chocó contra su rodilla izquierda con estrías y cicatrices, el agua fría se deslizó por sus piernas desnudas y se acumuló alrededor de sus pies paralizados.

    El miedo hizo temblar su cuerpo. Rezó para que no fuera así. Quiso quedarse quieta para calmar sus manos, pero sus músculos no sabían lo que era la restricción.

    - Ciega inútil, has derramado el agua - siseó el Maestro Mi’elgan.

    Su voz era el susurro de las escamas de una serpiente a través de las plantas secas, deshidratadas por las extrañas hierbas que le encantaba fumar. Ese olor, como una especie de sudor agrio, con levadura, colgaba sobre su pequeña morada de piedra al borde de la aldea de Ya'arriol. El Maestro, a quien nunca lo llamaría tío, a pesar de su relación familiar, golpeó con la punta de los dedos el marco de la puerta de madera, un golpe seco de pura amenaza.

    - Maestro, limpiaré... - espetó ella.

    - Hasta la última gota - gruñó -. Torpe idiota.

    Su respiración roncaba lentamente, un viento caprichoso que jugaba con los jirones de cualquier equilibrio que ella pudiera haber reclamado. Su mirada invisible, como un taladro, marcó dos agujeros en su cuello doblado. Auli-Ambar intentó estabilizar el cubo de madera contra su pierna, pero bien podría haber intentado contener una de las poderosas tormentas eléctricas que sacudían regularmente la caldera, esas que nunca había visto. La mayoría de las niñas de ocho años podrían ser perdonadas por temor a la furiosa ira del Gran Dragón. La brisa traía un olor metálico a sus fosas nasales. Había una presión creciendo dentro de su cráneo. Sabía que el dolor vendría, porque los truenos siempre apuñalaban como cuchillos en sus sensibles tímpanos a pesar de que metía la cabeza debajo de cada manta de lana ralti que poseía.

    Las pequeñas manos de Auli se sacudieron. El agua rio alegremente como un contrapunto a su temor, mientras caía y salpicaba en el charco que se arrastraba alrededor de sus dedos doblados.

    No deseaba nada más que filtrarse por el suelo de piedra, pero el agua estaba atrapada con mayor seguridad que ella. Menuda parodia. Debería surgir y envolver su ser con una amenaza licuante e ininterrumpida, al igual que las sílabas que caían sobre ella ahora.

    - Inútil - ¡Swish-crack! -. ¡Hija desafortunada! ¡Maldita idiota!

    La mordedura del látigo hecho a mano y su clamor fueron indistinguibles, y su consecuencia fue una violación de su carne. El dolor le atravesó el hombro y el cuello cuando Auli cayó sobre sus manos y rodillas, golpeando el puente de su nariz con un porrazo contundente contra el asiento de uno de los taburetes de la cocina.

    A través del horno rugiente de su dolor, escuchó su garganta desecada entonar las palabras que el Maestro Mi’elgan siempre parecía recitar como un escudo contra su propia agitación interna.

    - No eres más que una inútil niña ciega cuya madre la abandonó al nacer. ¿Tu padre? Demasiado ocupado como para molestarse. Sairana y yo nos encargamos del agobio de tu cuidado, y ¿acaso tienes un hueso agradecido en tu maldito cuerpo? ¿Eh?

    No pronunció ninguna palabra de asentimiento ni negación, ni siquiera un gemido. Eso, según le había enseñado Mi’elgan desde hacía mucho tiempo, solo exacerbaría el castigo.

    - ¡Ves a por el agua! ¡Y esta vez llena la cisterna hasta arriba del todo!

    Sus órdenes misteriosamente prolongadas y brutales finalmente galvanizaron sus pies. Ella se dio la vuelta.

    - ¡Después limpia este desastre!

    Auli-Ambar salió corriendo.

    * * * *

    Sus pies descalzos golpeaban a través de una gruesa capa de hojas dispersas y chasqueaban ligeramente en los lugares más fríos y cubiertos de musgo mientras tomaba el atajo más allá de la casa del Maestro Ga'athar, donde sus tonos guturales se elevaban en una salvaje carcajada que hacía revolotear los pergaminos y los pinzones en pánico El inesperado zumbido de las alas sobre su cabeza sacudió los pensamientos de Auli como un temblor volcánico, pero inesperadamente, los llevó a un lugar mejor. ¿Por qué no podía tener un Maestro feliz? Había escuchado murmullos de que Ga'athar estaba a punto de secuestrar a su futura novia, la misteriosa Yualiana de la aldea en el extremo más alejado de la Isla Ya'arriol. Ese lado daba a las Tierras de las Nubes abiertas. Arrugando su rostro pellizcado, Auli trató de imaginar un reino de muerte muy por debajo de las Islas. Traidor. Maldito. Un montón de monstruos allí abajo, con humos abierto y grietas esperando a tragarse a una niña ciega desprevenida.

    ¡Hssst! Chisporroteante muerte.

    Los escrúpulos aceleraron sus pasos. Ella conocía bien el camino.

    Su padre había pagado al Maestro Mi’elgan muchos drales de oro por su cuidado, ella quería objetar. Xa’an Ta’afaya había murmurado mucho en su última visita, antes de la temporada de tormentas. ¿Pero de qué servían los pensamientos de una joven? Su padre no podía hacer frente a sus necesidades especiales. Su trabajo exigía muchos viajes, que duraban meses e incluso varias estaciones a la vez. Era un hombre importante, un soldado de la Guardia Real de Fra'anior. El rey Chalcion confiaba en él. No pasaba un día en que el Maestro se asegurara de que ella entendiera lo inconveniente que era para todos, pero especialmente para su ilustre padre; una boca que no valía la pena alimentar, una vida miserable que era mejor desecharla por los acantilados.

    ¿Qué era un acantilado? Solo conocía un lugar al final del pueblo donde las termales cálidas y fragantes hacían juegos de polen en sus fosas nasales y le revolvían el largo cabello castaño con dedos invisibles, y que nunca debía alejarse más. La nada esperaba. La caída a la muerte, los Isleños los llamaban acantilados, riéndose de un juego de palabras que frecuentemente bostezaba sus fauces espantosas en sus pesadillas. ¿En cuanto al color marrón? Auli imaginaba que el marrón era como las lenguas de la tierra arcillosa, húmeda por la lluvia torrencial de la noche anterior, resbalando entre los dedos de los pies mientras regresaba rápidamente al pozo del pueblo. Era cálido y turbio, un tipo de color ligeramente pesado pero confiable.

    Sus hombros cayeron. ¿Por qué el Rey robaría a su único padre? ¿Era tan mal gobernante como susurraban?

    El chirrido cercano de un dragoncito llenó su tristeza con la velocidad y habilidad de un ladrón. Un sonido de notas dulces y agudas atravesó el sofocante calor de la tarde como el agua fría goteando sobre su frente. Esas notas dulces y arpa atravesaban el zumbido somnoliento del fondo de insectos sobrecalentados con una pureza precisa. Un momento después, Auli ensayó un pequeño salto. Ella no tenía derecho a ser alegre. No, su destino era una plenitud de tareas, ya que sus guardianes no creían en las manos ociosas, solo en las suyas. El Maestro Mi’elgan era un perfumista y comerciante que decía que trabajaba largas horas en su laboratorio subterráneo detrás de la casa. Durante el día, sus ronquidos a menudo sacudían las vigas. Los negocios de la Señora Sairana la llevaban a diario entre los pueblos y las aldeas, si los cotilleos podían llamarse negocios.

    Una niña ciega oía mucho, incluso si no lo entendía todo.

    - Saludos de las Islas, Auli ojos de búho - gritó una niña desde más allá de los arbustos. Esa debía ser Yathoria, cogiendo tarta de fresas del jardín de su vecino como de costumbre.

    - Saludos de las Islas - respondió ella.

    Mientras caminaba penosamente, una baya inmadura se precipitó por el lado de su cabeza. Auli suspiró. ¿Tenía algún objetivo entintado en su pañuelo? Ajustó el material sucio conscientemente, asegurándose de que enmascarara su cara inferior hasta los ojos. Tal vez debería usar un saco. ¿Qué diferencia haría? La gente miraba boquiabierta hacia su boca o a sus ojos extraños: las exclamaciones, los silencios o la tos mal disimulada eran prueba suficiente de ello. ¡Ojalá nunca contemplara su asco! Sin embargo, ¡cuán desesperadamente deseaba comprender lo que significaba ver, más allá de la riqueza de oír y tocar, saborear y oler! Solo podía soñar con tal privilegio.

    El Island-World debía ser realmente maravilloso. Había estrellas, pájaros y cascadas y... Suspiró pesadamente. Dragones.

    Preocupada por imaginar algo así como una araña peluda con alas, pero inflado hasta convertirse en una bestia al menos del tamaño de una casa, Auli-Ambar se lanzó de cabeza al estómago de una mujer.

    - ¡Ui!

    - ¡Lo lamento! ¡No lo hice queriendo! Por favor...

    - Niña, no voy a hacerte daño.

    La mujer sonaba perpleja, incluso alarmada. Una mano estabilizó su hombro.

    - Ven. Debes ser la pupila de Mi’elgan, ¿no? ¿Cómo te llamas?

    - Auli-Ambar, Señora.

    - ¿Señora? No soy ninguna Señora. Todavía no - De repente, los tonos severos se suavizaron hasta convertirse en una risa -. Shh. ¿Sabes guardar un secreto? Porque lo confieso, debo cerrar las persianas cada noche para que ningún pirata novato asalte mi habitación.

    Auli se rio obedientemente. El perfume de la mujer era exótico, tal vez una flor de fuego con una base de aceite de tasku y notas de neroli meloso, rosa trepadora y ... ¿era una gota de esencia de shimtuzi picante y cara, que una vez había caído accidentalmente en el taller del Maestro Mi'elgan? ¡La paliza que se había ganado ese día! Ella se estremeció.

    - Soy Yualiana - dijo la mujer -. ¿Sueles llevar mariposas monarca con manchas carmesí en el pelo? Cuatro polizones, creo. No, cinco.

    Se humedeció los labios torcidos con inquietud. ¿Otra transgresión?

    - No parece importarles. Debes gustarles. Ahora por favor dime, ¿has visto a Ga’athar...? Por el amor de las Islas, ¿qué estupidez gotea de mis labios hoy? Perdona mi estado de sobrecarga. ¿Podrías...? Vienes por ese camino, ¿no? A menos que juzgue mal el camino.

    Auli confió tímidamente:

    - Sí. La risa del Maestro Ga'athar sacude su barba mientras se ríe en su cocina, señora, y escucho sus pasos acercándose por el camino. Deberías esconderte para que el buen Maestro... bueno, él podría poner manos deseosas sobre tu... ¿tu persona?

    Yualiana volvió a reír, un sonido tan despreocupado que hizo cosquillas en la piel del cuello de Auli.

    - Déjame adivinar. La Balada de las Islas, ¿tercera estrofa?

    - Umh... - Los pensamientos de Auli se tambalearon. ¿Había hablado mal? ¿Había hecho una sugerencia incorrecta? No estaba segura de lo que implicaba deseo. ¿Era un secreto de los adultos?

    Sin previo aviso, el brazo de la mujer se deslizó sobre los hombros de Auli y se encontró abrazada contra un grueso cinturón de tela trenzada que le rascaba la nariz, mientras el dobladillo de sus faldas sedosas se arrugaba contra las espinillas de la niña. Tan maternal y abrumadora era su presencia, Auli sabía que soñaría con esa mujer. Soñaría que tenía una verdadera madre que olía tan fragante como una Yualiana, que era fuerte pero suave por dentro, como el acero flexible.

    Los pesados pasos del camino se detuvieron.

    - Yualiana - respiró un hombre.

    - Ga’athar - respondió ella.

    El aire mismo temblaba entre ellos. ¿Era así como se sentía el amor? ¿Expectativa, anhelo sin palabras y un golpeteo en el pecho de Yualiana?

    Después de una larga pausa, el hombre dijo:

    - Chica, déjame sacarte agua. ¿Cómo te llamas? ¿Me lo recuerdas?

    Sonaba como si se hubiera tragado una rana toro. Qué peculiar. ¿El amor tenía el poder de robar las voces de las personas? Debía ser peligroso. Tal vez la gente lo pillaba como la fiebre del fuego.

    - Era... - dijo Yualiana -, ella me lo... rugiendo rajals, no puedo haberlo olvidado ya, ¿verdad?

    Garras frías le robaron la felicidad.

    - Auli-Ambar - susurró.

    Una mano tiró del mango de su cubo; nudillos ásperos por el trabajo rozaron brevemente el interior de su muñeca.

    - Aquí, Auli - dijo el Maestro -. Perdona mi mente con cerebro de polen. Impresionante tarde, ¿no? Ni una nube en el cielo.

    - Ni ningún Dragón - dijo la mujer. El cubo chocó suavemente contra el borde de granito frío del pozo, donde Auli había descansado muchas veces durante sus tareas -. Gracias por ayudarnos a sacar agua, buen Maestro.

    - Es un placer, lirio del estanque - respondió, sonando como si pudiera arrancar algunas estrellas del cielo por pura alegría.

    Seguramente había otro pozo para el lado más lejano de la Isla. Sí, Auli-Ambar lo recordaba. El cortejo era un juego extraño jugado por adultos, donde el engaño de alguna manera se consideraba aceptable. ¿Y eso por qué? Las mentiras se ganaban sus palizas. Esa ecuación quedó gravada en su mente. La verdad ganaba la vara o el látigo en igual medida; de hecho, cualquier cosa que pasara por sus labios era digna de una paliza. Cualquier nota que una niña ciega tocara con el arpa de treinta cuerdas, el instrumento elegido por la Maestra Sairana para la educación de su guardia en asuntos musicales, estaba en condiciones de ganar un golpe fuerte o tres sobre los nudillos con una varilla de madera.

    De repente, un rayo de perspicacia quemó su mente. ¡Fuera justa o falsa, a sus guardianes no les importaba! La golpeaban simplemente por el bien de ella. Su tristeza era como las profundidades desconocidas y húmedas de ese pozo, solo que parecía no necesitar un balde. Su pozo lleno y desbordado por su propia voluntad.

    El largo mango de metal crujió sobre sus juntas cuando Ga'athar comenzó a golpear la bomba rítmicamente, arriba y abajo, y el agua gorgoteaba en la tubería a medida que se elevaba desde las profundidades húmedas. Sin embargo, un olor picante de su aceite de barba hizo que Auli sonriera bajo el velo de su cara, incluso si esa chispa de euforia ilícita lo convertía en un asunto sombrío y breve. Sus olores hablaban mucho más elocuentemente que las palabras que intercambiaban. ¿Quizás el amor se infiltraba en corazones como el polen inhalado sobre una suave brisa volcánica? La niña consideró esa noción con seriedad. El amor era contagioso, peligroso y, según los baladistas, expulsaba a la gente de la Isla de la Cordura.

    Decidió que nunca se enamoraría.

    Con una variación de un minuto en el timbre de su voz, Auli se dio cuenta de que Ga'athar debía estar mirando hacia el cielo cuando dijo:

    - Mmmh, ¿veo un Dragonship que vuela el banderín naranja fuego de Gi’ishior? Te honrará una visita del Jefe de los Guardianes de los Pergaminos.

    ¿A ella? ¿O a Yualiana? Sin embargo, Auli tuvo la clara impresión de que no se estaba refiriendo a su fragante compañera, que se rio ligeramente y luego, sorprendida por el shock, dejó caer un beso sobre el cabello suelto de Auli-Ambar, sobre la separación que ella había perfeccionado al amanecer, cuando el coro alcanzaba su pico estridente y se cepillaba el pelo largo con los doscientos golpes prescritos. La señora Sairana no permitía ni un solo golpe menos.

    ¿Abrazos? ¿Besos? ¡Se empezó a sentir débil!

    Sus dedos se arrastraron hacia su bolsillo. Dentro había una figurita de metal en miniatura, finamente detallada hasta las garras puntiagudas y las uniones de las alas secundarias y terciarias que formaban las alas barridas hacia atrás, como si el Dragón se estirara listo para su próximo golpe de vuelo. Las espirales de su pulgar frotaban pensativamente sus erizadas puntas del cráneo. A su padre le gustaba comprarle regalos costosos. Las joyas se habían desvanecido en algún lugar de la casa, en la cómoda cerrada con llave de la Señora, pensó, pero a Auli se le había permitido conservar ese pequeño tesoro, porque su padre siempre preguntaba por él. Dos pulgadas de largo. Sorprendentemente fuerte. Frunció el ceño mientras intentaba recordar su nombre. Una Miniatura Roja de Cinizzara, sí. Muy raro; Una fiel réplica de los poderosos Dragones del aire, como su Padre le había dicho. Xa’an parecía saber mucho sobre cosas preciosas.

    Auli escondió al Dragón un poco más al fondo, esperando que esa Señora no quisiera robarlo también. Parecía amable.

    Auli se estremeció cuando unos dedos delgados tocaron la piel fresca sobre su cuello.

    - Tienes un cabello hermoso, Auli-Ambar - dijo Yualiana -, tan hermoso como este día es largo. Toma tu agua ahora y regresa con dos cubos en tu próximo viaje.

    - ¿Dos? - Susurró Auli.

    - Dos cubos se equilibran mejor -explicó Ga'athar -, por lo que no se derramarán tanto al caminar, niña. Te esperaremos aquí.

    De repente, su corazón latía como un rajal enloquecido debajo de su caja torácica, sacudiendo sus extremidades como un temblor de tierra. ¿Qué quiso decir? ¿Por qué esos adultos respiraban como si hubieran compartido un secreto que ningún niño de ocho años podría comprender? ¿Compartían miradas sarcásticas sobre la cabeza de la niña manchada? Pero no, a pesar del terror fundido que bombeaba por sus venas, supo instintivamente que la pareja tenía buenas intenciones.

    ¿Quién estaba en ese Dragonship? ¿Qué presagiaba eso?

    Mientras Auli-Ambar caminaba de un lado a otro en su tarea de llenar la cisterna durante toda la tarde, no pudo evitar sentir que se estaba volviendo cada vez más pequeña, y que el Dragonship entrante se asomaba cada vez más grande en su imaginación, hasta que parecía equilibrado en una roca en la oscuridad listo para aplastar la vida de una inútil niña ciega.

    ¡No! ¡No debía creerse esas falsedades! Pero lo hizo.

    * * * *

    Antes de que el calor húmedo de la tarde comenzara a disminuir por fin, Auli-Ambar hacía mucho rato que había olvidado el Dragonship. Su atención se centraba en las ampollas que se partían en sus dedos mientras caminaba penosamente junto con los cubos de mango áspero, hora tras hora, mucho después de que Ga’athar y Yualiana lamentaran sus disculpas y se fueran. Cada vez que iba al pozo, enfriaba sus dedos en el agua, pero ese consuelo solo parecía suavizar la piel. De ida y vuelta. El Dragón en miniatura golpeaba en su bolsillo. Creía que él estaba respirando fuego a lo largo de sus muslos, porque así era como se sentían sus músculos. Disparos de fuego. Elásticos. Agotada pero incansable, si eso tenía el más mínimo sentido en las Islas. Setenta y tres viajes a través de las fragancias variadas y arbustos de bayas ácidas, recogiendo nueve salpicaduras de bayas frescas que mancharían su ropa y la obligarían a limpiarlas con agua hirviendo, antes de que sus dedos extendidos pudieran tocar el nivel del agua en la cisterna subterránea, a la que se accedía a través de una pequeña trampilla de madera en el piso de la cocina. Le dolían los hombros.

    Para el trigésimo viaje, sus brazos desesperadamente querían caerse, pero siguió adelante.

    - ¡Sin holgura! - Mi'elgan había rugido hacía una hora, torpemente golpeándole el codo al pasar. Cuando ella regresó, él estaba roncando de nuevo.

    - Estertorosamente - susurró Auli cuando estaba fuera del alcance del oído, pronunciando cuidadosamente cada sílaba. Le encantaba esa palabra, extraída de Lay de Muziri el Gris, una balada de alto estilo musical dracotónico. Describía al Maestro perfectamente.

    - ¡Idiota parlante!

    La mano pesada de la señora Sairana golpeó el hombro de Auli, dibujando un grito sofocado. ¿Había estado esperando la mujer para atravesarla camino a la casa?

    - ¿Qué estás diciendo? Qué, ¿eh? -  Su agarre se relajó, luego se movió para pellizcar la puntiaguda oreja izquierda de Auli debajo del pañuelo -. ¡No toleraré nada de tus réplicas, niña! ¡Ahora cambia tu piel perezosa o te lanzaré a la próxima Isla con mi cucharón! Tienes una disposición desagradable, ¿lo sabes? Siempre hablando cuando crees que nadie está escuchando. Sediciosa, eso es lo que eres. Sediciosa e inaceptable. ¿Por qué no estás practicando tus lecciones de arpa, aunque tu torpeza lastime los oídos?

    Auli apretó los nudillos hinchados, incapaz de admitir que sus dedos nunca fluirían sobre las cuerdas como agua ondulante. Estaban demasiado doloridos.

    - Bueno, yo... - comenzó ella.

    - ¡No me respondas, niña! Incluso ese balbuceo sin tono es mejor que escuchar tus constantes quejidos y lloriqueos. No toleraré nada de esa actitud en mi hogar, eres un repugnante trozo de sapo y te diré algo más. ¡Escucha cuando te estoy hablando! Estoy tan harta de tu ingrato balido...

    La Señora avanzó en esa vena mientras arrastraba a Auli-Ambar, descuidada por la forma en que la niña se vio obligada a picarse de puntillas, o los chillidos de dolor que provocó su manejo brusco. Los cubos llenos chocaron y rozaban contra sus pantorrillas inferiores mientras se tambaleaba, exacerbando el dolor punzante en su oído. La gran mujer manipuló su carga sin esfuerzo entre los fragantes jardines de flores frente a la tradicional cabaña de tejado de pizarra de Fra'anior, haciendo que se deshuesara los dedos de los pies en las losas antes de empujar su cuerpo por la puerta principal, que se abría a la cocina de acuerdo con el tradicional diseño.

    - ¡La pillé quejándose e insultándote, lo prometo, Maestro Mi’elgan! - Anunció en un volumen que probablemente podría escucharse en la próxima Isla -. Estrelltoroso te llamó... ¡oh!

    Hubo un silencio tenso.

    Auli-Ambar, congelada en una bola en el suelo de lajas donde se había caído, escuchó tan fuerte como pudo. Escuchó una respiración desconocida sobre su propio jadeo, corta y aguda, casi explosiva. Un aroma como... lirios carbonizados y hojas de papel viejo... ¡un visitante! ¿Podría ser el hombre del Dragonship? Oh cielos, ¿qué horrores podrían caerle ahora?

    - La chica sin valor estaba insultando al Maestro, era ella - insistió la Señora, pero su voz se hizo más pequeña a medida que el silencio del visitante se hizo más profundo -. Le llamó estrumentoso. Lo he escuchado claro como la luz del sol sobre la caldera.

    - ¿Eres la Señora Sairana, verdad?

    La voz del hombre era rica, grave con una dignidad eterna, como pepitas de oro rodando en un barril.

    - Sí, esa soy yo - sonrió la Señora -. ¿Puedo besar tu mano, noble...?

    - Por supuesto que no.

    Auli jadeó. Su tono era igual, pero el despido se parecía al látigo favorito del Maestro. Solo podía imaginarse la cara de la Señora hinchándose como una flor esponjosa antes de que su ira destrozara esos pétalos en un abrir y cerrar de ojos, pero en lugar de escaldar a la niña como la explosión de un géiser hirviendo, Sairana produjo un ruido más como el lamento del sabueso.

    - Lo que puedes hacer - continuó el hombre -, es empacar los efectos de la chica. Me iré con ella. Hoy mismo. Antes del anochecer.

    La Señora comenzó a balbucear.

    - P-P-Pero... no puedes. ¡No puedes!

    - Mira - gruñó el Maestro Mi'elgan -, Chamzu...

    Sorprendentemente, su voz también se estranguló en la nada. Auli no podía creer sus pequeñas orejas puntiagudas. ¡Ese hombre debía tener poderes de Dragón!

    En tonos cultos que no lograron ocultar su furia fulminante, el Maestro Chamzu dijo:

    - Creo que he visto todo lo que deseo ver de vosotros dos. No ensuciaría la mente de una niña haciendo saber mi opinión sobre vuestra conducta en su presencia, ni, para ser sincero, malgastaría mi aliento al hacerlo. ¡Ahora, las bolsas, por favor!

    - Hay documentos, documentos de tutela - se rio Mi'elgan -. No tienes derecho a arrebatar a esta chica de aquellos que son, después de todo, sus queridos parientes - Sus dedos arañaron la parte superior del brazo de Auli -. Debería haber una compensación adecuada.

    - Pensé que era una niña ciega inútil - dijo Chamzu. Auli imaginó que podría marchitar el follaje de Islas enteras con un sarcasmo tan ácido.

    - Pero ella es de la familia. Xa’an Ta’afaya la confió a nuestro cuidado.

    - Es por palabra de Xa'an que he venido.

    - No tienes jurisdicción aquí - espetó Sairana -. En Gi’ishior puedes gobernar como Jefe de los Guardianes de los Pergaminos, pero en Ya'arriol eres solo otro Isleño de Fra’anior.

    - Soy un hombre que sirve en las Salas de los Dragones - respondió el otro, su volumen bajando a un ruido sordo -. Todos los días, susurro en los canales auditivos de los Dragones Ancianos. Los Dragonkind son peligrosamente impredecibles. He oído alegar, en ocasiones, que podrían, solo por diversión, arrojar a cientos de una liga superior sobre aquellos que se ganan su desaprobación. Sería lamentable que tu excelente hogar se convirtiera accidentalmente en... práctica de tiro.

    El Maestro Mi’elgan jadeó como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

    Ese extraño Maestro era Saggaz Thunderdoom cabalgando desenfrenado por los cielos de su imaginación. ¡Era enorme! ¡Un gigante! Los oídos de Auli parecían distinguir sus palabras como el estallido de una poderosa trompeta, como el resonante grito de batalla de un Dragón, y su voz era la canción de clarín de la esperanza. El optimismo salvaje e inexpresable burbujeó en su pecho. El agarre de Mi'elgan hacía mucho que había detenido el suministro de sangre en su brazo, pero estaba zumbando de pies a cabeza cuando los hombres se enfrentaron por encima de ella, ya no hablaban, solo respiraban.

    La miniatura Roja parecía a punto de hacer un agujero en el bolsillo de su túnica. Ella acarició sus garras, solo el toque más pequeño con la punta del dedo. ¿Podría finalmente creer? Tal vez los Dragones tenían magia de la suerte, ya que nada más podía explicar esas olas de fuego que detonaban tan dulcemente en su alma.

    Muy claramente, Chamzu agregó:

    - En cuanto a sus Dragonships, comerciante...

    Auli-Ambar nunca había imaginado que una boca humana pudiera escupir bolas de fuego verbales, pero el estremecimiento palpable en la mano que la sostenía fuertemente, comunicaba mucho.

    - No lo harías - escupió Mi'elgan.

    - No será necesario, ¿verdad?

    La mano la soltó como si su tío hubiera agarrado un carbón al rojo vivo del fuego. No entendía exactamente qué había pasado entre los adultos, pero la Señora entró a toda prisa a la habitación de atrás para arrojar los efectos mezquinos de Auli en una bolsa, mientras el aliento del Maestro jadeaba como un fuelle que goteaba, dentro y fuera. Derrotado. Chamzu lucía su dignidad como si fuera una túnica gruesa: nunca había conocido a nadie que permaneciera tan silencioso y tan inmóvil que apenas podía detectar su presencia. Sin embargo, ella todavía lo olía y se preguntaba si ese olor desconcertante y evocador podría no ser el aroma de los Dragones.

    Los pensamientos revoloteaban en su mente como libélulas juguetonas zumbando dentro de una linterna de cristal. ¿A dónde irían? ¿Qué pretendía hacer con ella?

    Aturdida, Auli-Ambar respondió a la presión de la mano de aquél extraño mientras la llevaba a la puerta. En realidad no caminaba, se tambaleaba, porque sus rodillas se habían olvidado por completo de cómo bisagrar adecuadamente y todavía sostenía un cuarto de cubo lleno en su mano derecha. En tonos suaves, Chamzu le ordenó que lo pusiera junto al umbral, y luego se enderezó bruscamente para dirigirse a su tío y tía por encima de su cabeza.

    - Encontraremos un uso para esta chica - dijo el hombre -, creedme.

    No respondieron.

    Con eso, Auli salió del lugar que había sido su hogar desde la infancia.

    Capítulo 2: El Don de los Dragoncitos

    La inútil niña ciega. Ese era el mantra de mi tío, uno que nunca en mi vida he podido olvidar. De vez en cuando ampliaba su rango con algunos adjetivos elegidos, siendo sus favoritos maldita, espantosa, desfigurada y aborrecible. Nunca he podido escuchar o leer esas palabras desde entonces sin ser consumida por la furia fría. ¿De dónde obtuvo semejante hombre su implacable odio? ¿Qué fría y vil deficiencia de carácter le otorgaba tal placer manifiesto al infligir dolor a los demás?

    Es solo cuando sostenemos el espejo de nuestras propias almas y consideramos lo que creemos que no tiene valor, lo que es vil o  lo que no es amable, cuando realmente podemos ver la naturaleza del mal. Prejuzgar los frutos de la vid de cada vida. Solo necesitamos buscarlo, y muchas veces, encontraremos que prospera más cerca de nuestra puerta.

    Auli-Ambar Ta’afaya, Reflexiones

    Cuando llegaron al Dragonship del Maestro, anclada en un pequeño prado más allá de la casa del Maestro Ga'athar, Auli-Ambar se había convencido de que la golpearían severamente por atreverse a respirar mal sobre el recipiente sagrado. Cualquier hombre que pudiera derrotar al Maestro Mi’elgan sin mover ni un dedo, en su opinión, era más que increíble. Era aterrador. Podía reorganizar las cinco lunas con una palabra casual, y sin duda podría ordenar a los dragones de la legión a la batalla contra enemigos formidables. Ella encorvó los hombros, casi esperando que su perdición descendiera en cualquier momento con el pretexto de un chillido seguido de una detonación baja.

    Una chica ciega menos para molestar en el Island-World.

    Las hierbas del prado y las flores silvestres habían sido golpeadas recientemente por una tormenta de granizo de finales de temporada, pero ahora nuevos brotes habían comenzado a saltar verticalmente, por lo que Auli tuvo que pisar la garza para asegurarse de que no se caía de bruces. Eso hubiera sido imperdonable. Pero el Maestro estrechó su mano para guiarla. La piel de sus dedos era extrañamente arrugada, como el borde de un antiguo pergamino. Poco después, escuchó el crujido musical y el chirrido de las cuerdas que se tensaban a través de las poleas y el murmullo apagado de los fuegos que pensó que calentaba el aire para el enorme globo que ahora enfriaba el lugar donde estaba parada, temblando. Debía estar justo debajo de su Dragonship.

    Auli ahuyentó a una alegre libélula de su pañuelo. Ahora no. Siempre gravitaban hacia los lugares frescos y sombreados al lado de piscinas o arroyos, o claramente, debajo de prácticos Dragonships. Las mariposas preferían revolotear sobre los densos arbustos cargados de flores. Le encantaba escuchar el leve susurro de sus alas, que, según las baladas, agitaba los rastros dorados en medio de las cálidas brisas de Fra’anior. Pero para ella el oro parecía pesado y frío, tan impresionante como el toque de la mano de su Amo. ¿Por qué los Dragones acaparaban el oro? ¿Era porque sus fuegos lo derretían a temperaturas de horno antes de moldear las riquezas a sus enormes y escamosas barrigas?

    De repente, Chamzu dijo:

    - ¿Debo hacer que bajen el barco para que abordes, Auli-Ambar?

    - No, Maestro -, ella respiró.

    - ¿Por qué no?

    - Puedo escalar, no quiero causar ningún problema, ¡por favor, Maestro! - El pánico provocó palabras en un riachuelo -. Soy una chica sin importancia. Además, has hecho todo este camino, a través de las Islas... ¡oh! Hemos olvidado mi arpa. Perdóname, Maestro.

    - Las Salas tienen muchos instrumentos de calidad muy superior.

    - Yo...

    ¿Cómo podía explicarlo? Odiaba el sencillo instrumento con el que trabajaba dos horas cada tarde, pero era lo que conocía. Cada escondite, cada nota equivocada, cada regaño por su torpe poco musical, de alguna manera, hacía feliz a la Señora. La práctica la complacía. La obediencia la complacía más. ¿Cómo esperaba complacer a ese nuevo Maestro sin un arpa?

    Demasiada vergüenza para hablar, se retorció las manos con desesperación.

    - Todos los niños toman clases de música - agregó, confirmando sus temores. Podía esperar que otra Señora o Maestra golpeara sus dedos torpes hasta que sangraran -. ¿Puedes subir?

    Ella asintió.

    Debió haberla mirado con curiosidad, tal vez sintiendo la depresión de su corazón. El Maestro dijo:

    - Muy bien, subiremos.

    - Pero, una tormenta ap...

    Se mordió la lengua esa vez, humillada por el chillido de miedo en su voz.

    - No hay tormenta, pequeña -. Auli no pudo evitar estremecerse, a pesar de que su tono era brusco, casi amable. No podía creer en la amabilidad. En cualquier momento, él agarraría una correa o un cinturón y pintaría rayas en su piel sin valor -. Tengo un Timonero experimentado a bordo. Explícate.

    Auli bajó la cabeza.

    - Soy impertinente, Maestro.

    - ¡Nunca había escuchado nada con tanta verdad sobre las Islas! - Sin embargo, incluso mientras hablaba, le hizo cosquillas con cariño debajo de la barbilla, haciendo que la chica se retorciera y riera, una reacción inesperada y desconcertante -. ¡Ja! Rapscallion traviesa.

    Ahora, mientras hacía sonar su Rs extravagantemente, ¡le revolvió el pelo!

    Auli gritó.

    - M-M-Master...

    ¡Cómo se reía Chamzu! Luego, dijo:

    - No estoy enfadado, pequeña. Estoy lejos de estarlo. Tengo curiosidad y, para ser sincero, también estoy un poco desconcertado. ¿Qué niña de ocho años usa la palabra impertinente en una conversación informal? ¿O la frase arcaica, sin venir a cuenta? ¿Cómo llegó a ser una niña ciega tan bien versada en el saber de los pergaminos, y ese discurso para seguir patrones adultos, incluso medidores poéticos?

    Girando las manos para tratar de detener sus temblores, Auli dijo:

    - Yo ... escucho las baladas.

    - Y las tormentas, ¿haces predicciones?

    Dos veces, su garganta emitió ruidos de murmullos sin sentido antes de que pudiera forzar las palabras.

    - Huelo los cambios en el clima, Maestro.

    - ¿Hueles? - Sus uñas rasparon contra su barba. De repente, el hombre se inclinaba sobre ella. Demasiado cerca. Su aliento, que olía a ramita aplastada de menta, flotó contra su frente -. Eres más de lo que aparentas, Auli-Ambar Ta’afaya. No te alarmes: ¡cómo tiemblas pequeña! He venido a instancias de tu padre. Bueno, es más complicado que eso. Un contacto de confianza me informaba, como el amigo más cercano de su padre durante muchos años, sobre tu situación. Tu padre aún no ha sido informado de mi decisión. Él está haciendo un viaje lejos.

    - ¿Mi situación? -. Repitió ella. ¿Quién era el informante? ¿Ga’athar? ¿O Yualiana? ¿Quién había causado este problema al Maestro y lo había llevado a un largo viaje por las Islas del Borde? - Es demasiado. Maestro, para que un hombre de su estación pueda volar las Islas por mí, estoy feliz donde estoy. Estaba. De verdad. Por favor, no...

    - ¡No mientas! -. Espetó él, pero en cuanto ella se encogió, su tono se suavizó de nuevo. Cogiendo sus manos entre las suyas, el Maestro Chamzu dijo: - Puede que aún no lo entiendas, hija, pero hay personas en este Island-World que creen que los derechos pertenecen no solo a aquellos que pueden permitírselos, sino que deben aplicarse igualmente de lo mejor al menor entre nosotros. Una vez fui maltratado por un mentor de confianza. No podía soportar ver que te sucediera lo mismo.

    Mientras ella permanecía en silencio, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo, sus dedos trazaron suavemente la piel cerca de su nueva herida, y luego dijo:

    - ¿Puedo? - Auli bajó levemente la cabeza y sintió que tiraba del lino grueso de su túnica en la nuca, sobre el omóplato izquierdo, donde quedaba expuesto un trozo de piel. Una palabra que nunca había escuchado antes, probablemente una maldición, surgió de sus labios.

    Él dijo:

    - ¿Mi’elgan te ha hecho esto?

    Auli-Ambar temía retorcerse para no ganar más golpes. Ella asintió miserablemente cuando el Maestro levantó su blusa brevemente, tal vez pasando sus ojos sobre su espalda.

    La mano que agarraba el material se sacudió. Respiró:

    - Ojalá lo hubiera sabido antes. ¿Cuántas veces?

    - Muchísimas, Maestro.

    - Deberíamos curarlas. Y tus manos también. ¿A qué hueles, niña?

    - ¿Oler? Oh, al Maestro le gusta fumar su pipa, Maestro ... ah, Chamzu - dijo. Como sus guardianes siempre exigían respuestas completas, aunque normalmente la interrumpían antes de que ella pudiera terminar de hablar, aclaró: - Es una especie de tabaco llamado sankuweed, Maestro. Creo que es importado de Merxx.

    - ¡Bah, vendedores ambulantes de escoria y corte de Merxx! ¡Saliva repugnante que adelgaza la lengua de Dramagon! - Resopló con fuerza por la nariz, antes de suavizar su voz en explicación -. Sankuweed es un narcótico poderoso. Efectos psicotrópicos. El uso prolongado vuelve loco al adicto. ¿Entiendes?

    Ella asintió, aunque no lo entendía.

    - Sankuweed daña la mente, Auli – dijo él.

    - Oh.

    - Tu tío se volverá loco.

    - ¡Oh!

    ¿Le deseaba tal destino? Los malos deseos tenían una forma de retorcerse para morder a la gente, pero Auli conocía su corazón. Su mano volvió a su Dragón Rojo. Quédate conmigo. Protégeme, poderoso Dragón. Tal vez ella merecía ese ataque de rajal. La bestia anciana, casi sin dientes, la había atacado más allá del pozo y le había mutilado la rodilla antes de que varios aldeanos, al escuchar sus gritos y los gruñidos del felino salvaje, vinieran corriendo y la golpearan con espadas y bastones. Dos días después, un cazador había rastreado al enorme rajal hasta su guarida y había acabado con la bestia.

    Todavía tenía pesadillas sobre el calor de su boca que le destrozaba la rodilla. Los palpitantes y voraces gruñidos. Los rajales eran felinos poderosos que se alzaban a la altura del hombro de un hombre. Se suponía que eran negros, un color que no era un color, y Auli entendió que era el único color que su cerebro había percibido. Ella moraba en la oscuridad. Quizás los rajals surgieron de las pesadillas

    Aún así, esa Isla había sido su hogar.

    La mano del Maestro guió la suya hasta un pasador de madera liso que colgaba de cuerdas a la altura de sus hombros.

    - Avanza un peldaño a la vez. Mantendré la base estable.

    - ¿Volveré alguna vez a Ya’arriol, Maestro Chamzu? - preguntó ella.

    Inhaló, y luego bromeó secamente:

    - Dado que no puedo imaginarme a ningún Dragón en las legendarias Salas, o cualquier Dragón en absoluto, queriendo romperse un colmillo sobre el lamentable y escuálido estante de huesos ampliamente identificado como Auli-Ambar Ta'afaya, anteriormente de la isla Ya'arriol, consideremos a Gi'ishior como tu nuevo hogar, ¿de acuerdo? En cuanto al futuro, ¿qué Hombre o Dragón puede conocer la configuración de las Islas de la vida?

    Auli arrugó la nariz. Ese Maestro era divertido.

    * * * *

    Después de subir de manera constante unos setenta pies por la escalera de cuerda que se balanceaba, una mano fuerte de arriba la levantó los últimos dos pies. Las suelas desnudas de Auli investigaron los tablones de apariencia delgada de un pórtico ligero que conducía a la cabina principal de navegación. Por detrás y por debajo, Chamzu explicó el diseño del Dragonship con detalles sucintos, pareciendo comprender que necesitaba orientación, aunque rápidamente la empujó dentro de la cabina principal.

    El saco de aire caliente principal medía ciento cincuenta pies de largo y era corpulento de cuarenta pies de diámetro, proporcionando suficiente poder de elevación para transportar a veinte adultos y una carga de tamaño mediano, además de pilas de madera de ooliti como combustible. La cabina, suspendida por fuertes pero livianas resistencias de la red de mantenimiento que encapsulaba el saco de aire, también estaba construida de madera de aspecto endeble sujetada por un marco de metal de barra hueca. Chamzu señaló la estación del Timonero antes de hacer una estimación en pasos para ella. Observó que el pórtico circunscribía la cabina principal trapezoidal, que la sujetaba para sostener la barandilla en todo momento, y comenzó a describir las alas de dirección, las velas y las turbinas manuales colocadas junto al globo que le daban al buque su similitud característica con la forma de un Dragón, antes de que él se interrumpiera, murmurando:

    - Pero eso no es interesante para una chica. ¡No, Zimtyna!

    - Maestro, seguramente lo es - dijo entusiasmada.

    Se preguntó si su mirada se estrechaba sobre ella, porque el Timonero se rió bruscamente y dijo:

    - Voy a instruir a la niña, Chamzu. Ven a dar una vuelta al volante, pétalo. Ah, ¿puedes encontrar el camino? Con cuidado.

    - Oh. Zimtyna está profundamente dormida, la chica perezosa - murmuró Chamzu -. Esa es mi hija, mi única hija. Diecinueve veranos. De lo único que habla es de niños.

    Eso era un giro verbal, si alguna vez había escuchado uno. Auli conocía la frase porque las baladas estaban llenas de ojos errantes y ondulantes, codiciosos y tímidos, brillantes y hermosos, pero tristemente, sus propios ojos parecían no hacer nada por el estilo. Se pegaron rápido como rocas feas montadas en el zócalo de su cráneo. Añadió:

    - Ahora, tendré que trabajar en este camarote detrás de ti, Auli. No deseo ser molestado hasta que lleguemos a nuestro destino. Chayku, la chica me asegura que hay una tormenta a la vista. Establezca el rumbo hacia Ha’athior y vigile el clima en el horizonte.

    - Siempre lo hago, Jefe - gruñó él. Auli se desvaneció. Oh no. ¡Había ofendido al Timonero! El hombre bramó inesperadamente, su voz repentinamente sonaba metálica, como si gritara en una tubería: - ¡Fuera! ¡Enciende los fuegos! La chica para mi. ¿Cómo te llamas? ¿Tienes algunas preguntas almacenadas en ese cerebro, o simplemente te quedarás allí imitando a un ratón asustado?

    Un ratón asustado describía perfectamente sus sentimientos. Auli se sintió obligado a responder:

    - ¿Pero no es así? ¿No me va a poner a trabajar duro, Maestro? ¿Debo limpiar tu camarote? ¿Ir a buscarte algo? ¿Pulir tus botas? ¿Puedo enrollar las cuerdas o ayudar a la tripulación...?

    - Santas Islas, ¡no harás nada por el estilo! - La voz de Chamzu flotaba a través de la partició -. Tu trabajo es aprender, niña. Rebusca en el cerebro de ese hombre hasta que llore.

    El Timonero carraspeó y escupió en el suelo, no lejos de su pie a juzgar por las cálidas manchas que instantáneamente decoraron sus dedos.

    - ¿Eh?

    No era un mal hombre. El Timonero Chayku tenía tres hijas y cinco hijos, le dijo, colocando sus manos en la posición adecuada en el borde ancho de la rueda, que operaba las alas y alerones colocados lateralmente en los flancos del barco. Dos surcos gemelos a treinta grados de la vertical, babor y estribor, eran sus guías. Él la guió a través del proceso de despegue, y pronto se volvió tan gárrulo como un periquito cuando descubrió en Auli una audiencia entusiasta, ¡cualquier cosa para evitar la vara o el látigo o lo que sea que ese nuevo Maestro empleara en sus sirvientes! El barco crujía, zumbaba y gemía, sonando como un anciano asmático mientras se elevaban a media milla en el aire, estableciendo su rumbo dos puntos al norte del oeste de acuerdo con la brújula que ahora le permitía sentir, colocada en un pedestal junto a la rueda.

    - La bitácora – dijo -. Además, esto no es una rueda; el término apropiado es timón. Ahora, ¿crees que puedes recordar todos los pedales y configuraciones manuales que te mostraré?

    Auli prometió:

    - Haré lo mejor que pueda, Maestro.

    - Emh. Eres un pequeño dragoncito de mente seria, ¿no?

    La acre espiga de madera oolita densa y ardiente se deslizó hasta sus fosas nasales cuando una puerta se abrió y se cerró detrás del hombro izquierdo de Auli-Ambar y, a pesar de la ganancia de altitud que podía sentir en sus oídos, el polen, las fragancias florales y el sulfuro, las arenas arenosas del aire volcánico no disminuyeron en su percepción. Se decía que Fra’anior era una joya entre las Islas, el mayor logro creativo del Gran Ónix, Fra’anior. Su aliento legendario calentaba la caldera central masiva, un charco activo de lava de unas dieciocho leguas de ancho... Auli no podía imaginar tal amplitud. Una persona podía caminar durante días para llegar al otro lado, no se recomendaba caminar. Los gases tóxicos y un lago de lava fundida hacían que la caldera fuera intransitable. Todos los viajes entre las Islas de la pared del borde se realizaban necesariamente por vía aérea; Los Dragones volaban donde querían, mientras que los Humanos se movían en sus Dragonships.

    Después de una hora en el aire de acuerdo con el sonido de media hora del reloj de arena ubicado debajo de la brújula, frente a su posición, el Timonero gruñó:

    - ¡Apestando a un Dragón salvaje, llega la tormenta que pronosticas! Fuerza para tu pata, niñ - Se escondió detrás del macizo de Ha'athior.

    ¡Oh! Quizás se había librado de una paliza después de todo. Auli golpeó su estatuilla subrepticiamente en la nariz. Me das buena suerte, señor Rojo. Buen trabajo.

    En voz alta, ella dijo:

    - Maestro, pensé que la Isla Ha'athior estaba ... ¿prohibida? Para los Humanos, quiero decir.

    - Así es, mi joven Timonera - apenas dudó el tiempo suficiente para que Auli concluyera que estaba considerando decir una mentira -, aterrizaremos en un monasterio en la costa del macizo principal que, según se dice, es muerte con solo pisarla. Uno de los monasterios que se adhieren al Camino del Dragón.

    Ella rebotó sobre los dedos de sus pies. "Ooooooh!"

    - Ooh sí -, Chayku se rió secamente -. Pero es mejor enterrar el conocimiento profundo, niña. Al parecer, el rey Chalcion tiene poca paciencia con las Islas y los monasterios que desdeñan su yugo. Ahora, prepara el timón como te enseñé y establece las paradas. La cena está servida.

    Y así, de un momento de alegría al mundo de su dolor. Auli siempre había sido desterrado a una habitación trasera cada vez que Mi’elgan y Sairana comían o tenían invitados. Decían que verla consumir sus comidas era una experiencia repugnante y nauseabunda. Tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener la comida dentro de la boca y cubrirse los labios partidos y torcidos con las manos para evitar el derrame inevitable. Auli se disculpaba y se volvía a disculpar  y ardía humillada cuando sus nuevos compañeros aparentemente no se dieron cuenta de sus dificultades, pero sabía que estaban observando, compadeciéndose, juzgando. Todos lo hacían.

    A mitad de la cena, celebrada en la mesa del Navegante en la cabina de proa, Zimtyna hizo su aparición, sonando muy confusa, y se unió a ellos para dejarse caer en el cuarto lugar con un gemido exagerado. Se apoderó generosamente de las bayas, frutas y panes de nueces comunes en las Islas antes de notar la presencia de Auli. Luego vinieron las inevitables presentaciones incómodas, la mirada silenciosa, la alegría forzada y el encubrimiento de su reacción.

    ¡Cómo odiaba sus deformidades!

    A veces, deseaba haber nacido sin rostro.

    El Dragonship pasó la noche en una pequeña Isla en la costa de Ha’athior, como se había prometido, donde el Maestro Chamzu tuvo consultas con un monje llamado Maestro Jo’el. Los oídos de Auli se emocionaron con la constante canción de dragoncitos alrededor de un pequeño lago en el cráter junto al cual el edificio del monasterio estaba aparentemente muy bien escondido, y Zimtyna la llevó a un rincón tranquilo a lo largo de la orilla del lago para bañarse. El agudo chasquido de los monjes que entrenaban con armas se transportaba claramente sobre el aire tranquilo de la noche, y resonaba en los acantilados que rodeaban el lago. Auli se rió mientras la cálida arena volcánica de la playa le hacía cosquillas en los dedos de los pies. Dragoncitos bailarines, eso era muy diferente a todo lo que había experimentado en casa.

    Mientras se sumergían hasta la profundidad de la cintura de Auli, antes de hundirse hasta el cuello, Zimtyna suspiró:

    - ¡Nunca he estado tan agradecido por el agua fría! Todos esos monjes musculosos vestidos con taparrabos, no tienes idea de lo que eso le hace a una chica.

    Tenía algunas nociones extraídas de las baladas de las costillas que mencionaban ataques de desmayo, palpitaciones del corazón y un comportamiento generalmente insano cada vez que los niños conocían a las niñas. Auli pensó que todo era bastante ridículo. Ella conocía a muchos niños. Les gustaba hacerla tropezar o le tendían trampas para sus pies incautos, y en cuatro o cinco ocasiones la habían sujetado y le hacían cosquillas hasta que suplicaba piedad, pero su tortura favorita era usar su cabeza para practicar tirachinas. La fruta podrida era el arma de elección, arrancada del denso follaje de la Isla. Ni siquiera necesitaban esconderse, mientras permanecieran callados ... ¡zumbido! Ella conocía ese sentimiento demasiado bien. Los niños eran bestias

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