LAS GRUTAS DEL CONOCIMIENTO PERDIDO
El silencio es una de las virtudes más apreciadas por el budismo. Su dominio facilita el tránsito a estados superiores de conciencia y abre las puertas del ansiado Nirvana. Pero, ¿se puede esculpir el silencio en una roca? Hay un rincón de la antigua China donde casi podríamos afirmarlo, o cuando menos, todos sus visitantes acabamos inevitablemente sin palabras. Ni siquiera algunos de los más reputados escritores chinos fueron capaces de verbalizar con suficiente precisión aquello que contemplaban sus pupilas. El lenguaje humano se les quedaba corto porque aquel enclave necesita de un lenguaje próximo a lo divino para hacerle justicia.
Nos estamos refiriendo a las cuevas budistas de Yungang, en el norte de la actual China, junto a la ciudad de Datong. En los años treinta del siglo pasado, el historiador y literato Zheng Zhenduo dijo al visitar el lugar: «La majestuosidad y el poder de las Grutas de Yungang resultan inimaginables… Cada gruta, cada estatua, cada cabeza esculpida, cada postura, e incluso cada trozo de tela, cada rueda de fuego o diseño es digno de conservarse, apreciarse, observarse, escudriñarse, analizarse e investigarse… De hecho, la estructura completa merece el honor de ser el mayor museo de arte tallado. Sin embargo, incluso una sola gruta, una sola cueva o una sola roca puede aportar a sus visitantes gentileza, ternura, amabilidad y belleza. Están en una distribución perfecta. Juntas, son vigorosas y magníficas; separadas, cada una es completa y distinta… Entrar en una gruta es como entrar en una montaña de tesoros. La abundancia de raros tesoros y la belleza de los paisajes te hacen sentir que tus manos y ojos están demasiado ocupados para poder moverse».
Por aquellos mismos años, la poetisa Bing Xin dedicó a las cuevas otro puñado de líneas igual de elocuentes: «Miles de millones de encarnaciones budistas están talladas en las montañas con una destreza artesanal extraordinariamente fina, impresionando a los visitantes y atrapando sus ojos y su
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