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Salida ilegal: Una historia real de balseros narrada en primera persona
Salida ilegal: Una historia real de balseros narrada en primera persona
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Salida ilegal: Una historia real de balseros narrada en primera persona

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About this ebook

Salida ilegal nace de la pluma de su autor y protagonista como producto directo de su imperiosa necesidad por conseguir que el mundo conozca y entienda la cruda realidad de un tipo de migración desconocida para la gran mayoría. Es la recopilación fidedigna de lo vivido por el autor durante el espacio de tiempo comprendido entre los meses de mayo a diciembre de 2016, periodo en el que se involucró en cuatro intentos consecutivos por escapar de la isla que lo vio nacer.
Una amena y atractiva narración donde descubrimos paso a paso las razones que han impulsado a miles de cubanos a arriesgar la vida a bordo de precarias y rústicas embarcaciones de fabricación casera en un desesperado esfuerzo por cruzar la peligrosa corriente del estrecho de la Florida para llegar hasta tierra de los Estados unidos. Salida ilegal es una denuncia abierta al desprecio, la intolerancia y el maltrato con que trataban los gobiernos de Cuba y EUA a cuantos intentaban escapar por esta vía.
Una historia donde la desesperación conduce a los hombres a acciones extremas que, generalmente, terminan en frustración y dolor, y en no pocas ocasiones en muerte. Salida ilegal es de obligada lectura para todo aquél que pretenda no dejarse seducir por la propaganda y prefiere escuchar al ser humano. Es el confiable testimonio de tantas voces que no tienen otra forma de hacerse escuchar.
LanguageEspañol
PublisherGuantanamera
Release dateAug 14, 2017
ISBN9781524304843
Salida ilegal: Una historia real de balseros narrada en primera persona
Author

Pedro Ramírez González

Pedro Ramírez González (Santa Clara, 1970) es un autor cubano que presenta dos obras publicadas. La primera se titula La isla sin sol (editorial United PC); la segunda es Legado de muerte (editorial Planeta Alvi). Cuenta además con otros trabajos en proceso de aceptación. Marcadamente comprometido con el sentir de la sociedad cubana de la actualidad, ha puesto su esfuerzo y estilo al servicio de un propósito supremo: hacer todo lo posible para que el mundo conozca lo que considera una cruda realidad en la que están obligados a vivir los cubanos desde hace casi sesenta años. Para lograrlo, trabaja tanto el testimonio real como la ficción, en dependencia de la obra en particular. Con un estilo transparente y sencillo en apariencia, puede hacernos sentir las complejas emociones que experimentan los múltiples personajes de sus libros, permitiendo al lector sentirse observador presente en cada historia, ya sea real o ficticia.

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    Book preview

    Salida ilegal - Pedro Ramírez González

    Una historia de balseros

    Sentado sobre un rústico banquillo oculto en el manglar y de frente la cálida brisa proveniente de la bahía de Cabañas me decido a comenzar la incierta tarea de relatar una historia para la cual, en este momento, no dispongo de un final. Es mi intención hacer de este un relato completamente fidedigno, trataré de ajustarme escrupulosamente a cada detalle y al orden en que sucedieron tantas cosas, unas insignificantes, otras extremadamente importantes pero todas imprescindibles para la comprensión de lo traumático, difícil y peligroso que resulta para los cubanos escapar de este enorme presidio rodeado de agua en la que ha convertido la dinastía comunistas de los hermanos Castro a esta siempre hermosa isla del Caribe a la que con tanto amor llamamos Cuba.

    Son las dos y cuarenta y dos minutos de la tarde del miércoles 13 de julio del 2016. En el espesor de la manigua el calor es asfixiante, por momentos pareciera que hasta el oxígeno escasea en el pequeño claro abierto a golpe de hacha y machete donde está por terminarse la embarcación que pudiera liberarnos de la esclavitud. Es por ello que salí en busca de aire fresco por el estrecho y zigzagueante trillo entre las zarzas espinosas y el exuberante Marabú hasta llegar al borde donde las mansas olas lamen la fangosa orilla. Junto a Carlos estoy haciendo guardia al medio de transporte en el que están puestas las esperanzas y sueños de catorce hombres. Nuestro turno de custodia termina dentro de unas cinco horas habiendo así completado 24 horas de las cuales las enmarcadas entre la puesta del sol y la mañana firme se pueden definir como infernales. Con la llegada de la noche se desata una plaga de voraces mosquitos que en su afán por encontrar sangre son capaces de buscar con desenfreno hasta hallar la más pequeña abertura en la ropa para clavar su aguijón y succionar hasta llenarse. Dormir rodeado por semejante enjambre es totalmente imposible, tan solo el agudo y desequilibrante zumbido basta para borrar el sueño de los ojos del que más agotado esté. Pero es imprescindible este sacrificio, con la embarcación ya prácticamente terminada no se puede correr el riesgo de que alguien casualmente la encuentre desprotegida, sin custodia en la maleza. En poco tiempo la echan al agua y la esconden en otro lugar, para cuando nos demos cuenta lo habríamos perdido todo y no ha sido poco el esfuerzo físico, el dinero empleado y el riesgo que a todos ha costado construir este pequeño barco. Pero, como es fácil deducir, este no es el comienzo de esta historia, yo diría que si Dios quiere, este podría ser casi que el final pero eso está por ver. De modo que retrocederemos hasta principio para comenzar en el día en que me mordió el bichito infectándome con la idea de enrolarme en un intento de salida ilegal del país.

    Lo primero que haré será presentarme, mi nombre es Pedro Ramírez, soy natural de Báez un pequeño pueblecillo de la provincia de Villa Clara en el centro de la isla y actualmente vivo con mi esposa e hijo en la ciudad de Sancti Espíritus. El mío será el único nombre real que encontraran en este relato, es esta una necesaria medida de seguridad cuando se vive en un país como Cuba donde cualquier cosa inconveniente al sistema es severamente sancionado y no tengo yo ningún derecho a poner en riesgo a las personas involucradas en esta ilegalidad. Mucho menos cuando, como ya dije con anterioridad, desconozco el final de esta historia. De modo que comencemos y espero no se escape algún detalle a mi mal entrenada memoria.

    Capítulo 1

    Un sueño que puede hacerse realidad

    Siempre alojé un fuerte sentimiento de repulsión dirigido contra el sistema comunista implantado por Fidel Castro y su jauría en este país. O, mejor sería decir que ellos me obligaron a odiarles desde niño, cuando apenas comenzaba en el preescolar, si, cuando solo contaba cinco años de edad. Mi madre ya en esa lejana fecha se había convertido al cristianismo y practicaba con devoción su creencia en el seno de la congragación de los Testigos de Jehová. Dada la inflexible postura de estos en cuanto a participar en actos políticos, eventos militares y hasta su negación a saludar símbolos nacionales desde temprano fueron objeto de todo tipo de abusos y atropellos por parte del gobierno revolucionario implantado el 1ro de enero de 1959. Otras confesiones religiosas fueron también perseguidas con severidad en mayor o menor medida durante aquel oscuro periodo del comunismo cubano que ahora pretenden haber olvidado tanto políticos como creyentes. Adoctrinado por mi madre uve de plantarme duro contra los intentos de maestros, vecinos y familiares que pujaban tratando de convencerme por cualquier medio de que me alejara de mi fe e hiciera lo que todos hacían, dejarse esclavizar por un gobierno que todavía no terminaba de ensañar todo lo que tenía. Recuerdo mis primeros días de preescolar, la maestra presionándome cada mañana para que saludara la bandera, cantara el himno nacional y dijera a coro con los demás alumnos el lema pioneril pioneros por el comunismo, seremos como el Che. Era aquella una batalla de todos los días, todos ellos exprimiéndome, burlándose de mi e intimidándome. Solo podía rendirme y renunciar a lo que mi madre me había enseñado o resistir. Era un camino de solo dos vías así que aposté por quien me trajo a la vida y hasta el día de hoy no me arrepiento. Resistiría a toda costa y día a día fui ganando una guerra en la que siempre estuve en total desventaja.

    Cada etapa traía nuevos desafíos y con la entrada en el primer grado llegó uno de los más grandes. Con solo seis años de edad tendría que soportar la inmensa presión de toda una escuela para que aceptara que me pusieran la pañoleta blanca y azul. Desde varios días antes de comenzar el curso escolar empezaron las amenazas de que se llevarían presa a mi madre si no me hacía pionero y continuaron hasta meces después cuando vieron que no transigía y decidieron cambiar de estrategia. No fueron pocas las veces que me sostenían entre varios y me colocaban por la fuerza una pañoleta o me tomaban desprevenido y me la ponían solo para burlarse de mí. Cuantas veces me hicieron llorar de impotencia delante de todos no recuerdo pero sí sé que no hubo un día en ese curso en el que pueda decir que no me sentí coaccionado de una u otra forma. Todavía hoy me pregunto: ¿Cómo es posible que personas que te conocen desde que naciste se presten para semejante vejación? ¿Qué razón puede haber y con el peso necesario para motivar a un ser humano a someter a semejante abuso a un niño de solo seis años? ¡Bueno! Gente de ese tipo son las que se sobran en este país. Pero ese solo fue el comienzo y esta no es la historia de mi vida de modo que baste lo anterior para entender mi aversión al comunismo.

    Abandonar el país fue siempre una intención subrayada en mi lista de prioridades y un día, no hace mucho, decidí intentarlo por la vía ilegal. Todo comenzó con una conversación telefónica de larga distancia entre el centro y el occidente del país. El padre y dos hermanas menores de mi esposa viven en territorios de la recientemente fundada provincia de Artemisa y antiguo territorio pinareño. La comunicación entre ellos siempre fue relativamente estable a pesar de la distancia. El suegro nos visita generalmente un par de veces al año y el teléfono permite que las hermanas conversen de vez en cuando. Sobre las ocho de la noche del domingo 1 de mayo del año 2016 escuchamos el timbre del teléfono, era la hermana menor de mi esposa que siempre fue muy apegada a ella. Después de los saludos habituales y de enterarse del estado de salud de los chicos de ambos lados y del resto de la familia comienza una conversación sobre un tema que siempre consigue monopolizar la atención de cualquier cubano y si este siempre ha querido salir de esta enorme prisión sin muros pues con más razón.

    ―Tata, el marido de Mirelys llegó hoy a la Yuma ―oigo por el altavoz a la hermana menor de mi esposa que continúa diciendo―. Está en cayo Tortuga, llamó hace solo un rato, aquí estamos como locos de alegría.

    ―¡Qué bueno niña! ―responde mi mujer ―¿Cuantos días se demoró en el viaje?

    ―Navegando estuvo solo treinta horas. Hicieron un viaje perfecto y desde que llegaron les dieron asistencia. No puedo contarte más porque hace poco que llamó y no dio muchos detalles, después te digo más.

    Suficiente. Ya el asunto tenía toda mi atención. Irme de esta mierda de país fue siempre mi intención desde que tengo uso de razón pero nunca tuve posibilidades reales. Lo más cerca que estuve fue cuando me concedieron una entrevista en la sección de intereses de los Estados Unidos. Trataba yo de aplicar al programa de refugiados políticos o perseguidos religiosos y la señora que me atendió no me dejó ni hablar

    ―¡Limítese a responder estrictamente lo que yo le pregunte! ―me dijo en tono imperativo y no quiso ni ver las evidencias que le presenté de los atropellos y abusos que funcionarios públicos, militares y policías de la dictadura se esmeraron en practicar contra mi persona. Supongo que esa funcionaria del Departamento de estado norteamericano estaba vinculada de algún modo a la seguridad del estado cubano como tantos otros lo estuvieron y con seguridad aún los tienen en diferentes puestos. El asunto es que me dieron el sobre amarillo y me indicaron la salida terminando así de corteses con todas mis aspiraciones de escapar del infierno.

    ―Aquí está la respuesta a su caso ―fue todo lo que dijo al entregarme el dichoso sobre al que no di prisa por abrir sino hasta varias horas después cuando estaba ya cómodamente instalado en casa, sabía muy bien lo que contenía:

    ―Lamentamos comunicarle que usted no reúne los requisitos para aplicar a este programa de refugiados.

    Y hasta ahí las clases. Y saber que han aprobado a policías abusadores, impostores, miembros del partido comunista y tanta gente que lo que han hecho es vivir a toda leche de este comunismo para venir a decirme a mí que no califico. Por eso es que tienen a tanta gente de la seguridad del estado enquistados en cada estado de la unión.

    ¡Pero la vida es así y hay que tomarla como venga! De modo que continué buscando opciones y cuando tenía el dinero suficiente y la posibilidad de salir para Ecuador y desde allí comenzar el largo recorrido terrestre que miles de cubanos hicieron tomé el rumbo equivocado y me fui en busca de trabajo a Moscú la capital Rusa, nada más y nada menos que a la mata del comunismo. Ya pueden imaginar el resultado, no solo perdí mucho tiempo valioso, también perdí casi todo mi sacrificado dinero. Y aquí estoy de nuevo, con las orejas paradas cerca del teléfono, igual que el perro cuando oye sonar los cubiertos.

    Siempre supe que la zona más occidental del país era la más propicia para las salidas en embarcaciones dada la mayor proximidad a territorio americano pero nunca tuve ni las intensiones ni las conexiones para envolverme en semejante empresa y hasta consideraba una peligrosa locura involucrarme en semejante aventura pero la vida es así de impredecible y lo que nunca fue para mí una opción ahora me resultaba fascinante y viable. En cuestión de un par de días se repitió la llamada desde el occidente y tuve la oportunidad de hablar con el marido de mi cuñada sobre el delicado tema de las salidas ilegales. Por supuesto que, por teléfono, no se puede hablar abiertamente de semejante asunto por temor a que los mecanismos de seguridad del sistema te marquen y te pongan un seguimiento que puede terminar en un explote. En este tipo de tema siempre se tiene que hablar en sentido figurado y tener cuidado de no usar ninguna palabra que pueda asociarse con una salida ilegal. El primer contacto con mi concuño se desarrolló del siguiente modo:

    ―¡Dime hermano! ¿Cómo están todos por allá?

    ―¡Dime socio! Aquí todos bien y tratando de mejorar ―respondió de inmediato.

    ―Oye brother, ¿qué posibilidades hay de que me inviten a una fiesta como la que hizo tu hermano hace unos días? ―pregunté sin dilación.

    ―Puede que sí. Aquí se hacen fiestas así a cada rato.

    ―¿Cómo puedo hacer para participar en un fiestón de esos?

    ―Tienes que venir acá para ponernos de acuerdo y empezar a preparar condiciones ―respondió sin pensarlo.

    ―Has un viajecito y ven para cuadrar bien el asunto.

    ―Ok hermano. Dentro de un par de días estoy allá.

    Y así fue, para finales del segundo día posterior a aquella conversación salí acompañado de un pariente de mi esposa portador de un propósito idéntico al mío dispuestos a llegar lo más rápido posible a nuestro punto intermedio y escala obligatoria del trayecto, la Habana. Tanto fue el entusiasmo que portamos y la prisa por llegar a nuestro destino, que cometimos la locura de abordar un ómnibus en el que no quedaban asientos disponibles, de modo que hicimos los más de trescientos kilómetros de pie pero valió la pena, para las tres de la madrugada del día siguiente estábamos ya en la capital y a la espera del ómnibus que parte hacia Pinar del Rio. El recorrido resultó fascinante como siempre sucede si es la primera vez que transitas por determinado lugar. Especialmente interesante fue el tramo enmarcado entre el puente de San Cristóbal o La Muralla como muchos suelen llamarle y el pueblo de Bahía Honda cabecera del municipio con el mismo nombre. Muy a pesar de lo agotado que me sentía pude disfrutar de un recorrido maravilloso zigzagueando entre empinados riscos y profundos barrancos preñados de la más exuberante vegetación, con inclinados y largos ascensos y vertiginosas bajadas a la sombra de empinadas lomas que no permiten la llegada de los rayos directos del sol sino hasta el mismísimo mediodía para finalmente caer hasta una pronunciada y extensa depresión donde se encuentra el poblado al que le queda grande el termino de ciudad y corto el de pobre. No es que le haya tomado mala voluntad al sitio en cuestión solo que en el poco tiempo que estuve moviéndome por la comarca encontré sobradas razones para compadecerme en extremo de la mala vida a la que se ven sometidos los lugareños dada la pésima administración de todo lo elemental para la vida. Y, como pueden deducir, si hablamos de administrar cualquier cosa en este país estamos hablando del gobierno comunista y este es siempre de lo peor imaginable solo que en algunos lugares, como este del que hablamos y muchos más, puede resultar aún peor de lo que cualquiera pueda imaginar.

    Una vez en Bahía y después de preguntar para ubicarnos salimos caminando en busca de la terminal de ómnibus para, desde allí, continuar rumbo al poblado llamado Las Posas ubicado unos treinta kilómetros y lugar donde vive o por lo que pude ver después mejor digo que rabea la hermana de mi esposa y familia. Trescientos interminables metros bajo nuestro exagerado cálido sol y ya estamos en la terminal de ómnibus municipal. ¡Qué falta de respeto llamarle así a ese mal oliente, sucio e incómodo local! Las manchas de orina en las paredes y restos de excremento humano en los alrededores son los elementos sobresalientes en la decoración del inhóspito sitio a lo que podemos sumar una colindante cafetería arrendada con precios impagables y peor calidad para cada uno de sus productos en venta, un duro, soleado y concurrido muro de concreto como único mueble de espera y un punto de venta de productos en divisa totalmente desierto emitiendo música a un volumen realmente ensordecedor.

    ―¿Podría decirme a qué hora sale algo rumbo a Las Posas? ―pregunté a la única empleada que encontré en una pequeña y desordenada oficina. La respuesta fue corta y clara.

    ―La Diana (ómnibus pequeño de fabricación china) ya salió, ahora es a lo que pase.

    Eso de a lo que pase es una expresión muy conocida por todos los cubanos y que dependiendo del lugar geográfico es sinónimo de coger botella, salir al dedo, hacer auto stop o aterrillarse hasta los cojones parado al retortero sol al lado de la carretera hasta que alguien se apiade y detenga el vehículo ya sea por bondad o para cobrarte, no importa, el asunto es salir del sitio donde estás lo antes posible. Y así fue que salimos ya cerca las once de la mañana sobre la cama de un camión de carga dando brincos y agarrados con fuerza a la baranda para no caer en las curvas pronunciadas o en uno de tantos frenazos para entrarle algo más suave a un bache. Algo así como treinta minutos después hacíamos entrada en el asentamiento rural de Las Posas formado por un grupo de casas a ambos lados de la carretera, una escuela, panadería, bodega, punto de venta de productos en divisas, un bar cafetería, un local de correos, un restaurante y dos edificios de apartamentos en el extremo final. Dicho así parece muy bonito pero puedo asegurarles que no lo es en lo absoluto y me sobran razones para afirmarlo. Con la cara cubierta de polvo y los ojos llorosos descendimos del bienvenido medio de transporte y tras hacer las indagaciones pertinentes emprendimos la marcha hasta los edificios antes mencionados donde residían las personas que buscábamos y a las cuales no conocía personalmente, pues hasta el momento todo contacto con ellas siempre fue vía telefónica.

    Una cálida bienvenida seguida de cerca por las preguntas pertinentes sobre el resto de la familia y ya estábamos entrando en materia de interés prioritario. Es mi concuño un personaje oficialmente interesante, dado que hablamos de individuos y viendo que esta historia comienza a tomar forma, me parece oportuno que definamos ciertas partes de la misma tomando como referencia la gran variedad de personajes que en ella encontraremos. Por supuesto que yo los definiré según el criterio que me he formado mientras estuve en contacto directo con cada uno de ellos y usted amigo lector al final podrá, como alguien dijo, sacar sus propias conclusiones. De manera que recomenzamos y antes de continuar describiendo al personaje de mi concuño hagamos uno de tantos cortes o partes o capítulos, como quiera llamarlos.

    Capítulo 2

    El inflador

    De mediana estatura, piel blanca, muy expresivo, aunque atropellando las palabras y algo escaso de cabello. Así me llegó, de golpe, la imagen de mí, hasta ahora, desconocido concuño quien entró a la sala del pequeño apartamento como un bólido estrechando manos con fuerza y hablando sin cesar pues quien nos recibió inicialmente fue la esposa. Aquella primera impresión resultó ser favorable, el carácter extrovertido y conversador del concuño motivó en mí un agradable sentimiento de confianza. Pero, como es bien sabido, resulta que es literalmente imposible conseguir un criterio acertado sobre alguien cuando tratas con esa persona por primera vez, esto solo se logra cuando un tiempo prudencial facilita los elementos necesarios para formarse esa opinión acertada que tan útil siempre es cuando se trata de asuntos que conllevan la inclusión de terceros y el empleo de una considerable suma de dinero. Máxime cuando dicho

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