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Mi Vampiro Secreto
Mi Vampiro Secreto
Mi Vampiro Secreto
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Mi Vampiro Secreto

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About this ebook

Durante diecinueve años, fui un tipo normal de California. Hasta que un accidente de coche casi me mata, y el Conde Drácula decidió hincarme sus colmillos en la garganta. Al ser su tatara-tatara-sobrino y su legítimo heredero, me envió a la maldita Transilvania para aprender a ser un vampiro de la manera más difícil: sin personal para comer, sin posibilidad de escapar y sin Wi-Fi. Es el sitio perfecto para volverse loco. Y morir de hambre.

Sin embargo, hay una chica... Abigail. Por alguna razón, le gusta vagar por el oscuro y mohoso castillo. Dice no saber nada de vampiros, pero juro que intenta matarme cada vez que nos encontramos. La habría invitado a ser mi cena anoche si no hubiera huido con algo muy preciado para mí: mi colmillo.

Es por eso que estoy esperando a que anochezca para encontrarla y recuperar mi diente. Después, mataré al hombre lobo que ronda en el bosque, ya que es la única condición que me puso el tío Vlad para regresar a casa.

Para mi mala suerte, la caceria del lobo resultó ser más difícil de lo que esperaba. Además, el olor a galletas de Abigail provoca que quiera hacer cosas estúpidas...

LanguageEspañol
PublisherAnna Katmore
Release dateNov 25, 2020
ISBN9781393593683
Mi Vampiro Secreto
Author

Anna Katmore

“I’m writing stories because I can’t breathe without.”At six years old, Anna Katmore told everyone she wanted to be an author after she discovered her mother's typewriter on a rainy afternoon. She could just see herself typing away on that magical thing for the rest of her life.In 2012, she finished her first young adult romance “Play With Me” and decided to take the leap into self-publishing. When the book hit #1 on Amazon’s bestseller lists within the first week after publication, Anna knew it was the best decision she could have made.Today, she lives in an enchanted world of her own, where she combines storytelling with teaching, and she never tires of bringing a little bit of magic into the lives of her beloved readers, too.Anna’s favorite quote and something she lives by:If your dreams don't scare you, they aren't big enough.

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    Book preview

    Mi Vampiro Secreto - Anna Katmore

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Epílogo

    Playlist

    Capítulo 1

    Los encendedores existen por una razón

    Quentin

    ––––––––

    —Iugh, saca la marihuana de tu sistema, Cynthia. Sabes a mierda. —Lamo el delgado rastro de sangre que se desliza por mi boca y por el cuello, normalmente sabroso, de nuestra sirvienta. A continuación, le doy un último latigazo con la lengua a las marcas dobles que dejaron mis colmillos para que las heridas empiecen a sanar.

    —Puedes fumar y comer al mismo tiempo —gruñó Cynthia, retorciéndose en mi regazo y soltando el puñado de cabellos largos y castaños que sostenía para darme un mejor acceso a mi fuente vital de alimento—. Si mi sangre ya no es lo suficientemente buena para ti, la próxima vez cómete al cocinero.

    —Ooh, parece que alguien está de mal humor esta noche —me burlo. Después, la jaló hacia atrás, colocándola a mi lado en el sofá de cuero blanco, y le pongo el brazo encima de los hombros de forma casual—. Sabes que te pondrías muy celosa si te cambiara por el cocinero.

    Cynthia me lanza una fingida mirada de desprecio. Luego de trabajar para mi tataratío durante varios años, está acostumbrada a que me alimente de ella. Y por los suaves gemidos que produce cada vez que le clavo los dientes en su piel, sé que disfruta cada minuto. No hay necesidad de borrar su memoria porque ya se ha alterado su mente para que evite hablar de los vampiros en público. Además, de hacerlo, mi tío la mataría.

    Por mi parte, no es que supiera cómo borrar o incluso controlar una mente humana. Con todas las fiestas y celebraciones en las últimas dos décadas, no ha habido tiempo suficiente para aprenderlo.

    Ronin, el nuevo jardinero de mi tío, le devuelve a Cynthia el porro que se estaba fumando mientras bebía de ella, pero se lo quito de la mano antes de que pueda volver a fumar esa mierda.

    —Lo digo en serio, no más drogas para ti. Te arruinan el sabor.

    Sin hacer caso de su puchero, saludo a Ronin con una expresión burlona desde el sofá frente a la mesa de café, y lleno mis pulmones con el regalo que me concede esta noche. Ha pasado un tiempo desde la última vez que fumé marihuana, pero la sensación embriagadora que me produce es más que bienvenida.

    Cuando estás atrapado en el cuerpo de un joven de diecinueve años y nada puede matarte —nada que no sea una puñalada en el corazón— dejas de preocuparte por cosas como vivir de forma saludable y la prudencia. En algún momento, decides hacer casi cualquier cosa para darle a tu yo inmortal un poco de propósito, y a tu vida eterna un poco de sentido. Por lo que, si esta noche el sentido llegaba envuelto como un regalo que contuviera un porro o una botella de vodka, por mí estaba bien.

    —Genial, ¿eh? —comenta Ronin, sacudiéndose el mechón de pelo rojo que cae constantemente sobre sus ojos.

    Su cabello necesita un corte tan desesperado como el mío, pero mientras las hebras rubias no me cubran los ojos, estoy bien. Podría pedirle a la asistente personal de mi tía que se lo recorte la próxima semana, y después aprovechar la ocasión para robarle un sorbo.

    Con los pies apoyados en la mesita del café, me inclino hacia atrás y doy otra calada. Mientras el humo se introduce en cada una de mis cavidades pulmonares, las puertas dobles de mi habitación se abren de golpe, chocando contra las paredes. Al borde del pánico, me levanto de un salto, arrojo el porro por las puertas francesas abiertas detrás de mí, y me vuelvo para enfrentar la imagen de mi tío furioso, quien se encuentra apretando su mandíbula con fuerza.

    —¿Qué hacen todos ustedes aquí? —brama con un marcado acento rumano, el cual no había perdido en más de quinientos años. Esta noche, su cabello negro y largo hasta los hombros enmarcaba un rostro más pálido de lo normal.

    El término «ardiente de rabia» cobró un nuevo significado cuando la tela de su camisa arde en llamas. Alguien debería decirle que está a punto de incinerarse, pero todavía estoy tratando de mantener el humo dentro de mis pulmones, por lo que no puedo abrir la boca. No querrías exhalar marihuana en la cara del gran Drácula. Simplemente no.

    Pronto se percata del olor de la tela quemada y la frota hasta que las llamas se apagan. No hace falta decir que haber arruinado su camisa no mejora exactamente su estado de ánimo.

    Ronin sale corriendo y salta desde el balcón del segundo piso, abandonando por completo el barco. Eso puede costarle su trabajo, pero supongo que en este momento su vida inmortal significa más para él.

    Cynthia no es inmortal. No sobreviviría a una caída de doce metros desde esta lujosa mansión, pero parece totalmente dispuesta a seguir a Ronin por la barandilla sólo para evadir el temperamento de mi tío.

    —¡Perdóneme, amo! Los chicos me rogaron que les sirviera de alimento —murmura y revolotea fuera de mi habitación.

    «¡Maldita!»

    La mirada fulminante del tío Vlad sigue fija en mí, así que no puedo soltar el humo, y empiezo a sentirme muy mal. Con los labios apretados, mi pecho convulsiona mientras trato de toser por la nariz. Mis ojos también están vidriosos. Hay un extraño y acuoso espesor en mi visión.

    —¡Oh, por el amor de Dios, ya suéltalo! —me grita Vlad para luego alzar sus brazos al cielo.

    Moví la boca hacia un lado, expulsando un chorro de humo que se eleva como una columna hacia el candelero. Luego, exhalo hondo sin romper por un momento el contacto visual con el hombre que tengo delante.

    —Así que ahora son las drogas, ¿no? —Su voz retumba no sólo a través de mi espaciosa habitación, sino también a través de la mansión de tres pisos y setecientos metros cuadrados—. ¿Cuándo crecerás, Quentin?

    No estoy seguro de que sea sólo una pregunta retórica. ¿Se supone que debo responder? Mi mente se encuentra un poco aturdida por el momento, así que todo lo que puedo ofrecer es un impotente encogimiento de hombros. Estoy a punto de abandonar mi infancia. No hay necesidad de apresurarse.

    —Eres mi único heredero, y me duele mucho ver cómo desperdicias tu tiempo, tu vida ¡y mi dinero!

    De acuerdo, eso no fue justo. Me compré un Maserati, el único objeto costoso durante esta maldita década, ¿y me regaña el hombre que guarda dieciséis de los coches más exclusivos del mundo en su garaje subterráneo? En serio, ¡no-era-justo!

    —¡Trabajo duro por el dinero que me das! —contesto una vez que vuelvo a encontrar mi voz y puedo hablar a pesar de la sensación tupida en mi lengua.

    —¿En serio? ¿A qué te dedicas?

    —Hago... cosas. —Reconozco un tartamudeo en mi voz.

    Discutir con el infame Conde Vladimir Andrei Drácula, mi tataratío y líder de dos mil vampiros californianos, siempre me hacía lucir como un niño nervioso. Iugh, cuánto odio eso.

    Cruza sus fuertes brazos sobre su pecho, sus músculos se mueven bajo las mangas arremangadas de su camisa de vestir negra.

    —¿Cosas? —Oh-oh, su voz sonaba peligrosamente baja.

    «No des golpecitos con el pie, tío». Si hace eso, las bombillas estallarán sobre nuestras cabezas, y adoro el ambiente de luz diurna que creé en mi habitación. Es acogedor.

    ¡Exacto, la luz! ¡Eso es!

    —Para empezar, le di un toque hogareño a tu casa. —Con indiferencia, meto las manos en los bolsillos de mis vaqueros que cuelgan sueltos de mis caderas—. Era una maldita tumba cuando me mudé, toda mórbida y fría. Ahora, con la luz, puedes aparentar vivir de día durante la noche, y la terapia de color hace un gran bien a tu temperamento.

    Mierda. Me equivoqué al decir eso.

    La forma lenta en la que el tío V inhala dura lo suficiente como para succionar todo el aire de la habitación. Eso, junto con el temblor de la vena azul de su cuello. Puede que me haya condenado a una tumba prematura.

    Retrocedí despacio detrás del sofá, sin perderlo de vista. En un estado de ánimo como ese, es probable que empiece a respirar fuego o a transpirarlo, teniendo en cuenta el nuevo resplandor de su camisa.

    Sin embargo, me sorprende por completo cuando se relaja y se pasa la mano por sus hebras negras.

    —No sé qué hacer contigo, Quentin —dice con voz resignada, una que sólo usa cuando su esposa está cerca.

    Y, por supuesto, Eleanora camina detrás de él y frota suavemente la parte superior de sus brazos. Nunca he visto a nadie afectarle tanto como ella. Si alguna vez un dragón se enamoró de una cierva, ese fue mi tataratío Vladimir y la mujer que salvó de las garras de un vizconde despiadado en 1700 y algo.

    —¿Qué hizo esta vez? —pregunta Eleanora en voz baja.

    El tío V inclina la cabeza hacia atrás y se frota las sienes.

    —Marihuana, cariño. Está fumando hierba en nuestra casa. Y sigue alimentándose del personal. ¿Cuántas veces tengo que decirle...?

    —Quentin —Eleanora lo corta suavemente y me mira con sus grandes ojos marrones por encima del hombro de mi tío—, no deberías molestar tanto a tu tío. Ya sabes cuánto le cuesta descansar después de uno de sus ataques.

    Mi tío vuelve la cabeza hacia ella, sorprendido, y la interroga en silencio con una ceja arqueada.

    Genial. ¿Puede decir todas estas cosas y salirse con la suya con una simple inclinación de cabeza? Resoplo. Si alguna vez me casara, no dejaría que mi esposa me controlara así. De ninguna manera. Pero de momento, me alegra que mi tía esté aquí.

    Alisa su vestido blanco de verano y camina alrededor de su marido. Con las manos en sus antebrazos, lo lleva hacia la puerta.

    —Ven, cariño. Cuando te hayas calmado, hablaremos con él.

    Dos pasos más y seré libre de nuevo. Un suspiro de alivio aguarda ser liberado de mis pulmones. Pero eso no va a suceder.

    —¿Hablar? —El tío Vlad se suelta de su agarre y se detiene en el umbral—. ¡He hablado con este chico durante dos décadas, pero nada se le mete en la cabeza! —Aparta a Eleanora y vuelve a avanzar hacia mi dirección, pero ella se encuentra a su lado nuevamente en un instante, colocando nerviosamente su cabello color miel sobre su hombro.

    Mi propia mano se mueve temblorosa sobre mi pelo. Tal vez la marihuana fue un grave error, pero Vlad no puede quejarse de que me haya alimentado del personal. No cuando son ellas los que ofrecen libremente sus cuellos.

    —Sé que quieres al chico como a un hijo, Ellie —gruñe mi tío. Por suerte, su temperamento se está desvaneciendo de nuevo—. Pero, un día, él será el líder de nuestro clan, y aún no ha aprendido nada. Lily y Tristán se revolverían en sus tumbas si supieran qué ha sido de su hijo.

    —Sí, lo amo como a un hijo —replica Ellie sin miedo—. Y tú también. No intentes decirme lo contrario, Vladimir.

    ¡Ja! Sé que ella me ama. Aunque, ¿mi tío? No apostaría mi alma inmortal en ello.

    —Y en cuanto a Lily —continúa Eleanora—, tu tatarasobrina estaría feliz de saber que su hijo consiguió sobrevivir y no tuvo que compartir su destino en el accidente de coche.

    En realidad hay muchos más «tataras» delante de sobrina, pero sé que Vladimir Drácula no me habría salvado de mi ineludible muerte como ser humano si no estuviéramos emparentados por sangre. Después de que su hermana Cecilia muriera como humana, el Tío V vigiló de cerca a sus descendientes. Éramos la única familia que le quedaba. Por desgracia para él, su línea llegará abruptamente a su fin con mi muerte, pues los vampiros no se reproducen.

    —Ellie, yo fui quien lo transformó. —Mi tío la mira con los ojos entrecerrados—. Debería haber heredado todos mis poderes, pero dudo que pueda encender una vela a voluntad. ¿Cómo va a proteger a todo un clan? ¿Y qué pasa con su forma de alimentarse? No come nada más que a la criada, a la nieta del mayordomo y, por lo que sabemos, a tu asistente. Si no aprende a morder y controlar a los extraños pronto, será hombre muerto fuera de nuestra casa.

    Lentamente, Eleanora se vuelve hacia mí. Su mirada se vuelve letal, seguida por su voz.

    —¿Estás bebiendo de Cassandra?

    «¡Gracias, tío V! Pon a mi miembro favorito de esta familia en mi contra, ¿por qué no?»

    Desvié la mirada.

    —Sólo un poco. A veces. No muy a menudo, lo juro —murmuro.

    Sabía que a Eleanora no le gustaría enterarse de que su asistente era una de mis donantes, por eso Cassie prometió mantenerlo en secreto. Es como una hija para Ellie, y mi tía la protegería con su vida inmortal. Desafortunadamente, eso también incluía mantener a los vampiros alejados de su dulce cuello.

    —¡Quentin Constantine Etheridge! Esta casa no es un buffet de todo lo que puedas comer —rugió mi tía—. Dejarás de alimentarte de mi asistente personal, ¿entiendes?

    Arrastro mi zapato contra el parquet y bajo la cabeza.

    —Sí, señora.

    —Bien. Ahora vete a... ¡limpiar tu cuarto o algo!

    —¿Eso es todo? ¿Limpiar su cuarto? —cuestiona el tío Vlad con incredulidad.

    Podría haber hecho lo mismo, pero sé que esto es lo más enojada que puede estar. No se puede convertir a una cierva en dinosaurio con sólo convertirla en vampiro. No obstante, puedes hacerlo con un dragón. Genial...

    —Ves, ese es exactamente el problema. —Se enfurece mi tío—. El chico se sale con la suya. ¡Pero no esta vez! —Con sólo un parpadeo, envía el sofá —que se erguía como una pared de protección entre nosotros— fuera del camino, haciendo que se estrellara contra mí cama doble—. ¡Lo hemos mimado durante más de veinte años, pero ni un día más! Desde ahora, te prohíbo la entrada a esta casa.

    —¿Qué? —Eleanora y yo hablamos a la vez.

    —Voy a enviarte a Europa. Esta noche. Allí aprenderás lo que se necesita para ser un vampiro. Y aprenderás rápido.

    —¿Europa? ¿Qué demonios hay en Europa? Estoy seguro de que las academias de vampiros no existen en la vida real.

    —Mi viejo hogar. El Castillo Poenari, en Rumanía.

    —¿Te refieres al Castillo... «Drácula»? —Trago saliva.

    Al mismo tiempo, mi tía palidece.

    —Querido —susurra. Suena aterrorizada—, no tenemos amigos en Valaquia. No tendrá sirvientes que le ayuden durante el día.

    —Encontrará sirvientes, como yo lo hice. Si es un verdadero descendiente de mi linaje, podrá valerse por sí mismo. —Su mirada furiosa vuelve a mí—. Un informante me dijo que un lobo enloqueció en los bosques de Transilvania.

    —¿Un hombre lobo?

    —Exactamente. Parece que ha caído en una sed de sangre.

    ¿Por qué diablos me enviaría mi tío a lidiar con un animal devorador de hombres? Claro, los vampiros son superiores a esas bestias en muchos aspectos, pero la mordedura de un hombre lobo sigue siendo mortal para un vampiro. Y dolorosa, según he oído.

    —Nuestra ley prohíbe a todas las criaturas nocturnas llamar la atención sobre nuestra existencia. Esta es una buena forma de que demuestres que eres digno de ser mi legítimo heredero. Muéstrame que tienes lo que hace falta para convertirte en líder de nuestro clan, y podrás volver. Pero no antes de que encuentres y mates al lobo furioso. —Vlad cruza los brazos, entrecerrando los ojos peligrosamente—. ¿He sido claro, muchacho?

    —¡Pero no-no puedo ir! Tengo amigos aquí. Y... y esta es mi casa. —Recorro con los brazos el área combinada de la sala de estar y el dormitorio, y apunto a Vlad y Ellie—. Son la única familia que tengo.

    —Eso es cierto. Y necesitas aprender a proteger a tu familia y a tus amigos. Sobre todo, tienes que aprender a valerte por ti mismo. Puede que tu tía y yo no vivamos para siempre, y no podamos cuidarte eternamente.

    —Pero... pero, tío...

    Maldita sea, ¿qué puedo decirle para que cambie de opinión? California es mi hogar. No quiero ir a la maldita Siberia o a donde sea que se encuentre ese castillo abandonado.

    —¡No me digas «pero, tío»! La decisión está tomada. Ahora, ve a empacar todo lo que necesites para las próximas semanas y prepárate para el viaje. Haré que Reginald prepare tu ataúd.

    Me quedo sin aliento.

    —¿Quieres meterme en un maldito ataúd?

    —¿De qué otra manera viajarás a Europa? ¿Quieres sentarte en la cabina de un avión con doscientas personas viéndote arder a la luz del sol?

    Supongo que no hay posibilidad de tomar un vuelo nocturno al Castillo Drácula.

    —Al menos déjame ir en barco. Puedo esconderme durante el día.

    —No. Reginald viajará contigo. No puedo permitirme que se vaya durante semanas. Te llevará al castillo y regresará de inmediato.

    —¿Dejándome solo en una espeluznante ruina? ¿Cómo se supone que voy a sobrevivir sin ayuda?

    —Eso lo tienes que averiguar tú, sobrino.

    Así que el gran Drácula ha hablado. Pongo los ojos en blanco y me recuesto en el cojín del sofá que Ronin abandonó tan deprisa hace unos momentos.

    —Si me odias tanto, ¿por qué no me dejaste morir en el auto destrozado? Te habría ahorrado un montón de problemas, ¿no?

    El tío Vlad me mira con algo que puede ser simpatía, pero no puedo estar seguro debido a sus ojos encrespados y oscuros.

    —Esto es por tu bien.

    ¡Ja!

    —¿Mi bien? ¿Qué harías si quisieras lo peor para mí? Me encantaría saberlo.

    —Te enterraría vivo para sufrir de hambre insaciable por toda la eternidad. Pero ese no es el punto. —Agita la mano y se acerca. El sofá, que se había estrellado contra mi cama, regresa como si fuera tirada por cuerdas invisibles, y Vlad se sienta con gracia sobre este como si nada hubiese pasado.

    Eleanora se sienta a su lado, aún aferrada a su brazo.

    —Cariño, no seas tan duro con él. No se merece este tipo de castigo.

    —¿De verdad crees que puede convertirse en un líder capaz en una casa donde todos lo tratan como a un niño?

    —Podemos establecer nuevas reglas —suplica.

    Vlad le da una palmadita en la mano, la cual está posada sobre su brazo.

    —Reglas que romperá antes de que acabe la semana, amor. Lo sabes tan bien como yo.

    Como no es la primera vez que hablamos de reglas, ni siquiera puedo contradecirlo. Cualquier cosa que diga para defenderme sólo terminará con su mal genio explotando de nuevo. El silencio parece la manera más diplomática de manejar esto, y una mirada dolorosa hacia mi tía podría resultar útil.

    —Mira —dice ella—, él ya lo lamenta. Dale una oportunidad.

    «Sí, dame una oportunidad, por el amor de Dios».

    —Bien.

    «¿Qué?». Me siento derecho. ¿Cedió de verdad?

    La mirada del tío Vlad se mueve de mí hacia mi tía y de vuelta a mí. Luego, toma la caja de fósforos de la mesa y saca uno. Lo sostiene frente a mí.

    —Enciéndelo.

    Parpadeo varias veces.

    —Espera, ¿qué?

    —Si puedes encender este fósforo, puedes quedarte y demostrar que estás dispuesto a aprender a controlar los poderes que te han sido dados.

    —Bieeeen...

    Ciertamente, no logro captar el truco. Busco en su cara cualquier indicio sobre lo que quiere decir en realidad, pero sus rasgos son ilegibles. Así que, tomo el fósforo de sus dedos.

    El tío Vlad aparta la mano.

    —No. Con tu mente.

    Yyyyy ahí estaba. Mi estómago se contrae. Vladimir Drácula puede quemar una ciudad hasta las cenizas usando su voluntad, hace malabares con bolas de fuego mientras piensa, y, en los últimos diez años, no ha usado un fósforo para encender la chimenea ni una sola vez.

    Yo, por otro lado, creo que los encendedores están ahí por una razón. Nunca he hecho nada parecido a esto con mi mente. Nunca.

    —¿Y bien? —dice, expectante.

    De acuerdo. «Contrólate, Quentin». Esto no puede ser tan difícil. Respiro profundamente por la nariz, me subo las mangas de mi sudadera blanca, me inclino hacia adelante con los codos apoyados en mis rodillas y me concentro en la pequeña cabeza roja del fósforo. Mis manos se convierten en puños, mis molares se aprietan unos contra otros, y mis ojos podrían salirse en cualquier momento, pero el maldito palito no arde en llamas.

    Lo miro con más intensidad. Los músculos de mi cuello se acalambran por el esfuerzo. Diablos, con tanta potencia canalizada, debería estar disparando láseres desde mis ojos. «¡Fuego!» mando. «¡Arde! ¡Arde, mierdecilla! ¡Arde, arde, arde, arde!»

    Una sombría sonrisa se desliza por la cara de mi tío.

    —Si sigues haciendo lo que sea que estés haciendo un poco más, es muy probable que explotes en el acto.

    Dejé ir toda la tensión de mi cuerpo, desplomándome.

    —¡Sí, muy gracioso!

    —Es gracioso. —Al instante siguiente, la sonrisa de reprimenda desaparece de su cara—. Ahora, empaca lo que quieras llevarte contigo. Te vas antes del amanecer. —Se levanta del sofá y sale por la puerta, Eleanora le sigue los talones y me mira con compasión.

    —¿Ese estúpido castillo tiene Wi-Fi? —gruño detrás de ellos.

    De repente, las bombillas explotan sobre mi cabeza, y mil pedacitos de vidrio caen sobre mí en la oscuridad.

    Supongo que eso es un no.

    Capítulo 2

    No almacenamos humanos congelados

    Quentin

    ––––––––

    Nunca antes había salido de los Estados Unidos, por lo que nunca había tenido que viajar en un maldito ataúd. Por lo general, podemos organizar vuelos nocturnos o simplemente tomar los coches para llegar a donde necesitamos ir dentro del país. Pero Rumanía, ¿con una escala en París? Imposible. Así que aquí estoy, encerrado en esta pequeña prisión de un metro por dos metros y medio. Y tras el despegue, sé que serán las peores dieciocho horas de mi vida. Cualquiera se volvería claustrofóbico aquí.

    Quizás el propio tío Vlad pasó algunos años sin dormir a causa de esto.

    Al menos tenía mi teléfono. La poca luz que emite es lo único que me mantiene cuerdo mientras estoy atrapado en esta celda de madera. Eso y la oportunidad de pasar el tiempo en Twitter. ¡Que se pudra en el infierno por hacerme esto! #incómodo #QuiénNecesitaFamilia fue mi último tweet, hace treinta minutos.

    Ahora debemos estar en algún lugar sobre el Atlántico, y está amaneciendo. Me estoy cansando, gracias a Dios, así que cierro los ojos. Dormir es la mejor manera de sobrevivir a este viaje. Como ahora estoy entrando en un estado parecido a la muerte, tampoco voy a respirar, lo que me permitirá guardar parte del aire del ataúd para más tarde. No es que pudiera morir a falta de éste, pero el dolor en mis pulmones me volvería loco.

    *

    Un fuerte estruendo proveniente de mi ataúd me despierta. ¿Será que dormí todo el camino a París y ya estamos cambiando de avión? No hay oportunidad de levantar la tapa ni siquiera un poquito porque está atada con una correa. Tampoco puedo estirar mis extremidades.

    Acaricio los suaves interiores del ataúd con el fin de verificar la hora en mi celular, pero cuando presiono un botón —cualquiera— la pantalla permanece tan negra como el alma de mi cruel tío. ¿En serio, la batería se agotó? ¿Durante mi miseria? Por supuesto.

    Resoplo, dándome cuenta de que nos estamos moviendo de nuevo, así que me preparo para otro despegue. Sin embargo, este nunca llega. Sólo vamos en una dirección, por lo que se trata de la pista más larga del mundo, o estamos conduciendo por una carretera. Debo haberme dormido en París, por lo que ya hemos aterrizado en Rumanía. El tío V dijo que Reginald debía conducir un coche fúnebre durante el último tramo del camino, así que los gritos no me llevarían a ninguna parte con él. No me oirá si está sentado en el frente.

    El viaje llega a su fin después de un recorrido turbulento que me ocasionó dolor de cabeza. Diez minutos después, oigo ruidos que suenan como si se estuvieran soltando las correas. Finalmente, Reginald abre la tapa. «¡Ya era hora, viejo!» quise gruñir, pero el primer soplo de aire fresco es demasiado valioso para desperdiciarlo con él.

    —Buenos días, amo Quentin —me saluda con su habitual mirada sin emoción desde debajo de esas pobladas cejas grises—. Hemos llegado.

    Me levanto de mi posición para dormir, dolorida y rígida. Cada articulación cruje tras realizar un estiramiento bastante necesario.

    —Tenemos que darnos prisa —informa Reginald—. El sol sale en unos minutos, y tenemos que llevar su ataúd dentro. Ya llevé su maleta al gran salón del ala oeste.

    —El ala oeste, ¿eh? —Mi queja viene cargada con un ligero toque sarcástico.

    ¿Qué tan grande puede ser un castillo antiguo en tierra de nadie? Probablemente sea un granero con un ático. Sin hacer caso de la mirada de desaprobación de Reginald, salgo del ataúd y me aprieto contra él en la parte baja de la carroza fúnebre, la cual me obliga a agacharme para salir. Un paisaje sin fin se extiende frente a mí, con un pequeño pueblo situado al pie de la colina en la que nos encontramos. Lejos, muy lejos, las montañas llegan a tal altura que no hay casas en las mitades superiores, sólo paredes de roca escarpadas y un árbol ocasional que crece aquí y allá. Me doy cuenta de esto debido a que los ojos de vampiro funcionan mejor que cualquier otro binocular en el mundo.

    El sol naciente ya tocaba los picos, y la luz dorada se extendía rápidamente. Lo que sea que esté detrás de mí, arroja una sombra gigante sobre la aldea de ensueño a un kilómetro y medio por debajo de nosotros.

    Camino alrededor del carromato y levanto la cabeza, luego casi caigo de culo con los ojos bien abiertos. Por todos los murciélagos. Este no es un castillo que mi tío dirigió a finales del siglo XV. ¡Es una maldita ciudad!

    —No pude conseguir que la puerta se abriera más, o habría conducido hasta la entrada, amo Quentin —se disculpa Reginald mientras camina hacia mí por el sendero de guijarros frente a la pared de piedra que rodea el castillo. No está bendecido con una fuerza inhumana, otra característica de los vampiros.

    Con un ligero empujón, abro la puerta de hierro y camino unos pasos hacia la propiedad. Hierba, arbustos y árboles cubren todo desde aquí hasta las enormes puertas dobles negras del castillo. Los paneles están hechos de madera con intrincados sublimados de hierro y están ligeramente entreabiertos. En los últimos quinientos años, la vegetación ha reclamado este lugar tal como el moho lo haría con una rebanada de pan olvidada en un rincón.

    ¿Y aquí es donde mi tío quiere que viva? ¿Dónde diablos está la playa? ¿La piscina? ¿El garaje, por el amor de Dios?

    Detrás de mí, un fuerte ruido me saca de mi contemplación. Me doy la vuelta y veo que Reginald ha bajado mi ataúd y lo ha sacado del coche fúnebre él solo.

    —Oye, cuidado con eso —me quejé—. Lo necesito intacto para mi viaje de vuelta a casa.

    ¿Qué tan difícil puede ser matar a un lobo? Con un poco de suerte, me iré antes de que acabe la semana.

    Juntos llevamos mi ataúd a la entrada, los guijarros del camino crujen espeluznantemente bajo nuestros pies por el peso extra. Lo bajé y golpeé el panel de una de las puertas, espiando por la grieta. Durante los primeros meses después de mi transformación, me topé con varias barreras invisibles, a pesar de que la puerta de una casa estaba abierta de par en par. Es otra cosa estúpida de ser un vampiro; no puedes entrar en cualquier casa, los habitantes siempre tienen que invitarte a entrar primero. Hay algunas otras reglas que el tío Vlad me enseñó en la clase «vampiros 101», pero ha pasado tanto tiempo que lo único que recuerdo en mi cabeza es la reacción alérgica al ajo. Y, por supuesto, el pequeño problema de que la madera sea realmente dolorosa si atraviesa cualquier parte de nuestro cuerpo. No hay vuelta atrás cuando se clava en el corazón.

    —¿Hola? —Mi voz resuena en el interior.

    Reginald tose a mi lado.

    —Usted es un descendiente directo de la línea de sangre Drácula, Maestro Quentin —dice con un toque categórico en su voz—. Puede entrar sin ser invitado.

    Claro. Le lanzo una mirada despectiva y luego abro más la pesada puerta. Está oscuro por dentro, excepto por una vela solitaria que arde en una mesa cerca de la pared de piedra.

    —¿Tú encendiste eso? —le pregunto al mayordomo, volviéndome hacia él.

    —Sí, amo. También cerré todas las cortinas del ala oeste para que se pueda mover libremente sin que el sol le queme.

    En ese momento, me empuja hacia adentro justo cuando el sol se asoma sobre la torre más alta del castillo, iluminando el terreno verde del exterior y haciéndolo parecer casi jugoso. Me estremezco retrocediendo hacia la seguridad del lugar. Después de una apuesta con Ronin en la que me hizo meter la mano en la luz del sol una vez, sé lo que se siente el quemarse la carne. No lo recomiendo. Sólo gracias a nuestra habilidad de súper curación, mi mano volvió a la normalidad unas horas más tarde.

    Reginald arrastra mi ataúd al gran salón y lo deja caer al suelo sin respetar mis pertenencias personales.

    —Bienvenido al Castillo Drácula, amo Quentin. Espero que tenga una estancia agradable.

    ¿No es lindo cuando un hombre de ochenta y seis años saca su polvoriento humor?

    —No es gracioso, Reg. ¿Dónde está la comida?

    Mi estómago empezó a retumbar cuando me desperté y pensé que estaba en París.

    —Bueno, si tiene suerte, puede que encuentre una morcilla en la cocina. Por otra parte, tal vez no.

    Lo está disfrutando, demasiado. Aprieto los dientes y coloco las manos en

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