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Maldito amor: las relaciones de pareja de la A a la Z
Maldito amor: las relaciones de pareja de la A a la Z
Maldito amor: las relaciones de pareja de la A a la Z
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Maldito amor: las relaciones de pareja de la A a la Z

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About this ebook

Eugenia Weinstein analiza las complejidades de las relaciones de pareja que se presentan en el mundo de hoy, donde predomina el cambio, la imagen y lo fugaz.
Qué hacer y cómo superar complejos escenarios como las crisis, la depresión posparto, los hijos, la infidelidad, la separación, el desbalance sexual, la rutina o el abandono, entre muchos otros. En un lenguaje simple y empático logra comprender las trampas y las oportunidades de cada uno de estos desafíos. Desenreda así los nudos emocionales y revela las claves para vencer los problemas que muchas veces nos inundan.
La autora insiste en la búsqueda del amor a pesar de todo por que es, y seguirá siendo, la única y más efectiva defensa contra la soledad, el vacío interior, la depresión y el estrés crónico que abundan en la actual era del descompromiso.
LanguageEspañol
Release dateNov 11, 2016
ISBN9789567402700
Maldito amor: las relaciones de pareja de la A a la Z

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    Maldito amor - Eugenia Weinstein

    MALDITO AMOR

    Las relaciones de pareja de la A a la Z

    © 2016, Eugenia Weinstein

    © De esta edición:

    2016, Empresa El Mercurio S.A.P.

    Avda. Santa María 5542, Vitacura,

    Santiago de Chile.

    ISBN edición impresa: 978-956-7402-69-4

    Inscripción N° A-271.189

    ISBN edición digital: 978-956-7402-70-0

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Edición general: Consuelo Montoya

    Diseño y producción: Paula Montero W.

    Ilustración portada: Cheo González

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.

    Índice

    Introducción. La era del descompromiso

    A

    Abandono/El desamor, ese indigno

    Aburrimiento/Los laberintos del fastidio

    Adicción/Relaciones enfermizas

    Agresión pasiva/Más claro que el silencio

    Asertividad/Libertad de expresión

    B

    Balance sexual/Las transacciones del deseo

    Bancarrota afectiva/Relaciones moribundas

    Bordes/Límites y fronteras

    C

    Carencias/Complacer para vivir

    Círculos viciosos/Discusiones sin fin

    Crítica/Pedagogos incurables

    Crisis/Terremotos del alma

    D

    Depresión posparto/El secreto mejor guardado

    Distancia emocional/Temor a la intimidad

    Doble personalidad/Dr. Jekyll and Mr. Hyde

    E

    Economía/Infidelidad financiera

    Equilibrio/¿Es usted maduro emocionalmente?

    Emociones/Descifrando huracanes

    Espacio y tiempo/El peso de la cotidianidad

    Estabilidad/Partir o quedarse

    F

    Familias ensambladas I/Empezar de nuevo

    Familias ensambladas II/Escollos de segunda vuelta

    Fugacidad/Touch and go

    G

    Ganas/Amar sin sexo

    Ghosting/La mala costumbre de borrarse del mapa

    H

    Hechizo/Conocerse primero, enamorarse después

    Honestidad/Mentiras y verdades

    Hormonas/La bioquímica de Eros

    Huellas/Las deudas del pasado

    I

    Infidelidad I/Decisiones peligrosas

    Infidelidad II/El dolor del descubrimiento

    Infidelidad III/¿Es posible perdonar?

    Infidelidad IV/¿Qué hacer con la rabia?

    Infidelidad V/La ciberinfidelidad

    J

    Jauja/Vendedores de ilusiones

    Justificación/Mejor ver negro que no ver

    K

    Knock out/Peleas que matan

    L

    Lenguaje/El peso de las palabras

    Libertad/Amor puertas afuera

    M

    Maltrato/Heridas en el alma

    Mando/El poder de las relaciones

    Manipulación emocional/Si me quisieras, harías lo que te digo

    Miedo/Temor a vivir

    N

    Narcisismo/¡Sálvese quien pueda!

    O

    Observación/¿De quién se enamora?

    Obsesión/¿Tiene usted un psicópata personal?

    Obstinación/Aferrados a la nostalgia

    P

    Permanencia/Amigos con ventaja

    Prioridades/Amar en la imperfección

    Problemas/Con y sin solución

    Q

    Quiebre/El precio del desamor

    Quimeras/Proyectos imposibles

    R

    Repetición/Conductas reiteradas, relaciones diferentes

    Ruptura/Saber partir

    Rutina/Combatir el desencanto

    S

    Separación I/La guerra y la paz

    Separación II/Tsunami

    Separación III/Locura temporal

    Soledad/La angustia del vacío

    Sospecha/¿Realismo, celos o paranoia?

    Sufrimiento/Maldito amor

    T

    Tecnología/Filtraciones del teléfono inteligente

    Temor al conflicto/¿Perderte a ti o perderme yo?

    Tentación/Atracciones fatales

    U

    Unión/Sobrevivir a los hijos

    V

    Variabilidad/Ajustarse al cambio

    Viudez/Devastados

    Voracidad/Los coleccionistas

    W, X, Y, Z

    Yerro/La humildad de perdonarse

    Yoísmo/Los superestrellas

    Zozobra/¿Está usted deprimido?

    Epílogo. El amor es más fuerte

    Introducción

    La era del descompromiso

    Nunca antes las relaciones de pareja dependieron tanto del amor como hoy en día. En tiempos pasados, matrimonio y amor no iban precisamente tomados de la mano, pues los vínculos estables se apoyaban, con firmeza, en gruesos pilares económicos, políticos, religiosos y sociales. Las elecciones de pareja las hacían los padres, las casamenteras o incluso las victorias en las guerras, y los grandes amores más bien estaban reservados para los amantes y sus tragedias. Las rupturas matrimoniales, si las había, no eran visibles hasta que el rey Enrique VIII de Inglaterra las dio a la publicidad, y el éxito de la pareja tenía que ver con su capacidad para procrear, tener hijos y acrecentar sus bienes.

    La era moderna irrumpió dejando atrás las relaciones por conveniencia, familiar o económica, las cuales de ser un valor pasaron a ser una vergüenza digna de esconderse. El amor fue paulatinamente inundando el espacio de los noviazgos, las ceremonias nupciales, de la literatura y del periodismo, de las expectativas y de la fantasía. Todos comenzaron a aspirar legítimamente a vivir su propia película con final feliz. El amor terminó por conquistar el título de campeón de la felicidad de una pareja, y su ausencia, el desamor, el de sus desventuras. Las relaciones amorosas quedaron así, sujetas a su esencia más íntima y desnuda, la entrega voluntaria entre dos personas.

    Paradójicamente, cuando las relaciones comenzaron a depender del amor hicieron estreno en sociedad sus más estrepitosos fracasos. No solo ese añorado sentimiento se mostró más esquivo de lo esperado, sino que además el mundo se fue haciendo más difícil y cambiante. La tecnología, la globalización producto de las comunicaciones, la cultura de las apariencias, la existencia acelerada, la competencia, las grandes urbes, en fin, la vida misma, no contribuyeron para nada a hacer más estable vivir en pareja por amor. El aterrizaje forzoso de las desilusiones puso en evidencia lo mucho que cuesta mantener el amor y lo fácil que es perderlo. Se fue tornando difícil establecer compromisos a largo plazo basado en tan frágil y escurridizo sentimiento.

    Las personas, cada vez más autónomas y soberanas, han manifestado crecientes dificultades para aceptar reglas de convivencia que restrinjan su libertad. Les cuesta darse el tiempo para solucionar las crisis y prefieren un amor nuevo antes que reparar el antiguo. Exigen perfección y plena satisfacción, sin más complicaciones, en un mundo ya difícil de vivir. Desean las ventajas de una relación de pareja, pero carecen de la paciencia necesaria para sus sinsabores y obligaciones. Entonces no es de extrañar que con frecuencia, terminado el deleite, se termine la pareja. Quizás en pocos temas se tenga la cabeza tan llena de pajaritos, yendo de frustración en frustración, cometiendo una y otra vez los mismos errores. Así, sin quererlo y buscando incesantemente y a tientas el amor eterno, se le ha pavimentado el camino al escepticismo y al descompromiso.

    En la sociedad de consumo el amor se ha vuelto más rudo; los enamorados se han convertido en consumidores exigentes. Quieren lo mejor al menor precio. Se ha hecho difícil establecer una identidad sólida en un mundo global tan cambiante y donde nada perdura. Se vive en ciudades en las cuales cotidianamente se demuelen casas, surgen nuevos edificios y se construyen carreteras inesperadas. La información se duplica por segundos; predominan la velocidad, la inmediatez, y al poco andar lo ya aprendido queda obsoleto. Varias veces, a lo largo de la relación de pareja, se va a cambiar de domicilio, de país, de profesión, de tecnología y de trabajo; lo más permanente será precisamente lo contrario: la inconstancia. En este entorno, crecientemente competitivo y exigente, replegarse y desconfiar de todo, y también del amor, aparece como una forma más de salvaguardar la propia integridad.

    El temor al compromiso responde a una doble falta de confianza: en uno mismo y en el otro. Las personas, conscientes o inconscientes, en medio de la fugacidad de todo, se inundan de dudas. Se preguntan: ¿Podré comprometerme con alguien para toda la vida? ¿El otro me será fiel? ¿Valdrá la pena involucrarse? ¿Para qué amenazar mi independencia y mi tranquilidad con responsabilidades de pareja? Después de todo, ¿seré capaz de amar? Sin embargo, los jóvenes siguen declarando que, junto a la educación, el amor y la familia son lo que más les importa. Buena cosa, porque, hoy por hoy, la estabilidad de los vínculos se ha convertido en la fuente fundamental de la identidad personal. La permanencia de los afectos, ahí donde nada más dura, es el principal soporte de la construcción de confianzas y de las seguridades básicas que permiten sobrevivir como ser humano. Quizás los nuevos tiempos requieran de una mayor aceptación de diversas formas de relacionarse amorosamente, más allá de las convencionales. Comprometerse no significa ya, hoy en día, necesariamente dormir en la misma cama, ni verse todos los días, ni vivir en la misma casa. Lo importante es ser capaz de amar establemente a otro, estar preparado para construir acuerdos y cumplirlos, y estar disponible para dar y recibir, tanto en las buenas como en las malas.

    Hoy día el amor de pareja sí es posible, pero requiere de cuidado cotidiano, respeto y de constante aprendizaje. Inevitablemente el sentarse en los laureles comenzará un corrosivo e imperceptible deterioro; las diferencias hay que pelearlas y se deben mirar de frente los conflictos. También se deben construir diques sólidos de complicidad y confianza que protejan de los espejismos y del cansancio de una existencia vertiginosa. El amor requiere de espacios y tiempos especiales, propicios para la intimidad y la seducción. Si la rutina se apodera de la vida amorosa, es difícil que la pasión se renueve. Sin embargo, no hay que perder las esperanzas, porque el amor no tiene por qué ser un tango eterno. Como todo sentimiento profundo, tiene sutilezas y contradicciones, sus propias reglas y derroteros, sus miserias y sus grandezas, su arte y su ciencia. El amor duradero ayuda a reconocerse a sí mismo a través del tiempo, a saber quién realmente es uno y quién es el otro, a desarrollar consistencia emocional y a volverse más generoso. Sigue siendo, después de siglos, la mejor defensa contra la soledad, el vacío interior y el egocentrismo. Incluso hoy, en la era del descompromiso. 

    A

    Abandono

    El desamor, ese indigno

    Pocas cosas pueden ser más dolorosas que dejar de ser amado. Enterarse del desamor de improviso, de un día para otro; porque así se viven los abandonos la mayoría de las veces, como abruptos, inesperados, inexplicables, aunque los problemas se remonten a mucho tiempo atrás. De ahí la incapacidad para asimilar la noticia, la rebeldía ante lo que parece un veredicto, la incredulidad, la impotencia, la necesidad de repasar los hechos sin cesar, la búsqueda frenética de argumentos, las recriminaciones, las propias culpas y la alternancia, sin fin, entre el llanto y la rabia.

    Si bien los desencuentros son pan de cada día en las relaciones amorosas, nadie está preparado para ser desterrado de la vida de quien ama. Pasar al olvido, quedar sin nido, solo y atrapado en las ruinas de sí mismo, son experiencias límites de dolor y desconsuelo. La vida se convierte en un túnel; comienza un invierno eterno, con mucho frío interior. Cuesta reconocerse, todo permanece igual, pero nada es lo mismo. Se buscan señales que anuncien el fin de la pesadilla, el futuro se ve sin luz, desierto de amor y de esperanzas. Siguen después los análisis incansables de cómo y por qué se produjo el abandono, el encono contra todo aquel que pueda ser responsable, la exigencia de que todos tomen partido, el desgarro de enterarse de que se le vio bien o sonriente, confirmar que sobrevive saludable sin uno. Invitarle, rogarle, humillarse, sollozarle, celarle, decirle. Preguntarle a gritos, qué sentido tuvo demorar la vida entera en encontrarse para después perderse. Intentar un argumento tras otro frente a unos ojos fríos que ya no responden. Llorar como un niño al que se le pierde la madre. Todo el esfuerzo con tal de recuperar a quien se fue y contrarrestar la angustia. Cualquier cosa con tal de no enfrentar ese aterrador momento donde el ser amado se vuelve ajeno, irreconocible, impermeable, extraño y duro a nuestras peticiones: una pared infranqueable a todo intento de reconciliación. Surge la frustración ante la imposible tarea de convencer al ser amado de que vuelva. Hay congoja, llanto, inquietud y pensamientos obsesivos. Se interpretan equívocamente señales que renuevan las ilusiones de recuperar el amor perdido. Crece la impotencia ante la distancia absurda que impide contarle de cada pena, ponerle al día de cada angustia, comunicarle cada soledad vivida en su ausencia. Brotan la rabia y el resentimiento, se piden explicaciones, se experimenta el horror frente a la determinación de desechar todo intento de otra oportunidad. Cuesta creer que el otro haya optado por amputar el cariño de esa forma tan tajante, brusca e implacable.

    Un amor que termina contra la propia voluntad conecta con los sentimientos más primitivos de desamparo. Se siente que se termina no solo con la relación, sino que también con una parte de sí mismo: la forma de vivir el amor, las miradas, las caricias, la intimidad, los dichos; en fin, todas las cosas cultivadas con el tiempo y que existieron solo en relación al ser amado. Las personas se experimentan como feas, inundadas de temores infantiles, no se quieren. ¿Cómo se van a querer si el ser amado no los quiere? No saben qué hicieron mal, no logran entender que los hayan dejado de amar. Buscan respuestas o signos que les den una explicación de lo que pasó. Repasan una y otra vez conversaciones y conductas. Se culpan y recriminan. La incapacidad de revertir lo sucedido los llena de impotencia y humillación. Sienten que la relación fue inútil, una pérdida de tiempo, que los momentos felices no tuvieron sentido si toda la intimidad compartida fue borrada, deshecha, rota. Se sienten desechables, reemplazables, inútiles. Por todo esto es tan fuerte la sensación del abandono.

    Hay ciertas cosas en la vida que, más allá de todo intento, no se pueden asimilar; una de ellas es morirse en el ser amado por decisión irrevocable de este. Es como morir lentamente, o peor, dejar de ser, vivir la propia muerte en vida. Se ha dejado de ser importante en el corazón y en la memoria del otro, espejo en que el alma se reconocía amada. Es demasiado fuerte para entenderlo. De ahí tanto dolor y la necesidad de hacer un duelo, el cual tiene sus fases y sus tiempos. Si se intenta saltar etapas o se reprimen sentimientos, se corre el riesgo de quedar estancado y con heridas abiertas. Si se es capaz de seguir el proceso, se abre una oportunidad de crecer afectivamente y salir fortalecido, Aunque esto último cueste creerlo cuando se está hundido en el sufrimiento.

    Usted que está devastado de tanta pena, comience pronto a reorganizarse. De a poco llegará el momento en que volverá a sentirse el mismo. O casi el mismo, porque nunca se vuelve a ser el de antes tras una situación de abandono. El amor y el dolor dejan huellas en el alma. Para superar la impotencia de tamaña derrota se requiere deponer el orgullo y aprender a tolerar con humildad el hecho de que a todos nos pueden dejar de querer. A todos, nadie se salva. Ni buenos, ni malos, ni ricos, ni famosos, ni príncipes, ni plebeyos. Y usted, aunque sea una gran persona, tampoco está libre.

    Lo primero en el proceso de duelo es permitirse las lágrimas, hablar de los sentimientos que embargan y revivirlos, una y otra vez. No dejar recuerdos por hacer ni penas por llorar. Es bueno compartir el dolor; este es parte de la vida y resulta consolador ser escuchados. Pero se debe tener cuidado en la selección de confidentes. No hace bien recibir demasiados consejos o frases hechas que, más que ayudar, desconectan de las propias emociones y hacen sentir incomprensión. Es necesario estar conscientes de que lo que duele ahora remueve dolores del pasado. Como adultos, se repiten formas de sobrellevar las penas aprendidas en otras experiencias de pérdida afectiva. Si esto impide avanzar en el duelo, quizás sea necesario buscar ayuda especializada. Sea paciente consigo mismo; si hay recaídas, son normales; pero cuidado con las venganzas, porque obligan a seguir de víctimas y a quedarse pegado en la rabia.

    El siguiente paso es rearmarse como persona asumiendo que por sobre usted pasó un huracán y que hay que construir una cotidianidad donde ya no está presente el ser amado. Esto implica hacer cosas por uno mismo, buscar nuevos intereses, salir del encierro y descubrir los nuevos recursos que dejó la experiencia. Cuidado con entrar muy pronto en otra relación; se corre el riesgo de repetir los mismos errores al buscar en la nueva pareja al amor perdido. Contra lo que dice el refrán popular, un nuevo clavo, en vez de sacar al otro, muchas veces solo lo hunde más profundamente en las entrañas.

    Usted que se ha sentido tan abandonado, desolado, anulado y despreciado, comprenda que toma tiempo dejar partir, quedar en paz, volver a sonreír. Poco a poco logrará entender que el amor no se terminó por algo puntual que usted haya hecho, sino por diferencias que se volvieron irreconciliables y, a la larga, ineludibles: diferencias en sentimientos que en unos fueron profundos y en otros, fugaces; en discrepancias insondables en lo que cada uno podía dar de sí; en la voluntad y responsabilidad con que se enfrentan los afectos; en la capacidad para luchar; en la tolerancia a las adversidades; en la habilidad para enfrentar conflictos; en las expectativas y en los valores; en las heridas de la infancia. En fin, en la madurez emocional y en la capacidad de amar.

    Por eso, comience desde ya a hacer las paces con su honor que quedó tan herido. Si la reconciliación no depende de usted, es necesario que pierda las esperanzas de una vez por todas. Si a quien se rehúsa a quererlo le da el poder de partirle el corazón, no podrá salir adelante. Puede que quien fue su pareja sea el causante de las heridas, pero ahora es su responsabilidad sanarlas. No les siga dando vueltas a las explicaciones, dé por perdida la búsqueda, y acepte finalmente que el desamor, ese indigno, también supo tocar en su puerta. Solo esa aceptación le hará posible despertar de la pesadilla, mirar hacia delante y volver a reconstruirse. El tiempo es un gran aliado, pero su mero transcurso no cura todas las heridas. Es lo que hagamos con el tiempo lo que determinará que a la larga podamos mirar para atrás y darnos cuenta de que con las penas de amor se sufre, pero también se sobrevive. Y lo que es mejor aún, se aprende.

    ABURRIMIENTO

    Los laberintos del fastidio

    En un mundo donde todo cambia y se vuelve desechable, los vínculos estables son un privilegio y, muchas veces, la única fuente de identificación permanente. Por eso es tan importante cuidarlos. Sin embargo, inexplicablemente, las personas, una vez que se estabilizan en sus relaciones de pareja, tienden a renunciar a sus encantos anteriores. Se duermen en sus laureles como si las relaciones amorosas fueran capaces de soportar cualquier embate y permiten que el cansancio, el desánimo y los malentendidos invadan sus vidas. Pareciera que la sola palabra matrimonio les activara las conductas más inadecuadas y arcaicas, convirtiendo la convivencia diaria en terreno fértil para el surgimiento de prácticas añejas, demandas infantiles y malos hábitos. Paradójicamente, una vez que la relación se estabiliza los amantes encienden el piloto automático y la dejan a la deriva, librada a su propia suerte. Así de absurdo.

    En la fase de la conquista, los enamorados ponen sus mejores capacidades y energías al servicio de la pareja. Se visten, arreglan y peinan con creatividad, organizan bien su tiempo para estar solos, se mandan mensajes, se llaman por teléfono, consiguen entradas para espectáculos, hacen reservas en restaurantes, planifican paseos y viajes, buscan espacios para las risas y los besos, conversan, se preguntan, se cuentan. Cuando las cosas están funcionando bien, creen que es mejor ni tocarlas para que no se echen a perder, y solo reaccionan de verdad cuando surgen los obstáculos, corren vientos de separación o se huele a infidelidad. Se dan cuenta de que los ha ahogado la monotonía cuando ya apenas pueden respirar por la falta de oxígeno. O sea, cuando generalmente ya es demasiado tarde.

    Es difícil comprender el porqué de la modorra y la apatía en la cual tiende a instalarse la pareja después de conseguir la tan ansiada estabilidad. Los enamorados comienzan de a poco a poner los días, uno a uno, en una línea de producción, acumulando desencantos y malos modos. Se olvidan de las destrezas con las cuales iban cambiando, cotidianamente, esos pequeños detalles que hacen toda la diferencia. Van ignorando las señales de hastío, perdiendo la iniciativa, la velocidad de respuesta y el interés por lo que le sucede al otro. Hasta que la relación con el ser amado se convierte en un intercambio de conductas vacías y desprovistas de significado. Cuando despiertan de la somnolencia distraída en que han transformado sus vidas, generalmente ya están cansados de callar lo que sienten y de ahogar sus sentidos. Aburridos de caminar sin rumbo, le pasan la cuenta a la pareja de la insatisfacción que ellos mismos han permitido.

    Cuando se supone que los cónyuges van a florecer, comienzan a silenciarse eróticamente, se estancan en el amor y se pierden la admiración. Se descuidan, imitan conductas indeseadas que repudiaron en sus padres, se dejan estar y desarrollan paulatinamente exigencias y barreras que no estaban presentes durante el pololeo. Dejan de detenerse en el otro, de mirarse, de conversar lo que les pasa y de mostrar buena disposición. Surgen las descalificaciones con las palabras y los gestos, las muestras de rechazo y los reclamos permanentes. Los que antes conversaban horas se vuelven distraídos, los que ayer eran cercanos se convierten en antagonistas, los que otrora se atraían se tornan indiferentes.

    Comienzan a acumular años de críticas y frustraciones y a expresar cada día menos lo que sienten. Anestesiados emocionalmente, dejan de arreglarse el uno para el otro y van perdiendo paulatinamente los modales y el decoro. Encerrados cada uno en su fortaleza, automáticamente se comportan como si su compañero fuera un mal menor, o solo una resignada compensación a la soledad.

    Señor, usted que era antes un galán y ahora lleva años hipnotizado frente a la tele, distraído, mudo o ausente; y usted, señora, que era una mujer seductora y coqueta y ahora está permanentemente enojada, frustrada o insatisfecha, ya es tiempo de que despierten. ¡Y por favor no se pongan feos, ni gordos, ni aburridos, ni irritables, ni exigentes, ni demandantes, ni antipáticos, ni abúlicos, ni gritones, ni insoportables, ni distantes, ni malhumorados, ni resentidos, ni hoscos, ni herméticos, ni desabridos, ni huraños, ni odiosos, ni agrios, ni desarreglados! Recuerden que tienen que prodigarse y no dejarse estar, preocuparse el uno del otro e impedir que cunda el olvido. Y que no es lo mismo, aunque lo parezca, ser austero que avaro de sí mismo, ni discreto que precario en los afectos, ni moderado que ahorrativo de sonrisas y palabras, ni cauteloso que distante y desatento. Repasen qué los llevó a enamorarse e intenten recrear las condiciones que hicieron el amor posible. Y si pueden, inventen cosas nuevas; el deseo, así como se pierde, también puede volver a

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