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Por donde se sube al cielo
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Por donde se sube al cielo

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"Por donde se sube al cielo", novela escrita por Manuel Gutiérrez Nájera a fines del siglo XIX, demuestra lo imprecisa que suele ser la frontera entre prosa y poesía. La poesía se define por una convención. Es por medio de su estructura que lectores, escritores y críticos literarios la reconocen. El verso es la forma considerada como la máxima estructura de la poesía; sin embargo, lo poético existe también en diferentes formas literarias. "Por donde se sube al cielo" es el ejemplo de que una novela se puede considerar poesía pues es Manuel Gutiérrez Nájera el poeta que la escribe y además logra que el lenguaje en prosa tenga este carácter poético.

"Por donde se sube al cielo" fue incomprendida en el momento de su publicación debido a que utilizaba temas, tópicos y descripciones alejadas del prototipo del mexicano. Por ser parte del movimiento literario modernista, que caracteriza el estilo del autor, todo lo que sucede y los personajes de esta historia son basados en Paíis, sus habitantes y opulencias. La recepción de esta obra hoy en día puede tener una perspectiva diferente porque existe la connotación del contexto en que ésta fue creada y el autor es ya un escritor reconocido e importante para las letras mexicanas.
LanguageEspañol
Release dateJan 17, 2020
ISBN9786070242854
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    Por donde se sube al cielo - Manuel Gutiérrez Nájera

    Nájera

    CAPÍTULO I

    Comedianta

    GRANDES REVERBEROS PROYECTAN SU ENORME FAJA LUMINOSA EN LAS ACERAS, COMO UNA CINTA DE ORO DESENROLLADA sobre un mostrador negro. Cierran las portezuelas de los coches con ruido seco, y se oye por todas partes ese atronante rumor de muelles nuevos, que marea el fin de las reuniones elegantes. Ha concluido el espectáculo. La concurrencia, como una marca oscura, se desborda del teatro. Los chicuelos corren regocijados en el pórtico ofreciendo cerillas y mechas inflamadas a los espectadores, que encienden sus tabacos y cigarros mientras el coche llega y salen las señoras. Los cocheros, que han esperado largo tiempo, asoman su nariz roja por entre el alto cuello de su carrick, y toman el látigo que ha permanecido ocioso mientras el lacayo, saltando con destreza para no manchar de lodo sus botas amarillas, abre la portezuela, quitándose el sombrero, en ademán humilde, con la mano izquierda. Parten los caballos con arranque vigoroso, martilleando el suelo con sus cascos, y los faroles del carruaje, iluminando el interior, permiten ver, confusamente, el rostro de una joven que pega su cabeza a los cristales; el blanco abrigo de su compañera; el escorzo carnoso de la madre, que se hunde en los cojines, y la lumbre de un tabaco, grueso y largo. Algunos concurrentes salen tarareando la última aria de la ópera en boga. Otros acechan, tras las columnas del vestíbulo, el rápido paso de sus amadas o novias. Tras las puertas cerradas de la contaduría, por cuyas rendijas sale una flaca lista de luz roja, se oye el rumor de un chorro de pesos, cayendo en los cajones y en las arcas: ahí está el empresario contando los productos de la entrada. Ésta es la hora en que se organizan las pequeñas aventuras y las grandes cenas. Los hombres de buen tono cruzan sus respetuosos saludos con las señoras que atraviesan el vestíbulo o bajan gravemente las grandes escaleras. Los más tardíos salen precipitadamente, con el sobretodo a medio poner y el tabaco apagado entre los labios. Los aristócratas rasgan sus guantes de blancura inmaculada y despliegan el claque. La seda de los trajes barre los escalones, limpios y

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