Humana tr3nidad
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Humana tr3nidad - Patricio Vidaleiva
vivir.
El inicio y las coincidencias
Con Miguel empezamos a conversar todos los días por WhatsApp y a llamarnos por teléfono constantemente, sentíamos esa necesidad. Habíamos acabado de encender un motor tan poderoso que se nos hacía imposible dejar de acelerarlo, nos alegraba el día a día. Este motor se fue activando a tal punto que sin darnos cuenta ya habíamos comenzado un viaje sin retorno, un viaje que nos haría transitar por tantos lugares y situaciones que ni siquiera imaginábamos posibles, pero de las que he aprendido tanto y del que agradezco haber pisado su acelerador. En las sucesivas conversaciones nos fuimos dando cuenta de que nuestros caminos desde hace un tiempo ya buscaban la manera de cruzarse, pues teníamos muchas coincidencias, vivencias y situaciones que en definitiva tarde o temprano terminarían por unirnos.
Hoy pienso que ciertas personas obligatoriamente se nos tienen que presentar en nuestras vidas por alguna insospechada razón y que para bien o para mal, terminarán gravitando en las vidas de las unas sobres las otras. Estamos imposibilitados de escapar, son personas cuya presencia logrará trascender a tal punto que le imprimirán un sello a nuestra vida o marcarán una estampa tan abrumadora y persistente que ya no volveremos a ser los mismos. Transformarán nuestro mundo hasta formar parte de nuestra esencia por el resto del camino que nos quede por recorrer.
Por razones laborales yo me encontraba en una posición de interés para Miguel, él requería cierta información y orientación para postular a un desafío en términos académicos y precisamente yo formaba parte de esa red a la que le interesaba ingresar. Esa fue nuestra primera coincidencia.
La segunda coincidencia tuvo relación con el lugar donde nosotros vivimos. Miguel, en su rol de profesor de escuela, coincidentemente un par de meses antes de conocernos hizo clases durante más de un año en un colegio que quedaba en la misma calle donde vivimos con Enrique. Constantemente pasaba por fuera de nuestro edificio que quedaba solo a tres cuadras de su antiguo lugar de trabajo. Al tomar el metro debía hacer esa ruta a diario... después, yo me preguntaba: quizás cuántas veces nuestras miradas se cruzaron e ignoraron que en un par de meses, esas pupilas pardas y en ese entonces desconocidas, serían las que se posarían cada día sobre nosotros después de nuestras jornadas laborales.
La tercera coincidencia sucedió un día en la tarde después de nuestros trabajos. Nos dirigíamos con Enrique a caminar o ver qué haríamos cuando se nos antojó ir a comer pizza a un local llamado Verace, donde por cierto hacen unas pizzas en masa piedra muy buenas (aprovecho de recomendar la cuatro stagione y la Di Mare); queda en pleno barrio Bellas Artes o Paseo de las Muñecas. Al entrar, adivinen con quien nos encontramos ahí, sí, Miguel nuevamente, acompañado de su mejor amiga, Marianela. Nos saludamos, le presente a Enrique a la rápida porque ellos ya se retiraban del local cuando nosotros veníamos entrando. Esa fue la primera vez que estuvimos juntos los tres.
Cierta tarde saliendo del trabajo, con Enrique no decidíamos a qué lugar ir o qué hacer, cuando por alguna razón que ya no recuerdo nos peleamos y yo me las emplumé al sauna solo. Él, se fue al Ciber Café Gay. Para mi sorpresa, cuando ya me encontraba adentro del local, apareció Miguel. Esa fue nuestra cuarta coincidencia.
Fue entretenido verlo, finalmente estuvimos de nuevo íntimamente juntos. Cuando salimos del local, me invito a comer comida árabe al «Shawarma». Luego de eso hemos ido los tres varias veces más, y cada vez que voy de paso por ese lugar se me viene a la mente la imagen de Miguel. Es curioso, a modo de reflexión, ciertos lugares quedan marcados a la espera que nuevas experiencias y personas los reemplacen o hasta que esas personas dejen de tener importancia para uno.
Otro día fuimos a dejar a un amigo a su casa en la comuna de Conchalí. Para nuestra sorpresa, este amigo vivía en la misma calle de Miguel. Quinta coincidencia. Más adelante, esto nos hizo pasar por uno de los momentos más tristes que tenga recuerdo, tanto en la relación con Miguel como de la vida en general, fue un momento de aquellos que uno nunca quisiera repetir, un momento de esos crueles, amargos y tan demoledores que cuesta mucho recuperarse porque se nos encoge el corazón y empalidece el alma, dejando una herida imposible de sanar sin dejar una cicatriz eterna en nuestras vidas.
Hubo más coincidencias, pero ya no las recuerdo con claridad, quizás estas cinco ni siquiera son las más interesantes, pero son las que se me vienen a la memoria.
Primera junta
La primera vez que nos pusimos de acuerdo para juntarnos los tres y conocernos de manera más profunda, fue un lluvioso día sábado. Debe haber sido en abril de 2013, a la salida de la tienda Falabella de la calle Puente. Miguel venía de su casa a eso de las 17:30 horas. Desde allí nos fuimos al Mall Costanera Center. Yo debía comprarme unos zapatos resistentes a la lluvia para un viaje de trabajo en terreno que haría en Valdivia y Miguel conocía mucho de zapatos ya que había trabajado en el rubro del calzado antes de conocernos. Recuerdo tan claramente lo esmerado que se demostró esa vez y lo preocupado por asesorarme de la mejor manera en mi compra. Tan lindo que es con nosotros cuando se lo propone. Luego de esa compra nos fuimos a comer sushi a un local del Patio Bellavista. Después de comer lo invitamos a nuestro departamento a tomar algo y él se negó porque debía volver a su casa antes de las 21:00 horas. Afortunadamente andábamos en nuestro auto, ya era tarde, por lo que acordamos quedarnos un ratito más y de ahí, cuando estuviéramos cerca de la hora, ir a dejarlo a su casa. Mientras comíamos lo noté algo nervioso, preocupado, fue entonces cuando nos confidenció que su familia era muy estricta con el tema de los permisos y tenía que reportarse o avisar si se retrasaba. Pobre, tan reprimido que lo tenían sus padres. En esa ocasión más que enojarme por lo complicado de sus horarios lo vi como algo positivo y lo entendí como que tenía una familia preocupada y que él era un joven serio y respetuoso de las reglas que en casa imponían sus padres.
Con el tiempo pude ver que, más que preocupación, era la manera que tenían sus padres para hostigar y controlar la vida de sus hijos a su antojo. Lamentablemente, Miguel nunca logró verlo así. Mejor dicho, nunca lo quiso reconocer ya que en su fuero interno él sabía muy bien lo penoso de su situación familiar. Con el correr del tiempo esa manipulación se convirtió en una de las actitudes más desgastantes y agotadoras, transformándose en uno de los problemas más recurrentes en nuestra relación. Quizás, en ocasiones hasta le sirvió de excusa para no vernos o para irse de nuestro departamento a otros panoramas más entretenidos. Lamentablemente nosotros no podíamos hacer mucho ni reclamárselo pues desde un comienzo él nos dio a conocer ese impedimento y nosotros lo aceptamos tal cual, sin tener opción de criticárselo ni hacérselo saber, fue algo que aceptamos sumisamente. Sin duda este ha sido un tema sin solución durante toda nuestra relación.
Salida a Casino Monticello
La segunda vez que nos juntamos los tres, fuimos nuevamente de compras, esta vez al Mall Parque Arauco. Recuerdo que nos dimos cuenta de que con Miguel compartíamos el gusto por comprarnos ropa, no así con Enrique quien detestaba precisamente esa actividad. Estoy seguro, de que junto con Miguel se nos pasó por nuestra cabeza el sentimiento de decir interiormente: «Bien, al fin alguien con quien pasar horas vitrineando y probándonos alguna que otra pilchita».
Luego nos fuimos al Casino Monticello, la idea era aprovechar de comer algo en un restaurante del lugar y de paso probar si la suerte estaba de nuestra parte. Ese día Miguel se ofreció para pagar la cuenta, quería agasajarnos de alguna manera.
Quizás fue la adrenalina de las máquinas tragamonedas, o la imponencia del lugar lo que nos sedujo esa noche, o el licor tal vez. O bien pudo deberse a los mariscos que deleitamos en esa cena, o la mezcla de todos ellos lo que nos envalentonó y nos hizo más receptivos, pero fue la primera vez que concebí en Miguel la intención de conseguir algo más de nosotros en términos sexuales. Se le notaba en su actitud corporal que quería algo más que una simple amistad. Nos tocaba diferente, se nos acercaba e insinuaba, tenía esa profunda mirada diferente. Con esos pequeños detalles uno advierte sin que se emitan palabras lo