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Crónicas imperdibles de El Mostrador: Público, gratuito y de calidad
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Crónicas imperdibles de El Mostrador: Público, gratuito y de calidad

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About this ebook

El Mostrador, en el aniversario de sus 15 años, ha decidido presentar estas crónicas, que son un reflejo de cómo y cuánto Chile ha cambiado desde el año 2000. Se presenta una selección de artículos, reportajes y columnas –con introducciones que contextualizan las respectivas temáticas– que dan cuenta de la historia de nuestro país estos últimos 15 años. “Educación pública, gratuita y de calidad” fue el eslogan y emblema que acompañó al movimiento social que, a partir del año 2011, se tomó la agenda de la política chilena, transformándola para siempre. El Mostrador se ha dedicado desde sus inicios a cubrir los temas de interés público –develando sus recovecos y complejidades–, es completamente gratuito para sus lectores (desde el año 2008) y practica un periodismo de alta calidad. En este libro se refleja la vocación de poder y de influir que ha tenido siempre este medio digital, rompiendo barreras y transgrediendo límites, incomodando con verdades que son importantes de descubrir y de divulgar, y que logran provocar interés y reflexión en los lectores.
LanguageEspañol
PublisherZig-Zag
Release dateNov 11, 2015
ISBN9789561228344
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    Crónicas imperdibles de El Mostrador - Víctor Herrero

    e-I.S.B.N.: 978-956-12-2834-4

    1ª edición: noviembre de 2015

    Compilación y edición: Víctor Herrero

    Diseño interior y de tapas: Juan Manuel Neira.

    © 2015 por La Plaza S.A.

    Inscripción Nº 258.948. Santiago de Chile.

    Editado por Empresa Editora Zig-Zag S.A.

    Gerente editorial: Alejandra Schmidt U.

    Editora: Camila Domínguez U.

    Director de Arte y Diseño: Juan Manuel Neira L.

    Diseñadora: Mirela Tomicic P. 

    Derechos exclusivo de edición resevados por 

    Empresa Editora Zig-Zag S.A.

    Los Conquistadores 1700, Piso 10. 

    Teléfono (56) 228107400

    www.zigzag.cl / email: zigzag@zigzag.cl

    Santiago de Chile.

    El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización de su editor.

    Índice de contenido

    Prólogo | Sexo, drogas y El Mostrador | Jorge Navarrete P.

    Nota del Editor | Víctor Herrero

    I El partido del orden

    Introducción | Lo que botó la ola | Mirko Macari

    1 La insoportable levedad de los prohombres

    2 De frambuesas y asesores sin títulos: se estrenan los conflictos de interés

    3 Apellidos rimbombantes y un sueldo reguleque

    5 El verano de las subsecretarias que nunca asumieron

    6 La salud física y política de Michelle Bachelet

    7 La necesidad de una nueva Constitución

    II La huella del dinero

    Introducción Follow the money! | Iván Weissman

    1 Amor dorado: Sebastián Piñera y LAN

    2 Tocando a intocables

    3 Rápido grado 5: el Caso Cascadas

    4 Penta: Colapso total

    III Pasado y presente

    Introducción Detrás del arcoíris | Santiago Escobar

    1 Derechos Humanos: rompiendo el pacto de silencio

    2 La elite se siente observada

    IV Columnas que hicieron historia

    Introducción La calle y la ciudadanía | Federico Joannon

    Referencias biográficas

    Prólogo

    Sexo, drogas y El Mostrador | Jorge Navarrete P.

    Cumplir 15 años parece ser una cuestión importante, aunque no sé específicamente cuál es la razón. Mi experiencia más cercana son las míticas fiestas a las que asistíamos cuando las festejadas cumplían dicha edad. Se trataba ciertamente de una ocasión especial, ya que salvo algún matrimonio previo al que se nos obligaba a asistir con tenida formal, estos encuentros adolescentes eran la primera ocasión en que lucíamos una corbata en nuestro cuello, siempre con una chaqueta que nos quedaba grande y, la mayoría de las veces, combinada con las irrenunciables zapatillas.

    Se trataba de eventos ampliamente esperados, en los que dábamos rienda suelta a conductas que revestían mucho de descubrimiento y de transgresión. La abundancia de alcohol –antes y después– como el tabaco, cuando no la marihuana, eran una especie de pasaporte o credencial para el tránsito hacia la adultez. Así se reafirmaba la personalidad y, especialmente, en las primeras incursiones con el sexo opuesto, el quizás más importante tesoro y secreto a develar. Fueron muchas las veces en que las cosas no salieron como hubiéramos esperado. Desde no poder ingresar al lugar de los hechos, hasta experimentar el rechazo de nuestro objeto del deseo; por lo que, incluso cumpliendo parcialmente nuestro propósito, la experiencia distaba de la que tantas veces nos habíamos imaginado. Pero también hubo ocasiones en que lo ocurrido superaba todo lo imaginable; nos sentíamos gigantes, grandiosos y dueños de una vida que devorábamos sin ningún límite o restricción. Qué importaban esas largas caminatas de vuelta a casa, si lo que más queríamos era prolongar y ojalá hacer interminables esas noches. Así y todo, nos angustiaba el despertar del día siguiente, pues todo lo magnífico podía ser finito y fugaz.

    Eso es esencialmente la adolescencia. Un amorfo momento de cambios y transición, de implacables certezas pero también plagado de contradicciones, donde nuestras noblezas conviven con las miserias, donde sentimos que algo cambia y muta en nosotros; lo que de manera paradojal, nos excita y deprime simultáneamente. Es, ni más ni menos, una crisis en nuestra existencia.

    La palabra crisis tienen un significado similar en varias disciplinas. Así, por ejemplo, en el ámbito de la medicina, usamos esa palabra para designar el estado de un paciente después del cual su salud mejora o empeora incluso pudiendo llegar a la muerte. En la literatura, la crisis hace referencia al momento cúlmine de la trama, a partir del cual se resuelve la historia y se sigue la suerte de los personajes. En el ámbito de la política y la cultura, se utiliza este concepto con un propósito similar al de la adolescencia, es decir, para designar un importante período de transformaciones y cambios. Sin ir más lejos, una de las más bellas definiciones de crisis fue fraseada por Antonio Gramsci como aquel momento en que lo que tiene que morir no ha muerto y lo que tiene que nacer no ha nacido todavía.

    ¿Acaso no es algo parecido lo que sucedió en Chile y cuyo principal síntoma fue la profunda crisis de la elite y el alzamiento de los ciudadanos? Con matices que no es posible iluminar en una simplificación, lo que aquí ocurrió es que se acumuló la rabia de las personas contra el poder –no solo el económico, sino también el político, social y territorial–, rabia por cómo el poder se generaba, usaba y finalmente distribuía. Esa grosera asimetría, expresada de manera fundamental en las redes de acceso e influencia, en la idea del club o, como El Mostrador magistralmente bautizó, en el transversal partido del orden, terminó cebándose de tal manera, que develó el más profundo y sentido fracaso de nuestra democracia: haber sido incapaz de representar de manera equitativa los intereses de todos sus ciudadanos.

    Son conocidas las consecuencias de lo que vino después: el obsceno poder del dinero en la política, el tráfico de influencias, la precariedad institucional para resistir las presiones, la cooptación por los poderes transversalmente constituidos y la opacidad, cuando no, la corrupción en procedimientos y dirigentes. Todo lo cual vino aparejado de una cada vez mayor irrelevancia de la actividad política formal y sus respectivos procesos eleccionarios. De un momento a otro, tambaleaba toda la poderosa clase dirigente empresarial, política y social.

    Es aquí donde vale la pena hacer una pausa para hablar de El Mostrador, un diario que hizo de su proyecto editorial una causa para mostrar, graficar y azuzar los cambios que ahí se estaban produciendo.

    Asignarle un rol fundamental en la génesis de dicho proceso sería una observación demasiado generosa, pero lo que nadie podría negar es que este otrora modesto medio de comunicación digital –parafraseando al filósofo y sociólogo francés Edgar Morin– fue el que mejor capturó el espíritu de su tiempo. Así como El Mercurio monopolizó la atención editorial por una década, desde mediados de los 80; y similar logro tuvo La Tercera en la madurez del proyecto concertacionista, tanto en su trastienda como en la evolución de sus más importantes personajes; El Mostrador fue pionero en avizorar e interpretar un proceso donde vertiginosamente se transitaba desde la verticalidad a la horizontalidad, desde la aristocracia a la cultura del mérito, y desde la inercia de las prebendas a una sociedad que clamaba por reconcursar los privilegios. El Mostrador fue de los pocos medios que acompañaron y significaron las profundas transformaciones de la sociedad chilena, la misma que el año 1992 escuchaba la sentencia de Monseñor Carlos Oviedo sobre la crisis moral, pero que dos décadas más tarde reprochaba de manera inmisericorde la debacle moral de la propia Iglesia Católica.

    Al igual que con sus hermanos mayores, en El Mostrador hubo y hay un proyecto político robusto. Pero, a diferencia de sus antecesores, en su caso nunca existió un sesgo electoral o partidista. Quizás por la agudeza de sus directores y principales periodistas, rápidamente entendió lo absurdo y obsoleto de la idea de contar con medios de gobierno y oposición, consolidando una radical independencia, que representó de mejor manera la necesidad de más vigilancia y control, rompiendo con la obsecuencia o la idea de agradar a los íconos de turno.

    No se trataba tampoco –como fue el karma y la sombra de tantos medios de comunicación que fracasaron en el camino– de confundir un proyecto editorial con uno de carácter testimonial. Lo que hubo siempre en El Mostrador fue vocación de poder y una indomable necesidad de influir, rompiendo barreras, transgrediendo límites, incordiando a los poderosos, exponiendo a los intocables y, de esa forma, haciendo carne la promesa de que no hay verdad que, tarde o temprano, no se pueda descubrir y por lo mismo divulgar.

    Pero este no ha sido un proceso fácil o exento de dificultades y sinsabores. En un país con una elite tan arraigada como la nuestra, resulta siempre traumático anunciar el tránsito desde lo legal a lo legítimo y relatar el fin de una era de seguridades en los privilegios, para después describir y proponer un severo cambio en las reglas del juego que obligaban a reconcursar y, muchas veces, a jubilar a los principales protagonistas y sospechosos de siempre. De esa forma –y como todavía recordamos los abogados– hay una importante diferencia entre el derecho y la justicia. Y, esta última, con todas las imperfecciones, es lo que creo, más convocó a quienes han trabajado y trabajan en este medio.

    Un trabajo que ha sido hecho bajo un profundo respeto a las reglas de organización interna, lo que impide que sus dueños u otras personas relacionada con el medio puedan ejercer alguna presión irresistible e interesadas sobre el director o sus periodistas, renovando a diario un férreo compromiso, el que se pone a prueba con cada noticia y titular que habitualmente nos regala El Mostrador. Se trata de un desafío enorme, pues hay dos peligros que se avizoran en su trayectoria. El primero, y más importante, es evitar convertirse en lo que ellos mismos dicen contradecir. El segundo, y ligado con lo anterior, es preservar la necesaria humildad para saber que continuamente se cometerán errores, los que siendo parte inherente al ejercicio del oficio periodístico, deben ser debidamente reconocidos y reparados en lo posible. El Mostrador ha salido exitoso de estos peligros pues, entre otras cosas, se ha constituido en un núcleo de poder importante y con la capacidad de alterar el curso de acontecimientos políticos, económicos y sociales. El resguardar y renovar las causas y razones que motivaron su existencia, será el único antídoto contra la arbitrariedad, ambición y vanidad de quienes hoy están en esta merecida y ganada condición.

    Cumplir 15 años parece ser una cuestión importante, y todos los que han sido parte del equipo de El Mostrador –hoy y antes– saben cuál es la razón. Como un entusiasta lector de este púber medio, el que me ha hecho gozar y también sufrir, al que he celebrado y también criticado, solo quisiera felicitarlos por estos años de esfuerzo, talento y una inquebrantable voluntad que los hace merecedores de una gran fiesta.

    Y como todo adolecente a esta edad, espero que para El Mostrador sea una celebración interminable. Han sabido vivir e interpretar nuestro momento, su momento, con el vigor y la pasión de a quién le explotan las hormonas. Junto con juzgar su época y también hacerla propia, la han sabido relatar de manera magistral. Han tomado, fumado, atracado y posiblemente incursionado en acciones tan excitantes como peligrosas. Han incordiado también a los dueños de casa, pues me imagino que a ellos no les gustó saber que su única hija, el sueño de sus ojos, intensamente buscó que ese extraño –sin colegio, apellidos o domicilio conocido– metiera la mano entre su ropa interior; de la misma forma que también se escandalizaron al saber que su hijo predilecto se excitaba fantaseando con la posibilidad de tener sexo con las amigas de su madre. Han tenido grandes aciertos de la misma forma que también han cometido severos errores. De esas contradicciones está hecha su historia, la que espero se pueda prolongar y extender, cual noche que queremos hacer eterna.

    Nota del Editor | Víctor Herrero

    El Mostrador lleva 15 años incomodando al poder de este país. Y al repasar estas crónicas de la última década y media, uno obtiene un vistazo de cómo y cuánto Chile ha cambiado desde el año 2000. De alguna manera, los artículos, reportajes y columnas incluidas en este libro son un reflejo de nuestra historia contemporánea. Es la historia viva de nuestro país, la que no siempre se palpita en el día a día, pero la que, cuando uno levanta la mirada, comienza a dibujarse con cierta nitidez.

    A mediados de 2015, un grupo de editores y ejecutivos de este diario me pidió que me encargara de compilar un libro que recogiera la historia, el aporte y, también, los errores de este medio que, en marzo de 2000, apostó por el formato digital.

    Acepté el desafío y ha sido una labor de dulce y agraz. Dulce, porque al recopilar las mejores crónicas de El Mostrador me he dado cuenta de la importancia de este medio en retratar y, sí, configurar el Chile actual. Y agraz, porque pensaba que en la actual época digital habría registro de cada palabra, de cada coma, publicada desde sus inicios. Pero ello no fue así. Al contrario, la revolución digital que todos estamos viviendo nos hace olvidar que la tecnología del año 2000, o acaso 2005, es hoy en día prehistoria.

    Por ello, en los artículos que se reproducen a continuación, por diversas circunstancias, no siempre existe toda la información. Para los reportajes anteriores al año 2010 no hay informes de lectoría. Los desarrollos y cambios de sistemas, o en la migración a plataformas más seguras, algo de la memoria queda en el camino.

    Pero, al final, ello no importa. La historia es una cazuela que se cocina a fuego lento, pero constante. Y es eso, justamente, lo que retrata este libro. La historia cotidiana, a veces violenta y otras veces suave, de nuestro país.

    I El partido del orden

    Introducción | Lo que botó la ola | Mirko Macari

    ¿Cómo se hace un medio? Mi respuesta a esta pregunta es siempre la misma: los medios surfean una ola, la ola de la opinión pública, mas los medios no la crean. La pauta es entonces una lectura de ese mar agitado, de ese tiempo histórico que nos toca vivir, que es un tiempo largo, no un período presidencial ni menos una acumulación de hechos, como los resúmenes de noticias que hace la televisión cada fin de año. El tiempo es una sicología social, unos valores dominantes, unos referentes icónicos, unos límites y un tono de la conversación pública. Un sentido del bien y del mal, de lo prohibido y de lo permitido. La filosofía alemana habla del Zeitgeist, el espíritu de una época.

    La transición a la democracia, también conocida como la posdictadura, tiene una nitidez asombrosa, como una película en HD. Desde 1990 a 2011, ha mostrado una serie de rostros, un lenguaje, unos medios de referencia, unas certezas políticas y un discurso dominante. Es el tiempo de oro de una generación que fracasó en su ideario juvenil de construir el socialismo y triunfó en su conversión al paradigma neoliberal. Ambas apuestas absolutamente ideológicas, aparentemente opuestas y contradictorias, pero unidas por una misma necesidad: un partido único en el poder. Ese partido, construido al alero de la privatización de la vida y la política, es el que hemos denominado el partido del orden. Del orden, porque su sustrato y composición oligárquica, que incluye elites de las viejas izquierdas y derechas, poder político y económico –separados solo para efectos del espejismo electoral–, entronca con la tradición más profunda de las clases dirigentes chilenas, cocinada al alero de la historiografía conservadora. Augusto Pinochet rebautizó el edificio de la UNCTAD como Diego Portales, y Ricardo Lagos tenía en su despacho presidencial un retrato del ex ministro del siglo XIX, cuya idea del gobierno fuerte, autoritario e impersonal, era condición sine qua non para la prosperidad de hombres de negocios y comerciantes.

    El templo de esta religión no ha sido La Moneda, sino el centro de eventos Casa Piedra. Sus mantras fueron el crecimiento y el consenso; su sumo sacerdote, el ex ministro Edgardo Boeninger; su príncipe, Arturo Fontaine Talavera; y sus salones, las páginas sociales de El Mercurio y los encuentros a puerta cerrada en el Centro de Estudios Públicos (CEP). Su rockero de culto es Carlos Peña y el reality que se ha robado el rating se ha transmitido todas las mañanas por los micrófonos de radio Duna. Su negrito de Harvard es Camilo Escalona. Su fantasma, el desborde. El fin de las reglas claras, la llaman. La incertidumbre les da pánico. Pero la incertidumbre ha llegado para quedarse. No de la mano del viejo Carlos Marx, sino más bien de Ilya Prigogine y su teoría del caos, expresada en una sociedad más indócil y compleja, y del fin del poder, tan bien descrito por Moisés Naím, hijo predilecto de sus seminarios de corbatas caras.

    Esa ola fue fuerte y larga, consistente y exitosa respecto a sus propias expectativas. Pero esa ola ya fue, o más bien dicho está dejando de ser. La que viene apenas la empezamos a ver en el horizonte, pero intuimos sus contornos. Y empezamos a surfearla. Su tono es el de las redes sociales: directo, coloquial, un tanto insolente. Su jerarquía es horizontal. Su valor, la transparencia; su desvelo, los privilegios. No siempre es razonable ni educada, pero es auténtica. No hay espacio aquí para los eufemismos, las frases vaticanas ni los políticos florentinos. Es más digital que análoga. Su energía viene de abajo más que de arriba, no tiene problemas con el dinero pero no lo idolatra. Habla de calidad de vida y no de rendimiento ni productividad. No transforma en deporte la siguiente elección presidencial, ni cree que la democracia se limita a ir a votar cada cuatro años. Aquí vamos, montados sobre esa nueva ola, con el viento en la cara y la adrenalina que siempre provoca la aventura.

    1 La insoportable levedad de los prohombres

    Corren las cámaras de TV. Es la tarde del 5 de abril de 2009 y acaban de terminar las primarias presidenciales parciales de la Concertación. El senador socialista Camilo Escalona le dice algo desagradable al oído de José Antonio Gómez, el candidato que osó a desafiar al ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000). Pocos segundos después, ambos políticos están a punto de agarrarse a puñetazos.

    Este episodio, por el cual ambos piden disculpas después, refleja muy bien el estado de ansiedad de la Concertación, que unos meses después perdería el poder frente a la derecha encabezada por Sebastián Piñera.

    Sin embargo, el descalabro de los poderes fácticos de la Concertación apenas comenzaba ese día. En los siguientes años se descubriría, en gran parte gracias a El Mostrador, cómo Arturo Martínez tenía a la CUT como su caja pagadora personal, cómo el dirigente de los profesores Jaime Gajardo manejaba de manera opaca el gremio, o cómo Eugenio Tironi y Enrique Correa, entre otros, se habían constituido en asesores comunicacionales empeñados en defender las granjerías de muchas grandes empresas, envolviéndolas en papel celofán.

    Una función esencial de un medio de comunicación es fiscalizar al poder, a todo tipo de poder. Y en esto El Mostrador no excluye a nadie. Sus reportajes, coberturas, revelaciones e investigaciones han tocado a políticos, magnates de la prensa, a los comunicadores estratégicos y lobbistas, a dirigentes gremiales y sindicales y, ciertamente, a la jerarquía de la Iglesia Católica.

    Al desnudar las redes de relaciones e influencia de estos grandes personajes del Chile contemporáneo, El Mostrador ha contribuido a prender la luz en la pieza donde se toman las decisiones relevantes en el país, algo que el propio medio ha llamado El Partido del Orden. Es decir, la elite política, gremial, sindical, funcionaria, tecnocrática y empresarial interesada en mantener sus fuentes de estatus, legitimidad y privilegios.

    La nueva forma de protestar:

    el festín de Arturo Martínez el 21 de mayo

    Por Miguel Paz | 10 de junio de 2011 | Lectura online: 82.164 visitantes

    Este año, tras la marcha de los trabajadores en Valparaíso, el presidente de la CUT se fue a almorzar a un exclusivo restaurant porteño con un reducido grupo de personas. Mientras los trabajadores se retiraban de la jornada gaseados y mojados por Carabineros, el líder sindical gozaba de un pequeño banquete que costó $600.000, propina incluida. Cómo seis personas, según testigos, consumieron comida y bebida por tamaña cifra, aún es una incógnita. Martínez nunca respondió a los llamados y mensajes dejados en su celular.

    Cuando chico, Arturo Martínez muchas veces pasó hambre. Hijo de una familia campesina numerosa –eran diez hermanos–, en esa época las pantrucas y la sopa de pan eran el menú principal. Más tarde, cuando estuvo detenido durante la Dictadura, las penurias serían cosa de todos los días. Tal vez por eso, cuando le preguntaron si era mañoso con la comida, respondió con un No rotundo.

    –¿Usted no es mañoso?

    –No, pues. Un dirigente no puede ser mañoso. Hay que comer lo que venga, donde sea. Eso cuando se puede comer. A veces no hay tiempo... Tampoco se puede andar gastando mucha plata, explicó el presidente de la CUT en una entrevista con La Nación Domingo el año pasado.

    Cuánto es mucha plata, depende del sueldo y la cuenta bancaria que se tenga. Sin embargo, $20.000 por un plato de langosta de Isla Juan Fernández con salsa de mostaza francesa y whisky, o $9.300 por un Chivas de dieciocho años que se escurre lentamente por la garganta, bien caben dentro de la definición de lujo sibarita según los exigentes paladares del circuito gastronómico.

    Sueldo mínimo y sindicalismo chic

    La langosta de Juan Fernández es el plato más caro de la carta del Zamba & Canuta, un exclusivo restaurant con vistas a la bahía de Valparaíso que el 21 de mayo pasado recibió a Arturo Martínez entre sus comensales.

    Horas antes, Martínez había liderado la marcha de los trabajadores exigiendo un aumento del salario mínimo. En primera fila, como corresponde, le acompañaban su mano derecha en la CUT, Guillermo Salinas, Memo para los amigos; José Manuel Díaz, un histórico operador socialista de la zona sur de Santiago; la vicepresidenta de la multisindical Silvia Aguilar; y el encargado de capacitación de la CUT Víctor Ulloa. Todo iba bien pero al llegar a Plaza Victoria, un grupo de exaltados le intentó pegar y el equipo de seguridad de la CUT sacó a Martínez de allí, aseguran dirigentes que participaron de la jornada.

    Ahora, lejos de los molestos gases lacrimógenos y chorros de agua del guanaco que habían recibido los trabajadores con los cuales caminó esa mañana, Martínez disfruta de las especialidades marinas sentado en una mesa del restaurant en el quinto piso del edificio La Spezia, un inmueble de 1920 recuperado por los dueños de La Piedra Feliz.

    Entre los seis comensales presentes, según testigos que hablaron con El Mostrador, destaca el comunista Memo Salinas, uno de los hombres que mejor conoce actualmente a este ex imprentero socialista que se inició en los 70 en el gremio de los obreros gráficos MAPU.

    A Martínez y Salinas los une un matrimonio por conveniencia que con los años se ha ido consolidando más allá de sus diferencias partidarias. Convertidos en aliados cuando Martínez obtuvo de los comunistas los votos que le permitieron seguir a la cabeza de la CUT, ambos operan en un sistema que algunos disidentes califican como un binominal de hecho: el PC está a cargo de los pagos y los hombres de Martínez son dueños del padrón electoral.

    Salinas (PC), quien ha actuado más como interlocutor de la CUT dentro del Partido Comunista, que como un enviado a influir en la Central desde el partido, como afirma un sindicalista, es el hombre que permite neutralizar cualquier oposición. Ejemplos hay varios. Desde cómo el DC Diego Rucio Olivares cayó en desgracia en 2003, cuando se enemistó con Martínez, hasta el caso del aguerrido Cristián Cuevas, a quien la CUT premió con un viaje a Australia para que observara de muy lejos el acto del 1 de Mayo pasado.

    Fotos, sonrisas y la cuenta

    De vuelta en el ambiente chic del Zamba & Canuta, mientras los garzones corren trayendo y llevando pedidos, Martínez y Salinas conversan, probablemente del futuro de la multisindical.

    En los once años que lleva a cargo de la CUT, Arturo Martínez ha impuesto un estilo que tiene de todo: desde una condena judicial por prácticas antisindicales hasta acusaciones de inflar organizaciones no representativas especialmente para los comicios. Mimado por su partido, el PS, donde ha tejido poderosas redes, y también por los gobiernos concertacionistas, el presidente de la CUT continúa en la cima, ahora con el objetivo de subir a $190.000 el sueldo mínimo.

    El almuerzo se alarga y los garzones, a los que no se les va una cuando el consumo de los clientes es fuerte, atienden de la mejor manera posible, conscientes de la posible propina abultada. También porque Martínez es una figura pública. De ahí que aprovechan de pedirle fotos con ellos. El presidente de la CUT acepta. Bandera institucional en mano, el hombre que aseguró a La Segunda que su sueldo mensual es de $600.000, sonríe a la cámara. Otro comensal de la mesa de Martínez se entusiasma y es retratado de manera similar.

    Es hora de la cuenta. Mientras Sebastián Piñera recibe a sus ministros con un banquete en Cerro Castillo, en el restaurant de comida chilena de aires internacionales, la boleta por el pequeño festín del líder sindical y sus cinco acompañantes suma más de medio millón de pesos. Específicamente $513.200.

    Quien paga es su hombre de confianza, el Memo, también conocido como Guillermo Ramón Salinas Vargas. El cheque es por $600.000, del Banco BCI, emitido en Valparaíso el 21 de mayo de 2011. Está abierto y borrado al portador.

    Cómo seis personas, según los testigos que hablaron con El Mostrador, consumieron comida y bebida por aquella cifra es aún una incógnita. Martínez no respondió a los llamados y mensajes dejados en su celular.

    Tironi, Correa y los otros: la mano de los consultores en el freno a la agitación social

    Por Nicolás Sepúlveda | 13 de marzo de 2014 | Lectura online: 20.030 visitantes

    Principales consultoras reconocen que la matriz de los conflictos entre comunidades y empresas cambió. Ahora, aseguran, tienen menos incidencia los representantes institucionales y han ganado terreno los líderes sin vínculos políticos y surgidos de los mismos territorios. En un año que se avizora clave para numerosos proyectos energéticos que se encuentran en stand by, revelamos el trabajo de hormiga que desarrollan las empresas encargadas de intervenir comunidades para reducir los conflictos y permitir el avance de los proyectos de las grandes empresas.

    Cuando se habla de Eugenio Tironi y Enrique Correa, generalmente solo se mencionan sus

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