La guía del caballero para el vicio y la virtud
Por Mackenzi Lee
4/5
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irresistible y apasionante que explora la innegable y fina línea que separa la amistad del amor.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Este libro se merece 5 ESTRELLAS DIOS MIO, SANTA MARÍA,SANTA VIRGEN Y SANTO JESUS JSHSJAJSJJA ( si entendieron la referencia gracias y si no ¿Le prestaste acaso un poco de atención al libro?porque deberias ). Definitivamente me encantó,ame muchos los personajes (ajam Percy). Me maravillo ver cómo tomaban la situación Percy,Felicity y Henry a medida que avanza la historia,me sentí muy cómoda y me abrí a bastantes debates conmigo misma mientras la leía. Estoy muy orgullosa de Henry porque sentí y vi que estaba madurando mientras pasaba las páginas y mientras más cerca estaba del final, al principio se mostró bastante amm "idiota" HSJSJA aunque eso no quitaba que me hacía reir. Me hicieron llorar bastantes cosas sobre ellos y me hizo también entenderlos, comprenderlos, sentía que era lo que necesitaban y merecían porque ellos no merecen ser juzgados por lo que son y me alegra tanto que cada uno haya podido encontrar personas que no los juzgarán a cada rato, que hayan encontrado un lugar en el que pueden ser felices; Henry con Percy y Felicity con los "piratas". Los tres al fin libres de los destinos que no querían.
Mercy Mackenzie Lee por esta maravillosa historia y por llenarme de conocimiento
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La guía del caballero para el vicio y la virtud - Mackenzi Lee
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Para Briana y Beth
L'amour peut soulever des montagnes.
Por Europa entera se paseó,
y cada vicio en tierra cristiana probó,
burdeles y palacios por igual exploró,
intrigado por la gloria, y un espíritu que no cultivó;
todos los entremeses saboreó, y cada licor clasificó,
con buen juicio bebió, y con gran audacia por doquier cenó.
–Alexander Pope, La Dunciada
Me atreveré a expresarlo: quien mire seriamente en torno suyo y tenga ojos para ver, tiene que hacerse sólido y alcanzar tan viva noción de la solidez, como nunca se le ofreció.
–Goethe, Viaje a Italia
CHESHIRE, INGLATERRA
17...
1
La mañana en la que partimos hacia nuestro Gran Tour del Continente, despierto en la cama junto a Percy. Por un momento desorientador, no está claro si nos acostamos o si simplemente hemos dormido juntos.
Percy aún viste toda su ropa de la noche anterior, aunque la mayoría no está ni en el estado ni en la ubicación original y, a pesar de que las mantas están un poco desordenadas, no hay ningún rastro de acción. Por lo tanto, aunque yo solo tenga puesto mi chaleco (que por alguna clase de hechicería ahora está abotonado en mi espalda) y un zapato, parece seguro asumir que ambos mantuvimos en reserva nuestras partes privadas.
Lo que me produce una suerte de alivio, porque me gustaría estar sobrio la primera vez que estemos juntos. Si es que en algún momento hay una primera vez. Lo cual comienza a parecer que no sucederá.
A mi lado, Percy rueda y por poco no me golpea la nariz cuando lanza un brazo sobre su cabeza. Su rostro se acomoda en el interior de mi codo mientras jala excesivamente de su parte de las mantas hacia su lado, sin despertar. Su cabello apesta a cigarros y su aliento está rancio, aunque a juzgar por el sabor que se desliza en la parte posterior de mi garganta, una mezcla fuerte de ginebra y el perfume de un extraño, puedo decir que el mío es peor.
Desde el extremo opuesto de la habitación, se oye que abren las cortinas y la luz del sol me ataca. Alzo las manos para cubrir mi rostro. Percy despierta de una sacudida y suelta un graznido similar al de un cuervo. Intenta rodar sobre sí mismo, me encuentra en su camino, continúa rodando y queda sobre mí. Mi vejiga protesta fervientemente ante la situación. Si tengo una resaca así de severa, debemos haber bebido una cantidad extraordinaria anoche. Y yo que comenzaba a sentirme bastante confiado por mi aptitud para beber hasta perder la conciencia la mayoría de las noches y después ser una persona funcional la tarde siguiente, siempre y cuando la tarde en cuestión no comenzara temprano.
Y en ese momento me doy cuenta de que estoy completamente destrozado y aún un poco ebrio. No es de tarde, hora en la que estoy habituado a despertar, sino bastante temprano en la mañana, porque hoy, Percy y yo, partiremos hacia el Continente.
–Buenos días, caballeros –dice Sinclair desde el extremo opuesto de la habitación. Solo distingo su silueta contra la ventana; todavía nos está torturando con la maldita luz natural–. Mi lord –prosigue, haciendo una reverencia en dirección a mí–, su madre me envió a despertarlos. Su carruaje partirá en menos de una hora y el señor Powell y su esposa están desayunando en el comedor.
Desde alguna parte cerca de mi ombligo, Percy emite un sonido afirmativo como respuesta a la presencia de su tío y su tía en el desayuno; es un ruido que no se asemeja a ningún lenguaje humano.
–Y su padre llegó de Londres anoche, mi lord –añade Sinclair, refirién- dose a mí–. Desea verlo antes de que parta.
Ni Percy ni yo nos movemos. El zapato solitario que permanecía aferrado a mi pie se rinde y cae al suelo, con el sonido amortiguado del taco de madera contra la alfombra persa.
–¿Debería darles a ambos un momento para volver en sí? –pregunta Sinclair.
–Sí –decimos Percy y yo al unísono.
Sinclair se marcha; escucho que la puerta se cierra detrás de él. Al otro lado de la ventana, puedo oír las ruedas del carruaje moviéndose sobre la grava de la entrada y las voces de los peones mientras enganchan los caballos.
Luego, Percy emite un gemido espeluznante y yo comienzo a reír sin razón alguna.
Él intenta golpearme pero falla.
–¿Qué?
–Suenas como un oso.
–Bueno, tú hueles como el suelo de una taberna –se desliza de cabeza fuera de la cama, se enreda entre las sábanas y termina haciendo una suerte de parada de cabeza con la mejilla contra la alfombra y la cintura quebrada sobre la cama. Su pie golpea mi estómago, demasiado abajo para mi comodidad, y mi risa se transforma en un gruñido.
–Despacio, cariño.
La necesidad de orinar es demasiado intensa y ya no puedo ignorarla. Así que me incorporo, arrastrándome con una mano sobre las cortinas. Algunos cordones se sueltan. Es probable que si me inclino para encontrar el orinal debajo de la cama, esto sea causa de mi deceso, o al menos del vaciamiento prematuro de mi vejiga. Así que, en cambio, abro las ventanas francesas y orino en los arbustos.
Cuando volteo, Percy continúa de cabeza en el suelo con los pies apoyados sobre la cama. Su coleta se deshizo mientras dormíamos y ahora su cabello, liberado de las cintas, envuelve su rostro como una salvaje nube negra. Me sirvo un vaso de jerez del decantador que está en el aparador y lo bebo en dos tragos. Su sabor a duras penas logra quitar el gusto de lo que sea que se metió en mi boca y murió durante la noche, pero el estímulo me ayudará a sobrevivir la despedida con mis padres. Y días en un carruaje con Felicity. Dios Santo, dame fuerza.
–¿Cómo regresamos a casa anoche? –pregunta Percy.
–¿Dónde estuvimos anoche? Todo es un poco confuso después de la tercera mano de piquet.
–Creo que ganaste esa mano.
–No estoy completamente seguro de haber estado jugando esa mano. Si estamos siendo honestos, bebí un par de tragos.
–Y si de veras estamos siendo honestos, no fueron solo un par
.
–No estaba tan ebrio, ¿o sí?
–Monty, intentaste quitarte los calcetines con los zapatos puestos.
Tomo con las manos un poco de agua de la jofaina que Sinclair dejó, me lavo la cara y después me golpeteo las mejillas un par de veces en un tonto intento de reponerme para el día. Se oye un ruido detrás de mí cuando Percy rueda hasta quedar totalmente sobre la alfombra.
Lucho con mi chaleco, me lo quito por encima de la cabeza y lo dejo caer al suelo. Recostado, Percy señala mi estómago.
–Tienes algo peculiar allí abajo.
–¿Dónde? –bajo la mirada. Hay una mancha de labial rojo brillante debajo de mi ombligo–. Vaya, mira nada más.
–Ahora, ¿cómo crees que llegó allí? –pregunta Percy con una sonrisa burlona mientras yo me escupo la mano y froto la mancha para quitarla.
–Un caballero sabe guardar secretos.
–¿Fue un caballero?
–Te lo juro por Dios, Per, si lo recordara, te lo diría –bebo otro sorbo de jerez directo desde el decantador y lo apoyo sobre el aparador, y por poco no se me cae. Aterriza un poco más fuerte de lo que era mi intención–. Sabes… es una carga.
–¿Qué cosa?
–Ser tan apuesto. Ni un alma puede quitarme las manos de encima.
Él ríe con la boca cerrada.
–Pobre Monty, qué cruz pesada de llevar.
–¿Cruz? ¿Qué cruz?
–Que todos se enamoren al instante y apasionadamente de ti.
–Bueno, no puedo culparlos. Si yo me conociera, también me enamoraría de mí –y después le dedico una sonrisa que es tan taimada como inocente con unos hoyuelos infantiles tan profundos que uno podría verter té dentro.
–Tan modesto como guapo –él arquea la espalda; un estiramiento exagerado con su cabeza apoyada contra la alfombra y los dedos entrelazados sobre la coronilla. Percy se expresa respecto a muy pocas cosas, pero siempre se le suelta la maldita lengua por la mañana–. ¿Estás listo para hoy?
–Supongo que sí. No estuve muy involucrado en la organización; mi padre se encargó de todo. Si las cosas no estuvieran listas, no nos despedirían hoy.
–¿Felicity ha dejado de quejarse de la escuela?
–No tengo ni noción de dónde está la mente de Felicity. Aún no veo por qué debemos llevarla con nosotros.
–Solo hasta Marsella.
–Después de dos malditos meses en París.
–Sobrevivirás a un verano más con tu hermana.
En el piso superior, el bebé comienza a llorar escandalosamente (los tablones del suelo no están ni cerca de amortiguar el ruido) y a continuación, se oye el sonido de los tacones de la niñera mientras se apresura a atender su reclamo; un repiqueteo como el de los cascos de los caballos sobre los adoquines.
Percy y yo alzamos la vista hacia el techo.
–El Goblin despertó –digo a la ligera. Aún apagado, su llanto aviva el dolor que palpita en mi cabeza.
–Intenta no sonar demasiado feliz por su existencia.
He visto muy poco a mi hermano bebé desde que llegó hace tres meses y fue suficiente para maravillarme, primero de cuán extraño y arrugado se ve, como un tomate que ha estado bajo el sol todo el verano y, segundo, de cómo alguien tan diminuto tiene un poder tan inmenso como para arruinar toda mi maldita vida.
Succiono una gota de jerez de mi pulgar.
–Es una gran amenaza.
–No puede ser muy amenazante; es solo así de grande –Percy alza las manos como muestra.
–Aparece de la nada…
–No creo que puedas afirmar que apareció de la nada…
–… y luego llora todo el tiempo, nos despierta y ocupa espacio.
–Qué descarado.
–No estás siendo muy compasivo.
–No me estás dando muchas razones para serlo.
Le lanzo una almohada, pero él todavía está demasiado dormido para esquivarla, así que lo golpea de lleno en el rostro. Río mientras me devuelve un golpe poco entusiasta desde el suelo; después me dejo caer en la cama, recostado sobre mi estómago, la cabeza colgando por el borde y el rostro flotando sobre el suyo.
Él alza las cejas.
–Te ves muy serio. ¿Estás planeando vender al Goblin a un grupo itinerante de artistas con la esperanza de que lo críen como a un hijo propio? Fracasaste con Felicity, pero quizás tengas suerte la segunda vez.
La verdad es que estoy pensando en cómo este Percy somnoliento, despeinado y con la guardia apenas baja es absolutamente mi Percy favorito. Estoy pensando en que si él y yo emprendemos juntos este último viaje al Continente, tengo intenciones de llenarlo con tantas mañanas como esta como me sea posible. Estoy pensando en cómo pasaré el próximo año tratando de ignorar que habrá otros años después de este: me embriagaré incontrolablemente cada vez que sea posible, coquetearé con chicas bonitas con acentos extranjeros y despertaré junto a Percy, saboreando el tamborilear de mi corazón cada vez que estoy cerca de él.
Me inclino hacia abajo y toco sus labios con mi dedo anular. También pienso en guiñarle un ojo, aunque admito que sería un poco excesivo, pero siempre he pensado que la sutileza es una pérdida de tiempo. La fortuna favorece a los que se insinúan.
Y si a esta altura Percy no sabe cómo me siento, es su maldita culpa por ser un tonto.
–Estoy pensando en que hoy comenzaremos nuestro Gran Tour –respondo–, y que no lo desperdiciaré en absoluto.
2
El desayuno está servido en el comedor cuando llegamos y los criados ya han desaparecido. Las puertas francesas están ampliamente abiertas, así que la luz difusa de la mañana ingresa por la galería, y las cortinas de encaje se inflan hacia adentro cuando el viento las alcanza. La luz resplandece en las incrustaciones de oro sobre las volutas húmedas por el rocío.
Madre parece haberse levantado hace horas, lleva un vestido azul y su encantador cabello oscuro recogido en un esmerado rodete. Paso con rapidez los dedos sobre mi pelo, intentando darle la apariencia descuidada que me gusta: apuesto al estilo de estaba así cuando desperté
. Frente a ella, sentados a la mesa, la tía y el tío de Percy están serios y callados. Hay comida suficiente para alimentar un ejército desplegada ante los tres, pero mi madre solo está cascando un huevo hervido en una copa de porcelana holandesa: ha estado haciendo un esfuerzo valeroso por recuperar su silueta desde que el Goblin la destrozó; y los tutores de Percy están consumiendo apenas café. Es probable que Percy y yo no generemos un cambio muy notorio en la mesa. Todavía siento el estómago revuelto, y Percy es quisquilloso con la comida. Dejó de comer carne hace un año, como una suerte de Cuaresma extendida, alegando que era por su salud, pero aún se enferma con mucha más frecuencia que yo. Es difícil ser comprensivo cuando, desde que adoptó ese hábito, le he pedido que, al menos, me dé una explicación mejor. Creo que su dieta es absurda.
La tía de Percy extiende una mano cuando ingresamos, y él la toma. Los dos tienen los mismos rasgos delicados que el padre de Percy en sus retratos: nariz delgada y huesos elegantes, aunque Percy posee cabello negro y grueso que crece en rizos abundantes que desafían las pelucas, las coletas y cualquier cosa que se acerque a la moda. Él ha vivido con su tío y su tía toda la vida, desde que su padre regresó de la propiedad familiar en Barbados con malaria, su violín francés y un hijo pequeño con la piel del color del sándalo y, pocos días después, falleció. Afortunadamente para Percy, sus tíos lo adoptaron y, afortunadamente para mí también, si no, quizás nunca nos hubiéramos conocido. Eso habría sido un destino peor que la muerte.
Mi madre levanta la vista cuando entramos y suaviza las arrugas que rodean las esquinas de sus ojos como si fueran pliegues en un mantel.
–Y los caballeros se despiertan.
–Buenos días, madre.
Percy le hace una pequeña reverencia antes de tomar asiento, como si fuera un invitado formal. Es una farsa ridícula para un muchacho que conozco mejor que cualquiera de mis hermanos de sangre. Y quien, además, me agrada mucho más.
La hermana presente no da señales de percibir nuestra llegada. Tiene una de sus novelas eróticas apoyada contra un frasco de cristal lleno de dulce y un tenedor entre las páginas para mantenerlo abierto.
–Eso te derretirá el cerebro, Felicity –digo mientras me dejo caer en el asiento, a su lado.
–No tan rápido como lo hará el jerez –replica sin alzar la vista.
Mi padre, gracias a Dios, está ausente.
–Felicity –musita mi madre con la vista baja–. Quizás deberías quitarte las gafas en la mesa.
–Las necesito para leer –dice mi hermana, con los ojos aún clavados en su libro indecente.
–No deberías siquiera estar leyendo. Tenemos invitados.
Felicity lame su dedo y pasa de página. Madre frunce el ceño con la vista en los cubiertos. Me sirvo una rodaja de pan tostado de una bandeja de plata y me acomodo para observarlas discutir. Siempre es agradable cuando atacan a Felicity en lugar de a mí.
Madre mira con rapidez a Percy, que está en el extremo opuesto de la mesa; su tía está palpando una quemadura de cigarro bastante visible en el puño trenzado del abrigo de su sobrino.
–Esta mañana, una de mis criadas encontró tus pantalones en el clavecín –me dice en tono confidencial–. Supongo que son los mismos que vestías anoche cuando dejaste la casa.
–Qué… extraño –digo. Creí que los había perdido mucho antes de que regresáramos a casa. Tengo el recuerdo repentino de haberme quitado la ropa mientras Percy y yo nos tambaleábamos por el vestíbulo a altas horas de la madrugada y de desperdigarla detrás de mí, como árboles caídos–. Por casualidad no encontró también un zapato, ¿verdad?
–¿Querías que empacaran esos pantalones?
–Estoy seguro de que tengo más que suficientes.
–Quisiera que al menos hubieras mirado lo que enviaron.
–¿Para qué? Puedo pedir que traigan lo que sea que haya olvidado, y conseguiremos nuevas prendas en París.
–Me genera ansiedad pensar en enviar tus pertenencias elegantes a un apartamento francés desconocido, con un personal extraño.
–Padre se ocupó del apartamento y del personal. Reclámale a él si te inquieta.
–Me inquieta que ustedes dos estén solos en el Continente durante un año.
–Bueno, deberías haber mencionado esa preocupación un poco antes del día en que partimos.
Mi madre frunce los labios y vuelve a golpetear el huevo.
De pronto, como un demonio invocado, mi padre aparece en la entrada del comedor. Mi pulso se dispara y me dispongo a comer el pan tostado, como si la comida pudiera ocultarme mientras su mirada deambula por la mesa. Su cabello dorado está peinado hacia atrás en una coleta tirante, del modo que el mío podría lucir si no pasara la mayor parte de su vida despeinado por los dedos de las jóvenes interesadas.
Noto que ha venido a buscarme, pero primero enfoca su atención en mi madre, solo lo suficiente para darle un beso en la coronilla antes de atacar a mi hermana.
–Felicity, quítate esas malditas gafas.
–Las necesito para leer –replica ella sin alzar la vista.
–No deberías leer en la mesa de desayuno.
–Padre…
–Quítatelas de inmediato o las partiré a la mitad. Henry, quisiera hablar contigo.
Oír mi nombre de pila en boca de mi padre me fastidia tanto que hago una mueca de dolor. Compartimos ese Henry abominable, y cada vez que él lo pronuncia, aprieta levemente los dientes en una mueca, como si se arrepintiera profundamente de mi bautismo. En parte esperaba que él y mi madre también llamaran Henry
al Goblin, con la esperanza de legarle el nombre a alguien que aún tuviera la posibilidad de probar ser digno de él.
–¿Por qué no te sientas y desayunas con nosotros? –dice mi madre.
Padre tiene las manos sobre los hombros de ella, y ella coloca una de las suyas sobre la de él, intentando arrastrarlo a la silla vacía a su lado, pero él se aleja.
–Necesito hablar en privado con Henry –saluda con un movimiento de cabeza a los tíos de Percy y apenas los mira; los saludos adecuados no son para los miembros inferiores de la nobleza.
–Los muchachos se marchan hoy –intenta nuevamente mi madre.
–Lo sé. ¿Por qué otro motivo q