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Los archivos del cardenal 2. Casos reales
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Los archivos del cardenal 2. Casos reales

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La primera temporada de la serie Los archivos del cardenal marcó un hito en la televisión chilena. Basada en la labor de la Vicaría de la Solidaridad, por primera vez una obra masiva de ficción abordó las violaciones a los derechos humanos bajo la dictadura de Pinochet y la valerosa acción de unos pocos que, en momentos en que la vida no valía nada, arriesgaron la suya. La segunda temporada se inspiró también en historias reales. Su trama evocó el asesinato de Víctor Jara, el crimen de los hermanos Vergara Toledo, la muerte del sacerdote André Jarlan, la venganza de la CNI tras el atentado a Pinochet, la “Operación Albania” y la búsqueda de justicia de dos jueces que desafiaron al régimen militar, entre otros casos. Como antagonista emergió el implacable jefe operativo de la CNI, Álvaro Corbalán, y la dictadura lanzó una fuerte ofensiva legal para poner en jaque la existencia de la propia Vicaría. A través de 21 reportajes escritos por destacados periodistas chilenos, este libro busca rescatar esas historias y esos personajes reales. Se trata de una selección de relatos trepidantes, con testimonios y detalles sobrecogedores, a menudo inéditos. Cada uno da cuenta que, incluso en tiempos de abuso y barbarie, hubo quienes se jugaron por defender la dignidad humana, guarecidos nada más que por una convicción: porque hacerlo era lo correcto.
LanguageEspañol
Release dateDec 10, 2014
ISBN9789563243277
Los archivos del cardenal 2. Casos reales

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    Los archivos del cardenal 2. Casos reales - Andrea Insunza

    Notas

    Nota de los editores

    Cuando salió al aire en julio de 2011, la serie Los archivos del cardenal marcó un hito en la televisión chilena. Por primera vez una obra masiva de ficción abordaba las violaciones a los derechos humanos bajo la dictadura de Augusto Pinochet. La trama tenía una base real: la labor cumplida por la Vicaría de la Solidaridad en defensa de los perseguidos. En momentos en que la vida no valía nada, unos pocos arriesgaban la suya para ir en ayuda de los que corrían peligro.

    La segunda temporada, emitida desde marzo de 2014, se inspiró en acontecimientos como el asesinato de Víctor Jara, el crimen de los hermanos Vergara Toledo, la muerte del sacerdote André Jarlan, la venganza de la CNI tras el atentado a Pinochet y la Operación Albania, así como en la búsqueda de justicia de dos jueces, Carlos Cerda y José Cánovas, quienes con sus fallos desafiaron al régimen militar. A cargo de las labores represivas emergió en la historia televisada la figura implacable del jefe operativo de la CNI, Álvaro Corbalán. Y la dictadura desencadenó una fuerte ofensiva legal –a cargo del fiscal militar Fernando Torres Silva– para poner en jaque la propia existencia de la Vicaría.

    En el Centro de Investigación y Publicaciones de la Facultad deComunicaciones de la UDP (CIP) nos convencimos de que esta segunda versión abría una nueva oportunidad para rescatar hechos relevantes de la historia reciente de Chile, tal como habíamos hecho con la primera temporada de la serie. El propósito es acercar a las nuevas y viejas generaciones a una realidad que fue negada por las autoridades de la época y que hasta hoy algunos se resisten a asumir en toda su crudeza. La fórmula fue la misma: apoyarnos en la masividad de la televisión abierta para generar un contrapunto entre ficción y realidad, por medio de reportajes periodísticos que mostraran los casos reales que inspiraban, capítulo a capítulo, la trama televisiva.

    Así, durante los tres meses que duró la emisión de Los archivos del cardenal 2, publicamos semana a semana en un sitio web, casosvicaria.cl, una veintena de reportajes que rescataban los personajes e historias en que se basaba cada capítulo. Para ello contamos con la colaboración de destacados autores, casi todos ellos periodistas, quienes se encargaron de investigar y escribir. El sitio complementaba estas piezas periodísticas con líneas de tiempo, imágenes de archivo y galerías con la cobertura de los principales medios de prensa de la época. De esta forma, los lectores podían no solo contrastar la ficción con la realidad, sino también hacerse un juicio sobre cómo el periodismo dio cuenta u omitió los hechos en su momento.

    En esta segunda experiencia el impacto de las redes digitales ocupó un lugar central. Un par de horas antes de la emisión de cada capítulo, la cuenta de Twitter @Cip_Udp ponía a disposición de sus seguidores los reportajes con los casos reales. Además, cuando el capítulo empezaba, los usuarios de la cuenta podían asistir a una inédita experiencia de convergencia. A través de sus smartphones, tablets y otros dispositivos electrónicos, los seguidores de @Cip_Udp tenían acceso, minuto a minuto, a información sobre la realidad que había inspirado una u otra escena; datos, imágenes, y un glosario de términos y citas que podían compartir o comentar en sus propias cuentas de Twitter. Ya no era solo una serie televisiva sino algo mucho más completo: una experiencia a dos pantallas, en la que convergían tecnologías que permitían a la audiencia participar activamente en la distribución y resignificación de los contenidos.

    Para ello contamos con la valiosa colaboración de Noise Media, que tuvo a cargo la estrategia digital y el desarrollo de esta experiencia. Ahora, también en conjunto con esta agencia digital, nos hemos propuesto que los lectores revivan lo que fue esa experiencia de convergencia, pionera en el país. Además de los DVD de la segunda temporada de la serie, la obra incluye la opción de bajar gratuitamente la aplicación para teléfonos celulares Casos Vicaría, que permite a los lectores acceder al material periodístico que distribuimos en su momento a través de la cuenta @Cip_Udp.

    Los archivos del cardenal 2. Casos reales contiene entonces un libro con estremecedores reportajes de destacados periodistas chilenos, una serie de televisión premiada y una experiencia innovadora en el teléfono celular. Porque es importante recordar o conocer detalles de uno de los períodos más oscuros de la historia nacional, uno que seguirá siendo materia de interés periodístico, pues aún quedan muchas verdades por contar.

    Agradecimientos

    A los estudiantes de Periodismo UDP Isidora Alcalde, Yanara Barra, Paola Castillo, Lowry Doren y Hervin Yeomans, y a las periodistas María Isabel de Martini y María Soledad de la Cerda, por su apoyo en la investigación.

    A Samuel Salgado, director de Cenfoto, quien nos ayudó a encontrar y seleccionar fotografías del archivo Diario La Nación-UDP.

    A Andrés Valdivia, Horacio Valdivia, Carlos Órdenes y Pía Cabello, de Noise Media, con quienes trabajamos durante semanas en la web casosvicaria.cl y en el relato en tiempo real a través de @cip_udp.

    A Pablo Basadre y Ricardo Ahumada, quienes desde The Clinic online nos apoyaron en la difusión de este proyecto.

    A Josefina Fernández, creadora de Los archivos del cardenal, por confiar en nosotros como apoyo en la investigación previa de la segunda temporada de la serie.

    A Andrea Lagos por trabajar en la investigación previa para la serie de televisión.

    A Nicolás Acuña, Úrsula Budnik y Juan Ignacio Sabatini, de Promocine, quienes apoyaron esta iniciativa y nos facilitaron material de la serie para trabajar en la página web casosvicaria.cl y la aplicación para teléfonos celulares Casos Vicaría, que acompaña este libro.

    A Paz Urrutia y Matías Echeverría, por el apoyo en el trabajo en la edición especial del DVD que se complementa con este libro y APP Casos Vicaría.

    A la directora del Centro de Extensión Nicanor Parra, Constanza Brieba, y a Mónica González Durán, por su respaldo.

     A María Paz Vergara, de la Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, y a María Luisa Ortiz por autorizar el uso de fotografías de archivo.

    Al director de la Escuela de Periodismo, Carlos Aldunate; a la decana de la Facultad de Comunicación y Letras, Cecilia García-Huidobro; al vicerrector Cristóbal Marín y al rector Carlos Peña, todas autoridades de la UDP, que han apoyado el desarrollo del periodismo de investigación desde la universidad.

    A todos los autores que aceptaron colaborar en este proyecto colectivo. A los entrevistados y a todos los que accedieron a entregarnos su testimonio.

    A Andrea Palet, que ya había editado el primer volumen de esta serie, cuyo trabajo enriqueció este libro.

    Y a Joanna Padilla, Camilo y Emiliano, y a Carolina Romero, por el apoyo incondicional en estos meses de trabajo.

    El agente del corvo de oro

    Andrea Lagos A.

    En los años ochenta, Álvaro Corbalán, jefe operativo de la CNI, perseguía y asesinaba de día. De noche se iba de fiesta, tocaba la guitarra y cortejaba a bellas mujeres. Condenado por numerosas causas judiciales y recluido en Punta Peuco, hasta hace poco continuó gozando de privilegios y organizando homenajes a Pinochet. Esta es la historia del rey de la farándula en dictadura, ese símbolo de la impunidad de los aparatos represivos que inspiró al antagonista de la segunda temporada de Los archivos del cardenal.

    Corre el verano del 2014 y una imagen de san Expedito cuelga de la pared amarillenta en la habitación del exagente de la Central Nacional de Informaciones (CNI) Álvaro Corbalán Castilla (63), en el penal de Punta Peuco. Al santo de las causas urgentes no se le han dado los milagros: Corbalán contabiliza alrededor de veinte años en prisión, aunque solo nueve de ellos ha estado encerrado en Punta Peuco. Por las siete condenas dictadas en su contra tendría que pasar sesenta y tres años encarcelado, sin contar una cadena perpetua, varios procesos aún abiertos y sentencias no definitivas. Jamás un juez le ha concedido beneficios carcelarios. A estas alturas, bien podría reemplazar la imagen de san Expedito por la de san Judas Tadeo, patrono de los imposibles.

    Tez morena, pelo chuzo, conserva intactos aquellos gruesos bigotes de sus años como agente. Nada ha cambiado demasiado en él, salvo que está ciego de un ojo por la enfermedad de Vogt-Koyanagi-Harada, que superó un cáncer y que sufre de diabetes. No ha dejado de usar una cadena con un corvo de oro que cuelga en su pecho, regalo de «mi general Pinochet» como agradecimiento personal por sus servicios.

    Su pieza-celda es de unos 3×3 metros y tiene un baño, aunque sin ducha. En las paredes hay dibujos de sus hijos menores y estantes con libros, películas y trofeos. Tiene un televisor, una guitarra, un minirrefrigerador y un horno microondas. Hay también un computador personal de los antiguos. No cuenta con internet y los celulares están prohibidos. Esas fueron granjerías de un pasado que terminó. Pero él es rápido y rema contra la corriente. En junio de 2012 se descubrieron en su celda celulares, cargadores y módems. Estuvo castigado veinte días sin visitas.

    En sus mejores años, Corbalán torturaba y asesinaba de día, pero sus noches eran una eterna fiesta, con mujeres atractivas y autos del año rasgando el toque de queda. Lejos del bajo perfil de un agente de inteligencia, era el rey sin corona de la farándula en estado de sitio, el símbolo desatado de la impunidad de esa época. Ya en democracia, cayó en prisión, pero siguió gozando de regalías. Su condición de preso vip solamente comenzó a mermar a principios de la década pasada, cuando la tesis de la «justicia en la medida de lo posible» perdió terreno.

    Nace un agente

    Su vida militar comenzó a mediados de los sesenta, cuando tenía catorce años: cambió el Instituto Nacional por la Escuela Militar. En esa época estaba más interesado en la música y el guitarreo que en las armas. Con otros cadetes formó el grupo Voces de Manquehue, que se presentaba en los festivales de colegios de la zona oriente capitalina. En diciembre de 1973, egresado de la Escuela Militar, firmó por dos años con el sello discográfico Odeón, con el objetivo de grabar dos discos. Pero su entrada en el mundo de la inteligencia sellaría su carrera artística.

    Corbalán se graduó como alférez del arma de Artillería, es decir, estuvo lejos de estar entre los mejores de su generación, algo que en esa época definía buena parte de las probabilidades para llegar a los primeros escalafones de la jerarquía. En 1971, eso sí, hizo el clásico curso en Fort Gulick, la base militar estadounidense en la zona del canal de Panamá que era sede de la Escuela de las Américas, el «Harvard» de la Doctrina de la Seguridad Nacional donde Estados Unidos, aguijoneado por el triunfo de Fidel Castro en Cuba, adoctrinaba a los militares del continente y los impulsaba a volcarse al orden interno para combatir ideologías y movimientos favorables al comunismo. Ahí Corbalán sí fue un alumno aventajado.

    Según la historia oficial, después de eso perteneció al Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y luego integró la DINE (Dirección de Inteligencia del Ejército). Su paso por otros submundos de los servicios de seguridad es menos claro.

    El nuevo régimen surgido del golpe de Estado resultó decisivo para Corbalán: lo obligó a abandonar su afición por el espectáculo, en principio incompatible con las tareas que asumiría como integrante de los primeros aparatos represivos de la dictadura.

    En 1975 recibió instrucción básica en inteligencia en Chile. Y en el período inmediatamente posterior al golpe formó parte del Comando Conjunto, un aparato integrado por agentes de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas que competía en ferocidad con la DINA en la represión de la izquierda.

    El primero que involucró a Corbalán con el Comando Conjunto fue Andrés Valenzuela, alias Papudo, quien desertó de la Fuerza Aérea en 1984 y abandonó Chile bajo la protección de la Vicaría de la Solidaridad, no sin antes confesar lo mucho que sabía sobre represión y desaparición de personas.¹ En sus declaraciones, mencionó a Corbalán como parte de ese aparato represivo que funcionó hasta fines de 1976.

    Años después, los tribunales de justicia establecerían que Corbalán –entonces miembro de la DINE– participó en al menos una de las operaciones del Comando Conjunto: el secuestro y asesinato del militante comunista y dirigente sindical de Chilectra Juan Luis Rivera Matus, desaparecido en noviembre de 1975. Además, en el libro Los secretos del Comando Conjunto, de Mónica González y Héctor Contreras², se establece que Corbalán era el hombre del Ejército destinado a trabajar en el mando integrado por un representante de cada rama de las Fuerzas Armadas, que era liderado por el jefe del Comando Conjunto y comandante de la Fach Edgard Ceballos Jones.

    Corbalán, además, mostraba ser un buen espía. Según el libro del periodista Manuel Salazar Las letras del horror II: La CNI,³ en 1977 el agente infiltró la Arquidiócesis de Santiago, gracias al apoyo fundamental del sacerdote español Felipe Gutiérrez, capellán del Ejército. Ahí obtuvo microfilmes de documentos reservados con información sobre los aportes económicos del exterior que recibía la iglesia católica, así como antecedentes sobre obispos, vicarios, sacerdotes y diáconos.

    Más adelante, también en los años setenta, estuvo a cargo de una agencia de viajes. Se llamaba Cordillera Tours y tenía un local en la galería comercial del hotel Crowne Plaza. La agencia era una fachada para realizar operaciones encubiertas antes de la cuasi guerra con Argentina de 1978. Aunque Cordillera Tours no tenía fines de lucro, comenzó a producir buenos dividendos. Entonces se encendieron las luces de alerta entre los superiores de Corbalán. Se le acusó de utilizar estos dineros para fines personales. Él desmintió los cargos y, para defenderse, llegó hasta el vicecomandante en jefe del Ejército, Carlos Forestier, quien, como castigo, iba a enviarlo destinado a Traiguén.

    Según relata Manuel Salazar en su libro sobre la CNI, Corbalán no aceptó la sanción, que Forestier le estaba comunicando en persona. Entonces su superior le informó que lo daría de baja. «Mi general, ¡no olvide todo lo que yo sé!», le habría dicho el agente. «Semanas después, el general Forestier comunicaba que el capitán Álvaro Corbalán Castilla, bajo la identidad falsa de Álvaro Valenzuela Torres, era comisionado a cumplir servicios en la Central Nacional de Informaciones».

    Lo salvó la campana y todos los secretos que guardaba. Lejos de concluir su carrera, el agente estaba a un par de años de convertirse en uno de los hombres más poderosos de la represión en dictadura. Y, también, en figura de la farándula de esa década oscura.

    Antes muerto que sencillo

    Año 1980. A los veintinueve años, y envuelto en su perfume Halston Z14, Álvaro Corbalán inicia su senda al estrellato. A la cabeza de la CNI ha llegado el general Humberto Gordon, en reemplazo del general Odlanier Mena, acusado de ser demasiado «blando» con la subversión. Corbalán se convierte en el favorito del nuevo director. Aunque los expedientes judiciales que lo inculpan concuerdan en que fue el jefe operativo de la CNI, él solo admite haber sido el comandante a cargo del siniestro cuartel Borgoño del organismo.

    Corbalán fue un duro en los días de poder total, cuando Pinochet se había impuesto sobre el resto de los integrantes de la Junta Militar y había decidido prolongar su permanencia en el poder como Presidente, y con una Constitución propia. Era también la época en que la oposición se recomponía –e incluso sumaba algunos aparatos militares para combatir al régimen–, después de años en que la DINA y el Comando Conjunto habían diezmado a los partidos de izquierda.

    Quizás por eso pudo pasar por alto una norma básica entre agentes de inteligencia: mantener un bajo perfil. Muy lejos de eso, Corbalán era conocido por su relación con figuras del mundo del espectáculo. Lo suyo fue la inteligencia militar, pero era un agente «con estilo». Traje claro, pañuelo de seda en el bolsillo, gomina para domar el pelo y partidos de tenis para estar en forma. Ni alcohol ni cigarrillos. La Fanta y la Orange Crush, junto a los pasteles con crema, eran sus desbordes visibles. Y, claro, las mujeres. En el día podía ser feroz con los prisioneros del cuartel Borgoño. Tenía la energía para destinarle veinte horas diarias a la represión. Al anochecer, en cambio, se transformaba en protagonista de la farándula que florecía en torno de los estelares televisivos ochenteros.

    Otros agentes de la CNI lo bautizaron «el Faraón». Era entrador, rápido, y sabía vivir. Supo arreglárselas para tener una gran casa en El Arrayán que, según su versión, construyó a partir de una casucha y con ladrillos donados por el Ejército. Ahí daba grandes fiestas. También tenía una casa en Papudo (que conserva hasta hoy) y era miembro del Club de Yates de ese balneario. Se movilizaba en un Volvo Intercooler del año, lo mismo que sus escoltas.

    A principios de los ochenta asumió como jefe de seguridad del Festival de Viña del Mar, cosa que –ha dicho– resultó «ingrata» por la tensión que implicaba. «Desactivamos varias bombas y nadie jamás se enteró». Lo cierto es que esta nueva responsabilidad le calzó como un guante. El Festival lo conectó con la música y los artistas, sus grandes debilidades. Y Viña trajo mujeres, miel de abejas para el James Bond de la dictadura.

    La entonces alcaldesa de Viña del Mar, Eugenia Garrido, le regaló una Gaviota de Plata dedicada, que conserva en su celda de Punta Peuco: «A Álvaro Corbalán, por sus servicios prestados en defensa de la patria».

    Con la farándula a su alcance, se hizo cercano a los estelares de TVN que dirigía Sergio Riesenberg y animaba Antonio Vodanovic. Así fue que conoció en 1983 a la espectacular vedette española Maripepa Nieto, estrella del show revisteril Sabor Latino. Con ella convivió en su casa de El Arrayán por años, y su influencia fue vital para que a una de las mujeres más deseadas de Chile no le faltara trabajo. Sus escoltas, y a veces el propio Corbalán, esperaban el final de sus shows para llevarla a casa. Pero no le fue fiel a la española. Entre otras conquistas de las que sigue ufanándose hasta ahora figuran conocidas divas de la televisión, algunas todavía en pantalla, y también una sexy rubia funcionaria del régimen.

    Su vida nocturna se repartía en locales como la Casa de Cena, Confetti’s (del exmarido de la cantante Patricia Maldonado, Jorge Pino), Rodizzio y La Casa de Canto. Este último era un pub que estaba en la calle Los Leones y, en una segunda etapa, se trasladó a la Costanera y pasó a ser un restorán. Siempre se especuló que su nuevo dueño era Corbalán, pero él no lo reconoce. Con música en vivo, La Casa de Canto pretendía competir con el Café del Cerro, bastión del Canto Nuevo y la izquierda, ubicado en Bellavista.

    Corbalán subía a menudo al escenario para cantar acompañado de su guitarra y compartir con su amigo el pianista argentino Raúl Di Blasio, número frecuente del local. En el grupo estaban también artistas como Luis Dimas, Patricia Maldonado, Pedro Messone, Jorge Pedreros y otros, así como el dueño del restorán Rodizzio, Aurelio Sichel, que sería asesinado tras involucrarse en la financiera ilegal La Cutufa.

    «Sin terrorismo no hay tortura»

    La mano dura del general Gordon en la CNI se dejó sentir en 1981. Ese año, agentes al mando de Corbalán asesinaron a cinco miristas y a un socialista, en tres operativos. La arremetida volvió fuerte en 1983, de nuevo contra el MIR. En lo que se conoce como las matanzas de Fuenteovejuna y Janequeo, siete miristas fueron fríamente asesinados, en venganza por el asesinato del intendente de Santiago, Carol Urzúa.

    «Un soldado siempre debe obediencia a sus superiores» y «sin terrorismo no hay tortura» son dos de sus frases preferidas. Este ideario y su nacionalismo explican por qué Corbalán se convirtió en uno de los oficiales de la CNI más queridos por Augusto Pinochet.

    El abogado Héctor Salazar representó a las víctimas de la versión chilena de la «Noche de los cuchillos largos», la terrorífica velada del 8 al 9 de septiembre de 1986 en la que la CNI ultimó a cuatro opositores en venganza por el atentado contra el general Pinochet, ocurrido horas antes. Esa noche fueron asesinados el electricista Felipe Rivera y el publicista Abraham Muskatblit, ambos militantes del PC, y dos militantes del MIR, el artista Gastón Vidaurrázaga y el periodista José Carrasco.

    Así resume el operativo Héctor Salazar: «La Junta de Gobierno mandó llamar al director de la CNI, Humberto Gordon. Lo reprendieron duramente por no haber impedido el atentado. La orden a Gordon fue: Hay que responder enérgicamente. El encargo de Gordon: Matar a dos opositores por cada uno de los cinco escoltas abatidos en el atentado. Corbalán llegó al cuartel Borgoño agitado y comenzó a gritar ¡Tráiganme las carpetas!. Y fueron eligiendo a las víctimas aleatoriamente, las primeras que salían, las carpetas que parecían más completas. Partió con sus hombres y otras brigadas se marcharon hacia otros destinos. La misión era matar y así lo hicieron, hasta que alguien de La Moneda dio la orden de parar con la improvisación». La Corte Suprema dictó contra Corbalán una pena de doce años de prisión como autor de cuatro homicidios.

    Aunque existen abogados de derechos humanos que no imaginan al Faraón descendiendo a las mazmorras para interrogar a alguien, el diputado Sergio Aguiló, de la Izquierda Ciudadana, atestigua lo contrario. En 1981, él y cuatro de sus compañeros de la entonces Izquierda Cristiana fueron trasladados, con la vista vendada, al cuartel Borgoño. «Corbalán estaba al mando de los seis oficiales y suboficiales que me torturaron. Por lo menos una de las diez noches que pasé allí Corbalán se presentó. Reconozco su voz de mando, fuerte, inconfundible. Me hacía preguntas y daba muchas órdenes. Como tenía los ojos vendados, ignoro si era él quien me ponía la electricidad», dice.

    El diputado volvió a escuchar esa voz en algunos interrogatorios judiciales. «Y hace dos años, en el contexto de un programa de TVN sobre Punta Peuco, Corbalán se acercó a mí. Quería hablar de su situación carcelaria. Fue raro escucharlo allí. Incluso preso en Punta Peuco actuaba como si ostentara poder».

    Tras una demanda penal, Corbalán y seis oficiales que participaron en la detención y tortura de Aguiló fueron declarados culpables y sentenciados a tres años de presidio (remitido).

    Fuego amigo

    Corbalán aún idolatra a Pinochet y todavía habla del capitán general como si estuviera vivo. Era muy cercano a él y a su familia. Ahora, desde Punta Peuco se las ha ingeniado para organizarle homenajes e incluso supervisó la exhibición de un documental en su honor en Miami.

    En los ochenta, se le ocurrió que debía aspirar al generalato, pero para eso tendría que dejar la inteligencia y hacer el curso de Estado Mayor en la Academia de Guerra. En ese momento, Pinochet lo detuvo: «¡No, señor, usted no se va para allá! ¡Usted muere aquí al lado mío!».

    Se quedó. El jefe operativo de la CNI fue leal al régimen de Pinochet hasta el final y participó en las últimas operaciones represivas. En julio de 1987, de hecho, tuvo un rol protagónico en la Operación Albania, el asesinato de doce miembros del FPMR que fue presentado ante los medios como un enfrentamiento. Dos meses después, en septiembre, también formó parte del grupo que secuestró a otros cinco miembros del grupo armado, quienes pasarían a ser los últimos detenidos desaparecidos de la dictadura.

    La proximidad del plebiscito del 5 de octubre de 1988 fue lo que terminó con su carrera. Su figura ya no estaba a tono con los esfuerzos del régimen por mostrar a un Pinochet de civil, dispuesto a seguir al mando del país por ocho años más. Corbalán fue llamado a retiro con el grado de mayor. Inmediatamente pasó a liderar Avanzada Nacional, el partido político nacionalista y pinochetista que él mismo había fundado, gracias a la logística de la CNI.

    Willy Bascuñán, el músico de Los Cuatro Cuartos que había musicalizado Los viejos estandartes –himno oficial del Ejército–, conocía a Corbalán desde que este era cadete. Se volvieron a topar en Avanzada Nacional, de la que Bascuñán se hizo militante. Ahora afirma que Corbalán no era la persona adecuada para dirigir la colectividad: «Fue trabajador, organizado, y contó con los medios económicos y la capacidad para crear el partido. Sin embargo, al poco tiempo yo me salí, junto a muchos otros. No estuve de acuerdo con su estilo. A Álvaro Corbalán le gustaba demasiado aparecer. Con su manejo sepultó por cien o doscientos años el movimiento nacionalista chileno».

    Su estilo farandulero le granjeó enemigos en sus propias filas. Héctor Salazar escuchó de un fiscal militar que el agente tenía fama de «no ensuciarse las manos, de ponerse para la foto y mandarse a cambiar». Justo en la época en que Corbalán dejaba la CNI y el Ejército para sumarse a Avanzada Nacional e iniciar una carrera política, la revista Cauce publicó una carta anónima de efectivos de la CNI con acusaciones en su contra: «Somos un grupo de agentes de la CNI que estamos al mando de un inmoral y que, al no tener respuesta del mando, lo hacemos público. Sabemos que si nuestro líder [Pinochet] lo sabe, tomará cartas en el asunto», dice un extracto. La misiva revelaba que el régimen había canalizado veintiséis millones de pesos para financiar a Avanzada Nacional.

    Corbalán, siempre orgulloso, dijo en enero de 1989 a la revista Cosas: «Triste es no tener amigos, pero más triste aún debe ser no tener enemigos. Quien enemigos no tiene, carece del talento que le haga sombra, valor que le teman y cosa que le envidien».

    Esta exclusiva en Cosas, que se extendió por cuatro números de la revista, tiene entretelones. La periodista Zayda Cataldo, quien firmó la entrevista, los desclasifica hoy: «El editor Luis Álvarez Baltierra me informó que debía entrevistar al presidente de Avanzada Nacional. Reconozco que yo no lo ubicaba, pero llamé a un colega de Fortín Mapocho quien me dio información. Llegó el día en que nos presentamos y el editor le prometió que yo tendría listo el cuestionario al día siguiente. Reclamé mi derecho a contrapreguntar y le hice notar la importancia de las preguntas cortas, el llamado pimpón, y recibí de él un grotesco Con usted yo pimponearía todo el día».

    Corbalán puso condiciones: responder por escrito y revisar el título, las fotos y los textos. La directora de la revista, Mónica Comandari, y Álvarez Baltierra aceptaron. «Trataba de hacerse el simpático, pero era burdo, recurría al doble sentido. Hacía notar su poder, amenazaba», cuenta Cataldo. «A ti ya te tengo calata [desnuda]», o «si fueras hombre, ya te habría dado un patada», le advertía a la entrevistadora. Llegó a buscar el cuestionario con las preguntas a la casa de la periodista en La Reina, escoltado por civiles armados con metralletas. Iba en un Volvo azul, último modelo. La periodista afirma que lo acompañaba siempre un hombre idéntico a él, que parecía su doble. Hacía un año que Corbalán no estaba en la CNI, pero continuaba siendo el Faraón.

    De la Peni a Punta Peuco

    Una de las primeras investigaciones judiciales en las que se vio envuelto se llevó a cabo en 1991, ya en democracia, y tuvo que ver con la quiebra de su empresa de transportes, Santa Bárbara. Fue declarado reo, acusado de quiebra fraudulenta. Los fondos de la empresa, 464 millones de pesos, habían desaparecido.

    Su periplo carcelario se inició con siete meses en la Penitenciaría, donde asegura haber convivido con delincuentes comunes. A sus amigos les cuenta que era una suerte de «Padrino de la Peni». Sabía hacer trucos de magia, y abrir candados en pocos segundos era uno de sus hits. Suele narrar que, en una de sus salidas a declarar, Gendarmería lo obligó a ir atado de manos con cadenas. Antes de bajarse del furgón en los tribunales, cuando vio que lo esperaban las cámaras y los flashes de la prensa, hizo el truco y bajó con las manos libres. La historia se corrió de inmediato en la Penitenciaría y, a su regreso, varios internos le ofrecieron protección y le expresaron sus respetos.

    En la misma Penitenciaría coincidió con prisioneros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y del Movimiento Juvenil Lautaro. Siempre que pasaba cerca de ellos, hacían la mímica de dispararle. Entonces, el exagente los desafiaba: «No saben disparar ni con los dedos. Voy a tener que hacerles instrucción de tiro».

    Después, estuvo detenido en el Hospital Militar, en el Comando de Apoyo Técnico del Ejército y en el Comando de Telecomunicaciones. El año 2003, con la cárcel de Punta Peuco lista desde 1995, Corbalán seguía sin mudarse al penal construido para militares. Es que en los otros centros de detención podía gozar de cierta flexibilidad. Incluso fue visto almorzando en el Club de Yates de Papudo, cuando se suponía que estaba fuera de su lugar de detención por una diligencia que había encargado un juez.

    La paciencia de los jueces se terminó en 2004 y Corbalán fue recluido en Punta Peuco. Su celda está en el módulo uno. Cerca, en el módulo tres, está preso el exdirector de la CNI Hugo Salas Wenzel, que asumió ese cargo en 1986. Con este nunca fue fácil la relación. A pesar de que jugaban tenis, en varias ocasiones Salas hizo llegar a Pinochet antecedentes negativos del mayor.

    En septiembre de 2013, el Presidente Sebastián Piñera ordenó cerrar el Penal Cordillera, donde cumplían condena, entre otros, Salas y el exdirector de la DINA Manuel Contreras. Todos llegaron a Punta Peuco.

    En el penal, Corbalán comparte espacios con otro exagente, Carlos Herrera Jiménez, quien está en el mismo módulo, a un par de dormitorios de distancia. Con la chapa Boccaccio, Herrera fue el autor material de los asesinatos del sindicalista Tucapel Jiménez (1982) y del carpintero Juan Alegría (1983),⁴ este último un trabajador cesante y sin ningún vínculo con la política, a quien se buscó inculpar del crimen del dirigente con una carta en la que supuestamente confesaba antes de suicidarse.

    El año 2000 Herrera decidió confesar su autoría en el crimen de Tucapel Jiménez, a cuya familia pidió perdón. La cadena perpetua que cumple Corbalán se dictó después de que Boccaccio atestiguara que fue él quien dio la orden de ejecutar a Alegría, por instrucciones del general Humberto Gordon. Según el expediente, Corbalán participó personalmente de este crimen en contra de un hombre humilde y solitario, quien había sido cuidadosamente elegido para que nadie reclamara su muerte.

    Sin embargo, el exagente no admite culpabilidad alguna en el crimen del carpintero. Reconocer culpas y pedir perdón no forman parte de su glosario.

    El año 2000, la periodista de El Mercurio Raquel Correa lo entrevistó cuando estaba detenido en el Comando de Apoyo Técnico del Ejército. Antes de morir, la profesional relató el verdadero inicio de la entrevista en una conversación con el periodista Tomás Mosciatti:

    Álvaro Corbalán: «Usted me da un poco de miedo».

    Raquel Correa: «¡Imagínese el miedo que usted me da a mí!».

    Después del «septiembre negro»

    En Punta Peuco toca la guitarra, compone canciones y lamenta no ver a sus nueve hijos, producto de cinco matrimonios. La historia del último es particular. A su mujer, una exmodelo argentina un par de décadas menor, la conoció estando ya detenido. Un amigo en común tenía que visitarlo y ella lo acompañó. Se enamoraron y hoy tienen tres hijos. «Corbalán es como las jirafas: se reproduce en cautiverio», es una de sus frases más escuchadas.

    En 2012, informaciones de prensa revelaron que solo en 2010 el exagente pasó ciento ocho días en el Hospital Militar. Es decir, sin que existiera ninguna dolencia mayor que lo justificara, estuvo todo ese tiempo en un lugar con acceso a teléfono y recibiendo visitas diarias. El entonces ministro de Defensa, Andrés Allamand, tuvo que actuar: sus condiciones de reclusión se hicieron más severas, ya no dispone de teléfono y sus visitas están restringidas.

    En 2012, el hombre del corvo de oro aún estaba esperanzado. Por haber sido juzgado dentro del sistema procesal antiguo y tras más de veinte años en prisión, podría tener derecho a beneficios carcelarios, como optar a algún régimen de salidas. Hasta compuso una canción que entonaría en libertad, que comenzaba con un «¡Hola! ¿Qué tal?».

    Meses después de que el Presidente Piñera separase aguas con los uniformados violadores de derechos humanos, en septiembre de 2013, su ánimo era más sombrío. Condenado por cometer crímenes de lesa humanidad, lo resume en una frase: «El juez que me absuelva jubila por anticipado. Hasta ahí no más llegó su carrera».

    La Vicaría en la mira del régimen

    Andrea Insunza y Javier Ortega

    En 1986, la dictadura inició una fuerte ofensiva judicial contra el organismo eclesiástico fundado por el cardenal Silva Henríquez. Fue el debut de un desconocido fiscal militar que adquiriría fama de duro entre duros. Su detonante: una acción del FPMR que dejó un carabinero muerto y un joven herido a bala. El asalto a la panadería Lautaro y sus insospechadas consecuencias inspiraron parte del primer capítulo de la segunda temporada de Los archivos del cardenal.

    Aparentaba unos veinte años, era bajo, moreno y parecía un tipo tranquilo, hasta quitado de bulla. La mañana del lunes 28 de abril de 1986 llegó a la Vicaría de la Solidaridad, frente a la Plaza de Armas de Santiago, acompañado por su conviviente y una hermana. Se llamaba Hugo Gómez Peña y contó una historia que sonaba habitual para los funcionarios del organismo eclesiástico: unas horas antes, iba caminando por una población de San Bernardo cuando se encontró con una balacera entre desconocidos y Carabineros. Él solo atinó a correr, dijo, antes de ser impactado. 

    Aunque podía caminar,

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