El pueblo unido: Mitos y realidades sobre la participación ciudadana en Chile
By Gloria de la Fuente and Danae Mlynarz
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El pueblo unido - Gloria de la Fuente
política".
PRIMERA PARTE
Panorama general sobre
la participación en Chile
Mitos y realidades de la participación ciudadana en Chile
Gloria de la Fuente
No hay Democracia que no sea representativa, y la libre elección de los gobernantes por los gobernados estaría vacía de sentido si estos no fueran capaces de expresar demandas, reacciones o protestas formadas en la sociedad civil
. Pero ¿en qué condiciones los agentes políticos representan los intereses y los proyectos de los actores sociales?
TOURAINE, 1995
Cuando a fines de la década de los 90 el temor a la regresión autoritaria fue cediendo terreno en Chile, producto de la desaparición de algunos de los fantasmas heredados de una dictadura prolongada, se fue propiciando también un espacio fecundo para la búsqueda de iniciativas que lograran profundizar la democracia, más allá de lo propiamente electoral¹. Tres hitos confluyen a que se configurara este nuevo cuadro.
El primero es la salida de Pinochet de la Comandancia en Jefe del Ejército en 1998 y su posterior detención en Londres, que ayuda a cerrar cierto tutelaje
de las Fuerzas Armadas sobre la democracia recuperada el año 90.
El segundo es la llegada de Ricardo Lagos a la Presidencia de la República, que contribuye a romper el fantasma respecto al regreso de un socialista a La Moneda (Funk, 2006).
El tercero, los actos conmemorativos de los treinta años del golpe militar, que simbolizan una reivindicación histórica de la existencia de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura y que culmina con dos hechos importantes: la declaración del Nunca más
del Comandante en Jefe del Ejército de la época, Juan Emilio Cheyre, y la posterior creación de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión Valech).
De esta manera, comenzó a aparecer con insistencia en la consolidada — pero incompleta— democracia², la idea de la participación como un valor fundamental para inspirar un conjunto de iniciativas mediante las cuales la ciudadanía recuperaría un espacio cercenado por la experiencia autoritaria, convirtiéndose al mismo tiempo en un espacio para el reconocimiento de derechos políticos, civiles y sociales.
No obstante, a más de dos décadas de recuperada la democracia en Chile, las crecientes movilizaciones sociales ocurridas a partir del año 2011 siembran un manto de duda sobre la efectividad de muchas de las iniciativas impulsadas, por cuanto han dejado en evidencia la incapacidad de los canales institucionales para absorber la demanda de una ciudadanía que pareciera comienza a despertar.
En este cuadro, el presente capítulo tiene un doble objetivo. En primer lugar, desarrollar un diagnóstico respecto a la realidad de la participación ciudadana en Chile, sin considerar lo electoral, para levantar algunas hipótesis sobre esta en el actual contexto. Segundo, busca también dar cuenta de las iniciativas de democracia directa que se han impulsado desde el año 2000 a la fecha, tanto en el marco de las agendas parlamentarias como la del propio poder Ejecutivo, con el objeto de analizar cuánto de estas formas de participación ha tenido cabida en el contexto chileno, a partir de la llamada crisis de la democracia representativa.
La tesis central de este capítulo es que, si bien es posible observar cierto malestar más articulado en la ciudadanía hace más de una década, ello no ha incidido ni en mayores niveles de participación en espacios asociativos clásicos, ni en la implementación de mecanismos que canalicen la inquietud ciudadana a través de iniciativas de democracia directa. Ello es consecuencia, en parte, de un modelo de sociedad donde los individuos tienden a disociar bienestar personal de la construcción de lo colectivo, a lo que se agrega la construcción de un sistema político que, dadas las condiciones de la transición y en defensa de la gobernabilidad, ha subordinado las formas de expresión ciudadana tras un halo de desconfianza³.
Crisis de representación, democracia directa y participación
La idea de la crisis de representación no es exclusiva de la realidad chilena; en efecto, existe cierto consenso en las democracias modernas que parte de esta realidad ampliamente extendida se encuentra en el tránsito que se produjo de la sociedad industrial a una sociedad más compleja, definida por la comunicación de masas, el consumo, la movilidad social, las migraciones, etcétera. En este cuadro, la representación se dificulta, porque la posibilidad de que los actores y el debate político den cuenta de la diversidad existente, ante el aumento de la complejidad del espacio político
, se hace cada vez más remota (Gaxie, 2004; Font, 2001; Touraine, 1995).
De esta manera, la llamada crisis de representación sería un lugar común a las democracias, pese a que en algunas circunstancias la profundidad de este fenómeno pone en riesgo la propia estabilidad del sistema político, cuestión que la mayor parte de las veces depende de la adaptabilidad de las instituciones a las transformaciones que se están produciendo en la sociedad (North, 1993)⁴.
En general, cuando hay referencia a la crisis de la democracia representativa, se contrapone la posibilidad de la democracia directa, como si la segunda fuera la alternativa para resolver los conflictos que enfrenta la primera. De esta manera los críticos de la democracia representativa señalan que, en general, esta sería una forma imperfecta, reducida y engañosa de democracia
, mientras que quienes la defienden, señalan que la democracia representativa funcionaría como un sistema de control y limitación del poder (Bobbio, 1994: 216; Sartori, 2003: 203).
No obstante, lo cierto es que, tal como constata Zovatto (2010), ante la desconfianza de las instituciones propias de la democracia representativa como el Congreso o los partidos, aparece la alternativa de la democracia directa como una forma de enfrentar dicha situación, que para unos es fuente de demagogia y populismo, mientras que para otros es, más bien, una forma complementaria del propio ejercicio de la democracia representativa que colabora en mejorar la participación y mantener la estabilidad del sistema.
De acuerdo a Rodotá (1999: 8), la democracia representativa y la democracia directa tienen un denominador común, porque dan lugar a un tipo de representación intermitente, que es distinto al fenómeno que se perfila en las democracias contemporáneas, donde la voz de los ciudadanos puede despertar en cualquier momento y en cualquier lugar, formando parte del devenir ciudadano cotidiano en lo que el autor denomina democracia continua
.
En el mismo sentido, Jacques Rancière (1994: 73-74) plantea que la idea de participación estriba en su seno dos conceptos distintos. Por una parte, la idea reformadora de mediación entre centro y periferia
y la idea revolucionaria de actividad permanente de los sujetos ciudadanos en todos los dominios. De este modo, para el autor, la verdadera forma de participación es la del sujeto que ocupa las calles, que es propio del movimiento que nace de la democracia misma. Por tanto, la permanencia de la democracia se juega no en llenar los tiempos muertos con formas de participación, sino con generar la posibilidad de emergencia de este sujeto elíptico
.
Las implicancias de lo expuesto en los párrafos anteriores son múltiples y nos conducen al menos a dos premisas que quisiéramos sostener en este texto:
La primera es que no existe contradicción entre la democracia representativa y la democracia directa, porque ambas son caras de una misma moneda (Zovatto, 2010). En la perspectiva de Morlino, si se quiere, los mecanismos que ofrecen ambas (junto a otras condiciones) son requisito de una democracia de calidad (Morlino, 2012)⁵.
La segunda premisa es que si bien la normalidad
democrática implica efectivamente acción colectiva —que muchas veces se expresa en la calle—, para ser de carácter democrático precisa ser de cierto tipo. En efecto, Touraine (1995) señala que si bien los movimientos sociales y la democracia son indisociables, es preciso distinguir las acciones colectivas que se encuadran dentro de las reglas del juego político y respetan la decisión de la mayoría, respecto de aquellas que no son de inspiración democrática por estar circunscritas a un orden autoritario o porque el objetivo de quienes se movilizan es, en definitiva, la destrucción del orden institucional. En este sentido, el autor denomina movimiento social … a acciones colectivas que apuntan a modificar el modo de utilización social de recursos importantes en nombre de orientaciones culturales aceptadas en la sociedad considerada… Según esta definición, un movimiento social debe tener un programa político, porque apela a principios generales al mismo tiempo que a particulares
(Touraine, 1995: 87). No obstante, advierte que cuando los sistemas políticos no consideran los movimientos sociales, atribuyéndoles ser portadores de acciones violentas que no pueden ser satisfechas, entonces el sistema político pierde su apoyo electoral y su representatividad. Y peor aún, cuando los sistemas políticos ejercen coacción sobre los movimientos sociales, pierden su carácter democrático, aunque siga siendo tolerante y liberal
(Touraine, 1995: 88).
La participación ciudadana en Chile: entre el mito y la realidad
Tal como se señalaba, la emergencia de movimientos sociales en Chile —considerando la definición elaborada por Touraine—, pareciera indicar que nos enfrentamos a una nueva forma de articulación en el espacio público. En efecto, algo parece estar cambiando en la sociedad chilena y parte de ello ha sido recogido por los resultados preliminares de la encuesta LAPOP del año 2012, que reflejan un importante aumento de la participación en manifestaciones o protestas públicas, que es particularmente significativo en el sector de la población que va de los 16 a los 35 años⁶.
Participación en los últimos doce meses en una manifestación o protesta pública
(por rango de edad)
Fuente: Encuesta Lapop Chile 2012
Ello, que pareciera ser una cuestión significativa, choca con la realidad manifiesta de la última década. En efecto, señalábamos que en este artículo partimos del supuesto de que, a fines de la década de los 90 y principios del año 2000, se dieron en Chile las condiciones para que se disipara el temor a la regresión autoritaria, razón por la cual se habría generado un mejor escenario para la movilización social y la emergencia de otras formas de participación, ya fueran producto de la agenda institucional o de nuevas formas de asociatividad. No obstante, los datos muestran una realidad que no dista demasiado de la del resto de los países de la región latinoamericana, de acuerdo a los datos del Índice de Participación Ciudadana (IPC) para el año 2005⁷.
Índice de Participación Ciudadana
Fuente: Índice de Participación Ciudadana 2005
Red Interamericana para la Democracia
Si bien Chile se mueve en torno al promedio regional, lo cierto es que el resultado da cuenta de una realidad manifiesta propia del peso del pasado
autoritario y las condiciones en las cuales se produjo la transición. En efecto, siguiendo a Morlino (2007), es posible sostener que las herencias autoritarias tienen mayor o menor impacto sobre tres aspectos específicos de las democracias:
a) un conjunto de creencias, valores o actitudes;
b) instituciones públicas, y
c) los comportamientos que derivan de las relaciones entre las dos dimensiones.
En el caso chileno, las condiciones en que se produjo una transición pactada con acuerdos adaptativos y pragmáticos
(Garretón, 1999: 67) no solo heredaron un conjunto de instituciones —entre ellas la Constitución Política de 1980— que determinó de manera sustantiva las formas institucionales de nuestra democracia (reglas del juego), sino que también condicionaron las creencias, los valores y los comportamientos de los sujetos que, habiéndose movilizado para presionar por el fin del autoritarismo, no fueron luego llamados a ser parte de los acuerdos (Garcés y Valdés, 1999).
Lo anterior originó no solo un distanciamiento relevante entre la ciudadanía y las instituciones políticas, que se traduce en grados crecientes de desconfianza en instituciones como el parlamento y los partidos políticos, sino que también un debilitamiento en general del estatus y relevancia de lo público (creencias, valores y actitudes), tal como ya mostraba el Informe de Desarrollo Humano del año 2002. De hecho, de acuerdo a este estudio, el 51% de los individuos se encontraba en los tramos altos o muy altos de impotencia política. Frente a afirmaciones como la gente con poder trata de aprovecharse de usted
o la opinión de gente como usted no cuenta mucho en el país
, el 63 y 65%, respectivamente, señalaba estar de acuerdo
(PNUD, 2002).
Impotencia política: respuestas de acuerdo
con las siguientes afirmaciones
(porcentaje)
Fuente: Informe de Desarrollo Humano 2002
Estos resultados pueden ayudar a explicar en parte las razones por las cuales los niveles de participación y asociatividad en Chile no se han modificado sustantivamente.
De hecho, si se miran los resultados de la encuesta Audito a la Democracia en Chile 2008-2010, respecto a espacios de asociatividad donde es posible el ejercicio de la participación ciudadana, se observa que:
La gente pertenece a veces a diferentes tipos de grupos o asociaciones. Para cada tipo de grupo por favor dígame si Ud. pertenece a alguno de ellos. ¿Pertenece Ud. a…?
Fuente: Encuesta Auditoria a la Democracia
Las movilizaciones sociales experimentadas a partir del 2011 son aún preliminares para siquiera intentar levantar una hipótesis responsable sobre los derroteros que seguirá y si ello impactará en las formas que ha adquirido la participación ciudadana o el significado de la acción colectiva en la construcción del proyecto personal⁸. No obstante, su emergencia es muestra de la superación o al menos un cambio —desde la perspectiva de las actitudes, los valores y las creencias— de algunos de los elementos que constituyeron la arquitectura institucional que dieron forma al peso del pasado
, cuyos objetivos de gobernabilidad buscados a través de la rigidez de las reglas del juego, se han vuelto contra sí mismos desde la canalización de la demanda ciudadana.
…los problemas fundamentales del país post-transición tienen que ver con la organización de la polis, de la capacidad de conducción, de hacer que en la política se expresen los problemas culturales y sociales… Lo que hay es una crisis de la capacidad y de la actividad política para dar cuenta de lo político y no girar en torno a sí misma. A la larga el riesgo es que ello lleve a una crisis de legitimidad
(Garretón, 1999).
¿Es posible pensar que la movilización social transformará los mecanismos institucionales de participación? Es difícil saberlo, porque ello depende tanto de la capacidad de articulación de la demanda ciudadana (y sus objetivos) como de la voluntad política de generar mecanismos que faciliten la canalización de demandas. En cualquier caso, lo cierto es que la existencia de estas insurgencias
pueden cambiar las prácticas políticas y los ejercicios de formulación de las políticas públicas (Arditi, 2012).
Sin perjuicio de esto, es importante señalar, tal como establece Joan Font (2001), que incluso existiendo amplios canales institucionales de participación en todos los niveles, esta siempre ocurrirá en contextos determinados, donde el tiempo es —en general— finito, con personas sometidas a múltiples presiones y condiciones como la capacidad económica, la educación y el interés por los asuntos públicos, que generan condiciones de desigualdad para enfrentar distintos procesos participativos. De ahí que, en cualquier caso, haya que esperar que los ciudadanos participen, pero no que vivan para participar
.
Las agendas e iniciativas para la participación ciudadana: mecanismos de democracia directa
Hecho el análisis sobre la realidad de la participación ciudadana en Chile desde la perspectiva de la asociatividad y la movilización, nos hemos propuesto observar con mayor detención las iniciativas gubernamentales y parlamentarias en torno a la democracia directa que se han impulsado desde el año 2000.
Se parte de la premisa que, más allá del debate que se plantea en la literatura (Altman, 2005), los mecanismos de democracia directa utilizados de manera adecuada son un complemento de la democracia representativa que en la experiencia de algunos países —entre ellos el más renombrado, Suiza— ha sido un instrumento ideal para la formación de la voluntad política (Zovatto, 2010).
Considerando, como se señalaba, que desde fines de la década del 90 y principios del 2000 se habrían generado en Chile las condiciones para impulsar este tipo de iniciativas —como una forma de canalizar las demandas ciudadanas a través de mecanismos institucionales complementarios a la representación—, es que