Las olas son las mismas
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Las olas son las mismas - Juan José Richards
OROZCO
Golpe de vista y mi propia silueta contra el azul, la tarde se degrada en el cielo. Iba a escribir una novela sobre la velocidad, pero una obstinada bandada de estorninos escapando del invierno me distrajo o se convirtió en la novela y ya no hubo más que esa migración. Desde los dormideros hacia la siguiente temporada se dibuja una flecha y sobre mi cabeza se formula una tempestad o tormenta, dos nombres con que el viento arrastra a la nieve. Fenómenos climáticos que silencian. Golpe de vista al cielo y la tarde se clausura. El dorado cede. Las olas insisten en señalar ese límite donde la ciudad empieza y termina simultáneamente. El plumaje de los estorninos es bronce púrpura y yo, envuelto en un abrigo viejo, sigo mirando cómo las nubes reducen la claridad del cielo. Se apagan las estrellas y ahora se encienden las ampolletas que cuelgan sobre los postes del muelle. El agua choca con insistencia contra los pilones de madera. Recuerdo esa tarde en la que me hablaste en el metro: yo traía conmigo un principio de novela. Golpe de vista al suelo. Me preguntaste oye, ¿estás bien? y yo (que estaba bien) pensando ¿quién mierda quiere saber eso? Sentado frente a mí con las piernas cruzadas, sin pelo en la cabeza y con cara de demente. Cerré el cuaderno porque no quería que vieras lo que estaba escrito ahí. El agua encuentra una forma de seguir su curso por entre las rocas. Estallidos subterráneos. Luego quisiste saber si me iría a fumar contigo y en medio de la continuidad de los rieles esa pregunta me desconcertó. Golpe de vista al abismo, pensamiento humano y cara de ángel. Atravesábamos un túnel. Una pulsión entre la continuidad de las franjas metálicas. La orilla está pronunciándose, las olas son siempre las mismas. Había empezado una narración sobre el olvido y honestamente iba a pedirte que te perdieras y me dejaras solo, pero algo en el modo en que te quedaste mirándome, un exceso de pasado en los ojos, me detuvo. Flaco, encorvado y lento. La piel cubierta de lo que antes habían sido espinillas. Dijiste bajémonos e hiciste un gesto con los dedos como dibujando un arco en el aire. Entonces, de súbito consideré abandonar el compromiso que tenía esa noche con mi papá. Un rapto al exterior en medio de la concatenación de palabras y frases que no nos estábamos diciendo. Te vi sostener la puerta. Dejamos atrás la estación, el viento subterráneo y los rieles del tren. Suspiro prolongado de extrañeza al salir a la calle. El agua empapa la superficie de las piedras pero su centro permanece seco, oscuro, un misterio. Afuera lloviznaba y la vereda reflejaba la catedral invertida, el puente parecía rodeado de un halo de muerte. El río también estaba ahí. Atraído por ese espejo que se movía, me incliné hacia la baranda y nuevo paréntesis. Los sistemas de suspensión están compuestos por un elemento flexible y otro de amortiguación que neutraliza las oscilaciones de lo suspendido. Igual nosotros. Mierda, dijiste, no tengo papel. Mierda, dije yo, qué frío y volviéndome hacia el Sena pensé ¿qué hago aquí? Te miré con desgano. ¿Y ahora? Nubarrones púrpuras despeinaban el horizonte sobre los techos de París. Te subiste el cuello de la chaqueta. Esa noche de invierno yo tenía una cita con mi papá, pero el río. El río era un continuo flujo iridiscente. Por ahí se había deslizado también la mirada de otros hombres que antes que nosotros salieron a caminar de noche. Me preguntaste si tenía un cigarro que pudiéramos desarmar. Dale, te dije, y te pase uno. Tú lo recibiste con cuidado como, si fuera la primera vez que sostenías algo de ese tamaño. Te vi botar el tabaco al suelo y manipular con poca destreza el papel. Me dieron ganas de enrolar, pero luego tuve la impresión de que entre tus palmas se abría un portal. Golpe de vista a ese juego de hilos con los dedos que pasan de una figura a la otra: triángulo y poliedro. Otra estructura suspendida. El pelo corto