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Cuerpo feminista
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Cuerpo feminista

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Durante el último tiempo hemos vivido una verdadera revolución feminista en Chile y en otros lugares del mundo. Esta vez, sus protagonistas han sido principalmente niñas y jóvenes, nacidas en democracia, quienes oyeron a diario el discurso de los derechos y la libertad, quizás por eso, se han atrevido a denunciar con fuerza que la igualdad de género está lejos de cumplirse en una cultura patriarcal donde el cuerpo femenino sigue siendo un campo de poder en disputa: usado como moneda de cambio en la publicidad; ubicado en el centro de continuos debates morales y estéticos; víctima de acoso callejero y despreciado simbólicamente en los chistes o comentarios machistas. Así las cosas, el cuerpo femenino se ha transformado en uno de los espacios más politizados de hoy en día.
Este libro reflexiona sobre las demandas que instaló ese movimiento, reconociendo que aún persisten muchas formas de violencia -algunas naturalizadas e invisibilizadas- hacia los cuerpos de las niñas y las mujeres. Está escrito como un ensayo, pero también, como un panfleto político de desahogo, denuncia y pistas para la acción. La autora cuenta y analiza algunas experiencias personales de acoso sexual, misoginia y abuso de poder, sufridas desde su adolescencia hasta la vida adulta, y de parte de varones tan diversos como hombres anónimos que se cruzan en la calle, pasando por vecinos, profesores, compañeros de trabajo e incluso prestigiosos artistas y académicos. El texto lleva a su máxima expresión una consigna histórica del feminismo: lo personal es político.
LanguageEspañol
Release dateDec 1, 2018
ISBN9789563384031
Cuerpo feminista

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    Cuerpo feminista - Iskra Pavez Soto

    Pizarnik

    Prólogo

    Mis pechos no venden cerveza, protestan

    Durante toda mi infancia vi a diario en el almacén, ubicado en la esquina de mi calle, un afiche de cerveza Cristal donde aparecía una mujer de cuerpo entero, solo con un diminuto bikini de color amarillo y un espacio en blanco para poner el precio de la bebida. Nunca oí a nadie escandalizarse por esto. De hecho, hasta ahora, diversos productos, utilizan en su publicidad el cuerpo de una mujer y nadie se asombra por eso. Podríamos discutir qué tan innovador o repetitivo es este tipo de publicidad, lo cierto es que sigue siendo el mejor gancho comercial, como dirían Los Prisioneros.

    Pero, si a una mujer se le ocurre ponerse una capucha y salir a protestar con las pechugas al aire o ponerse una cola de caballo en el culo y posar frente a un carro lanzaagua de carabineros, hablando en buen chileno, queda la cagá. Los hombres no saben si mirar o no, más de alguno empieza a citar los cuadros de la revolución francesa y no falta la mujer que dice: Yo no necesito mostrar nada para que me respeten. Y es que nos habían acostumbrado a ver los pechos de una mujer en la publicidad y en los programas de la televisión, pero nunca en las protestas. Para mucha gente ver a un grupo de mujeres gritando y marchando en toples, en pleno mes de mayo, fue deconcertante. Era como si dieran el significante, pero con un nuevo significado, que aún no conocíamos. El solo hecho de mostrar el cuerpo sin dietas, con pelos, con rollos y sin pedirle permiso a nadie era una nueva forma protestar. Ese es, justamente, el objetivo de una performance: provocarte y que no te sea indiferente. Y vaya que lo han logrado. Las estudiantes secundarias y universitarias nos han obligado, como país, a poner sobre la mesa temas que hasta hace poco solo nos interesaban a algunas mujeres catalogadas de graves e histéricas, como la violencia sexual, el acoso callejero, el lenguaje inclusivo o la educación no sexista. El gobierno rápidamente se subió al carro y presentó lo que llama la agenda de género; los canales de televisión y los diarios hacían reportajes sobre el feminismo, cayeron viejos patriarcas que habían estado instalados durante años en el banquillo de la impunidad y una diputada asistió a un acto oficial con la polera de Simone de Beauvoir.

    Como llevo varios años en este carro del feminismo –siempre acompañada de mis amigas y, a veces, también de mi mami y mis hermanas–, quiero reflexionar sobre lo que nos está pasando como sociedad. Y quiero hacerlo desde lo autobiográfico, contando algunas experiencias de acoso sexual y misoginia que yo misma he vivido, porque lo personal es político, como venimos diciendo hace rato.

    Cuando leí las frases machistas que habían oído algunas estudiantes universitarias, las que denunciaban en los carteles de las marchas, yo me sentí representada, porque, al igual que ellas, yo había sido víctima de situaciones parecidas, pero hasta ahora no las había problematizado políticamente como experiencias de violencia de género. De modo espontáneo, empecé a contar en mi familia y a mis amigas una serie de experiencias que nunca antes había relatado ni denunciado públicamente. Esto coincidió con que, en el mes de mayo de 2018, fui invitada a dar una charla a la Librería de Feminismos Los caminos de Casilda (ubicada en el Barrio Yungay, Santiago de Chile). Para esa oportunidad, y a modo de iniciar la conversación, preparé un breve texto donde hacía un recuento de estas situaciones que yo había padecido en distintos escenarios sociales y de parte de diversos hombres. Lo leí y lo comentamos conjuntamente en un grupo de mujeres. Todas habían vivido experiencias parecidas; evidentemente, no se trataba de algo personal ni particular de cada biografía, sino de algo sumamente social y político sobre lo que era urgente reflexionar y transformar. Además, por las investigaciones académicas que he realizado ya sabía que las niñas y las mujeres en general, y las más jóvenes, las más pobres, las migrantes y las afro-descendientes en particular, sufren de diferentes tipos de violencia, acoso sexual y misoginia. Al igual como me ocurría a mí, para muchas de ellas era algo naturalizado e invisibilizado que no problematizaban. Ahora quiero contar las experiencias que he vivido como una forma de desahogo y de denuncia simbólica, pues dudo de que estén tipificadas como delito o puedan ser denunciadas en los tribunales de justicia. Quizás solo se trate de pequeñas humillaciones, como diría Gerardo Varela, quien fue ministro de Educación. A partir de ese texto, de la charla en la librería, y luego de observar cómo la ola feminista chilena y mundial crecía y crecía, seguí reflexionando y escribiendo. Así nació este manuscrito.

    Cuando las niñas les responden a sus mamás o se rebelan en contra de ellas, se las reprime con frases del tipo: "¡Cállate, cabra chica insolente!".

    La insolencia es pensante, no reaccionaria, es construir un pensamiento –expresado en gestos, actitudes, relaciones y palabras– que radicalice la mirada crítica para cuestionar el patriarcado desde sus fundamentos, nos dirá Andrea Franulic. La insolencia es una acción desusada, liberada, arrojada y resuelta, nos dirá la feminista chilena de la década de los ochenta, Julieta Kirkwood, quien denominaba a las sufragistas como las mozas insolentes.

    Uniéndome a esta genealogía de niñas y mujeres, quiero plantear en este ensayo la posibilidad de devenir en un cuerpo insolente y liberado, cuerpo feminista, considerando las múltiples violencias, carencias, acosos, abusos y misoginia, así como la resistencia, el goce, la abundancia y la libertad que mi cuerpo ha debido experimentar a lo largo de mi vida. Es en esta unión de poder, como represión y libertad, desde donde propongo una teoría y práctica de nuestros cuerpos desde el feminismo.

    Quiero advertir que este texto fue escrito como un panfleto feminista, por lo tanto, cuento las cosas de modo más intuitivo que ordenado, más desgarrado que racional; uso frases coloquiales, modismos y garabatos chilenos; igualmente he incluido nombres de autoras, autores y conceptos teóricos, porque forman parte de mi visión integral de la realidad. Mi idea es aportar al debate público actual.

    El texto está organizado en dos partes. En la primera presento algunos de los principales ejes temáticos que han sido planteados por el actual movimiento feminista chileno sobre el cuerpo femenino, el lenguaje inclusivo, la educación no sexista y otros temas que hace tiempo vengo reflexionando y que me parece oportuno plantearlos ahora. En la segunda parte, expongo, reviso y analizo diversas experiencias de acoso sexual y misoginia que yo misma he vivido en diferentes espacios y de parte de variados niños y hombres; también aquí voy intercalando reflexiones y pistas para la acción.

    I PARTE

    UN ENSAYO FEMINISTA

    ¿Tapar o mostrar el cuerpo femenino?

    En nuestra cultura actual, el cuerpo de las mujeres se ha convertido en un espacio social y político, sobre el cual recaen una serie de interpretaciones morales, a veces, contradictorias entre sí, que lo convierten en un campo de poder en disputa. Campo de poder, porque en el cuerpo de las mujeres se experimentan situaciones que en nuestra cultura están mediatizadas por la posibilidad de reproducir un orden de género determinado o liberarse de él. Una primera experiencia se refiere al ámbito del erotismo, la sensualidad y la sexualidad de las mujeres, un tema rodeado de mitos y tabúes. Unido a esto, pero no necesariamente siempre, se incorporan la maternidad, el aborto, los mandatos de cuidado o las responsabilidades vinculadas al trabajo reproductivo–doméstico que conlleva el ser madre o simplemente el ser mujer. Todos estos elementos hacen que los cuerpos de las mujeres no solo sean el espacio de la experiencia corpórea de las hembras humanas, sino, por sobre todo, representan una experiencia de poder, con valores, discursos y prácticas. Allí radica la dimensión política que tiene el cuerpo de las mujeres.

    ¿Cuerpos dóciles y sumisos o independientes y liberados?

    De allí también emana que a veces el cuerpo de las mujeres se cubra con ropas, pañuelos y hábitos de monja y que, en otras instancias, se adorne con joyas, perlas, encajes o cueros en una hipnótica danza; de allí también que se pegue y rasgue su piel con rabia animal cuando se rebela y escabulle del deseo patronal; de allí también que se inventa la dieta milagrosa o la cirugía cruel para obligarlo a ser delgado y joven eternamente; de allí también que se esconda la sangre ubérrima que cada mes brota de la vagina–útero–vientre–entraña; de allí también que la industria del maquillaje y de la moda pueda convertirnos en señora, puta o princesa. El cuerpo humano femenino es uno de los artefactos más culturizados que existen hoy; en él se juegan muchas batallas, especialmente la reproducción de nuestra propia especie. Por todo lo anterior, el tapar o mostrar el cuerpo de las mujeres es un ejercicio político que expresa su dimensión de poder, para disciplinarlo o liberarlo. Vamos a darnos cuenta de que –tal como nos dice Michel Foucault respecto a que los discursos sobre la sexualidad operan como dispositivo de poder, ya que si hablamos de ella nos estamos confesando en el sentido católico y si no hablamos de ella, nos estamos reprimiendo, en términos freudianos–, con el tema de tapar o mostrar el cuerpo de las mujeres ocurre algo similar, va a ser problemático taparlo o mostrarlo.

    Por ejemplo, si tapamos el cuerpo femenino se nos acusa de conservadurismo y se insta a las mujeres a liberarse, mostrándolo. Por cierto, usar minifalda o bikini fue en su momento un acto de liberación femenina. Estos mismos argumentos se usan para intentar liberar a las mujeres musulmanas del velo islámico (desde el hijab, chador, niqab o el extremo burka). Pienso que los argumentos son los mismos para mostrar o tapar el cuerpo femenino: el hecho radica en que el cuerpo de las mujeres es visto como un objeto erótico en nuestra cultura contemporánea y debemos reconocer que tanto el deseo sexual como el erotismo femenino se han problematizado. Fátima Mernissi, feminista musulmana, dice, a modo de ironía, que las mujeres occidentales debemos liberarnos

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