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Democracia Republicana / Republican Democracy
Democracia Republicana / Republican Democracy
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Ebook157 pages2 hours

Democracia Republicana / Republican Democracy

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Charles Taylor propone una teoría republicana democrática que opone a la democracia neoliberal. El neoliberalismo concibe la democracia como un mero instrumento y desestima el valor intrínseco de la participación política y el autogobierno. Inspirado en Tocqueville, Taylor enfatiza la identificación ciudadana con el bien común a la vez que rechaza una construcción monolítica de la voluntad general rousseauniana. Su objetivo es esbozar una teoría republicana democrática que responda a los desafíos contemporáneos, especialmente los relativos a la exclusión de las minorías culturales en sociedades cada vez más multiculturales. El sello característico del compromiso tocquevilleano que logra es un sincero e innovador aprecio por la diversidad. El especial mérito de este ensayo, que Taylor presenta en Chile en 1986, es que ya vislumbra la solución republicana para los problemas que traerá consigo la democracia neoliberal heredada de la dictadura.
LanguageEspañol
PublisherLOM Ediciones
Release dateJul 30, 2015
ISBN9789560003249
Democracia Republicana / Republican Democracy

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    Democracia Republicana / Republican Democracy - Charles Taylor

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2012

    ISBN: 978-956-00-0324-9

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Charles Taylor

    Democracia Republicana /

    Republican Democracy

    Con un Apéndice / With an Appendix by

    Renato Cristi & J. Ricardo Tranjan

    Rafael Hernández, traductor de

    Democracia Republicana

    Prefacio

    En diciembre de 1986, Charles Taylor visita Chile invitado por el CERC (Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea) para participar en una conferencia, organizada por Rodrigo Alvayay y Carlos Ruiz Schneider, bajo la rúbrica Democracia y Participación. Su ponencia fue traducida por Rafael Hernández y publicada en 1988 con el título Algunas condiciones para un democracia viable (Taylor, 1988). El texto en inglés nunca fue publicado por Taylor y se da a conocer por primera vez en este libro, junto con su traducción.

    En su ponencia, Taylor busca definir lo esencial de la democracia más allá de sus manifestaciones institucionales. Lo esencial le parece ser la naturaleza exacta de las relaciones que se establecen entre los miembros de un régimen democrático. Piensa que hay tres grupos de teorías que explican cómo la democracia relaciona a sus miembros –las teorías ecónomicas de la democracia, el humanismo cívico de inspiración rousseauniana y el humanismo cívico de inspiración tocquevilliana, que más recientemente podemos encontrar en los escritos de Hannah Arendt. Taylor considera que las dos primeras teorías, aunque cada una de ellas capta separadamente y con acierto un aspecto particular de la realidad democrática (instrumentalismo y voluntad general), son erróneas porque toman ese aspecto particular como rasgo esencial. Taylor rechaza la idea que las personas perciban la democracia como un puro instrumento para satisfacer sus preferencias o como un ideal de homogeneidad social que anule concepciones divergentes del bien común. Por el contrario, Taylor busca asimilar la democracia al republicanismo tocquevilleano. Su concepción de la democracia republicana resulta ser así más compleja y multicolor que la rousseauniana, y al contrario de las concepciones económicas, une a sus miembros en torno a un polo central de identificación. Éste corresponde a las instituciones políticas que todos los ciudadanos consideran como una propiedad común de inestimable valor, porque ahí encuentran un baluarte y depósito de su dignidad como tales.

    A partir del republicanismo tocquevilleano, Taylor examina cuatro condiciones para la posibilidad de una democracia viable. Primero, una democracia fundada en la soberanía del pueblo requiere que éste sea capaz de una agencia colectiva unificada. En la modernidad, con la emergencia del individualismo y el hecho del pluralismo, es cada vez más difícil promover empresas políticas en común. Para ello es indispensable el desarrollo de un sentimiento patriótico. Este primer impulso republicano, que define Montesquieu y que guía las Revoluciones en Francia y América, encuentra históricamente un apoyo más sólido en el nacionalismo. La dificultad que surge en este caso es la paradojal tendencia excluyente que se genera por la dinámica incluyente que le imparte el nacionalismo a la democracia. Segundo, sin la participación del pueblo tiende a atrofiarse el sentimiento compartido de identidad y de empresa ciudadana común. Taylor piensa que el momento representativo, necesario para la constitución del autogobierno de la polis, debe compensarse con formas de participación directa en la base social. Tercero, los grupos (etnias, regiones, culturas, clases sociales) que conforman el colectivo social deben relacionarse con respeto y sin trabas discriminatorias. Por último, Taylor piensa que, en el ámbito económico, es necesario reconocer el papel esencial e insustituible que juega el mercado en la organización de la actividad productiva. Rechaza de plano un régimen socialista de corte leninista porque se ha convertido en un profundo desastre para la democracia. Taylor escribe esto en 1986 cuando tiene a la vista el fracaso de los llamados socialismos reales. También rechaza un régimen capitalista desregulado. Históricamente, amplios movimientos populares, particularmente las organizaciones sindicales, lograron moderar la orientación antidemocrática que se originó en la relación desigual entre el empleador y los trabajadores. En la actualidad, Taylor considera dos aspectos de una amenaza capitalista más soterrada. Por una parte, las corporaciones transnacionales afectan las condiciones de vida restándoles poder a las instituciones de participación y traspasándolo a organizaciones burócraticas irresponsables. Por otra parte, el capitalismo alienta un consumismo sin límites que se ofrece como substituto para la participación política. Piensa Taylor que es necesario concederle un papel importante al mercado, pero que el poder de las grandes corporaciones debe ser contrarrestado por un régimen de propiedad pública.

    Taylor reconoce como dominante la tendencia a definir a la empresa política común en términos liberales en lugar de referirla a la identidad de los ciudadanos (Taylor, 2011: 141). Piensa que ello se debe a lo difícil que resulta reconocer cabalmente la creciente pluralidad de identidades étnicas, culturales y nacionales al interior de las democracias contemporáneas. Parece más conveniente así enfatizar los derechos individuales y los procedimientos democráticos, en lugar de tomar en cuenta los puntos de referencia histórico-culturales, o las ideas de la vida buena, de acuerdo a los cuales los ciudadanos definen su identidad (ibid: 141). Esto se muestra con gran evidencia en el caso de Canadá. En 1982, una Carta de Derechos (Charter of Rights) se incorpora a la Constitución canadiense, y ello ha significado constitutir la identidad canadiense en torno a los derechos que comparten todos los ciudadanos. Pero también ha significado que la identidad común de los habitantes de Québec, específicamente la idea de proteger y promover el hecho de que Québec es una sociedad distinta, no haya podido recibir reconocimiento político oficial. En este contexto hay que entender la participación de Taylor en la Comisión Consultiva para Prácticas de Acomodación Relativas a las Diferencias Culturales (en breve, la Comisión Bouchard–Taylor), encargada por el gobierno de Québec en 2007 para examinar maneras de responder a los requerimientos de acomodación por parte de las minorías de esa provincia canadiense.¹

    Lo que ha sido la experiencia canadiense puede observarse, cada vez con más frecuencia e intensidad, a lo ancho del mundo, donde gran número de ciudadanos sufren exclusión democrática sistemática debido al predominio alcanzado por un liberalismo abstracto. En este sentido, Taylor ha sido visionario en detectar las limitaciones de los modelos prevalentes de la democracia. Ni el atomismo de la teoría económica, ni la aspiración de homogeneidad social por parte de la democracia rousseauniana permiten entender sociedades que, junto con valorar el liberalismo de los derechos, también perciben la necesidad de mayor cohesión social. El modelo Tocqueville/Arendt, la opción de Taylor, parece ser la respuesta, pues acomoda la idea unificadora de la voluntad general al mismo tiempo que respeta el pluralismo liberal. Sin embargo, como el mismo Taylor reconoce, cuando se habla de democracia no hay muchas cosas que se puedan expresar con entera generalidad. Las soluciones tienen que ser adaptadas a situaciones en particular (Taylor, 2011: 144). La realidad de sociedades como Brasil y Chile, que examinamos con Ricardo Tranjan en el Apéndice de este libro, nos llevan a entender que el desarrollo democrático puede ser lento y doloroso, y la historia nos muestra que ni procesos revolucionarios ni modelos estandarizados permitirán avances en este sentido. Nuestras sociedades deben continuamente pensar y repensar, teórica y prácticamente, maneras de desarrollar formas políticas que aproximen el ideal democrático republicano a nuestra realidad contingente.

    Renato Cristi

    1 Para conocer las recomendaciones finales de la Comisión Bouchard-Taylor, ver el comunicado del gobierno de Québec en: http://www.accommodements.qc.ca/communiques/2008-05-22c-en.html

    Charles Taylor

    Algunas condiciones para una democracia viable

    I

    Quisiera iniciar una discusión acerca de las condiciones de una democracia viable en las postrimerías de nuestro siglo XX. Y, mediante esta discusión, plantear al mismo tiempo el proble­ma de qué es exactamente lo que buscamos bajo el término de democracia.

    A modo de introducción, sin embargo, quisiera hacer algunas observaciones acerca de la importancia cardinal de la democra­cia para nuestros tiempos. Con ello quiero decir que la democra­cia es una aspiración ineludible, que hay una suerte de presión por la democratización en la civilización mundial contemporá­nea, incluso si este movimiento parece bloqueado o hasta inver­tido en muchas regiones del planeta.

    Se trata, en parte, de saber cuáles son en la actualidad los requisi­tos de la legitimación política. Han desaparecido ya los regíme­nes basados en la jerarquía o en la idea de la autoridad heredita­ria, y resulta difícil siquiera recordar cómo eran. La oleada de regímenes fascistas y autoritarios de derecha que se desenca­denaron desde poco antes de la Segunda Guerra Mundial fue en realidad la última que exhibió con orgullo una ideología alternati­va de la democracia. Los gobiernos de izquierda del tipo leninis­ta sostienen ejercer una democracia más profunda que la de sus equivalentes burgueses. Y la actual generación de regíme­nes autoritarios de derecha, como el de este país, sigue soste­niendo que restaurará la democracia en sus países apenas estos estén preparados. En la época actual, solo la soberanía popular puede en definitiva conferir legitimidad.

    Pero cuando hablo de presión por la democracia pienso en algo más profundo. Lo que acabo de decir no se refiere, quizá, más que a cuáles son las formas obligatorias de la hipocresía. Hay algo más importante.

    Para entenderlo, tenemos que recordar que ha llegado real­mente a establecerse una estrecha relación de respaldo mutuo entre la democracia y los ideales fundamentales del canon liberal, es decir, la libertad personal y el imperio de la ley. Los liberales han sostenido siempre que ambos van de la mano, surgen o caen al mismo tiempo, pero hubo épocas en que esto distaba mucho de ser evidente. En la edad de oro del despotis­mo ilustrado del siglo XVIII hubo regímenes que respetaban la ley y cuyas clases dirigentes al menos gozaban de inmunidades bajo el imperio de la ley, pero no había en ellos la más mínima señal de gobierno participativo, ni siquiera en lo que se refería a las clases dirigentes.

    La posibilidad de este tipo de regímenes ha desaparecido junto con la erosión de las nociones jerárquicas y la erosión correspondiente de los límites precisos que definían el estatus de las diferentes clases. Ya no existen barreras infranqueables que le impidan a un gobierno despótico cometer los peores excesos posibles en la violación de los derechos humanos. La única protec­ción para la libertad personal y la ley reside en algún tipo de gobierno popular o, al menos, en la amenaza de que pueda estable­cerse en el futuro próximo. Recíprocamente, la libertad personal y el imperio de la ley son claramente condiciones de una demo­cracia auténtica, esto es, de un régimen en que las personas puedan movilizarse con independencia del poder, sea para cam­biarlo, sea para determinar sus políticas. Estos elementos for­man un conjunto.

    Ahora bien, creo que en nuestro tiempo se está ejerciendo presión en favor del conjunto completo, debido al hecho de que la libertad personal parece brindar las condiciones más favora­bles para el desarrollo económico y tecnológico. No siempre fue así, y en algún momento futuro puede de nuevo dejar de serlo. Pero en este momento el desarrollo económico depende en grado sumo tanto del dinamismo científico y tecnológico como de la iniciativa empresarial. Y a ninguno de los dos le va muy bien bajo el despotismo. Se ha señalado muchas veces la lamentable situación económica de los regímenes leninistas una vez terminado el período de crecimiento brutal mediante la industrialización primaria. La Unión Soviética se yergue como un gigante entumecido, incapaz incluso de alimentar adecuadamente a su propia población. A los regímenes represivos se les crea además una dificultad adicional, por la importancia que el desa­rrollo de las comunicaciones y de las técnicas de procesamien­to de información tiene para las tecnologías actuales.

    La existencia de regímenes capitalistas despóticos con eleva­da tasa de

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