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Autobiografía: La Vida de Madame Guyón: SERIE GUYON, #1
Autobiografía: La Vida de Madame Guyón: SERIE GUYON, #1
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Ebook470 pages11 hours

Autobiografía: La Vida de Madame Guyón: SERIE GUYON, #1

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About this ebook

La asombrosa vida de una mujer cristiana perseguida por su fe que puso patas arriba la alta sociedad francesa del siglo XVII. Un libro que ha hablado al corazón de muchos relatando con sencillez, candidez y profundidad la vida interior de la fe aunque esté sujeta a persecución y mil vicisitudes.

LanguageEspañol
Publishermarronyazul
Release dateSep 24, 2019
ISBN9788494856907
Autobiografía: La Vida de Madame Guyón: SERIE GUYON, #1

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    Autobiografía - Madame Guyón

    Autobiografía: La vida de Madame Guyón

    LA VIDA DE UNA DE LAS REFORMADORAS MÁS INFLUYENTES Y CONTROVERTIDAS DE LA HISTORIA DEL CRISTIANISMO, CONTADA POR ELLA MISMA

    versión actualizada y revisada con anotaciones históricas, mapas, ilustraciones y detalles nunca antes publicados en español

    Jeanne Marie Bouviérs de la Mothe-Guion

    Título original: La vie de Madame de la Mothe Guion, écrite par elle-mime Traducción: © S.D.R.M., 1998 y 2018. Todos los derechos reservados. 

    Edición y maquetación: S.D.R.M.

    Ilustraciones © Jennifer Jeffries & Gene Edwards

    Revisión: Norberto Peyroti / Juan Manuel de Roa / S.D.R.M.

    Primera edición: junio 2018

    ISBN: 978-84-948569-0-7

    DEP. LEGAL: M-18218-2018

    Citas bíblicas extraídas de Biblia de Jerusalén y Reina Valera 1960,

    o traducción adaptada a la versión de la Biblia que utilizó Madame Guyón.

    MARRONYAZUL®

    Apto Correos 34 28607 El Álamo Madrid - (España) 

    www.marronyazul.com

    Derechos de autor de esta obra:

    —Exceptuando mapas e ilustraciones, se permite copiar o citar hasta diez mil (10.000) caracteres de esta obra en otras obras (lucrativas o no) sin autorización previa, siempre y cuando no se utilicen en obras numeradas, seriadas, por entregas o fascículos, sino en una sola obra totalmente independiente de otras. En cualquier caso, debe citarse bibliográficamente este original. Para mayores extensiones se debe obtener autorización expresa de esta editorial.

    —Exceptuando los casos señalados, no está permitido el alquiler (cobrar por su préstamo), ni la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio (ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos), sin el permiso previo y por escrito de los titulares de los derechos de autor.

    Editado e impreso en España — Edited and printed in Spain

    Contenidos

    Prólogo

    Prefacio del editor

    Introducción

    Cronología

    Mapas

    Parte I

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    8

    9

    11

    12

    13

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    19

    20

    21

    22

    23

    24

    25

    26

    27

    28

    29

    Parte II

    30

    31

    32

    33

    34

    35

    36

    37

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    40

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    50

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    52

    53

    Contenidos

    NOTA: Aunque Jeanne no puso título a los capítulos de su biografía, hemos considerado útil para el lector añadir un pequeño ÍNDICE para tener acceso a los contenidos de forma más concisa.

    NOTA PIES DE PAGINA: Recuerda que los PIES DE PÁGINA están enlazados, de tal forma que desde el texto principal puedes ir al pie de página y viceversa.

    Prólogo

    Sobre la traducción y edición

    Esta edición corresponde a una traducción revisada y abreviada de una versión del siglo XVII en inglés que sintetizaba la obra original¹ . Esta idea nos gustó más porque nos ahorraba explicaciones superfluas y la obra se hacía mucho más amena en su conjunto para el lector moderno sin perder el candor original. En la segunda parte hay algunos párrafos añadidos que se distinguen por estar entre corchetes y tener un pie de página explicativo extraídos de la versión completa de su biografía (disponible en francés). La primera parte y algunos capítulos de la segunda parte se tradujeron en 1998 y casi toda la segunda parte a finales de 2017.

    Agradecimientos

    Agradecemos a los responsables de la editorial norteamericana Seedsowers (www.seedsowers.com) por el continuo flujo de material de vida interior que han ido publicado desde los años ochenta del siglo pasado. Su fundador nos cedió amablemente derechos de autor de algunas ilustraciones y texto de sus libros para respaldar esta obra de forma completamente gratuita. También puedes encontrar abundante material de vida interior de autores contemporáneos en la web de libre debate www.iglesia.net

    _________________________________________________

    [1] Life of Lady Guion,Abraham Shearman, Bristol-Reino Unido, 1805. Puedes descargar las dos partes gratuitamente en internet en:http://numelyo.bm-lyon.fr

    Prefacio del editor

    A mediados de los años noventa del siglo pasado, con apenas veinte años de edad y entrando por primera vez en lo que a mi juicio me parecía una dolorosa, injusta e incomprensible soledad interior, supe de la existencia de una tal

    Madame Guyón.

    La fuente de información decía que esta mujer pertenecía a una línea ininterrumpida de inconformistas. Casualidades de la vida, en aquellos días jóvenes mi «ardiente inconformismo» crecía a la par de mi «sed por Dios», así que en mi desesperación busqué en el incipiente internet de la época una biografía completa de esta mujer.

    El mundo de entonces era distinto. En los años noventa del siglo XX todavía no existía el concepto generalizado de teléfono móvil y no existían las redes sociales. «Navegar por internet» era un término novedoso y guay, como una película de ciencia ficción. La conexión se realizaba con un módem que hacía un ruidito raro y funcionaba a una velocidad exasperantemente lenta, y cuando navegabas te quedabas sin remedio aislado del mundo. Entonces algunos familiares se quejaban diciendo cosas como «lleváis toda la tarde comunicando» o «¿se os ha estropeado el teléfono?». En 1995 sólo 50.000 privilegiados usaban internet en toda España (ahora somos 35 millones de usuarios). Reinaba el primer Windows de la historia, ¡el famoso Windows '95!

    Disculpad la digresión. Volviendo al asunto de Madame Guyón, busqué en internet y encontré su Autobiografía en inglés para descarga gratuita. El propio título me causó cierto rechazo y lo primero que pensé fue: «una francesa ricachona y beata contando su santurrona vida; tedio y tostón asegurado». Mis prejuicios por todo lo alto. El caso es que me puse a leer y no pasaron demasiadas páginas para ser atrapado por una fuerza de marea descomunal que aún hoy, más de veinte años después, no puedo explicar del todo. La mejor forma de definir esto es como el tren de Jesucristo viniendo hacia mí en confirmación a su llamado a la vida interior... y yo embobado mirando a las luces de la máquina sin poder moverme de la vía hasta que se produce el impacto. Otra forma de definirlo sería como un bautizo en un baño de realidad del que me levanté como pude para seguir mi vida. Aunque no podría decir que me había convertido en un hijo espiritual suyo —uno entre muchos—, me resultaba imposible negar que esta extraña mujer había dejado en mí una marca imborrable de «cercanía y presencia de Dios» y de «vida interior profunda». Aún hoy, cuando pienso en ella, esa presencia vuelve con fuerza renovada. Los hermanos católicos dicen la verdad cuando aseguran que los santos no están lejos de nosotros. Sin miedo a exagerar (y como sucede con otros hermanos) uno tiene la impresión de que esta mujer nunca se ha muerto del todo.

    Así que sin mayor dilación te coloco en la vía y te lanzo hacia la locomotora. El impacto es cosa que queda entre tú y Dios.

    Introducción

    Precaución, «spoiler»:

    Si nunca has leído la vida de Madame Guyón y no quieres saber nada de antemano, quizás quieras saltar directamente a la página 25.

    Esta obra describe a una mujer adinerada, hermosa e inteligente. Aunque mimada en su juventud por un padre piadoso que ella apreciaba mucho, su niñez fue muy descuidada y en el transcurso de diez años se mudó nueve veces del lugar que llamaba hogar. Un matrimonio forzoso a una temprana edad agudizó su sentimiento de abandono y rechazo si cabe aún más; enviudó a la edad de veintiocho años. Se esforzó para encontrar un camino personal con Dios y después empezó a recomendarlo a otros en una época en que la Iglesia Católica valoraba más la intelectualidad y las maniobras políticas internas que el puro amor[1]. El resto de su vida sufrió persecución y soportó prisiones por afirmar que todos los cristianos podían tener una vida floreciente de oración interior y comunicación directa con Dios.

    Jeanne Guyón empezó a escribir este libro en la soledad de la celda de una prisión tal y como el apóstol Pablo también hizo. No escribió para esparcir a los cuatro vientos sus triunfos y sufrimientos sino porque así se lo ordenaron. De hecho, le pidieron que «no omitiera nada en el relato» y las normas de la Iglesia Católica la obligaban a obedecer esta orden. Escribió su vida abrazando el más alto ejemplo de honestidad y franqueza, describiendo en detalle tanto sus actividades interiores como exteriores. Por ello, su Autobiografía supone un hito de la literatura en lo que respecta al crecimiento del alma humana bajo condiciones de sufrimiento. Repetimos: nunca fue su intención que se publicara; lo hizo en obediencia y con la esperanza de que su nombre quedara limpio de falsas acusaciones. Dada la difícil situación política de la época, evitó usar los nombres completos de algunas personas con las que se relacionaba. Aunque sometida a esta enorme presión, describió sus «cruces» y su aprendizaje con una objetividad que causa perplejidad. Sin obviar sus sufrimientos ni los asombrosos milagros que Dios hizo a través de ella, dio cuenta de ello con candidez y sometida a una autoridad a la que respetaba aunque la hiciera sufrir.

    Al adentrarte en este libro, descubrirás un mundo diferente al nuestro. En la Francia del siglo diecisiete, Luis XIV era el rey absoluto y disfrutaba de una vida depravada en una corte que presumía de piadosa. Toda Europa se estaba recuperando de la Guerra de los Treinta Años, una horrible contienda de trasfondo religioso (empezó como un conflicto entre católicos y luteranos) que produjo en el pueblo una enorme insatisfacción hacia las instituciones religiosas. Al mismo tiempo, el Renacimiento daba paso al racionalismo científico. Estas dos fuerzas —la insatisfacción religiosa y la fascinación ante la razón— presionaban a la Iglesia para que se mantuviera al margen ante el empuje del pensamiento científico. El resultado fue que el intelecto saturaba todo el espacio social y negaba a la religión un lugar donde pudiera regir el corazón. A personas como Jeanne Guyón —y otros que buscaban experimentar a Dios en oración—, los tachaban de desfasados e incluso de ser una amenaza para el futuro de la Iglesia. Si la Iglesia se desestabilizaba, el gobierno de la nación podía tambalearse. Si el gobierno sucumbía, los ambiciosos nobles perderían sus riquezas. Esta complicada situación le granjeó no pocos enemigos.

    No sólo fue su espiritualidad lo que la convirtió en objeto de persecución. Esta mujer era bastante adinerada, aunque siempre ayudó a los pobres y oprimidos con generosidad e invirtió tiempo en guiar a otras almas a Dios. Jeanne ayudaba por igual a mendigos que a altos oficiales de la Iglesia. Pero nada de esto evitó la persecución. Como en su viudez estuvo dispuesta a desprenderse del grueso de sus bienes, su círculo vital más cercano —familiares, realeza, nobles y clérigos— intentaron aprovecharse para aumentar su patrimonio. Ella transigió hasta donde pudo y pudo haberse librado de mucha persecución si no se hubiera negado a dejar sin herencia a su propia hija.

    Quizás estés pensando, «¡defiéndete, mujer!», pero la mujer en aquella época no tenía mucho margen de maniobra. Jeanne vivió sujeta a sus autoridades eclesiásticas y se mantuvo leal a la Iglesia Católica, a sus líderes y a su país hasta donde su conciencia se lo permitió. Se sometía a su «director espiritual», muchas veces considerando sus palabras como la voz de Dios (los directores espirituales eran personas preparadas para ayudar a otros a seguir a Dios y en aquel tiempo tenían mucha autoridad). Teniendo en cuenta este marco de referencia, se atrevió a protestar contra las autoridades eclesiásticas que decían que sólo los profesionales de la iglesia podían orar en público.

    Hay otro salto cultural que debemos asimilar: el rígido sistema de clases sociales. Aunque tú y yo podemos cuestionar que esta mujer de la nobleza necesitara continuamente sirvientes y niñeras — aún en prisión—, constituía una práctica normal y legal, y en comparación con otras mujeres de su clase su trato con ellos era de enorme ternura y franca honestidad. Nunca fue persona recia y por ello muchas veces enfermaba, aunque siempre consiguió salir adelante con bastante buen pie. Es posible que en algún momento se te pase por la mente decir, «¡Lárgate de la dudad, mujer! ¡Sal de ahí!». En aquella cultura no existía la misma movilidad que en nuestros días; si alguno se veía en una situación comprometida (sobre todo siendo mujer), no le bastaba con hacer las maletas y salir por la puerta. El transporte era difícil y los desconocidos que viajaban a un nuevo destino eran objeto de engaños y robos.

    Al principio puede que la consideres una mujer extraña, pero según avances verás que lo que la hacía tan diferente era su fe inquebrantable de que para los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien. Creía firmemente que Dios estaba en control de las situaciones más extrañas: un matrimonio imposible, un viaje peligroso, un familiar codicioso, una burocracia cruel. No es que no defendiera sus derechos, sino que prefería no interferir con aquello que ella creía que era la obra que Dios estaba haciendo en ese momento. Por ello, este relato será útil para aquellos de vosotros que estéis soportando una situación imposible. Puede que Dios lo utilice para ayudaros a ver su mano en las cosas más insignificantes, capaz de convertir el mal de otros en un bien provechoso.

    Este libro es un añadido más a la literatura de autores en la misma línea como pudieran ser San Juan de la Cruz y el Hermano Lorenzo. Es interesante que el libro de este último (Practicando la presencia de Dios), se publicara después de otra obra de Jeanne Guyón (El modo breve[2]), pocos años antes de que ella fuera encarcelada por segunda vez. Ambos autores resaltan la comunión constante con Dios y la necesidad de un abandono del ego, asuntos tan necesarios en su propio tiempo como en nuestra época.

    Quiera Dios que estos escritos vuelvan a ser un instrumento para que muchos sean llevados a esa comunión tan especial que ella disfrutaba.

    _________________________________________________

    [1]Aunque es un término subjetivo, podríamos entenderlo como un desasimiento total de todas las cosas y criaturas para vivir en Dios y Su amor.

    [2]El título original es más largo: El modo breve y muy fácil de hacer oración que todos pueden practicar con gran facilidad y llegar así en poco tiempo a una elevada perfección. Próximamente, publicado por esta misma editorial.

    Cronología

    1648    —Jeanne nace en Montargis, Francia.

    1655    —Envían a Jeanne a las Ursulinas para educarla. Vive

    bajo el cuidado de dos de sus hermanas biológicas que también eran monjas, una por parte de padre (que la ayudó mucho) y otra por parte de madre.

    1659    —Toma su primera Comunión.

    1664    —Matrimonio forzoso con monseñor Guyón. Firma

    los papeles el 28 de enero y la ceremonia es el 18 de febrero.

    1668    —22 de julio: el Día de Santa Magdalena, Jeanne ex

    perimenta una «herida deliciosa y amorosa» de Dios que le hace amar a Dios «más que el más apasionado amante ama a su mujer». Este día marca su «nuevo nacimiento».

    1670    —En estos años pasados, Guyón ha dado a luz a 3

    vástagos. Este año muere el segundo hijo (varón).

    1672    —El mes de julio muere el padre de Jeanne y su hija pequeña. El 22 del mismo mes, Jeanne se entrega a Jesús como «esposa» con un contrato escrito que ella misma firma.

    1673    —Nace su cuarto hijo varón.

    1676    —Febrero-marzo: Guyón da a luz a quinto y último

    vastago, Jeanne-Marie, una hija. En julio, cuatro meses después, muere su marido.

    1680    —El Padre LaCombe empieza un «diálogo interior» con Dios a raíz de una conversación con Madame Guyón.

    1681    —Abandona su hogar en Montargis y viaja a Ginebra como misionera. Renueva sus votos en una Misa auspiciada por el obispo de Ginebra en Annecy. Después se muda a Gex.

    1682    —Luis XIV ordena trasladar la corte real a Versalles. El obispo Bossuet y el arzobispo Fénelon ejercen como líderes eclesiásticos activos en Versalles.

    1681-86    —Guyón viaja por Francia, Suiza e Italia, viéndose de

    cuando en cuando con el Padre LaCombe. Durante este periodo escribe sus dos libros más conocidos, Torrentes Espirituales (1683) y El Modo Breve (1° ed. marzo de 1685, 2a ed. en 1686 y 3a ed. en 1690).

    —En 1685 el rey revoca el Edicto de Nantes (algunos dicen que por influencia de Madame de Maintenon), que era el salvoconducto que garantizaba la seguridad de los protestantes. Envían a las unidades de infantería montada (dragonadas) para forzar conversiones al catolicismo. Luis XIV incoa un proceso legal en el Vaticano acusando al célebre sacerdote jesuita español Miguel de Molinos de «quietismo». Molinos es encarcelado el 16 de julio de 1685.

    —21 de julio de 1686: Guyón regresa a París poco antes de que llegue el Padre LaCombe.

    1687    —Se publica por primera vez el comentario bíblico

    de Guyón: El cantar de los cantares de Salomón.

    —3 de octubre: el Padre LaCombe es encarcelado.

    1688    —El libro de Guyón El Modo Breve entra en el Índice Prohibido de la Iglesia Católica.

    —29 de enero: Guyón encarcelada en el Convento de las Visitandinas por orden de Luis XIV mediante una lettre de cachet (documento firmado por el rey que se entregaba en mano al reo). Le arrebatan a su hija de 11 años. Guyón dice «se me partió el alma cuando me la arrebataron». Es interrogada por Monseñor Charon, el oficial al cargo de su caso y doctor en teología de la Sorbona. Tras muchos interrogatorios, Charon la absuelve de todos los cargos. No obstante, sigue encarcelada hasta el 24 de agosto, fecha en que, por intermediación de Madame de Maintenon, recibe otra lettre de cachet del rey ordenando su liberación. No es liberada de facto hasta el 20 de septiembre.

    1689    —Fénelon se convierte en el tutor del duque de Borgoña, futuro Delfín de Francia y nieto de Luis XIV.

    1693    —Madame de Maintenon ordena que Madame Gu

    yón no vuelva a visitar la Escuela de Saint-Cyr.

    —Fénelon es aceptado como miembro de la prestigiosa Academia Francesa de la Lengua.

    1693- 94    —La Gran Hambruna siega la vida de unas 600.000

    almas francesas (aproximadamente el 10% de la población). Fénelon se enfrenta al rey Luis por carta informándole del hecho y le insta a actuar.

    1694- 95    —Desde julio de 1694 a marzo de 1695 se convocan

    varias conferencias en Issy para examinar de nuevo los escritos de Guyón, en particular El Modo Breve y El cantar de los cantares de Salomón. En 1694, Guyón hace entrega al obispo Bossuet de la primera versión de su Autobiografía y otros escritos. Durante estas conferencias, Fénelon es nombrado arzobispo de Cambray, una región del norte de Francia en conflicto con el

    luteranismo. Este mismo año, Guyón empieza a escribir una obra de tres volúmenes titulada Justificaciones, donde defiende sus escritos basándose en los dichos de otros santos venerados por la Iglesia. El resultado es positivo y la Iglesia acepta los escritos de Guyón.

    —1 de julio de 1695: el obispo Bossuet exonera a Guyón de todas las acusaciones de herejía y lo rubrica por escrito. También le da personalmente la Comunión como muestra de su total aceptación en la Iglesia Católica.

    —7 de julio de 1695: tres monjas del Convento de la Visitación escriben una carta defendiendo el carácter piadoso de Guyón y dando buenas referencias de ella durante su estancia en el convento.

    —27 de diciembre de 1695: Guyón es arrestada otra vez y llevada a Vincennes.

    1696    —16 de octubre: Guyón es transferida a una abadía en Vaugirard.

    1697    —Molinos muere en prisión. Algunos dicen que el Vaticano ordenó su muerte prematura por incitación de Luis XIV.

    —Fénelon publica Las máximas de los santos para defender a Guyón. Publica otro libro, Telémaco, donde indirectamente critica a Luis XIV.

    1698    —4 de junio: Guyón es transferida a la Bastilla.

    1699    —Bajo presiones de Luis XIV, el Papa Inocencio XII censura levemente veintitrés proposiciones del libro de Fénelon Las Máximas de los Santos. Fénelon se retracta y somete de inmediato a la Iglesia Católica.

    1700    —El obispo Bossuet convoca a los participantes de

    las Conferencias de Issy a una reunión. Bossuet y otros declaran la inocencia de Guyón exonerándola de todos los cargos.

    1703    —El 24 de marzo, Guyón es liberada de la Bastilla. El rey la destierra a Blois, ciudad a orillas del Río Loire. Muchos hermanos de Inglaterra y Alemania la visitan allí.

    1704    —El poderoso obispo Bossuet fallece después de liberar a Guyón.

    1709    —En diciembre, Guyón termina la versión definitiva

    de su vida: Autobiografía. Este libro está basado en esta versión.

    1712    —El antaño pupilo de Fénelon, el nieto de Luis XIV

    y sucesor al trono (un muchacho ahora piadoso y afable) fallece repentinamente. Es posible que las esperanzas de renovación espiritual para Francia que Fénelon y Guyón tenían depositadas en este muchacho mueran con él.

    1715    —Fallece el arzobispo Fénelon, desterrado en su dió

    cesis de Cambray. Fallece el rey Luis XIV después de ver morir a sus tres hijos, dos nietos y un biznieto (sólo quedó vivo como posible heredero un biznieto, quien le sucedió en el trono con 5 años de edad). Todavía en prisión, el Padre LaCombe también fallece.

    1717    —Guyón fallece en compañía de su hija Jeanne-Marie

    y algunos amigos.

    1719    —Madame de Maintenon fallece y es enterrada en su escuela religiosa de Saint-Cyr.

    1720    —Se publica por primera vez la Autobiografía de Guyón en alemán.

    Mapas

    MAPA 1 (FRANCIA): mapa con fronteras actuales mostrando los principales ríos y algunas de las ciudades más importantes citadas por la autora.

    MAPA 2 (PARIS): Pueblo natal de Guyón y alrededores (juventud y vejez).

    MAPA 3 (GINEBRA): Ginebra y alrededores (viaje misionero).

    Parte I

    Primero uno debe aprender, inconmovible, a no mirar a derecha ni izquierda, a caminar firme en la senda estrecha y prieta antes de empezar a «renovarse».

    —William Benjamín Carpenter (1813-1885)

    1

    HUBO algunas omisiones importantes en la anterior narración de mi vida[1]. A pesar de que el trabajo me resulte bastante arduo por no poder recurrir al mucho estudio o reflexión, cumplo con gusto su deseo y le ofrezco una relación más circunstancial. Mi más ardiente aspiración es pincelar con colores genuinos la bondad de Dios hacia mí y la profundidad de mi propia ingratitud. Pero resulta imposible porque un sinfín de anécdotas han escapado a mi memoria. Si bien me ha expresado que no tengo por qué darle una minuciosa relación de mis pecados, intentaré que queden fuera tan pocas faltas como sea posible. De usted dependo para que destruya este escrito una vez que su alma haya absorbido aquellas ventajas espirituales que Dios haya dispuesto y a cuyo propósito quiero sacrificar todas las cosas. Estoy plenamente convencida de sus designios hacia usted, ora para la santificación de otros, ora en pro de su propia santificación.

    Permítame asegurarle de que esto no se obtiene excepto con dolor, sufrimiento y trabajo, y será alcanzado a través de una senda que decepcionará profundamente sus expectativas. Aun así, si está completamente convencido de que es sobre la esterilidad del hombre que Dios establece sus mayores obras, en parte estará protegido contra la decepción o la sorpresa. Él destruye para poder edificar; pues, cuando está a punto de poner los cimientos de su sagrado templo en nosotros, primero pulveriza por completo ese vano y pomposo edificio que las artes y esfuerzos humanos han erigido, y de sus horribles ruinas emerge una nueva estructura sólo por su poder.

    Oh, que pueda comprender la profundidad de este misterio y aprender los secretos de la conducta de Dios, revelados a los bebés pero escondidos de los sabios y grandes de este mundo; estos se consideran los consejeros del Señor, capacitados para penetrar en Sus procederes, y suponen que han obtenido esa divina sabiduría oculta a los ojos de todos aquellos que viven en el yo y están envueltos en sus propias obras; a través de un vivo ingenio y elevadas facultades se encaraman al cielo y creen comprender la altura, profundidad y anchura de Dios.

    Esta sabiduría divina es desconocida, incluso para aquellos que pasan por el mundo como personas de extraordinario conocimiento e iluminación. Entonces, ¿quién la conoce y nos puede revelar algunas de sus incógnitas? La destrucción y la muerte nos aseguran haber escuchado con sus oídos acerca de su fama y renombre. Por tanto, es muriendo a todas las cosas y estando verdaderamente perdidos en cuanto a ellas, siguiendo adelante hacia Dios y existiendo sólo en Él, que alcanzamos algún atisbo de la sabiduría verdadera. Oh, qué poco se sabe de sus caminos y de sus tratos para con sus muy electos servidores. A lo poco que descubrimos algo de ella, nos sorprendemos de la disimilitud existente entre la verdad recién descubierta y nuestras ideas previas, y clamamos junto a San Pablo: «¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!». El Señor no juzga las cosas a la manera de los hombres, que llaman al mal bien y al bien mal; que tienen por justo lo que es abominable a sus ojos, cosas que, según el profeta, Él considera sucios harapos. Someterá a estricto juicio a estos que se justifican a sí mismos y, como los fariseos, serán más bien objetos de su ira en vez de objetos de su amor o herederos de sus recompensas. ¿No es el propio Cristo quien nos asegura que «si nuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraremos en el reino de los cielos»? ¿Y quién de entre nosotros se acerca siquiera a ellos en justicia?; o, si vivimos en la práctica de virtudes, aun siendo muy inferiores a las suyas, ¿no somos diez veces más ostentosos? ¿Quién no se agrada considerándose justo ante sus propios ojos y los de los demás? ¿O quién es el que duda que esta justicia basta para agradar a Dios? Sin embargo, vemos la indignación de nuestro Señor manifestada contra los tales. Él fue el patrón perfecto de ternura y mansedumbre, aquella que fluye de lo profundo del corazón y no aquella mansedumbre disfrazada que, bajo forma de paloma, esconde en realidad un corazón de halcón. Él se mostró severo únicamente con estas personas que se justifican y las deshonró en público. Qué extraña paleta de colores utiliza para representarlos mientras sostiene al pobre pecador con misericordia, compasión y amor, y declara que sólo por ellos hubo Él de venir, que era el enfermo el necesitado de médico y que sólo vino a salvar la oveja perdida de la casa de Israel.

    ¡Oh tú, Manantial de Amor! ¡Pareces en verdad tan celoso de la salvación de los que has comprado que prefieres el pecador al justo! El pobre pecador se ve vil y miserable, de alguna forma constreñido a detestarse a sí mismo, y, viendo que su estado es tan horrible, se abalanza en su desesperación en los brazos de su Salvador y se zambulle en la fuente sanadora y sale de ella «blanco como la nieve». Confundido entonces por su anterior estado de desorden, sobreabunda de amor hacia Él —el cuál teniendo todo el poder, tuvo también la compasión de salvarle—, siendo el exceso de su amor proporcional a la enormidad de sus crímenes y la sobreabundancia de su gratitud proporcional a la extensión de la deuda saldada. El que se justifica a sí mismo apoyándose en las muchas buenas obras que imagina ha hecho parece sostener la salvación en su propia mano y considera el cielo una justa recompensa a sus méritos. En la amargura de su celo, brama contra todos los pecadores, dibuja las puertas de la misericordia cerradas contra ellos y pinta el cielo como un lugar al que no tienen derecho. ¿Qué necesidad tienen los que se justifican a sí mismos de un Salvador? Ya llevan la carga de sus propios méritos. ¡Oh, cuánto tiempo acarrean la carga lisonjera mientras que los pecadores, despojados de todo, vuelan con presteza en alas de la fe y del amor hacia los brazos de su Salvador que sin coste alguno les otorga lo que generosamente ha prometido!

    ¡Cuán llenos de amor y de justicia propios y cuán vacíos del amor de Dios! Se estiman y admiran a sí mismos en sus obras de justicia, creyendo que son fuente de felicidad. Tan pronto como estas obras son expuestas al Sol de Justicia y descubren que todas están llenas de impureza y vileza, se inquietan sobremanera. Mientras, la pobre pecadora Magdalena es perdonada porque ama mucho, y su fe y amor son aceptados como justicia. El inspirado Pablo, quien tan bien entendió estas grandes verdades y tanto las investigó, nos asegura que «su fe le fue contada por justicia» (Rom. 4:18,22). Esto es en verdad precioso, pues es cierto que todas las acciones de aquel santo patriarca fueron estrictamente justas; empero, no viéndolas así, libre del amor hacia ellas y despojado de egoísmo, su fe fue fundada sobre el Cristo venidero. Esperó en Él, incluso en contra de la propia esperanza, y esto le fue tenido en cuenta como justicia; una pura, simple y genuina justicia obrada por Cristo, y no una justicia obrada por sí mismo y tenida como suya propia.

    Aunque usted pueda pensar que esto es una grave digresión del asunto, nos guía sin remedio hacia él. Nos muestra que Dios lleva a cabo su obra, bien en pecadores convertidos cuyas pasadas iniquidades sirven de contrapeso a su encumbramiento, bien en personas cuya justicia propia Él destruye, derribando el orgulloso edificio que habían levantado sobre un cimiento arenoso en vez de en la Roca: CRISTO.

    La instauración de todos estos fines, para cuyo propósito vino Él al mundo, se efectúa por el aparente derribo de esa misma estructura que en realidad Él ha de erigir. Por unos medios que parecen destruir su Iglesia, Él la establece. ¡De qué extraña forma funda Él la nueva Casa de Socorro y le da su beneplácito! El propio Legislador es condenado por los versados e insignes como un malhechor y muere una muerte ignominiosa. Oh, que entendamos totalmente cuán opuesta es nuestra propia justicia a los designios de Dios: sería un asunto de humillación sin fin y deberíamos desconfiar de lo que en este momento constituye el asiento de nuestra dependencia.

    Con recto amor (sustentado en su supremo poder) y celo benigno (hacia una humanidad que se atribuye a sí misma los dones que Él mismo le otorga) a Él le complació tomar una de las criaturas más indignas de la creación para hacer patente el hecho de que sus gracias son producto de su voluntad, no los frutos de nuestros méritos. Es característico de su sabiduría destruir lo que es construido con orgullo y construir lo que está destruido; hacer uso de cosas débiles para confundir lo poderoso y emplear para su servicio aquello que parece vil y despreciable.

    Él hace esto de una forma tan sorprendente que llega a convertirles en el objeto de la burla y el desprecio del mundo. No es con el fin de atraer sobre ellos la aprobación pública que hace de ellos instrumento para salvación de otros; sino para hacerles objeto de disgusto y súbditos de sus insultos, como usted verá en esta vida sobre la que me ha instado a que escriba sin demora.

    _________________________________________________

    [1]Guyón escribió dos autobiografías. Empezó a escribir la primera versión de su vida en prisión aproximadamente en el año 1686-1687 por órdenes de su superior eclesiástico e hizo entrega privada de ella en 1693. Después le ordenaron eliminarla, por lo que la versión definitiva de su Autobiografía (esta que sostienes en tus manos) la escribió partiendo de cero en algún momento a partir de 1690, sabiéndose a ciencia cierta que la terminó en su destierro en Blois en diciembre de 1709. Se hizo pública por primera vez en lengua alemana en el año 1720.

    2

    NACÍ el 13 de abril de 1648, aunque fui bautizada el 24 de mayo. Mis progenitores, y en particular mi padre, eran en extremo piadosos; en el caso de mi padre la cuestión se remontaba a sus antepasados. Muchos de ellos fueron santos[1]

    Debido a un sobresalto tremendo, mi madre abortó accidentalmente en el octavo mes. La creencia generalizada es que a un bebé tan prematuro le resulta imposible sobrevivir. Lo cierto es que estuve tan enferma tras mi alumbramiento que todos los que me atendieron perdieron la esperanza temiendo que pudiese morir sin recibir el bautismo. En cuanto percibían algunos síntomas de

    vitalidad corrían a informar a mi padre, quien de inmediato traía un sacerdote; pero al entrar en la cámara le decían que aquellos síntomas que le habían dado esperanzas únicamente eran los estertores de un cuerpo que expiraba y que todo había terminado.

    Tan pronto como mostraba nuevos signos de vida, otra vez recaía, y estuve tanto tiempo en un estado tan incierto que transcurrió cierto tiempo hasta que pudieron encontrar una oportunidad adecuada para bautizarme. Continué muy enferma hasta que tuve dos años y medio[2], que fue cuando me enviaron al convento de las Ursulinas, donde permanecí algunos meses[3].

    Al regresar, mi madre se negó a prestar la debida atención a mi educación. No era muy aficionada a las hijas y me abandonó completamente al cuidado de los sirvientes. Lo cierto es que podría haber sufrido severamente por su falta de atención hacia mí si la todopoderosa Providencia no hubiera sido mi protectora, pues debido a mi vivacidad tuve varios accidentes. Me caí varias veces a un profundo sótano en el que guardábamos nuestra leña; sin embargo, siempre salía ilesa.

    La Duquesa de Montbason llegó al convento de los Benedictinos cuando yo tenía unos cuatro años. Cultivaba una gran amistad con mi padre y éste obtuvo permiso para que yo pudiera ir al mismo convento[4]. Se deleitaba de manera peculiar al ver mis retozos y mostraba cierta empatía con mis ademanes. Me convertí en su constante compañera.

    Fui culpable de frecuentes y peligrosas irregularidades en esta casa, y cometí serias faltas; aunque tenía personas de las que tomar buen ejemplo y, siendo por naturaleza inclinada a ello, lo seguía si nadie me hacía descarriar. Me encantaba oír hablar de Dios, estar en la iglesia e ir vestida de atuendo religioso. Me contaban los terrores del Infierno, que yo creía tenían la intención de intimidarme por lo inquieta que era y lo llena que estaba de un brío un tanto petulante que ellos definían como «sus ocurrencias». A la noche siguiente soñaba con el Infierno y, aunque era tan joven, el tiempo nunca ha sido capaz de borrar las terribles ideas impresas en mi imaginación. Todo era una horrible oscuridad donde las almas eran castigadas y mi lugar entre ellas estaba señalado. Ante esto lloraba amargamente y clamaba: «Oh, Dios mío, si tienes misericordia de mí y me perdonas un poco más, nunca más te volveré a ofender». Y tú, oh Señor, en misericordia oíste mi llanto y derramaste sobre mí fuerza y valor para servirte de una forma muy poco habitual para alguien de mi edad. Quise ir a confesarme en privado, pero, como era pequeña, la encargada de los internos me llevó al sacerdote y se quedó conmigo mientras me escuchaba. El confesor se sorprendió mucho cuando le dije que sostenía teorías contrarias a la fe y se empezó a reír y a preguntar cuáles eran. Le dije que hasta entonces dudaba que existiera un lugar como el Infierno, suponiendo que mi superiora me había hablado de él con el único propósito de hacerme buena, pero que mis dudas ya se habían disipado. Tras la confesión mi corazón se encendió con cierto fervor y al momento me entró el deseo de sufrir martirio⁵. Para entretenerse y ver hasta dónde me habría de llevar este aumento de fervor, las buenas chicas de la casa me rogaron que me preparara para el martirio. Encontré gran fervor y deleite en la oración y estaba convencida de que este ardor, al ser tan novedoso y agradable, era prueba del amor de Dios. Esto me inspiró tal coraje y resolución que esperaba con impaciencia su proceder para así entrar en su santa presencia. Pero ¿no había una latente hipocresía aquí? ¿No era que imaginaba que sería posible que no me mataran y que tendría el mérito del martirio sin sufrirlo? A primera vista, parece que allí se hacía un tanto palpable esta naturaleza. Colocada sobre un paño extendido para la ocasión, y viendo detrás de mí una larga espada levantada que habían preparado para comprobar hasta donde me llevaría mi ardor, exclamé: «¡Esperad, no es bueno que haya de morir sin obtener primero el permiso de mi padre!». Habiendo dicho esto, fui reprendida con presteza; me dijeron que podía levantarme y escapar de allí, y que ya no era una mártir. Estuve mucho tiempo desconsolada y sin recibir ningún consuelo; algo por dentro me echaba en cara no haber abrazado aquella oportunidad de ir al cielo cuando todo había dependido de mi

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