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Genios y creativos: Cómo reconocer su talento
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Genios y creativos: Cómo reconocer su talento

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La creatividad, a menudo molesta, impertinente y contestona, no sigue líneas trazadas. ¿Cómo distinguir y entender el talento creador, tan necesario y valioso en tiempos de cambio? ¿Qué diferencia hay entre un creativo, un superdotado o un genio?
El doctor Francisco Alonso-Fernández lo explica en este libro con la maestría del sabio, indagando en las diversas personalidades históricas de la literatura, la música o pintura. Esta es una obra impresionante y reveladora para todo el que desea entender y reconocer el talento en sus diversas formas.

Genios y creativos consta de siete capítulos dedicados a explorar diferentes facetas del genio, como su inteligencia, sus circunstancias y su relación con la familia y el trabajo, entre otros.
El libro cuenta asimismo con una carta al lector y una introducción en las que el autor contextualiza la obra y define su propósito: ayudar a comprender al genio desde la reflexión intelectual y la afectividad, con el objetivo de que tanto ellos como sus creaciones puedan ser reconocidos y apreciados en vida.
LanguageEspañol
Release dateMar 1, 2017
ISBN9788494681417
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    Genios y creativos - Francisco Alonso-Fernández

    editorial@loquenoexiste.es

    ÍNDICE

    Carta al lector

    Introducción

    Capítulo 1. La identidad del genio y sus modalidades

    1.1. El emblema del genio

    1.2. El perfil del superdotado

    1.3. El raro caso del genio subnormal

    1.4. La galería de genios: en las artes, las ciencias,

    la literatura, la filosofía y la política

    1.5. El novelista y sus personajes

    Capítulo 2. La inteligencia instrumental del genio

    2.1. La base creativa individual

    2.2. El perfil del sabio

    2.3. Factores condicionantes del desarrollo intelectual

    2.4. El rostro enciclopédico de la inteligencia

    Capítulo 3. Los ingredientes específicos del genio

    3.1. El aprendizaje conceptual

    3.2. El pensamiento creativo

    3.3. La personalidad creadora

    3.4. El proceso creador

    3.5. El espíritu creador frente a la sabiduría

    3.6. El ritmo creador y Goethe

    Capítulo 4. El genio y su circunstancia

    4.1. La sociedad entre la miseria y la opulencia

    4.2. Desde los pintores renacentistas hasta los modernos

    4.3. El genio de la música marcado por la historia

    4.4. La epidemia de alcoholismo en los modernos escritores estadounidenses

    Capítulo 5. El genio y su familia

    5.1. El árbol genealógico del genio

    5.2. El padre imperceptible y la madre amantísima

    5.3. La vivencia de orfandad

    5.4. La semilla familiar trágica de Hemingway

    5.5. Las carencias familiares de Kafka

    Capítulo 6. El genio como un titán del trabajo

    6.1. El morbo de Beethoven

    6.2. El morbo de Dostoievski

    Capítulo 7. El genio en relación con el trastorno mental, la homosexualidad o el suicidio

    7.1 El genio y la psicopatología

    7.2. El trastorno mental activador de la creatividad

    7.3. El genio roto por el trastorno mental

    7.4. La creatividad del paciente depresivo

    7.5. La pintura depresiva

    7.6. El genio homosexual

    7.7. El genio suicida

    7.8. Diálogo con Ciorán

    7.9. El trágico final de Larra, Kleist, Koestler y Nerval

    Carta al lector

    En el seno de la población general sobresalen tres figuras de personas eminentes: los genios, los superdotados y los sabios. Su respectivo perfil es notoriamente diverso, si bien con un denominador común: la elevación de su pensamiento por encima del nivel del de los demás seres humanos. Al tiempo se diferencian entre sí por su carta de navegación por la vida, tomando una orientación notoriamente distinta, como a continuación podrás ver, amigo lector.

    El genio navega a contracorriente por la vida en común, para enriquecerla con sus remolinos y burbujas, elaborados en forma de productos originales científicos, artísticos o literarios. Su chispa de novedades no se deja arredrar por el pulso de la circulación vital imperante. A la vez, su presencia resulta sorprendente y hasta perturbadora para la tranquilidad de los demás, a causa de sus innovaciones y la apertura de nuevas vías cognitivas.

    El genio, para consagrarse como tal, precisa acompañar la chispa de su creatividad con una energía personal suficiente para mantener sus valores sobreponiéndose a la incomprensión o el menosprecio de las personas con las que convive. Gracias al influjo de los talentos creativos la Humanidad no se deja estancar en los posos de la vulgaridad.

    El superdotado navega por la vida a favor de la corriente, por lo general más bien en provecho propio. Las pruebas académicas parecen haber sido confeccionadas para facilitar el triunfo juvenil de los superdotados y el hundimiento de los talentos creativos. El precoz triunfo social y académico alimenta las energías del ego propio. En torno a la dialéctica establecida entre la excelencia intelectual y el egotismo se abren varias vías divergentes o contradictorias, marcadas por la impronta de aceptar o no la integración de las normas de la sociedad. El extravío normativo posible conduce a una minoría de superdotados a terminar cayendo en las redes de la justicia. Al final, la vida de no pocos superdotados se diluye en el entorno psicosocial, al modo del río que entrega sus aguas al océano.

    El sabio se encuentra a su gusto navegando por las corrientes profundas de la vida, entregado a la búsqueda de conocimientos y vivencias. Instala su atalaya en la profundidad de la existencia y asume la actitud del observador, al tiempo que se esfuerza en transmitir sus experiencias a los demás. La figura del sabio se va perfilando con el progreso de la edad. Por ello, se enmarca con preferencia en las culturas respetuosas con las personas mayores, culturas más bien poco evolucionadas.

    Así tenemos que en tanto el sabio se estructura a partir de la edad madura y el superdotado ya se revela en la edad juvenil, el genio puede brotar de la lámpara de Aladino en cualquier momento, haciendo así gala de que él no respeta los reglamentos.

    Tres modos de pensar: uno, con marcha a contracorriente, otro en el sentido de la marcha y el último instalado en las profundidades. Por tanto, tres modos de cultivar la facultad de pensar.

    Se dispone de un instrumento formativo común válido para las tres estirpes de personas eminentes, convergentes en cuanto a la encarnación del pensador. Este instrumento es el libro. Esta fuente del pensamiento se complementa o asocia con el espíritu de observación. La observación de los demás es el libro de la vida. Hay por lo tanto un libro impreso y un libro vivido. Si pretendemos estimular la proliferación de la estirpe triangular de los sujetos eminentes tenemos que potenciar dos hábitos humanos, que son la facultad de la lectura y la facultad de escuchar al prójimo.

    Introducción

    Encierra esta monografía un doble sentido: de un lado, tributar un homenaje a la memoria de cuantos genios ha habido en la historia de la Humanidad, muchos de ellos mártires de su talento o titanes del esfuerzo o la resiliencia; de otro, abrir un cauce para seleccionarlos en vida y hacer lo posible para que no nos salgan ranas los candidatos que hemos elegido.

    La deuda contraída por la Humanidad con la estirpe de los genios jamás podrá ser liquidada. Todos los progresos capitales habidos en las sociedades humanas, desde el Homo habilis hasta nuestros días, se deben al trabajo y al esfuerzo salpicado con inspiraciones de alguna mentalidad genial.

    No hay genio sin aplicarse en el esfuerzo requerido por el trabajo. Una mentalidad alentada por la chispa del genio se detiene en el diletantismo, si no se compromete en el empeño con «sangre, sudor y lágrimas». Si poseer los elementos mentales propios del genio es más difícil que alcanzar el «premio gordo» de la lotería, y su naturaleza está velada por el misterio, la autorrealización del genio exige no solo el esfuerzo laboral consignado, sino una energía de espíritu excepcional para no dejarse desviar de su camino por los pinchazos, las lanzadas y la incomprensión hostil de la gente de su tiempo.

    En los propósitos de este libro figura ayudar a comprender al genio desde la reflexión intelectual y la afectividad, con objeto de que algún día se tribute a su surgimiento la justa calificación social con la máxima precocidad posible. La mayoría de los genios ha pasado por la vida en un clima de incomprensión y hostilidad. Seguramente, sus creaciones hubieran tomado aún una expansión más dilatada de haber contado con las debidas muestras de solidaridad.

    El diseño de este libro se inicia con la especificación de la identidad del genio y sus diferencias con el superdotado. Los ingredientes constituyentes del genio son abordados en los capítulos 2 y 3, en forma del rostro de su inteligencia y los elementos específicos dispersos en su personalidad y su pensamiento.

    Los capítulos 4 y 5 se centran en el condicionamiento ambiental del genio, repartido en factores sociales y familiares. Llegamos al capítulo 6, en el que se perfila el genio como un trabajador aplicado a la elaboración creativa del material aportado por su rica vena de inspiración. Finalmente, en el capítulo 7 se estudia al genio en relación con el trastorno mental, la homosexualidad o el suicidio, cuya determinación más frecuente, como en el caso de Larra, se debe a un estado depresivo.

    Este ensayo científico-humanista, especie de pequeño tratado del genio y su circunstancia, puede contribuir a aproximar al lector medio a familiarizarse con la estirpe de los genios y a los escasos miembros de esta estirpe a conocerse mejor a sí mismos.

    Hemos identificado ya los ingredientes que componen la mentalidad de un genio. Pero falta la chispa que brota de su unión, sin la cual el genio no es genio. Esta tendría que aportarla el mago o el alquimista que se encargara de su fabricación, contando, naturalmente, con su circunstancia.

    Porque sin circunstancia no solo favorable para la eclosión del genio, sino con capacidad para su reconocimiento, no existe tal. El genio no es un ente abstracto o absoluto, sino el producto de una estimación social o un reconocimiento histórico. Últimamente se recurre más al criterio histórico póstumo, lo que denota la crisis de sensibilidad social valorativa en la que estamos sumidos.

    Lo que hace de la persona un genio es la agregación de los ingredientes individuales estudiados en estas páginas, más una circunstancia histórico-social armónica con sus claves, todo ello acrisolado por una llama mágica que se adscribe más a los dominios del taumaturgo que a los del investigador científico.

    El reconocimiento lo más precoz posible del talento creativo se sustenta en el registro de la alianza formada por el espíritu de trabajo con la originalidad del pensamiento, sin soslayar el apoyo de las claves de la personalidad (independencia, firmeza o resiliencia e ironía) y en el nivel de inteligencia por lo general de categoría superior.

    Te deseo, amigo lector, mucho éxito en las reflexiones sobre la creatividad, puesto que tal meditación puede constituir un refuerzo poderoso para el desarrollo del talento creativo de uno mismo.

    Capítulo 1

    La identidad del genio y sus modalidades

    1.1. El emblema del genio

    El genio es un individuo que se alza sobre los demás mortales como un creador de ideas u objetos, un inventor de cosas o un descubridor de claves inéditas de la realidad. La invención, el descubrimiento y la creación tienen el elemento unificador de referirse, aunque con matices diferentes, a la aportación original de novedades. La diferencia estriba en que la invención se ajusta más a actividades prácticas o cotidianas con un carácter utilitario o técnico y la creación se vincula a la esfera de las artes y las ciencias como un enriquecimiento de los valores del espíritu. Finalmente, el descubrimiento tiene un significado más puntual, referido a la vez a la invención —por ejemplo, el descubrimiento de una nueva herramienta—, y a la creación —por ejemplo, el descubrimiento de una relación entre fenómenos, que se plasma en una perspectiva inédita o un método nuevo.

    Todo proceso creador positivo culmina con el descubrimiento de algo. La creación nueva pura e independiente no es posible. De todos modos, conviene llamar la atención sobre un dato diferencial: antes de Cervantes no existía El Quijote y sí, en cambio, antes de Koch, gran científico alemán, el bacilo de la tuberculosis que llevaría su mismo apellido a partir de 1882. Por ello, los artistas son más creadores y los científicos más descubridores.

    En sentido estricto conviene realzar la contraposición entre las creaciones artísticas y los descubrimientos científicos como las dos alas del talento genial.

    El talento creativo demostrado mediante su plasmación en aportaciones originales verificables es el emblema de la identidad del genio. La presentación del genio como un sujeto creador es una fórmula atinada, si bien algunos la rechazan como si fuera una metáfora teológica, ya que «todo está previamente en la vida» y por ello optan por hablar de inventores y descubridores.

    El desvelamiento de la persona creativa como genio se produce mediante el reconocimiento de la aportación de novedades que permiten a los demás ver cuestiones o aspectos no percibidos hasta entonces.

    La verificación de valores originales que conduce al reconocimiento explícito del genio exige un proceso ligado al aquí y ahora, inmerso en la historia y la cultura y protagonizado por la sociedad. Un proceso semejante que entraña un reconocimiento social, de condicionamiento histórico-cultural, es terreno abonado para el engaño, la ilusión o el fraude. De aquí que haya una viva dinámica de desplazamientos y permutas entre algunos personajes aclamados como genios por sus contemporáneos y después olvidados o subestimados, y otros incorporados a la galería de los genios a título póstumo, mantenidos muchas veces a perpetuidad como tales.

    Realmente, es cuando se ha acabado la obra y la vida el momento más propicio y fiable para emitir la calificación de genio, la cual se convierte así en una especie de diagnóstico retrospectivo póstumo. Ocurre, además, que el creador muchas veces se supera a sí mismo y realiza sus mejores obras en los últimos años de su vida, en la línea, por ejemplo, de El Greco, Goya, Tiziano y tantos más.

    En todas las actividades profesionales hay que contar con la aparición de abultados picos creativos en la edad involutiva, incluso no raramente en plena senectud. Tal es el caso de Thomas Mann, quien, cumplidos los setenta años, escribió dos de sus mejores libros: El doctor Fausto y Confesiones de Félix Krull.

    El famoso psiquiatra alemán Kretschmer¹ se muestra exigente y receloso:

    «Así pues, denominaremos genios a aquellas personalidades que han sido capaces de despertar en gran número de hombres, de modo duradero y en grado excepcionalmente elevado, estos sentimientos positivos de valor fundados en leyes; pero los llamaremos genios solo en el caso particular en que dichos valores hayan surgido de la estructura anímica de su poseedor especialmente combinada al impulso de un imperativo psicológico, no cuando hayan sido fruto, principalmente, de la suerte y la coyuntura momentánea.»

    Queda así muy bien precisado que el título de genio corresponde a un atributo personal excepcional y no a una aportación aislada. Se supone, por ejemplo, que el genio será capaz de crear un lote de excelentes libros y que el haber escrito uno solo de excepcional calidad puede ser un hecho coyuntural más que un dato expresivo de un talante especial. Hay hombres que pasan por genios y su obra es tan fragmentaria, ocasional o de sentido destructor, que son en realidad efímeros genialoides.

    La estimación valorativa del genio encierra tantas dificultades, que justifica el pesimismo de Herman Hesse, cuando escribe en El lobo estepario que los hombres en verdad grandes son a menudo desconocidos. Una amplia proporción de genios no llega nunca a disfrutar del triunfo social.

    El cambio de criterios sobre los distintos sectores de la obra del personaje reconocido como genio está asimismo sujeto a unas oscilaciones extremas, incluso cuando se trata del juicio emitido por expertos tasadores, lo que denota la escasa solidez de la objetividad a la hora de calibrar el valor creativo. El genio, se mire por donde se mire, no es un ente absoluto, ni su creatividad original una constante histórica.

    La mitificación del genio como un arquetipo sobrenatural específico corresponde a siglos anteriores, en los que se imponía el deslumbramiento producido por la aparición de un supuesto genio a todo tipo de análisis y consideración científica. Contribuye a poner las cosas en su lugar Albert², cuando afirma que el genio no es un enviado de Dios, sino simplemente el protagonista de un comportamiento creativo. Hoy, cualquier aproximación conceptual al genio no puede prescindir del carácter relativo de su fuste, ni de su permanencia encerrada en una valoración social acosada por la sombra de los funestos errores encarnados en las figuras del genio aparente y del genio escondido. El análisis de la formación del genio incide en el mismo sentido relativista y desmitificador, ya que está sujeto a un proceso de aprendizaje. «La creación artística es una pericia que tiene que ser aprendida»³.

    Se calcula un tiempo mínimo de diez años de formación, estudio y prácticas para alcanzar un nivel creativo en las ciencias o las artes. La peculiaridad del genio comprende una amplia gama de rasgos distribuidos entre la motivación, el esfuerzo de entrega, el tesón, el suficiente nivel intelectual, el pensamiento profundo y mixto y una organización o desorganización de la personalidad adecuada para la fermentación de la creatividad genial.

    Las condiciones y la duración del proceso formativo experimentan amplias variaciones según se trate de ciencias, artes o filosofía. Las ciencias exigen un proceso formativo más prolongado que las artes. El contraste registrado en España entre la exuberancia de genios de arte y la penuria de genios de ciencia lo atribuye Beinhauer⁴ al individualismo rebelde del español, que no le permite someterse a un proceso formativo de una duración suficiente bajo la tutela de un maestro, lo que le conduce a lanzarse prematuramente a una carrera autodidacta. Y esta precipitación, que le impide aprender los fundamentos y los métodos del arte o la ciencia, resulta más letal para la creatividad científica que para la artística.

    Ya desde aquí hemos de dejar precisado que si bien una formación básica facilita el despliegue posterior de la genialidad, la clave específica del genio no reside en ella. Como decía el padre Feijoo⁵, a los que estudian en una dosis superior a su capacidad les puede ocurrir lo que a un profesor de Teología Escolástica y Moral suyo, muy aplicado al estudio, «pero con tan mínima utilidad, que aún le dañaba su mucha aplicación, porque cuanto más estudiaba, menos sabía». De antiguo se sabe que los conocimientos, como los alimentos, pueden indigestarse.

    Una característica de la potencia del genio, muchas veces soslayada, consiste en su sometimiento a oscilaciones periódicas. La genialidad no sigue un exponente constante más o menos uniforme a lo largo del tiempo. Ello se explica en función del concepto de vitalidad, en cuanto plano del ser intermedio entre la vida corporal y la vida mental, infiltrándose por ambas.

    La periodicidad es un rasgo inherente al plano de la vitalidad humana. Entre el cuerpo y el alma, a modo de encrucijada, se encuentra la vitalidad. Sus cuatro vectores funcionales básicos —el estado de ánimo, el impulso a la acción, la sintonización con el exterior y la regulación de los ritmos— asumen precisamente las funciones que se abaten o hunden en el estado depresivo integrando las cuatro dimensiones del cuadro clínico de esta enfermedad, según el modelo expuesto en varios libros míos⁶.

    Pues bien, la vitalidad está sujeta a oscilaciones más o menos caprichosas, que con frecuencia se vinculan a cierto momento del día o del año, según tomemos como referente la ritmicidad circadiana o la circanual, respectivamente. Estas oscilaciones pueden tomar en los genios una forma más acentuada que en los demás sujetos, manifestándose por un penduleo entre la inacción y la exuberancia creativa. La preferencia creativa por las mañanas o por las noches y la mayor productividad en las primaveras constituyen unas características frecuentes en los genios.

    Tienen, pues, los genios de por sí una naturaleza vital más inestable de lo común, que aún se acentúa más cuando aparecen episodios depresivos estacionales u oscilaciones entre la depresión y la hipertimia. Si Goethe decía que «todos los años solía pasar las semanas que preceden al día más corto en un estado de depresión y continuo suspirar», era porque dentro de su inestabilidad ciclotímica general sufría una depresión estacional, que es una modalidad de depresión provocada por la debilidad luminosa natural propia de la primera parte del invierno, y un ciclo bipolar cada siete años.

    1.2. El perfil del superdotado

    La política académica de la inteligencia no muestra un gran afán por reconocer al genio, ya que toda su preocupación se dirige al descubrimiento precoz del superdotado. Entre ambos existen grandes diferencias.

    La tarjeta de identidad del genio, como hemos señalado, consiste en un exuberante talento creativo. En la escala de la inteligencia no ofrece ningún rasgo peculiar. La mayor parte de las veces su inteligencia es del rango medio superior, reflejado en un cociente intelectual entre 110 y 130. Pero como en la dotación de inteligencia no reside ningún condicionamiento imprescindible para el genio, y mucho menos un rasgo definidor suyo, la serie de los genios alcanza una dispersión intelectual extrema, tanto por abajo, donde existe la extraña figura del genio-idiota que luego revisaremos, con un cociente intelectual entre 50 y 75 o algo menos, como por arriba, cuando invade el campo propio del superdotado.

    Contrariamente, el superdotado es un individuo talentoso que se distingue por su alto nivel intelectual. Su rasgo definidor es un rendimiento de inteligencia en extremo elevado. En las pruebas psicométricas se admite la presencia del superdotado a partir de un cociente intelectual de 130 o 135.

    Pero que nadie vea en estos resultados psicométricos una medición absoluta. Se trata de determinaciones comparativas estandarizadas mediante el registro de los resultados alcanzados por amplias muestras de población. Solo un 2 por ciento de la población general alcanza un cociente intelectual superior a 130 o 135, que es el nivel convencional adoptado para la admisión de una inteligencia superdotada.

    La validez de las pruebas de medición empleadas para evaluar el desarrollo de la inteligencia, conocidas por lo general como escalas psicométricas, están sujetas a estas tres grandes limitaciones: primera, esta evaluación se refiere centralmente a los conocimientos adquiridos mediante el aprendizaje cognitivo, cuyo caudal es tomado como el testimonio de la capacidad intelectual, cuando el aprendizaje está sometido también al influjo de otras variables, desde la motivación personal hasta las circunstancias ambientales, pasando por el procesamiento de los datos; segunda, el resultado de estas pruebas no ha podido liberarse del todo del influjo de los factores culturales, por lo que los mejores resultados en ellas son logrados por aquellos individuos que pertenecen al mismo país o lengua que el autor de la prueba; tercera, siempre existe la posibilidad de elevar artificialmente el resultado obtenido en estas pruebas mediante una preparación específica.

    Hay algunos superdotados que se distinguen muy pronto por un desarrollo adelantado de la psicomotilidad, sobre todo en la edad del desarrollo de la marcha y el lenguaje, referido en particular a los momentos de comenzar a hablar y leer, y que, además, pueden destacar por encima de los demás al menos en una asignatura académica.

    La alta política internacional y la regulación universitaria parecen haberse puesto de acuerdo para favorecer a los superdotados e ignorar a los creativos. Tal vez se deba esta inclinación a la mayor incidencia de superdotados, cuya presencia en España sobrepasa el nivel de 300.000 individuos.

    Las pruebas escolares tipo test facilitan, sin duda, la objetividad en la calificación comparativa, pero como método global para evaluar el verdadero saber y como actividad de estimulación y orientación para el aprendizaje comprensivo y no memorístico, representan una tarea contraproducente para los estudiantes.

    Hasta aquí la evaluación del talento creativo ha constituido un proceso natural a cargo de la sensibilidad social. El genio ha sido muchas veces una víctima del juicio académico, admitido como si fuera una sentencia social avalada por el criterio popular. Es difícil arrancar de la voz del pueblo una actividad evaluadora que al final siempre ha sido suya.

    Muchos talentos creadores han sido malos escolares y tratados hasta como torpes e insuficientes como consecuencia de aplicarles un sistema evaluador

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