En busca de esposa
By Jessica Hart
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About this ebook
Lizz Walker estaba encantada de que Tye le ofreciera un empleo; trabajar para su importante empresa era precisamente lo que su carrera profesional y su cuenta bancaria necesitaban. Sin embargo, el trabajo no era exactamente lo que ella había esperado. Lo que él le pedía era que le encontrara una esposa en menos de dos meses... si no, ¡ella misma tendría que casarse con él!
Jessica Hart
Jessica Hart had a haphazard early career that took her around the world in a variety of interesting but very lowly jobs, all of which have provided inspiration on which to draw when it comes to the settings and plots of her stories. She eventually stumbled into writing as a way of funding a PhD in medieval history, but was quickly hooked on romance and is now a full-time author based in York. If you’d like to know more about Jessica, visit her website: www.jessicahart.co.uk
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En busca de esposa - Jessica Hart
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Jessica Hart
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En busca de esposa, n.º 1643 - septiembre 2019
Título original: A Bride for Barra Creek
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-447-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
PUEDE besar a la novia.
Lizzy miró a Jack, que había tomado la cara de Ellie entre las manos para darle un beso. Un beso muy corto, pero estaba segura de que, por un momento, los dos se habían olvidado de la gente.
«Afortunada Ellie», pensó Lizzy, preguntándose si ella sería la siguiente. ¿Cuándo iba a encontrar a un hombre que la quisiera como Jack quería a su hermana?
Aunque tenía cosas más importantes de las que preocuparse, se recordó a sí misma. Como encontrar un trabajo. Enamorarse sería maravilloso, pero no pagaría las facturas.
Lizzy hizo una suma mental de las cantidades que debía y cerró los ojos, mareada. No debería haberse comprado aquellos zapatos. Eran una extravagancia, pero es que iban tan bien con el vestido… Y tenía que estar guapa en la boda de Ellie. No todos los días se casaba una hermana.
Además, no pensaba darle vueltas a sus problemas aquel día. Estaba de fiesta.
Con los ojos llenos de emoción, miró alrededor. Era como si todo el pueblo hubiera ido para ver a Ellie casarse con Jack Henderson. ¿Cómo podía fracasar el matrimonio con tanta gente deseando que saliera bien? Todas las caras le resultaban familiares, todas estaban sonriendo.
Excepto una persona.
Estaba solo, sin hablar con nadie, sin sonreír, mirando la escena con un aire de cinismo que lo separaba de los otros más que su altura o sus oscuras facciones.
De niña, Lizzy tenía un libro de cuentos ingleses en el que el autor describía la campiña inglesa, verde y fresca, tan diferente del paisaje australiano en el que ella había crecido. Una de las ilustraciones era de un lobo, observando taimado a un rebaño de ovejas. Ese lobo tenía el mismo aspecto amenazador que aquel hombre.
El fotógrafo estaba reuniendo a toda la familia y alguien la llamó en ese momento para que se pusiera al lado de su hermana. Obediente, Lizzy se colocó en posición, levantando la cabeza para seguir observando al extraño, sorprendida al comprobar que el resto de los invitados tampoco parecía querer acercarse a él. Claramente, no era la única que veía algo raro en aquel hombre; algo raro y, sin embargo, atrayente.
Cuando terminaron las fotografías, se colocó en un sitio desde el que podía saludar a los invitados y seguir vigilando al recién llegado. Él tenía una copa de champán en la mano y, a juzgar por su expresión, no le parecía demasiado bueno.
Lizzy estaba intrigada. ¿Quién era aquel hombre? Tenía el pelo oscuro, las facciones duras y una expresión casi amenazadora. Además, daba una sensación de poder sorprendente. Tenía algo que ver con la fría línea de sus labios, con su postura, con los ojos vigilantes.
Su madre debía saber quién era, se dijo. No tenía aspecto de haberse colado en la boda, de modo que alguien debía haberlo invitado.
Se volvió para preguntar, pero su madre estaba hablando con el sacerdote y cuando miró de nuevo al extraño, se encontró de frente con sus ojos. Eran de un color muy claro en contraste con su piel bronceada y tan fríos que Lizzy apartó la mirada, como si se hubiera quemado.
Tenía la absurda sensación de que el suelo se había abierto bajo sus pies y solo aquella mirada clara la sujetaba sobre el abismo. La experiencia solo duró un momento, pero el corazón de Lizzy empezó a latir con violencia.
Y entonces el extraño sonrió, una sonrisa que por alguna razón hizo que se pusiera colorada. No era una sonrisa agradable. Y no pensaba preguntar quién era. A partir de aquel momento, decidió ignorarlo.
Pero no podía.
Lizzy se dispuso a hacer su papel de dama de honor, moviéndose entre la gente, charlando, riendo, besando a todo el mundo… pero por mucho que se moviera, el extraño siempre parecía estar frente a ella, colocado de forma irritante en su campo de visión.
Y lo más curioso fue que, en cuanto no pudo verlo lo echó de menos. Cuando volvía de la barra, se paró un momento y miró alrededor. ¿Dónde se había metido?
–¿Me está buscando? –escuchó una voz tras ella. Sobresaltada, casi tiró la copa al suelo.
Era él. El extraño. Sus ojos eran grises, pero tan claros que parecían de hielo en contraste con su piel morena. Y, además, tenía la extraña y desagradable sensación de que podía leer sus pensamientos.
–¿Por qué iba a estar buscándolo? –preguntó, con lo que le pareció un tono helado, algo muy difícil considerando que tenía el corazón en la garganta.
–Porque soy el único al que no ha dado un beso –contestó él con un acento entre australiano y americano–. No querrá dejarme sin beso, ¿no?
Lizzy tragó saliva.
–Yo solo beso a la gente que conozco. Y a usted no lo conozco.
–Podríamos presentarnos. Aunque yo sí sé quién es usted.
–¿Me conoce?
–He estado preguntando por ahí. Elizabeth Walker, conocida como Lizzy, la hermana mayor de la novia y una chica muy simpática.
No sabía por qué, pero aquella descripción le pareció irritante.
–Yo no me describiría así.
–¿Y cómo lo haría?
–Una mujer trabajadora y con carrera universitaria. Soy relaciones públicas.
–Ah, eso explica los zapatos.
A Lizzy dejó de caerle mal inmediatamente. Era la única persona que se había fijado en sus zapatos. Y ella era una maníaca de los zapatos. Era imposible ponerse unos tacones como aquellos y no sentirse estupenda.
–¿A que son preciosos? –sonrió, olvidando por un momento con quién estaba hablando.
Los ojos del hombre se deslizaron desde los zapatos a su cara. Lizzy era alta y voluptuosa. Cada vez que decía que iba a empezar una dieta, sus amigos levantaban los ojos al cielo e insistían en que no tenía que hacer dieta alguna porque su figura era perfectamente proporcionada. Pero, como la mayoría de las mujeres, ella pensaba que le sobraban algunos kilos.
Para la boda de Ellie había comprado un vestido fabuloso que se ceñía a sus curvas y dejaba al descubierto una buena porción de su piel de alabastro. De color azul turquesa, destacaba el azul cielo de sus ojos, mientras la ondulada melena rubia cortada a la altura de la barbilla llamaba la atención sobre los generosos labios.
Lizzy no era una belleza clásica, pero sus facciones eran tan agradables que nadie notaba la nariz un poco grande y los labios demasiado gruesos. Afortunadamente, esos rasgos estaban de moda.
–Preciosos –asintió Tye. Lo había dicho muy serio, pero en su mirada había algo que la hizo ruborizarse–. Pero no muy prácticos.
Desde luego que no. Se le había torcido el tacón varias veces en el viejo suelo de madera del cobertizo.
–En la vida hay cosas más importantes que ser práctico –dijo tranquilamente.
La frase despertó un brillo burlón en los ojos grises.
–Pues debe ser la única que piensa eso.
Probablemente era cierto, pensó Lizzy mirando alrededor. Los invitados eran todos encantadores, pero no sabían nada de zapatos.
–Hay que ser práctico cuando se vive en el campo. Pero yo soy una chica de ciudad.
–Eso creo.
–Parece saber muchas cosas sobre mí –dijo ella, retadora–. Pero yo no sé quién es usted.
–Soy Tye Gibson –sonrió el hombre. Lizzy levantó una ceja–. Sí, ese Tye Gibson. ¿Nadie le ha dicho que la oveja negra había vuelto?
–No –admitió ella, sorprendida.
¡Tye Gibson! Nadie había vuelto a verlo desde que abandonó el rancho familiar veinte años antes, pero todo el mundo lo conocía de oídas. Rompió todo contacto con su padre y se marchó a América a hacer fortuna. Y no una pequeña fortuna, sino millones. Muchos millones.
Lizzy no sabía muy bien a qué se