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Danzando con mi sombra: Acepta, agradece y perdona para transformar tu experiencia negativa en fuerza liberadora
Por Adriana Pacifico
Acciones del libro
Comenzar a leer- Editorial:
- Editorial Alfa
- Publicado:
- May 12, 2019
- ISBN:
- 9788417014964
- Formato:
- Libro
Descripción
La autora nos narra su propia historia: cómo, luego de sufrir un fracaso laboral, reacciona ante tal situación con dolor y miedo, sensaciones que la llevan a sentirse víctima de las circunstancias durante un período largo y doloroso; pero nos cuenta también de qué manera cobró fuerzas para iniciar el camino hacia una comprensión holística de lo ocurrido —que la conducirá a buscar el para qué y no el porqué de lo sucedido—, hacia un radical cambio de conciencia y hacia el encuentro con su propio ser, lo que la llevará a perdonarse a sí misma, así como a vencer culpas y miedos, luego de un largo proceso de autoconocimiento.
Acciones del libro
Comenzar a leerInformación sobre el libro
Danzando con mi sombra: Acepta, agradece y perdona para transformar tu experiencia negativa en fuerza liberadora
Por Adriana Pacifico
Descripción
La autora nos narra su propia historia: cómo, luego de sufrir un fracaso laboral, reacciona ante tal situación con dolor y miedo, sensaciones que la llevan a sentirse víctima de las circunstancias durante un período largo y doloroso; pero nos cuenta también de qué manera cobró fuerzas para iniciar el camino hacia una comprensión holística de lo ocurrido —que la conducirá a buscar el para qué y no el porqué de lo sucedido—, hacia un radical cambio de conciencia y hacia el encuentro con su propio ser, lo que la llevará a perdonarse a sí misma, así como a vencer culpas y miedos, luego de un largo proceso de autoconocimiento.
- Editorial:
- Editorial Alfa
- Publicado:
- May 12, 2019
- ISBN:
- 9788417014964
- Formato:
- Libro
Acerca del autor
Relacionado con Danzando con mi sombra
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Danzando con mi sombra - Adriana Pacifico
Contenido
Acepta, agradece y perdona
El miedo, la culpa y yo aterrizamos en Fiumicino, Roma, en septiembre de 2017
El día en que llamé a Giovanni desde Santo Domingo
Cinco meses antes: mi viaje a Venezuela durante el mes de abril
El dolor era tan intenso que me hacía escapar de la realidad
Sentí el más grande abandono con la muerte de mi padre
El día en que descubrí que era leal a un miembro del clan familiar
Tenemos dos opciones: vivir desde el amor o desde el miedo. Yo había escogido el miedo
Mi ego y yo sentados en un mismo sofá en Santo Domingo
Mi papá y su carencia olvidada
Familiarizándome con el ego y la sombra
Muertes momentáneas y lealtad al clan familiar. Mi viudez a los veintinueve años de edad
El día en que conocí a José, mi futuro esposo
¿Tomamos decisiones o las decisiones nos toman a nosotros?
Italia, verano de 1973. Mi adolescencia en Aprilia con Mauro, mi gran amor
Mi primera cita con Mauro
Mis paseos por Roma con Mauro, unos años después, en el verano de 1978
Mauro y yo en Caracas dos años después
Italia: el país de mis ancestros, mi historia y mis creencias
La muerte de mi padre: segunda oportunidad o muerte momentánea. Una lección de vida para mi transformación personal
Mi primera canalización
Seguía tropezando una y otra vez
En Santo Domingo: con miedo, sin dinero y luchando por vencer el ego y entrar al camino espiritual
Aquel domingo con mi amiga Susana
Lo que nos molesta o agrada de los demás es nuestro propio reflejo: nuestra sombra reflejada en el exterior
Cuidado con los pensamientos
Conexiones inconscientes con los destinos de nuestros antepasados que deben ser reveladas para sanar
la constelación familiar me permitió descubrir otra de mis lealtades al clan
Ser doble es tener la misión de sanar el árbol genealógico
Hacer lo que nos gusta nos gratifica de diversas formas
La noche oscura del alma
El ánima y el ánimus. La integración de lo femenino y lo masculino
Mi cumpleaños número 57, en Santo Domingo
Aferrada a Dios, rezaba todos los días
Abandoné el sofá blanco… y elegí viajar a Italia
El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman
Una noche en Roma con Giovanni
Giovanni me abrazó, tomó mi maleta y nos dirigimos a su casa, en Aprilia
El encuentro con mis amigas Valeria y Iulia
Los días en casa de Giovanni
Llegó el otoño… y también una llamada de mamá
Mis caminatas durante el otoño
El viacrucis de encontrar trabajo en Italia
El poder de la gratitud
Italia: ¿me escuchas? ¡Soy italiana!
Recibiendo el 2018 con Giovanni
Tu visión se hará más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón
La depresión es como una señora que viste de negro. Si llega, no la expulses; más bien invítala como comensal a la mesa y escucha lo que te quiere decir
Un paseo por mi relación con Giovanni, algunos años atrás
Aprilia, protectora de la fecundidad y del renacer
Mis ataques de pánico. ¿Qué me estaba diciendo mi cuerpo?
Cuando emites juicios, hay una oportunidad de conocerte
Decidí no juzgar a Giovanni y me permití ver mi sombra
El cambio debe ser desde la integración y nunca hacia el rechazo
A través del espejo de la madre de Giovanni
Cuando comprendí y acepté que el dinero podría haberme alejado del camino que estaba recorriendo
En mi espacio interior con mi maestra y guía
Un fin de semana en casa de mi amiga Valeria
Mi práctica de la gratitud
Mi hambre era emocional… pero yo no paraba de comer
A tres seres que no llegaron a nacer les di, en mi árbol, el lugar correspondiente
Mi relación con el dinero y los programas heredados
Mis abuelos
Mi bisabuelo paterno había sido expulsado de la familia. ¿Estaría yo reparando ese hecho?
Vivir en la abundancia
El día en que abandoné la casa de Giovanni
Un amigo puede revelarnos de nosotros mismos algo de lo que no teníamos idea
El sueño es una pequeña puerta oculta que se abre al alma mucho antes de la aparición de la conciencia
Sanar la relación con mi madre formaba parte de mi camino
Valeria insistía en que buscara trabajo
Una semana de abril en Madrid
A raíz de unos hechos y de mi percepción sobre ellos, sentí que no tenía fuerzas para seguir
El principio de la expiación es un acto de amor, una defensa que sana
Los días previos a la llegada de mi madre
Mi convivencia con Valeria
Valeria y su obsesión por el orden y la limpieza
Valeria, una maestra más en mi camino
Mi despedida de Valeria, de Iulia y de Aprilia
En el aeropuerto de Fiumicino, a la espera del reencuentro con mi madre
San Bartolomeo in Galdo
Mientras más conocía a mi madre más la honraba
Un verano con mis ancestros
Cortando lazos con mis ancestros
Aprendí que nada ocurre en la vida por casualidad
Palabras finales
Notas
Danzando con mi sombra
Adriana Pacifico
Acepta, agradece y perdona
para transformar
tu experiencia negativa
en fuerza liberadora
ADRIANA PACIFICO
Nació en Caracas, Venezuela, el 15 de julio de 1960. Es abogada graduada en la Universidad Católica Andrés Bello. Primera hija de padres italianos. Casada a los veintitrés años y viuda desde los veintinueve, nos relata en primera persona cómo luego de tenerlo todo, de ser hija de un gran emprendedor, de haber tenido empresas propias y restaurantes exitosos en su país de origen, así como en República Dominicana, lo pierde todo.
© Adriana Pacifico, 2019
Reservados todos los derechos.
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
ISBN Digital: 978-84-17014-96-4
ISBN Impreso: 978-84-17014-94-0
Producción editorial
Alfa Digital
Corrección de estilo
Magaly Pérez Campos
Retrato de la autora
© Efrén Hernández
Imagen de portada
© SimonSkafar
Conversión a formato digital
Sara Núñez Casanova
Maquetación y diseño de cubierta
Alfa Digital
Agradecimientos
Agradezco infinitamente a mis amigas Iulia Iris y Yubia Valette, quienes me animaron a escribir este libro.
Agradezco a mi hijo, quien ha sido y será siempre mi gran fuerza.
Agradezco a mi Espíritu Santo, de cuya mano he recorrido todo este camino desde que lo conocí, desde que supe que habitaba en mí; juntos y unidos en un solo ser.
Acepta, agradece y perdona
En este, su primer libro, Adriana Pacifico comparte vivencias y sentimientos muy profundos —el dolor, el miedo y el perdón— que se despliegan y desarrollan en tres países diferentes: Venezuela, República Dominicana e Italia. La autora nos narra su propia historia: cómo, luego de sufrir un fracaso laboral, reacciona ante tal situación con dolor y miedo, sensaciones que la llevan a sentirse víctima de las circunstancias durante un período largo y doloroso; pero nos cuenta también de qué manera cobró fuerzas para iniciar el camino hacia una comprensión holística de lo ocurrido —que la conducirá a buscar el para qué y no el porqué de lo sucedido—, hacia un radical cambio de conciencia y hacia el encuentro con su propio ser, lo que la llevará a perdonarse a sí misma, así como a vencer culpas y miedos, luego de un largo proceso de autoconocimiento.
En este sentido nos dice: Esta es mi historia, que puede ser la tuya. La historia de un viaje que emprendí para transformar una experiencia negativa en fuerza liberadora. Perdonarte tiene el poder de transformar tu pasado y despertar del sueño. En tu perdón reside tu salvación. Por medio de la constante y minuciosa observación de ti mismo, lograrás dar muerte a todos los pensamientos y emociones negativas que gobiernan tu vida
.
A medida que avanzamos en la lectura de las páginas del libro, podemos percibir claramente las diferentes reacciones de la autora ante una misma situación, su forma de ver y de sentir, así como todas las emociones que los hechos suscitaban en ella, el análisis que hace de su vida a partir de su temprana viudez y el peso que sobre ella ejercieron acontecimientos que la pusieron en la situación de detenerse, de verse a sí misma y de realizar una profunda introspección. Antes de todo lo ocurrido, actuaba de forma irreflexiva, en automático y pendiente de un solo objetivo
, conforme a sus creencias y valores heredados —tal como ella afirma—, hasta el día en el que —en Italia— se sintió obligada a detenerse y analizar esas creencias familiares y sociales, así como los programas transmitidos por sus ancestros, todo lo cual la llevó a tomar la decisión de avanzar sin tregua por el camino que la condujo en busca de su ser.
El de Adriana no es solo un viaje geográfico. Es fundamentalmente un viaje interior, un torbellino de emociones, de muchas preguntas y de su personal búsqueda de respuestas mediante un análisis de su vida y sus creencias, así como mediante el descubrimiento e integración de sus sombras para así, a través del dolor y con conciencia cada vez más plena de sus heridas, encontrar su verdadera esencia.
El miedo, la culpa y yo aterrizamos en Fiumicino, Roma, en septiembre de 2017
El avión, procedente de República Dominicana, llegó el día 17 de septiembre de ese año 2017, con unos diez minutos de retraso con respecto a la hora prevista, al aeropuerto de Fiumicino, en la ciudad de Roma.
El vuelo salió desde el aeropuerto de La Romana. Se trataba de uno de esos vuelos chárter, que permiten que, cuando quedan algunos puestos sin vender —generalmente muy pocos— puedas obtener un pasaje a menor precio. Mi amiga Mirtha, con la cual había hablado unos días antes de mi viaje, me había dicho que, a pesar de todo lo que me había sucedido, tenía que despedirme del país y agradecerle por todo lo que me había dado, al igual que por el hecho de haberme recibido. No obstante lo que sentía en ese momento —la sensación de que nada tenía que agradecer—, realicé el ritual de agradecimiento, tal como me había sugerido mi querida amiga.
Había vivido allí durante casi cinco años. Me gustaba vivir en esa isla. Su gente, su cultura y su clima eran parecidos a los de mi país, Venezuela, por lo cual era fácil adaptarse y sentirse un dominicano más. Durante el tiempo que viví allí, había logrado, en el ámbito laboral, crear un concepto de negocio innovador en el país y que había tenido buena aceptación por parte de la clientela, principalmente nacional. Esa aceptación me permitió crear una franquicia dominicana con el apoyo económico de ese país, ya que para la fecha estábamos creando la Cámara de Franquicias, de cuya directiva formé parte. A través de dicha Cámara, a varios conceptos de negocios que tenían la condición de ser franquicias —no solo en el ámbito de la restauración— se les dio apoyo económico y legal. En lo personal, había conocido a muchas personas, locales y venezolanas, con las cuales había trabado amistad y con las que compartía cuando mi trabajo me lo permitía. En esos años me sentía feliz, realizada y orgullosa. Sin embargo —y a pesar de todo el éxito que obtuve y disfruté—, salí de ese país con una sola maleta de veintiocho kilos en la cual logré poner algo de ropa de invierno y algo de ropa de verano. Sabía que estaría lejos por un tiempo. Partí con setenta euros en mi cartera, sin tarjetas de crédito ni débito; tan solo con mis dos fieles acompañantes de ese momento: el miedo y la culpa. Miedo de no saber qué me depararía el futuro y culpa por haber fracasado. Para ese momento así me sentía, una perdedora. En esa isla lo había perdido todo y solo me quedaban preguntas sin respuesta: ¿dónde fallé? ¿Por qué a mí? ¿Qué tal si hubiera…? ¿Qué habría pasado si…?
Generalmente en todos mis viajes, antes de aterrizar, tomaba fotografías de las primeras imágenes que se veían desde el avión. Siempre solicitaba ventanilla, pues solía dormir durante todo el viaje y, además, así me evitaba la molestia de que otros pasajeros me pidieran permiso para ir al baño. En esta oportunidad tuve los dos asientos a mi disposición; sin embargo, no pude dormir y no tomé ninguna fotografía desde las alturas. Ya no había en mí ningún interés por publicar en las redes sociales… todo lo contrario: mi único deseo era desaparecer de la faz de la tierra o, en su defecto, volverme invisible.
El avión se detuvo y dieron la orden de salir, no sin antes recordar a los pasajeros no olvidar su equipaje de mano. Yo, por primera vez, no sentía esas ganas locas de salir corriendo del avión. Generalmente volaba a tomarme el primer cappuccino, el verdadero, el que solo son capaces de preparar los italianos, en Italia. Salía corriendo a ver las vidrieras de las tiendas, perfectamente dispuestas a lo largo de todo el trayecto que debe recorrerse hasta llegar a la taquilla de control de pasaportes; no en vano Italia es el país de la moda, algo que hacían evidente no más pisar tierra. En todas las tiendas de marca ya exhibían la última colección de la temporada en carteras, ropa y perfumes de las marcas italianas que yo adoraba: Gucci, Fendi, Prada, Dolce & Gabbana… En ocasiones no realizaba ninguna compra en el aeropuerto de Fiumicino, porque quizás ya la había hecho en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, donde hacía escala cuando viajaba en los vuelos de las líneas aéreas convencionales. Esa vista previa me servía para saber qué estaba de moda, cuál era el color que predominaría en esa estación del año… En fin, me servía para que la moda no me tomara desprevenida; era importante saberlo todo sobre ella y, sobre todo, seguirla. Yo no tenía posibilidad de equivocarme, ya que generalmente realizaba mis compras en Roma, en las famosas Via del Corso, Via Condotti y Via Frattina, lo cual me aseguraba que no adquiriría nada fuera de temporada.
Esta vez estaba muy clara en que probablemente ni siquiera pasearía por esas tres calles, visitadas por mí infinidad de veces. Ahora no solamente llegaba con una sola maleta. En esta oportunidad no había podido comprar siquiera el boleto de regreso, por lo cual no hacía falta traer una maleta adicional vacía, destinada a llenarla con las nuevas compras, como solía hacer.
Dejar atrás el aeropuerto solo me tomó el tiempo necesario para recoger mi equipaje y salir, como siempre, por el terminal número tres. Crucé la calle —arrastrando mi equipaje al igual que arrastraba mi tristeza— y me dirigí hacia la calle de enfrente, donde la gente podía transitar, o bien estacionar sus vehículos, mientras esperaba a sus familiares o amigos que llegaban de viaje. Y allí estaba él, Giovanni. Lo vi de lejos, esperándome, como siempre, en el mismo sitio de los últimos diez años. Me sentí aliviada. No estaba sola. Él me recibía con su sonrisa de siempre, con su mirada llena de amor. Sentí que era el único al que podía abrazar sin sentir vergüenza.
El día en que llamé a Giovanni desde Santo Domingo
Giovanni y yo teníamos más de un año sin vernos; sin embargo, manteníamos contacto, ya que generalmente hablábamos una o dos veces por semana. Nuestra relación ya era más de amistad; nos llevábamos mejor a la distancia y disfrutábamos mucho de esos contactos telefónicos. Pasábamos largas horas hablando de los más diversos temas: él me ponía al día sobre su trabajo, sus padres, la situación política de Italia, el aumento del servicio de luz, el frío del invierno… Yo le contaba sobre mis locales, mis viajes, la compra del último automóvil… La última vez que nos vimos había sido en el mes de enero de 2016, cuando viajé a Italia a vender la última de mis propiedades —un apartamento que había comprado con mucha ilusión y en el cual había vivido durante tres años—. Sin embargo, necesitaba el dinero para cubrir deudas que había generado en República Dominicana, lo cual me permitiría —eso creía yo— salvar los dos únicos locales que quedaban aún abiertos en ese momento, con la esperanza de evitar mi total fracaso económico.
Giovanni desconocía todo lo que me había pasado, hasta ese día en que lo llamé desde Santo Domingo, llorando, desesperada, sin opciones y sin ganas de seguir viviendo. Luego de escucharme atentamente, como solía hacer, y sin comprender mucho cómo había logrado llegar a esa situación, me planteó la opción de pasarme un tiempo en su casa. Me dijo: Puedes venir, puedes quedarte en mi casa, no tienes que preocuparte por nada. Tienes techo, comida y, sobre todo, mi apoyo
. Y así, ese día tomé la decisión de regresar a Italia. No era la primera vez que me decidía por ese país; ya lo había hecho diez años antes, cuando opté por irme definitivamente de mi país natal, Venezuela.
Cinco meses antes: mi viaje a Venezuela durante el mes de abril
Los primeros días del mes de abril de ese mismo año 2017, luego de haber cerrado los dos locales que quedaban y perdiendo, por ende, el dinero que había traído de Italia, viajé a Caracas.
Había mantenido los locales abiertos, a pesar de que había bajado mucho la venta, con la esperanza de que mejorarían. Sin embargo, a pesar de realizar ofertas que fueran atractivas —lo cual atrae mucho a los dominicanos— al estilo de días especiales de dos por el precio de uno, finalmente tuve que tomar la decisión de suspender su actividad durante el mes de diciembre del año 2016. Recuerdo haber recibido el nuevo año, sola, en mi casa, pues mi mamá y mi hijo estaban en Caracas y yo no podía viajar porque el Consulado de Venezuela en Santo Domingo no me había entregado el nuevo pasaporte. Ya para esa fecha, por decreto del presidente, Nicolás Maduro, los venezolanos con otro pasaporte, en este caso el de la Unión Europea, no podían entrar y mucho menos salir del país. Mi hermano y mis sobrinos, quienes vivían en Santo Domingo, habían decidido viajar, de modo que pasé el día de Navidad con mi cuñada y recibí el nuevo año sola en la casa, acompañada de Netflix —no sé qué habría hecho en esa etapa de mi vida sin Netflix—. Cené una pizza, acostada en mi sofá, disfrutando de la serie Suleiman, el gran sultán. Para esa fecha, aún no había entregado mi último apartamento.
Durante el mes de enero, y aún con fuerzas, les ofrecí a un grupo de jóvenes venezolanos propietarios de una franquicia venezolana —algunos de los cuales eran socios de mi hijo— la opción de expandirse en República Dominicana. Les propuse asociarnos en uno de los locales, que estaba equipado y ubicado en una de las mejores plazas en ese momento, en la zona de Piantini. Entusiasmados con la idea, viajaron todos a Santo Domingo y acordamos la sociedad, con una participación mía del cuarenta por ciento. Acordamos que yo me encargaría, bajo su supervisión, de la remodelación y apertura del nuevo local. La inauguración se realizó a finales del mes de marzo de ese año. Yo había logrado conservar algo material; sin embargo, emocionalmente decaí aún más cuando me hicieron saber que el local sería administrado por gerentes que ellos controlarían desde Caracas, por lo cual mi presencia no era necesaria, pese a haber manifestado durante la negociación que una de las garantías que tenían al invertir en el
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