madriZ 3 Apocalipsis Final: madriZ, #3
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El país está devastado. Madrid y las grandes ciudades ahora pertenecen a los zombis. Los humanos supervivientes intentan resistir a tanto horror con la esperanza de llegar a algún lugar seguro. Las Islas Canarias se presentan como la única opción a tener en cuenta fuera del territorio peninsular. Por su parte, Leo puede tener la llave para la búsqueda de una vacuna que pueda terminar con la infección, mientras Sara y Maca afrontan nuevos peligros.
Millones de muertos vivientes sedientos de sangre, acción espectacular, nuevos personajes, escenas sangrientas, intrigas políticas, sexo y amor se dan cita en el explosivo final de la saga.
David Mendez Prieto
¡Hola! Soy David Méndez Prieto. Escritor, amante del terror y del suspense, fanático de los cómics y del cine. He empezado mi aventura de autopublicación de mis libros en todas las plataformas digitales.
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madriZ 3 Apocalipsis Final - David Mendez Prieto
Capítulo 29
LEANDRO ARRIBAS ESTABA reunido con los pocos altos mandos militares que habían llegado a las islas. Quería comunicarles el plan de acción que había trazado junto al Rey y sus asesores en la vecina Gran Canaria. Flavia Etxegaray también estaba presente en la reunión, aunque consideraba una auténtica locura lo que se pretendía realizar. Ella tomaría decisiones mucho más drásticas, pero de nuevo se veía frenada por inútiles incapaces de comprender lo que la crisis requería.
—Tenemos la enorme suerte de que el suministro eléctrico continúe funcionando en casi todo el país —dijo Leandro—, por lo que podremos enviar un mensaje a la población a través de la televisión desde el centro territorial que emite desde aquí mismo. También es bastante factible hacerlo desde alguna emisora de radio. Esta misma noche informaremos de que vamos a fletar varios aviones comerciales con destino a las principales ciudades del Estado. Los ciudadanos deben dirigirse a los aeropuertos seleccionados para que podamos trasladarles a las diferentes islas del archipiélago. El presidente canario ha respaldado nuestra decisión. Mientras dure la plaga, pondremos a salvo a tantas personas como podamos. Por supuesto, estableceremos una zona de cuarentena antes de dejar que se muevan con libertad. Hay que mantener a Canarias con el menor número de casos posibles. Nuestras tropas en la península, o al menos las que quedan, tienen orden de conseguir todos los alimentos posibles. Necesitaremos grandes cantidades de comida y agua. Espero que puedan encontrar suficientes víveres en las zonas comerciales si es que todavía queda algo. Los saqueos han sido constantes desde el comienzo.
—¿Y qué va a ser de nuestros soldados, teniente? —preguntó uno de los pocos generales presentes.
—Vamos a intentar mantener zonas seguras en las grandes ciudades. Hablamos de Madrid, Sevilla, Santiago, no podemos abandonarlo todo sin más —respondió Leandro.
—¿Con cuántos hombres contamos aún? —siguió el hombre.
—Ha habido miles de bajas, pero tenemos importantes destacamentos en varios lugares. Han conseguido aguantar y contener a los contagiados. Es absolutamente necesario que mantengamos zonas seguras en la península. No podemos rendirnos ante esos monstruos. En Madrid, por ejemplo —dijo Leandro—, tenemos la estación de Atocha totalmente controlada. Cientos de personas se han refugiado allí y nuestros hombres han conseguido mantener el orden.
—Creo que este plan es una auténtica locura —dijo Flavia de pronto—. Teniente, con todo mi respeto, usted sabe tan bien como yo que no va a funcionar. Necesitamos acciones más contundentes...
–¿Y qué pretende que hagamos, señora Etxegaray? –dijo Leandro–, ¿considera usted adecuado seguir el ejemplo de China o Egipto? ¿Quiere que bombardeemos a nuestros propios ciudadanos?
–Hay países de la Unión Europea que también están tomando ese tipo de medidas...
–No está suficientemente probado que eso sea así. Alemania y Francia lo han negado tajantemente. No voy a matar a gente inocente para acabar con los contagiados.
–Teniente —dijo Flavia—, le recuerdo que el presidente me encargó personalmente la gestión de la crisis. Considero que mis palabras deberían ser tomadas en cuenta.
–Y lo son, no lo dude –afirmó Leandro–, pero el presidente ya no está y las cosas han cambiado. La máxima autoridad del Estado en este momento me ha dado plenos poderes. He querido tener una deferencia con usted al dejarle estar presente en esta reunión. Me gustaría que siguiera colaborando conmigo, pero de ninguna manera voy a utilizar armas de guerra contra la población civil.
–¿Y qué hará cuando esas cosas hayan invadido la totalidad del territorio peninsular? –preguntó la mujer con cierto sarcasmo.
–No voy a discutir con usted, señora Etxegaray. Le pido, por favor, que salga de esta habitación. Ahora.
Marcos Montes entró en ese momento en la amplia sala. Ni siquiera había llamado a la puerta. Todas las miradas se clavaron en él. Flavia se sentó de nuevo esperando que la llegada del hombre impidiera que Leandro Arribas la expulsara.
–Con su permiso, teniente, traigo buenas noticias...
–Adelante, señor Montes. ¿Novedades sobre la vacuna desde el CEPCE?
–Se sigue trabajando en ello, pero quiero hablarles de otra cosa. Se han analizado diferentes casos de infección en animales. Perros, gatos, aves. El virus ha acabado matándolos. Es decir, el huésped acaba siendo aniquilado, lo que desde luego es una muy buena noticia. Desde Atlanta se ha comprobado que lo mismo sucede con los humanos. El virus ataca al individuo, lo lleva a una aparente muerte, de alguna manera se hace con el control de su cerebro y lo muta en lo que todos conocemos. Al final, el propio agente patógeno acaba con el organismo que ha enfermado muriendo a la vez con él. Numerosos infectados han sido encontrados fallecidos y, esta vez, para siempre. Eso significa que esas criaturas podrían dejar de ser un problema en un corto espacio de tiempo. Días, horas, no lo sé. Esa es la parte buena de la investigación, señores.
–Prosiga, por favor –le apremió Leandro Arribas.
–Esto no parece ocurrir en los contagiados que han contraído el virus como consecuencia de un mordisco o un arañazo. O al menos el proceso es mucho más lento. Todos los cuerpos sin vida de los infectados encontrados hasta ahora en las ciudades estadounidenses habían contraído la enfermedad de manera aérea en la mayoría de los casos. Apenas han hallado personas sin vida mordidas o mutiladas.
–Lo que quiere decir –intervino Flavia– que puede ser que la mitad de esas cosas se autodestruyan, ¿no?
–Probablemente ocurra así.
–Es una excelente noticia, señor Montes –dijo Leandro–. No hay que perder la esperanza. Quizás el proceso sea más lento en los otros casos, como usted nos ha indicado, pero sí que acabe ocurriendo.
–Esos monstruos tienen en su interior a su peor enemigo –afirmó Marcos.
–Lamentablemente antes eran personas como usted o como yo. Tenían sus vidas, sus familias, sus trabajos. ¿Cuál va a ser el coste en vidas humanas de esta plaga? –se preguntó Leandro.
Marcos miró a Flavia y le guiñó un ojo. Ella se sintió asqueada. No había olvidado la humillación de la pasada noche. Pero ahora tenía asuntos mucho más importantes en qué pensar. Ese imbécil tendría lo que se merecía a su debido tiempo, los cerdos solo podían acabar de una manera.
Capítulo 30
KELLY MASAJEÓ LA NUCA de Leo con suavidad. Fermín le había propinado un buen golpe con la culata de su revólver. El hombre se sentía mareado. La chica tampoco estaba mucho mejor. Su ojo izquierdo aparecía totalmente amoratado y le dolía el estómago. Aquel salvaje la había apaleado de lo lindo. Los ancianos, Petra y Clara los miraban como esperando que dijeran o hicieran algo. Cuando el médico miró a la muchacha le dio un vuelco el corazón.
–¿Estás bien? –exclamó.
–No te preocupes –respondió ella–. Te vi en el suelo y me enfrenté a Fermín. Creo que no fue una buena idea.
El hombre la abrazó y la besó en la mejilla. Era una mujer maravillosa en todos los sentidos. Valiente y fuerte. En el pasado la había amado con locura y ahora se había convertido en su mejor amiga. Acababan de darle una paliza por defenderle. Leo no podía sentirse más culpable.
–Lo siento –dijo. Creo que necesitamos hielo para tu ojo y algún analgésico.
–Hay un problema –intervino Petra.
–¿Qué sucede? –preguntó el hombre sin comprender.
–Estamos encerrados aquí, Leo –le respondió Kelly–. No podemos abrir la puerta y no tenemos la llave. Estamos en el cuarto de las calderas