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La zapatilla de la dama: Los misterios de Abby Foulkes, Libro 2
La zapatilla de la dama: Los misterios de Abby Foulkes, Libro 2
La zapatilla de la dama: Los misterios de Abby Foulkes, Libro 2
Ebook360 pages5 hours

La zapatilla de la dama: Los misterios de Abby Foulkes, Libro 2

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About this ebook

Caileigh Watson tenía dos años cuando presenció el asesinato de su madre en el bosque. Ella añora poder recordarla pero lucha contra sus problemas de

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateMar 2, 2020
ISBN9781547576036
La zapatilla de la dama: Los misterios de Abby Foulkes, Libro 2

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    La zapatilla de la dama - Alison Gray

    SOBRE EL LIBRO

    La declaración personal de una testigo vulnerable en Newcastle amenaza con revocar la condena del prisionero Albert Crofts, que tenía condena de por vida por el asesinato de una joven madre en el Condado de Durham, a principios de 1990. El equipo de la Sargento Detective Abby Foulkes tiene que proteger a la testigo, y Abby es asignada a la revisión del caso original. Este es el primer caso importante que ha tomado desde que regresó a trabajar, pero aún se encuentra un poco frágil tras la muerte de su pareja hace seis meses. Abby debe buscar justicia para Cathy Watson a través de la niebla de los recuerdos perdidos de la testigo principal y gente desaparecida, y la liberación de Albert Crofts desata una cadena de eventos que amenazan con sumergirla.

    SOBRE EL AUTOR

    Alison Gray nació y creció en Escocia en los años 1960 y 1970. Obtuvo un título en Literatura y Lengua Inglesa en St. Andrews University, graduándose en 1982. Después de una mezcla de trabajos en universidades, se volvió una autora técnica y ha trabajado en la industria de la computación por cerca de veinticinco años. Ella escribe de manera creativa en su tiempo libre. Su primera novela, Fuera de la Torre, fue preseleccionada para el Trofeo Constable en 1992, una competencia para la mejor novela no publicada por un autor del norte de Inglaterra. Ahora, ella está trabajando en el cuarto libro de la serie de Abby Foulkes, Peony Rose.

    DEDICATORIA

    ––––––––

    para Scott

    Sábado, noviembre 22, 2014

    UNO

    En la reserva era hermoso por la noche, si uno puede soportar la oscuridad y la soledad. Mirando el atardecer, ella se estremeció un poco, conociendo el silencio profundo que estaba descendiendo por el paisaje y el tiempo siempre creciendo hasta el amanecer. Ya estaba oscuro a pesar de que la noche apenas comenzaba y ella esperaba meterse en su bolsa de dormir improvisada y calentarse.

    Ella tenía un número de escondites repartidos por toda la extensión de la Reserva Natural Great Park en Newcastle y algunos proveían mejor resguardo de los elementos que otros. Mantenía periódicos viejos, envolturas de plástico, botellas de agua y gin en varios lugares para poder moverse a través de la reserva sin ser molestada por los que paseaban a sus perros, parejas besuqueándose o los viajeros que tomaban la opción de caminar o pedalear entre Kingston Park y los edificios nuevos, hacia la parte norte del terreno al descubierto. Ella suspiró. Muy pronto, el trabajo de construcción se movería a través de todo el cinturón verde y conectaría con las casas en Wideopen. Últimamente, con toda la construcción que había estado sucediendo, su espacio se había reducido y ella se sentía apretada. Solo era cuestión de tiempo antes de que tuviera que encontrar un lugar alternativo para resguardarse. Había puesto su ojo en la reserva natural de Gosforth Park alguna vez, pero estaba tan bien vigilado por los guardabosques y era demasiado peligroso con los cazadores furtivos y sus armas.

    Cuando no hacia tanto frío, ella disfrutaba de las horas largas de oscuridad. Había algo sobre la negrura de la noche, presionando contra la tierra, envolviéndote hasta que tú y el paisaje se volvían indistinguibles. En noches claras como esta, ella se acomodaría en un hueco resguardado entre los árboles que estaban a medio camino entre las casas de Kingston Park y las que estaban construyendo más al norte. Ella rellenaría sus ropas con el periódico y se envolvía a sí misma en plástico, se recostaría y miraría las estrellas allá arriba. Unos cuantos tragos de gin y ella casi podía sentir la tierra girando pero la solidez debajo de ella evitaba que se asustara. ¿Cómo podías estar asustada cuando yacías sobre el suelo? No había otro lugar a donde ir. No es como si se fuera a caer del planeta que giraba. Ocasionalmente, ella escucharía varios sonidos debajo de la tierra. Pequeñas creaturas. Erizos, era lo más probable, aunque los conejos también hacían algo de ruido, correteando por entre los arbustos y las hojas. Una vez había visto una rata pero en ese entonces ella había estado demasiado cerca al Ouseburn. A las ratas les gustaban las orillas de los ríos. Había puesto el plástico por encima de su cabeza y se había acurrucado, buscando estrellas fugaces a las que poder pedir un deseo.

    ¿Qué desearía? Que la temperatura no descendiera a bajo cero. Que mañana ella tuviera comida. Que Albert Crofts ya hubiera sido liberado y ella pudiera verlo de nuevo. Fue en uno de los periódicos en el que había visto su foto. Solo hace unas pocas semanas. ¿O fueron días o meses? No era muy buena para llevar el tiempo. Y habían pasado años desde que lo viera. Ella había trazado el contorno de su rostro en la fotografía con su dedo, casi con cariño.   Después de todos estos años él lucía casi igual. No como ella. Su rostro, ella lo tocó con la yema de sus dedos, ahora estaba arrugado y el recuerdo de él tocándolo en el pasado provocaba lágrimas en sus ojos. Él era un hombre gentil. El primer hombre que había sido así con ella. Y para nada capaz de hacer algo como lo que decía en el periódico. Quizás era una fotografía vieja. Ella no solía leer, aunque sabía cómo hacerlo. Se confundía algunas veces con ciertas palabras. Pero sabía dónde había sido impreso el periódico en el pueblo y ella memorizó el nombre de la periodista - Melissa Howey.

    Después de que se reuniera con la periodista, habían ido a la policía con su historia y ellos la pusieron en una casa – bueno, un piso municipal en Fawdon. Ellos no podían procesar su declaración, dijeron, o usarla en la corte a menos de que ella tuviera una dirección fija y pudieran encontrarla cuando necesitaran llevarla ante la corte.

    Se suponía que ella debía estar quedándose en el piso pero no podía. Ella simplemente no podía permanecer dentro del edificio. Sentía que las paredes le presionaban y la hacían sentir como si no pudiera respirar, como si se estuviera ahogando. Había pasado una noche en el lugar y se había vuelto loca para la mañana siguiente. La mujer policía que habían traído para tener un ojo en ella fue fácil de burlar. La había visto afuera, en el carro, observando, manteniendo vigilada la puerta principal. Ella se había escabullido por atrás. Ya lo había hecho algunas veces. Ellos no lo habían notado - ninguna persona de la policía que ponían para vigilarla. Pero estaba bien. Ella estaba cumpliendo con las condiciones. Ella tenía una dirección.

    ¿Y la apelación cuándo sería escuchada? Quizás ya había sucedido. Recordaba que era cerca de la mitad del mes, pero no la fecha. Algunas semanas - incluso días - tenían una manera de mezclarse con la otra y ella perdía la noción del tiempo. Ella iría a la estación de policía al día siguiente y le preguntaría a un oficial mayor si la apelación ya había sucedido, no a la mujer policía que habían enviado aquella noche. Ella lucía como una niña, recién salida de la escuela.

    Si Albert estuviera libre ahora, ¿dónde estaría? ¿Podría verlo? Entonces ella les diría que ya no necesitaba del apartamento. Alguien más podía usarlo. Alguien que quisiera tenerlo. Quizás alguien con niños. A ella le gustaba esa idea de dejar el espacio para que alguien que lo necesitara pudiera tenerlo.

    Se acomodó debajo de los arbustos toda envuelta ya y se deslizó a la inconsciencia, pensando en él pero se despertó de golpe cuando escuchó un resoplido. Venados. Algo los había asustado. Ella giró su cabeza despacio de un lado al otro pero no podía ver u oír algo excepto el crujir del plástico en el que estaba envuelta. El olor a húmedo de la tierra mojada a su alrededor la tranquilizaron. Ella se recostó y se concentró en respirar lentamente. Luego escuchó el chillido misterioso de los zorros cerca y se relajó. Solo eran ellos quienes habían asustado a los venados. Ella tanteó a su alrededor y tomó el palo que tenía cerca. En caso de que se les ocurriera jugar con ella. Solo déjenlos intentarlo.

    Después de un rato ella sintió sus ojos cerrándose de nuevo dentro de la calidez de su bolsa de dormir improvisada, aunque se despertaba a cada rato, recordando los momentos que pasó con él en el pasado. Ellos dijeron que él era simple, pero él no lo era. No el hombre que ella conocía quien, como ella, no vivía bajo las reglas de los hombres ordinarios. No era un tonto y tenía un buen corazón.

    Se habían divertido mucho juntos en los viejos días, en Castle Eden Dene, donde él vivía. En aquellos días, ella era mucho más con eso. Sabía que día de la semana era y que mes e incluso la hora del día. Tenía un reloj de cuerda y tenía la fecha en él. Así era como ella sabía, le dijo al policía, justo cual semana era la que pasó con Albert en el bosque.

    Habían dormido juntos en el exterior. Había estado tan cálido, ni siquiera se habían envuelto en plástico. Ella había querido ver el interior de la casa. Tenía paredes y un techo y una puerta y todo. Pero él había dicho que a su madre no le gustaría. Fue cuando ella descubrió que su mamá vivía en la casa que pensó en irse.

    Entonces, cuando le estaba ayudando a podar las zarzas en el camino que llevaba hacia la casa en el Dene, escucharon los gritos. Él había corrido hacia el Dene y ella le había seguido. Había parecido como si los gritos continuaran por años pero no lo hicieron y no sabían hacia dónde mirar. Luego él había comenzado a correr hacia la playa. Ella no pudo seguirle el paso y lo había perdido de vista por un rato. Luego lo había alcanzado en un claro al borde de Dene. Albert estaba arrodillado. Ella podía ver un par de piernas sobre el suelo - de una mujer - y un charco de sangre al otro lado.

    Él se levantó y se giró, estaba cubierto en sangre. Y al mismo tiempo, había algo entre los arbustos a la derecha del claro. Pensó que podía ver un par de ojos mirándole. No pudo soportarlo.

    Ella se giró y corrió y corrió tan rápido como podía, sus piernas temblándole. Ella no paró de correr hasta que llegó a la gran autopista, cinco millas en la dirección contraría, consiguió un aventón en un camión que la alejó de ahí.

    Sí, fue hace mucho tiempo y perdió la noción del mismo pero podía recordar ese año bastante bien. Fue el primer año que no había dormido en una casa. No era capaz de conformarse con algo, así que no podía quedarse en un lugar por mucho tiempo.

    Se preguntaba si ella podría quedar en la casa con él ahora. Su mamá ya estaba fuera del cuadro desde hace tiempo, o eso era lo que ella pensaba que decía el periódico, y sintió una pizca de anticipación por verlo de nuevo. Si ella regresaba a la casa con él cuando lo liberaran, quizás podría quedarse ahí con él. Ambos eran viejos ya. Sería lindo no tener que moverse todo el tiempo. Y tener a alguien con quien pasar el tiempo entre la naturaleza.

    En el preciso momento en que sus ojos se cerraron y ella se deslizó en un sueño placentero de lo que podría ser, sintió algo afilado cruzar su cuello y un golpe de adrenalina le llenó. Ella abrió sus ojos y trató de levantarse. La humedad caliente que sintió derramarse por su clavícula y hombros la sorprendió. Su cuerpo comenzó a temblar y sintió frío. Sus dedos se movieron y soltaron el palo que había estado sujetando. Intentó levantarlos para sentir que estaba mal pero no tenía fuerza en sus miembros. Tuvo solo un momento para ver las estrellas atenuarse en los cielos encima de ella antes de que la oscuridad cayera y ya no pudiera ver más.

    La última cosa de la que fue consciente en esta vida fue el gruñir bajo de los animales en los arbustos y el sonido de gorgoteo de su vida escurriéndose. Pronto se volvieron indistinguibles para ella. Y luego, nada.

    Domingo, noviembre 23, 2014

    DOS

    La Sargento Detective Abby Foulkes apartó las cortinas y miró el clima sombrío de afuera. El cielo estaba oscuro. Premonitorio. Ella se estremeció, apretando sus manos para forzar algo de calor en su figura delgada. Había perdido peso desde el asesinato de su pareja Rafe, y aún no había señal de que fuera a recuperar ese peso. Se despertaba temprano siempre últimamente. Como ahora. Aún faltaba mucho tiempo para que necesitara estar lista para ir a trabajar.

    Se mordió el labio mientras miraba las formas oscuras de los árboles en el campo de golf un poco más allá del Ouseburn frente a su casa. Era una locación hermosa para una casa y había sido elección de Rafe. Él quería sentir como si vivieran en el campo, aunque estuvieran viviendo en la ciudad. Y a Abby le había encantado que estuviera tan cerca de la casa de su madre atravesando el Ouseburn en la urbanización de la Granja de la Casa Roja. Pero las formas de los arboles, doblándose y agitándose en el viento de otoño, hicieron que Abby se sintiera melancólica mientras las observaba moverse. Aunque no podía escuchar el viento a través de los ventanales de doble vidrio, podía imaginar el sonido silbante y misterioso que hacia cuando atravesaba el espacio entre su propiedad y la de su madre. El pronóstico del clima para ese día era de lluvia con fuertes vientos. ¿Era por eso que se estaba sintiendo tan ansiosa? ¿O solo se estaba preocupando por su hijo, Johnny, caminando por su cuenta hacia la casa de su madre mientras aún estaba oscuro?

    Desde el verano lo había estado dejando caminar hacia la casa de su mamá por las mañanas y de regreso por las noches, cuando el turno de ella terminaba. Johnny solo tenía siete y medio, pero su mamá, Doris, lo encontraba en el puente peatonal, a mitad del camino entre sus casas, y lo encaminaba todo el camino de vuelta por la noche. La casa de su madre solo estaba a media milla, así que solo estaba solo por cinco minutos. No era la distancia la que preocupaba tanto a Abby como el espacio pequeño y aislado que tenía que atravesar para llegar al puente al otro lado del Ouseburn.

    No le había gustado en Octubre, cuando aún estaba oscuro por la mañana antes de la escuela pero su madre la había sentado y lo habían platicado. No era una distancia grande. Ella estaba ahí para encontrarlo en el puente y no había tráfico. No podían dejar que lo que había sucedido durante el último año dictara su manera de actuar. No sería correcto detener la independencia de Johnny o hacerle perder confianza solo porque estaba oscuro, o porque Abby tenía miedo de lo que pudiera pasar. Abby respiró lentamente, imaginando que pudiera pasar pero Barney, su perro de tres años adoptado, acompañaba a Johnny en cualquier dirección. Cualquier atacante lo pensaría dos veces una vez que Barney enseñara los dientes y gruñera.

    Ella sacudió su cabeza tratando de ordenar sus pensamientos.

    Después de que Rafe fuera asesinado en la primavera, ella se había preguntado si podía continuar en la policía. Se sentía responsable, como si su trabajo hubiera traído la maldad a sus vidas. Se había llevado a Johnny a Scíathos a inicios del verano para mostrarle donde se habían conocido ella y Rafe. Pero Johnny había encontrado huesos humanos y ella había sido arrastrada a la investigación. Había encontrado una tranquilidad en seguir los procedimientos y procesos de la investigación. También mucha irritación, recordó. Los griegos tenían su propia manera de hacer las cosas. Una sonrisa jugó en las comisuras de sus labios mientras recordaba al Teniente Angelo Christofis, el investigador principal, pequeño pero lleno de energía, cuya sonrisa lucía torcida cuando estaba perturbado. Ella encontró en él un oponente formidable contra el cual luchar al principio pero al final, habían encontrado una manera de trabajar juntos y él se había convertido en un amigo.

    Sí, había progresado mucho desde la primavera pero aún así se sentía fría por dentro, mirando a los árboles de afuera doblarse en el viento. Quizás solo era que el otoño era sobre la muerte y ¿no habían tenido suficiente de eso este año?

    De repente se sorprendió. Sintió una nariz húmeda empujar contra su mano y se giró para acariciar la fuente de los resoplidos – Barney. Barney era una cruza entre un retriever y un spaniel de campo. Era bastante energético y había cansado a sus viejos amos. A pesar de que tuviera tres años, aún tenía la actitud de un cachorro en su emoción al recibir comida o salir a caminar o al verla a ella o a Johnny después de una ausencia. Se agachó para besarle la cabeza. Eran tan afortunados de tenerlo. No pudieron haber encontrado un mejor perro.

    Había escuchado que no se deberían tomar decisiones importantes durante el primer año de duelo. Se estaba destinado a tomar malas decisiones. Ella había estado reticente al principio, cuando su hermana Tanya y su madre Doris habían sugerido que consiguiera un perro. Pero ahora estaba aliviada de que lo tuvieran porque Johnny era tan feliz con Barney. Le había ayudado a seguir adelante. Y a ella también, sospechaba. No había necesidad para sentirse sola y no amada cuando Barney estaba ahí y podía acurrucarse con él, y no había tiempo para sentirse triste porque era un perro muy demandante. Lo paseaban dos o tres veces al día en la Reserva Natural que quedaba entre su casa y la de su mamá. Por ahora era un tipo de vida establecida. Ella y Johnny se quedarían en esa casa grande con Barney, y se acostumbrarían a una rutina nueva sin Rafe.

    Ella revisó la hora y descubrió que sus pensamientos habían amenazado con hacerla llegar tarde. Se puso en acción, apresurándose, vistiéndose y llenando la lavadora y el lavavajillas. Los encendería antes de irse y sacaría las cosas cuando llegara a casa después de su turno. Luego, subió las escaleras con el  golpeteo de las patas de Barney detrás de ella.

    —Johnny —ella abrió la puerta de la habitación de su hijo—. Son las siete en punto. Hora de levantarse.

    Se escuchó un quejido y Johnny rodó.

    —Es domingo.

    —Sí y yo tengo que ir a trabajar. Sabes eso. Empacamos tu mochila anoche. Así que tienes que levantarte e ir con Nana acompañado de Barney.

    Johnny pasó el edredón por encima de su cabeza.

    —Venga, no tenemos mucho tiempo —Abby comenzó a hacerle cosquillas a través del edredón y Barney comenzó a agitar su cola y a ladrar.

    Barney tuvo el efecto que Abby no tuvo. Johnny se quitó el edredón y saltó de la cama, hincándose a un lado del perro y abrazándolo, enterrando su cara en el cuello de Barney. Barney aulló con emoción.

    —Diez minutos —Abby dijo—. Puedes desayunar en la casa de la abuela.

    Ella llamó por teléfono para que Doris fuera a buscar a Johnny. Su madre lo encontraría a mitad del camino. Quizás hoy más cerca con eso del mal clima.

    Abby ayudó a Johnny a que se pusiera su mochila y le beso en despedida. Se quedaría con su abuela e iría a la escuela desde allí en la mañana. Ahora, él disfrutaba quedarse con su abuela varios días a la semana. No tenía mucho caso el recogerlo a las nueve de la noche después de que ella terminara sus turnos nocturnos solo para que él se fuera directo a la cama. Johnny estaría más seguro quedándose con su abuela.

    Cuando abrió la puerta de entrada, una fuerte ráfaga de aire frío levantó varias hojas en el pórtico, causando que Johnny se riera y que Barney ladrara juguetonamente.

    —¡Es una tormenta!

    Johnny estaba tan emocionado que salió corriendo. El viento era tan fuerte que Abby sintió varias hojas pasar silbando junto a ella. Casi llama a Johnny para que regresara a ponerse un sombrero. Parecía que estuviera a punto de llover a cántaros. Pero se sacudió sus sentimientos mientras Johnny corría por la calle y Barney le seguía. Su madre tenía ropa extra – sombreros, guantes, abrigos, pantalones. No necesitaba preocuparse. Su madre ya estaba de camino a encontrarlo. Barney no traía una correa pero, aunque aún era asustadizo como un cachorro, se comportaba muy bien. Johnny se giró para despedirse con la mano. Abby sonrió y se esforzó por responder la despedida, sosteniendo la puerta en contra del viento al mismo tiempo. Ella observó hasta que ambos desaparecieron al girar en la esquina.

    Para evitar preocuparse por Johnny, Abby dirigió sus pensamientos hacia el trabajo del día que comenzaba, mientras se preparaba para salir de la casa. Tenía un turno de todo el día y estaban ocupados. La liberación condicional de un sentenciado de por vida, Albert Crofts, era inminente. Sería liberado en dos días, el 25 de noviembre. Normalmente esto no tendría nada que ver con ellos – el crimen por el cual había sido encontrado culpable había sido cometido en el Condado de Durham – pero era complicado.

    Su liberación estaba sobre una apelación iniciada por su hermano en el 2013 cuando se comenzó a postular que se encontró que una parte de la evidencia forense, la cual había sido utilizada para que lo condenaran, estaba basada en una metodología defectuosa. Albert Crofts había pasado los últimos veinte años dentro y ahora la Corte de Apelación le había otorgado una fecha para su libertad condicional, la cual comenzaba en dos días.

    En un giro que nadie había previsto, una testigo vulnerable en el caso, que no había sido localizada en 1994, había aparecido en su jurisdicción en octubre – hace solo tres semanas – en una explosión de publicidad. El asesinato por el cual Albert Crofts había sido condenado era una de los más infames del Noreste y la testigo había sido encontrada por una de las mejores periodistas de Newcastle, Melissa Howey, como resultado de una serie de artículos que había escrito sobre casos de asesinatos en la región. La testigo era una alcohólica vagabunda y normalmente no se le habría dado mucha credibilidad a su evidencia pero la atención de los medios había elevado la importancia de su declaración y su seguridad. Como resultado de toda la publicidad, en orden para proteger al testigo y su testimonio, el equipo de Abby había sido hecho responsable de la seguridad y bienestar de la testigo hasta que su testimonio fuera escuchado en la corte y la protesta del público murió. Que se apareciera así había causado un cambio de dirección y ahora estaba a consideración si Albert Crofts en verdad sería o no absuelto del crimen. La testigo estaba programada para ir a corte el lunes, el día antes de la liberación de Crofts.

    El Jefe de Abby, el Inspector Detective Jack Markham le había asignado a Abby la revisión del los archivos originales del caso y la evidencia. Este era su primer caso desde que regresara a trabajar; después del asesinato de Rafe a principio de ese año, Jack se había vuelto bastante protector de Abby. Él preferiría que ella pasara su tiempo en un caso viejo que haciendo algo nuevo. Él le estaba dando tiempo para que encontrara su equilibrio de nuevo después de su descanso extendido tras la muerte de Rafe, aunque ella no estaba muy convencida de que este caso en particular fuera a ser fácil.

    Recordaba cuando él le había informado sobre eso. Eran apenas unas semanas y justo después de que la testigo nueva apareciera en escena. Mientras Albert Crofts se había referido continuamente a la amiga con la que había estado en el momento del asesinato, durante los interrogatorios, la policía no había sido capaz de localizarla, a pesar de la búsqueda y la petición en televisión.

    —Quiero que revise el caso original —Jack había dicho—. Crofts va a salir de prisión bajo la apelación de su hermano. Pero con este testigo apareciendo, es posible que el hombre equivocado haya sido condenado por el crimen y todo este tiempo puede que aún haya un asesino allá afuera. Alguien quien se salió con la suya por veinte años. Hay una revisión del caso en proceso y quiero que usted esté involucrada con eso. He pedido copias de todos los archivos para que le sean enviados. Cuando los esté repasando, busque cualquier cosa que fuera omitida en ese momento o que pudiera apuntar hacia el asesino aún allá afuera.

    Abby tragó. Era una tarea enorme. Pero por supuesto, ella daría lo mejor y lo miraría todo con una mente abierta. De otra manera, puede que perdiera algo crucial, algo que pudiera llevar a una condena alternativa. Quizás como Jack había sugerido, el asesino real aún estaba allá afuera en algún lado. Las copias de los archivos apenas habían llegado el día anterior y aún no había tenido la oportunidad de mirarlos. Eso estaba primero en su lista de cosas por hacer de hoy.

    Crofts se había declarado inocente en el juicio y había mantenido su posición desde entonces. Era conocido como un negador en la prisión pero era eso lo que, en la mente de Abby, le daba esa inclinación hacia inocente. Como un prisionero, Crofts hubiera tenido que demostrar con su comportamiento en prisión, que su riesgo

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