El crimen de la guerra
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Alberdi estudia el origen histórico del derecho de guerra. Analiza la naturaleza perversa de ese derecho, la responsabilidad que apareja el crimen de la guerra y sus efectos perniciosos. Para Alberdi la sofística belicista elude las cuestiones sin resolverlas en realidad. Así concluye que la guerra es un delito a cuya abolición hay que aspirar.
Alberdi propone dos alternativas para evitar las guerras. La primera sería aplicar el derecho de los hombres a las naciones y la segunda sería promover, aún más, el libre comercio.
«El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, solo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es la realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra.
Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización.
Esto se explica por la historia. El derecho de gentes que practicamos es romano de origen como nuestra raza y nuestra civilización.
El derecho de gentes romano, era el derecho del pueblo romano para con el extranjero.»
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El crimen de la guerra - Juan Bautista Alberdi
Juan Bautista Alberdi
El crimen de la guerra
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: El crimen de la guerra.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de la colección: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 9788490074374.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-721-2.
ISBN rústica: 978-84-96428-59-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-213-9
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 11
La vida 11
Los cimientos civilizatorios 13
El crimen de la guerra 15
Para el prefacio 17
Capítulo I. Derecho histórico de la guerra 19
I. Origen histórico del derecho de la guerra 19
II. Naturaleza del crimen de la guerra 22
III. Sentido sofístico en que la guerra es un derecho 26
IV. Fundamento racional del derecho de la guerra 28
V. La guerra como justicia penal 29
VI. Orígenes y causas bárbaras de la guerra en los tiempos actuales 31
VII. Solución de los conflictos por el poder 33
Capítulo II. Naturaleza jurídica de la guerra 35
I. Distinción entre crimen y retribución de la agresión 35
II. Los poderes soberanos cometen crímenes 35
III. Análisis del crimen de la guerra 36
IV. La unidad de la justicia 37
V. La guerra como justicia 38
VI. La locura de la guerra 39
VII. Barbarie esencial de la guerra 40
VIII. La guerra es un sofisma: elude las cuestiones..., no las resuelve 41
IX. Base natural del derecho internacional de la guerra y de la paz 43
X. El derecho internacional 46
XI. El derecho de la guerra 48
XII. Naturaleza viciosa del derecho de la guerra 50
XIII. El duelo 51
XIV. Son los que forjan las querellas los que deben reñir 51
XV. Peligros del derecho de la propia defensa 52
XVI. La guerra es inobjetable si se coloca fuera de toda sospecha de interés 53
Capítulo III. Creadores del derecho de gentes 55
I. Lo que es el derecho de gentes 55
II. El comercio como influencia legislativa 57
III. Influencia del comercio 59
IV. La libertad como influencia unificadora 60
Capítulo IV. Responsabilidades 65
I. Complicidad y responsabilidad del crimen de la guerra 65
II. Glorificación de la guerra 66
III. Sanción penal contra los individuos 68
IV. Responsabilidad de los individuos 69
V. Responsabilidad de los Estados 70
VI. El establecimiento de la responsabilidad individual 73
VII. Prueba de guerra 74
Capítulo V. Efectos de la guerra 75
I. Pérdida de la libertad y la propiedad 75
II. Simulación especiosa de riqueza 78
III. Pérdida de población 79
IV. Pérdidas indirectas 81
V. Auxiliares de la guerra 82
VI. De otros males anexos y accesorios de la guerra 84
VII. Supresión internacional de la libertad 87
VIII. De los servicios que puede recibir la guerra de los amigos de la paz 88
IX. Guerra y patriotismo 90
Capítulo VI. Abolición de la guerra 91
I. La difusión de la cultura 91
II. Influencias que obran contra la guerra 92
III. Autodestructividad del mal 93
IV. Cristianismo. Comercio 94
V. Ineficacia de la diplomacia 100
VI. Emblemas de la guerra 102
VII. La gloria 103
VIII. Gloria pacífica 105
IX. El mejor preservativo de la guerra 105
X. Influencia de las relaciones exteriores 107
Capítulo VII. El soldado de la paz 109
I. La paz es una educación 109
II. Valor fundamental de la cultura 110
III. La paz y la libertad 112
Capítulo VIII. El soldado del porvenir 115
I. La publicidad de la sentencia 115
II. La profesión de la guerra 117
III. Análisis 118
IV. La espada virgen 119
V. El guardia nacional 120
VI. El soldado de la ciencia 122
Capítulo IX. Neutralidad 125
I. La sociedad universal 125
II. Representación de la unidad 127
III. La misma fuerza del sentimiento 129
IV. El sentimentalismo universal 132
V. Los neutrales 134
VI. Neutralización de todos los Estados 136
VII. Extraterritorialidad 136
Capítulo X. Pueblo-mundo 139
I. Derechos internacionales del hombre 139
II. Pueblo-mundo 140
III. Pretendida influencia benéfica de la guerra 144
IV. Crecimiento espontáneo de la autoridad 145
V. La organización del mundo 147
VI. La organización natural 149
VII. La naturaleza humana 151
VIII. Analogía biológica 152
IX. De tales leyes 156
X. El derecho internacional 157
XI. Si no Estados Unidos de Europa, será una organización común 158
XII. Pasos hacia la unidad 160
XIII. El mar como influencia 162
XIV. El vapor y el comercio 163
XV. El derecho internacional 164
XVI. Inventores y descubridores 166
XVII. Ingenieros 167
XVIII. La ley precede a la conciencia de ella 169
XIX. Asociación entre ciudadanos 170
XX. La federación 171
XXI. Unión continental 174
XXII. El canal de Suez 175
Capítulo XI. La guerra o el cesarismo en el Nuevo Mundo 176
I. La independencia exterior 176
II. Razones para la afición a la guerra 178
III. San Martín y su acción 179
IV. Carrera de San Martín 180
V. Poesía 185
VI. La guerra no logra dar la libertad 187
VII. Liberalismo militarista 189
VIII. El militarismo inconsistente 190
IX. La guerra, esencialmente reaccionaria 191
X. Libre comercio 193
Libros a la carta 197
Brevísima presentación
La vida
Juan Bautista Alberdi (Tucumán, 1810-París, 1884). Argentina.
Era hijo de un comerciante español y de Josefa Aráoz, de la burguesía tucumana. Su familia apoyó la revolución republicana; Belgrano frecuentaba su casa y Juan Bautista lo consideró un gran militar y un padrino, dedicando numerosas páginas a defender su figura. Esta actitud lo hizo polemizar con Mitre, y ganarse la enemistad de Domingo Faustino Sarmiento.
Alberdi estudió en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires y abandonó los estudios en 1824. Por esa época, se interesó por la música. Poco después estudió derecho y en 1840 recibió su diploma de abogado en Montevideo.
Fue autodidacta. Rousseau, Bacon, Buffon, Montesquieu, Kant, Adam Smith, Hamilton y Donoso Cortés influyeron en él. En 1840 marchó a Europa. Volvió en 1843 y se asentó en Valparaíso (Chile) donde ejerció la abogacía. En otro de sus viajes a Europa como diplomático, pretendió evitar que las naciones europeas reconocieran a Buenos Aires como nación independiente y se entrevistó con el emperador Napoleón III, el Papa Pío IX y la reina Victoria de Inglaterra. Mitre y Sarmiento lo odiaron.
Alberdi vivió entonces fuera de Argentina y regresó en 1878, cuando fue nombrado diputado nacional. Había sido diplomático durante catorce años. Las cosas habían cambiado: Sarmiento envió a su secretario personal a recibirle y lo abrazó. Sin embargo, los mitristas impidieron que fuera otra vez nombrado diplomático, en esta ocasión en París. Murió en un suburbio de dicha ciudad el 19 de junio de 1884.
Los cimientos civilizatorios
Juan Bautista Alberdi escribió El crimen de la guerra en 1872, bajo la profunda impresión que le produjo la derrota paraguaya en la llamada Guerra del Paraguay y sus secuelas en la población de dicho país:
El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, solo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es la realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra.
Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización.
Esto se explica por la historia. El derecho de gentes que practicamos es romano de origen como nuestra raza y nuestra civilización.
El derecho de gentes romano, era el derecho del pueblo romano para con el extranjero.
El crimen de la guerra es uno de los más célebres textos políticos de la Argentina del siglo XIX. La guerra ha sido una constante de la historia de América. Aquí Alberdi reflexiona sobre su sentido y sus consecuencias.
El crimen de la guerra
Para el prefacio
La victoria en los certámenes, como en los combates, no es la obra del que juzga. El juez la declara, pero no la hace ni la da. Son los vencidos los que hacen al vencedor. A este título concurro en esta lucha: busco el honor de caer en obsequio del laureado de la paz.
Concurro desde fuera para escapar a toda sospecha de interés, a toda herida de amor propio, a todo motivo de aplaudir el desastre de los excluidos. Asisto por las ventanas a ver el festín desde fuera, sin tomar parte de él, como el mosquetero de un baile en Sudamérica, como el neutral en la lucha, que, aunque de honor y filantropía, es lucha y guerra. Es emplear la guerra para remediar la guerra, homeopatía en que no creo.
Si no escribo en la mejor lengua, escribo en la que hablan cuarenta millones de hombres montados en guerra por su temperamento y por su historia.
Pertenezco al suelo abusivo de la guerra, que es la América del Sur, donde la necesidad de hombres es tan grande como la desesperación de ellos por los horrores de la guerra inacabable. Es otra de las causas de mi presencia extraña en este concurso de inteligencias superiores a la mía.
Juan Bautista Alberdi
Capítulo I. Derecho histórico de la guerra
I. Origen histórico del derecho de la guerra
El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, solo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es la realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra.
Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización.
Esto se explica por la historia. El derecho de gentes que practicamos es romano de origen como nuestra raza y nuestra civilización.
El derecho de gentes romano, era el derecho del pueblo romano para con el extranjero.
Y como el extranjero para el romano era sinónimo del bárbaro y del enemigo, todo su derecho externo era equivalente al derecho de la guerra.
El acto que era un crimen de un romano para con otro, no lo era de un romano para con el extranjero.
Era natural que para ellos hubiese dos derechos y dos justicias, porque todos los hombres no eran hermanos, ni todos iguales. Más tarde ha venido la moral cristiana, pero han quedado siempre las dos justicias del derecho romano, viviendo a su lado, como rutina más fuerte que la ley.
Se cree generalmente que no hemos tomado a los romanos sino su derecho civil: ciertamente que era lo mejor de su legislación, porque era la ley con que se trataban a sí mismos: la caridad en la casa.
Pero en lo que tenían de peor, es lo que más les hemos tomado, que es su derecho público externo e interno: el despotismo y la guerra, o más bien la guerra en sus dos fases.
Les hemos tomado la guerra, es decir, el crimen, como medio legal de discusión, y sobre todo de engrandecimiento, la guerra, es decir, el crimen como manantial de la riqueza, y la guerra, es decir, siempre el crimen como medio de gobierno interior. De la guerra es nacido el gobierno de la espada, el gobierno militar, el gobierno del ejército que es el gobierno de la fuerza sustituida a la justicia y al derecho como principio de autoridad. No pudiendo hacer que lo que es justo sea fuerte, se ha hecho que lo que es fuerte sea justo (Pascal).
Maquiavelo vino en pos del renacimiento de las letras romanas y griegas, y lo que se llama el maquiavelismo no es más que el derecho público romano restaurado. No se dirá que Maquiavelo tuvo otra fuente de doctrina que la historia romana, en cuyo conocimiento era profundo. El fraude en la política, el dolo en el gobierno, el engaño en las relaciones de los Estados, no es la invención del republicano de Florencia, que, al contrario, amaba la libertad y la sirvió bajo los Médicis en los tiempos floridos de la Italia moderna. Todas las doctrinas malsanas que se atribuyen a la invención de Maquiavelo, las habían practicado los romanos. Montesquieu nos ha demostrado el secreto ominoso de su engrandecimiento. Una grandeza nacida del olvido del derecho debió necesariamente naufragar en el abismo de su cuna, y así aconteció para la educación política del género humano.
La educación se hace, no hay que dudarlo, pero con lentitud.
Todavía somos romanos en el modo de entender y practicar las máximas del derecho público o del gobierno de los pueblos.
Para no probarlo sino por un ejemplo estrepitoso y actual, veamos la Prusia de 1866.¹
Ella ha demostrado ser el país del derecho romano por excelencia, no solo como ciencia y estudio, sino como práctica. Niebühr y Savigny no podían dejar de producir a Bismarck, digno de un asiento en el Senado Romano de los tiempos en que Cartago, Egipto y la Grecia, eran tomados como materiales brutos para la constitución del edificio romano.
El olvido franco y candoroso del derecho, la conquista inconsciente, por decirlo así, el despojo y la anexión violenta, practicados como medios legales de engrandecimiento, la necesidad de ser grande y poderoso por vía de lujo, invocada como razón legítima para apoderarse del débil y comerlo, son simples máximas del derecho de gentes romano, que consideró la guerra como una industria tan legítima como lo es para nosotros el comercio, la agricultura, el trabajo industrial. No es más que un vestigio de esa política, la que la Europa sorprendida sin razón admira en el conde de Bismarck.
Así se explica la repulsión instintiva contra el derecho público romano, de los talentos que se inspiraron en la democracia cristiana y moderna, tales como Tocqueville, Laboulaye, Acollas, Chevalier, Coquerel, etc.
La democracia no se engaña en su aversión instintiva al cesarismo. Es la antipatía del derecho a la fuerza como base de autoridad; de la razón al capricho como regla de gobierno.
La espada de la justicia no es la espada de la guerra. La justicia, lejos de ser beligerante, es ajena de interés y es neutral en el debate sometido a su fallo. La guerra deja de ser guerra si no es el duelo de dos litigantes armados que se hacen justicia mutua por la fuerza de su espada.
La espada de la guerra es la espada de la parte litigante, es decir, parcial y necesariamente injusta.
II. Naturaleza del crimen de la guerra
El crimen de la guerra es el de la justicia ejercida de un modo criminal, pues también la justicia puede servir de instrumento del crimen, y nada lo prueba mejor que la guerra misma, la cual es un derecho, como lo demuestra Grocio, pero un derecho que, debiendo