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Las tentaciones y el Diablo
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Las tentaciones y el Diablo

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“Lo único que puedo aconsejarte es que, cuando sientas esas tentaciones de hacer algo malo, huyas, corras, y no des espacio para que el maldito tome el control. No lo permitas nunca…”
Ignorar la tentación siempre ha resultado difícil para el ser humano, sobre todo porque su atracción se impone ante nosotros y no podemos más que perdernos en ella.
LanguageEspañol
PublisherEditorial Ink
Release dateFeb 14, 2019
Las tentaciones y el Diablo
Author

Carlos Daniel Robles

Además de tener la licenciatura en Administración de Empresas por la Universidad Veracruzana, Carlos Daniel Robles es escritor y ha sido merecedor del Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo en México, con la colección de relatos Sexo sin pudor y algunas lágrimas, que ha sido presentado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Jalisco, en diciembre del año 2009; lo mismo que en la FIL del Palacio de Minería, en Febrero del año 2010. El autor ha sido condecorado con mención honorífica en el Segundo Concurso Internacional de Relato Playboy en el año 2010, con el cuento ''Me Arrepiento'', que pertenece a la colección de relatos Las tentaciones y el diablo, publicado por Editorial Ink. Además, ha sido finalista en el VIII Concurso Literario Internacional Ángel Ganivet 2014, con el cuento ''Corre a los Cerros''.

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    Las tentaciones y el Diablo - Carlos Daniel Robles

    Mann.

    ME ARREPIENTO

    De afuera se escuchaban y veían relámpagos y truenos, pero no llovía. Adentro, en la pequeña bodega, Sandro buscaba sentarse en el suelo sin ser escuchado por Eduardo quien con las manos y pies amarrados y los ojos y boca cubiertos con cinta de aislar, levantaba el rostro al sentir la presencia, pero sin poder decir nada.

    Sandro, jugueteando con una pistola, lo observó a la distancia: Eduardo se había orinado encima como tres veces. El olor lo alcanzó y sintió repulsión. Sus compinches le habían encomendado asearlo y cambiarle la ropa, pero no se animaba a actuar.

    Lo que deseaba Sandro era que se ejecutara pronto el negocio, recibir su participación, y buscar olvidar pronto esta horrible pesadilla.

    El operativo fue rápido.

    Todo fue planeado y llevado a cabo en tan sólo una semana. En caliente se hacen las cosas, compa, anímate y pronto estarás disfrutando del sol en Cancún, le dijo Siete, el líder de la banda, quien se lo presentó Julián, viejo amigo de la colonia.

    Sí, todo fue rápido, pero ahora Sandro lo reproducía en su cabeza en cámara lenta y de forma cruda. Las imágenes no se borraban de su mente por más que lo intentaba. Cuando con el corazón a punto de salirse de su pecho, esperaron pacientes que la camioneta de Eduardo transitara el camino solitario de terracería, que conducía a su casa de descanso a orilla del río Papaloapan. Cuando Siete dio la indicación a su banda de cruzar el auto en el camino, y cuando todos, excepto él mismo (Sandro), rodearon la camioneta apuntando con las pistolas. Cuando vio la cara de pánico de Eduardo al notarse rodeado por hombres con pasamontañas en los rostros y, cuando a golpes y disparos a las llantas, lo obligaron a descender. Cuando con gritos y mentadas de madre le cubrieron el rostro con una capucha, y cuando a empujones lo subieron al vehículo… Cuando el aturdido muchacho, con algunos porrazos en el cuerpo y sin poder distinguir nada, clamaba por su vida llorando remiso.

    Sandro recibía las imágenes en la cabeza a cada instante, en todo momento, no hallando serenidad ni pensando en el dinero que daba por hecho recibiría.

    Miró a su víctima de nuevo.

    Aparte de asearlo debía darle de comer. Entonces colocó la cabeza entre las manos y buscó reconfortarse hablándose a sus adentros:

    "Si no necesitara el dinero como me urge no lo hubiera hecho; te lo juro. ¡Maldita situación! ¡Maldito vicio! Maldito yo... Si no debiera todo ese billete, primo, te juro que no estuviera haciéndote pasar por toda esta chingadera. Y es que di por hecho que ganaba; tenía buena mano. Pero no fue suficiente y ahora pago o me muero… Chingaos, chingaos, ni modo, no hay de otra que hacer de tripas corazón; ni pedo güey, ni pedo. Ojalá el tío pague rápido y no se ponga con sus madres de muy influyente. Aquí no vale nada de eso, aquí no. Que no me venga con que muy fregón y que todos le hacemos los mandados porque está metido en la política, como siempre lo ha clamado a los cuatro vientos. Mamón e idiota como él solo… Que pague rápido, chihuahua, que no vaya a ponerse con sus estupideces de sentirse intocable; que no se ponga en ese plan ahora…

    —Y es que tú tienes la culpa, primo: siempre tan presumido, soberbio y déspota, igual que el tío. Ya traía ganas de regresarte un poco de tus groserías, ésas que nos hiciste tanto a mi familia como a mí. Siempre haciéndonos menos; siempre diciendo ser superiores a nosotros… Y ni lo son. Bien sabemos que todo fue un golpe de suerte; un maldito golpe de suerte. El mejor amigo de tu papá agarró un buen hueso y se lo jaló; lo metió en todas sus raterías en esas dependencias del gobierno en las que, bien sabemos, nada se mueve si no hay dinero por delante… Gachos, gachos, gachos; no nos quisieron jalar que por el apellido, que porque mi papá y el tuyo son primos hermanos. No mamen. Si por todos es sabido que eso vale madres, porque cuando se quiere ayudar a la familia se le ayuda de cualquier forma. Egoístas. Pero todo se regresa cuando obran mal. Lo estamos viendo. Esto es karma.

    —¿Qué necesidad había de esto?

    —¿Qué necesidad?

    —Si desde el principio nos hubieran echado la mano no estuviéramos pasando por toda esta bronca, carajo, nada de esto. Si no hubieran sido tan soberbios siempre alardeando sus nuevas casas, sus nuevos coches, sus vacaciones en el extranjero; sus nuevas viejas. Se creen mucho por estar en ese lugar donde el dinero les llega por montones con sólo extender la mano. Ni que tuvieran la gran inteligencia o la gran preparación: igual de pendejos que uno… sólo que con buena suerte; eso que ni qué.

    —Pero se les acabó; por esta vez se les acabó. Ahora o sueltan la marmaja o la sueltan hijos de suchi. Pago mis drogas y me voy unos días a Cancún, inguesu. A ver qué invento para salir de la ciudad y que no sospechen de mí. Porque hay que saber simular. No vaya a ser que por alocarme con el billete vayan a darse cuenta que planeé el negocio. Debo actuar con inteligencia… Conque no tome el sol será suficiente y diré que fui a otra ciudad a buscar trabajo. Eso haré. Pero sí merezco esas vacaciones, sí merezco un descanso…

    —¿Cómo les estará yendo a Julián y a Siete? Esto debe hacerse rápido o se viene abajo. Si el tío se pone de idiota le avisará a la policía y todo se volverá ojo de hormiga. Ojalá suelte pronto lo del rescate y nos quitamos de problemas".

    Sin querer lo último lo susurró provocando que Eduardo levantara la cabeza. Sandro lo percibió y, recriminándose, se llevó las manos al rostro y de ahí al cabello. Si lo identificaban, los planes tendrían que cambiar y esto sería de forma drástica. No lo quería ni pensar. No. De eso no era capaz. Él no era ningún maleante y mucho menos asesino; además que, después de todo, le tenía cariño al primo y a su familia:

    "No lo podría hacer. ¿Cómo le daría el pésame a la tía que tan chula ha sido con nosotros desde siempre? Tan linda que nunca cambió su forma de ser a pesar del dinero que les llegó a raudales: siempre ella misma, tan sencilla, tan humilde, tan buena. Cuando les cayó la marmaja cambiaron todos: su marido y sus hijos. Mis primas ya ni nos querían hablar, con eso de que ahora se juntaban con la jaig. Pero la tía nunca lo hizo; nunca cambió. No podría ni mirarla a los ojos —se jaló los cabellos con más fuerza—. Diablos, que pague el puto tío y nos quitamos de broncas, chihuahua.

    —Si no fuera por lo que debo, ni por todas las porquerías que nos han hecho, nunca me hubiera atrevido a realizar esto. ¡Lo juro! Porque después de todo mi primo no es tan mala onda. Sí es engreído y petulante, sí; y cada que podía nos humillaba con algo. Pero también debo decir que se portaba banda con la flota —una gran sonrisa se dibujó en sus labios—. Cuántas veces pagó las borracheras el cabrón. Y las viejas también. Él me presentó a Selma. Claro que no sabía que la iba hacer mi novia. Él namás me la llevó pa´ que me la cogiera. Jé, fue en aquella, una de tantas orgías que organizó para nosotros en su casa del río. Me dijo: mira primo, ésta te la aparté para ti, disfrútala. Y ella dijo: sí, él ya me pagó para que me cojas, si tú quieres, guapo. La pasamos de poca, la neta. Y así hubo varias fiestas más en donde el bato se portó bien chido. Además que cuando está briago es divertido... Todos nos la pasamos muy bien cuando se pone en ese plan…

    —Si yo no quiero hacerle ningún daño. Yo sólo necesito ese billete y no vuelvo a molestarlo jamás.

    —¿Qué por qué no se lo pedí?

    —Porque no iba a darme todo lo que necesitaba. Sólo me hubiera arrojado otra de sus limosnas como siempre lo ha hecho.

    —Lo que debieron hacer era colocarnos en algún puesto como los que tienen y ya nosotros nos habríamos encargado de sacarle todo el jugo. Pero siempre la misma cantaleta: que los acusarían de nepotismo.

    —¡Mis güevos qué!

    —Lo que pasa es que no nos quisieron ayudar para vernos de arriba hacia abajo. Para sentirse siempre superiores a nosotros…

    —Carajo, carajo, que ya se acabe todo esto, hombre. Lo que quiero es verme en Cancún tomándome unas chelas con Selma a mi lado. Ella recibiendo el sol y yo debajo de una sombrilla, porque no puedo broncearme, no puedo… A ver cómo le hago ahora con este canijo para bañarlo y darle de comer sin que yo diga nada. No debe reconocerme. Que no sé por qué me dejaron a su cargo los idiotas aquellos, si bien saben que no puedo hablar. Los muy jijos. Desde el principio quedamos que yo sólo daría la información y ya, que no intervendría en nada, pero a la mera hora quisieron que estuviera en pleno secuestro; y ahora que lo vigile. ¡Qué poca! Pero ya no cederé en nada más y que no vayan a ponerse estúpidos porque aquí nos morimos todos; no en balde tengo mis pistolas listas para cualquier porquería de su parte. Que ni se les ocurra porque ya estoy sospechando. Y cómo no: ¿Por qué no me han dejado escuchar las negociaciones con el tío? No sé ni en realidad cuánto le estarán pidiendo. ¿Y por qué de inmediato me encerraron aquí con el primo? Bien le dije a Julián que buscara gente de confianza, no estos mugrosos que ni sus madres les han de confiar nada. Pero ni modo, yo no conocía a nadie así; ahora me aguanto…

    —A ver; voy a preparar todo: al mal paso, darle prisa".

    Al levantarse, provocó que de nuevo Eduardo moviera la cabeza con nerviosismo, buscando anticipar algo. Sandro lo observó pero no le hizo mayor caso. Procedió a llenar unas cubetas con agua. A una de ellas le puso champú en abundancia y luego introdujo un mechudo agitándolo vigoroso, formando profusa espuma.

    Afuera continuaban los truenos y rayos anunciando la inevitable lluvia, pero no llegaba.

    Sandro cerró los ojos y mandó los pensamientos a Selma, su novia. La miró desnuda caminando por el cuarto del motel. La disfrutaba tanto así, que seguido le demandaba lo hiciera sólo para contemplarle a detalle cada parte de su anatomía. Qué hermosa era. Le recordaba a algunas modelos de la revista Playboy, por lo que de manera frecuente le compraba diminutas prendas similares a las que había visto en aquellas chicas. Le pedía que se las quitara bailando, después que caminara por la habitación y, a posteriori, que subiera con parsimonia a la cama. Ella lo realizaba besándolo desde los pies hasta las puntas de los cabellos. Era La Bella Genio que lo complacía en todo. A continuación se le montaba y galopaba de tal forma que lo hacía estremecerse como ninguna antes lo había logrado. Tuvo que aprender a sobrellevarlo, porque en un principio, ante los primeros embates, se venía de manera furibunda perdiéndose de más placer y dejándola insatisfecha de manera notoria.

    Es tremenda mi Selma. Nadie como ella. Ya me anda por verla. Ojalá termine pronto todo esto, pensó con enorme sonrisa en los labios y con naciente erección en su miembro.

    Retornó a la realidad, y giró adonde se encontraba su primo: Lo levantaría de los cabellos, le quitaría la ropa y lo bañaría con el mechudo. Después le aventaría cubetazos de agua, lo secaría y le pondría la nueva vestimenta. Tendría que portarse lo más salvaje posible. No debía permitir que sospechara

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