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Para Heidegger la verdad es algo que acontece a un individuo: este libro habla de verdades originarias, que no pueden leerse a partir de lo presente y habitual, porque acontecen en momentos esenciales de nuestra vida.
Momentos como el de la experiencia artística, que para Paulina Rivero es similar a la experiencia amorosa: "Cuando amamos no sabemos si somos visionarios capaces de captar lo que para otros permanece oculto, o si más bien somos ciegos incapaces de ver lo que para otros es evidente".
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
El análisis de la existencia (la analítica existenciaria)
De la analítica existenciaria al problema de la verdad
CAPÍTULO II
La verdad De la esencia de la Verdad
La experiencia amorosa como un posible momento esencial
CAPÍTULO III
Arte y verdad
La mirada hermenéutica
EPÍLOGO
AVISO LEGAL
Para Polo, con amor
Cuando se haya conquistado técnicamente y explotado económicamente hasta el último rincón del planeta, cuando cualquier acontecimiento en cualquier lugar se haya vuelto accesible con la rapidez que se desee, cuando se pueda asistir
simultáneamente a un atentado contra el rey de Francia y a un concierto sinfónico en Tokio, cuando el tiempo ya sólo equivalga a velocidad, instantaneidad y simultaneidad y el tiempo en tanto historia haya desaparecido de cualquier existencia de todos los pueblos, cuando al boxeador se le tenga por el gran hombre de un pueblo, cuando las cifras de millones en asambleas populares se tengan por un triunfo... entonces, si, todavía entonces, como un fantasma que se proyecta más allá de todas estas quimeras, se extenderá la pregunta: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y luego qué?
Martin Heidegger
Es casi imposible pensar en un concepto más usado en la vida cotidiana y a la vez más poco meditado que el de verdad
. Usamos verdad
para designar lo opuesto a la mentira, pero también lo opuesto a el error, a la falsedad, y hasta lo opuesto a lo inauténtico. Podemos, pues, concebir la verdad de más de una manera, pero todos, nos demos cuenta de ello o no, tenemos una cierta concepción de la verdad que afecta nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos.
¿Cómo pensar, pues, con claridad, sobre cualquier cuestión, sin saber bien a bien qué decimos cuando aseveramos que algo es verdadero o no lo es? Y aclaremos; al preguntar ¿qué es la verdad?
, no inquirimos acerca de una verdad concreta. Esa cuestión tendría que plantearse preguntando ¿cuál es la verdad? Al preguntar qué es la verdad, preguntamos por el ser de la verdad, por aquello que la verdad es, por qué es aquello que hace que algo sea verdadero: por qué queremos decir cuando decimos que algo es verdadero.
Y con todo, ante la multiplicidad cultural, moral y social vigente, no pareciera tener mucho sentido hablar de la verdad
. No sólo sería del todo imposible hablar de la verdad
como si ésta fuera una y única, sino que la misma reflexión acerca de lo que la verdad es, luce absurda ante un mundo en el que parece no haber verdades
, sino más bien perspectivas
.
Pero éste no es un fenómeno nuevo; el perspectivismo se sostiene en la conciencia de la pluralidad del multiculturalismo y estos factores han existido desde hace miles de años. Pensemos en aquellos griegos que viajaban de un lado a otro para comprobar que sus verdades, en otras latitudes, no lo eran, y que las verdades de los otros no tenían lugar en su cultura. No hay verdad; el hombre es la medida de todas las cosas
llegó a considerar Protágoras ante un mundo en el que bastaba cruzar una cercana frontera para que la verdad cambiara.
Mas si bien es cierto que la filosofía era aún joven cuando surgió la conciencia de la relatividad de la verdad, esta última es aún más palpable hoy en día. Ya no es necesario cruzar frontera alguna; con encender un televisor o ingresar en la internet comprobamos lo endeble y cuestionable de nuestras verdades. Y es que a través de la existencia humana, esto es: a través del espacio y a través del tiempo, las verdades cambian. ¿Es pues factible preguntar por lo verdadero? ¿No bastaría afirmar junto con Nietzsche, que la verdad no existe, que las verdades son inventos humanos, demasiado humanos, que hemos olvidado que lo son?
De cara a la misma tradición filosófica a la que pertenece Nietzsche, Heidegger ofrece una respuesta novedosa y fundamental al problema de la verdad; rescata de su cuna griega un significado arcaico para la verdad, mismo que hoy en día parece abrir nuevas puertas a la filosofía, al conducirla hacia la hermenéutica moderna. Hemos de señalar que en esta recreación del concepto de verdad, este pensador pierde las notas características de la verdad tradicional: la certeza, la verificabilidad y la exactitud. Y por lo mismo no podemos simplemente hablar de una recuperación o un rescate del concepto de verdad, sino de una recreación del mismo, que en el pensamiento heideggeriano se logra a través de su concepción de la verdad como alétheia.
Muchas críticas ha recibido esta filosofía y esta concepción de la verdad. Tugenhat, por ejemplo, ha considerado necesaria la tarea de "desarrollar el concepto de verdad en toda la dimensión que Heidegger estableció con el ‘estado de abierto’, sin prescindir de la idea regulativa de certeza".¹ Pero esa pretensión de Tugenhat da de lleno la espalda al leitmotiv de la filosofía heideggeriana. Como veremos más adelante, para Heidegger esa exigencia de certeza tiene sus raíces en la necesidad de establecer patrones regulativos, patrones normativos uniformes, necesarios para una ciencia que avanza hacia el control del mundo; pero es precisamente esa exigencia la que Heidegger pretende superar.
El intento de esta obra es exponer una concepción revolucionaria de la verdad, que a mi modo de ver encuentra sus raíces en la filosofía expuesta en El nacimiento de la tragedia de Nietzsche. Hemos de hablar, en ese sentido, de la verdad en general. Y ante esto será preciso detenernos un poco, porque hablar de la verdad en general
puede enfrentarnos al menos a dos objeciones fundamentales, que hemos de adelantar. La primera parte del reconocimiento de la necesidad de hablar de la verdad, pero objetaría hacerlo de manera general
, por el evidente riesgo de perderse en generalidades metafísicas. La segunda se refiere a la imposibilidad de hablar de la verdad
, apoyándose en la idea de la muerte de la verdad —esto es: ante la afirmación de que la verdad no existe— propone un mundo en el cual nada es verdadero, todo es creación e invento humano.
Aunque esta última posición pareciera novedosa a raíz del pensamiento llamado posmoderno
, es claro que no tratamos en modo alguno con un fenómeno nuevo; esta idea de la verdad —o debiéramos decir: esta idea de la ausencia de la verdad— nos remite a la sofística de la Grecia clásica, o si queremos un ejemplo más moderno, y con todo, lejano en el tiempo, a filosofías como la de Vahinger, filosofías del como si
, derivadas en línea directa de la filosofía de Nietzsche. Pero atendamos ordenadamente a las dos mencionadas objeciones y encontraremos con ello la veta que nos ha llevado al pensamiento de Martin Heidegger.
Tomemos la primera objeción. Ésta nos dice que la pretensión de preguntar por la esencia de algo en general puede extraviarnos en el vacío de hablar de las cosas en general
, dando por resultado una filosofía inconsistente
y ambigua
. Y no es una objeción que provenga del ámbito de las ciencias; más de un colega, al leer este texto, me sugirió que para hablar de la verdad demarcara de qué tipo de verdad se trata: la verdad en el arte, la verdad política, o la verdad propiamente
filosófica.
Este tipo de objeciones son habituales, son casi cotidianas para quienes se dedican a cuestiones metafísicas, y el problema de la verdad es el más importante y fundamental problema metafísico. La metafísica no plantea el ser de las cosas —esto es; lo que las cosas son— desde un punto de vista sectorial, sino desde el punto de vista más fundamental y general. Uberhaupt
es la palabra alemana con la que se designa la generalidad de búsqueda metafísica.
Preguntar en qué consiste la verdad en general, esto es; qué es aquello en que consiste el fenómeno de la verdad, es una pregunta metafísica. A esa vieja objeción que encubre el miedo de perderse
en generalidades metafísicas
, tendríamos que encararla de entrada recalcando que en efecto se trata aquí de un problema metafísico, el cual —al igual que toda cuestión metafísica— estudia el ser y abarca por lo mismo la totalidad de la filosofía. Porque cualquier punto de vista metafísico tiene siempre resonancias e implicaciones de todo tipo: éticas, epistemológicas, políticas, o de cualquier otra índole.²
Y aún más: todo preguntar metafísico no sólo abarca la totalidad de la metafísica; tiene también repercusiones cotidianas, conlleva implicaciones en la vida misma. Porque todos hablamos y vivimos con presupuestos metafísicos implícitos, ya sea que nos demos cuenta de ello o no. Cuando decimos que algo es bueno, o algo es extraño, o algo es azul, usamos el verbo ser en su tercera persona del singular... continuamente hablamos de los entes —reales o ideales— que son: y tenemos, por lo mismo, una cierta idea de lo que quiere decir ser
. Todos, nos demos cuenta de ello o no, tenemos una cierta concepción del ser y de la verdad que permea nuestro discurso y nuestra acción.
A ese respecto, a Eduardo Nicol le gustaba recordar a aquel personaje de Moliere³ a quien un día se le revela que habla en prosa. Así como todos, aun sin saberlo, hablamos en prosa, todos hablamos también en metafísica
, y vivimos presuponiendo una metafísica, la cual en algunos casos puede ser más o menos coherente que en otros, y esto es así independientemente de que se nos revele este hecho o no. Por eso cualquier posible pregunta por una verdad concreta, por cualquier verdad experimentada en la vida práctica, ya sea en el ámbito científico, político, tecnológico o cotidiano, debería de predisponer de un cierto conocimiento de la verdad en general: porque todos manejamos un cierto concepto de la verdad, sólo que vivimos en la más extrema pobreza del mismo.
Pensar en la verdad hoy desde la metafísica, es a mi modo de ver la plataforma imprescindible para pensar y meditar con serenidad en cualquier ámbito del quehacer humano, sea éste el científico, político o psicológico. Al pensar o al hablar, tendríamos que poder responder sin titubeos a la pregunta ¿qué estás entendiendo cuando dices que algo es verdadero?
Ahora bien; para tomar el camino hacia la segunda objeción, que afirma la imposibilidad de la verdad, me resulta conveniente aclarar de manera previa lo siguiente. Si bien este libro pretende tratar una cuestión metafísica, el móvil, la preocupación de fondo, es ética. Antes de aventurarme en el camino que recorre este escrito, me parecía que el perspectivismo abría las puertas a un peligroso e indeseable relativismo moral. La verdad —creía yo— no puede ser relativa; ¿qué tipo de verdad es aquella que no lo es, que es verdad a medias, que es relativa? Consideraba entonces que la verdad relativa conllevaba la misma imposibilidad de la verdad, y que el relativismo se montaba así sobre la muerte de la verdad.
Esta cuestión no sólo ha atormentado a mi persona; ha atormentado al ser humano que desde Grecia ha buscado en la verdad una guía para la acción. Si ese ser ha de enfrentar la ausencia de la verdad ¿sobre qué puede guiar su existencia cotidiana, su pensamiento y su acción? ¿Con base en qué se puede fundamentar un criterio objetivo que permita resolver las divergencias a cualquier nivel? Si hemos de llegar a un acuerdo común, y ya no a una verdad
, sino a un mero acuerdo, y ha de ser el conjunto de la comunidad el que decida y acuerde sus propios valores⁴ ¿quién tiene la última palabra para determinar los criterios y los fundamentos de este acuerdo? ¿En qué fundamentamos las bases para el acuerdo? Y más allá de esto, ¿es la única opción el acuerdo sensato, o existe algo que haga señales, que al menos dibuje una medida y nos oriente? ¿Podríamos pensar en una especie de manifestación verdadera que otorgue aquí y allá al menos una leve indicación, una mínima medida para la vida?
Esas interrogantes me llevaron de la mano a la segunda objeción planteada a la pregunta por la verdad, enunciada con anterioridad: aquella que prefiere optar por aceptar la imposibilidad de la verdad, y por lo mismo defender la mera tolerancia entre múltiples perspectivas acordadas
. Esta forma de ver las cosas tiene una larga historia. Muy grosso modo podríamos decir que habían sido dos los grandes absolutos incuestionables para fundamentar la verdad: Dios y la Razón. Cuando ambos mueren o son profundamente cuestionados, lo que se tambalea no es un mero criterio filosófico, sino la vida humana, que queda expuesta al desamparo de la verdad, en la noche más oscura. Y ambos absolutos mueren profundamente cuestionados en la obra de Friedrich Nietzsche. Después de Nietzsche, queda el sabor de boca
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