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Escritores que cuentan: 35 años del TEUC (1981-2016) - Tomo 1
Escritores que cuentan: 35 años del TEUC (1981-2016) - Tomo 1
Escritores que cuentan: 35 años del TEUC (1981-2016) - Tomo 1
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Escritores que cuentan: 35 años del TEUC (1981-2016) - Tomo 1

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About this ebook

Con motivo de los 35 años de vida del TEUC, se hace la publicación de una antología con un cuento por cada autor, entre los 360 o más premiados durante dicho lapso. Para ello, se buscaron, con el apoyo de los autores, los mejores premiados. Así, se saldan seis lustros de trabajos intensos en la programación de un invento único por su naturaleza en el ámbito colombiano y latinoamericano. El primer tomo cubre las décacadas 1980, 1990 y 2000.
LanguageEspañol
Release dateApr 20, 2018
ISBN9789582603939
Escritores que cuentan: 35 años del TEUC (1981-2016) - Tomo 1

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    Escritores que cuentan - Isaías Peña Gutiérrez

    Contents

    Contenido

    Prólogo

    Década 1980

    S i l v a n a

    Rompecabezas para lectores desprevenidos

    Jornada del hombre extraño (La chica de los patios)

    Década 1990

    El abuelo

    Una camella blanca en mi jaima

    El enigma Barreneche

    Sra. Teresa

    Ácido úrico

    Viaje gratis

    Otra vez Carcassonne

    La fiesta interrumpida

    El caballito de los Andes

    La sonrisa

    La cruz del poeta

    Década 2000

    Cuestión de registro

    A la espera

    Con mis alitas Duracell

    Carolina ya no aguanta más

    Perro por el caño

    De nuevo un hombre en casa

    Fluctuaciones de una gripa

    Otro día hábil

    Señora

    Fantasía para dos pianos

    Señas de un embaucador

    Premonición

    Las tentaciones de Bosch

    Pequeñas crónicas rojas en la tierra del Nunca Jamás

    El bufón del rey

    La próxima estación

    Daniel Harrison

    El Águila de fuego

    Y… Dónde están los signos

    Tiempos de lacayo

    Nunca te quise dar en la jeta, Javier

    Un día extraordinario

    Noticias del imperio, por Henry Valentine Miller

    El sombrero de un gallero

    Una daga en Alexanderplatz

    Cromofilia

    S A N G R E M A L E V A

    Teatro Bogotá

    Susana y el sol

    Más que arte conceptual

    El novio

    Matanza

    Landmarks

    Cover

    Tomo 1

    Escritores

    que cuentan

    35 años del TEUC (1981-2016)

    Isaías Peña Gutiérrez

    Editor

    Comité Editorial de la Facultad

    de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte

    Nina Alejandra Cabra

    César Báez Quintero

    Manuel Roberto Escobar

    Nancy Malaver Cruz

    Claudia Carrión

    Héctor Sanabria Rivera

    Ruth Nélida Pinilla

    Yairsiño Oviedo Correa

    Nina Alejandra Cabra

    Decana

    Roberto Burgos Cantor

    Director del Departamento de Creación Literaria

    Rector

    Rafael Santos Calderón

    Vicerrector académico

    Óscar Leonardo Herrera Sandoval

    Vicerrector administrativo y financiero

    Nelson Gnecco Iglesias

    Escritores que cuentan: 35 años del Taller de Escritores de la Universidad Central (1981-2016) - Tomo 1 es una publicación de la Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte

    isbn (ePub): 978-958-26-0393-9

    Primera edición: 2018

    © Editor: Isaías Peña Gutiérrez

    © Varios autores

    © Ediciones Universidad Central

    Calle 21 n.º 5-84 (4.º piso).

    Bogotá, D. C., Colombia

    pbx: 323 98 68, ext. 1556

    editorial@ucentral.edu.co


    Catalogación en la Publicación Universidad Central

    Escritores que cuentan : 35 años del TEUC (1981-2016) / edición y prólogo Isaías Peña Gutiérrez ; dirección editorial Héctor Sanabria Rivera ; Carlos Bahamón León … (y otros ochenta y seis).

    --Bogotá : Ediciones Universidad Central, 2018. -- (Premios de literatura. Taller de Escritores Universidad Central)

    2 volúmenes ; 23 cm

    ISBN (ePub): 978-958-26-0393-9

    1. Cuentos colombianos ­­­– 1981-2016 2. Literatura colombiana – 1981-2016 3. Autores colombianos – 1981-2016

    Peña Gutiérrez, Isaías, editor, prologuista II. Sanabria Rivera, Héctor, dirección editorial III. Universidad Central.

    Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte. Departamento de Creación Literaria.

    860 – dc23 PTBUC / 11-04-2018


    Preparación editorial

    Coordinación Editorial

    Dirección: Héctor Sanabria Rivera

    Coordinación: Jorge Enrique Beltrán

    Diseño: Mónica Cabiativa Daza

    Preparación digital: Mónica Cabiativa Daza y Diego Andrés Gil Rincón

    Corrección de textos: Alejandra Flórez

    Editado en Colombia • Published in Colombia

    Prohibida la reproducción o transformación total o parcial de este material por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Contenido

    Prólogo

    Para hablar del cuento colombiano (1981-2016) | Isaías Peña Gutiérrez

    Década 1980

    S i l v a n a | carlos bahamón león

    Rompecabezas para lectores desprevenidos | carmen stella rangel fonseca

    Jornada del hombre extraño (La chica de los patios) | jaime alejandro rodríguez

    Década 1990

    El abuelo | dixon orlando acosta medellín

    Una camella blanca en mi jaima | dulce maría bautista luzardo

    El enigma Barreneche | helder morales sepúlveda

    Sra. Teresa | jaime cano

    Ácido úrico | javier correa

    Viaje gratis | jorge franco ramos

    Otra vez Carcassonne | óscar arcos palma

    La fiesta interrumpida | raúl alfonso rojas romero

    El caballito de los Andes | raúl tomás torres marín

    La sonrisa | sandra uribe pérez

    La cruz del poeta | tamara andrea peña porras

    Década 2000

    Cuestión de registro | aída sotelo céspedes

    A la espera | alexander castillo morales

    Con mis alitas Duracell | andrea salgado cardona

    Carolina ya no aguanta más | andrés mauricio muñoz

    Perro por el caño | camilo castillo-rojo

    De nuevo un hombre en casa | carlos alberto martínez mendoza

    Fluctuaciones de una gripa | edith sánchez

    Otro día hábil | ednna milena clavijo rodríguez

    Señora | esmeralda reyes mancera

    Fantasía para dos pianos | fernando cano busquets

    Señas de un embaucador | germán gaviria álvarez

    Premonición | wilson germán lópez velandia

    Las tentaciones de Bosch | gloria inés peláez q.

    Pequeñas crónicas rojas en la tierra del Nunca Jamás | iván gómez muñoz

    El bufón del rey | jair roberto vargas méndez

    La próxima estación | john fitzgerald torres

    Daniel Harrison | john jairo zuluaga londoño

    El Águila de fuego | josé manuel rodríguez walteros

    Y… Dónde están los signos | josé tomás castro rico

    Tiempos de lacayo | juan antonio malaver rodríguez

    Nunca te quise dar en la jeta, Javier | juan fernando álvarez gámez

    Un día extraordinario | julio hernán correal triana

    Noticias del imperio, por Henry Valentine Miller | luis carlos muñoz sarmiento

    El sombrero de un gallero | luz dary peña marín

    Una daga en Alexanderplatz | manuel josé rincón domínguez

    Cromofilia | miguel ángel giraldo hernández

    S A N G R E M A L E V A | nykolas bernal henao

    Teatro Bogotá | orlando barón gil

    Susana y el sol | óscar godoy barbosa

    Más que arte conceptual | óscar hernando nossa garcía

    El novio | óscar pantoja estupiñán

    Matanza | rubén gélvez higuera

    Prólogo

    Para hablar del cuento colombiano (1981-2016)

    Desde su creación, a mediados de junio de 1981, el Taller de Escritores Universidad Central (teuc) tuvo un recurso académico-literario para determinar su validez, rendimiento y vigencia, que luego se convertiría en el instrumento predilecto de evaluación permanente, cuyo uso se extendería a los herederos posteriores: el pregrado y posgrado de Creación Literaria. Aquel recurso, autónomo y ajeno a la dirección misma del teuc, fue el concurso literario. A este siempre acudiríamos para evitar sospechas y malentendidos en todos los niveles: local, regional, nacional e internacional, sin importar que fueran públicos, privados, famosos o anónimos. Los concursos, además, tuvieron (y siguen teniendo) unos pares exigentes que, en la vida literaria pública, se les denomina jurados, seleccionados entre los escritores más representativos y reconocidos de la literatura colombiana.

    De aquellos concursos surgieron los cuentos ganadores de primeros, segundos o terceros premios, de menciones especiales o de finalistas, que llegaron a las páginas de periódicos, de revistas literarias o de antologías que compendiaban los frutos del concurso ganado por algunos de nuestros egresados o participantes; pero, en otras ocasiones —es bueno advertirlo, pues esta sería otra justificación para la presente publicación— muchos de estos cuentos, por la ausencia de medios de divulgación en Colombia, quedaron inéditos.

    Los autores que recibieron premios o reconocimientos de algún orden en estos largos 35 años de vida activa del teuc superaron la significativa cifra de 360 o más cuentos, sin contar aquellos que jamás pudimos llegar a contactar o a verificar como ganadores. Por eso, con motivo de los 35 años de vida del teuc, en 2016 la Dirección del Departamento de Creación Literaria (por entonces, Departamento de Humanidades y Letras) pensó en la publicación, no de todos los cuentos premiados o finalistas —como hubiéramos querido—, sino de una antología con un cuento, solamente, por cada autor, entre los 360 o más premiados en los 35 años. Para ello, se buscaron, con el apoyo de los autores, los mejores premiados. Así, saldábamos seis lustros de trabajos intensos en la programación de un invento único por su naturaleza en el ámbito colombiano y latinoamericano.

    Pienso, como director del teuc y como escritor colombiano, que la publicación de esta antología se justificaría en sí misma como la de toda obra literaria, cuya existencia no se agota con la escritura, sino con su aparición pública ante los ojos del lector. En primer lugar, con esta amplia muestra de más de noventa cuentos premiados, le permitiremos al analista acceder a un panorama específico y delimitado — encabalgado entre el final y el comienzo de dos siglos— de la narrativa corta colombiana. En segundo lugar, la antología será una forma privilegiada de leer una selección final (no la de una preselección o la de una lista virgen de cuentos) avalada por jurados (pares calificados, objetivos y ajenos a toda sospecha), quienes, a lo largo de 35 años, han leído y analizado cientos de cuentos en los diversos concursos convocados en todos los niveles, donde nuestros miembros activos o egresados del teuc resultaron ganadores. Esto significa tener en las manos una lista de cuentos sin la intervención del autor, de terceros, de un editor, de ningún capricho que obstaculice la validez literaria intrínseca del cuento. En tercer lugar, con cada cuento de la antología, el lector o el investigador, prevenido, avisado o ingenuo, podrá abrir un registro concreto para, así, caracterizar, sin prejuicios teóricos y genéricos, la narrativa de ese periodo en la historia del país. Cuarto, queremos darle, con la publicación de este libro —que califica y habla de los cuentistas y también de los jurados que los premiaron—, el turno a la voz de los escritores jóvenes (hace 35 años o menos), o a quienes, sin importar la edad, pasaron por el teuc y asumieron una nueva manera de hacer creación literaria, a contrapelo de la simple intuición, como sucedió antes de la existencia del teuc. En este sentido, también es un homenaje, en cabeza de aquellos autores premiados, a todos quienes han pasado por el teuc y, por último, a la vida de una obra fundacional, cuyo inicio, desarrollo y permanencia los debemos a las directivas de la Universidad Central, en sus distintas épocas vividas.

    Esta antología, por lo demás, se convierte en la mejor constancia del trabajo de investigación en los procesos de creación narrativa desarrollados, tanto en su programación académica como en su planteamiento pedagógico y didáctico, por la dirección del teuc y sus profesores acompañantes.

    El orden de los cuentos en la antología se ha dispuesto siguiendo la cronología de los premiados, de manera alfabética (ascendente) y por décadas, a partir de 1981, orden que permitirá tabular y estudiar los momentos de mayor producción, de más cuentos premiados, de temas y conflictos, de corrientes del lenguaje literario, de formas argumentales, de edades de sus participantes, etc. O, simplemente, para ver cómo han avanzado las formas de escribir entre quienes inauguraron el teuc en 1981 y quienes hoy continúan esa heredad que ha crecido, por fortuna, con los años.

    Bogotá, D. C., 16 de junio de 2017, en pleno Bloomsday.

    isaías peña gutiérrez

    Editor y Director del TEUC

    Década 1980

    S i l v a n a

    Finalista del Concurso Nacional de Cuento, Fundación Testimonio, Pasto, 1981.

    Carlos Bahamón León

    1

    Recuerdo la primera vez que te vi. Hacía sol. Los rayos parecían buscar entrada por los claros de las ventanas. Los vidrios sucios daban una sensación de abandono.

    Te recuerdo con aquel pulóver agujereado en los codos, unos jeans desteñidos y un aire de despreocupación que nunca te abandonó: parada allí frente a la puerta de la cafetería, como atemorizada por el barullo.

    Hacía poco había ingresado a la universidad. Era aquella época en que leía vertiginosamente todo lo que caía en mis manos, acaso como solo se lee una vez en la vida y creía aún en muchas cosas de las que luego habría de renegar.

    Te acercaste a nuestra mesa. Enrique, con quien estaba, te conocía. Terminabas Bellas Artes. Querías ser pintora. Hablamos poco o casi nada, la algarabía arrastraba las palabras.

    De pronto, en medio de las clases, te veía. Casi siempre rodeada de mucha gente. Y aunque quería hablarte, aquel ambiente no hacia propicio un encuentro.

    2

    Aquella tarde ibas sola. Te alcancé.

    —No vayamos a la cafetería —me dijiste.

    Caminamos largo rato por entre los urapanes, que mecían su follaje movido por el viento.

    La madeja que eras se fue deshilvanando. Hablaste muy poco de ti. Y, sin embargo, me contaste que vivías sola en un apartamento por los lados de Teusaquillo, en donde tenías también tu taller.

    Preparabas poco a poco tu primera exposición. La prueba de fuego, como la llamabas.

    Fuimos a tu estudio. Era un cuarto amplio, de grandes ventanales, por donde entraba la luz a borbotones. Lienzos, pinceles y cosas tiradas por todas partes.

    —No hagas caso del desorden —me habías dicho.

    Aquella tarde salí de tu estudio con la sensación de haber rodado por un despeñadero.

    No pasó ya un día sin que nos habláramos.

    Cuando nos veíamos en la universidad, no te hablaba. Te veía casi siempre con alguien, pero sabía de lo sola que estabas. No hay nada más engañoso que aquellas personas rodeadas de mucha gente. Son las más acosadas por la soledad.

    Prefería ir a tu estudio y mientras hablábamos te veía llenar los lienzos de colores.

    Todo, sin embargo, se me fue volviendo tan urgente, tan apremiante, que ya no pude más vivir sin ti. Aquella isla que era, se veía habitada por un náufrago que a pesar de las necesidades se resiste a partir.

    Cada vez iba menos a la universidad, porque empecé a entender que aquel no era el camino que debía tomar para llegar a donde quería. Tú pintabas con el arrebato del que sabe que no puede perder el momento de disposición. Eran paisajes ocres y malvas en donde de pronto colocabas figuras frágiles y desleídas.

    Estabas como yo arrasada por la soledad. Eso nos unió. Tú parecías andar con paso firme, mas yo no tenía bien claro lo que quería hacer. Escribía, pero me faltaba la fuerza que hace que el acto se vuelva necesario.

    Me dijiste, entonces, que lo mejor y más sano era primero vivir.

    3

    Tú condición era la libertad. Mas no la mía.

    Vivía por aquellos días en casa de mis padres. Tenía una familia, compromisos que me era difícil vulnerar. Prefería no hablar de esto contigo. Estas eran las cosas que nos separaban. Papá soñaba con verme profesional. Con darme con el tiempo el mando de la compañía que había diseñado. Creía en aquellas cosas que combatías. Había que alcanzar un título, me decía, que me hiciera salir del bando de los fracasados. Casi que vivía para eso. Tú creías que esto es lo que arruina la vida de un hombre, aunque él no lo quiera, y era lo que tratabas de hacerme entender. Y lo entendí, pero demasiado tarde.

    Ya mamá extrañaba mi conducta. Casi no permanecía en casa, muchas veces no comía ya con ellos —costumbre sagrada entre nosotros— y empecé a quedarme fuera.

    Los días se me iban en tu estudio.

    Papá me llamó varias veces la atención. Estas cosas nunca te las comenté. Empezaban a preocuparse seriamente por mi suerte. Pero tú te habías instalado como un turbión en mi vida.

    4

    Fue un día en tu estudio que lo decidí. Me propuse lanzar todo por la borda. Una cosa era pensar en lo que había querido hacer de mi vida, y otra era vivirla.

    —Casi siempre nos quedamos a medio camino —me dijiste.

    Papá puso la denuncia cuando sospechó que me había marchado. Lo habría de saber después.

    Viajamos varios días asolados de cansancio en trenes de segunda. Descansábamos en estaciones devastadas por el calor, en donde apenas encontrábamos al encargado de despachar el tren, que espantaba la nube de mosquitos con un periódico viejo de la capital, que intentaba leer cuando estos le daban tregua.

    Habíamos partido sin rumbo fijo y cuando nos bajamos en aquel pueblo de pescadores, nos miramos como diciéndonos, hasta aquí llegó nuestro viaje.

    Allí, en aquella pensión, la única del pueblo, en donde pedimos un cuarto que diera al mar, nos instalamos.

    Todo era tan sencillo. Una cama, una mesa y dos asientos, una jofaina de peltre. Las paredes veían interrumpida su monotonía con algunas láminas, desteñidas por el tiempo. En un extremo, el cuarto tenía una ventana con dos batientes, que abiertas enmarcaban un pedazo de mar. Sobre la repisa de la ventana, una matera parecía naufragar. Teníamos la sensación de que en aquella estancia habíamos empezado a vivir.

    Temprano, cuando la noche empezaba a desteñirse, nos asomábamos a ver planear las gaviotas.

    Esperábamos al atardecer a los pescadores que dejaban sus canoas volcadas sobre la arena.

    Recostado a tu lado supe vencer la soledad. Fue allí donde conocí el amor. En las noches, abríamos las batientes y, presintiendo el mar por el ruido del fondo y sintiendo el vaho del salitre que lo inundaba todo, dibujé tu cuerpo con manos trémulas. Acaricié tus senos pequeños y maduros como peras y palpé el musgo suave y apretado de tu sexo.

    Allí fuimos uno. En las madrugadas, desnudos, retozábamos con la piel argentada por la luna, en aquel mar de agua tibia.

    Caminábamos por aquellas calles terrosas en medio del murmullo de los pájaros, que cantaban en sus jaulas y respirábamos aquel aire filtrado por las redes tupidas de los pescadores. A veces salía con ellos a pescar. Me esperabas en medio de aquellos días sin tiempo. Trataba así de darle algún sentido a mi vida. Tú pintabas aquellos atardeceres. Esa era nuestra felicidad.

    Pero eso no podía durar. Basta que un hombre sea feliz para que la vida le ponga una zancadilla.

    Papá, luego de esfuerzos desesperados, me había localizado. Al pueblo me fueron a buscar. No pude resistirme. Volví con ellos.

    Mamá estaba enferma. Te pedí que volvieras con nosotros. No quisiste.

    Te vi por última vez parada frente al mar, con la piel atezada por el sol, descalza, mirándome, con la compasión con que se ve ir a un condenado a la horca. El viento mecía tus cabellos.

    Es la última imagen que tengo de ti.

    5

    Volví a la universidad. En una palabra, claudiqué.

    Aquellos días se me hacían largos, interminables. Pasaba en las tardes por tu estudio que ya habían alquilado a otra gente.

    Lo tuyo había sido como un sueño y volví a la pesadilla que era mi vida.

    Pensaba desconsolado, que la vida, una tregua, se la da a cualquiera.

    Pregunté muchas veces por ti.

    Nadie me dio razón.

    Te fallé, Silvana. Porque la cobardía pesa más.

    Sin embargo, he dejado las ventanas abiertas por si algún día decides entrar.

    Aunque sé que ya no lo harás.

    Carlos Bahamón León (Bogotá, 1956). Estudios Literarios en la Universidad Javeriana. Miembro del primer grupo del Taller de Escritores de la Universidad Central de 1981.

    Rompecabezas para lectores desprevenidos

    Primer puesto en el Concurso de Cuento José Rafael Faría, Universidad de Pamplona, Pamplona, Norte de Santander, 1987.

    Carmen Stella Rangel Fonseca

    De costado, la cabeza sobre la escuadra del brazo izquierdo, el cuerpo abandonado al abrigo perfecto entre las sábanas a eso de las seis, la mente escondida en el epílogo de una comedia bastante coherente para ser un sueño. De pronto, los párpados despegan como aviones dejando aparecer el amarillo, luego un vaso con jugo de naranja, después, y atrás del vaso, una ventana sin cortina, y, más allá del vidrio, un poste de luz, una bombilla y un cielo opaco. Soy yo, en el día de mi cumpleaños —lo recuerdo por el jugo en la mesa de noche que suele colocar mi hermano, en esta fecha, casi al amanecer—. Tenso los músculos, me enderezo, salto en un arranque de coraje para tomar el periódico, y vuelo hasta mi cama, ese rincón tan solo mío que prolonga a mi madre desde hace años —hoy siento que son muchos, y sentirlo agita mi sensibilidad—. Paso de un titular a otro, leo un par de artículos, me dejo embeber por las tiras cómicas y, por supuesto, llego al horóscopo:

    Febrero 13. Si nació en este día, usted es un futurista cuyo trabajo está demasiado avanzado para su tiempo. No tema ser original, pues es allí donde se encuentra su máximo potencial (en este punto le doy la razón y asiento satisfecha). A veces, sufre desajustes de temperamento que le causan deslices hacia los extremos: tiene periodos de excitación como también de depresión; en ocasiones es huraño, pero en otros momentos muestra estabilidad emocional (aquí acentúo el ceño de mi edad). No es fácilmente comprendido: combina su natural timidez con una actuación audaz frente al sexo opuesto; trata de mezclar un interés artístico con una afinidad por la investigación científica; por una parte, es práctico, y por la otra, soñador. En total, presenta un problema a quienes quieren conocerlo bien (quizás, quizás, me digo). Pese a todo, se lleva bien con la gente, gracias a su buen humor. Adelante. Aproveche su originalidad.

    Originalidad… la busco en mi cuarto y no la encuentro: una mesita antigua con suplementos literarios y, encima, la sonrisa de mi madre cuando yo era una partícula de la nada; tres sillas torneadas y una mesa, herencia de mi abuela paterna; al pie de la cama, mis zapatos negros; en la pared del frente, una cartelera mal armada donde pego bagatelas y una lista de lo que quisiera olvidar —ir al dentista, por ejemplo—; en el muro opuesto a la ventana, un motivo peruano y una rumba de óleo; y, a mi espalda, un paisaje marino que un amigo me regaló, y es como su amistad, hermoso e impasible; en el cielo raso, una telaraña.

    Mientras me baño pienso si los demás empezarán por enjabonarse los pies, si seguirán la trayectoria del agua con los ojos cerrados, si sentirán el placer de acariciarse con la espuma y sentirse consentidos por la toalla —me divierte la idea de espiar al vecino—. Frente al ropero sigue mi juicio: faldas, blusas, pantalones, suéteres, todo de lo más convencional, excepto un liguero. Escojo un atuendo rojo y negro que desafía a la moda y al tiempo, y salgo un tris confortada. Antes de llegar a la oficina compro mi autorregalo, un libro de Dos Passos que está en promoción. Ya en ella, continúo el juego: escritorio de serie, un almanaque de propaganda, los libros del oficio; la nota peculiar es el desorden de los papeles. Trato de acomodarlos y encuentro un paquetico con una tarjeta que punza mi susceptibilidad: Elegir un obsequio para usted, es difícil. Sus gustos también son imprevisibles. Sin embargo, este artefacto me pareció perfecto porque le ayudará en la búsqueda de lo inesperado. Es cuestión de estilo. Por no azorar a mi amigo me reservo la autoría. De inmediato lo llamo y le agradezco el gesto; le digo que ha sido certero como un horóscopo y me zambullo en la resonancia de mi propia frase. Cuando cuelgo el teléfono, ya he sucumbido al reto de usar ese estilógrafo atractivo, que parece una lima de azabache, en una causa digna de la novedad. Como soy empleada, finjo angustia por el trabajo, cierro la puerta que aísla al deber y me enfrento a este instrumento como si fuera desconocido —es igual que aquel día de mis primeros tacones: confiada en crecer, ¡pero tan torpe!—. Repaso, para descartar, los usos ya probados de la pluma: tareas de estudiante, cartas de todo tipo, panfletos, caricaturas, tesis de grado, cheques, memorandos, poemas de amor, conceptos, listas de gastos, números de teléfonos, crucigramas, dos ensayos y hasta un discurso… Descubro mi omisión de novela y de cuento y, como soy modesta, me inclino por lo segundo. Empiezo:

    Escribe. Escribe absorta, con ritmo sostenido, de modo extraño, como si estuviera marcando el compás del mundo industrializado; me refiero a mi vecina de despacho. La tentación de esa fisura frente a mi escritorio, hoy fue más fuerte que mi decencia. Me acerqué con cautela de enemigo crónico e inicié el espionaje: ahí está la mujer que atiza mi curiosidad, la que pasa y mira lo que quiere ver y solo deja ver lo que se mira, por ejemplo, un buenos días en el ascensor y una sonrisa para sí, quizás a su sentido del decoro. La oficina se parece a ella: ni un cuadro, ni un florero, papeles y papeles, dos ceniceros y un almanaque detenido en el trece, ¡peligro!, hace una pausa y mira a su alrededor, me retiro un poco, y al volver a mi posición la encuentro revisando su escrito en voz baja, afino el oído pero apenas capto un abejorreo, debe ser grave lo que la entretiene porque advierto su perfil congestionado, ¡ah!, qué alivio: relee y más recio, tanto que ya no trasoigo ni una frase; es asombroso, nadie hubiera imaginado la locura encerrada en semejante empaque. Se levanta, da vueltas por el cuarto, fija su atención en un objeto negro que tiene sobre la mano, y recita de memoria la misma retahíla que me turba:

    Ahora estás en mi mano, talismán de los malos días y resultados peores, ahora sé que el poder de tu encanto se limita a mi palma o a mi puño, ahora veo tu temor por resbalar y perder el mínimo hechizo que te resta, ¡miserable hechizo!, con un movimiento breve de mi diestra quedarías borrado de la faz de la magia, podría hacerlo y destruirte de una vez, pero no quiero, prefiero ver las gotas de terror que te adornan con solo mover mi dedo anular; me embriaga de placer tu ofuscación, ahora quisieras agarrarte y hundir en mi carne tus tenazas, así no te caerías, ¡pobrecito!, clávame tus garfios como antes y será tu fin. La gente lo ha notado, mago de pacotilla, no tendrías una plaza ni en el circo ni en la tienda, hueles a desprestigio y ese aroma no se pierde jamás. Por ti, fetiche venido a menos, perdí a Julia y a Jimena y a Mateo y a Simón, y me robaste el empleo y me olvidé de mi madre, desgraciado embaucador, amuleto deslucido engendrado en la desgracia, mi mano se mueve al son del rencor, ¿te estremece esta canción? Ya estarás anhelando el precipicio… olvídalo, parásito, lavarás con dolor tu obra fatídica hasta que nuevamente amanezcan mis alas, ahora te domino, y con un movimiento de mi diestra quedará borrado de la faz de la magia.

    La pobre mujer está perturbada, repite su cuento una y otra vez al tiempo que va subiendo el volumen de la cantata en una forma apasionada que me contagia; así, de un momento a otro, yo me la apropio y la grito al unísono: Por ti, fetiche venido a menos, perdí a Julia y a Jimena y a Mateo y a Simón, y me robaste el empleo…. De un golpe, la puerta de su oficina se abre y deja ver el rostro de un hombre hecho furia. ¡Señorita!, cálmese, cálmese, ¡basta!, le dice a mi amiga. Ella lo mira como si saliera de un paréntesis hipnótico: ¿qué pasa, doctor? El ruge: ¡queda despedida! ¡Queda despedida!, repite una voz a mi espalda con el efecto de un latigazo. ¿Que qué?, me sale la réplica sin pensar mientras me volteo. ¡Queda despedida!, reitera mi jefe tan energúmeno como el de ella al otro lado de la pared, no quiero infidencias ni escándalos en esta dependencia.

    Llego hasta aquí no más porque en este instante entreveo al capitán de este puesto a través del vidrio de la puerta y sé lo que me espera. Tomo mi cartera, el libro de Dos Passos y la tarjeta provocadora. Salgo digna, para siempre. Ni siquiera regreso por mi estilógrafo de azabache.

    Frente al ascensor nos encontramos la mujer, ella y yo, y sellamos una alianza más allá de las convenciones. Descendemos en trinidad, como quien dice: tres diosas un una.

    Epílogo

    Hoy, cuando me despierto, tengo la certeza de ser yo, en el día de mi cumpleaños —lo confirma el jugo en la mesa de noche, que suele colocar mi hermano en esta fecha, casi al amanecer—. Tenso los músculos, me enderezo, busco el periódico y rompo a leer igual que hace un año. Paso de un titular a otro, entro en dos artículos, me dejo embeber por las tiras cómicas y, por supuesto, salto sobre el horóscopo.

    Carmen Stella Rangel Fonseca (Pamplona, 1956). Estudió Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Cursó el Taller de Escritores Universidad Central en 1986-1987.

    Jornada del hombre extraño (La chica de los patios)

    Primer premio del XI Concurso Nacional de Cuento para Trabajadores del Estado, Bogotá, 1987.

    Jaime Alejandro Rodríguez

    Para siempre cerraste alguna puerta

    y hay un espejo que te aguarda en vano

    la encrucijada te parece abierta

    y la vigila, cuadrafonte, Jano.

    Jorge Luis Borges, Límites.

    Esperas la salida, intentando tranquilizarte, aunque sabes que no lo conseguirás del todo antes de llegar a tu apartamento. Quizás ayer estabas confundido: el trabajo, la tensión, uno de esos días. Hoy en cambio, admites, las cosas te han salido mejor. El jefe te permitió trabajar en el segundo piso y así no tuviste que soportar la náusea provocada por ese picante aroma a carne condimentada expelido por pulsos desde la cocina. Tampoco tuviste problemas con la clientela y lograste atender cada uno de sus pedidos sin equivocaciones. Incluso resultó muy convincente la modulación porteña de tu voz —practicada por fin sin temores—, pues no escuchaste ni una sola, ¿de dónde sos, eh?, pregunta odiosa, frecuente e inevitable si te pillan el acento extranjero. El consejo del paisa dio sus buenos frutos; al fin y al cabo, reconoces, por algo los paisas alcanzan el éxito en cualquier actividad y en cualquier lugar del mundo; tienen su visión. Quién podría creer, por ejemplo, que aquí, en Buenos Aires, a más de seis mil kilómetros de Medellín, un paisa, precisamente un paisa, administra nada menos que un McDonalds. Gracias a Dios, te atreves a decir dentro del vestier, donde nadie te escucha; gracias a Dios, repites afuera, y vuelves a sentir esa horrible presión en tu pecho que no has logrado aliviar desde hace semanas, porque no sabes ya qué inventar en tus cartas a Bogotá para que tu familia no se burle, si llega a enterarse que has cedido en tu orgullo y ahora trabajas como mesero para sobrevivir.

    Creíste, con sinceridad, en eso del exilio voluntario como una manera de alimentar tu espíritu creador, sediento y seco. Otra realidad, otra perspectiva, dictaminaste y te largaste dejando maltratadas las mejillas de tu madre y de tu mujer, confiando en regresar colmado de éxito y de experiencias, tal como soñabas cuando niño, cada vez que te volabas de la casa, herido en tu sensibilidad por alguna tonta discusión de familia. Será mejor, concluyes, que sigan creyendo en el ficticio puesto de la Biblioteca Nacional. Tal vez lo más complicado en la tarea de sostener esa versión sea encontrar tiempo para dar salida al alud de datos bibliográficos solicitados, ahora que, suponen, se te facilita la labor de consulta.

    Sales a la calle y recibes una bofetada de viento

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