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Entre Los Resquicios De Un Último Sueño
Entre Los Resquicios De Un Último Sueño
Entre Los Resquicios De Un Último Sueño
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Entre Los Resquicios De Un Último Sueño

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About this ebook

Carlos, como cientfico, quiso tratar a la misma sociedad como si fuera materia de investigacin de la biologa o de la fsica. Estaba seguro de poder lograrlo si adaptaba la metodologa adecuada.
Pero pronto encontr en las muestras que observaba bajo su microscopio pequeas secciones que contenan reflejos de l mismo, descubriendo que haba violado su principal norma, no alterar a la muestra.
Prefiri ignorarlo, fingir que no lo saba y se conform con inventar sus propias interpretaciones, percepciones como las que cualquiera podra llegar a tener, quedando a merced de las mismas corrientes fatales que intentaba estudiar, de flujos de eventos generados por una compleja red de relaciones sociales que terminaron por dejarlo indefenso, como a muchos otros, ante sorpresivos y trgicos acontecimientos.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateFeb 13, 2013
ISBN9781463350239
Entre Los Resquicios De Un Último Sueño
Author

Enrique López Yáñez

Enrique López Yáñez nació en Salvatierra, Guanajuato, México, en 1961. Es físico por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México y se especializó en sistemas de cómputo. Vive en la Ciudad de México. Es autor del libro de cuentos “La Pingüinita Tragaldabas y otras historias” y la novela “Entre los resquicios de un último sueño”.

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    Entre Los Resquicios De Un Último Sueño - Enrique López Yáñez

    Copyright © 2013 por Enrique López Yáñez.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:      2013901607

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-5022-2

                Tapa Blanda            978-1-4633-5024-6

                Libro Electrónico   978-1-4633-5023-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    438443

    ÍNDICE

    PREFACIO

    PARTE I

    I EL PASADO

    II EL TRABAJO

    III LA CITA

    IV FAVORES OBLIGADOS

    V UN BREVE ANÁLISIS

    VI LOS COMPROMISOS

    PARTE II

    VII LOS POLANCOS

    VIII TRIUNFANDO EN LA VIDA

    IX PAÍS DE OPORTUNIDADES

    X EL NEGOCIO

    XI EL BASURERO

    XII LA LEALTAD

    XIII IMÁGENES

    PARTE III

    XIV REFLEXIONES

    XV EL ÉXITO

    XVI SISTEMAS EMERGENTES

    XVII EL DESCONTENTO

    XVIII LA DEBACLE

    XIX LACRIMOSA

    XX EL ROMPIMIENTO

    XXI BIFURCACIONES

    PARTE IV

    XXII UN LARGO DÍA

    XXIII ESTADOS ESTACIONARIOS

    XXIV LA RESISTENCIA

    XXV LAS TIERRAS DE OTROS

    XXVI VÓRTICES

    XXVII EL ÚLTIMO SUEÑO

    PARTE V

    XXVIII LA SIMULACIÓN

    XXIX LOS HIJOS DE LA SUERTE

    XXX LA OBSCURIDAD

    XXXI LOS CUERPOS DE OTROS

    XXXII EN BUSCA DE DIÓNISOS

    Le dedico este libro a Paty por su paciencia, sus consejos para editar las imágenes de este libro y, sobre todo, su amor y compañía.

    Para Julia y José

    Mis padres, a quienes siempre recordaré con cariño

    A

    Pepe

    Carlos

    Jorge

    Muñe

    Yulis

    Jaime

    A

    Reyna

    PREFACIO

    "Medí, diseñé, experimenté…

    Había teoría, disponía de herramientas.

    Creí que todo vendría junto,

    el éxito, el dinero…

    Olvidé una regla, la importante,

    me involucré en el Sistema,

    lo alteré,

    me ahogué en mis contradicciones.

    Pude escapar de la trampa,

    fue tiempo perdido,

    pero había tiempo…".

    image_1.jpg

    PARTE I

    —   ¿Qué quieres ser de grande?

    —   ¡Cazar monstruos!

    —   ¿Monstruos?

    —   Sí, como ése.

    —   No veo ninguno.

    —   ¡Qué tonto! Atrás de la nube. ¡Ahí está, escondido!

    —   ¡Ah! ya entendí. ¿Y cómo piensas hacerlo?

    —   Fácil, con una flecha.

    —   Está lejos, necesitas acercarte.

    —   Pues con la escalera.

    —   ¿Y si te caes?

    —   ¡Eres bien tonto! ¡Con un paracaídas!

    I

    EL PASADO

    —   Buenos días a todos.

    Por fin….

    —   Antes de iniciar, quisiera darle la bienvenida a un viejo paisano, el físico Carlos Venegas, a quien muchos de nosotros conocemos desde hace tiempo como el Malacara.

    Aplausos… son espontáneos, sinceros. Filiberto no les pidió que lo hicieran… Es agradable verlos, amigos de generación. Al final de cuentas nos reconocimos. ¡Cuántos años!….

    —   Yo, el Ing. Filiberto Estrada, doy inicio a la Segunda Sesión de la Asociación de Emigrantes de la Ciudad.

    Todos fueron sinceros, sólo vinieron para ver qué sacan, la situación la tienen difícil… sin trabajos redituables… Recuerdos, son muchos… cómo cambió todo… las calles más estrechas, casas de colores difusos, como en sueños… puros desconocidos en la calle… aunque se me quedaban viendo, discretamente, como si no me diera cuenta….

    —   Permítanme decirles que les tengo muy buenas noticias.

    Ah qué Filiberto, voz bien entonada, gruesa, efectiva para controlar a la gente… Con razón llegó a ser Secretario de Estado. Y todos quieren quedar bien con él, ahí está la oportunidad….

    —   Amigos, se ha logrado cambiar el estado de Asociación Civil con que empezamos.

    Todo sigue igual, hasta el hotel, casa vieja de salones altos, fríos, con techos de vigas apolilladas. Afortunadamente no escuché en la noche ningún murciélago volando encima de mí…

    "Hasta ahorita lo único que valió la pena fue llegar con hambre. Daniela está fuera de mis recuerdos. Es agradable, de voz alegre, clara. ‹Usted no es de por aquí, ¿verdad?› A pesar de lo delgada, el delantal le quedaba bien, le hacía notar su cuerpo firme, ‹Pues fueron muchos años porque no me acuerdo de Usted.›, delineado".

    —   A partir del día primero del próximo mes, nuestra asociación civil será convertida en Fundación para el Beneficio de la Pequeña Ciudad.

    Cómo la llamarán, ¿Dany?, no, prefiero Daniela, es más fuerte, como su rostro. Ella sí cumple con lo que decía aquel artículo científico, que la belleza de un rostro está asociado a la sencillez de sus facciones… Ojos negros, nariz fina, labios pequeños, risueños.

    —   ¡Esto permitirá obtener fondos libres de impuestos!

    "Interesante, todo mundo se está felicitando. No entiendo en qué consiste la satisfacción… nadie participó en esto… Bueno, ella sabe que yo tampoco la recuerdo y que me fui a los quince años… ‹Con razón se olvidó de estos lugares›, de mis reuniones con los amigos en el bar de enfrente, de mi ex novia… ‹¡ya salió el peine! ›".

    —   ¡Gracias Compañeros! Sin el apoyo de ustedes esto no habría sido posible.

    Sólo falté a una sesión y ya hay un logro. Todos se ven contentos. Solo Ricardo Villarreal está serio. Debería estar contento. Él me invitó a esto. Tal vez los documentos que está hojeando sean importantes….

    —   Nuestra siguiente actividad será revisar los pendientes que tenemos para hoy…

    ¿De qué me perdí?… ¿Cuál fue la primera actividad?… No, no quería escarbar en mis recuerdos, estuvo bien cambiar la conversación, decirle que tenía hambre, para que se fuera y termináramos la plática. Pero aún así, sonrió…".

    —   Gracias amigos, no se les olvide firmar la lista de asistencia antes de irse.

    Por fin… Rodrigo y los demás dijeron que se iban de inmediato de la Pequeña Ciudad. Así que me quedo solo para terminar mis vacaciones. Bueno, aprovecho a descansar… Buen pretexto para volverla a ver…

    ***

    Carlos dedicó el resto del día para visitar los lugares a los que de niño acostumbraba ir.

    El físico sentía dejar atrás su juventud. A pesar de que estaba por cumplir treinta años de edad, se negaba a cambiar su hábito de usar pantalón de mezclilla y playeras de lana de manga larga. Cuando quería vestir formalmente, sólo le agregaba a su atuendo un saco de color claro. Mantenía su complexión delgada, fuerte, fruto de haber practicado el ciclismo alguna vez en su vida. Su cabello era quebrado, negro y, desde que iniciaron sus vacaciones, una mediana barba negra le empezó cubrir la mitad de su cara.

    Se acercó a las riberas del río que pasaba por el lado oriente de la ciudad, en aquellos años, rodeado de frondosos árboles de los que caían ramas arrastradas por aguas de color café. Era fuerte, ruidoso, fresco, adornado a sus alrededores de inmensas hojas verdes, que en su imaginación de niño, consideraba perfectas para cubrirse de las lluvias.

    Buscaba alguna serpiente que se desplazara sobre el río, o un lugar en donde pudiera pescar carpas, como lo hacía con sus amigos, para meterlas luego en un barril con agua y observarlas con cuidado.

    Empezaba a dudar si ése era el mismo lugar. Todo había desaparecido. Se encontraba en medio de un largo y ancho camino de piedras lleno de agua estancada, sucia, sin vida y uno que otro árbol seco en sus orillas.

    Decidió regresar a las calles de la ciudad, aquélla que nunca le negó lo que buscaba cuando fue adolescente. Su mundo pasó fugazmente. Sus padres enfermaron sin remedio después de que su único hermano murió en un accidente, cuando salió en bicicleta una madrugada. Amaneció tirado, solo, agonizando a las orillas de la carretera. Nunca se supo lo que sucedió. Luego, se encargaron de él durante varios años sus dos únicos tíos, que entonces eran unos ancianos. Ellos le pagaron sus estudios en la Gran Ciudad, pero duraron vivos hasta un año antes de que terminara la universidad. Carlos, para entonces, ya trabajaba y económicamente pudo hacerse cargo de él mismo.

    Caminaba despacio, tratando de no perder ningún detalle de sus alrededores. Entró a un barrio que parecía haber sido bombardeado en una guerra ficticia, en la que el objetivo se logró con precisión matemática, destruir sólo las fachadas de las casas. Sonrió al percatarse que esto se hizo para permitir el paso de la nueva autopista que se estaba construyendo, orgullo de los habitantes de la Pequeña Ciudad.

    Continuó su camino.

    Llegó a la vieja estación de ferrocarriles, en ruinas, perdida en medio de gigantescos almacenes de granos que habían crecido como hongos sobre lo que alguna vez fue un campo abierto. Tenía, en sus recuerdos, un sol perdiéndose en el horizonte bajo su misma luz roja, una brisa cálida que sentía sobre su cara y que hacía que jugaran sobre la tierra las hojas secas que caían de los árboles, acompañándolo, con sus crujidos, hasta llegar las primeras sombras de la noche.

    Ahora, ni siquiera una luciérnaga perdida en algún matorral podía encontrarse para regalarle un poco de luz.

    —   Cuidado con el perro, — Le advirtió un anciano, el vigilante de la estación, quien llevaba una lámpara sorda apagada en la mano derecha y, con la izquierda, sujetaba a un perro policía con una correa de cuero. — los trenes ya no se detienen aquí — Comentó, como si en realidad creyera que Carlos buscaba comprar un boleto aún cuando la taquilla estaba cerrada por un par de pequeñas puertas de madera que tiraban un polvo delator de la presencia de polilla.

    Carlos asintió con la cabeza y, sin palabras, decidió retirarse para no tener que enfrentarse a la mirada del animal.

    Sabía en dónde encontrar a sus viejos amigos, pero tanto tiempo de separación, le hacían dudar de que pudiera entenderse con ellos al igual que lo hacía de joven. Para él había una enorme distancia entre los intereses de la gente del pueblo y los de la Gran Ciudad.

    Caminó de regreso al hotel, despacio, asfixiado por la soledad y los recuerdos que empezaban a aflorar de cada poste, cada piedra, cada casa de la pequeña ciudad, con sus puertas cerradas, olvidándose de la gente que alguna vez vivió en ellas, seguro de que ya no podría reconocerla, pensando si en realidad habría llegado a un lugar equivocado.

    Daniela terminaba su turno de mesera cuando él llegó al hotel, salía sin su delantal, a paso rápido. Al verlo, se despidió con un ligero movimiento de cabeza, sonriendo. Carlos contestó al saludo, pero estaba distraído, no le había tomado atención hasta ese momento. Sin embargo, llegó a su cuarto pensando en ella, en sus melancólicos ojos.

    ***

    Daniela no era liberal, pero tampoco se dejaba llevar por las costumbres del lugar. Esto hizo una relación muy incómoda con todos los vecinos de las ciudades de alrededor. Se le catalogó de fácil y de todos los adjetivos que se le podía asociar, tanto en los pueblos chicos como en los grandes, a las mujeres que deciden iniciar una vida independiente, libre, y seguras en ellas mismas cuando se expresan. Tampoco su familia era de recursos económicos acomodados, por lo que se vio obligada a trabajar y retrasar su objetivo de la vida, que no estaba ligado a una boda inmediata sino a estudiar una profesión.

    Por eso fue fácil que Carlos encontrara un pretexto para acercarse a ella, conocer nuevamente la Pequeña Ciudad. Un solo día bastó para que Carlos empezara a salir con Daniela y ambos llegaran a un acercamiento íntimo. Ella no solo llegó a cumplir con ello, sino que también lo llevó a su pueblo, a veinte minutos de ahí, con su familia, a donde ella se dirigía aprisa todas las noches después del trabajo.

    —   ¿Entonces se regresa el lunes? — Preguntó la anciana madre de Daniela luego de servirle unas enchiladas con pollo.

    —   Así es señora. Tengo que continuar con mi trabajo. Solo tuve esta semana de vacaciones.

    Carlos acababa de descubrir que los olores y sabores de su infancia no se habían extinguido. Podían aparecer en cualquier momento, en cualquier lugar, como estaba sucediendo ahí, como cuando era niño, como cuando su madre le servía su comida después de llegar de la escuela. Olores y sabores que permanecían en el fondo de sus recuerdos y reaparecían cuando se descartaba el uso de comida industrializada.

    Qué importaba la diferencia de altura de las ciudades o el tipo de agua, acababa de descubrir que era posible recuperar parte de su pasado, de esos momentos que alguna vez fueron felices y que, después de una gran distancia de tiempo, desaparecieron.

    A partir de entonces, Carlos volvió a sentirse parte de esas tierras. Se convirtió en uno más de los desconocidos que deambulaban por las estrechas calles de regreso a la Pequeña Ciudad. Sentía nuevamente la presencia de la tierra, el sonido de sus pasos, las casas de una planta, con fachadas de adobe o de ladrillo descubierto y puertas metálicas oxidadas, que lo acompañaban durante su caminata.

    A pesar de la súbita transformación que sufrió Carlos en la región, el tiempo se diluyó rápidamente. Llegó el domingo, su último día de vacaciones. Daniela, previendo esto, le pidió al dueño del restorán permiso para no ir a trabajar, pero fue rechazado. A pesar de ello, se tomó el día libre sin avisar, se fue con él para visitar un lugar que poca gente conocía, llamado la Cascada, pequeña caída de agua que, en vagos recuerdos, Carlos estaba seguro de haberlo visitado alguna vez, hacía mucho tiempo.

    Al llegar, él reconoció el lugar como si alguna vez lo hubiera soñado. Caminaron a la orilla del río, exploraron los alrededores, se tomaron de la mano, se bañaron desnudos, jugaron.

    Comieron unos emparedados que ella preparó al momento y luego, permanecieron sentados, en silencio, solos, sobre un suelo lleno de arena y hojas secas, viendo al vacío.

    —   Tu último día.

    —   Sí. Tengo que estar mañana en la Gran Capital. Se me viene muchísimo trabajo.

    —   Siento que estos días pasaron muy rápido — Dijo ella como si no lo hubiera escuchado, mientras mantenía su mirada fija a la cascada. — Creo que te voy a extrañar.

    Otro momento de silencio.

    —   Y tú, ¿me visitarías? — Preguntó titubeando Carlos.

    —   No te preocupes, no voy a importunarte.

    Parecía que el tono de la pregunta había molestado a Daniela.

    —   No me mal interpretes. En realidad me gustaría que fueras algún día. Yo voy a estar muy ocupado, no creo poder venir pronto.

    —   Es difícil para mí. No puedo dejar el restorán.

    Nuevamente el silencio. Hasta que Carlos contestó.

    —   Está bien.

    Sin verse, continuaron con su plática.

    —   ¿Y los asuntos que tenías aquí?

    —   Es cierto… el compromiso con la Asociación. La verdad es que no me convenció. No creo continuar con ellos.

    Daniela no quiso insistir en el tema. Creía que posiblemente él sentiría que lo estaba obligando a regresar pronto.

    —   Don Señor Importante. Has de pensar que estoy deslumbrada por ti.

    —   No, ¿Cómo crees?

    —   Pues sí. Sí lo estoy.

    Ambos continuaban con la vista a la cascada, sin decir nada. Luego, Carlos volteó, ella también. Se vieron por unos segundos, un minuto, dos, no existía el tiempo en ese momento. Se besaron en la boca con delicadeza, rozándose sus labios. Luego ella estuvo un rato sin moverse y lo volvió a ver a los ojos.

    —   Y tú, ¿tienes algo planeado hacer aparte del restorán?

    —   Pues sí. No te lo he platicado, pero dentro de seis meses empezaré a estudiar Historia del Arte. Mis padres me van a ayudar a mantenerme por un tiempo mientras me cambio de ciudad, aquí, en el mismo estado.

    A Carlos le agradó el comentario, aunque lo tomó por sorpresa.

    —   ¡Me hubieras dicho! ¡Yo te puedo ayudar!

    —   Estaría bien, pero por ahora no. Ya platicaremos luego si cumples tus promesas, — Ella sonrió. — estás obligado a verme…

    —   ¡Pero voy a regresar…!

    Lentamente volvieron sus ojos a la cascada.

    —   También tengo planes de cambiarme de religión.

    —   ¿Qué? — Carlos se sintió aún más sorprendido.

    —   Sí, voy a dejar el catolicismo y me haré cristiana.

    —   Bueno, yo siempre he pensado que un católico también es un cristiano.

    —   Sí… pero no, tú deberías entenderme. — Carlos permaneció callado. — No me digas que no eres creyente…

    Él no quería contestar. Recordaba sus malas experiencias después de haber tenido discusiones sobre religión, precisamente cuando confesaba que él no era creyente. Trataba de cubrirse diciendo que no era practicante y, de esta manera, evitar mencionar la palabra ateo. Sentía que era muy fuerte, agresiva para la mayoría de la gente que se consideraba religiosa, posiblemente hasta ofensiva o diabólica. Por eso siempre terminaba en discusiones incómodas con sus conocidos y era algo que quería evitar en ese momento.

    —   Lo que pasa es que abrigo una actividad más científica que los demás.

    —   ¿Y…?

    —   Es difícil explicarlo…

    Pero Daniela quiso continuar con el tema.

    —   Oye…

    —   ¿Sí?

    —   ¿Por qué te hiciste así?

    —   ¿Cómo?

    —   Ateo. — La palabra salió con timidez de los labios de Daniela.

    —   Mi mamá quería que yo fuera sacerdote, pero siempre me dieron libertad de escoger. De niño estuve en una escuela muy religiosa. Llegué a creer que hablaba

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