Breve Historia De Un Reino Interior
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About this ebook
Paco Herrera F.
Arquitecto y Maestro en Artes Visuales, Francisco, ha diseñado e impartido cátedra universitaria así como talleres de desarrollo personal durante varios años en México y el extranjero. En este su primer libro publicado, resume las lecciones aprendidas desde hace 25 años en su recorrido por las grandes tradiciones. Ha radicado intercaladamente en México, EEUU, Israel, España, Omán e India donde ha vivido las enseñanzas recibidas desde su juventud por sus maestros. Puedes contactar al autor en: contacto.paco.herrera@gmail.com
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Breve Historia De Un Reino Interior - Paco Herrera F.
Breve Historia de un Reino Interior
19126.jpgPaco Herrera F.
Copyright © 2013 por Francisco Herrera Fernández.
Dibujo de portada: Francisco Herrera Fernández
Diseño de portada: Mariana Martínez de Velasco
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Fecha de revisión: 10/07/2013
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Índice
El Peregrino
El Canto Del Trovador
Primera Página De Una Crónica Medieval
-o La Redención del Único Pilar-
Párroco sin parroquia
El lamento de la viuda
El camino del bufón
La justificación del escribano
Burbuja de pensamiento de un eremita
Los deseos del rey
Las dudas del marmitón
La batalla
-o el embate del espejo-
El comerciante de telas
Cuando el alfarero desdeñó al escribano
Las preguntas de la princesa
Mirando a través de la tronera
Pensares de un juglar
El telar
Los caminos de moira
Una piedra en el camino me enseñó…
Página de un diario del rey i
-o el Retiro del silencio-
Un día en la plaza
-o recuento de los impulsos-
Canto del labrador
Página de un diario de moira
Las dudas del escribano
El trashumante
Página de un diario de moira ii
La esfera de cristal
La gran obra
La visita al alfarero
Canto del trovador ii
-o el secreto revelado-
La cacería del dragón
Las nupcias místicas
A mi Maestra, aquélla que enciende luces con su luz.
A Magdalena, quien tiene la llave de mi cámara secreta.
A Santi y Mati, mis dos hermosos maestros.
A Paco y Magos. Mis padres, por tanto y tanto.
Gracias a todos y cada uno de aquéllos que formaron parte de esta historia.
EL PEREGRINO
Hay historias que se narran subrepticiamente para evitar indiscreciones y se nos vuelquen como escorpiones buscando el nido, otras que se escriben en pergaminos para doblar al tiempo y retener la memoria y otras más que vuelan desde las lenguas de los bardos, como mariposas migrantes o anhelos en exilio, son voces que nos hacen comunes en los sueños, en los mitos y en el Camino.
- ¿Hay lugar? ¿Te importa?- me preguntó lo obvio, una observación retórica. Siempre me han molestado las preguntas retóricas por deshonestas y torpes, aunque yo mismo caiga una y otra vez en ellas. Así nos educan, una rara manera de afabilidad. Sin esperar respuesta se sentó junto a mí. Me recorrí unos centímetros para dar suficiente espacio a su cuerpo robusto y su morral raído. Sus manos con lodo seco sostenían un cuenco con alubias, un tarro de cerveza y una hogaza de pan bajo el sobaco. Olía a sudor y a pasto mojado.
- Siéntese por favor –le dije mientras él se estaba ya acomodando- ¿Viene a menudo a este lugar?
- Naaa, sólo cuando paso por la comarca. Me gusta su comida. ¿Y tú?, nunca te había visto –insistió en la familiaridad.
- Es la primera vez. Me gusta esta taberna, sus barricas se ven rebosantes y los jamones colgados le dan calor. Huele a roble y cera con lavanda. Han de ser las velas -le dije-. Me gusta esta taberna y casi todas las tabernas, por una u otra cosa. Se escuchan historias y en cada una de ellas encuentro algo.
- ¿Encuentras algo más que gente, potajes y cerveza?
- Encuentro empatía a través de lo ordinario, como si lo cotidiano fuera una historia contada por lo que sucede dentro de nosotros. Algo de mí se encuentra en el otro y algo del otro en mí; un indicio, una pista, una huella en el camino, una resonancia como aquélla del laúd y el aulos en una cueva, de la vida y mí mismo.
- ¿Eres trovador? Sólo ellos hablan de historias como si fueran especiales.
- No, no, nada de eso. Estudiaba antes de emprender este viaje. ¿Y tú? Imagino que cuidas del campo.
- Lo dices por la tez quemada o por mi acento –me dijo irónicamente y riendo.
- Y por el lodo en tus sandalias.
- Soy pastor. ¿Y qué haces aquí? No eres de estos lares, tienes un acento extraño -me pregunto sin malicia.
- Era doctorando en…
- ¿Doctorando?
- Digamos que estudiaba Teología, a Dios…
- Me estás bromeando ¿Se puede estudiar a Dios? - insistía en interrumpirme – es como si estudiara a mis ovejas en vez de llevarlas a pastar.
- Sí, pero de alguna manera las has tenido que conocer, saber cómo es una cabra o una oveja para saber cómo cuidar de ellas.
- Bueno, sí… eso lo he aprendido al igual que mi Pa, mi abuelo y el padre de mi abuelo hasta el principio de los tiempos, cuando comenzamos a cuidar animales. Aprendí viendo cómo se cuidan, escuchando la palabras y entendiendo los actos de mi familia, todos somos pastores, ¿sabes?, y luego metiendo las manos. Nunca he leído sobre ovejas, ni cabras, vaya… ni siquiera sé leer, pero sé encontrar buenos pastos, leo los cielos, recibo a las crías y cuido de ellas durante las noches, sé qué rutas tomar y cuáles no, sé negociar en el mercado la venta, sé reconocer un buen animal de uno que no promete…
- Bueno, bueno, te entiendo, pero déjame continuar…
- Sí, sí, te escucho, lo que pasa es que eso de estudiar a Dios me sonó muy raro –insistió en su comentario.
- Pues sigo. Un buen día tras una larga disertación en la que le exponía la omnisciencia y omnipresencia del Absoluto, mi mentor me dijo, al igual que tú ahora en tu propia manera, que sobraban las palabras si no conocía el sentido de ellas en carne propia. Dijo que convertir a Dios en una idea era algo peligroso y desviaba de camino. De qué sirve estudiar el mar si no puedes nadar en él como pez, me dijo, saber que está hecho de agua y sal de poco sirve. Nadar y luego ser el agua misma, eso es. Entendí que debía emprender un camino, pero él se reusó a indicarme cuál, cómo andarlo o a quién acudir. Se despidió con una palmada en mi hombro y me dejó entre los manuscritos si mirar atrás. Comencé mi peregrinaje lleno de dudas. Le perdí la pista cuando dejó de contestar mis cartas. Habrían de pasar años para que me enterase en una abadía que me dio cobijo que fue quemado por iluminista, por creer que uno se podría convertir en agua y que no bastaba estudiar el líquido y sus sales. ¿Has alguna vez peregrinado? – le pregunté
- No, sólo sigo las temporadas que el año nos da y guío a mis animales. Creo que sólo he hecho eso y tal vez sea lo que siempre haga. Voy siguiendo al sol, a los vientos, las lluvias, los astros y me dicen dónde hay mejores tierras. Lo demás es cuidar de los animales, después de todo de ellos y para ellos vivo, si tú me entiendes.
- Entre los que peregrinan hay gente que cree que andar por andar te crece el corazón y te salva, pero el peregrino sabe que no es crecer ni salvarse sino disolverse es lo que busca el que anda sin andar.
- No te entiendo.
- Sí, como si el andar de aquí para allá y visitar templos, orar y santiguarse te hiciera más santo o te acercara a los misterios de lo visible y lo invisible. Como si la santidad, esa milagrera, importara. Como si escuchar historias y visitar santos hombres, andar leguas y sangrar los pies de tanto paso despertara aquello que permanece dormido. El peregrino no busca milagros, ni saldar penitencias, no va buscando, lo impulsa primero una curiosidad y luego un hambre voraz de sentido.
- Pero los milagros suceden amigo, como cuando nace una cría y sabe solito dónde mamar y camina sin alguien que le enseñe. ¿Qué más milagro quieres? Y la penitencia, también existe, aunque no te la imponga un cura. Cada vez que te equivocas pagas las consecuencias, ¿qué más penitencia quieres?- me dijo y sin más le dio un trago profundo a su malta de trigo. De rezar no sé mucho, eso sí, yo solo sé que respiro y que el aire viene de todos lados y me doy cuenta. ¿Para qué pedir lo que ya ha sido dado? Acaso doy gracias, ¿qué más puede uno hacer?, pero dices que peregrinas…
- Peregrinar es andar de lección en lección, cosechando consecuencias, como dices, aunque no te muevas de lugar. Va uno de asombro en asombro, de despojo en despojo. La vida es sólo un pretexto para que peregrines hacia dentro.
- ¿Peregrinar adentro? –se rió con el descaro inocente de un niño que tiene el cuerpo de un hombre crecido y con leguas en su haber.
- ¡Qué absurdo!
dirás, ¿pero dónde está adentro? ¿De qué me habla este tipo?
Que adentro es una manera de decirte silencio y conciencia, darte cuenta de lo que subyace atrás de todo. Que no bastan las vicisitudes para que nazca la experiencia, no bastan las barbas largas y blancas, no bastan las aventuras, ni las cimas, ni los amores hechos, ni los riesgos si ello no ilumina el único cristal que lleva uno por corazón. Hay que romperlo, fundirlo, y moldearlo para luego mezclarlo con los minerales que han de teñir la luz prístina (siempre prístina), ese es el juego
, me dijo una vez un maestro vitralista.
- ¿Y qué es un vitralista?- me pregunto mascando un pan relleno de tripa.
- Alguien que hace vidrios de colores para las iglesias y palacios – le expliqué.
- Lo mismo decía mi padre la leche hay que hervirla, y luego la mantequilla hay que hervirla hasta que quede un aceite que es bueno para todo
.
- Podría hablarte de los muchos Santos Griales que he visto, de las montañas nevadas y sus bestias, de pueblos de raras costumbres y aún más raros hábitos pero nada de ello se compara con las historias y cantos que me narró un viejo trovador en un Valle que estaba siendo reconstruido tras una fiera invasión.
- Una guerra es una cosa fea. Yo he pasado por campos de batalla que todavía huelen a podredumbre. Las ovejas y cabras detestan el olor y prefieren andar por horas antes de comer en las cercanías.
- En mi andar por ese valle me detuve en aldeas que estaban reconstruyendo sus chozas y establos, limpiando los suelos tiznados como se talla una mancha en una camisola. Me encontré en tabernas que alojaban forasteros de raras ropas que venían a labrar como jornaleros campos que habían sido abandonados. Pernocté en paradores y portales de peregrinos que serían sólo una pausa más en el viaje y como siempre conocí locales y transitorios, trashumantes, peregrinos y mensajeros, guías de caravanas y entre ellos, un buen día –y digo bueno
pues en ese momento empecé mi camino- me topé con un trovador que viajaba sin troupe. Lucía desaliñado y lleno de polvo su atuendo, tenía una sonrisa fácil como si él fuera el espectador y nosotros el espectáculo, su mirada parecía escudriñar todo lo que le rodeaba y cuando hablaba te miraba fijamente como si redefiniera el significado de escuchar, como si al escucharte te viera. Después de hacer su canto se sentó junto a mí mientras comía un gordo chorizo de cerdo y bebía vino caliente. Sin más preámbulo me dijo si yo pagaría sus cantos con un tarro. Su cinismo me cayó por sorpresa pero su tono afable y mi gusto por compañía nueva me hicieron acceder a su solicitud. Comenzamos a hablar de mis viajes y de los suyos, de lugares que ambos conocimos en nuestros viajes. Me preguntó sobre mis estudios y la vida de la abadía donde residía y en turno le pregunté que cómo había comenzado su vida como trovador y cómo escribía sus cantos, me dijo "empecé a escribir desde niño pues crecí en una compañía ambulante de saltimbanquis, bardos y rapsodas. Vivir en caravana es un poco como peregrinar, si tú me entiendes, nunca hay nada fijo, ni estable, somos como el agua y los peces, que si no se mueven se estanca la una y mueren los otros. Prefiero ir de aquí a allá, escuchar los cambios, sentir