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Testimonio Sacerdotal Según La Sana Doctrina De La Iglesia.: “La Apostasía (2Ts. 2)”
Testimonio Sacerdotal Según La Sana Doctrina De La Iglesia.: “La Apostasía (2Ts. 2)”
Testimonio Sacerdotal Según La Sana Doctrina De La Iglesia.: “La Apostasía (2Ts. 2)”
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Testimonio Sacerdotal Según La Sana Doctrina De La Iglesia.: “La Apostasía (2Ts. 2)”

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Nuestro escudo, en su significado, trasciende de lo material a lo espiritual y sobrenatural como vivo testimonio del obrar y el querer divino del Seor y Maestro de la Historia de la Salvacin y redencin de Dios. En una unidad formidable de signos nos revela que desde hace cinco siglos la Divina Misericordia nos elige como Puerto o Refugio seguro para la salvacin del remanente que confluir de los diferentes lugares donde se encuentra disperso. Representa a un Pueblo que nace a una vida nueva, a la vida de la gracia divina con la vocacin especifica del Precursor, Juan.
Es un Puerto, tierra de sangre, tierra del gran Seor, que habra de descubrirse, en su momento, en la Bendicin de la Sangre vertida que nos atrajo al inicio la salvacin y la redencin del Salvador y Redentor. Es un pueblo sobre el que el divino Redentor, as ha querido recordarnos la vocacin a la que, en la esperanza, fuimos convocados desde el principio, como descendencia de una Mujer, bendecidos en una primera familia y congregados en el Pueblo de su propiedad, el que se convertira, por la fe en el Redentor, en la gran Familia de Dios.
Es un Blasn verde con el Cordero echado sobre el Libro del apocalipsis de Jesucristo portando la bandera de Juan Evangelista. Entre los dems signos, aparte de los del reino colonizador, Fernando e Isabel, sus iniciales y coronas, aparece en un letrero a la redonda: Juan es su nombre; el color verde predominante est relacionado con los comienzos de la era cristiana, con alusin a San Juan Bautista, como smbolo de la hierba o vegetacin, cuando este predicaba en las selvas desrticas de Judea,,
Las banderas y cruces de Jerusaln como smbolos de San Juan Bautista, nombre dado a la isla invariablemente unido al nombre de Jerusaln. El haz de flecha y el yugo constan del misterioso nmero siete que tanto se repite simblicamente en el Apocalipsis. (Nueva Enciclopedia de Puerto Rico de la Geografa, Historia y Cultura Vol. 3, pags. 138-139. Autor: Jos A. Toros Sugraes. Ed. 1996, Editorial Lector Hato Rey, P.R.)
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateFeb 18, 2015
ISBN9781463397159
Testimonio Sacerdotal Según La Sana Doctrina De La Iglesia.: “La Apostasía (2Ts. 2)”

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    Testimonio Sacerdotal Según La Sana Doctrina De La Iglesia. - Padre Carlos Nieves Figueroa

    Testimonio Sacerdotal

    Según La Sana Doctrina

    De La Iglesia

    La Apostasía (2Ts. 2)

    Carlos Nieves Figueroa, presbitero

    Copyright © 2015 por Carlos Nieves Figueroa, presbitero.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014921531

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-9716-6

                 Tapa Blanda             978-1-4633-9714-2

                 Libro Electrónico   978-1-4633-9715-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    El texto Bíblico ha sido tomado de la versión de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy® Copyright © 2005 by The Lockman Foundation, La Habra, California 90631, Sociedad no comercial. Derechos Reservados.

    Las citas bíblicas marcadas JB son de la Biblia de Jerusalén, los derechos de autor © 1966 por Darton, Longman & Todd, Ltd. y Doubleday, una división de Bantam Doubleday Dell Publishing Group, Inc. Reproducido con permiso.

    Fecha de revisión: 10/02/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    451091

    ÍNDICE

    El autor como presbítero de Jesús

    Introducción

    Capítulo I EN LA ORIENTACIÓN DEL PAPA DE MARÍA sobre el FIDEI DEPOSITUM

    De la Introducción de Juan Pablo II, en el Nuevo Catecismo de la Iglesia

    La transmisión de la Revelación divina

    El Depósito debe contener la Escritura y la Tradición, íntegramente, como sana Doctrina de la Fe divina y católica

    La fe divina en sus dos Fuentes complementarias

    La fe en el sentido sobre natural

    Capítulo II NUESTRA RESPONSABILIDA HOY

    Dios llama al hombre (Prov. 8,4)

    ¡Cuán necesaria y valiosa es la Fe divina peregrina en los cristianos!

    La Historia es Maestra

    Creer en Dios es una responsabilidad muy personal

    Capítulo III LOS NUEVOS HIJOS DE DIOS

    La Obra del Espíritu Santo en Un ocultamiento tan discreto,… (Ctm. 687)

    La Eucaristía es el Sacramento de nuestra Fe como Sacrificio y Fiesta

    El tiempo del Espíritu y del testimonio (Ctm. 672)

    Voy a realizar una cosa nueva (Is. 43, 18-19; Ap. 21, 5).

    El resplandor del Creador en el polvo de la tierra

    Todo comienza en el Génesis

    El camino de la Cruz nos diviniza

    El profeta Jeremías

    Los regalos de consuelos divinos en la Nueva Alianza según el Espíritu en el profeta Jeremías

    El Cantar de los Cantares

    Jesucristo nuestro Salvador y Redentor

    Capítulo IV EN LA FIDELIDAD A LA MADRE

    María

    Muchos Jerarcas católicos están en crisis de la Fe cristiana

    La opción que tomó el Concilio Ecuménico V. II sobre María

    Fátima

    Capítulo V SE DESCUBRE LA IMPOSTURA RELIGIOSA

    El Concilio según el Informe de Joseph Ratzinger

    La Lumen Gentium

    Ocultas fuerzas agresivas

    La Iglesia que el Concilio nos desvela (Is. 30, 8-17)

    Secretum Santi Officii

    ¿Quién es Próspero Lambertini?

    Capítulo VI LA CHISPA QUE PREPARA AL MUNDO PARA LA VENIDA DEL SEÑOR

    Teología del cuerpo varón y mujer

    En la perspectiva de la Redención

    Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra (Lc. 18, 8)?

    Índice de textos

    El autor como presbítero de Jesús

    La Iglesia, en su Doctrina nos enseña, en el Decreto Presbiterorum Ordinis (P.O.), que al sacerdote el Sacramento del Orden lo reviste con la excelencia de obligaciones de máxima importancia, las cuales cada día… son más difíciles… para servir a Cristo,…. Nos enseña que participamos, con el Espíritu Santo, de su ministerio, por el cual la Iglesia es edificada en la tierra de manera constante (P.O. 1), por medio del ejercicio de nuestra fe divina. Por lo que, el que se negare a creer lo que Dios nos revela, en la Escritura y en la Tradición, se excluye a sí mismo como miembro del Pueblo Santo, por negarse a la gracia ofrecida por Dios en el Espíritu del Amor divino. Nos enseña, que Jesús hace partícipe de la unción del Espíritu Santo, con el que él fue ungido, a todos los miembros de su Cuerpo místico. Así, todos los fieles, en él, como su Cuerpo y templos del Espíritu, son hechos sacerdocio santo y regio para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios Padre, por su Cristo, y pregonar las maravillas de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a la luz. Esto es, pregonar las maravillas que el divino Verbo, en la acción del Santo Espíritu (Jn. 14, 26) nos anunció y sigue anunciándonos en el mismo Espíritu, por medio de todos los Santos, de modo especial por medio de nuestra Santísima Madre, la Virgen María. Por lo que todo hijo de su Iglesia tiene parte en la Misión que Jesús, en conjunto con el Espíritu, desde el comienzo de la Historia de la Salvación, hasta que finalicen los últimos tiempos (Ctm. 702), realizan como la Obra de la Salvación y la Redención de Dios en el mundo, en la que todos debemos, santificarlo en el corazón, en la entrega de todo nuestro ser por medio de la fe divina, dando testimonio de Él con espíritu de profecía. Pues, todo bautizado como hijo de Dios, es ungido como profeta, sacerdote y rey. Por ende, debemos mantener en nuestras vidas, la constante conversión, de hijos del primer Adán-Eva, en hijos del segundo Eva-Adán. Este, en la gracia de Dios, es la manifestación del nuevo Hombre; María, la Virgen de la Inmaculada Concepción, elegida de Israel y, su Hijo Jesús, el divino Verbo encarnado en su seno virginal. Es, la mujer y su descendencia como lo anunció el proto-Evangelio (Gn.3, 15). Es la nueva creación, del hombre, que el Verbo encarnado realiza en los hijos del primer Adán-Eva que el Padre le ha encomendado (Jn. 17, 2). Nos enseña que el Señor, de entre todos los mismos fieles, instituyó a algunos por ministros para que así, formaran un solo cuerpo en el que no todos desempeñan la misma función. Y así, en la comunidad creyente estuviera la potestad sagrada del Orden sacramental y desempeñarán públicamente el oficio sacerdotal por los hombres en el nombre de Cristo.

    Así, y de este modo, cooperando con el obispo, todo sacerdote que le es fiel a Jesús en el Espíritu Santo, cumple la misión apostólica confiada por Cristo a la Iglesia jerárquica en sus primeros doce. Porque su ministerio está unido con el Orden episcopal por lo que él participa de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su Cuerpo. configurado con Cristo sacerdote puede obrar en la persona de Jesús que es nuestra Cabeza. Como los presbíteros participan por su parte en el ministerio de los Apóstoles, dales Dios gracia para que sean ministros de Cristo en las naciones, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio a fin de que sea aceptada la oblación de las naciones santificadas por el Espíritu Santo (P.O. 2).

    Los presbíteros tenemos el deber de conocer las ovejas del Pastor Bueno y trabajar para atraer a las que no pertenece a éste, su aprisco, para que también ellas oigan su voz, la voz del Maestro y Señor (P.O. 3). Así, nos enseña el Magisterio, que el Pueblo de Dios busca la Palabra viva de Dios en la boca del sacerdote, quien tiene su primer deber de anunciar a todos el Evangelio, cumpliendo el mandato de Cristo (Mc. 16, 15) de ir por el mundo entero para llevar a toda la humanidad la Buena Nueva del Señor y congregar al Pueblo de Dios. A toda las gentes, pues, se deben los presbíteros para comunicarles la verdad del Evangelio, de que gozan en el Señor (P.O. 4). Es, pues, nuestro sagrado y santo deber, hoy más que nunca, el recordarles que le debemos a Jesús nuestra fiel obediencia en lo que nos mandó (Jn. 13, 20; 14, 26), según la fe a la que nos exhorta y nos enseña la Iglesia en su Magisterio (D.V. 5). Jesús nos ha hecho responsables de orientar la Iglesia hacia él acogiendo todas sus palabras, tanto en la Escritura como en la Tradición (D.V. 8-10), en las que nos llama a través de sus Santos (Ctm. 67), siempre en la acción del Espíritu. Nos es necesario el recordar lo que nos ha dicho en Jn. 13, 20. Así lo recibe a él, el que reciba al que él ha enviado de su parte, como es el caso de todos sus videntes y los videntes de su Madre amada en sus diversas apariciones en todo el mundo. Además de aquellos, a los que envía como a sus ministros y, sus consagrados más responsables de la sana enseñanza apostólica en su viña. A tono con esto, la misma enseñanza de la Iglesia nos indica, que el deber de los presbíteros en su misión de predicar, es también de "…estudiar las cuestiones de su tiempo a la luz de Cristo… no enseñar su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios, e invitar a todos instantemente a la conversión y santidad…,’’ acorde, claro está, con todo el legado que el Espíritu le ha hecho a la Iglesia a lo largo de los siglos en la persona de cada Santo y de cada Santa (Ctm. 67 y 688), en la estrecha relación que guarda con los libros del Nuevo Testamento. Porque los Santos, todos ellos, son auténticos modelos como miembros del Cuerpo místico de Cristo Jesús. A demás, que la predicación sacerdotal debe exponer la palabra de Dios no sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio (P.O. 4).

    Al sacerdote, como educador en la fe, le corresponde llevar a los fieles, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación conforme con el Evangelio, como en el ejemplo de Jn. 13, 20, a la caridad sincera y activa y a la libertad en la que Cristo nos ha liberado, para alcanzar la madurez cristiana, comprendiendo el profundo significado de confiar plenamente que somos, por la fe divina y cristiana, hermanos de Jesucristo, por lo que se nos llama cristianos.

    Los presbíteros, hemos de promover la santidad para que en los acontecimientos podamos ver con claridad lo que exige la realidad y cuál es la voluntad de Dios. Y el deber del pastor ha de abarcar a la Iglesia universal, debe preparar para todos los hombres el camino hacia el Señor (P.O. 6). El presbítero ha recibido el don espiritual en la ordenación que lo prepara a una misión ilimitada, …universal y amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Act. 1,8), pues cualquier ministerio sacerdotal, aún el de los fieles laicos como cristianos, participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el presbítero es hecho partícipe de manera real del sacerdocio de Cristo, necesariamente se dirige a todos los pueblos y a todos los tiempos, tampoco está reducido por ningún límite de sangre, nación o edad, como en la figura de Melquisedec (Heb. 7, 3) es representado misteriosamente (P.O. 10).

    El sacerdote, como cooperador del episcopado en la tierra, se configura con Cristo por el sacramento del Orden, como ministro de la Cabeza, para construir y edificar a toda la Iglesia que es Templo del Espíritu, Cuerpo del Señor e hija de la Virgen Esposa del Espíritu y Madre del Verbo hecho Hombre. Así, pues el sacerdote, a su modo, representa la persona del mismo Cristo,… en un nivel más profundo que la representación de los demás fieles cristiano, puesto que además del S. Bautismo tiene el S. Orden. Es consagrado por la unción del Espíritu Santo y enviado por Cristo, a modo de su ejército (Is.24, 21).

    Ellos, al ejercer el ministerio del Espíritu y de la justicia, si son dóciles al Espíritu de Cristo, que los vivifica y guía, se afirman en la vida del Espíritu,…. Su fin pastoral es de renovación interna de la misma Iglesia con la difusión del Evangelio por toda la tierra y de diálogo con el mundo actual (P.O. 12). Conseguirá la santidad ejerciendo su ministerio en conjunto con el Espíritu Santo, el más digno Testigo de Cristo en la misma Obra del Padre (Jn. 6, 28-29; 16, 12-15), que a través de los Santos y a lo largo de los siglos continúa la misma salvación manifestando, a través de los mismo Santas y Santos de la Iglesia, la santidad (Ctm. 688) incasable y sinceramente. Como ministro de la Palabra de Dios debe enseñar a los otros y si se esfuerza en recibirla en sí mismo se hará discípulo más perfecto del Señor. Dedicándose a enseñar a los demás lo que ha contemplado y oído en los Santos, en el doble testimonio, en el de vida y en el de la experiencia profunda en virtud del Espíritu que los hace profetizar, gustará las riquezas de Cristo y la multiforme sabiduría de Dios (D.V. 5). En esta comunión con el Señor, participa de la caridad de Dios, cuyo misterio, escondido desde los siglos, ha sido revelado por Cristo en el Espíritu Santo (P.O. 13) en el seno de la Iglesia a través de todos los Santos. Debemos, pues, estar siempre prontos, a cumplir la voluntad del que nos ha enviado, conociendo la obra divina para la que el Espíritu nos tomó, que supera y trasciende toda fuerza y sabiduría humana, porque Dios escogió lo flaco y lo débil para confundir lo fuerte del mundo (1 Cor. 1,27) (P.O). Ésta verdad divina, con la que nos catequizan los altos prelados de la Iglesia, reflexionándola en el corazón, nos descubre que nuestra carne como miseria (Jn. 6, 63), en las manos del Verbo encarnado y fiel en la fe divina, según la analogía de la fe que la Iglesia nos predica, se convierte en el instrumento idóneo en el que el Padre de las misericordia, quiere y puede manifestar su más grande Atributo divino, fuente y origen de toda su creación, en el cielo, en la tierra y en todas partes, su Inescrutable e Insondable Divina Misericordia.

    Así, por su autoridad como Redentor, Cristo, en la virtud y el vigor del mismo Santo Espíritu: "La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad total hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios (D.V. 8)", manteniendo el mismo Espíritu, la comunicación divina de la Palabra de Dios con la Iglesia, a través de sus nuevos profeta, los Santos y Santas del nuevo Pueblo elegido, así como lo hizo en el pasado con los profetas bíblicos. Entonces la plena Verdad nos concederá (Rn. 8, 19-23) la libertad de los hijos de Dios, alcanzándonos el Espíritu Santo, nuestra semejanza con Él, lo que es de Dios (Rn. 8, 27), lo que le devuelve la inmortalidad a nuestra carne.

    Entendido este mensaje de fe católica y divina, en el más profundo espíritu del recto discernimiento, en lo que el autor quiere decir y mostrar a todos como verdad que no crea ni tampoco inventa sino que descubre en la información documentada, más fidedigna de la Iglesia, que puede estar al alcance de todos, se puede convertir, el mismo mensaje, en un "Big Ban" de la Historia de la Iglesia fundada e instituida en el mundo como la Obra de Dios en la tierra. Ella, la antesala, en el mundo del Reino del Mesías anunciado desde los Patriarcas y los Profetas, que habría de manifestarse hasta llegar a su plenitud y completa realización, durante el transcurso de, éstos, los últimos tiempos que han de culminar con el gran Juicio o Día de la gran Ira de Dios para la consumación de la salvación y de la divina redención del hombre caído en el pecado, del mundo desviado por tal hombre del Camino, la Verdad y la Vida que Dios desea para el hombre complementado.

    Queremos dejar por sentado, y que quede expuesto con la máxima claridad, que toda cita, de la Escritura Sagrada en nuestra exponencial, tiene el propósito, único, de la enseñanza de nuestra fe católica según el Decreto de la Dei Verbum 14: "La economía de salvación, anunciada, contada y explicada por los escritores sagrados, se encuentran hecha Palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por eso dichos libros inspirados conservan para siempre su valor: Todo lo que está escrito, se escribió para enseñanza nuestra; de modo que por la perseverancia y el consuelo de la Escritura, mantengamos la esperanza (Ron. 15, 4)". Así, como esclavo de amor por María, pedimos al Padre de la misericordias que éste testimonio, acorde con su Palabra en la Escritura (Is. 44, 26), sea confirmado en los corazones de los hijos de Dios en la esperanza de las promesas divinas, y que el Redentor permita el buen resultado de los planes de sus servidores dentro y fuera de la fe cristiana peregrina, en cuanto le tributen la mayor honra y gloria a su Justicia y a su Misericordia y el bien de los que lo aman.

    En el amor del Espíritu que nos santifica en la

    Misión de los Hijos e Hijas de Dios en virtud

    de su Palabra Revelada

    Carlos NIeves Figueroa, presbitero

    Introducción

    El católico auténtico y verdadero cristiano, como hijo fiel en la obediencia de la fe cristiana y peregrina, del Dios que se nos revela como Creador y como Padre, es aquel que acoge y guarda devotamente, meditando en su corazón (Lc. 2, 51), todas las palabras de Jesús, como un verdadero familiar suyo (Mc. 3, 32-35). Procede así, en el cumplimiento del primer mandamiento, porque como hijo le ama y le busca como a un Padre. Sabe que Cristo, como Hombre-Dios es el único Mediador entre el Padre y los hombres, y sin embargo en su recta conciencia de hijo del Padre y hermano del Hijo, por el exceso de la Divina Misericordia manifestado por su Cruz, se entrega y acoge en su corazón a la Madre de Dios en todos sus mensajes y mariofanías, en la obediencia de la fe divina, porque en ella, está convencido de ser y formar parte de la descendencia del nuevo Adán-Eva que le aplasta la cabeza a la antigua serpiente. Por eso, se acoge y se entrega a ella, como buen hijo, en la fe divina en todos sus mensaje, como el mismo mensaje del Padre eterno (Jn. 7, 16-17; 8, 42-43) revelado y dado a los hombres en Cristo y en todos sus enviados, como embajadores y embajadoras que el mismo Jesús nos enviaría de su parte (Jn. 13,20), además de sus primeros testigos y apóstoles (Jn. 15, 27), elegidos en su primera intervención en el mundo (Jn. 7, 21), como la verdadera familia de Dios (Mc. 3, 31-35). Así, discierne, y sabe acoger toda la revelación como santa y divina Palabra de Dios, convencido de que toda ella es la misma Obra divina (Jn. 6, 28; 7, 16-17; 14, 10-12) que Cristo, en el Espíritu (Ctm. 686-690; 702), realiza para el Padre, apoyado en la Mujer y su descendencia Santa (Gn. 3, 15) como sus colaboradores. Conoce que es el modo como Jesús delegó su Obra en el Espíritu Santo porque así nos lo reveló, (Jn.16, 12-15; 13, 20). Estos pasajes evangélicos, evidencian que Cristo, como la Revelación del Padre, su única Palabra, ha delegado y comparte su Obra misionera. No lo dijo todo en su primera venida, no le confió muchas de sus palabras a sus primeros testigos, cuando aún vivía entre los hombres, dejando muchas cosas sin decirles porque no podrían con ellas, como mucha carga, pues a ellos les era demasiado en aquel momento (Jn. 16, 12). Como sus primeros, no les tocaba el conocer, lo que no estaba en los designios del Padre de las misericordias que ellos conocieran. Ya que aquella no era la hora establecida para las cosas secretas que debían aguardar, los plazos y los pasos que el Padre determinaría (Hch. 1, 7: Ec.3, 10-14) a lo largo de los últimos tiempos hasta el día de la última prueba, en la fe divina, para la Iglesia (Ctm. 675). Así, en adelante, después de Jesús, vendría el otro Protector e Intérprete, el Santo Espíritu (Jn. 14, 16-17; 14, 26) a revelarnos, lo que oyó del Padre y del Hijo (16, 13), cuando el Padre lo determinara para confiarlo en el futuro a los sucesores de los apóstoles, y al Pueblo elegido, el mismo que por la gracia del bautismo llevaría siempre impreso el triple sello de sacerdote, profeta y rey para defender la fe como el ejército de Cristo en virtud de la Confirmación. Su Misión, como lo había sido en el pasado, en el futuro también sería compartida. Y todo sucesor apostólico, hombres de Iglesia y todo cristiano, tenemos el deber de procurar entender y no olvidar que el tiempo presente, antes de la segunda venida del Mesías como Rey de reyes y Señor de señores, según nos lo anunció, es el tiempo en la Iglesia del Espíritu y del testimonio (Ctm. 672) para introducir a los fieles en la verdad plena (D.V. 8). Este es tiempo, aún, de espera y vigilia, con el sagrado deber de acoger, en el sacrificio del misterio de la fe divina, al Espíritu, quien nos enseñaría todas las cosas y recordaría todo lo que nos dejó dicho Jesús en los apóstoles (Jn. 14, 26). Por lo que Cristo, se refirió aquí al Espíritu como ‘al Intérprete’ en la misión de darnos a conocer la Verdad divina en ambas Fuente de la Revelación, en su plenitud. Esto es lo que ha sido, a lo largo de los siglos, los tiempos misioneros y de prueba para la Iglesia, el tiempo del cumpliento de la profecía de Isaías (54, 13) en la acción siempre del Espíritu, que comenzó con Jesucristo y continuó desde los primeros apóstoles (Jn. 15, 27). Continuó, a lo largo de todos los siglos, desde San Pablo hasta el último de los testigos del Maestro elegidos en la acción oculta del Espíritu, en la profunda y personal experiencia que, en dicha acción del Intérprete y segundo Protector (Jn. 14, 16), todo enviado del Señor (Jn. 13, 20), como vidente le da cumplimiento a la profecía de Isaías 54, 13. Le dan vida como Santos y Santas a la Iglesia, su nueva viña, en cuanto que Cristo no es machista, ha elegido y enviado de su parte, en el transcurso de los siglos, a hombres, mujeres y niños para hacer vigente la Tradición Sagrada en su Cuerpo místico y Templo del Espíritu. Como quiera, pues, el hombre es complementado en dos personas como imagen divina de igual dignidad en ambos. Esta verdad se desprende del Catecismo (67), como llamada de los Santos y de las Santas o del mismo Cristo a la Iglesia, y a la que se refiere el Depósito Santo (Ctm. 688), como Doctrina sana que así interpreta a Jesús en Mc. 3, 35, porque, los fieles suyos, enviados de su parte (Jn. 13, 20) son Hermanos, Hermanas y Madre suya.

    Profundamente consciente del carácter misionero de esta Obra de Dios en el mundo con los hombres, mientras duren los tiempos de las pruebas, la Iglesia debe mantener activo su peregrinar (Ctm. 672) y no deberá, en ninguno de sus miembros, ser obstáculo en la Obra divina de la Salvación y la Redención del mundo, entristeciendo así al Espíritu (Ef. 4, 30). Es lo que todos debemos comprender, como hijos en la fe divina de Dios, de la Virgen, Reina y Madre de Dios y de la Iglesia, que debe esforzarse en imitarla en la obediencia de la fe (Ctm. 144, 148-149), como virgen y místico Cuerpo del Señor en la tierra, que el lugar para conocer al Espíritu del Padre y del Hijo es en la Iglesia que mantiene su Tradición, desde los apóstoles, sin adulterarla ni corromperla con las tradiciones de meros hombres que no piensan como Dios y actúan en su contra como sus enemigos. En ella, por el testimonio de los Santos, el Espíritu, continúa la salvación, comenzada por Jesús, y nos muestra cómo Él nos hace santos cuando nos mantenemos fieles a Jesús (Jn. 15, 6-14) como también dóciles a las inspiraciones del Espíritu según el mismo Depósito, sacro santo, como contenedor de la Palabra divina: "La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (Ctm. 669)", en cada Santo y en cada Santa en ella.

    Solo en la obediencia de esta fe bíblica y tradicional en el Pueblo de Dios, nuestra liberación del pecado (Jn. 8, 31-32), se va consumando en los que, así, se mantienen en Jesús (Jn.15, 3-9), enteramente fieles a su Obra, acogiendo cada palabra suya como Palabra de Dios. Las cuales, después de su Pascua gloriosa, magnífica manifestación de la Insondable y Divina Misericordia del Padre, el Espíritu, tomando del Tesoro de los méritos de Cristo (Jn. 16, 12-15), lo glorifica anunciándonos todas las cosas, que no debían constar por escrito en los Libros de la Nueva y definitiva Alianza (Ap. 10, 4). Anunciándonos, en todos los buenos hijos fieles de la Iglesia, sus Santos en general, todo lo que habría de venir en el futuro (Jn. 14, 26; 16, 13). A lo que el Papa de María ha hecho referencia, en su introducción al Catecismo, como "el legado que el Espíritu le ha hecho a la Iglesia a lo largo de los siglos", en todos los Santos y Santas, sin excluir a ninguno, para cumplir su mandamiento del amor, de que nos amáramos los unos a los otros, acogiendo en la fe divina y cristiana todo lo que de parte de Jesús nos da en cada uno de ellos el Espíritu, porque somos Iglesia misionera que se ha comprometido con Jesús en la Obra del Padre eterno.

    No debe haber dudas, de que de entre todos, como misioneros de Jesús con quienes comparte su Misión, por supuesto que la Santísima Virgen María es, y debe serlo siempre en todo, la primera más amada y más acogida por todos en la Iglesia, después de su Hijo, hasta el punto de merecer un Tratado aparte, de Mariología, el que le negaron, al modo en que lo tienen el divino Verbo, la Iglesia, los Presbíteros, etcétera, en la enseñanza de la misma Iglesia por la sublime y divina distinción con la que Dios la ha enaltecido y que la hace iluminar como el sol, por encima de todas sus creaturas, del cielo y de la tierra. Así su Inmaculada Concepción, su Virginidad Perpetua, su Divina Maternidad en el amor esponsal con el Justo S. José que a todos nos catequiza como un modelo en la fe divina, su Asención en cuerpo y alma al cielo y su Coronación en el cielo como la Reina de Jesús y de toda la creación. Y, el que no la creyó como embajadora de la Trinidad Santísima, en sus mensajes, rechazó en ella la gracia ofrecida por Dios (Ctm. 679) y corre grabe peligro (678), al modo en que en la primera Alianza los que ocupaban la Cátedra de Moisés (Mt. 23) no creyeron y no aceptaron el llamado que en el Precursor Dios les hacía (Mt. 21, 31-32; Lc. 7, 29-35).

    El católico autentico, en su fe divina cristiana y mariana, ve y comprende que luego de lavarles los pies a sus doce apóstoles Jesús les habla en términos de su autoridad, vigente en la Iglesia de los últimos tiempos: En verdad les digo, el que reciba al que yo envíe, a mí me recibe, y el que me reciba a mí, recibe al que me ha enviado (Jn. 13, 20). De este modo se percata que estas palabras de Jesús están situadas entre dos percances (Jn.13, 18-19 y 13, 21-22) que hacen relucir, proféticamente, la Verdad divina como Palabra viva del Padre, que desde los profetas bíblicos hasta la primera intervención en el mundo, del divino Verbo encarnado, se cumpliría ya entre sus primeros elegidos que compartieron su Cuerpo y su Sangre como amigos. Y desde aquel momento en adelante, también iría cumpliéndose a través de los siglos que encierren los últimos tiempos, hasta el final de la última prueba de la fe para la Iglesia (Ctm. 675 y 678). Comprenderá, como los entendidos del profeta Daniel (12, 10), distinguiéndose como oveja del Buen Pastor, que estaba dicho y anunciado desde la primera Alianza, como profecía divina y, Jesús les advierte a sus doce presentes para que cuando vean, la traición del que lo habría de traicionar, creyeran. Así, todos habrían de estar avisados del pecado del primer traidor en la primera Misa (Jn. 13, 18-19). Aquí, en este último pasaje, el Maestro y Señor les recuerda la profecía (Sal. 41, 10) como lección que nos advierta a todos. Y, en segundo lugar (Jn. 13, 21-22); Jesús declara que, junto a él, en esta su primera Santa Misa, su última Cena, estaba infiltrado el traidor, cauteloso y reservado, para que sus compañeros no lo noten. Que, como si fuera leal amigo, comparte su pan y su vino en el misterio de la fe divina que los hacen el Cuerpo y Sangre del Señor. Así estos dos percances hacen lucir a Jn. 13, 20, la Palabra de Dios, como gravísima advertencia a todos los nuevos responsables del Templo (Mt 23) como Casa de Dios y Puerta del Cielo (Gn. 28, 17), que lo comulgan diariamente mientras lo ignoran y desprecian en su llamado a través de sus Santos y Santas. Para que estén sobrios y no traicionen al Señor, negando la fe divina y cristiana en tantos de sus enviados videntes, los que comparten su Mesa comiendo, en el misterio de la fe su Cuerpo y Sangre, como el Iscariote comulgó en la primera Misa despreciando en su corazón a Jesús.

    Como la familia de Jesús (Mc. 3, 32-35), tenemos el sagrado deber de acoger a todos los colaboradores de Jesús y semejantes nuestros en sus testimonios, en el ejemplo del Maestro y Señor que les lava los pies a sus servidores. Cuando les creemos les amamos, y si les amamos, hemos de considerarles en sus testimonios a todos los que, en la experiencia del Espíritu, han sido videntes testigos del mensaje divino (Jn. 13, 20). El testimonio de la Reina y Madre de la Iglesia, y el mensaje de todos los Santos y las Santas, como hijos fieles de la misma Iglesia, debe gozar de nuestra fe cristiana y divina así e igual que lo fue el de los primeros testigos de Jesús, el que acogieron las primeras comunidades cristianas desde el Apóstol Pablo hasta el presente. En los corazones que la aman reside la seguridad de que sus mariofanías, tienen el vigor del dogma. Es mensaje de Jesucristo en el que guía, en la acción del Espíritu Santo a su Iglesia a la Verdad completa (D.V. 8), anunciándonos todo lo que habría de venir.

    Ellos son todos, a los que Jesús, en su oración al Padre (Jn. 17) se refería. En esta oración no le rogaba por el mundo, sino por los que en el mundo eran del Padre y éste se los había dado (v. 9). Como también le pedía, no sólo por los que habían creído en él por sus obras y por sus palabras sino también, por todos aquellos que en el futuro habrían de creer en él, acogiendo sus palabras, a partir y después del testimonio vivo de sus discípulos y apóstoles, que hablaron para toda la comunidad de fieles a Él en el misterio de la fe divina y cristiana. En su oración le pedía al Padre la unidad (v. 20-23) entre todos ellos, como los Santos de la Nueva Alianza, con su propia Madre, la Virgen María ocupando el primer puesto y el más alto en la Iglesia, luego del de su Hijo (L.G. 54) como el Dueño y el Rey estaría el de ella como su Reina y Madre en su Obra con pleno sentido ulterior hasta el último momento, en la consumación de los últimos tiempos del Espíritu y del testimonio, por todos y cada uno de ellos como su Hermano, Hermana y Madre, por quienes ofreció su Sacrificio (v. 19) salvador y redentor. En este sentido habría de aplicarse su pregunta en Lc. 18, 8, como lo iremos viendo

    Es evidente y de forma inequívoca, viendo los pasajes anteriores del Evangelio y del Catecismo, que no son discípulos fieles suyos quienes no habrían de permanecer, en esta forma, en él (Jn. 15, 4) acogiendo en el Espíritu Santo (Jn. 16, 12-13), todas las palabras del Cristo en la Obra de Dios (Jn. 6, 28-29), manifestada a lo largo de los siglos en el mismo seno de la Iglesia de ambos Corazones, el Suyo y el de su Madre, como el Nuevo Adán junto a su indispensable apoyo, la Nueva Eva, a quien se la confió como Madre en el orden de la gracia en el misterio de la fe divina y cristiana, como a la Dolorosa Virgen Madre suya en la persona representativa de su fiel y amado discípulo, evangelista y apóstol, Juan. Porque el gran Don de la Encarnación del Verbo divino nos fue concedido en unidad, al Don de la Maternidad divina de la elegida Virgen de Israel, para el cumplimiento de las promesas que el mismo Dios nos había hecho desde Abrahán, comprometiéndose con juramento (Ctm. 711-716).

    La Voluntad del Padre eterno e invisible, como la Obra del Dios uno y trino, entre los hombres y con los hombres, se realiza en el mundo desde que el divino Creador lo hizo en la Misión conjunta de la Palabra y el Soplo del Padre (Ctm. 702-703). A la vez, que creó al hombre en su doble complemento, de carne y espíritu y, de personas distintas, a imagen y a semejanza de la vida Divina, varón y mujer, como con sus dos manos, esto es, el Hijo y el Espíritu, las manos del mismo Creador (Ctm. 704). Y, en el libre albedrío en que los creó sexuados, para que de dos personas fueran uno, en la unidad que distingue al amor en sus características diversas, y por la autoridad con la que los dotó para la libertad, todo ser humano, varón o mujer, colabora de alguna manera, en los justísimos, misericordiosísimos e inescrutables designios de Dios. Todos, pues, somos llamados, somos invocados a que, en la fidelidad a la fe en Jesucristo, trabajemos en la Obra de Dios en lo que en nosotros y a través de nosotros quiere el Creador hacer, para el reflejo de su Gloria como imagen Suya. Esta Obra, como la Historia de Dios con los hombres, quedó registrada desde los antiguos Patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob-Israel de quien surgió el primer pueblo elegido de Dios entre todos los demás pueblos y naciones del mundo. Así, Dios se ha hecho parte de la Historia del hombre, llamándolo a la fidelidad de la fe viva y la esperanza alegre de su Palabra. Que ya en los profetas bíblicos, se perfilaba en la promesa del Don divino del Mesías y su Espíritu (Ctm. 711-716), como también la gran Señal de la Elegida Virgen embarazada (Is. 7, 10-14), para el orgullo de la raza humana, entre los nuevos hijos de Dios (Jn. 10, 34-35: 6, 45: Mc. 3, 32-35).

    Garantizada, ésta divina Palabra desde la primera Alianza, llegó al mundo, en su llamado a los hombres, por medio de los mismos hombres, en aquellos que fueron elegidos e inspirados por el Espíritu como servidores de Dios. Dándoles de ante mano, la debida experiencia en el mismo Santo Espíritu, de manera profunda, que los transformaba y los confirmaba como sus testigos Patriarcas, Profetas y Sacerdotes, como los primeros en ser los administradores de la Palabra de Dios en su primer pueblo. Siempre en el misterio de la fe divina, que como videntes, como visionarios, contempló lo que Dios avisaba para el futuro de sus elegidos, en la fidelidad o en la infidelidad a sus promesas de consuelos o sus advertencias de castigos. Ésta primera Alianza fue rota en varias ocasiones por ese primer pueblo elegido pero en ella Dios nos reveló su pedagogía divina con los hombres y nos prometió, desde la Antigua, otra Nueva Alianza divina. Otra en la que el mismo Dios nos daría de nuevo y en persona toda su Palabra. Pero aún en el misterio de la fe divina, con la Nueva Pascua del Señor, el tiempo del Espíritu Santo y del testimonio por medio de los Santos, a lo largo de los siglos en los últimos tiempos. Últimos, como registro de la historia en la que el hombre habría de ser probado en la fe y la confianza, en su sagrado deber de mantenerse respetuoso y humilde (Ec. 3, 14) mientras fuera probado en su fe.

    Pero; ¿qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios? (Jn. 6, 28). Esto preguntaron muchos judíos, a nuestro Señor, que les resultaba muy duro el creerle, pero, aún y cuando lo habían visto hacer muchas señales milagrosas, no quisieron creer en Él. ¿Por qué? En su respuesta Jesús exige la fe divina, no sólo para aquella multitud, sino también para las grandes multitudes que hoy se consideran creyentes, empezando de nuevo por los del templo, los primeros responsables, quienes adoptan la misma actitud, por la misma razón que los primeros; Esto requiere un juicio:… (Jn. 3, 19-21). : … Nadie puede atribuirse más de lo que el Cielo le quiere dar (Jn. 3, 27). El que viene de arriba está por encima de todos. El que viene del Cielo por más que de testimonio de lo que allí ha visto y oído, nadie acepta su testimonio. Pero aceptar su testimonio es como reconocer que Dios es verás (Jn. 3, 31-33), mientras que no creerle, en sus videntes y profetas, es despreciarle como a quien no merece que se confíe y se entregue por la fe divina. Deben evangelizar a todas las naciones, preparándolas para su segunda venida, tanto con el Testimonio del Espíritu como con el de los Apóstoles (Jn. 15, 26-27; Hch. 1, 7-8). En su Evangelio, nos dice para todos hoy, luego de haberse dado las grandes señales milagrosas en todo el mundo, de modo especial a través de la Medianera de todas las gracias, la Virgen Madre de Dios y de todo lo creado, en los últimos siglos: La obra de Dios es esta: creer en aquel que Dios ha enviado (Jn. 6, 29). Y no ha sido solo, a Jesús y al Espíritu, a los que Dios ha enviado. También en ambas Personas, están como videntes y profetas inspirados por Dios, desde María y los primeros discípulos y apóstoles del Señor, hasta el conjunto de todos los hijos Santos de la Iglesia. Todos éstos son, en los que Dios nos ha dado una llamada de parte del Hijo, como Palabra de Dios, en el solemne Testimonio del Espíritu, por boca de todos los profetas, sacerdotes y reyes, en los que el mismo Dios demanda, ayer como hoy, que le creamos adoptando la actitud que la Iglesia predica en la Dei Verbum (5). Es objeto de fe divina; los nuevos profetas son los bautizados hijos de Dios Padre, en el místico Cuerpo de su Hijo, cuya Cabeza es Cristo y cuya Alma es el Espíritu del Padre y del Hijo, que quiere morar en el templo de cada alma, ungida y sellada como nuevos cristos. Así es, entre nosotros, el nuevo Ciudadano (Ctm. 684) en el nuevo Pueblo elegido y comprado a precio tan alto. Pero cuando vega el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc. 18, 8). Juan, el discípulo amado, representa al católico auténtico, como buen discípulo de Cristo Jesús, en quien no pasa desapercibido el hecho de que se le confiara como Madre a la Hija elegida del Padre, Virgen Esposa del Espíritu Santo y Madre del Verbo hecho Hombre, porque ella, es nuestro seguro refugio y el necesario eslabón como el apoyo del nuevo Adán del Padre, en el que habrán de vencer al padre de la Mentira. Así ella es, la Señal en las alturas del cielo, poderosa contra la Serpiente y con todos sus descendientes (Is. 7, 10-14). No le extrañará, además, que como profeta vidente en el Espíritu, no se le permitiese en la Revelación de Jesucristo, poner por escrito uno de sus mensajes proféticos (Ap. 10, 4) para que fuera necesario el creerlo, acogerlo y comprenderlo en el recto discernimiento del mismo Espíritu, hoy, dándose las debidas condiciones que nos enseña la misma Iglesia (D.V. 5).

    El sentido común nos hace pensar que el Cielo exige hoy, a todo el que llama, el amor y la fidelidad del discípulo amado del Señor para que sea auténtico y no falso. Así lo enseña el Magisterio e indica la condición necesaria, que es el estar en la gracia de Dios para poder abrirse al Espíritu cuando Dios nos revela (D.V. 5). La pregunta de Jesús (Lc. 18, 8) identifica claramente, hoy, el testimonio de los Santos (Ctm. 688), con la Palabra de Dios en la Misión que en la Iglesia, Cristo (Ctm. 669) lleva a cabo por medio del "Intérprete", el Espíritu de Verdad (Jn. 14, 26), que daría a los hombres su última Palabra que exige nuestra fe divina antes del advenimiento de Jesucristo, como nos enseña el Catecismo (675). El pasaje antes citado (Ctm. 669) nos indica el modo en que Cristo está presente siempre entre nosotros, en la virtud de su Espíritu, ejerciendo así la redención de nuestros cuerpos. Y está sucede hoy, como en los tiempos del Jesús de Nazaret, que aunque había hecho tantas señales milagrosas, y aun así, una gran multitud se negó a trabajar en la Obra de Dios. Se negaron a creer en las obras y palabras de Jesús (Jn. 10, 37-38). También hoy, el templo se niega a trabajar en las obras de Dios. Ésta es, de igual modo, creer en la Palabra de Dios, por medio de aquellos cristianos que el Espíritu elige en el seno de la Iglesia, como la Autoridad de Cristo en la Iglesia (Ctm. 668-669), y los confirma con una profunda experiencia en la que les presenta en visiones el testimonio divino, porque; el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela (Ctm. 689). Y es, una incuestionable verdad para el católico auténtico, que toda mariofanías real y auténtica, presenta a la Virgen Madre de Dios como Embajadora de la Divina Trinidad, lo que no nos cansaremos de repetir con tanta insistencia. Es la ‘Leona’ cuyo rugido es igual al del "León"

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