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James Joyce - Roma Y Otras Historias
James Joyce - Roma Y Otras Historias
James Joyce - Roma Y Otras Historias
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James Joyce - Roma Y Otras Historias

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About this ebook

James Joyce, Roma y otras Historias describir los meses en que el autor irlands James Joyce (Ulises, Finnegans Wake, Retrato del Artista como un Hombre Joven) vivi en Roma, entre 1906 y 1907. Narraciones de los encuentros entre Mr. Joyce y el detective Herr David Mondine, y las cartas escritas por Mr. Joyce a su hermano Stanislaus, as como el diario escrito por el Sr. David Mondine constituyen una emocionante reconstruccin de esos das.
Joyce se siente frustrado con su vida en Trieste entonces parte de Austria-Hungra y hoy parte de Italiaas que, acompaado por su mujer Nora Barnacle y su pequeo hijo Giorgio, sale huyendo de esa ciudad puerto en el Adritico en busca de nuevas aventuras en Roma, esa capital tan Catlica, a la que llega a aborrecer por su vulgar ritualismo e inmoderada pompa litrgica. Mr. Joyce vaga como un nmada de corazn capturado por una ciudad que encuentra horrenda y fantasmal y pasa el tiempo en tabernas y hosteras, comiendo y bebiendo. El artista encuentra fascinantes similitudes entre su nativa Dubln y Roma, hija legtima de una ciudad de mitos viejos y glorias momificadas, establecida entre ruinas majestuosas y edificios ridculos erigidos en honor de un nuevo siglo.
El libro se enriquece con unas 140 fotografas antiguas que muestran a personas y lugares frecuentados por James Joyce y el Sr. David Mondine, su alter ego.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateSep 21, 2012
ISBN9781463337568
James Joyce - Roma Y Otras Historias
Author

Giuseppe Cafiero

Giuseppe Cafiero is a prolific writer of plays and fiction who has has produced numerous programs for the Italian-Swiss Radio, Radio Della Svizzera Italiana, and Slovenia's Radio Capodistria. The author of ten published works focusing on cultural giants from Vincent Van Gogh to Edgar Allan Poe, Cafiero lives in Italy, in the Tuscan countryside.

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    James Joyce - Roma Y Otras Historias - Giuseppe Cafiero

    James Joyce

    - Roma y Otras Historias

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    Giuseppe Cafiero

    Traducido del italiano por:

    Wenceslao Maldonado

    Copyright © 2012 por Giuseppe Cafiero.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

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    ventas@palibrio.com

    425020

    Indice

    Introducción

    Capítulo1,

    Capítulo 2,

    Capítulo 3,

    Capítulo 4,

    Capítulo 5,

    Capítulo 6,

    Capítulo 7,

    Capítulo 8,

    Capítulo 9,

    Capítulo 10,

    Capítulo 11,

    Capítulo 12,

    Capítulo 13,

    Capítulo 14,

    Capítulo 15,

    Capítulo 16,

    Capítulo 17,

    Capítulo 18,

    Capítulo 19,

    Capítulo 20,

    Capítulo 21,

    Capítulo 22,

    Capítulo 23,

    Capítulo 24,

    Capítulo 25,

    Capítulo 26,

    Capítulo 27,

    Capítulo 28,

    Capítulo 29,

    Capítulo 30,

    Capítulo 31,

    Capítulo 32,

    Capítulo 33,

    Capítulo 34,

    Capítulo 35,

    Introducción

    ¿No resulta razonable descubrirse a uno mismo recordando, entre memorias confundidas entre sí, una figura, un nombre, y hasta una silueta? ¡Por supuesto! ¿Y cuánto tiempo se necesita para llegar a una conciencia real de semejante forma? A veces un sencillo conjunto de rasgos saltan de mi memoria como sombras, a veces como meros residuos de recuerdos. Tantas y tantos recuerdos. Y así, al revisar toda esta anamnesis desordenada, estos contornos y recuerdos apenas esbozados, esta confusión de conciencia mnemónica y cuentos de las hadas de los recuerdos, llegaron lentamente a mi mente facciones, una imagen, y luego un nombre: David Mondine.

    Y éste, llamado David Mondine me pareció, al principio y después, tan irreal como las circunstancias efímeras en que lo encontré por primera vez en las historias que leí y oí. Mis juicios e impresiones de él no estaban en armonía y así empecé a tener dudas acerca de mi propio ser y de mis capacidades cognitivas, y hasta de mi facultad de entendimiento. Y llegué a dudar hasta de la existencia del hombre en cuestión, a quien conocí y seguí encontrando solamente a través de los confusos testimonios de narradores, o en relatos escritos por extraños poco confiables que lo mencionaban de soslayo y chismeaban acerca de él de modo insolente.

    Este hombre a menudo me parecía, de hecho, como uno de esos contadores de cuentos que los crean y luego los ponen en movimiento, o un mortal común que no parecía haber poseído una identidad propia, separada de la que habían creado estos relatos confusos.

    Todo empezó hace años. Estaba yo inmerso en una investigación meticulosa y fascinante, puesto que necesitaba completar una pieza llamada James Joyce in una notte di Valpurga –un drama que habría de ser transmitido por las radios Italiana y Suiza por la Swedish Radio y por la Australian Broadcasting Commission. Me encontré con el nombre de David Mondine dos veces mientras realizaba mis estudios a profundidad.

    La primera vez fue cuando estaba leyendo el hermoso trabajo de Siegfried Heppenheim, Triest zu den Zeiten von James Joyce.¹

    Heppenheim menciona a Mondine marginalmente en sus relatos sobre Joyce. Asegura que Joyce, habiendo llegado bajo la impracticable noción de convertirse en un comerciante de tweed Irish Oxford en Trieste, había empezado a buscar un sótano o tienda donde pudiera llevar a cabo su plan. Mientras recorría Trieste en busca de un lugar adecuado, el Sr. Joyce de Dublín descubrió un pequeño agujero que era todo menos acogedor, lleno de cucarachas e infestado de bichos, junto a una agencia de detectives (en Via Barriera Vecchia) ocupado entonces por un cierto Herr Mondine. Hubo sólo unos cuantos encuentros entre los dos, pero Heppenheim enfatiza esta circunstancia porque, según él, Mr. Joyce y Herr Mondine compartían no sólo ciertos rasgos de carácter, sino también un estilo gruñón de vivir la vida, que podría pasar por una imitación de despreocupación.

    Heppenheim se refiere a Mondine como un tipo delgado, bajo de estatura, con un mechón de cabello tirando a rubio, vestido con ropas oscuras. Iba vestido, de hecho, todo de negro, con una corbata de moño atada alrededor del collar raído de una camisa blanca cuyos extremos caían como listones desgastados sobre las solapas manchadas de su corta y apretada chaqueta. Heppenheim dijo que Mondine andaba a menudo por Trieste – aún antes de empezar su trabajo como investigador privado – golpeando su bastón de bambú sobre el piso, cojeando ligeramente al caminar y meditando en su trabajo, que consistía en vender libros y manuscritos de la librería de F.H. Schimpff en Piazza della Borsa. Así conseguía olvidar los desagradables olores de una ciudad amarga y hostil que desaparecía dando la vuelta hacia arriba, aferrada a su colina, con su hermosa catedral, con sus perfumes de especias orientales ahogadas por el hedor de los soldados de la guarnición de Habsburgo, de cascos brillantes y olorosos a grasa, y sus comerciantes civiles e inciviles. Herr Mondine se quedaría con esta visión, turbado por viajes imaginarios, o haciendo surgir y revolver dentro de sí un oscuro deseo de desaparecer por completo. En relación a esta idea del suicidio deberá tomarse en cuenta que eran muchos los que murmuraban que era éste un hombre muy extraño, malhumorado, arisco y que ciertamente habría de llegar a su fin de manera ignominiosa.

    La segunda vez que me encontré con el nombre de David Mondine fue mientras leía una carta, escrita presumiblemente por alguien llamado Alberto Communcini, y dirigida aparentemente a Stanislaus Joyce, hermano de James, fechada el 30 de junio de 1915. Una carta que había tenido una existencia atormentada, debido a su incierta autenticidad y al deseo voraz que había existido de tomar posesión de ella, sin importar que tan auténtica o inauténtica hubiera podido ser. Había estado guardada durante varias décadas en los archivos de la biblioteca Gratz, y aparece en un inventario firmado por el excelente archivista Odile Vendeheim. Después de esto, encontró un lugar en la renombrada colección de cartas del Barón Franz Karl Mélanchthon, en Pullach, en el valle del Isar.

    El Barón Mélanchthon fue a la corte para reclamar sus derechos de posesión, apelando a unas legalidades oscuras pero comprobadas, y con la asistencia del estudio jurídico Barthélemy Walzer de Habsburgo, que en aquellos años – y digo esto después de haber examinado personalmente los archivos, registros, y formalidades ceremoniales de Baviera – ganaba todos y cada uno de los casos que asumía.

    *     *     *

    Pocas eran, entonces, las referencias a Herr David Mondine pero, debido a las enigmáticas circunstancias y oscuras situaciones, despertaban en mí una atención diligente y animada. Una curiosidad exigente, si bien en relación a una persona desconcertante y misteriosa, completamente desconocida para los más diligentes eruditos en Joyce y para sus más distinguidos biógrafos. Pocos le conceden siquiera una modesta participación en la vida de Joyce en Italia de 1904 a 1915.

    Sin embargo, separé toda información relacionada con una relación presumida entre David Mondine y James Joyce, porque por aquel entonces estaba yo absorto en otro trabajo.

    Redacté, sin embargo, un memorándum que sería útil e importante para investigaciones futuras en el ese campo, como lo hice con otra información que había reunido acerca de Mr. Joyce de Dublín.

    Luego me olvidé completamente y no pude encontrar ya mi memorándum, ni mi colección de otras notas y documentos. De pronto, hace tres años, rebuscando entre mis papeles, volví a encontrar mis notas. Mi interés se vio reavivado y, mientras estaba leyendo mis notas sentí que el hecho de que la vida de David Mondine se cruzara con la de James Joyce era, de alguna manera extraña, muy notable. Especialmente la carta escrita por Alberto Communcini, dirigida a Stanislaus Joyce y presumiblemente redactada a nombre de David Mondine.

    La carta me pareció algo extraña y me pregunté por primera vez si Stanislaus la habría recibido alguna vez, si sabía siquiera que se la habían enviado. Empecé a investigar la vida de Stanislaus para ver si había alguna mención de la carta, pero no encontré ni rastro del asunto.

    En la carta, compuesta por frases breves mal escritas, tanto por la defectuosa caligrafía como por el escaso conocimiento del idioma italiano, hay una mención de cierta necesidad imperiosa en relación con David Mondine, a quien describe como un hombre alto de piel oscura, calvo, gordo y aquejado por la gota, contradiciendo todo esto la descripción hecha por Siegfried Heppenheim en 1957. La carta expresa la necesidad urgente de Mondine de encontrar y hablar con Mr. James Joyce, quien había salido de Trieste días o semanas antes – no es claro cuándo exactamente, Mondine tenía que reportar ciertos eventos, peleas y traiciones a Mr. Joyce, que le concernían de manera particular. Nada más. Ni una razón específica para semejante urgencia, ni algún otro deseo imperativo que justificara semejante necesidad. Nada más, excepto el hecho de que Mondine estaba viviendo en Trieste por aquel entonces.

    *     *     *

    Así empecé a frecuentar, con agitado interés, lugares y personas cerca de quienes había andado o se había movido David Mondine. Empecé la investigación desde un lugar que era una certeza: la ciudad de Trieste, donde Mondine había nacido y vivido, por lo menos entre 1906 y 1914. Sí, Trieste, la de la fábrica de géneros Petz, la librería Schimpff, el spa Küchler, el Hotel Central Haberleitner, la Piazza Lipsia, los baños Œsterreicher, el café Steinfeld, los buques de vapor para ir a Venecia o a Capodistria o a Pirano, la fuente de Maria Teresa, el Palazzo Rivoltella, el monumento al Emperador Maximiliano de México, el Cine Édison. Pero ¿cuáles oficinas, tiendas y caminos había frecuentado David Mondine, antes, durante y después de su estadía en la ciudad reina del Mar Adriático?

    Fui a la oficina civil de la Municipalidad de Trieste y, gracias a la gentil colaboración que me otorgó Mr. Américo Fieschi, una persona agradable, experta en registros heráldicos, tuve la suerte de conocer a Herr Karl Mondestar, descendiente de Mondine a través del matrimonio de Mondestar con una cierta Ester Mondine.

    Herr Karl Mondestar, mostrándose muy dispuesto a tomar parte en mi investigación, no dudó en mostrarme algunos de sus más preciados recuerdos y, proximo ab ultimo,² una gratificación singular, una copia fotostática del certificado de nacimiento de David Mondine, que había cuidado con gran esmero tras haberlo recibido de un tío de Ester, Moshé, probable hermano de David. El documento, según lo que me dijo el propio Herr Mondestar, había sido restaurado por Moshé Mondine en aquellas partes que el tiempo y las circunstancias habían descolorido o roído. Moshé Mondine se había puesto a trabajar otra vez con maniobras muy diestras, buscando entre aide-mémoires y refiriéndose a recuerdos documentados de varias ordenanzas perdidas en el tiempo pero conservadas mediante la tradición oral. No pude recurrir a la oficina de registro para comparar el certificado porque parte del edificio donde se habían guardado originalmente los certificados había sido destruido por un incendio durante la Segunda Guerra Mundial. Es probable, por lo tanto, que el certificado contenga ciertas imprecisiones, errores menores y erratas inocentes. Abajo copio el documento en cuestión:

    Año, Mes y Día de Registro

    17 de junio de 1880

    Calle y número de la residencia

    Piazza della Borsa 10

    Nombre y Fecha de Nacimiento

    David Mondine, 16 de junio³

    Sexo

    Masculino

    Legítimo / Ilegítimo

    X

    Nombre, Apellido y ocupación del Padre

    Wilfred Mondine, atrapador de ratas

    Nombre, Apellido y ocupación de la Madre

    Gertrud Wien, de casada Mondine, mercera

    Nombre, Apellido y ocupación de los Testigos

    Bruno Cosulish, barquero, and Ettore Ingham, sepulturero

    Nombre, Apellido de la Matrona

    Giuseppa Zanussi

    *     *     *

    Karl Mondestar sigue hablando sin pausa. Habla conmigo en el tono tranquilo, persuasivo, de quien está acostumbrado a contar historias y adornarlas con mentiras fascinantes. ¿Está Karl Mondestar tratando de desconcertarme?

    Karl Mondestar habla y habla y habla. Hay pocas restricciones para recordar los años de la escuela primaria de David Mondine. Una escuela Jesuita en el Colegio en Servola, ¿o era Scorcola? ¿U Opicina? Un lugar desolado para la educación religiosa, para borrar la ascendencia semita de sus antepasados. Un tiempo y lugar para enfrentar al demonio tentador que gobernaba la nueva educación, estricta y observante, donde prevalecía el temor al Mal. Se realizaban exorcismos. La gente se agotaba con los rituales litúrgicos. Era una costumbre empezar desde el cuerpo para proteger la carne de los malos espíritus. Era necesario ingerir pociones saludables mes a mes, tomar laxantes y hacer ayunos terapéuticos. El primer día de cada mes, aún si era domingo, el día del Señor, tenía que tomar su jarabe vomitivo, aplicarse un enema jabonoso, engullir un brebaje de hierbas con vino, una sopa muy grasosa hecha con eléboro blanco. Todas estas pociones con el fin de tener un cuerpo santificado, puro, nunca contaminado por fétidos humores intestinales, y dispuesto en todo momento para una prueba de fuerza en contra del Mal.

    Olores penetrantes de azufre en los dormitorios y refectorios, para recordar a los maestros eclesiales hostigar a sus alumnos y hacerlos sentir incómodos en todo momento. Los internos podían oler este hedor persistente a azufre entre las camas cercanas en el dormitorio y entre las largas mesas en el refectorio donde consumían sus rancios alimentos según el Benedicete, Dominus nostrum panem cotidianum. Purgados y puros mediante enemas y pociones se entregaban a súplicas para alejar al Mal. Plegarias pronunciadas rápidamente, en voz baja. Ave Dei Mater alma, atque semper Virgo. Te ergo, quaesumus, tuis famulis subveni. Dei Mater alma, atque semper Virgo. Escapar del miedo a ser poseído. Domine, hostem repellas longius, pacemque dones protinus, ductore sic te previo, vitemus omne noxium.Domine, Domine!

    Orar por la salvación del alma y por todos los pecadores. Dios castigaba a la gente inmoral de maneras horribles. Domine, Domine! Domine, hostem repellas longius, pacemque dones protinus, ductore sic te previo, vitemus omne noxium. Dios infligía castigos terroríficos a los pecadores y los corruptos. El flagelo de Dios. Castigos horripilantes para la humanidad inmoral e infiel. Benditos eran aquellos que se habían ido a las cruzadas en nombre de Dios. Bendito era, por tanto, Wilfred, el padre de David, quien estaba salvaguardado por la cruz de la Santa Iglesia Católica Romana luego de una oportuna renuncia a su religión semita; él, que había empezado a trabajar años antes, abandonando su puesto como trabajador ocasional a la primera sospecha de una supuesta epidemia, y había empezado en un trabajo poco reconocido pero bien pagado, atrapando ratas, criaturas del Demonio; era un trabajo en extremo repugnante, pero remunerador.

    Y así fue que Wilfred se había encontrado desde el principio y por necesidad convertido en un campeón de la Cristiandad justo un año antes del nacimiento de David, cuando las autoridades eclesiásticas hablaban de anatemas y advertían de los peligros que emanaban de los Eslavos – un pueblo despreciable, sin fe, apilado en el fondo de los asquerosos Balcanes; un pueblo que, comercializando bienes y ganado, había llegado a la tierra Juliana seguidos de un tropel de ratas hambrientas de carne.

    La verdad era muy diferente a las intrigas relatadas por los clérigos.

    Acontecimientos bastante ordinarios, que de hecho arrastraban al territorio italiano directamente a un apocalipsis demoniaco. Destrucción provocada por inundaciones repentinas y por el desbordamiento de aguas torrenciales, sin mencionar la crianza de cerdos un poco más arriba de Basovizza, hacia el Carso. Fue entonces que el tropel de ratas privadas de alimento y de la posibilidad de revolcarse en el estiércol había empezado bajar por la colina y a atacar a la ciudad como lansquenetes. Llegaron en oleadas sin preocupación alguna, como si fuesen los hermanos sucios del demonio, en busca de espacio y lodo donde hacer sus nidos, transmitiendo trágicas y desconocidas epidemias.

    Pero ahora, habiendo dejado la escuela primaria Jesuita, David adoptó la ocupación de su padre. Recorrería de noche la peligrosa oscuridad, en medio de ruidos aterradores. Chillidos espeluznantes y sombras corriendo por los muros. Merodeando, agachado, acechaba a su presa. Látigo en mano (delgado, afilado, cruel e infalible para herir con un toque), y un perro fornido, a su lado, con una correa, de quijada prominente y agudos dientes caninos; fuerte y entrenado para cazar ratas. Ropas descuidadas para él y para su padre Wilfred; sólo un overol y no mucho más aparte de sus botas, altas y de piel gruesa para que las ratas no pudieran morder a través de ellas.

    Meses y años, en verdad. Atrapando ratas con habilidad, en un círculo de látigos y con el perro: chillidos brutales en un espacio confinado. También en sótanos, almacenes o establos la batalla era violenta, con la salida a sus espaldas, con una bielda y un tridente para arponear a las bestias. Sangre, mugre, cuerpos manchados, sucias pisadas y las botas cubiertas con las marcas de afilados dientes, de mordidas despiadadas por el miedo y el deseo de sobrevivir.

    Wilfred, como un gladiador, golpeando con el látigo, incitando a su perro a desgarrar sin piedad para que colonias enteras de ratas, poseídas de crueldad a causa del miedo y el dolor pudieran morir en el peor tormento y agonía. Ave Dei Mater alma, atque semper Virgo. Te ergo, quaesumus, tuis famulis subveni. Dei Mater alma, atque semper Virgo, murmuraba David de vez en vez. Toda esta masacre empezaba a disgustarle, la crueldad y la osadía de su padre, su determinación para matar.

    David finalmente cayó en depresión una noche de luna llena, consumido por la horrorosa devastación: más de 200 ratas muertas, masacradas por el látigo de Wilfred, que ahora tenía una navaja atada a su extremo.

    Karl Mondestar se estremece: el Hombre cae, y siempre a causa del miedo, dice y agrega: hombres religiosos, laicos o niños. Sonríe y continúa con sus fantasías: Ave Dei Mater alma, atque semper Virgo. Te ergo, quaesumus, tuis famulis subveni. Dei Mater alma, atque semper Virgo, comenzó a recitar David en esa ocasión y luego rogó a su padre que lo liberara de la carga de tener que seguir a su lado en ese trabajo tan vil.

    *     *     *

    El reflejo de la luz del mar a veces aniquila la conciencia. Karl Mondestar empezó a relatar los años en que David Mondine había empezado un diario, que por razones desconocidas se había perdido, o al menos eso pensaba Karl Mondestar.

    Escuché el murmullo del mar perezoso, volviendo mi atención a una voz que tenía el tono persuasivo de un narrador de cuentos. La orilla de las ropas levantada por un soplo de viento. Ráfagas del siroco. La voz relajante y yo estamos en el café Patria, en la chismosa Trieste. Karl Mondestar está fantaseando acerca de David Mondine. ¿Recuerdas? Oh, sí, ¡era exactamente así! Herr David Mondine caminaba en silencio por las playas o en la arena a la orilla del agua. Llevaba consigo un libro de la librería F.H. Schimpff de la Piazza della Borsa. Ahora que no era más un tendero había adoptado el papel de cliente arrogante, uno de los más devotos y frecuentes.

    Maistre Jean Mandeuville Chevalier natif du pays Dangleterre Lequel parle des Aduentures des pays étranges, tant par mer que par terre ou il sest trouue, comme Motaignes boys ilsle terre nouvelle, ou il a troue plesiers bestes oyseaulx dragos sepens hommes sauuaiges poissos i aultres bestes. Ensemble la terre de promission i du sainct voyage de Hierusalem. a paris Pour Jean Bonfons… pet. in –4. goth. De 68 ff. à 2 col., titre en rouge et noir.

    Mondine tenía el relato impreso de estos eventos bajo su brazo, con satisfacción, y se divertía leyéndolo en partes, extrayendo suerte y oportunidad de sus páginas y soñando despierto en transacciones imaginadas y filosofías diversas.

    *     *     *

    Botes coloridos. Colores amontonados, colores contrastantes, enmarcados ahora por rayones de blanco; los rojos y los verdes impulsados por el viento. El azul claro y el turquesa del mar son un espejo para los cascos de colores. Y el penetrante olor del aguarrás, mezclado con yeso mojado. Los ojos fijos en el horizonte, entrecerrados para protegerse de la luz deslumbrante. Un mar inmóvil y un sol bajo e inclemente. Un atardecer radiante, manchado con plastas y franjas de otros colores. Ahora oros, ahora platas, y rojos y naranja y veronés en el silencio circundante. Y luego de pronto y bruscamente, un paso distinto, hundiéndose suavemente en la arena con olor a sal y los colores de los botes perdidos en el borde del agua.

    Volver uno la cabeza y ver el halo que envuelve las imágenes. Una silueta furtiva. El acercarse de un andar familiar atenuado por las reflexiones deslumbrantes. Karl Mondestar está de pronto junto a mí. Puedo sentirlo. Su respiración, profunda y embriagada de alcohol, llena el aire.

    Una figura encorvada y silenciosa. Sostiene un paquete envuelto en viejos diarios. Los diarios están arrugados porque los sostiene apretadamente y porque han sido leídos en el implacable viento del siroco. Karl Mondestar. Karl Mondestar se detiene y observa furtivamente a su alrededor. Luego me mira irónicamente y en seguida pone el bulto sobre la arena caliente, en medio de todos los colores del horizonte.

    Se encuclilla junto a mi y sigue murmurando su cuento de hadas en mi oído. David llegó y se fue: eso es seguro, sin dirección y sin destino, o eso es lo que dicen. Estaba perdido en sus sueños, muchos sueños, albergados en el reflejo del mar que baña con su oleaje a Trieste y en ese volumen que lleva con él, que ahora es ya un montón de papeles desgarrados. Páginas consumidas por la lectura ávida, sin placer, vorazmente. Y luego la mirada que perforó el horizonte, tratando de invocar alguna revelación.

    Empezó con un buque de vela, murmuró Karl Mondestar con su voz endeble. Un bergantín, de hecho. Tonelaje bruto de 150 toneladas. Un trinquete y un mástil principal. ¡Eso me dijeron!

    Mondine dejó el puerto de Trieste una mañana, en un amanecer que hervía de caliente en agosto de 1914. El Mary’s Travel había llegado desde Portsmouth e iba navegando directamente hacia los mares en busca de cosas maravillosas. A bordo un descendiente de John Mandeville (¿podía esto ser cierto?), siguiendo los pasos de su ancestro, esperando descubrir lo increíble e inverosímil.

    *     *     *

    Yendo y viniendo, Mondine se embarcó en la locura de un viaje de sueños irracionales y prohibidos. Al menos esto es lo que se dice, ya que él desapareció justo después de que el Mary’s Travel echó amarras en Trieste.

    Yendo y viniendo en todas direcciones, con su mente llena del deseo de partir. Muchas fueron las visiones, y las historias y las valientes aventuras, las transformaciones poco realistas, los juegos de hechizos y las tierras fatídicas, como cuentos de hadas, el apocalipsis y el consuelo de los salvadores, maravillas cautivadoras, el escalar de montañas inaccesibles, la navegación a través de mares innavegables, el reflorecer de árboles muertos y muchas otras cosas sorprendentes. Sir John Mandeville, el caballero, era un guía reconfortante. Egipto, con su fénix árabe, el ave que muere y renace perpetuamente. Sicilia, donde hay una serpiente mediante la cual puedes descubrir si tus hijos son legítimos o no. El Mar Muerto, donde una sustancia llamada asfalto sale del agua en grandes bloques. El Río Sabatory, cerca de la ciudad de Arcas, donde el sábado siempre pasa volando en tanto que los otros días de la semana pasan casi sin moverse. El Mar de Libia, donde no hay ningún pez, porque el calor es insoportable y las aguas siempre están hirviendo. Etiopía, donde hay un pozo con agua tan fría durante el día, que nadie puede beberla. La isla de Ormuz, en India, donde a causa del calor los testículos de los hombres les llegan a las rodillas. La isla de Sumatra, donde la gente prefiere comer carne humana y puedes comprar niños en el mercado. La isla de Banjarmasin, junto a la isla de Java, donde crecen ciertos árboles que producen harina. La isla de Colonok o Tchampa, en Indo-China donde, una vez por año, los peces saltan a la playa para que los habitantes puedan atrapar tantos como gusten. La isla de Dondun, en el golfo de Bengala, donde la gente es tan malvada que se comen unos a otros. La ciudad de Cantón, donde hay gallinas blancas, sin plumas, que producen lana como la de las ovejas. La tierra de Caldilhe, en India, donde hay calabazas que alojan a pequeños animales que parecen corderos. Y el valle cerca del río Ganges, poblado por demonios que guardan ferozmente las minas de oro y plata. El río Buemar, donde hay elefantes y unicornios blancos y otras bestias increíbles. La isla de Taprobane, donde las montañas doradas son resguardadas por hormigas enormes, grandes como perros. Y muchas otras historias, todas contadas una tras otra sin pausa. Viajes en tantos países y lugares, si bien visitados en la imaginación y la locura.

    La gente cuenta que Mr. David Mondine había quedado embelesado por la euforia de todos aquellos cuentos que leyó de un tirón, sin pausa alguna. Una voz resonante, noche y día, llenaba el puerto con su eco. Un tono declamatorio, imperativo. Escapaba del mundo y vagaba a lo largo del borde del agua o los muelles, murmurando acerca de estos viajes imaginarios en el mar, relatando las maniobras realizadas en estas aventuras hasta que, una noche de julio, una noche cálida y húmeda en que soplaba el siroco, empezó a cometer actos de bizarro sacrilegio.

    De repente, desgarradoramente, por decisión familiar, se encontró encerrado en un mundo de autoengaño y ataques convulsivos, tras rejas de hierro, entre muros altos e insuperables. Nunca volvió a salir. Y todo rastro de él – su fisionomía, su ser – se perdió.

    *     *     *

    "El paciente estaba muy alarmado por las restricciones aplicadas: una camisa de fuerza y cadenas amarradas a sus pies, tomando en cuenta su condición de distanciamiento y confusión mental. Fue aprehendido en un estado de agitación motriz y de habla frente a la capilla de la Madonna della Salute en la Iglesia de Santa Maria Maggiore aquí, en Trieste, mientras encendía velas frente a la imagen de la Madonna, hablando de manera agitada y usando palabras llenas de resentimiento que iban dirigidas a la misma Madonna, orando para que Ella pusiera fin a la peste que, según él, estaba infestando a la ciudad; y rogándole que liberara a la ciudad de las hordas de ratas que eran la causa de esa epidemia mortal.

    Cuando protesté incesantemente, con la intención de hacer entrar en razón al lunático, el paciente empezó a contarme una historia muy poco realista, que en su opinión era la causa de todos sus problemas y tormento mental. Dijo que era muy joven cuando empezó a trabajar con su padre como atrapa-ratas, una profesión que en verdad yo nunca pensé que existiera y que considero repugnante; sin embargo, me dirigí al paciente con amabilidad.

    El lunático, si bien con palabras y pensamientos confusos, como si su misma alma estuviera siendo torturada, explicó agitadamente y con explosiones de ira que había, entonces y para la eternidad, pagado un precio terrible con su incontrolable temor a las ratos y a la peste. Había decidido abandonar el oficio de su padre y seguir su propio camino, adquiriendo nuevas habilidades. Aceptó trabajos humildes e hizo todo lo que encontraba por hacer, huyendo así de la presencia de su padre, que era arrogante y estaba afligido por obsesiones narcisistas, y que contemplaba su vida en el ejercicio de su propia ocupación. Su padre, Wilfred, incluso había empezado a embalsamar y rellenar algunos ejemplares de ratas, aquéllas que le parecían más impresionantes a pesar de su apariencia ignominiosa y repulsiva. Hasta se había tomado el trabajo de preparar y decorar su sótano con una exhibición permanente de los instrumentos más atroces que había usado en su oficio de cazar y matar ratas.

    Por fortuna, por destino o por casualidad, nuestro demente se encontró con una solicitud para un trabajador dispuesto, un aprendiz para la librería F.H. Schimpff en Piazza della Borsa. Fue aceptado y no dejó el trabajo por años. Se convirtió en un gran lector, particularmente afecto a las historias de aventuras de mar y de piratas. Leyó todo lo que le caía en las manos, desde El Millón de Marco Polo hasta Historia Mongalorum de Fra Giovanni da Piano dei Carpini; Itinerarius de Odorico de Pordenone y Navegación y Viajes de Giovanni Battista Ramusio. Su pasión principal era la vida de los piratas del lejano oriente: Thomas Horton, que operaba desde el Golfo Pérsico; John Avery (o Long Ben) y William Kidd que tenían sus barcos anclados en las costas de Madagascar; Madame Lai Choi San, la reina sanguinaria de los piratas de Macao; William Henry Hayes (o Bully Hayes) que navegaba en el Pacífico del Sur. Luego de toda esta lectura y de sus sueños imaginarios construidos sobre estas historias, se dejó llevar por una pasión irrefrenable por la vida de viajes y aventuras. Los deseos se hubieran quedado en deseos si no hubiera recibido su oportunidad de acceder a sueños y aventuras; en 1903 se encontró con un artículo publicado en Piccolo donde la Agencia de Detectives de Londres, Henderson & Craston, establecida en 21, Osnaburg Str., Regent’s Park, buscaba contratar a un corresponsal para el Imperio Austro-Húngaro y la Península Itálica. Fascinado con la idea de una nueva ocupación y de cultivar las habilidades de espionaje, persecución y acecho a personas, aceptó la dignidad de esta nueva profesión. La recompensa por el trabajo que aceptó era muy atractiva, aunque no iba a poder cobrarla sino hasta haber cumplido con éxito la misión.

    De pronto, entonces, nuestro demente cambió su estilo de vida y de comportamiento. De repente se volvió curiosamente suspicaz, aburridamente circunspecto, excéntricamente enigmático y procedió a vivir un día a la vez, con la mente socavada por una profunda desazón y por apetitos descontrolados.

    Abandonó su profesión de investigador unos cuantos años después, sin razón aparente. Fue entonces que inició su vagar sin motivo, destino ni satisfacción.

    Al igual que con tantas otras vidas que son sintomáticas y patológicas, uno puede resumir la condición que sufre nuestro paciente como una melancolía histérica, una falta de raciocinio que le lleva al frenesí. Para esto necesita que se le receten, hasta donde podemos predecir, los siguientes tratamientos:

    - Aislamiento durante el día, período en que, según la prescripción del Prof. Charles Edouard Brow Sequard le serán administradas, cada 10 horas, dos inyecciones de secreciones testiculares.

    – Uso de la camisa de fuerza y cadenas en los tobillos durante la noche.

    - Administración, por la fuerza si fuere necesario, de una dieta láctea. El sujeto, dado que está en un estado de confusión extrema, no puede encontrarse con nadie fuera del Instituto y se le prohíbe toda forma de comunicación, aún por carta.

    De usted muy atentamente…

    Karl Mondestar me deja caer encima estas palabras, de algún médico de algún centro para enfermos mentales en una ciudad llamada Trieste, como si fueran una verdad irrefutable. Hasta sonríe, y con mucho encono. A veces tengo la sensación de que se burla de mí, especialmente ahora que agrega, mofándose: Él actuaba de buena fe, ese médico. ¿Sabe de qué le estoy hablando?

    *     *     *

    Los reflejos de la luz del mar pueden a veces adormecer la conciencia. Karl Mondestar, de repente y sorpresivamente, ha empezado a contarme sobre los años en que David Mondine llevaba un diario que, debido a razones poco claras y ofensivas, se le daba por perdido y las cuales, según él, contenían narraciones de los hechos y eventos de aquellos años.

    La noche, mientras tanto, es luminosa, con sombras plateadas. Luces distantes. La luna sobre todo. El mar es un espejo saturado del revoloteo de radiantes puntitos de luz. El silencio, con sus gestos silenciosos, se hace añicos cuando Karl Mondestar demuestra su amistad ofreciéndome el paquete envuelto en papel impreso.

    - Extremo muneri,⁷ murmura.

    Me siento conmovido, inmutado más allá de cualquier emoción permisible, mientras rebusco entre los diarios del paquete atado como una pelota. Páginas reunidas y acopladas con broches.

    – El diario de una vida. El diario de David Mondine, dice Karl Mondestar.

    Escritura compacta, ligeramente oblicua, florida en sus aes y en las oes finales, barroca en sus cúes y pes, sin atención alguna a la puntuación, a menudo incorrecta y frecuentemente olvidando el uso de letras mayúsculas. Perezosamente escrito aquí y allá, casi como si de pronto la fatiga hubiera forzado su mano hacia una negligencia aceptable.

    Karl Mondestar y yo estipulamos reglas y supervisión. Yo puedo leer el diario aquí a la orilla de la playa y tomar notas o copiar los pasajes que me gustan en el cuaderno de notas de papel blanco que él ha traído consigo, junto con una pluma con un cartucho de tinta, artículos éstos que él desea darme. ¿Qué más? Tres horas para satisfacer mi curiosidad y mi deseo de comprender.

    Karl Mondestar se aleja silenciosamente. Huellas en la arena. Desaparece esa noche de luna llena.

    Solo ya, empiezo a tomar posesión de esta historia que me obsesiona y, más precisamente, a digerir en mi interior esta información, ese pasado.

    *     *     *

    ¿Existió realmente alguna vez David Mondine? Uno se siente obligado a preguntar. Lo cierto es que alguien escribió un diario que comenta encuentros casuales entre Herr David Mondine de Trieste y Mr. James Joyce de Dublín. Leí esa noche de luna llena en la playa del Mar Adriático, y anoté detalles importantes: fechas y reuniones, oportunidades e incidentes, donde mis reflexiones encontraron el camino para convertirse en mi historia. De una vez, con malicia y sutileza, empecé a darle forma a mis pensamientos, siguiendo los hechos y la información reportados en este pequeño libro lleno de garabatos, correcciones ilegibles, manchas de tinta, marcas de cera para sellar y aceite, que lo habían transformado en un texto poco claro, difícil de comprender. Comparado con aquellos episodios y eventos que daban diferentes interpretaciones a la estadía de James Joyce en Roma entre 1906 y 1907 he tratado, como habitualmente lo hago, de encontrar lo concreto y lo verídico en las cartas que Mr. Joyce escribió durante aquellos meses, y otra evidencia aceptable – reuniones y comparaciones contextuales con gente que tuviera conocimiento de dichos hechos, ya fuese como testigos directos o indirectos de las reuniones⁸ de James Joyce y David Mondine, la existencia de las cuales, debo confesar, ha menudo me ha parecido curiosa, enigmática y sospechosa.

    G.C.

    Capítulo1,

    de cómo le fuera confiada a David Mondine, de parte de la agencia de investigaciones Angus Craston, por encargo del editor inglés Grant Richards, la tarea de investigar a un tal James Joyce, escritor irlandés.

    Crucé la Piazza de la Ligna y, siguiendo por la vía del Corso y la de Beccherie, llegué a Piazza Grande y me acerqué entonces al Café Konditorei Oriental, justo a un costado de la fuente Maria Theresa y al lado de una parada de Droschken⁹. Me senté y pedí un blanco Nesmelyer en la mesa que daba al ventanal, sobre un entarimado de madera con

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