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Hasta Luego Tokio
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Ebook208 pages3 hours

Hasta Luego Tokio

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Los planes del corazn me asustan porque son peligrosos Esta es la historia de Nicole, una mujer madura cuya insulsa existencia es marcada por la infidelidad de su esposo y la indiferencia de su propio hijo. Al verse acordonada por la tristeza decide viajar a Tokio, Japn. Tal experiencia la invitara a reinventarse a s misma, a encontrar el amor verdadero y ser merecedora de la felicidad que por derecho le corresponde. No obstante, a qu precio?
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateSep 13, 2011
ISBN9781463309381
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    Hasta Luego Tokio - A.R. Berumen

    Copyright © 2011 por A.R. Berumen.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2011915678

    ISBN: Tapa Blanda                978-1-4633-0939-8

    ISBN: Libro Electrónico     978-1-4633-0938-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

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    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    362192

    Indice

    Prologo

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    8

    9

    10

    11

    12

    Prologo

    Hasta Luego Tokio, una novela totalmente personal, en la que el autor toma la posición de una mujer para terminar convirtiéndose en ella, nos invita no sólo a explorar el universo de los personajes, sino a formar parte de ellos en la idea fundamental que los define. También nos provoca identificarnos con el uso del lenguaje poético, cuyos rasgos trascienden el método mágico, elevándolo sobre los peldaños de lo místico. Ahora, la nueva corriente propuesta por A. R. Berumen, no deja de ser una ramificación del Romanticismo, ya que el uso contemplativo de metáforas vierte el texto al paladar, sobrecogiendo el corazón con ideas vagas de amor. No obstante, el Metaforismo Místico, realmente nos ofrece el éxtasis mediante la palabra escrita, llevándonos a experimentar la delicia en la lectura, incluso el sentimiento plasmado en la obra.

    Si bien, los grandes romances terminan en tragedia, por lo que A. R. Berumen no perdió la oportunidad de ofrecernos el idilio fallido entre dos personas sencillas, cuya certeza resulta tan cierta que el desenlace causa en el lector cierta decepción. Nicole es una mujer casada, abatida por la costumbre, mientras que Antonio es un playboy perseguido por la prensa. No obstante, la historia de amor expuesta no es el atractivo de la novela, sino la reinvención que goza Nicole (personaje principal de la obra), quien al sufrir una crisis existencial después de la infidelidad de su esposo y el desprecio de su propio hijo, viaja a Japón y revive en ella su espíritu como mujer. Así es, el libro fascina no sólo por su extenso léxico y excelente historia, sino por haber descrito a la perfección (y por un hombre) el punto de vista de una mujer triste que decide no dejarse vencer.

    Hasta Luego Tokio no es una historia fácil, puesto a que su estilo profundo nos adentra a enigmas casi espirituales, no obstante, nos promete una lectura intensa, apasionada, para después llevarnos de la ficción a la realidad, y de la dicha a la tristeza.

    Para M.

    Nuestro amor fue muy bonito, lo triste es que fue.

    Siempre seré tuyo, incluso después de siempre.

    Te amo, Comadreja.

    1  

    SKU-000497847_TEXT.pdf

    ¿Cómo puedo empezar, si ni siquiera he escrito el final de esta historia? ¿Cómo puedo escapar de la inmensa tristeza con la que cargo? Hasta ahora, sé con certeza que el querer continuar las ficciones de un idilio prohibido, sólo alimenta el deseo hacia los enredos de un romance azaroso. No me atrevo a cuestionar la fuerza del cariño, sin embargo, jamás me aventuraría por sus sendas con los ojos cerrados y mis sentimientos sirviéndome de guía. Los planes del corazón me asustan porque son peligrosos. Pero, ¿qué hacer cuando su llamado te inclina voluntariamente al abismo? ¿Lo sigues? Yo intenté hacerlo. Anduve por los senderos incógnitos que me preparó, descifrando sus misterios y desencadenando pasiones secretas en mi alma; componiendo su poesía bajo el manto trémulo de su alevosía, hipnotizada por las viejas notas de una sinfonía que todo el mundo se sabe: el amor. Es tan bello, tan entrañable. Una justa porción de realidad, mezclada con quimeras inalcanzables de esplendor y de encanto… Bueno, así lo siento. Así lo he querido.

    He escuchado que muy pocos lo consiguen estando en vida. Unos cuantos tardan en encontrarlo, pero al hallarlo en la más sencilla cotidianidad del universo, lo conservan dentro de su corazón y su memoria como un estado de lucidez. Otros muchos son más afortunados, ya que lo tienen casi tan cerca como el cielo, no obstante, su inmadurez los hace volverse escépticos y creen que está lejos por el tan sólo hecho de no poder tocarlo. Ya al final, existen aquellos que juegan con él hasta hacerlo sólo una leyenda entre sus inquietudes, creando un misticismo que los arroja a la perdición, al olvido. ¿Por qué serán las cosas así? Los que lo tienen, no lo conservan; los que lo desean, jamás lo hallan; y los que lo entienden, lo consideran un mito. Así es el mundo, una cuartada de contradicciones absurdas.

    Personalmente, yo hube encontrado el amor justo en el momento que por capricho mereció mi adiós. Era ingenua entonces. No sabía que ciertas cosas, una vez que se rompen, no vuelven a componerse de nuevo. Es triste. Me he percatado de que moriré sabiendo que pude tenerlo y renuncié a él. Pero, ¿a quién engaño? He logrado vivir con ello desde hace más de mil noches, cada una con el respectivo tormento de una despedida inesperada. Qué amarga es la verdad de una mujer cuya vida es sólo una mentira perdida en las lejanías de la soledad; una extraña que vaga por los recintos de la pesadumbre en compañía de una nostalgia que casi se apaga.

    Ya he hablado de más. Si escribí esto, fue para disipar la neblina dentro de mi espíritu y ahuyentar a los malditos fantasmas de mi pasado. ¡No aguanto más! Me he dado cuenta que lo amo. Intentaré no desmoronarme, aunque la herida hecha me arda y el abuso de mi melancolía me haga padecer las tribulaciones del desengaño.

    Mi nombre es Nicole, y tengo cuarenta y tres años. Si bien nací en México, mi vida ha sido huésped de las colinas de Santa Paula, California. Me he criado entre nubes de aljófar, acariciada por vientos de verano, al lado de costumbres desoladas por la rutina y recuerdos fugaces de atardeceres marchitos. Desde pequeña siempre me intrigaron los secretos del amor y, siendo que escuché muchas anécdotas de personas que aseguraban haberlos descubierto, sólo presté atención a lo que un hombre anciano (en su delirio) confesó en un efímero instante de ingenio: El amor es muy complicado, mejor ni lo pretendas. Dichas palabras marcaron mi infancia con un dejo de añoranza precoz, pues ya extrañaba con locura la sombra de viejas morriñas. Atesoré aquel consejo en mi diario, para luego escribirlo cien veces todos los días. No lo comprendí sino hasta la adolescencia, cuando mi corazón entendió que el amor era algo que debía entenderse al último.

    ¿Mi primer novio…? Lo recuerdo muy bien ¿Quién no recordaría al primer de todos sus amores? Fue en el último año de preparatoria, bajo oscilaciones de un ánimo enfermizo que me hizo parecer una tonta. Le entregué en un suspiro el hálito vigoroso de mi amor -aquel denuedo interminable de alegrías-, esperando que culminara sobre la cúspide avasalladora de su ego y terminara demostrándome el mismo cariño que había dentro de mi corazón. Me falló. ¡¿Por qué los hombres son así?! ¿Ya no hay hombres que crean en la pureza del amor? ¿O es que sólo piensan en su hedonismo déspota y se aventuran en una encrucijada de sexo pervertido? Creo que las historias de príncipes encantados llegaron a su fin. Aquella ilusión de creer que existe la eternidad en las cosas ahora me parece un chiste ante las intenciones de la vida.

    ¿Qué si tuve otras relaciones…? Sí, claro. Aunque, para ser sincera, hubiera preferido un solo amorío en las rondas imperfectas de mi juventud. Tiempo después, en la universidad, decidí enfrentarme a la duda conspiradora del romance, no con mucho éxito, pero sí con un notable historial de experiencia que me enseñó el dejo auténtico de la soledad. Alejada de la razón, me entregué a un perdedor sin escrúpulos, cuya efectividad resaltaba en el momento de utilizarme como una cualquiera en la cama. Pero, bueno, son las vivencias comunes de una adolescente vencida, cuyo deseo por un poco de amor, cae en la misma trampa sofista una y otra vez. No obstante, aprendí que todos los hombres son iguales: un montón de corsarios barbajanes cuyo egoísmo les impide ver más allá de su malograda virilidad; también, que ofrecer una segunda oportunidad sería comparable a permitirte vivir en el pasado y que la vida no es más que un fregado embrollo de acertijos con una sola respuesta: vivir.

    No diré que mi vida ha sido marcada por el desacierto en mis amores, sino por la absurda estupidez de creer que siempre actúo en base a mi conciencia. Pero, ¿qué mujer no ha sido prisionera del amor? ¿No somos tontas en ese aspecto? Nos dejamos convencer por sus sortilegios manipuladores y, al final, somos protagonistas de una comedia que ya se burló de nuestros sentimientos. Yo estuve enamorada, y puedo asegurarte que junto a él, todo lo dicho anteriormente sólo ha sido un mero ensayo de mis disgustos.

    Aún no te he hablado de él, ¿verdad? Perdóname, me dejé llevar. En mi último año en la universidad, tras haber renunciado a ser un adorno en el dormitorio de un gañán, me aventuré de nuevo por los senderos escabrosos que mi corazón, en secreto, había trazado en mi alma. Esta vez, seguí aquellas veredas desnuda y con mis ojos vendados. No me arrepiento de haberlos seguido de esa manera, pues, en el desenlace recóndito de aquel camino, encontré el oriundo desenfreno por el que tanto había esperado. Su nombre era Antonio; el mejor novio que tuve, el que siempre he querido. Su manera de hechizarme resultó casi tan original como los pensamientos del mundo; sus palabras, vacilando en el borde del romanticismo, me obligaron a encontrar un vestigio de sensualidad en mi ser. Era encantador, guapo, inteligente, soñador, excéntrico, elegante; un espécimen extinto entre una manada de brutos y salvajes. Él no podía vivir si yo no estaba a su lado. Sus miradas, sus caricias, sus besos, todo eso lo delataba, haciéndolo mío. Además, su genialidad desbarató mis oscuras dudas, disipando la confusión residente en mi espíritu con el albor de su talento. Me dedicó poemas, e incluso fui dueña de sus versos por mucho tiempo. Hicimos el amor casi tantas veces como pueden hacerlo dos almas gemelas, nos besamos en cada rincón de nuestro cuerpo y tuvimos los mismos delirios noctívagos. Hallamos en cada uno de nosotros nuestro punto débil, descubriendo con prontitud el desenlace de nuestros miedos. Simulábamos ser amantes, para así escondernos tras espejismos de adiós, aunque yo no resistía la ilusoria distancia que nos separaba como broma. Le enseñé a bailar, le enseñé a sonreír, le enseñé muchas cosas. Estar a su lado era perdurar en una fantasía.

    Sin embargo, nada es para siempre. Siendo que mis ojos lo creían perfecto, fue inevitable no observar el dosel inconcluso que lo cubría, entonces, al retirarlo con violencia, me mostró la cara oculta de aquel dios falso. Un ente obsesivo, déspota, soberbio y manipulador. ¿Por qué los hombres son domados por su ego? No entiendo. ¿Qué espectros rondarán su memoria para hacerlos olvidar lo que realmente quieren? Creo que nunca lo sabré. Intenté cambiar su actitud con seducciones ilusas, pero sin lograr el éxito de mi empresa, quedé rendida ante sus persuasiones y por mucho tiempo fui su títere. Su amor por mí no cambió, el mío por él, casi desaparecía. Me di cuenta que no iba poder sobrevivir bajo la sombra de alguien que se creía un genio. A veces, su talento me ahogaba, las adulaciones que le regalaba el mundo me deprimían. Su destino como un gran artista se burlaba del mío como una mediocre psicóloga. ¡¿Qué debía hacer…?! Me arriesgué, eso fue lo que hice.

    Una tarde de Junio, teniendo como testigo el sigilo de un atardecer moribundo, decidí cortar los hilos de este amor desmedido. Es cierto, los planes del corazón me asustan porque son peligrosos. No obstante, algo ocurrió aquella ocasión que no había previsto. Él regresó. Sentí una extrañeza de pronto; mi mundo colapsó por un instante, entregándose al miedo. Jamás había lidiado con una situación así, ninguno de mis ex novios nunca antes había regresado. Él sí. Sabía que era un espécimen raro. Me trajo cuántos regalos inimaginables conté, incluso hubo algunos que no deduje porque pensé que traicionarían mis recuerdos. Habló en cinco idiomas distintos y, en cada uno, entendí lo mucho que se arrepentía de haberme tratado como un muñeco. Se disculpó por su actitud monárquica y me pidió perdón, así como hacen los reyes vencidos. Algo dentro de mí se desplomó; mis emociones quedaron arruinadas, por lo que ya no supe qué pensar en ese momento. Mi corazón trató de empujarme al precipicio, pero mi cerebro profetizó mi decadencia, calculando al mismo tiempo la profundidad de mi caída. ¿Podría amarlo otra vez…? No, la verdad no. Siete veces volvió, mas siete veces cerré mi puerta. Y desde mi ventana admiré su entusiasmo, pues vino con música, con amigos, con poemas, con todos los tesoros con los que alguna vez me convenció. Pero ya no. Así que, una noche de verano, de aquellas donde casi no hay estrellas, puse cerrojo a mi puerta, escondiendo en lo más íntimo de mi orgullo las llaves de mi terco corazón. Es extraño, me insistió en que volviera a quererlo, pero, para ese entonces, me tenía prohibido dar una segunda oportunidad.

    Antonio volvió una última vez, y sucedió, que en aquel encuentro fortuito, me regaló la misma mirada que una mañana de diciembre me enamoró (tan profunda, tan misteriosa), como el conjuro de un verso inolvidable que está pronto a esfumarse de la tierra. En ese último acto desentrañé cada laberinto clandestino que había en su memoria, dándome cuenta así, de que en realidad sentía un gran amor por mí. Dejé de tomar sus manos, volví mi rostro hacia la fría frontera del desaire y no miré hacia atrás. ¡Qué tonta! ¿Por qué las mujeres somos tan descuidadas en ese aspecto? Pobre hombre, lo único que pudo llevarse de mí fue un estropeado escapulario junto con una foto deslucida.

    Los días siguientes a su alejamiento ocurrió un hecho insólito. Bueno, lo fue para mí. Una tormenta de muchos días capturó la claridad de los cielos, ensombreciéndolos con nubes bribonas que asesinaron la luz del Sol. El impulso de las lluvias desbarató la fragancia de las flores, rompió el canto rutinario de las aves, volviendo grises las veredas nocturnas del crepúsculo. Lo triste se volvió más triste y lo usual se volvió desacostumbrado. Qué raro, justo cuando él me dijo adiós.

    Después de su partida no lo volví a ver nunca, ni supe nada de él en mucho tiempo. Aún, a mis años, lo recuerdo y mis ojos se rompen, ¿por qué será? De verdad el amor es algo que no se debe pretender. Sin embargo, seré sincera, en ese momento, justo cuando su sombra fue una invención del horizonte, no me importó. Tuve otras prioridades en mi cabeza: mis estudios, mi preparación profesional, mi familia. Si hubiera sabido que aquellos detalles se volverían tan vagos durante el transcurso de los años, tal vez hubiera prestado más atención a las inciertas profecías de mi tristeza.

    Bueno, la vida siguió igual. Ni siquiera las singularidades de los años me parecieron extrañas, ¿o es que acaso dejé de tener interés por la originalidad que podía otorgarme la existencia? No lo sé. No quise adentrarme en temas de una filosofía ancestral. Por lo tanto, con mis actividades siguiendo un curso inventado por mi ambición teorizante, concluí mis estudios y de pronto me vi licenciada en psicología. ¡Qué orgullosa estaba! No me gradúe

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