Minas De La Baja Tarahumara
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Cuando un grupo de pequeos y medianos mineros de esta apartada regin del pas, emprendieron con xito la difcil y riesgosa aventura qu consisti en comunicar, localizar, explorar, cuantificar, valorar y promover el enorme potencial minero econmico con qu cuenta una regin minera desconocida hasta entonces, y distritos mineros abandonados del Estado de Chihuahua.
Esta es la historia de la Sociedad Cooperativa Minera de Tmoris, S. C., y la Asociacin de Mineros de la Baja Tarahumara, A. C., integradas por intrpidos, pioneros, visionarios y entusiastas mineros de TMORIS; en la actualidad el Distrito Minero ms joven, prolfico y prspero de Mxico.
Cualquier persona que vivi estos tiempos 1970-1990 o que est interesada en la historia, se ver reflejada en las pocas de crisis anteriores y abundancia minera; transformndose as en un gran impacto social, cultural y econmico de la poca actual. Su destacado autor Isidro Hernndez Pompa, tambin escribi Gambusinos y Mineros Mexicanos.
Cmo dijera: Don Toms Hernndez Lizrraga nadie sabe para quin trabaja.
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Minas De La Baja Tarahumara - Isidro Hernández
Copyright © 2011 por Isidro Hernández.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de los EE. UU.: 2011913091
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-0657-1
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-0656-4
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-0655-7
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
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356558
Agradezco a Dios:
Por su inspiración, amor, fortaleza, abundancia y bendiciones.
A la memoria de mis amados padres:
María Rosario Pompa Cervantes y Tomás Hernández Lizárraga
A mi bella y hermosa esposa:
Delfina Jiménez Portillo.
A mis queridos hijos:
Isidro Hermenegildo, Juan Ramón, Brenda Azucena,
Tomás Armando, Rosario Esmeralda e Isidro Amedh.
Por ser mi motivo e inspiración.
Así como a mis hijos adoptivos:
Natalia, Claudina, Ana Luisa, Alejandro y José Manuel.
A mis Hermanos:
Eulalio, Jesús Manuel, Luciano, Raúl, Monserrate y María Viviana.
A mis amigos:
Ildefonso Portillo Padilla (El Indio)
Estrella y Francisco Bustillos M.
Paulita y Alonso Gaxiola Angulo
Paulita y Francisco Bustillos P.
Olga Yépiz y Humberto González
Luz Haydee y Héctor Valenzuela
Josefina y Leobardo Chávez Lugo
Micaela y José Socorro López Q.
Esperanza y Vicente Yee Barba
Simón Bustillos Tapia
A las mujeres y hombres:
que viven en inhóspitos lugares buscando el sustento
en trabajos agobiantes en las entrañas de la tierra,
o para que otros puedan portar una sortija de oro
y lujosos ornamentos de plata.
A mis compañeros mineros:
que juntos hemos luchado muchos años en
forma incansable por la prosperidad de la
minería de la Sierra Tarahumara Chihuahuense.
Para todos ellos:
Mi reconocimiento, admiración y respeto.
Mi agradecimiento profundo:
A la Lic. Brenda Azucena Hernández Jiménez
por su colaboración incondicional para la
selección y organización del material gráfico
que aparece en esta obra.
INDICE
PROLOGO:
CAPÍTULO I PRESENTACIÓN
CAPÍGTULO II BIOGRAFÍA DEL AUTOR
CAPÍTULO III HISTORIA E IMPORTANCIA DE LA MINERÍA DE LA REGIÓN CONOCIDA COMO BAJA TARAHUMARA EN EL ESTADO DE CHIHUAHUA
CAPÚTULO IV GEOLOGÍA REGIONAL DEL DISTRITO MINERO BATOPILAS
CAPÍTULO V HISTORIA DE LA PRODUCCIÓN MINERA DE BATOPILAS
CAPÍTULO VI CRIADEROS MINERALES
CAPÍTULO VII NUEVO INFORME TÉCNICO GEOLOGÍA Y EXPLORACIÓN DEL POTENCIAL MINERO ARGENTÍFERO DE BATOPILAS
CAPÍTULO VIII DISTRITO MINERO URIQUE
CAPÍTULO IX MINAS LLUVIA DE ORO, LA REFORMA Y BAHUÉRACHI
CAPÍTULO X TÉMORIS RICO EN ORO Y PLATA
CAPÍTULO XI ORGANIZACIONES DE EMPRESARIOS MINEROS QUE SE CREARON POR INSPIRACIÓN DE LOS RESULTADOS OBTENIDOS EN TÉMORIS
CAPÍTULO XII PROYECTO MINERO DE TÉMORIS
CAPÍTULO XIII EL PROLÍFERO DISTRITO MINERO DE TÉMORIS
CAPÍTULO XIV MINAS HURUAPA Y GUERRA AL TIRANO
CAPÍTULO XV MINA PALMAREJO
CAPÍTULO XVI MINAS EN EL MUNICIPIO DE CHÍNIPAS
CAPÍTULO XVII SITUACIÓN DE LA MINERÍA MEXICANA A PRINCIPIOS DE SIGLO XX
CAPÍTULO XVIII PROYECTOS MINEROS DE CHIHUAHUA OPERADOS POR CAPITAL EXTRANJERO 2007-2010
CAPÍTULO XIX PARÁMETROS PARA PROYECTOS DE PROTECCIÓN Y RESTAURACIÓN DE CONCESIONES MINERAS
CAPÍTULO XX CONCLUSIONES
CAPÍTULO XXI EXPERENCIA PERSONAL
BIOGRAFÍA DEL ING. DAVID B. PETERSEN
BIBLIOGRAFÍA
P R Ó L O G O
Mina inspiradora. Mina misteriosa. Cuna de Dios. Tesoro del diablo. Tentadora por excelencia. Forjadora de patrias. Cascada azabache de estrellas rutilantes . . .
Rafael Landívar (1731-1793) en su poema rusticatio Mexicana
o Por los Campos de México
resume la fascinación que presenta esa extraordinaria cavidad de la naturaleza y expresa al respecto: Ahora abandono la libertad del aire, y deslizándome a las profundidades de la tierra cantaré las minas, reinos de Plutón, siempre radiantes de refulgente metal y pródigas en colmar el mundo de tesoros. Tú, que con alados pies y en la diestra la brillante antorcha, a menudo penetras a las entrañas de la tierra, ven, te ruego, muéstrame la vía y tiéndeme la luz, mientras me complace examinar los ciegos escondrijos, la plata y el oro, y los reinos subterráneos . . .
Sirvan estos hermosos conceptos para entrar a las paginas del magnifico y serio trabajo del señor Ingeniero Isidro Hernández Pompa, minero chihuahuense de corazón y oficio, que nos muestra la vía y tiende la luz en las profundidades del conocimiento de la esplendorosa historia de la minería chihuahuense y nos orienta acerca de esta actividad milenaria, la que, puede decirse, representa el primer surco de la civilización occidental. Desde que la veta asomó la cabeza a la intemperie
, como dice nuestro poeta, la vida en la superficie de la atierra se transformó en forma acelerada. Y subraya: Tú, oh Fortuna . . . arranca los tesoros de la piedra triturada, y mientras la tierra lance renuevos y grama los campos, verás mis ofrendas elevarse en tus templos . . .
El autor de Minas de la Baja Tarahumara
nos lleva de la mano por las etapas de la significación económica, política y social de la minería, facilitándonos el descubrimiento de los porqués de las altas y bajas de esta riesgosa, pero apasionante aventura humana.
El autor señala que desde hace cuatro siglos la Sierra Tarahumara ha sido un territorio codiciado por sus diferentes minerales, principalmente oro y plata
, y parte del análisis de los reales de minas, que propiciaron la integración territorial y constituyeron el alma de la sociedad colonial y llega hasta la época actual, en la que el éxito de la actividad NO se representa ya en la producción (cuyos números no son despreciables), sino en que las reservas de las minas están bursatilizadas
en las bolsas de valores, principalmente en la de Vancouver, Provincia de British Columbia, Canadá, que se ha convertido en la capital mundial de la minería
. . . Polvos de la globalización nuestra de cada día.
Muy lejos, en el tiempo se ve ya el sentido histórico que le dio el Papa Alejandro VI a los derechos de propiedad sobre tierras conquistadas, en su tiempo, por las expansionistas monarquías española y portuguesa. La bula papal de fecha 4 de mayo de 1493 resolvió la contienda posesoria estableciendo cuáles eran las tierras descubiertas que pertenecían a España y cuáles a Portugal. Los reyes españoles, al fin, con base en tal disposición, pudieron ostentarse como propietarios originarios de la Nueva España.
Las Ordenanzas de Minería
reglamentaron entonces la posesión y tenencia de las minas novohispanas y, apoyadas en aquéllas, el rey concedía las mercedes
para su aprovechamiento, en la inteligencia de que la Corona exigía para sí, del oro y la plata extraído, dos terceras partes originalmente. Después, el rey, para estimular la exploración y explotación de metales, bajó el impuesto a la quinta parte, el llamado quinto real
, aunque las penurias de los mineros norteños, esta aportación llegó a descender a la diezava, y hasta la veinteava parte del metal producido.
En nuestro terruño, coinciden todos los estudiosos del tema, el camino del metal
fue el primero en trazarse como senda de la ambición y el progreso y Santa Bárbara es conocida, además, como el principio y origen de todo Chihuahua
, habiendo sido descubridor de aquel importante filón de plata don Rodrigo de Río de la Losa, lo que se registra para las efemérides regionales el día 4 de diciembre de 1567. (Zacarías Márquez Terrazas y Libertad Villarreal, Pueblos Mineros de Chihuahua
).
Luego, la historia nacional consigna que el concepto de dominio que tenían los reyes, sobre tierras y aguas, pasó después al conocido como dominio eminente
a favor de la Nación, conforme a lo ordenado en el artículo segundo del acta constitutiva de 31 de enero de 1824, que previno que la nación mexicana era libre e independiente para siempre de España y de cualquier otra potencia. Por virtud de esta disposición, igualmente, el Estado Mexicano, uno de cuyos elementos es el territorio con las tierras y aguas, desconoció también, tácitamente, la disposición de Su Santidad el Papa Alejandro Sexto (Ignacio Burgoa, Las Garantías Individuales
).
En este tenor, el autor de este interesante libro nos detalla, conforme a la legislación vigente en materia minera, los tipos diferentes de concesión que el Estado ha privilegiado para la exploración, explotación y beneficio de recursos mineros chihuahuenses y analiza el rigor de la ética, el comportamiento de algunas empresas nacionales y extranjeras frente a la situación económica nacional.
Queda claro, en este valioso estudio, que la importancia de la minería para el desarrollo de Chihuahua y del país ha sido crucial.
El Ingeniero Hernández demuestra, además, ser acucioso investigador de la historia regional y revela informaciones y datos que por primera vez se dan a conocer a la luz pública. El ojo del historiador se revela en la mención que hace de originales del siglo XVIII, que obran en el archivo de la Agencia de Minería de Urique, relativos al predio Gloriapan
, ubicado en el Municipio de Urique, Chihuahua, que dejan constancia de instrucciones del Obispado de Michoacán ordenando la construcción de un templo y el traslado de tesoros
de la Iglesia Católica, desde Michoacán hasta Gloriapan. Además, en diversos capítulos de la obra, se hace referencia a la existencia de otros documentos antiguos importantes, relacionados con aspectos especiales de las minas y los lugares donde operaban las mismas.
Este es un libro, sin lugar a dudas, que enriquece la historiografía del Estado de Chihuahua.
Es, también, un concienzudo estudio sobre la evolución de la minería chihuahuense y una sólida investigación técnico-científica y evaluatoria de la región de la Baja Tarahumara, principalmente de las fascinantes zonas mineras ubicadas en los Municipios de Batopilas, Urique, Chínipas y Guazapares. Al abordar el tratamiento de cada mina, en forma sistemática, el lector encontrará su respectiva información histórica, geológica y económica.
Como aderezo, contiene un anecdotario que revela la calidad humana de las sencillas familias mineras chihuahuenses. Impresiona la narración sobre personas que sacaron el corazón por delante y supieron reconocer a quien fue tesonero y valioso en el transitar por la espinosa y luminosa senda de la actividad minera, como es el caso de un trofeo que dieron sus compañeros al señor Manuel Limones, en Batopilas, detalle tan sorprendente, (que) nunca he visto algo igual en ninguna parte de todas las minas que he visitado . . .
Lo mismo sucede con el recuerdo de las duras hazañas de los hermanos Cervantes Sarabia, de la región de Témoris, que se convirtieron en ejemplo de lucha por los sueños que la actividad promete, siendo reconocidos como los pioneros de la pequeña minería en la Baja Tarahumara.
Y no se hable de las leyendas que enriquecen el imaginario minero . . . Es agradable leer sobre las creencias relacionadas con la existencia de duendes en las minas y sobre las desgracias que se pensaba traía consigo, para los mineros, el hecho que una mujer trabajara en el interior de una mina, ya que ello provocaba los celos de esta veleidosa dama emperifollada de la naturaleza.
Sobresale la historia que plasma el autor respecto a la supuesta existencia de un divino tesoro escondido, que incluía reliquias religiosas, entre otras piezas de valor, que se entiende se localizaban en las ruinas de unas antiguas construcciones jesuitas, que estuvieron en la parte más alta del leyendario Cerro de San Miguel, allá por el rumbo del histórico mineral de Guazapares . . . Nuestro investigador describe, con emoción, su experiencia personal de búsqueda al respecto, al incursionar directamente en ese lugar . . . En nombre de los viejos muros, denuncia a los tantos y tantos exploradores y aventureros que, al paso del tiempo, han saqueado (o intentado saquear) las riquezas materiales y espirituales del santo recinto.
Lo anterior nos permite reflexionar en el sentido que el minero, el auténtico minero, es un incansable buscador de luces y esperanzas: En las entrañas de la tierra, en la superficie de la misma y en los balcones del cielo.
Además, el autor siempre hace respetuosos homenajes a los méritos de todas aquellas personas que han realizado descubrimientos de yacimientos especiales, e incluso de los gambusinos que han sembrado fama en sus lugares de convivencia familiar y laboral.
En este aspecto, la lectura de estos pasajes nos invitan a recordar las sabrosas crónicas sobre costumbres familiares de emprendedores americanos y de los serranos y mineros chihuahuenses, contenidas en la obra Batopilas
, escrita por Grant Sheperd, hijo de Alexander Robert Shepherd, quien fuera, este último, gobernador del Distrito de Columbia y que en 1880 emprendió la aventura de trasladarse a este rincón del mundo, con todo y sus perros, para dedicarse a la minería, en las ricas minas de plata descubiertas en Batopilas en el año de 1632.
Nuestro autor subraya que el señor Alexander Robert Shepherd fue responsable, en su tiempo, de la dirección y gerencia de la empresa The Batopilas Mining Company, la que fue organizada y registrada en New York, Estados Unidos de América, en 1879, y llegó a tener el control de grandes porciones del distrito Batopilas, mediante la compra de particular a particular de más de 350 concesiones mineras adicionales. Esta empresa fue el principal operador en el distrito hasta que la Revolución Mexicana paralizó las operaciones en 1912 . . . (y sus) intereses . . . en el distrito expiraron oficialmente en algún momento después de 1925 y antes de la Segunda Guerra Mundial
.
El libro que el lector tiene en las manos está escrito con la sabiduría de un buen comunicador y con la intención de aportar al estudio de la materia minera conocimientos sólidos y perdurables, ya que es también un catálogo de propuestas profesionales concretas y puntuales.
Este trabajo avala, también, el dicho popular que indica que para una mina se requiere otra mina
. . . El viacrucis que viven los pequeños y medianos mineros organizados, para apuntalar su oficio, se plasma con entera objetividad y honradez en estas páginas.
La Baja Tarahumara es mejor comprendida, en todos sus aspectos, después de leer este libro.
Personajes históricos, el tesón de los mineros chihuahuenses de todos los tiempos, las razones de ser de las minas, el papel que éstas desempeñarán ante las nuevas generaciones . . . La importancia que le dan a la historia patria, en suma, todos estos elementos humanos y naturales, está contemplada en este valioso documento.
Este libro es, en suma, un merecido y justo homenaje al corazón minero mexicano.
Lic. Fernando Suárez Estrada
C A P Í T U L O I
PRESENTACIÓN
La minería territorio en Chihuahua y México: tres modelos históricos de implantación de centros mineros. La historia de Chihuahua y de México revela tres modelos de organización territorial de la minería. Los reales de minas fueron los primeros centros urbanos de la época colonial de integración económica, política y cultural. En el siglo XIX las empresas extrajeras utilizaron otro modelo de organización urbana de los centros mineros, y en su economía del entorno económico y social. La pequeña minería ha logrado sobrevivir en comunidades muy aisladas, gracias a su simbiosis con la pequeña agricultura y ganadería, sin llegar a establecer asentamientos estables.
La huella de la minería en estos territorios. Los mineros mexicanos nos apreciamos orgullosos de haber sido históricamente la vanguardia de colonización de muchas regiones del territorio nacional. Y no nos falta la razón: las rutas de la plata desde el altiplano central hasta los desiertos de México, y desde la capital del virreinato hasta los puertos de embarque de Veracruz, Acapulco y Guaymas han sido durante siglos los ejes vertebrales de las comunicaciones de todo el país. A una escala microregional, muchos de los viejos caminos reales frecuentados por los arrieros mineros, siguen siendo hoy la única vía de acceso a muchos puebles perdidos en las vertientes de la Sierra Madre. La red urbana del país revela también y hasta el presente, el paso de la historia minera: muchas de las ciudades y actuales capitales de los Estados de la República Mexicana como Chihuahua, San Luis Potosí, Guanajuato, Zacatecas, Pachuca, Taxco, Durango, Saltillo, en otras tienen su origen en la obra de los mineros españoles por colonizar los territorios con grandes yacimientos de oro y plata. Existen otras en cambio, que testimonian la importancia de los capitalistas mineros de origen europeo y norteamericano. En medio de una gran pluralidad y diversidad de asentamientos ligados a la minería, tres modelos de comunidad parecen destacar. Cada uno de ellos revela una forma particular de relación entre la actividad económica, la estructura social y el territorio. Se trata de modelos que tienen un origen y una evolución histórica diferentes, que responden a una lógica productiva también distinta y que expresan en el espacio esquemas de micro sociedades con características peculiares.
Los reales de minas. Fue el modelo de la sociedad minera colonial. La preocupación de la autoridad española por controlar la extracción y el comercio de la plata en las colonias americanas dio lugar al establecimiento de un tipo particular de comunidades: los reales de minas. En ellas, como en ningún otros espacio de la sociedad colonial, se hizo presente el aparato del Estado español a través de una serie de instituciones orientadas a fiscalizar los impuestos mineros, monopolizar la venta de azogue en las casas reales, controlar la operación de las casas de moneda, asegurar la aportación de los propietarios mineros (quinto real) en términos actuales sería el 20%, destinado para obras de la Iglesia, organización de un mercado dinámico de mano de obra indígena a través de la encomienda, el repartimiento y el comercio de esclavos, para asegurar la producción de alimentos, animales de carga, animales de silla, pasturas, pieles y muchos otros materiales para desarrollar los trabajos mineros, y en general, fomentar todas las actividades relacionadas con el ramo minero.
Alrededor de los reales de minas fue creándose un sistema de economías satélites estrechamente vinculadas con los centros mineros, y en muchos casos, integradas, en términos de su propiedad y su mercado, a la lógica de funcionamiento de los complejos mineros. En muchas regiones de México este esquema de articulación entre centros urbanos mineros, haciendas agro-ganaderas y comunidades indígenas fue el origen de la conformación de regiones.
En todos estos reales de minas se observa un modelo urbano similar. El centro urbano preside y articula funcionalmente las actividades mineras a través de las casas reales, donde el gobierno monopolizaba la venta del mercurio fiscalizando así la producción de oro y plata, las casas de ensaye, donde se acuñaba la moneda, los mercados, etc. Pero sobre todo, los espacios monumentales en el núcleo urbano: iglesias, palacios virreinales, conventos, hospitales, colegios, casas de beneficencia, tribunales, etc. Rememorando la centralidad del poder político y religioso en la más pura tradición española. En el entorno más cercano a estas áreas, se sitúan las calles y barrios relacionados al comercio que vivían a expensas de la riqueza minera, plateros, talabarteros, sastrerías y servicios diversos.
Sin olvidar la centralidad de los espacios monumentales, la estructura especial de estos reales de minas trasluce los verdaderos orígenes de su fundación y esplendor: bocaminas, haciendas de beneficio, talleres, obras de protección sobre cerros y laderas pendientes. Vetas, minas y plantas de beneficio de minerales llevando siempre el nombre de un santo patrón o un acaudalado conde, marqués o propietario del fundo minero. Junto a ellas, segregados del centro y de forma por demás anárquica, se apiñaban los barrios mineros, también bajo la advocación de un santo o comúnmente, con el nombre del lugar de origen de trabajadores mineros, extranjeros, mestizos o nativos de las minas. En contraste con el centro de la población, este es el espacio del mestizaje cultural en el que florecen las tradiciones de los oficios mineros y la vecindad.
Los reales de minas fueron también los espacios del consumo suntuario donde van a parar las fortunas que salen del subsuelo: la arquitectura monumental combina versiones locales de estilos renacentistas, barroco, neoclásico, y en los espacios interiores de esta arquitectura, grabados, objetos ornamentales, cofres, rejas, esculturas, armas, arneses, herramientas, utensilios de cocina, así como imágenes religiosas, permiten descubrir el grado de penetración de los parámetros de la cultura española en la vida cotidiana colonial.
Durante la independencia de México, casi todos los reales de minas se vieron afectados por la crisis gradual de la minería de los minerales preciosos, máxime en los casos donde la obsolescencia tecnológica y el agotamiento de los yacimientos mineros de fácil producción, y en algunos fue imposible su restauración minera. Aunque algunos de estos centros mineros se han ruralizado, la mayoría en cambio, vivieron a finales de 1800 y principios de 1900 un cierto periodo de auge, derivado de la inversión extrajera, y hoy se han convertido en importantes capitales regionales con una estructura económica y ocupacional más dependiente del comercio y servicios pero sin que la minería haya dejado de ser una de sus fuentes más importante de riqueza. En cualquier caso, el legado de infraestructuras útiles que el pasado minero dejó en estos territorios, ha sido neutralizado para dinamizar la economía de estos centros urbanos convertidos en capitales de algunos Estados y regiones mineras.
Los minerales. La importancia del capital extranjero. Entre 1880 y 1910, la minería nacional vivió un período de auténtica reestructuración y modernización productiva que siguió a varias décadas de inestabilidad y estancamiento y que fue en gran medida una empresa concebida, dirigida y orientada por los intereses imperialistas de consorcios extranjeros, particularmente ingleses y norteamericanos.
Esta nueva minería de enclave que trajo el siglo pasado tuvo además un claro signo colonizador. La frontera del territorio minero, hasta entonces circunscrita a los límites del área mesoamericana, comenzó a expandirse hacia los estados del norte fronterizo en los que, una vez controlados el peligro apache y consumado un proceso de expropiación de bosques y tierras comunales, las grandes empresas extranjeras denunciaron y se apropiaron de enormes yacimientos de minerales, principalmente oro y plata.
Para hacer posible la operación de muchos de estos complejos, los empresarios no sólo tuvieron que reunir cuantiosas inversiones, sino que además tuvieron que crear vías de comunicación y construir pueblos mineros en zonas deshabitadas, aisladas, desérticas o serranas. Sólo así fue posible atraer a las minas una mano de obra muy escasa y reacia a proletarizarse, más aún teniendo en cuenta la abierta competencia con las haciendas agrícolas, las plantaciones del sur de Estados Unidos y las empresas constructoras de los Ferrocarriles.
Los pueblos mineros que surgieron de este impulso colonizador derivaron de una concepción empresarial y adquirieron una fisonomía urbana muy distinta de aquellas que habían predominado en los reales de minas. Quizás por eso, estas comunidades fueron denominadas desde entonces, tanto en el lenguaje técnico en el habla común y aún en el vocabulario de los corridos de la época, con un término distintivo los minerales
. Al referirse a ellos, dos factores particularmente llaman la atención, su aislamiento y su estrecha dependencia del poder empresarial.
El aislamiento en el sentido geográfico y espacial es explicable si se tiene en cuenta el proceso de colonización que ya antes he señalado: lejanía de los centros urbanos y enclavados en áreas de difícil acceso, los minerales representaron una especie de ruptura radical y modernizante con un paisaje despoblado, en el mejor de los casos, con escasos signos de agricultura a pequeña escala, explotación comunal de bosques, o enormes latifundios de ganadería menor con un bajo índice de ocupación real de la tierra.
Los minerales constituyeron un tipo muy particular de comunidad caracterizado por la mono ocupación y la continuidad entre el ámbito fabril de la producción y el espacio urbano de la producción, permeados ambos por el poder empresarial. Para fijar al trabajo a una mano de obra del más variado origen étnico y social y para asegurar su producción, el estado delegó en las empresas mineras extranjeras todo tipo de concesiones y atribuciones en materia de urbanización e implementación de equipamientos colectivos.
El diseño urbano resultante de la iniciativa patronal respondió casi siempre a una clara filosofía del espacio: la de concebir las ciudades mineras como una prolongación de la vida laboral, un factor más en la operación productiva de los complejos mineros metalúrgicos y una reserva segura de trabajo capaz de compensar el desgaste, la rotación y la inestabilidad de la mano de obra, derivados de las condiciones del mercado de trabajo minero.
La continuidad entre el ámbito laboral y el espacio urbano fue garantizada a través de un férreo control empresarial en estos dos órdenes. Tras monopolizar la propiedad del subsuelo y de los recursos urbanos, las compañías extranjeras diseminaron el espacio de los minerales con una clara lógica segregacionista, separando los barrios y el acceso a los servicios de acuerdo con el origen étnico de sus pobladores y su ubicación dentro del esquema de la división del trabajo. Calles, plazas, mercados, iglesias, colonias, viviendas, escuelas, comercios, tiendas de raya, hospitales, clínicas, cines, teatros, clubes, campos deportivos y centros de diversión, todos ellos erigidos por iniciativa empresarial, sirvieron para separar a los directivos y mandos superiores extranjeros de los trabajadores, e incluso a éstos entre sí, de acuerdo con su nacionalidad, condición económica o categoría laboral. Pero sobre todo, este modelo de implantación espacial expresó el carácter de una micro-sociedad cerrada hacia así misma y en todo dependiente del paternalismo empresarial. Todo ello contribuyó significativamente a diferenciar estos núcleos de población del resto de la sociedad nacional circundante.
En abierto contraste con el sistema de integración territorial que propiciaron los reales de minas de la época colonial, el crecimiento urbano y el dinamismo industrial de los minerales no logró crear economías satélites en el entorno circundante, y ni siquiera dinamizarlas en aquellos casos donde existían pequeños núcleos de actividades agrícolas, ganaderas, artesanales o comerciales.
Desde la época de 1940, los minerales han ido perdiendo por varias razones su carácter de enclave. En primer lugar, la minería se ha ido integrando al conjunto de la industria del país y tanto el gobierno como los inversionistas mineros nacionales han asumido un mayor control de las empresas. En segundo lugar, la consolidación del sindicalismo trabajo a la arena social de los minerales un nuevo sujeto político capaz de cuestionar las prerrogativas que el capital extranjero detentaba. Este protagonismo obrero, consentido y fomentado por los gobiernos pos-revolucionarios, mermó sustancialmente y reguló el monopolio de las empresas mineras en la gestión urbana de los minerales.
La contracción del mercado laboral minero y la ampliación de un sector terciario independiente de las empresas mineras han contribuido también a diversificar las oportunidades y los grupos ocupacionales. Los minerales, en fin, se emancipan cada vez más de las empresas, dejan de ser exclusivamente una comunidad laboral y se convierten en un segmento más de la sociedad civil; pierden su aislamiento y se integran gradualmente a la economía, a la sociedad y a la cultura nacional. Como ejemplo de este tipo de comunidades mineras puedo citar a Nacozari de García, Cananea y Álamos Sonora; Santa Rosalía Baja California, Nueva Rosita Coahuila, Pachuca Hidalgo, Santa Eulalia e Hidalgo del Parral, Chihuahua, entre otras.
La persistencia de las pequeñas comunidades mineras. Cualquiera que revise un mapa minero de México se sorprenderá al encontrar una gran cantidad de comunidades que fueron, en sus orígenes o en algún momento de su historia, importantes centros mineros y que hoy, o han quedado reducidos a la condición de pueblos fantasmas deshabitados, ejemplo: (Plomosas y Cusihuiriachi, en el Estado de Chihuahua), o son localidades donde las actividades resurgen y decaen con una frecuencia inusitada. Muchas de estas comunidades mineras revelan una larga tradición de simbiosis, siempre inestable y precaria, entre la agricultura campesina y la pequeña minería.
Dos factores parecen ser la causa principal que explica esta incapacidad de la minería para convertirse en el eje dinamizador de la demografía y de la economía de estas comunidades: la dispersión de los yacimientos en un territorio difícil acceso, y por la notoria desconexión de estos pueblos respeto a las redes de comunicaciones, a las fuentes de energía eléctrica y a las plantas metalúrgicas donde se benefician, funden y refinan los minerales.
Esta pequeña y mediana minería tiene en efecto un territorio muy preciso, el de la Sierra Madre, principalmente en su vertiente occidental, zonas conformadas por rocas de origen ígneo y grandes bosques. Geográficamente, se trata de una región con una gran elevación sobre el nivel del mar, en algunos casos hasta 3,000 metros y desniveles promedio de 1,500 a 2,500 metros, barrancas donde se localizan varias cuencas pluviales orientadas al Pacifico generalmente. Esta comprende la región serrana de los Estados de Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Jalisco, Nayarit y Aguascalientes; desde el punto de vista minero, la Sierra Madre Occidental de México es particularmente rica en yacimientos y depósitos de oro y plata, minerales que se presentan en estructuras mineralizadas con altos contenidos y cuerpos diseminados de baja ley.
Por su carácter inaccesible, este territorio se ha convertido históricamente en una zona de refugio para muchos grupos indígenas tarahumaras, tepehuanes, pimas, guarojíos, ópatas, huicholes, mayos, y muy anteriormente Tubares, cocoyomes, chínipas y guazapares, etc. La mayoría de ellos se instalaron en estos territorios a raíz de la presión que ejercieron desde la época colonial diferentes grupos colonizadores. Con ellos convive una población mestiza cuyo asentamiento en la zona derivó fundamentalmente de la colonización minera. Igual que las sociedades indígenas otros grupos han encontrado en la sierra una zona de refugio y resistencia.
Las características geográficas y sociales del territorio donde se localizan y ubican estos ricos yacimientos han constituido desde siempre una serie de barreras para su aprovechamiento y explotación a gran escala. Dos coyunturas vinieron a agravar más esta situación: los levantamientos armados de los años de la Revolución Mexicana 1910-1920 y la drástica caída de los precios de los metales durante la gran depresión de 1929-1932. Como a tratado de mostrar un historiador francés (Guerra en 1983) los primeros triunfos armados de la Revolución tuvieron como escenario este territorio de pequeña minería serrana, particularmente sensible a todo tipo de crisis agrícola o mineras, y sus protagonistas fueron en muchos casos trabajadores despedidos entre 1906 y 1910 a raíz de una de estas crisis económicas. En