Encuentra a Dios en las transiciones difíciles: La ruta más corta hacia la tierra prometida
By Jeff Manion
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Jeff Manion
Jeff Manion (jeffmanion.org) is the senior pastor of Ada Bible Church in Grand Rapids, Michigan, where he has served for over thirty years, and is the author of The Land Between and Satisfied. His great joy is digging deeply into Scripture and passionately teaching the story of the Bible in a clear and relevant way. Jeff enjoys running, cycling, and hiking. He and his wife, Chris, have three adult children.
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Encuentra a Dios en las transiciones difíciles - Jeff Manion
CONTENIDO
Cover
Title Page
Dedication
Mi oración por ti
Bienvenidos a Encuentra a Dios en las transiciones difíciles
Primera parte: Las quejas
1. Hartos de esto
2. Los reincidentes
3. La travesía de la confianza
Segunda parte: Todo se derrumba
4. El peso del desánimo
5. En buena compañía
6. El arte de llorar y clamar
Tercera parte: La provisión
7. Ya no estamos solos
8. El Dios que ve
9. El corazón del Padre
Cuarta parte: La disciplina
10. El que impone la disciplina
11. Aprender de los errores
12. El dolor que redime
Quinta parte: El crecimiento
13. La cosecha del desierto
14. Crecimiento gradual
15. Crecimiento transformador
En retrospectiva
Agradecimientos
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Preguntas para el debate
Copyright
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MI ORACIÓN POR TI
ORO POR TI PARA QUE, CUANDO leas este libro, Dios te visite con su gracia en tu momento de transición. Oro pidiendo que el yermo paisaje de la tribulación se convierta en fértil suelo para un nuevo crecimiento. Que nuestro Dios de gracia reviva tu espíritu y restaure tu risa. Que puedas hallarle en medio de tu dolor y confiar en él en este tiempo de espera. Que aquel que redime todas las cosas venga a tu encuentro con su poder en tanto atraviesas esta transición difícil.
BIENVENIDOS A ENCUENTRA A DIOS EN LAS TRANSICIONES DIFÍCILES
UNA MAÑANA A FINALES DE NOVIEMBRE, cuando cursaba séptimo grado, la tragedia transformó a nuestra familia y segmentó el tiempo en dos: la vida antes del accidente y después de este.
Antes del accidente, mis padres fungieron juntos plantando iglesias en el sudeste de Idaho durante quince años. Mi hermana, la mayor, tenía trece. Mis hermanos menores tenían nueve, cuatro y un bebé. Yo tenía doce. Mi abuelo paterno había fallecido, por lo que mis padres preparaban apurados su partida para asistir al funeral, que sería en Michigan. Tendrían que viajar en el auto durante la noche para llegar a tiempo. De los cinco chicos, cuatro íbamos a quedarnos en casas de amigos, sin salir de Idaho. Pero Jamie, mi hermanito de dos meses, tenía que viajar con mis padres porque mamá lo amamantaba. Planearon ausentarse unas dos semanas.
Mientras examinaba una gran caja de fotografías familiares el mes pasado, encontré una notita escrita a mano nítidamente hecha por mamá hacía treinta y cinco años. La información que dejó allí eran instrucciones para el cuidado de mi hermano Jon, de nueve años, durante su ausencia por aquel viaje.
Mientras leía, me impresionó lo prolija que era mamá y cómo prestaba atención al detalle en la lista de cosas numeradas así:
1. El lunes hay que pagar, por los almuerzos, dos dólares y veinticinco centavos por la semana.
2. El jueves es la recogida de la basura.
3. Jon debe dormir a las nueve de la noche.
4. El bus de Jon pasa a las ocho y treinta y cinco de la mañana, y lo trae de vuelta cerca de las tres y cuarenta y cinco.
5. Hay sábanas limpias en el arcón. También hay algunas en la sala.
6. El reloj de mi secadora funciona en sentido contrario al habitual. Si tienes mucha ropa para secar, hay que ponerlo para que funcione unos diez minutos. Si es poca ropa, hay que ponerlo para cincuenta o sesenta.
7. Nuestro médico en Poky [Pocatello, Idaho] es el doctor Brydon, pero también nos atiende el doctor Thurson aquí en Blackfoot. Tal vez será más fácil llevarlo a ver a este último si se necesita un médico.
Muchas gracias por ayudarnos. Probablemente llamemos un par de veces para ver cómo van las cosas. Se supone que estaremos de regreso el 15 de diciembre. ¡Es una larga ausencia!
Esa noche, en la Ruta Interestatal 80 del oeste de Nebraska, la camioneta familiar se desvió del camino y dio varios vuelcos, cruzando del otro lado antes de detenerse. Papá y el bebé solo tuvieron heridas leves. Pero Mamá salió despedida de la camioneta y murió horas más tarde en el hospital de un pueblo cercano.
No estábamos preparados para perderla. Yo no estaba preparado para ello.
Las palabras confuso o desorientado no pueden describir lo que quiero transmitir cuando hablo de las cosas que vivimos y sentimos en esos días.
Mamá siempre había estado en casa cuando yo llegaba corriendo desde la parada del bus al terminar el día de escuela. Yo abría la puerta dando un tirón y entraba casi volando. Nuestra casa amarilla, en la calle Jewell, era de dos pisos y la entrada tenía una escalera con un descanso. Mi ritual cotidiano al entrar empezaba con un grito que anunciaba mi llegada desde ese descanso. Creo que lo hacía para saber si mamá estaba arriba o abajo. Después del accidente, sin pensarlo, seguí con esa misma rutina habitual por años. Llegaba a casa, cruzaba la entrada del jardín, abría la puerta y al entrar gritaba: «¡Ma! ¡Llegué!». Y luego el silencio ensordecedor me golpeaba con la realidad de que ella se había ido. Nuestra casa perdió el corazón.
Unos meses después del accidente papá aceptó un puesto de maestro y administrador en una pequeña universidad bíblica, por lo que nos mudamos a East Grand Rapids, Michigan. Es una comunidad próspera con antiguas casas de ladrillos, prolijos jardines y árboles añejos. Papá encontró una casa a buen precio bastante cerca de su lugar de trabajo, por eso nos radicamos allí. En cuanto a lo social, no me sentí bien.
El final de la escuela primaria puede ser terrible en cualquier pueblo, por lo que me habría sentido incómodo casi en cualquier lugar. Es solo que se dio allí, donde me sentí más incómodo dado que mi entorno cultural en comparación era casi como el de un analfabeto. Blackfoot, Idaho, donde había pasado los primeros años de mi primaria, sencillamente no me preparó para East Grand Rapids, donde la posición social cuenta.
Desde el punto de vista de la moda, había una marca de zapatillas casuales que todos preferían, la que yo jamás había conocido ni visto antes de entrar a la escuela de East Grand Rapids, ubicada con toda elegancia junto al lago Reeds. Los Levis de pierna recta eran los preferidos, hasta que llegó el furor de los pantalones vaqueros de diseño exclusivo. Y yo era el chico de Idaho que vestía Wrangler demasiado cortos y zapatillas Keds, además de la misma camisa para ir a la escuela todos los días.
Poco después de nuestro arribo a Michigan, papá se comprometió y se casó con una joven secretaria que acababa de graduarse en la universidad cristiana donde él trabajaba. Carolyn tenía veintiún años cuando se convirtió en madre de dos preescolares, un chico de primaria y dos adolescentes. Carolyn tiene un espíritu lleno de gracia como he visto pocos. Es alegre y afectuosa, por lo que para nuestra familia era un regalo de Dios. No hace falta mucha imaginación, sin embargo, para adivinar que esa transición de secretaria soltera a esposa y madre de cinco hijos fue un poco brusca.
Pasé todo el octavo grado tratando de recuperar el equilibrio. Para fines del noveno grado empezaba a creer que estaba entendiendo cómo eran las cosas. Me cambiaba la camisa con más frecuencia, ya no usaba Wranglers y tenía algunos amigos. Esperaba que todo acabara marchando bien a fin de cuentas. Pero entonces, a punto de terminar el noveno grado, papá nos dijo que tendríamos que mudarnos a Sacramento, California. Palidecí. No podía creer que tuviera que empezar todo el proceso de nuevo.
La secuencia de transiciones fue severa. Había empezado mi séptimo grado acomodado en la seguridad de un pequeño pueblo del oeste, donde pasé toda la escuela primaria. Tres años después, un funeral, una boda y dos mudanzas; ahora comenzaría mi primer año universitario en California. Estaba en una transición difícil.
Muchas veces he reflexionado sobre esa temporada de profunda desorientación y caos. Además, reflexioné en la misericordia y la mano de Dios durante esa dura época de transición y confusión. Sospecho que ese tiempo que debimos soportar como familia hizo que en mi corazón se abriera un espacio para quienes pasan por períodos parecidos de difícil transición.
La tierra de las transiciones difíciles
Tom permanece sentado en el silencio de la oscura sala de su casa. Pasada la medianoche, los niños duermen. Hoy se iba a concluir la venta de una casa, pero la operación se canceló. No es que se haya postergado, sino que no se concretó. El trato se vino abajo. Está sentado en medio de la oscuridad, repitiendo la cifra que le robó el sueño. Tres casas, piensa. Este año he vendido tres casas. Hace dos años cerré operaciones de venta de veintisiete casas, una cada dos semanas. ¿Cuánto tiempo más podré seguir así? ¿Cuánto, mientras utilizo el dinero de nuestro fondo de jubilación para pagar las cuentas de cada mes? ¿Tal vez debería buscar un segundo empleo hasta que las cosas mejoren? ¿Y si no mejoran y pasan los años? Siento como si sangrara billetes, como si saqueara nuestro futuro para sobrevivir en el presente. Y si dejo de trabajar como agente inmobiliario, ¿qué otra cosa sabría hacer? ¿Qué podría elegir como posible nuevo rumbo?
«Tres casas», susurra en voz alta.
Esta es una transición difícil. Allí donde la vida ya no es lo que una vez fue. Donde el futuro es lo que está en entredicho.
Karen busca el teléfono a tientas aún somnolienta. Los números de color rojo de su despertador indican las 3:17. En ese instante, antes del «Hola», hace un breve inventario mental: ¿Están todos los chicos en casa? Puede pensar lo suficiente como para razonar que podría ser alguien que ha marcado un número equivocado o que se trata de malas noticias.
«Hola», murmura. Su dormitorio da vueltas y vueltas mientras oye la voz de su hermana al otro lado de la línea: «Karen, hubo un accidente».
Esta noche Karen saldrá de su rutina normal de trabajo, iglesia y tenis a una tierra en la que solo hay vigilias de hospital durante noches enteras en una unidad de cuidados intensivos, seguidas de un largo período de rehabilitación.
Esta es la tierra de las transiciones difíciles, donde todo lo normal se interrumpe.
Para muchos de nosotros, ese viaje a la tierra de las transiciones difíciles no es más que un abrupto traslado —como la experiencia de Karen o la mía— en el momento de una conversación que cae en nuestras vidas como una bomba que explota.
«Tu puesto ha sido eliminado».
«Ya no te amo».
«El tumor es maligno».
«Los ancianos de la iglesia se reúnen para dar un voto de confianza».
«Mamá, papá, estoy embarazada».
«No sé si estoy muy seguro de querer esta boda».
«Papá, eh … estoy en la comisaría».
«Tu madre y yo vamos a divorciarnos».
«Nos mudaremos».
«Creemos que mamá ha tenido un ataque cardiovascular. ¿Cuánto tardarás en llegar al hospital?».
En una sola oración se nos arranca de la normalidad y nos encontramos en un mundo nuevo, como si nos hubieran tirado de un tren en marcha. Caemos de golpe en el mundo de los desempleados. Nos arrojan a la tierra de los que quedan solteros de repente, al valle de los que lloran, al nuevo vocabulario de la quimioterapia o a la rutina semanal de visitas a un hogar de ancianos. En nuestros momentos de mayor confianza, llenos de fe, sabemos que volveremos a ponernos de pie para encontrar algo así como un equilibro en esa nueva normalidad, pero por ahora —lisa y llanamente— estamos en el «intermedio», sin saber cómo conducirnos en ese nuevo terreno.
Aunque hay quienes entran en esa tierra de manera impactante, otros lo hacen gradualmente, casi sin darse cuenta, como le sucedió a Tom, el agente inmobiliario. La constante aunque lenta erosión de un matrimonio ocurre durante años antes de que uno de los dos se vaya. El corazón del adolescente va apartándose lentamente de sus padres y de Dios. A medida que las cifras de ventas trimestrales de una empresa caen, los empleados clave pierden su empleo y los activos se venden hasta que la compañía no es más que la sombra de lo que era ocho años antes. La madre o el padre sufren pérdida gradual de la memoria y con ello su independencia se va esfumando poco a poco. Somos muchos los que entramos en la tierra de las transiciones difíciles, no por una repentina y trágica conversación, sino con el lento pasar del tiempo. Sin embargo, más allá de cómo entremos en ese espacio —sea de pronto o poco a poco—, el paisaje en todos los casos es bastante semejante.
Iglesia Bíblica Ada
Hace más de veinticinco años tengo el privilegio de ser pastor de la congregación de la Iglesia Bíblica Ada, en los suburbios de Grand Rapids, Michigan. Mi gran gozo es internarme profundamente en la historia de la Biblia para presentar el relato del peregrinaje de Dios y su pueblo en una manera que motive la transformación de muchos. Cuando me levanto y abro la Biblia cada fin de semana, a menudo advierto los matices de caos representados en el ambiente. Cada semana tengo el indescriptible privilegio de llevar la historia de Dios a los que acaban de perder su empleo, a los que sufren una enfermedad terminal, a padres y madres con hijos en prisión, a gente que anhela tener hijos pero no logra concebirlos. Es asombroso que mi llamamiento sea hablar de la misericordia de Dios con las vidas de aquellos cuyos compromisos se han disuelto o con los que no pueden vender sus casas, llevándoles esperanza a los que