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Ir a Misa ¿Para Qué?: Guía práctica para disfrutar la Misa
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Ir a Misa ¿Para Qué?: Guía práctica para disfrutar la Misa

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About this ebook

Con su estilo característico, la autora conjuga conocimiento profundo con una manera sencilla de comunicarlo, esta obra se dirige tanto a los que saben como a los que saben como a los que no saben qué es la Misa, pues a todos los invita a recorrerla como por primera vez, paso a paso, "no como turistas sino como peregrinos", relacionando cada parte de esta celebración con su vida cotidiana y animándolos a descubrir y aprovechar los infinitos dones con que Dios va colmando a todos los que aceptan la invitación a Su banquete.
LanguageEspañol
PublisherPPC Editorial
Release dateApr 1, 2018
ISBN9786078497904
Ir a Misa ¿Para Qué?: Guía práctica para disfrutar la Misa

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    Ir a Misa ¿Para Qué? - ALEJANDRA MARÍA SOSA ELÍZAGA

    "Designó el Señor a otros setenta y dos

    y los envió por delante...

    a todas las ciudades y sitios

    a donde Él había de ir..."

    (Lc 10,1)

    Edición

    Roberto Demian Alcántara Flores

    Jesús Vladimir Alcántara Flores

    Diagramación

    José Alejandro García Arrieta

    Cubierta

    Astrid Chávez Torres

    Autoría

    Alejandra María Sosa Elízaga

    Ilustraciones

    Alejandra María Sosa Elízaga

    D.R. © 2017, Alejandra María Sosa Elízaga

    D.R. © 2017, PPC Editorial, S.A. de C.V.

    Magdalena 211, Colonia del Valle,

    03100, México, Ciudad de México.

    Teléfono: (55)1087-8400

    alservicio@ppc-editorial.com.mx

    mx.ppc-editorial.com

    ppceditorial.mexico

    @ppceditorial

    Primera edición, 2017

    ISBN: 978-607-8497-90-4

    Para contactar con la autora:

    alesosae72@gmail.com

    Ale M Sosa E

    Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión de cualquier forma o medio, ya sea electrónica, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

    La marca PPC® es propiedad de PPC Editorial S.A. de C.V.

    AGRADECIMIENTOS

    Y DEDICATORIA

    Doy gracias:

    Al Padre, que nos acoge en Su casa con los brazos abiertos.

    Al Hijo, que nos ama con misericordia infinita y nos da Su Perdón, Su Palabra, Su Cuerpo y Su Sangre en la Eucaristía.

    Al Espíritu Santo, que nos ilumina y nos capacita para entrar en comunión con Dios y con los hermanos.

    A María, madrina de este libro (que terminé el sábado 7 de mayo, día y mes dedicado a ella), que nos acompaña al banquete, nos anima a abrirnos, como ella, a la presencia del Señor en nuestra vida y nos invita a hacer lo que Él nos pida para que nuestras tinajas vacías se llenen del vino de Su amor.

    A todos los santos, a cuya intercesión fraterna me encomendé, en especial a San León Magno, patrono de los que aman la liturgia; San Juan y San Francisco de Sales, patronos de los escritores, y San Fray Angélico, patrono de los pintores.

    A mis papás, por su apoyo siempre amoroso e incondicional.

    A René, por su amor y entusiasta respaldo a mis proyectos.

    A mi querido tío, el padre Salvador Martínez Sosa, MSpS, que fue mi director espiritual y se mudó a la casa del Padre la misma noche en que terminé este libro que tanto me impulsó a escribir y que ahora seguramente lee desde el cielo. A Monseñor José Luis Guerrero, que gentilmente revisó el libro y concedió el Nihil Obstat, por su amable disposición. Al padre Juan de Dios Olvera Delgadillo, Canciller de la Arquidiócesis de México, y a Mons. Guillermo Moreno Bravo, Vicario General, que concedió el Imprimátur.

    A Abraham Flores, director de PPC Editorial, por hacer posible esta nueva edición. Y al estupendo equipo que estuvo al cuidado de ésta, por su dedicación y profesionalismo.

    A mis hermanos y amigos, y a todos los que con su cariño y oraciones sostuvieron este esfuerzo que tomó seis años y que está dedicado tanto a los que no tienen idea de por qué ir a Misa como a los que sí lo saben. Pido al Señor que a todos los ayude a descubrir y disfrutar los extraordinarios regalos que en cada Eucaristía Él les tiene preparados...

    Alejandra María

    "El libro es excelente y logra su objetivo, aportando claros y sólidos conceptos teológicos, litúrgicos, históricos, escriturísticos, pero en un estilo, a la vez que profundo, directo, chispeante, simpático, y tan claro que podría decirse ‘irrefutable’, pues enfrenta y plantea toda posible duda, inquietud u objeción con un lenguaje pleno de sentido común, y con simpáticas y claras comparaciones y ejemplos...

    ...puede ser un magnífico auxilio para todos los que participamos en la Eucaristía, lo mismo sacerdotes que fieles."

    Monseñor José Luis G. Guerrero Rosado

    censor deputado de la Arquidiócesis de México

    (texto tomado del documento en que concedió el ‘Nihil Obstat’)

    PRÓLOGO

    El texto que tienes ahora en las manos, surgió a raíz de unas charlas sobre la Misa. Los asistentes tenían tantas dudas, tantos deseos de aclarar malentendidos, que resultó evidente que a pesar de nuestra aparente familiaridad con esta celebración -a la que se supone que, cuando menos, desde que hicimos la Primera Comunión hemos estado asistiendo como mínimo cada ocho días- hay todavía muchas preguntas y confusiones, que han provocado que, en relación con este tema, los creyentes se dividan en un variado menú, entre los que se cuentan:

    Los ‘inasistentes’, que ya no van a Misa ni por equivocación. (Este grupo se divide en alejados, indiferentes, enojados, decepcionados y desinformados, cada uno de los cuales tiene distintas aunque parecidas razones para no acudir).

    Los ‘fiesteros’, que van sólo cuando hay ‘fiesta’ (Bautismo, boda, ‘quince años’, aniversario, etc).

    Los ‘sentimentales’, que van sólo cuando ‘les nace’.

    Los ‘cumplidores’, que van sólo por ‘obligación’.

    Los ‘miedosos’, que van ‘por si las moscas’, no sea que si faltan Dios se enoje y se desquite...

    Los ‘chantajeados’, que van porque si no, se enojan sus papás, la esposa, la novia, los critica la suegra, etc.

    Los ‘espectadores’, que sólo van a ver lo que otros hacen, y exigen que la ‘función’ sea buena: que ‘el padrecito’ predique bien, que los lectores no se equivoquen, que el coro cante bonito y, por supuesto, que todo termine pronto.

    Los ‘turistas’, que ni se enteran de lo que sucede pues se la pasan viendo el techo, los vitrales, las imágenes, el suelo, las flores, a los que pasan, a los que llegan tarde, etc.

    Los ‘visitantes del ratito’, que dicen que ya que Dios hace ¡tanto! por ellos, es justo visitarlo un ‘ratito’ a la semana (pero sólo un ratito, ¿eh?).

    Los ‘acostumbrados’, que posiblemente van diario, pero han caído en la rutina.

    Los ‘piadosos despistados’, que se la pasan en Misa rezando Rosarios, novenas, viacrucis; que tienen mucha devoción pero no saben bien a bien a qué van. Y, por último:

    Los que participan con gusto, y están dispuestos a profundizar en este sacramento para vivirlo mejor.

    ¿A cuál de estos grupos perteneces tú?

    Para todos ellos fue escrito este libro.

    Es un libro para que los que no asisten encuentren una razón para acercarse de nuevo; los fiesteros descubran qué es lo que hay que celebrar; los sentimentales se dejen seducir; los cumplidores le agarren el gusto; los miedosos y chantajeados se liberen de sus aprensiones; los espectadores se desengarroten; los turistas aprendan a ver más allá de lo aparente; los visitantes del ratito averigüen que el amor no tiene reloj; los acostumbrados se despabilen; los piadosos despistados recuperen la brújula y, finalmente, los fieles de buena voluntad reciban quizá algo que los enriquezca y refuerce el gozo con el que asisten.

    Es un libro a través del cual alguien que disfruta profundamente la Misa, quiere compartir este sentimiento con otros, hacer eco en otros corazones.

    No se trata de una obra dogmática, llena de profundas disertaciones que nadie, ni quien las escribe, entiende. No pretende dar cátedra ni descubrir el hilo negro. Es simplemente un intento, modesto y ambicioso a la vez, de dar alguna respuesta a los más comunes interrogantes que la gente se plantea en relación con la Misa: ¿Qué es?, ¿de qué se trata?, ¿cuál es la explicación de lo que ahí sucede, los símbolos, los ornamentos, las lecturas, las oraciones, etc?, ¿por qué hay que ir?, ¿qué pasa si no voy?, ¿es posible que logre disfrutarla?

    Las iglesias están demasiado llenas de fieles que no tienen ni idea de lo que hacen ahí.

    Son las mamás que se la pasan regañando o viendo impávidas jugar, correr o aullar a sus niños; los papás con cara de ‘no-vine-me-trajeron’ que se entretienen haciendo ruido con el llavero; los adolescentes que van para que en su casa les den permiso de irse de fiesta, y se la pasan recargados lánguidamente en la pared cerca de la puerta en actitud de ‘en sus marcas, listos, fuera’ para ser los primeros en salir; son los novios que se la pasan cuchicheando, felices de poder ir a algún lado sin chaperón; los familiares que llevan a su viejito o viejita, y aguantan la ceremonia con mal disimulada impaciencia, consolándose con el pensamiento de la paleta helada o el elote que piensan comprarse a la salida; son los ‘fieles’ que siempre llegan tarde para que el ratito que pasan ahí no se les haga tan largo.

    Para todos ellos la Misa es ritual mágico, imposición divina, fastidio, castigo, prueba, cruz, latoso pago en abonos que liquida cada semana el boleto de entrada al cielo.

    Esto no puede seguir así.

    Es hora de hacer algo para vaciar las iglesias de los que asisten sólo ‘de cuerpo presente’, aburridos y agobiados, y llenarlas de auténticos fieles que celebran porque le han encontrado el verdadero sentido a la Misa, porque han vencido sus resistencias, sus prejuicios, incluso sus lastimaduras, sus malas experiencias pasadas y han descubierto que en la mesa del Pan y la Palabra, su Padre les ha reservado un sitio muy especial junto a Él.

    Este libro no pretende tener todas las respuestas ni ser varita mágica que lance en tropel a sus lectores a Misa (aunque pensándolo bien, esto último no estaría nada mal...).

    Sólo aspira a ser, y le pido a Dios que lo consiga, algo tan pequeñito pero tan útil como una llave, que te ayude a ti a animarte a entrar en la casa del Padre, que es también tu casa, y a no sentirte nunca más un extraño, sino a encontrar en ella refugio y paz, fortaleza y luz, consuelo y esperanza, pues aquí se halla Aquél que te ama desde siempre y por siempre te espera con los brazos abiertos.

    INTRODUCCIÓN

    Antes de comenzar a leer este libro, seguramente tienes ya una idea acerca de la Misa. Mira a ver si coincide con lo que dijeron al respecto personas -de las más variadas edades y condiciones- a las que se les preguntó: ‘¿qué piensas de la Misa?’ (Las respuestas vienen entre comillas para que las identifiques más fácilmente).

    No necesito ir a Misa

    ‘No necesito participar en un rito que no entiendo; no necesito que me sermoneen; no necesito que me apretujen; no necesito perder una hora de mi preciado descanso dominical...’

    ¡Uf! Luego de leer esta furiosa respuesta, no puede uno más que estar ¡de acuerdo!, ¡tampoco necesita todo eso! Ahora bien, cabe hacer notar que enumeras lo que no necesitas, pero no lo que necesitas, y si tuvieras que decir qué te resulta indispensable para vivir, seguramente mencionarías el amor. Saber que te aman y a la vez amar te da razones para vivir. Y si el amor es algo que verdaderamente necesitas, entonces no puedes decir que no necesitas ir a Misa porque en la Misa se trata -de principio a fin- de recibir a manos llenas el amor de Aquél que por amarte te creó y por amor te sostiene en la palma de su mano (ver Is 49,16).

    Dice San Agustín que Dios nos creó para Él y que nuestro corazón no descansará hasta que no descanse en Él. Nunca dejarás de necesitar que te ame tu Creador, nunca serás demasiado adulto, inteligente, culto, ‘intelectual’, ‘superado’, autosuficiente -o, como dicen algunos: ‘cool’- como para decir que puedes prescindir del amor, porque el verdadero amor viene de Él y es lo que le da sentido a la existencia.

    Y en relación a que no necesitas ‘sermones’, hay que aclarar que la homilía no está diseñada para ‘regañar’ a los asistentes, sino para aclarar el sentido de la Palabra de Dios que ha sido proclamada. No generalices una mala experiencia con un padre ‘sermoneador’ y busca uno que te ayude a entender y aplicar la Palabra en tu vida. ¡Hay muchos! Si no quieres apretujones, ve a Misa a una hora más despejada, y en relación con ‘perder una hora de tu descanso’, considera que si aprendes a comprender y disfrutar la Misa, obtendrás un verdadero descanso: el que da paz al alma, que es el mejor de todos.

    No me interesa la Misa

    ‘No tengo el más mínimo interés por Dios, la Misa y todas esas cuestiones religiosas’.

    El que alguien no tenga interés en relacionarse con Dios, puede deberse a múltiples causas que podrían ser (ojalá sean) materia de otro libro. Si tú estás en un caso así, debes saber que a muchos de los que asistimos a Misa nos pasó lo mismo, así que te comprendemos, y esperamos en Dios que un día tú también puedas descubrir que la relación con Él no es algo que interesa sólo a personas ‘ridículas’ o ‘débiles’ que necesitan ‘muletas’ para vivir, sino que es una cuestión que por una parte responde a las interrogantes más importantes que puedes plantearte como ser humano: ‘¿quién soy?; ¿quién me creó?; ‘¿para qué?’; ‘¿cuál es el sentido de mi existencia?’, ‘¿hay una vida eterna?; ‘¿cómo llegaré a ella?’, y por otra, sacia el anhelo de todo ser humano de saberse amado, ayudado, perdonado, consolado, acompañado...

    Ojalá un día no muy lejano, descubras cómo se enriquece tu vida si permites que la ilumine Aquél que te la dio...

    La Misa es un invento de los curas

    ‘¿Dónde dice en la Biblia que yo tenga que ir a Misa?’

    En el Antiguo Testamento se nos narra cómo Dios pide que su pueblo le rinda culto el séptimo día de la semana (ver Ex 20, 9-11; Dt 5, 12-15).

    En los Evangelios vemos cómo Jesús en la Última Cena pidió que siguiéramos realizando ese ‘memorial’ (ver 1 Cor 11,23-24). Y en el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos narra cómo la comunidad de los apóstoles se empezó a reunir a orar y a compartir la Comunión el primer día de la semana, (es decir, el domingo, día en que resucitó Jesús). (Ver Hch 20,7).

    Se podría decir que antes de que existiera la Biblia como la conocemos hoy, existía la Misa casi como la conocemos hoy.

    Desde el origen del cristianismo hasta nuestros tiempos, se ha venido celebrando lo que hoy conocemos como ‘Misa’, y todos los creyentes católicos estamos llamados a participar en ella (ver Hch 2,42; 1 Cor 10,16-17).

    Como ves, desde las páginas de la Escritura se desprende una invitación para ti: para que, como millones de fieles desde tiempos remotos y en todos los rincones del mundo, ocupes el lugar que el Señor te ha reservado en su banquete.

    No voy a Misa porque no siempre estoy de acuerdo con la Iglesia Católica

    ‘No comparto ciertas enseñanzas de la Iglesia y sus posturas en relación con ciertos temas.’

    Muchos adolescentes y adultos tienen una mamá que los ama -y a la que aman- con la que no siempre están de acuerdo, pero no por eso la desconocen ni se alejan de ella sin tratar de comprenderla. En cambio, cuando se trata de la Iglesia, muchos fieles se apartan de ella porque no comprenden algunas de sus enseñanzas pues no han hecho el esfuerzo de permitir que sea ella -con sus propias palabras, es decir: con los documentos del Magisterio- quien les explique sus razones de fondo; se dejan llevar por lo que dicen los medios, por frases citadas fuera de contexto, por las declaraciones -a veces desafortunadas- de algunos miembros del clero o de católicos exaltados y mal informados que dan una imagen de ignorancia y fanatismo. Ha habido muchísimos casos de personas que se habían alejado y han regresado a la Iglesia luego de descubrir y comprender cuál es de verdad su postura en relación con ciertos temas que los habían hecho apartarse. ¿No estarás tú en esa situación?

    No voy a Misa porque me choca la jerarquía de la Iglesia

    ‘En particular me cae gordo el cura de mi parroquia.’

    ¿Qué le dirías a un amigo tuyo que te contara que se sacó el premio mayor de la lotería pero que no fue a cobrarlo porque le cae mal el cajero? Permitir que la animadversión contra un cierto sacerdote, o incluso contra todos en general, te prive de recibir las maravillas que Dios quiere regalarte a manos llenas es ¡castigarte a ti mismo! No permitas que el resentimiento, fruto de alguna mala experiencia, te carcoma el alma, te aprisione y te haga autoexiliarte de la casa de tu Padre.

    Como los sacerdotes no son ningunos santos, yo no voy a Misa

    ‘No quiero recibir nada de hombres que son tan pecadores o más que yo.’

    Si te estuvieras muriendo de sed en el desierto y alguien te ofreciera una botella de agua fresca, pura, transparente, perfectamente limpia y sellada, ¿la rechazarías porque venía dentro de un morralito viejo y feo? ¡Haces exactamente eso cuando rechazas un sacramento (signo sensible del amor de Dios) porque no te gusta quien te lo ofrece! Afortunadamente los sacramentos no dependen de la santidad de quien los administra, sino de Dios. Decía San Francisco que si él supiera que el sacerdote que le va a dar la Comunión viene de cometer un pecado gravísimo, eso no disminuiría ni tantito su amor por la Eucaristía y su deseo de recibirla. Podría decirse que lo que sucede en la Misa es ‘a prueba’ de pecadores, porque Jesús se hace presente independientemente de la calidad moral del sacerdote que presida la celebración. Esto no significa que haya que aplaudir las miserias y pecados que puedan cometer. Ni que cuando ameriten una sanción no deban recibirla. Ellos están sujetos, como todos, a las leyes eclesiásticas y civiles. Lo que aquí se pretende resaltar es que es absurdo que uno espere perfección de estos hombres por el hecho de ser sacerdotes, pues no dejan de ser humanos, sujetos a debilidades y tentaciones, como todos. En ningún lado está escrito que por recibir el sacramento del Orden Sacerdotal un hombre se vuelve un perfecto santo. Recibe, eso sí, un don especialísmo de Dios que lo capacita para bautizar; perdonar los pecados en nombre de Dios; celebrar la Eucaristía; ungir a los enfermos, etc. Ser portador de semejante don lo hace digno de respeto, pues independientemente de sus cualidades o defectos personales, al administrar los sacramentos hace un grandísimo bien a mucha gente.

    El que dice que se aleja de la Iglesia porque sus sacerdotes no son santos, quizá ha encontrado un pretexto muy cómodo para justificar su propia falta de compromiso cristiano: echar la culpa a otros justifica la propia conducta. ¿Qué harían muchos de los que se dicen alejados por estas razones si todos los católicos fueran perfectos? Quizá encontrarían una nueva razón para mantenerse al margen: que ahora son ellos los que no dan el ancho, los que no son santos, ¡el cuento de nunca acabar!

    En lugar de estar criticando la falta de santidad de los sacerdotes, tendríamos que alegrarnos de pertenecer a una Iglesia que no nos cierra la puerta en las narices ni aunque estemos muy lejos de vivir cristianamente.

    Al respecto conviene leer ‘He buscado, he encontrado’ un bello libro de Carlo Carreto, en el que expresa sus sentimientos contradictorios respecto a la Iglesia: cómo la ama y cómo a veces la detesta; cuánto la admira y cuánto se avergüenza también de ella, pero cómo comprende que la Iglesia está compuesta por seres humanos, gente común y corriente, que a veces cae, que a veces se equivoca, pero que camina siempre sostenida por Dios, acogida, perdonada, aceptada por Él. Y que si alguien se sale de la Iglesia porque no le gustan algunos de sus miembros, y quiere fundar una Iglesia de pura gente irreprochable, tarde o temprano se verá en la necesidad de aceptar también pecadores (pues la Iglesia, si es de Cristo, tiene que estar basada en el amor, en la caridad, lo que se traduce en acogida, aceptación, comprensión para todos, especialmente para los pecadores, no olvidemos que Jesús dijo que no vino por los sanos sino por los enfermos...), y acabaría en las mismas que antes rechazaba: con una Iglesia llena de buenos y malos. No queda más que comprender que la grandeza de la Iglesia no radica en que esté formada por gente perfecta, sino en que es de Dios. Abandonarla porque hay alguien que no nos gusta es adoptar una actitud contraria a la de Cristo, que nunca echó de Su lado a nadie.

    Jesús dijo: No juzguen y no serán juzgados (Lc 6,37), y en otra parte de la Biblia se dice que la oración ferviente de una persona justa puede hacer maravillas para rescatar a quienes han caído en el pecado (ver Stg 5,15-20). Cuando sepas de algún sacerdote que no es todo lo santo que quisieras que fuera, pregúntate qué tanto has orado por él y en lugar de juzgarlo y señalarlo con dedo flamígero, pide a Dios por él.

    Alguien dijo que el sacerdote que da mal ejemplo a su comunidad, es un ‘homicida espiritual’ que escandaliza y atenta contra la fe de otros, pero el que permite que semejante sacerdote lo aparte de Dios, comete ‘suicidio espiritual’, es decir, él solito se está privando de la vida que brota de la Eucaristía.

    Por otra parte, el hecho de que para todos haya sitio en la Iglesia no debería ser motivo de enojo sino de alivio: significa que tanto tú como yo, que no somos perfectos, siempre seremos acogidos...

    Voy a Misa ‘cuando me nace’

    ‘¡Qué flojera tener que ir cada semana!, ¿por qué no puedo ir cuando se me antoje?’

    La relación con Dios no es algo que inventamos los humanos. Si así fuera, nosotros pondríamos las reglas y determinaríamos las formas de encontrarnos con Él. Pero no es así. No somos los humanos quienes ponemos las reglas de nuestra relación con Dios, sino Él, y, como ya vimos, Él nos pide que cuando menos cada ocho días hagamos un alto en nuestro trajín cotidiano y abramos un espacio para encontrarnos de manera especial con Él.

    Alguien puede preguntar: ‘¿y por qué pide semejante cosa Dios?, ¿qué, quiere ‘amolarnos’ el domingo?, ¿el futbol?, ¿la pachanga?, ¿qué, quiere sentirse el ‘muy muy’ diciendo: quiero pedirles que se junten porque me gusta que me alaben ‘en bola’...?

    Nada de eso. Dios no goza poniéndonos piedritas en los zapatos, ni tampoco cabe en Él la egolatría. Si nos pide que hagamos un alto a nuestras habituales ocupaciones y le dediquemos un tiempo no es porque eso le haga falta a Él, sino ¡a nosotros!

    Como nuestro Creador, Dios sabe que necesitamos ‘mantenimiento’ (¿qué pasaría si el dueño de un coche nunca lo llevara al ‘taller’?), y por eso nos pide que cuando menos un día a la semana alcemos la vista hacia Él, con las manos abiertas para que pueda darnos todo lo que nos hace falta para poder seguir funcionando bien, para poder seguir adelante superando las dificultades que enfrentamos en la vida diaria.

    Si sólo vas a Misa muy de vez en cuando, te puede suceder como esas personas que dejan de comer. Poco a poco se les va yendo el hambre y la capacidad de asimilar los alimentos, por lo que llega un momento en que ya no pueden comer, pero como el alimento les hace mucha falta, mueren de inanición...

    No le veo el caso a ir a Misa, pues Dios está en todas partes

    ‘Me encuentro igual con Dios en mi casa que en la iglesia, así que ¿por qué tengo que ir a Misa?’

    Podrían mencionarse varias razones que conviene considerar:

    1. Tú formas parte de una comunidad

    Jesús nos hizo saber que formamos parte de una gran familia, nos enseñó a decir: ‘Padre nuestro’, no ‘Padre mío’ (ver Mt 6,9).

    Él dijo:

    Donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt 18,20).

    Y desde el principio de Su ministerio público, formó una comunidad de discípulos. Y hay dos cosas que conviene recordar:

    a) Tú le haces falta a la comunidad

    Cuando un papá reúne a todos sus hijos alrededor de su mesa, y alguno no llega, la presencia de los demás no lo consuela. Dice: ‘¡qué gusto que vinieron mis hijos!’, y añade con nostalgia: ‘¡pero me falta fulano!’. Nada llena el hueco que deja en el corazón de tu Padre Dios, tu ausencia del banquete al que te ha convidado...

    En la India hay un templo que tiene en la parte central del techo una lámpara de herrería con cientos de velas apagadas. Cada persona que entra enciende una vela. Si asisten todos, la lámpara -y el lugar- resplandece con todas las velas encendidas; si faltan algunos, algunas velas quedan apagadas. La ausencia de alguien contribuye a oscurecer la reunión...

    b) A ti te hace falta la comunidad

    Dicen que un carbón encendido que se queda aislado, se enfría y apaga, en cambio si se junta con otros, se mantiene prendido. Lo mismo sucede con la fe: compartirla con otros, orar por ellos y saber que otros oran por ti, te fortalece y es un gran consuelo en los momentos difíciles.

    Una amiga decía: ‘Dios es amor, y los domingos hay mucho amor en mi casa porque nos reunimos la familia y los amigos, así que ahí está Dios, no necesito ir a Misa para encontrarlo’. Es verdad que en el amor de sus seres queridos está Dios, pero conformarse con eso es encerrarse en un círculo demasiado estrecho, privar a la comunidad de recibir el amor que uno puede aportar, y también privarse uno mismo de recibir el amor de Dios a través de toda la comunidad.

    Además hay otro punto muy importante que conviene tomar en cuenta al momento de decidir si uno prefiere encontrar a Dios en casa o ir a Misa:

    2. En la Misa te unes a Jesús de un modo que jamás podrías lograr quedándote en casa

    En casa puedes orar, puedes leer la Palabra de Dios, dos cosas excelentes, desde luego, pero no pasas de ahí. La Misa en cambio (como veremos a lo largo de este libro y por eso no se profundiza aquí en este punto), también es oración y lectura bíblica, pero es muchísimo más: es abrirte junto con toda la Iglesia a la acción del Espíritu Santo, unirte a Jesús, y con Él ofrecerte al Padre de un modo que jamás podrías lograr por ti mismo, quedándote en casa..

    La Misa me parece demasiado estructurada

    ‘¿No es mejor lo espontáneo que lo ritual?’

    Habría que responder: ¿por qué elegir entre uno y otro? Ambos hacen falta y ambos están presentes en la Misa.

    Lo espontáneo es inevitable, es el modo como reacciona tu corazón a cada cosa que sucede en Misa, es la manera como dialogas con Dios en tu interior a lo largo de toda la celebración, la manera como te relacionas con la comunidad... Nadie deja de llevar su propia ‘espontaneidad’ a la Misa.

    Ahora bien, respecto a lo ‘ritual’, hay quien cree que esta palabra es sinónimo de rígido, tieso, inexpresivo y asfixiante, pero no hay que entenderlo así en relación con la Misa.

    El hecho de que todos tengamos que decir las mismas frases, sentarnos, levantarnos, hincarnos, etc. al mismo tiempo, tiene un sentido que lejos de ser opresivo es liberador. Veamos por qué:

    Todos hemos experimentado alguna vez una emoción tan intensa que no tenemos palabras para expresarla. Un dolor tan profundo, una tristeza tan honda, una alegría tan desbordada, un amor tan grande que no hallamos cómo explicar lo que sentimos. Cuando una emoción te rebasa, el ritual te permite expresar con toda intensidad lo que hay en tu corazón y te da pautas de conducta para saber qué hacer o qué decir en situaciones especiales. Quien pierde un ser querido se siente perdido, pero encuentra consuelo en los abrazos, en velar a su difunto, despedirse, hablar de él con otros seres queridos y acompañarlo al sitio donde reposarán sus restos. Los novios que se casan están tan emocionados que quizá no sabrían qué decir, pero el ritual les permite expresarse a través de las promesas que se hacen, el intercambio de anillos, las arras, el lazo, etc.

    En nuestra vida cotidiana recurrimos al ritual para todo: cuando le cantamos las ‘mañanitas’ a quien cumple años; cuando compartimos un pastel, un brindis; cuando damos un apretón de manos, un aplauso, una serenata, una tarjeta; cuando regalamos flores o chocolates, acudimos a formas rituales de expresar algo que de otro modo quedaría encerrado en nuestro corazón.

    Así, por tanto, en la Misa recurrimos al ritual, pero no como agobio sino como medio que nos permite a todos expresar al mismo tiempo lo que tenemos en el alma.

    El hecho de que el ritual sea un conjunto de ritos (gestos, palabras) que se repiten una y otra vez, va creando una familiaridad que nos permite sentirnos cómodos, saber qué esperar, ir recibiendo lo que viene sin sobresaltos. Sucede como con una anfitriona: no le angustia invitar a alguien a su casa y no saber si se le ocurrirá qué decirles o qué darles cuando lleguen las personas a su casa: se dispone a seguir un ritual: saludarlos, pasarlos al interior; ofrecerles una botana; después la comida; tampoco se pregunta qué pone en la mesa, o si ofrece cuatro sopas: sabe que los platos se colocan de cierta forma y la comida se sirve en cierto orden. El ritual no le incomoda, al contrario, le hace la vida más fácil.

    Y cabe decir que dentro del ritual de la Misa hay también espacio para la creatividad: por ejemplo, el padre puede elegir, de acuerdo con las circunstancias, la Plegaria Eucarística.

    Si la Misa no fuera un ritual, lejos de sentirnos ‘liberados’ nos sentiríamos perdidos, pues no sabríamos qué decir, cómo actuar, qué sucede en un momento dado y cuál es el modo adecuado de reaccionar ante ello: cada uno haría lo que le viniera en gana cuando se le ocurriera, no se entendería nada, nadie escucharía lo que otros dicen, en fin, sería un caos.

    El ritual te permite sentirte parte de una comunidad que alaba y canta y ora en unidad, y saber que en todos los rincones del mundo, hay hermanos que están haciendo lo mismo que tú, que en ese mismo instante, millones de creyentes están unidos a ti en la alabanza, en el canto, en la oración. Siéntete abrazado por ellos y disfrútalo.

    No tengo tiempo

    ‘Aprovecho el fin de semana para hacer muchas cosas y cuando me acuerdo ya es demasiado tarde para ir a Misa’.

    Cuando uno lee la Biblia se encuentra una y otra vez con historias que demuestran que las cuentas con Dios son siempre al revés de las cuentas con el mundo: en el mundo tú pierdes lo que das, en cambio con Dios, cuando das algo recibes mucho más. Y esto aplica con el tiempo. Vivimos acelerados, presionados por muchos compromisos, tratando de ajustar un tiempo que siempre parece demasiado corto. En la noche caemos en cama exhaustos con la certeza de que el día no nos alcanzó para nada. Y es que cuando tratamos de organizar nuestro horario de acuerdo con la carrera loca que ha emprendido el mundo nos quedamos siempre rezagados y frustrados, ¡ah! pero si ponemos nuestro horario en manos de Dios, es sorprendente cómo logramos hacer más cosas de las que habíamos calculado. El asunto es pedirle ayuda y confiar en Él.

    Cabe recordar esa escena del Evangelio según San Lucas en la que Simón ya está lavando sus redes en la orilla del lago pues en toda la noche no logró pescar nada. Jesús sube a su barca y le pide que bogue mar adentro y eche las redes. Y aunque a Simón no le suena nada lógica la petición, le dice a Jesús: en Tu Palabra echaré las redes, así lo hace y obtiene tanta pesca que casi se hunde la barca (ver Lc 5,1-7). Muchas veces va contra nuestra ‘razón’ el apartar un tiempo para

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