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Convivencia, ética y educación: Audacia y esperanza
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Convivencia, ética y educación: Audacia y esperanza
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Convivencia, ética y educación: Audacia y esperanza

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Forma parte de la competencia docente no sólo la capacidad de hacer bien aquello que se hace, sino de hacer el bien con aquello que se hace. No es un juego de palabras, es un objetivo.
Pero, ¿qué entiende el autor por el bien? No es el bien exclusivamente; no es el bien del individuo, aunque también lo sea, sino que es el bien de la comunidad de la cual forma parte el individuo.
Hacer que las personas se formen para ser decentes, para que rechacen aquello que disminuye la dignidad colectiva y, fundamentalmente, para que no empequeñezcan la vida; una vida abundante, que sea sencilla, sabiendo que sencillez no es miseria, no es indigencia. La sencillez es que cada persona tenga lo suficiente para una existencia digna. No es la vida con ostentación; es una vida sin carencias para todos y todas.
Si una institución no actúa en dirección hacia una vida buena para todos y todas, no es una institución justa. Por eso, no basta con hacer bien las cosas. Es preciso incluir la idea de hacer el bien, ¡con audacia y esperanza! Es necesario que nosotros, educadores y educadoras, dentro de las escuelas, de las organizaciones no gubernamentales, de las entidades de apoyo, de las empresas o de la familia, tengamos ideas, y soñemos, para sustentar el mundo y a las futuras generaciones.
LanguageEspañol
Release dateFeb 22, 2018
ISBN9788427723856
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    Convivencia, ética y educación - Mario Sergio Cortella

    Editora.

    1

    Educación y construcción de la integridad colectiva

    Es necesario tener esperanza, pero tiene que ser del verbo esperanzar, porque hay gente con esperanza del verbo esperar, y, ahí, no hay esperanza, tan solo pura espera.

    Paulo Freire

    Somos un animal que no nace preparado; tenemos que ser formados. Esta formación nos puede llevar a la vida como beneficio o a la vida como maleficio, a ser una persona que es capaz de producir beneficio o a ser otra que es capaz de producir maleficio. Todos y todas somos capaces de ambas cosas. A fin de cuentas, la ética está ligada a la idea de libertad. La ética es cómo decido mi conducta. Y el término decido debe remarcarse porque señala cuáles son los criterios y valores que uso para conducirme en la vida colectiva.

    No existe una ética individual. Si la historia de Robinson Crusoe, escrita por Daniel Defoe y publicada originalmente en 1719, no tuviese el personaje del indio Viernes, la cuestión crítica no surgiría. Tan solo existe la ética porque somos humanos. De manera hipotética, él incluso podría tratar la naturaleza como a otro, pero esa percepción es más reciente, empezó a ganar forma a partir del siglo XX. Los siglos XVIII y XIX, con la industrialización y después con la mecanización, copian la idea de la anulación de la naturaleza como otro. Era concebida como objeto y, por tanto, sujeta a la posesión. Como si fuera algo del tipo: Si es una propiedad, puedo hacer lo que quiera.

    La idea de la ecología es una cuestión ética porque pasamos a entender la naturaleza como otro, no como un objeto. Otro ejemplo: la esclavitud es destruida como concepción teórica en occidente cuando se pasa a defender la idea de que cualquier otro es otro, no es una cosa. La descosificación es lo que va a llevarnos a esa visión. Esto es algo que se cree superado, pero que no lo está. Algunas personas miran al otro como un objeto –objeto de su interés, de su deseo, de su mando–, no como otro, y rompen esta percepción.

    La idea, presente durante los dos últimos siglos, de entender la naturaleza como otro va a introducir una referencia: la ética es convivencia. La vida, por encima de todo, es convivencial. Domus, del latín, significa casa, versión del griego clásico ethos. En griego arcaico, casa era oikos, pero en el primer concepto era ethos, la casa humana, usado hasta el siglo VI a.C. como nuestro lugar, aquello que nos caracteriza, nuestro carácter. Lo que nos da identidad es donde vivimos, el mundo que nos rodea.

    Pero la noción original de ethos no se perdió, puesto que los latinos la tradujeron a la expresión more o mor, que acabó generando para nosotros una doble concepción: una de ellas es morada; la otra, que se va a usar en latín, es el lugar donde se moraba, que era el habitus. Habitus es donde vivimos, nuestro lugar, nuestro hábitat. Cuando se dice que el hábito no hace al monje, se está haciendo una referencia ética. No es por usar el hábito de franciscano que alguien se va a comportar como tal. En la casa de Francisco, en la casa de Domingo, en la casa de Benito… Porque el hábito está ligado a la casa de origen.

    En ese sentido, cuando se dice quien sale a los suyos no degenera, no es verdad. Porque la casa de origen puede ser degenerada en sus inicios. Como a mí me gusta decir: quien sale a los suyos no regenera. Vuelvo a lo esencial: ethos es la morada de lo humano, nuestro lugar, lo que nos da origen. ¿Cuál es mi génesis? ¿Cuál es mi gen? ¿Cuál es mi genética? ¿Cuál es mi comunidad? ¿Cuál es mi tribu? ¿Cuál es mi clan? Yo soy porque formo parte del grupo. En este sentido, la palabra ethos adquiere un sentido más abstracto. Los griegos llamaban ethos a aquello que nos da identidad. Como no nacemos preparados, seremos formados a partir de un principio básico, que es el de la libertad de elección, que podrá ser benéfica o maléfica en relación a mi comunidad.

    Si la vida es el lugar donde vivimos juntos, nuestro planeta, nuestro país, nuestra ciudad, nuestra escuela son esos lugares. Son nuestra casa. En esta casa, ¿cuáles son las cosas que queremos y las que no queremos? ¿Qué es lo que consideramos saludable para que la vida no se desertice y qué consideramos enfermo, indecente, obsceno, y por tanto no aceptable?

    La gran pregunta es: ¿cuáles son nuestras posibilidades para sustentar nuestra integridad? La integridad de la vida individual y colectiva. La integridad de aquello que es más importante, porque una casa, ethos, es aquella que precisa estar entera, que precisa ser preservada.

    Soy una persona que quiere preservar la integridad. Así pues, mi casa tiene que ser íntegra, tiene que estar entera. Cuanto más claros sean los principios, más lucidez tendré para lidiar con los dilemas.

    ¿Cómo es una persona íntegra? Es una persona correcta, que no se desvía del camino, una persona justa, honesta. Es una persona que no tiene dos caras. ¿Cuál es la gran virtud que caracteriza a una persona íntegra? Es sincera. La palabra sinceridad tiene varias acepciones. Una de las más recientes tiene como fuente no comprobada cierta etimología popular, que tiene que ver con una práctica usada en carpintería. En el siglo XIX, cuando el carpintero erraba en el manejo del cincel en la confección de muebles (aquellos llamados coloniales), tomaba cera de abeja y la pasaba por encima para disfrazar la marca dejada en la madera. En vez de hacerlo de nuevo, fingía que el mueble estaba bien, pasando la cera de abeja. En ese contexto nació la expresión sine cera, que significa sin cera. Por tanto, una persona sincera es aquella que no disfraza el error, sino que lo

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