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Hasta que todos sepan: Dedicado de todo corazón a Jesús y a su sueño
Hasta que todos sepan: Dedicado de todo corazón a Jesús y a su sueño
Hasta que todos sepan: Dedicado de todo corazón a Jesús y a su sueño
Ebook85 pages1 hour

Hasta que todos sepan: Dedicado de todo corazón a Jesús y a su sueño

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About this ebook

Muchas personas observan el clima de sequía espiritual de nuestra mundo y sienten que la lluvia de poderosas bendiciones de Dios no caerá de nuevo. A lo largo de la historia, los avivamientos siempre han involucrado creyentes de todas las generaciones. Pero ¿qué pasaría si la próxima generación no está lista para tomar su lugar en la historia?

En el libro Hasta que todos sepan, Heath Adamson pregunta: ¿Qué semillas espirituales están sembrando en los que le rodean? Queremos ayudarlos a discipular a los jóvenes para que:

  1. Estén centrados en el evangelio
  2. Sean empoderados por el Espíritu
  3. Sean responsables por la misión de Dios
Ahora es el momento de prepararlos para responder al movimiento del Espíritu y tomar su lugar en Su historia.
LanguageEspañol
Release dateDec 12, 2017
ISBN9781607314837
Hasta que todos sepan: Dedicado de todo corazón a Jesús y a su sueño

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    Hasta que todos sepan - Heath Adamson

    AUTOR

    CAPÍTULO UNO

    CREEMOS EN LA COSECHA

    Hay lugares donde no se supone que rebose la vida. Algunos lugares que son demasiado áridos.

    El Sahel se extiende por más de cinco mil cuatrocientos kilómetros y está localizado abajo del desierto del Sahara. Durante mayo, junio, julio, y agosto, cae el equivalente a doce meses de lluvia y los restantes ocho meses son secos, difíciles, incluso mortales. Ocho meses sin lluvia pueden tener un severo impacto en la vida. Se forman profundas grietas en el suelo del desierto. Los ojos arden por el polvo que levanta el aire caliente a miles de metros de distancia. Los espejismos se hacen comunes en el horizonte. Los seres humanos y los animales por igual anhelan saciar su sed, y encontrar un bocado de alimento. Uno se pregunta cuánto tiempo se puede sobrevivir en este entorno.

    Del Tarr, un misionero que sirvió durante catorce años en África oriental, observó este lugar por sí mismo. Él conoce muy bien las polvorientas y secas carreteras. Él recuerda que los cuatro meses de estación lluviosa significaba que los campesinos sembraban, cosechaban y racionaban los alimentos para todo un año en solo unos pocos meses. El producto que más se cosecha en esta remota área de África es el sorgo o el mijo.

    Del Tarr recuerda que los meses de octubre a noviembre eran de celebración, cantos, y bailes. Era el tiempo de la cosecha y los graneros estaban llenos de alimentos. Los adultos y los niños de los pueblos disfrutaban de dos lujosas comidas al día. Después de usar las ancestrales piedras de moler el grano para producir harina, los aldeanos vivían de un alimento que Del Tarr describe como «la crema de trigo de antaño». Él continúa su descripción: «la masa pegajosa la comen caliente; la enrollan y la hacen pequeñas bolas entre sus dedos, la untan con un poco de salsa y la ponen en su boca. El alimento cae pesadamente en el estómago y les permite dormir».

    Con la llegada de diciembre los aldeanos saben que el lujo de dos comidas diarias pronto llegará a su fin. El grano empieza a escasear, las familias no desayunan para conservar el alimento. Enero no trae mucha esperanza porque, según explica Tarr: «Entre cincuenta familias no hay una que consuma dos comidas al día».

    En febrero, la única ración de alimento que disfrutan y saborean todos en la noche es cada vez más reducida. En marzo muchos de los niños enferman porque su sistema inmunológico se debilita debido a la desnutrición y el hambre. Media ración de comida al día no es suficiente.

    A continuación presento la descripción gráfica que me dio Del Tarr sobre la difícil situación de estas personas:

    Abril es el mes que constantemente viene a mi pensamiento. Todavía escucho el llanto de los bebés al oscurecer. Ellos pasan el día con solo la taza de atole que beben en la noche.

    Entonces sucede lo inevitable. Un día un niño de unos seis o siete años viene corriendo donde el padre, lleno de alegría y gritando: «Papá, papá! ¡Tenemos grano!»

    El padre lo calma y le responde: «Hijo, no hemos tenido grano desde hace semanas».

    «¡Sí tenemos grano!» Insiste el niño. «Encontré una bolsa de piel colgada de la pared en la choza donde tenemos las cabras. Cuando metí mi mano dentro de la bolsa sentí el grano. ¡Hay grano dentro de la bolsa! ¡Dáselo a mamá para que prepare harina y podamos dormir esta noche con la barriga llena!»

    El padre se queda inmóvil.

    «Hijo, no podemos hacer eso», explica el padre con bondad. «El grano en la bolsa es la semilla para la próxima cosecha de este año. Esa semilla es lo único que tenemos para no morir de hambre. Estamos guardando el grano hasta que llueva de nuevo. Entonces lo plantaremos».

    Finalmente, llega mayo y también las lluvias, y el niño ve que el padre toma la bolsa y hace lo más absurdo que puede imaginar. En vez de alimentar a su debilitada familia, va al campo y con lágrimas corriendo por sus mejillas toma la preciosa semilla y la riega en el suelo. ¿Por qué? Porque él cree en la cosecha.

    El padre está dispuesto a plantar su más preciada semilla porque cree en la importancia de la cosecha. Uno de mis nombres favoritos en la Biblia para describir a Jesús es «raíz de tierra seca» (Isaías 53:2). Para mi es interesante que cuando plantó a su Hijo en el mundo, Dios escogió un ambiente o un terreno similar al del Sahel: un lugar donde supuestamente no crece la vida y el llanto de los niños hambrientos llena el aire nocturno. Ahí es donde el Señor plantó al Salvador. Es Jesús quien sopla vida en los lugares muertos. Él hace que las cosas crezcan cuando se supone que no lo hagan. ¿Por qué? Porque para Él, las cosas no están necesariamente muertas, sino simplemente adormecidas. Eso fue lo que experimentó Moisés en otro desierto.

    El niño Moisés debía morir. El faraón había firmado un edicto que ordenaba la muerte de los inocentes, y los soldados mataron a muchos niños. Por la providencia de Dios, Moisés, después de ser descubierto por la hija del faraón en las orillas del río, fue criado en el palacio del líder que había redactado la orden para su muerte. Moisés se habituó a las costumbres de la realeza mientras Egipto había tenido a los hebreos como esclavos por más de cuatrocientos años. Irónicamente, Moisés era el único hebreo que sabía como vivía la realeza.

    A los cuarenta años de edad Moisés asesinó a un egipcio y alguien descubrió su crimen. Para salvar su vida, él huyó del lujo, la pompa y la circunstancia en Egipto y desapareció en la península de Sinaí. Moisés cuidó ovejas durante cuarenta años bajo el ardiente sol. Se casó y tuvo una familia. El pasado que se esforzó por enterrar en la arena se convirtió en un recuerdo lejano.

    A los ochenta años, un día como otro, Moisés vio el sol que asomaba sobre la gran cordillera de Horeb. La sombra del monte Horeb era un amparo del calor cuando el viento agitaba el polvo del reseco suelo del Sahel

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