Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Dos mitades: Una colección de novelettes
Dos mitades: Una colección de novelettes
Dos mitades: Una colección de novelettes
Ebook198 pages2 hours

Dos mitades: Una colección de novelettes

Rating: 5 out of 5 stars

5/5

()

Read preview

About this ebook

“Hace poco mi mamá mandó a reparar unos zapatos viejos míos. Todo el asunto es bastante cómico porque, en conclusión, los zapatos no tenían suelas. Sin embargo, había otros zapatos viejos que, prácticamente, ya no servían, a excepción de sus suelas

Y, pues, sí: ahora mis zapatos son un híbrido. Tienen la mitad de unos zapatos, y la mitad de otros, pero, aunque no lo creas, son muy cómodos y geniales.

Parece mentira que vienen de diferentes lugares, porque encajan tan bien juntos que parece que fueron hechos a la medida del otro.

Y por más cursi que suene, siento que así somos las personas. Un poco quebradas por la vida, dañadas, pero esas partes rotas encajan con las de alguien más, y de esa forma, al final, todo sale perfecto.

Ambos se complementan, funcionan bien juntos, están completos y… sí.

Ese es su final feliz.”

Colección de novelettes que trata sobre lo horrible que es que la vida nos vaya rompiendo con el pasar de las lágrimas, pero lo hermoso que es que esos pedazos rotos encajen con los de alguien más.

Contiene "Los amigos no se besan", "Ocho palabras al cielo", "Chico sensible" y "El blog secreto del chico perdido".

LanguageEspañol
PublisherViolet Pollux
Release dateNov 18, 2017
ISBN9781386836124
Dos mitades: Una colección de novelettes
Author

Violet Pollux

Violet Pollux. Poeta, escritore, músico, o simplemente artista. Sube videos a YouTube compartiendo el arte que hace con todo el mundo, y sueña con ser activista LGBTQA+ algún día. Ama los libros de romance, más que todo los de temáticas queer, los poemarios, además de la música que se haga sentir y el arte que llegue al alma. Autore de las sagas They Ship Us, El Chico de las Sopas de Letras, No me dejes ir, novelas como El show debe continuar, novelettes como El blog secreto del chico perdido, Ocho palabras al cielo y numerosos poemarios. Estudiante de Medicina y Educación Mención Dificultades de Aprendizaje. Puedes enterarte de sus novedades y leer material gratis en su blog: vpollux.wordpress.com, y, en caso de cualquier pregunta, puedes escribirle a su correo: violetpollux@gmail.com ¡También estás invitadx a unirte a su lista de correo para estar al tanto de sus nuevas obras en violetpollux.blogspot.com, y a seguirle en sus redes sociales (es @VioletPollux en todos lados), además de comprar otros títulos de su autoría para apoyarle!

Read more from Violet Pollux

Related to Dos mitades

Related ebooks

Children's Short Stories For You

View More

Related articles

Reviews for Dos mitades

Rating: 5 out of 5 stars
5/5

1 rating0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Dos mitades - Violet Pollux

    "La vida se trata de riesgos, y el riesgo a que te partan el corazón no es la excepción a eso. Más bien, yo diría que es el riesgo principal... Y no puedes librarte de él." —Melville Green, Estrella De Ojos Azules

    Tabla de contenido

    Sobre Dos mitades

    Ocho palabras al cielo

    El blog secreto del chico perdido

    Sobre El blog secreto del chico perdido

    Los amigos no se besan

    Chico sensible

    Agradecimientos

    Sobre el autor

    Sobre Dos mitades

    "H ace poco mi mamá mandó a reparar unos zapatos viejos míos. Todo el asunto es bastante cómico porque, en conclusión, los zapatos no tenían suelas. Sin embargo, había otros zapatos viejos que, prácticamente, ya no servían, a excepción de sus suelas ...

    Y, pues, sí: ahora mis zapatos son un híbrido. Tienen la mitad de unos zapatos, y la mitad de otros, pero, aunque no lo creas, son muy cómodos y geniales.

    Parece mentira que vienen de diferentes lugares, porque encajan tan bien juntos que parece que fueron hechos a la medida del otro.

    Y por más cursi que suene, siento que así somos las personas. Un poco quebradas por la vida, dañadas, pero esas partes rotas encajan con las de alguien más, y de esa forma, al final todo sale perfecto.

    Ambos se complementan, funcionan bien juntos, están completos y... sí.

    Ese es su final feliz."

    Ocho palabras al cielo

    Estuve en coma durante ocho meses.

    Describir lo que sentí en todo ese tiempo es difícil, si no imposible, pero, siendo algo resumidos, lo diré: fue una completa mierda. No podía moverme, no podía abrir los ojos, no podía ver nada... lo único que podía hacer era escuchar —a los enfermeros rotando sus turnos entrando y saliendo de la habitación, sus comentarios sobre la evolución de mi caso, los pitidos de los cientos de aparatos que tenía conectados a mi cuerpo, mi madre preguntando por mí muy de vez en cuando, preguntando cómo era que aún seguía vivo, si no sería mejor que me muriera, si no eran demasiados los riesgos de estar en coma durante tanto tiempo...

    Sí, oí mucho mientras estuve en coma.

    Pero, para mi propia sorpresa, lo que más oí fue a mi mejor amigo.

    —Nicholas... —escuché que dijo entre sollozos cuando llegó a la habitación, viéndome ahí, en una camilla, con miles de tubos saliendo de mi cuerpo, al igual que, por qué no decirlo, mi vida misma—. ¿C-Cómo...? —Hipó—. ¿C-Cómo fue que esto p-pasó? ¿A-Alguien podría...?

    Mi mamá lo consoló y le explicó pero, si era algo honesto, odiaba que estuviera allí. En primer lugar, de hecho, ¿qué hacía allí? ¡No lo comprendía! Creí que me odiaba, que no me soportaba, que ya no me quería, y que por eso era que había dejado de hablarme desde hacía meses: porque ya no quería que fuéramos amigos —o, más bien, porque ya no lo éramos.

    Y, sin embargo, estaba ahí. De todos mis compañeros de clases, el equipo de fútbol y mis vecinos, él era el único que estaba ahí, visitándome, preocupándose por mí, y yo no sabía ni cómo sentirme al respecto porque, es decir, no sabía si estarle agradecido por ir o si más bien lo odiaba por haber esperado a que cayera en coma para finalmente mostrar interés por mí.

    No obstante, antes no era así. Habíamos sido los mejores amigos, los más inseparables, los uña y mugre, los... todo. Habíamos sido el todo para el otro, pero un día una muralla lentamente fue interponiéndose entre ambos, alejándonos, y no me di cuenta sino hasta que fue demasiado tarde.

    Recuerdo que lo escuché llorar los primeros días que fue a verme sin que nadie más estuviera allí. Mi madre había regresado a trabajar, mis hermanas a estudiar, y sólo nos encontrábamos él y yo en la habitación, ambos en el mismo espacio físico pero distinto mental, de eso estaba más que seguro, y lo único que podía escuchar era que estaba llorando, sollozando, balbuceando un montón de cosas que ni entendía porque estaba demasiado lejos de mi camilla.

    —Oh, ¿estás llorando? —preguntó de forma estúpida un enfermero y supuse que Christopher asintió—. Y es por él, ¿no? —Imaginé que volvió a asentir—. Deberías hablarle. Hay muchas probabilidades de que escuche todo lo que decimos.

    Lo peor era que tenía razón: efectivamente, escuchaba cada palabra que ellos decían. Pero por el mismo estrés e impotencia de estar en coma, sumado a que en serio me enojaba que el motivo por el que Chris me volviera a hablar fuera el hecho de que yo estaba ahí, en el hospital, deseé internamente que no lo hiciera; lo que menos quería hacer era escuchar lo que fuera que tuviera que decirme porque, sin ser mala gente ni nada, ¿por qué tuvo que esperar hasta ese momento para decírmelo? ¿Por qué tenía que esperar a que las circunstancias fueran así de extremistas para volver a hablarme? ¿No se suponía que había dejado de ser mi amigo porque ya no me quería?

    No veía sus motivos para estar ahí y, a pesar de que deseé con todas mis fuerzas que se fuera, repitiéndome mil y un veces que no lo necesitaba, que estaba mejor sin él, meses después agradecí que no lo hiciera.

    —Eh... —balbuceó él—. ¿Seguro? ¿Podré decirle lo que quiera?

    —Podrías venir y contarle tanto como quieras, para que no se pierda de nada mientras sigue en este estado.

    Y eso hizo: día tras día, durante los ocho meses que estuve en coma, Christopher Miller fue a visitarme al hospital, hablarme, y contarme todo tipo de cosas inimaginables.

    En primer lugar, me contó que se sentía culpable de toda mi situación, estando más que seguro de que, de haber seguido siendo amigos para ese entonces, ese auto no me habría golpeado y por ende yo no estaría allí.

    —Me arrepiento a diario, ¿sabes? —confesó—. Me arrepiento a diario de haberme alejado de ti.

    La verdad, a veces me preguntaba si no tendría razón, si en serio ese maldito conductor borracho no me habría golpeado de él estar ahí conmigo, pero fuera cual fuera el caso era inútil saberlo porque, al fin y al cabo, no era como si algo fuera a cambiar por ello.

    A pesar de sus palabras, de sus constantes confesiones de culpa y auto torturas nocturnas justo antes de dormir, en mi cabeza nunca lo pinté como el responsable de nada; el culpable había sido el conductor borracho, no Chris, y ni por más que contrariara eso día tras día mi opinión al respecto iba a cambiar.

    —Es que... —comentó con voz triste—. Si no hubiera llevado a Samanta a su casa ese día, te habría acompañado. Y si te hubiera acompañado, Nicholas, no habría dejado que nada te pasara.

    Sí, mi antiguo mejor amigo tenía novia: Samanta Star —pero, si era honesto, la odiaba con toda mi alma, porque desde que la muy imbécil había llegado a su vida lentamente yo había comenzado a desaparecer de ella, hasta no sólo quedar en el fondo sino, en efecto, ya no estar más allí.

    Y, sí, yo entendía lo que era estar enamorado, pero, por Dios, ¿dejar de lado a tu mejor amigo de por vida por una chica con la que no llevabas ni un mes? No me parecía lo correcto y, más que eso, me destrozaba por completo. ¿Así tan poco valía nuestra amistad para él? ¿Así tan poco valía yo? ¿No le dolía lo más mínimo ya no tenerme en su vida? ¿No me extrañaba? ¿No le hacía falta?

    Porque él a mí sí, joder, y más de lo que podía expresar con palabras.

    MI PADRE TENÍA UNAS creencias extrañas que yo no compartía ni comprendía del todo, pero que aún así respetaba —creía en las energías y, tan así era, que había tirado a la basura un libro familiar porque, en sus propias palabras, tenía pegadas demasiadas energías de nuestros antepasados y él las sentía todas cuando abría el libro, causándole un revoltijo de emociones en el pecho que no disfrutaba porque, me explicó después, se sentía abrumado por ellas.

    —Cuando leemos un libro —habló como si fuera lo más lógico del mundo—, sentimos muchísimas cosas, y esas emociones, sentimientos y sensaciones son energías que, sin darnos cuenta, van quedando adheridas a las páginas. Esas emociones no van a ningún otro lado; se quedan allí, pegadas, y cuando abrimos el libro de nuevo podemos sentirlas en nuestra propia alma. Por eso es que no me gusta leer libros que hayan pasado por manos de otros, ¿entiendes, Nick? porque luego quedo abrumado por tanto que me echo a llorar al instante.

    Así que sí: botó el libro que tenía años pasándose de generación en generación, hasta él, obviamente, y en cambio compró una copia nueva DEL MISMO libro porque, según él, ese no traía emociones adheridas.

    —A mí me parece algo de lo más interesante —opinó Christopher cuando se lo conté por teléfono—. No veo por qué deberías avergonzarte de ello.

    —¡No me avergüenzo de las creencias de mi padre! —refuté—. Lo que me causa vergüenza es que te echó de la casa cuando abrió el nuevo libro porque no quería que tus energías se les quedaran pegadas.

    Se rió al otro lado del teléfono y suspiré.

    —No me importa, Nicholas. Así eres tú, así es tu familia, y no me molesta en lo absoluto, a pesar de sus rarezas.

    Lo más irónico de todo había sido que, mientras mi padre lo echaba de la casa, estaba quitándole el cobertor plástico al libro, y un tiempo después mi progenitor comentó que, como las energías del pelinegro eran tan intensas, se habían quedado pegadas a las páginas aunque hubiera pasado poco tiempo cerca de él.

    —Es que hay gente que es así, Nick —comentó—. Su esencia es tan fuerte que, aunque no estén ahí, se siente como si sí lo estuvieran.

    Pensaba que era cierto, que la esencia de Chris era demasiado fuerte como para no sentirla aunque fuera en la distancia, pero cuando había conseguido novia y me había dejado de lado por ello, me sentía tan necesitado de ella, de su esencia, de él mismo, que, de haber sido un libro, me habrían considerado nuevo y sin rastro de él en alguna mis páginas.

    Sin él, me sentía vacío, roto, como si me faltara una parte de mí, porque, sin darme cuenta de cuándo, se había convertido en una.

    Y por eso, por ese vacío tan grande que tenía en el pecho, me volví un lector compulsivo. Supuse que en realidad fueron dos factores que se mezclaron: la muerte súbita de mi padre y la ausencia de mi mejor amigo en mi vida —y como lo único que tenía que me los recordara a los dos era el mismo libro, porque en él habían quedado energías de ambos, según mi propio progenitor, no hice más que leer hasta esperar sentir lo más mínimo de ellos o hasta que, al menos, ya no me sintiera tan solo.

    Y funcionó: a veces ni siquiera recordaba que ya no estaban conmigo.

    Pero luego miraba a mi madre llorando porque lo extrañaba, o veía fotos del pelinegro y yo en mi habitación, cuando aún éramos mejores amigos, y me entraba una nostalgia tan grande que no podía evitar desear que todo fuera como antes, cuando era feliz y no lo sabía, cuando lo tenía todo y ni siquiera era consciente de ello, cuando él me quería y con simplemente hablarme ya me alegraba la existencia.

    Porque la cosa es que la vida era irónica. Hacía años, mientras mi padre todavía vivía, a veces me parecía raro y me avergonzaba un poco de él, de sus creencias, de su forma de ser, pero lo extrañaba tanto meses después que juro que habría dado lo que fuera por volver a ver en carne propia una de sus tantas extrañezas o manías o particularidades que no comprendía del todo pero que aún así me gustaban porque eran las que lo hacían ser él.

    Y que me avergonzara, qué demonios, frente a quien fuera y cuantas veces quisiera, pero que lo hiciera él y estando vivo, porque cualquier cosa habría sido mejor que ya no verlo de nuevo de la noche a la mañana y para siempre.

    Y, llegado un punto, me sentía así mismo con respecto a Christopher: deseaba que me molestara, que me volviera a llamar en las madrugadas, cuando me despertaba porque estaba en el sótano ocultándose de su padre y no pensaba en nadie más en quien encontrar refugio aunque fuera por una línea telefónica; que me contara los planes de las veces que tuviera que mentir para quedarse en mi casa y que así su papá no lo presionara tanto por un rato, que me llamase de nuevo para decirme cualquier tontería pero que, por lo que más quisiera, hiciera algo, lo más mínimo, lo que fuera, pero que no me abandonara de esa manera tan fría cuando era la época en la que más lo necesitaba.

    SIN EMBARGO, IGUAL que con mi papá, eso no pasó: ninguno volvió a

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1