Guía oculta del Camino de Santiago
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Entonces fue vía de expiación..., y hoy un referente para quienes quieren experimentar nuevas formas de espiritualidad.
El actual peregrino de la Senda Estelar de los pueblos antiguos debe saber cuál es su origen pagano, además de las claves ocultas que le permitirán entender y aprovechar mejor todas sus lecciones.
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Guía oculta del Camino de Santiago - Juan Ignacio Cuesta
GUÍA OCULTA DE SANTIAGO
Claves heterodoxas de la ruta jacobea
Juan Ignacio Cuesta Millán
A mis botas,
a los peregrinos,
al viento,
a la soledad,
al sol,
a la Vía Láctea,
al espíritu de todos los que dejaron su huella.
A todos los que se buscan.
AUTOR: Juan Ignacio Cuesta Millán
EDITORIAL: El Angel.
ISBN10: 84-941157-3-1.
ISBN13: 978-84-941157-3-8.
«Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en Tierras de España, se reúnen en uno solo. Va uno por Saint-Gilles, Montpeiller, Toulose y el Somport; pasa otro por Santa María del Puy, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; un tercero se dirige allí por Santa Magdalena de Vézelay, por San Leonardo de Limoges y por la ciudad de Périgueux; marcha el último por San Martín de Tours, San Hilario de Poitiers, San Juan d'Angély, San Eutropio de Saintes y Burdeos.
El que va por Santa Fe y el de San Leonardo y el de San Martín se reúnen en Ostabat y, pasado Port de Cize, en Puente la Reina se unen al camino que atraviesa el Somport y desde alli forman un solo camino hasta Santiago.»
Codex Calixtinus. Libro V, Capítulo I
ÍNDICE
Prólogo
Polvo Sagrado
Historia del camino
La aventura de una nueva especie
¿Cuándo empiezan las peregrinaciones?
Senderos borrados
Los artífices de las calzadas
Los invasores del norte
Una senda medieval de peregrinación
Cuestiones previas
Leyendas
El descubrimiento del eremita Pelayo
Cronología medieval del Camino
¿Es Santiago el Mayor?
Peregrinos ilustres
Nuevas interpretaciones de un viejo mito
Personajes del Camino
Santiago el Mayor
Prisciliano
Leonor de Aquitania
Raimundo de Borgoña
Ramón Lull
San Francisco de Asís
Santo Domingo de la Calzada
San Juan de Ortega
San Lesmes
Aymeric Picaud
San Veremundo
Santo Domingo de Guzmán
Alfonso XI, el Justiciero
Juan de Brienne
Santa Isabel de Portugal
Los Reyes Católicos
Dos Austrias
Felipe IV
Libros y sonidos
Un antecedente: El Beato de Liébana
Himno a Santiago
Hacia el fin del primer milenio
La sociedad de la guerra
El fin del mundo
El Codex Calixtinus
Las Cántigas en loor de Santa María la Virgen
El Llibre Vermell de Cataluña
Canciones jacobeas
La Senda Estelar
De los Pirineos a Puente la Reina
Zugarramurdi - Elizondo - Arre
Brujos, megalitos y un pueblo maldito
Valcarlos – Arre
La sombra de Carlomagno
Espinos y Ortigas
Pamplona - Puente la Reina
La conexión con el Camino Aragonés
Canfranc - Puente la Reina
La senda de los crismones
El misterio de los crismones
La leyenda de San Juan de la Peña
De Puente la Reina a Burgos
Puente la Reina - Logroño
Siguiendo las estrellas
Logroño - Burgos
Pontífices eremitas
De Burgos a León
Burgos - León
Tierra de Campos
La venera del peregrino
La Tau
De León a Santiago de Compostela
León - Ponferrada - Santiago
Tierras mágicas
El Pórtico de la Gloria
Epílogo
Noia y Fisterra
El juego de la Oca
El Camino de Santiago en un tablero
Las Ocas, símbolos sagrados
Historia del Juego de la Oca
¿Cómo es un tablero de juego?
Las reglas oficiales
Claves simbólicas
La cábala, los números sagrados
El juego de la vida
Apéndice
Albergues y refugios
* * *
Prólogo
Polvo Sagrado
Soledad, agua, frío y viento,... y ¡una venera! Estos serán los compañeros del peregrino del Camino de Santiago... Pero ¿qué es exactamente esta senda que lleva a una ciudad gallega? ¿Hay una sola? ¿Por qué es sagrado el polvo que va dejando
invariablemente en los pies de los caminantes y desde cuándo?... Son preguntas a las que habrá que responder para entender su verdadero significado.
Su actual denominación empezó a aplicarse en la Edad Media, coincidiendo con el comienzo de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, pero debemos viajar hacia atrás en el tiempo.
Es posible que los primeros pobladores, de los que no conocemos casi nada, llegaran en el paleolítico inferior por el sur, y se asentaran en las cuencas fluviales. Las primeras evidencias de ritos mágicos aparecen muchísimos años después, en el paleolítico superior, relacionadas con trazas de ocre y manganeso. La evolución de los grupos entre el año 8000 y 4000 a.C. nos sitúa en el neolítico, con la población dividida en dos grupos: los que ocupaban la franja costera y vivían de la explotación del mar, y los que en el interior desarrollaban la agricultura y la ganadería. En el calcolítico (2500-1800), ya se registra el uso de mamoas (del latín mamula, pecho femenino), inhumaciones en túmulos cupulares de tierra construidos sobre un esqueleto de piedra llamado dolmen, anta o arca, que es lo único que queda hoy en la mayoría de los casos. En ellas han aparecido restos de cerámica campaniforme y evidencias del empleo de la metalurgia, incluso labores de orfebrería.
Durante el bronce (1800-500), se consolida una cultura que trabaja bien los metales e incorpora ritos funerarios que cumplen también una función social de jerarquización, a juzgar por la aparición de la cista como enterramiento individual y la incorporación de ajuares de distinta composición según la riqueza del difunto. Existe ya una creencia generalizada en la vida de ultratumba y una religión chamánica naturalista que tiene como ejes al sol, la caza y la guerra. Por entonces empezarían a llegar las primeras oleadas de peregrinos-invasores indoeuropeos. Su avanzadilla fue la cultura de los campos de urnas, seguida por la de otros pueblos indoeuropeos, unos pertenecientes al ámbito celta y otros, a los que se llamó íberos, cuyo origen no está claro aún. Los autóctonos, llamados Oestrymnios, fueron expulsados para dar lugar al comienzo de la cultura castreña.
Hemos dicho bien, se trata de invasores, pero también de peregrinos,o sea «aquellos que andan por tierra extraña». Iban guiados en su camino hasta el «fin de las tierras», que limita con el «principio de las aguas», por una especie de serpiente bífida que surca el suelo nocturno: la Vía Láctea, lo que se ve de nuestra galaxia. La senda en el suelo quedaba trazada por la del cielo. En esencia la luz que brilla en la oscuridad.
Dice la leyenda que los Saefes recién llegados fueron una invasión de serpientes (en griego saepes). Desde luego, gran parte de sus cultos eran ofiliátricos, puesto que el gran ofidio que tenía su imagen en el cielo nocturno, era un ser sagrado, como sagradas eran las manifestaciones energéticas de la tierra a las que llamaron wouivres, sobre las que construyeron la mayoría de los santuarios que nos permiten presumir como era su rica vida anímica.
Su sistema de creencias religiosas estaba constituido por conceptos mágico-empíricos que el diccionario define como paganos, o sea, idólatras y politeístas. Sin embargo, esto no es más que una simplificación elaborada por las religiones monoteístas posteriores para desprestigiar la espiritualidad de quienes en realidad fueron sus precursores. Porque si profundizamos en los detalles, hay cosas que requieren una reinterpretación sin complejos.
En general, la religión céltica contempla un ser supremo, creador y director de todo, que mora en la cima de las montañas (puesto que el símil altura-espíritu, siempre ha sido asociado con ellas, como, por ejemplo, el Olimpo, residencia de Júpiter-Zeus y otros de la familia). Luego, viene una serie de dioses menores de características titánicas, que se relacionan con las actividades guerreras. Tienen diversos nombres y atribuciones, según cada grupo. Y en una tercera categoría se encuentra una multitud de númenes relacionados con la satisfacción de las necesidades cotidianas, la protección, el éxito y la fortuna. Deidades de los bosques, de las aguas, del ganado, de los senderos, de la noche, etc. En definitiva, una estructura muy parecida a la que representa el trinomio Dios + ángeles (buenos y malos) + santos, pero que tienen distintos nombres, funciones y responsabilidades asignadas.
Estos pueblos construyeron los castros, de los que llenaron las tierras norteñas de lo que se llamó Hispania. Se trata de multitud de enclaves civiles y religiosos donde se practicaban cultos solares. Tierra sagrada pues para las tribus que decidieron terminar allí su migración en busca de su verdadera identidad en el lugar anhelado y buscado.
Para los romanos, Galaecia (Galicia), era el finis terrae, el fin del mundo, y hasta allí llegaba una ruta que podría haberse denominado Callis Ianus, el Sendero de Jano (dios equiparable al Lugh celta), dios de la luz y custodio de los conocimientos secretos de los constructores. Así lo cree el arquitecto don Carlos Sánchez Montaña.
Llegados a este punto, debemos destacar que el trazado del que en la Edad Media se llamaría Camino Francés, o Jacobeo, coincide, con las mismas variantes, con la ruta que siguieron estos pueblos para llegar hasta las orillas del Atlántico. O sea, que cuando comenzaron las peregrinaciones a la supuesta tumba del apóstol Santiago, los caminos ya habían sido trazados y utilizados en tiempos remotos por otros seres humanos que cubrieron sus pies con el polvo sagrado de la tierra.
Lo que sucedió fue fruto de las circunstancias de un tiempo en el que tuvieron lugar otras migraciones, en este caso las que protagonizaron los pueblos musulmanes cuando quisieron asentarse en Europa. Una buena parte de ellos consiguió vencer la resistencia de quienes gobernaban a los hispano-romanos de la Península Ibérica, los visigodos, y ascendieron hasta una frontera natural en la que vieron frenadas sus aspiraciones. Y esta no fue otra que el Camino de Santiago. Años más tarde, los reyes asturianos buscaron un modo de consolidar esta frontera. ¡Y lo encontraron!,... como se verá en esta guía. La principal consecuencia fue la recuperación de esta ruta a través de anhelos religiosos y espirituales. La dotación a la misma de edificios y, sobre todo, de símbolos, constituyó una de las más prodigiosas aventuras que muchas personas han emprendido, con distintas motivaciones, místicas, iconográficas, ideológicas, etc.
Estos argumentos parecen más que suficientes para justificar la elaboración de una Guía oculta del Camino de Santiago. Un camino al que llamaremos frecuentemente de un modo más heterodoxo: la Senda Estelar, puesto que la dirección a seguir la marcó un trazado inequívoco que dibujan los astros en los cielos estivales de estas latitudes.
La llamamos «oculta» porque va a descubrir aspectos menos conocidos, incluso deliberadamente «escondidos» de cuanto se verá. Algo a tener en cuenta para una mejor comprensión, conocimiento y consciencia del moderno peregrino. Desvelaremos cuáles son los elementos precristianos y su cristianización, en general ignorada. Aunque no descartaremos nada, sea procedente de la cultura o del sistema de creencias que sea.
En consecuencia, no encontrará el lector aquí descripciones demasiado prolijas de dónde o cómo hay que descansar, o recuperar fuerzas, sino otras cosas que no figuran en las miles de guías elaboradas al respecto. Hay muchas a las que se puede recurrir en busca de esos datos que, por otra parte, cambian frecuentemente y es conveniente confirmar antes de empezar la ruta.
Esta guía no está destinada al cuerpo, sino al espíritu del Camino, analizando un fenómeno que tiene interpretaciones distintas de las que son más conocidas u oficiales. Se trata de caminar de otra manera, reconociendo las huellas de un pasado remoto y, sobre todo, las del otro más reciente, el que fue recuperado en la Edad Media.
Conviene no engañarse. El Camino de Santiago es algo más que una aventura que se emprende para acudir a cumplir una penitencia y obtener unos beneficios espirituales; es más que una justificación para hacer deporte caminando o en bicicleta… Hay que entenderlo como una inmensa puerta de acceso a nuestro propio interior que se irá abriendo en cada recta, en cada recodo y en cada rincón en el que descubramos su verdadera esencia. Un maestro que enseñará al peregrino a aflorar otra realidad a través de su propio sistema de valores, creencias y sensibilidades. En este sentido, aquí no va a encontrar un simple puñado de datos y recomendaciones, sino de sugerencias, ante las que cada uno tendrá que elegir las que le parecen más útiles.
¡Además! No hay un solo camino... ¡Hay muchos! Pronto podremos apreciarlo en toda su dimensión.
* * *
Los Mil Caminos de Santiago
En general, se considera al denominado Camino Francés, como la senda genuinamente sagrada e iniciática (con sus tres arranques más conocidos que superan los Pirineos por tres puntos: Zugarramurdi, Roncesvalles y el conocido en el pasado como Sumus portus, hoy día Somport. Pero en realidad, el Camino de Santiago es una gran red formada por multitud de sendas. Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que realmente hay una por cada caminante, aunque la mayoría de ellas se dirigen hacia el objetivo común.
Realmente se trata de rutas que nacen espontáneamente en puntos tan dispares como Vézelay, Londres, Hamburgo, Amsterdam, Milán, Sevilla, Granada o Roma, pongamos por caso, y confluyen en diversos puntos del trazado oficial, dirigiéndose a la meta: Santiago de Compostela. Mejor dicho, allí está la puerta de acceso a un último e imprescindible tramo, porque la senda no termina, como ya apuntábamos, hasta llegar a Finisterre, el finis terrae ancestral y mágico, testigo de viejas tradiciones y sabidurías lejanas en el tiempo, envueltas ahora por el cendal húmedo y protector de las brumas atlánticas. La costa gallega. El mismo escenario donde los Nerios, una tribu celta, rendía culto a la Estrela Escura, el Sol, en el Ara Solis, como la denominaron posteriormente los hombres de Augusto.
El océano Atlántico es una fuente inagotable de seres incorporados al imaginario mágico de la humanidad. Un bestiario que se nutre con innumerables mitos. Habitaban en él terribles monstruos encargados de custodiar el fin de la Tierra, un abismo insondable de agua donde diariamente desaparecía el Sol entre sus propias llamas, para renacer en la mañana siguiente. También es la infinita masa líquida que sepultó en sus profundidades una supuesta civilización superior que parece grabada a fuego en nuestros sueños e ilusiones. Así lo relató Platón en dos diálogos, Critias y Timeo:
«En efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano, dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto que lo que quedaba dentro de la desembocadura que mencionamos parecía una bahía con un ingreso estrecho.»
Cualquier camino, pero sobre todo este, es una metáfora válida para representar el transcurso de la propia vida, con todas sus vicisitudes. Sirve, por tanto, como imagen del proceso de crecimiento personal que tiene que realizar todo ser humano en busca de las respuestas a las grandes preguntas que están tras el misterio de la existencia, pero sobre todo del inquietante después. Una senda que conduce hacia la perfección espiritual, independientemente de las particulares creencias religiosas de cada uno. Una maraña tan compleja como el propio ser humano.
El caminante adquiere la condición de peregrino cuando siente la imperiosa necesidad de encontrar ciertos lugares en los que sabe (intuitiva o racionalmente) que obtendrá ayuda y alivio de sus miserias o perdón de sus faltas a cambio de una dura y costosa penitencia. Pero también puede buscar alimento para la curiosidad insaciable que caracteriza nuestra especie. También puede hacerlo por cualquier otra razón. Algo enraizado profundamente en su interior le dice que su destino está allí donde podrá atender eficazmente a esa necesidad vital que le distingue de los otros seres que viven sobre la Tierra: la de trascender, existir eternamente siendo consciente de ello y conservando memoria física y emocional de cuanto le ha acontecido. Unos lo harán logrando el estado beatífico y desencarnado que prometen algunas religiones: una nueva dimensión de la existencia, metafísica y etérea. Otros, mediante un largo ciclo de reencarnaciones en las que tendrán que acumular méritos para alcanzar un estado de perfección final semejante al que gozan los entes superiores. La condición del peregrino es, unas veces, la de quien expía sus culpas y hace méritos para que se cumplan sus pretensiones posteriores, y otras, la del que quiere conocer y conocerse mejor.
La ruta puede ser cualquiera que conduzca hacia esta noble y deseada meta. La que hoy pretendemos recorrer es la que culmina en ese hermoso, santo y mágico rincón de las verdes tierras gallegas que por diversas razones se ha convertido en uno de los principales santuarios peregrinales del mundo. Miles de personas esperanzadas, movidas por diversas razones y objetivos acuden a ellos, solos o con sus familias. Son los centros del mundo espiritual: Jerusalén, Roma, la Meca, la montaña sagrada de Thien Shan, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana, Caravaca de la Cruz, Fátima, Lourdes, Chestochova...
Por esta razón, reiteramos que no podemos hablar propiamente de un único sendero para cumplir con este anhelo, sino de muchos, como los afluentes de un gran río al que incorporan sus aguas lustrales. Son los Mil Caminos de Santiago, muchos de los cuales transcurren por sitios insólitos y poco conocidos, pero en los que, fijándose atentamente, podemos encontrar las huellas del pasado y de su verdadero mecanismo de transformación. O más bien de transmutación alquímica, como un inmenso laboratorio. Habrá también claves mágicas y sagradas que normalmente suelen pasar desapercibidas para la mayoría de las personas, porque el tiempo, la desidia o la mala voluntad han relegado al olvido su primitivo significado.
El camino tiene también un gran poder. Será maestro que disciplinará el cuerpo y la mente del peregrino, a la vez que le entrenará agudizando sus sentidos para reconocer las señales significativas que tendrá que interpretar según su subjetividad. Todas ellas están en los Mil Caminos de Santiago. Unas, visibles a simple vista, sin necesidad de conocimientos previos; otras, ocultas deliberadamente para que sólo puedan alcanzarse tras un proceso de necesaria, anhelada y buscada purificación.
* * *
Historia del Camino
Hay una afirmación que sirve muy bien para reflexionar: «Conocer el pasado es la mejor forma de entender el presente». No se trata sólo de una frase hecha, sino de un buen sistema para interpetar todo cuanto nos rodea. Una actitud indiferente ante las huellas dejadas por nuestros precedesores, visibles en todas las ciudades, pueblos y rincones de nuestra geografía (de cualquier geografía), es simplemente una manera de vivir sólo a medias y una lamentable necedad que nos convierte en inválidos culturales. Somos el eslabón final de una cadena y nuestro tiempo no es ni mejor ni peor que otros, simplemente es un ciclo más (que será más efímero de lo que tendemos a creer). Por eso, es un ejercicio de humildad buscar las huellas de nuestra propia identidad, y así renunciar a la soberbia de sentirnos los mejores en el mejor de los tiempos. La tendencia general es a creer que en el pasado las gentes vivían peor que nosotros en todos los órdenes de la vida. A quien piense así puede decírsele que es cierto que ha habido épocas terribles, en las que la lucha por la vida era durísima, pero que también, por ejemplo, si pudieran entrar en una hipotética máquina del tiempo y presentarse en la Roma de Augusto o en el Egipto de Ramsés II, rápidamente se darían cuenta de algo que debiera ser evidente: en todas las épocas se alcanzó el máximo posible, y la vida era mucho más cómoda y enriquecedora de lo que creemos desde la insufrible soberbia de nuestra época.
Cuando nos asomamos al abismo del tiempo, contemplando algunas de las huellas que nos han quedado, nos damos cuenta rápidamente que duermen en un necio olvido muchísimos logros con las que el ser humano fue adaptándose a sus circunstancias. Hoy, en el siglo de la ciencia, dando nuestros primeros pasos camino del universo, somos incapaces de saber cómo se hicieron exactamente las pirámides o el modo en que los egipcios trabajaban la diorita. Cosas tan simples como el descubrimiento de que una piedra en forma de cuña podía sustentar y afirmar todo un arco, fue un avance de tal calibre, que los puentes en que se aplicó el sistema, aún permanecen en pie (incluso son la alternativa cuando la fuerza de las aguas desmorona viaductos mucho más modernos y sofisticados).
Descartado el período clásico, del que tenemos muchos documentos y testimonios, el resto de la historia antigua se niega a desvelarnos todos sus secretos. La prehistoria y el neolítico siguen siendo un misterio que la arqueología va desentrañando poco a poco, pero ofreciendo muy distintas interpretaciones. Pero, mucho más cercano a nosotros hay un período tan turbulento y oscuro como fue la Alta Edad Media. Y a pesar de ello, sucedieron entonces cosas que han trascendido el tiempo y, con más o menos dificultades, podemos revivir sus vivencias si somos capaces de viajar mentalmente hasta entonces. En la Península Ibérica,