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El príncipe secreto
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El príncipe secreto

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About this ebook

Elizabeth Anderson no esperaba encontrar al desaparecido heredero al trono de Elbia nadando en la costa de Maryland. Lo que sí supo nada más verlo salir del agua era que Daniel Eastwood era su príncipe...
Dan estaba tan distraído por la increíble belleza de Elly, que le costó creer que él fuera el hijo del difunto rey de Elbia. El problema era que, aunque la corona era suya por derecho, él estaba más interesado en perseguir los maravillosos ojos de aquella sirena... ¡Si pudiera convencerla de que, a pesar de todos sus temores, la felicidad que ambos buscaban estaba justo delante de sus ojos!
LanguageEspañol
Release dateJul 6, 2017
ISBN9788491700463
El príncipe secreto
Author

Kathryn Jensen

Kathryn Jensen lives in Maryland, happily sandwiched between two of the most exciting cities in North America — Washington, D.C., and Baltimore. But the Mid-Atlantic hasn't always been home. The many places in which she's lived — including Italy, Texas, Connecticut and Massachusetts — as well as others visited, have inspired over forty novels of adventure, romance and mystery beloved by readers of all ages.  Her books have hit the Waldenbooks Bestseller List, been nominated for the esteemed Agatha Christie Award and honored by the American Library Association as a Best Book for Reluctant Readers. She has served as a judge on the Edgar Allan Poe Award Committee and continues her advocacy for literacy among children and adults. While living in Europe as a young military wife, Kathryn's appetite for exotic destinations was whetted, and she has ever since loved to travel with her characters to foreign lands. Before turning to writing full time, she worked as an elementary school teacher, a department store sales associate, a bank clerk and a dance teacher. She still teaches writing to adult students through Long Ridge Writers' Group and the Institute of Children's Literature, correspondence schools that instruct in the craft of fiction and nonfiction for publication. She loves to share her three decades of experience in publishing with new writers.  Today she lives with her husband, Roger, on the outskirts of the nation's capital and visits her grown children and granddaughter as often as she can. Kathryn and Roger spend most of the summers aboard Purr, their classic Pearson 32' sailboat, cruising the Chesapeake Bay. When book deadlines loom, she keeps on writing on her laptop while Roger trims the sails. Their two cats, Tempest and Miranda (named in honor of Shakespeare's final play and its heroine), generally prefer to remain on land, although their mistress can't understand why! Kathryn is a member of the Romance Writers of America, Mystery Writers of America, Novelists Inc. and Sisters in Crime. Some of her favorite places to "get away from it all" are a guest house in Bermuda, called Granaway, once owned by a Russian Princess, and St. Thomas, in the gorgeous Virgin Islands. Ahhhh! Now if those aren't amazing backdrops for a romance, what is?

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    Book preview

    El príncipe secreto - Kathryn Jensen

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Kathryn Pearce

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    El príncipe secreto, n.º 1143 - julio 2017

    Título original: The Secret Prince

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-046-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo Uno

    –Eres mía, bella dama.

    Daniel Eastwood dejó los vaqueros encima de la camiseta que estaba en la arena y fijó su mirada oscura en ella.

    –Esa actitud fría no me va a apartar de ti.

    Esa mañana estaba más hermosa que el día anterior… y que el día anterior al anterior. Los músculos de su estómago firme y de sus muslos esbeltos se tensaron, listos para la acción.

    Dio tres grandes zancadas y se sumergió en las olas frías y, como siempre, ella cedió a sus fieras brazadas. Lo sostenía con sus dedos fríos y lo llamaba a aguas más profundas, retándolo. Él podía sentir su fuerza en cada ola. Nadó quinientos metros exactos a lo largo de la playa desierta y dio la vuelta para volver al punto de partida: justo debajo de las cabañas de El Refugio.

    Dan había mantenido una relación íntima con la mar desde el primer día que la vio.

    En una excursión del colegio fue por primera vez a Ocean City, a tres horas de autobús de Baltimore, y nunca olvidó la sensación de grandeza, respeto y fascinación que sintió ese día. Un niño de la ciudad, minúsculo, ante una enorme extensión de arena pálida y de agua. El agua que parecía respirar con sus propios movimientos y los movimientos de los seres vivos que se escondían en su interior. Y todo aquel aire puro y fresco dándole en la cara, llenándole los pulmones, haciéndolo sentirse fuerte y renovado por dentro.

    Aunque tuvo que volver a la ciudad con sus compañeros de clase, nunca olvidó la belleza de la mar y, desde entonces, deseó vivir junto a ella.

    En cuanto tuvo la edad suficiente, fue a Ocean City durante el verano para trabajar como socorrista. Y, después de esa experiencia, volvió cada junio, a excepción de los cuatro años que pasó con los marines.

    Ella lo atraía con la misma fuerza que la luna atraía a sus mareas. Aunque siempre tuvo presente su temperamento caprichoso. Los temporales impredecibles. Los escalones repentinos que no habían estado allí en días anteriores. Criaturas que podían agarrar a un nadador fuerte, arrastrarlo a las profundidades y robarle hasta el último aliento. Amaba su belleza y su poder, a pesar de su defectos.

    Al girar la cabeza para tomar aire y dar las últimas cuatro brazadas de aquella mañana, vio a una mujer junto a su ropa. Deslumbrada por el sol de la mañana, tenía la mano puesta sobre los ojos para poder ver. Parecía que no estaba allí de manera casual, sino que estaba buscándolo a él.

    –¡Qué diablos! –murmuró, tragando un poco de agua salada.

    Su gente sabía que no quería que lo molestaran durante ese momento del día. ¡Eso si alguno de ellos estaba en la oficina a esa hora tan temprana!

    Se puso de pie, con el agua por el pecho, y la estudió.

    No era alguien de por allí; la habría reconocido. Y en aquella época del año ya no quedaban turistas. Era alta para ser una mujer, quizá le llegara por la barbilla, lo que significaba que mediría un metro setenta y cinco. Tenía el pelo rojizo con brillos dorados por el sol y lo llevaba recogido en un moño sobre la nuca. Llevaba un traje de chaqueta verde oscuro, absurdo para la playa, y un par de zapatos colgando de una mano. En el rostro tenía un gesto que denotaba fastidio. Dan se imaginó que los diminutos granos de arena que se estarían colando por sus medias no estarían ayudando a que se sintiera mejor.

    Pero en cuanto él empezó a salir del agua, la expresión de ella cambió.

    La línea del agua empezó a avanzar por debajo del pecho, sin revelar aún si tenía traje de baño o no. Ella abrió los ojos alarmada y él sonrió, sin dejar de avanzar. Pero, enseguida, el agua dejó ver la parte superior de su traje de baño.

    Inmediatamente, los labios de ella mostraron una débil sonrisa de alivio. Dan se rio para sí; lo que habría dado por haber estado desnudo, solo para ver el susto en sus preciosos ojos.

    Una brisa cortante le quitó el aliento.

    –Écheme la toalla –le dijo a la mujer.

    Ella gruñó como si no lo hubiera oído bien por el ruido de las olas. Miró alrededor y descubrió la enorme toalla junto a la ropa.

    –¿No cree que noviembre es un mes un poco frío para meterse en el agua?

    –Para mí no –dijo él, sin poder evitarlo–. Yo tengo la sangre caliente.

    Ella levantó las cejas y le pasó la toalla.

    –¡Por favor…!

    –En serio. Mi temperatura corporal está un grado por encima de lo normal. Pero tengo mis límites, no suelo meterme cuando veo hielo.

    –Los límites son buenos –dijo ella con los ojos llenos de humor.

    Elly se forzó a sí misma a no mirar a aquel hombre medio desnudo y centrarse en el horizonte. Intentó recordar la razón por la que estaba en medio de aquella playa, en pleno invierno, con los pies helados. Pero era difícil no mirar a Dan Eastwood. Ningún hombre que ella conociera tenía aquel cuerpo. Los hombros anchos y fuertes de un nadador, un estómago duro como una piedra y unas piernas fuertes y poderosas. Pero ella no había ido allí a ligar con el propietario de El Refugio. Su misión era mucho más importante, se recordó a sí misma, y el tiempo era de vital importancia.

    –¿Es usted Daniel Robert Eastwood? –preguntó, aventurando otra mirada. ¡Dios, estaba espléndido!

    –Sí. ¿Y usted quién es?

    Se estaba secado su pecho perfecto, los brazos largos y fuertes. La toalla descendió… Se lo estaba secando todo. Miró hacia otro lado, con diminutas gotas de sudor en la frente a pesar del aire frígido.

    –Soy Elizabeth Anderson. Tengo que hacerle unas cuantas preguntas, si tiene diez minutos.

    Él entrecerró los ojos.

    –Si vende suministros para el hotel, tendrá que ver a mi socio, Kevin Hunter. Él se encarga de los pedidos; su oficina está en el edificio principal.

    –Ya he hablado con el señor Hunter. Él me dijo que lo encontraría aquí.

    –¿Ah, sí?

    A ella le gustó la manera en que sus ojos oscuros brillaron, indicándole que no estaba del todo molesto por la decisión de su socio.

    Con un sobresalto, Elly se dio cuenta de que se había estado pasando la punta de la lengua por el labio superior. Quizá, él pensara que el gesto significaba que le gustaba su cuerpo semidesnudo, lo cual era muy cierto. Pero era de crucial importancia que ella mantuviera la cabeza fría. Mucha gente importante, uno de los cuales era su propio padre, dependían de ella.

    Mientras se metía la camiseta por los pantalones, Dan le echó un buen vistazo a ella. Estaba delgada, pero era esbelta. Era muy atractiva; aunque estaba un poco pálida, como si su trabajo no le permitiera salir mucho a tomar el aire libre. Llevaba una falda plisada corta que revelaba unas piernas largas y elegantes. Sus pechos…. era difícil de decir. Solo podía ver unas formas prometedoras bajo un traje ultraconservador. Una pena que no fuera agosto.

    –¿Vamos hacia mi casa? –sugirió él–. En el camino me puede explicar de qué se trata.

    –¿Por que no se viste primero y nos vemos en su oficina?

    –No es conveniente.

    Él comenzó a alejarse de ella por la pendiente de la playa. Un instante después, escuchó sus pisadas en la arena y sonrió para sí.

    –¿Por qué no es conveniente?

    –Tengo una cita a las nueve y no sé cuánto durará la reunión. ¿Ha oído alguna vez lo de llamar para concertar una cita, señorita Anderson?

    –No hay tiempo. Tengo que hablar con usted ahora mismo.

    Dan se paró y se giró para mirarla. La urgencia de su tono indicaba que había problemas.

    –Será mejor que me diga qué pasa.

    Ella suspiró y miró hacia la playa barrida por el viento y, después, se volvió para estudiar la cara de él con un intensidad extraña.

    –Hable rápido –le pidió él. Se le estaban empezando a congelar los dedos.

    –De acuerdo –dijo ella con una mirada molesta–. Soy una genetista profesional. Trabajo para la empresa de mi padre y estoy intentando encontrar a los descendientes de un caballero que ya ha muerto. Existe la posibilidad de que usted sea uno de ellos.

    Él se rio.

    –¿Eso es todo?

    –Eso es todo –repitió ella–. Solo tengo que hacerle unas preguntas muy simples, después lo dejaré tranquilo –levantó la cabeza para observarlo–. Se le están poniendo los labios morados. Me imagino que podremos hablar en su casa.

    –Gracias –dijo él, subiendo a la pasadera de madera que corría paralela al océano.

    La mayoría de las construcciones al final de las planchas de madera eran grandes hoteles. Pero allí, en la parte antigua de la ciudad, junto a las arcadas y a los parques, había unas cuantas cabañas que habían sobrevivido a la furia violenta del océano Atlántico.

    Hacía cuatro años, un huracán había barrido las antiguas cabañas y Dan vio la oportunidad que tanto había estado esperando. Había acabado el servicio militar, tenía su título de administración de empresas y

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