Saber negociar con el diablo
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Reviews for Saber negociar con el diablo
2 ratings1 review
- Rating: 5 out of 5 stars5/5Existe una forma de obtener poder, riqueza y no me refiero a lo material o económico, ese poder sobre uno esa riqueza de cuando es el momento de ser prudente o enérgico a los retos de la vida.... en resumen este libro tiene herramientas que complementa para aquel que busca avanzar en un ganar ganar con el entorno que lo rodea.
Book preview
Saber negociar con el diablo - Andrés Martín Martos
Saber negociar con el diablo
… para ganarle la partida
Sebastián Buenestado y Andrés Martín Martos
Primera edición en esta colección: marzo de 2012
© Sebastián Buenestado y Andrés Martín Martos, 2012
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2012
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 231, 4-1B – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14
info@plataformaeditorial.com
www.plataformaeditorial.com
Idea de portada de Marta Martín Gámiz
Diseño de cubierta:
Jesús Coto
www.jesuscoto.blogspot.com
Depósito Legal: B. 4.873-2013
ISBN Digital: 978-84-15750-87-1
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Para Marta, Andrea, Laura y Ainhoa.
Para Anna y María y Gerard.
Y a Manolo Lera, excelente consultor y formador de formadores
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Preámbulo
En el infierno
Círculo I. El limbo de las confusiones
Círculo II. El laberinto
Círculo VI. La ciudad de Dite
Círculo III. El abismo de las emociones
Círculo VIII. Equívoco de los diez malos sacos
Círculo IV. La ciénaga
Círculo V. El desierto de los mil soles
Círculo VII. El bisinfin
Círculo IX. ¿Final?
Bibliografía
La opinión del lector
Otros títulos de la colección
Vivir sin jefe
Ahora YO
Aprendiendo a perder
Preámbulo
Negociar partiendo de una posición de escaso o nulo poder es una situación a la que todos nos enfrentamos de vez en cuando. Es un escenario muy complicado que exige el uso de todas las competencias propias de un buen negociador para salir airoso del trance.
Para ilustrar este contexto, nos ha parecido interesante viajar hasta el Infierno y simular una negociación, situando la figura del diablo en la posición de ostentar un poder casi absoluto y enfrentarlo a Atila, rey de los hunos.
Para llevar a cabo este ingente desafío, Atila contará con el apoyo de Diderot, Sócrates y Maquiavelo, que representan y atesoran la combinación de aquellas cualidades que definen la Competencia («es decir, el conjunto de conocimientos, actitudes y habilidades que consiguen la resolución con excelencia en una acción determinada»).
Sin embargo, la acción del texto transcurre bajo dos escenarios paralelos que se complementan entre sí: el primero describe y recoge algunas de las vivencias propias de un consultor experto en temas de negociación; y el otro se sitúa en el Infierno, tomando como referencia aproximativa la descripción que hace Dante en su fabulosa obra la Divina Comedia.
Este infierno se divide en nueve círculos y en cada uno de ellos se desarrolla un conjunto de situaciones que permiten visualizar, en todo o en parte, las competencias que, según nuestra opinión, debe dominar un buen negociador para enfrentarse con éxito a procesos negociadores en situaciones de bajo poder frente a la otra parte.
Las competencias analizadas son: gestión de la información, planificación y estrategia, persuasión, autocontrol, perseverancia, creatividad, resistencia a la adversidad y empatía.
En cada capítulo, o círculo, se plantean una serie de problemas que debe resolver Atila con su equipo y al final ofrecemos un conjunto de herramientas compuestas por la hoja de ruta de Atila (hoja en la que registra la síntesis de lo ocurrido con la descripción de los intereses en juego, las estrategias, ideas-fuerza, argumentos, objeciones y contraobjeciones).
También en cada círculo, describimos experiencias reales de las que hemos sido partícipes los autores y que ponen en evidencia la importancia de dichas herramientas. Obviamente se ha respetado el anonimato de las compañías y profesionales que intervinieron en dichos procesos de negociación.
En todo caso, siempre partimos de la creencia de que negociar no es luchar, sino que el contexto ideal es el de jugar a ganar-ganar; centrarse en los intereses en juego, construir sobre criterios (es decir, considerar siempre qué es lo que hace que mi posición se acerque o se aleje de la tuya), regular las emociones y gestionar bien la información.
Los autores tenemos experiencia práctica en negociaciones de diferentes tipos: sindical, comercial, personal…, y hemos impartido formación en técnicas de negociación durante más de veinte años en muchas organizaciones de nuestro país.
En el infierno
«¡Vaya día más endiablado! ¿Cómo voy a encontrar una solución al problema planteado por mi cliente, si parece que se encuentra ante una situación de absoluta indefensión?»
Desde las primeras horas de la mañana había estado reunido en la Central Nuclear SMG con Javier Pomés, su flamante director de Compras, analizando las difíciles relaciones que mantenían desde hacía unos meses con la empresa Housewin e intentando buscar alternativas.
La empresa Housewin era el fabricante del reactor nuclear y tenían subcontratado el mantenimiento integral del mismo.
A pesar de mi dilatada experiencia en negociaciones de todo tipo, la colaboración que se me había solicitado se presentaba como un hueso duro de roer.
–Señor Lera –me dijo Pomés para situarme en el meollo del problema–, como usted se puede imaginar, la situación de crisis económica actual nos obliga a hacer una previsión impecable de los gastos del próximo ejercicio. Estamos a punto de presentar al Consejo de Administración el presupuesto y prácticamente ya lo tenemos todo listo. Sin embargo tenemos un grave escollo que, hasta la fecha, no hemos sido capaces de superar. Desde la construcción de la central nuclear, se firmó un contrato con la empresa Housewin para que se hiciera cargo de todas las operaciones de mantenimiento y de la reposición de las piezas que componen lo que nosotros denominamos «partes críticas» del funcionamiento del reactor.
Como era la primera vez que tenía la oportunidad de despachar con el director de Compras, yo prestaba gran atención a sus comentarios y tomaba notas de aquellos aspectos que me parecían más críticos.
–El problema –continuó Pomés– está en que Housewin nos impone sus tarifas sin ningún tipo de criterio y con escaso tiempo de preaviso, lo que hace ingobernable nuestras previsiones, sobre todo los flujos de caja. En ocasiones estos incrementos de tarifas se han producido una vez iniciado el ejercicio económico. Esta manera de proceder nos ha obligado a reajustar el presupuesto inicial. En pocas palabras, Housewin hace lo que le da la gana con nosotros. De hecho estamos ante un contrato de adhesión sin salida alguna. Estamos atados a ellos sin remedio, y parece que aplican la máxima de «si te gusta bien y si no también». ¿Qué nos recomienda? ¿Cómo podemos darle la vuelta a la situación?
Habíamos estado reunidos toda la mañana y parte de la tarde con los diferentes profesionales del equipo de Compras revisando el contrato inicial, toda la documentación de referencia y buscando diferentes alternativas. Pero una y otra vez nos habíamos encallado en el mismo punto: ¿qué se podía hacer?
Sobre las seis de la tarde decidimos tomarnos unas horas de reflexión, descansar un rato y seguir a la mañana siguiente.
Agotado y con la cabeza a punto de estallarme, tomé un taxi para trasladarme al hotel. Durante el viaje intenté relajarme observando el paisaje extraordinario que se extendía alrededor de la central.
Era una tarde otoñal, desapacible, y las previsiones meteorológicas anunciaban una inminente bajada de las temperaturas nocturnas acompañada de fuertes lluvias.
Estaba llegando al hotel pero todavía arrastraba tras de mí, cual ejército de ratoncitos embelesados por la flauta de Hamelín, la pregunta de mi cliente que se repetía incesante: ¿qué nos recomienda?, ¿qué nos recomienda?, ¿qué nos recomienda?
Ya en mi habitación hice un esfuerzo por desconectar, recordando esa frase lapidaria que tantas veces intento aplicar: «¡El problema no es el problema, el problema es cómo se vive el problema!». Sabio consejo para dar y complejo para aplicar.
Llamé a casa y después de la cena me dispuse a iniciar la lectura de la Divina Comedia de Dante Alighieri.
Desde hacía dos años venía releyendo las glorias de la literatura universal. Ya me había «engullido» El Príncipe de Maquiavelo, los Diálogos de Platón, El árbol de los conocimientos humanos de Diderot, obra que le sirvió de base a él y a D’Alembert para editar la primera Enciclopedia, Los hunos, tradición e historia de Susan Bock, y El Arte de la Guerra de Sun Tzu.
Como cada noche, transcurridos unos cuarenta minutos de lectura me quedé dormido en el infierno particular de Dante.
Una profunda oscuridad lo envuelve todo. De pronto dos ojos se abren y en el aire queda esbozado un aterrador interrogante: ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto?
Atila recuerda vagamente que la noche anterior estaba festejando la celebración de su última boda, con Ildico. De repente se encontró mal y empezó a sangrar por la nariz de manera abundante hasta perder el conocimiento.
Después, se acuerda de que despertó en el seno de una intrincada y oscura selva y que anduvo perdido durante toda la noche intentando salir de ella. Cuando finalmente lo consiguió, subió a un collado que estaba iluminado por los rayos del sol naciente. Pero justo en ese momento, a media distancia, se le aparecieron tres bestias feroces que le cerraban el paso.
En ese apuro, se escondió tras unas rocas para no ser visto y, al parecer, exhausto, se quedó dormido. Y ya no recuerda nada más.
Se levanta, mira a su alrededor y percibe que se encuentra en el borde superior de una sima desde la que se ve una especie de agujero negro, una espiral en continuo movimiento.
Absorto en esa contemplación no percibe la proximidad de una figura.
Una voz potente, profunda y ronca le sorprende.
–¿Necesitas ayuda?
Atila se da la vuelta con rapidez. De golpe se queda frío, sin aliento, paralizado. Tiene delante una figura demoníaca, con rasgos de haber sido extraordinariamente bello en otro tiempo, pero con una apariencia horrenda en todo su inmenso cuerpo.
Tiene tres caras en la cabeza. La del centro es de colores rojos, la cara de la derecha es entre blanca y gualda, y la de la izquierda es azul. Cada una de las caras tiene dos ojos y una barba.
Su piel, sin plumas, es muy similar a la de los murciélagos y arroja permanentemente tres vientos de un frío espeluznante.
Recuperado siquiera un poco de la visión espantosa, Atila se atreve a preguntar:
–¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú?
–Soy Lucifer, Príncipe de las Tinieblas, y estás justo a la entrada de mi reino, ¡el Infierno!
–¿Cómo que en el Infierno? Yo no debería estar aquí –asegura con un cierto aplomo en la voz.
–Pues aquí estás y te aseguro que será para siempre porque una vez que entres ya no tienes vuelta atrás. Aquí no dispones de tropas, ni fortunas ni nada, sólo tu alma, que ahora me pertenece.
Tras guardar un breve silencio, Atila responde:
–Sí que tengo algo.
–¿Qué tienes? –pegunta sorprendido Lucifer.
–Tengo la palabra. Estoy hablando. Estoy hablando contigo. Y mientras pueda hablar puedo mejorar mi posición actual.
–Pero a mí no me interesa hablar contigo, Atila. Me parece una pérdida de tiempo por mi parte que tú no mereces –le contesta Lucifer girando sobre sí mismo e iniciando la marcha.
–Sí –le replica el recién llegado con contundencia–. Sí te interesa.
–¡Cómo! –deja escapar una exclamación más de sorpresa que de interés–. ¿Por qué crees que me puede interesar hablar contigo, si tú no conoces prácticamente nada de mí ni de mi reino?
–¡Te puede interesar porque estoy convencido de que puedo ayudarte a mejorar tu posición!
–¿Mejorar mi posición? ¿Más todavía?
–Yo creo que sí.
–No alcanzo a comprender que yo pueda mejorar aún más todo el poder que me pertenece. Tengo el reino más poderoso. Repleto de energúmenos obligados a servirme en todo lo que yo pudiera necesitar. ¿En qué voy a mejorar? Lo tengo todo.
–¡Ah! Pero tú sabes que en realidad eso no es poder. Tú sabes que ése no es el verdadero poder. El auténtico poder es el que tenía yo cuando miles y miles de soldados me seguían, y cumplían todas mis órdenes, simplemente porque los convencía y porque sabían que era un rey grande, noble y generoso con mi pueblo. Me consideraban sabio y era querido por ellos.
–¡Bah! Tonterías. Yo no pretendo que la gente me admire. Simplemente quiero que cumplan lo que yo ordene. ¡No tengo que convencer a nadie!
–Hablas así porque no eres poderoso. Y además eres consciente de que no lo eres. Para tener el poder que ansías debes conseguir que la gente de tu