Sentido contrario en la selva
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Reviews for Sentido contrario en la selva
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- Rating: 5 out of 5 stars5/5es muy buen libro chamoy y muchas gracias aficion esta es para vosotros siuuuu :)
Book preview
Sentido contrario en la selva - Monique Zepeda
particulares
Donde me entero a qué lugar me tengo que ir de vacaciones (y cómo me pongo…)
—¿¿¡¡ADÓNDE!!??
—A la selva lacandona, en Chiapas, al corazón de la selva…
—Ni loco, ni operado, ni amarrado… ¿¿Cuánto tiempo??
—Ocho, diez, doce días… el tiempo necesario para que encontremos un jaguar. Un equipo de investigadores lo va a sedar, marcar, medir, para seguir estudiando sus costum…
Lo del jaguar sonaba bien, he de reconocerlo, pero no estaba dispuesto a renunciar tan pronto a mi posición de adolescente encerrado en su habitación. Además, para estas vacaciones, yo ya había hecho planes, todos dentro de mi cuarto. Saliendo lo menos posible de las fronteras de mi cama.
—Por supuesto sin tele, me imagino —interrumpí con un tonito que quise fuera irónico.
—Sin tele, ni luz, hijo; un campamento movible siguiendo el rastro de un jaguar en la selva. Déjame decirte, niño televisivo, que no a cualquiera lo invitan a participar en una aventura de éstas. A ver, no entiendo, te la pasas viendo programas de acción y cuando nos regalan un poco de acción real en la vida, ¿prefieres seguir apoltronado frente a la pantalla?
El tono de voz de mi mamá iba subiendo de color. Es una característica. Como la conozco de hace unos cuantos años, sé que Teresita, que así se llama esa señora que me tocó de madre, empieza queriendo convencer por las buenas y acaba perdiendo los estribos imponiendo su santa voluntad. Conozco tanto a Teresita —quien, en realidad, detesta su nombre y circula bajo el apodo de Sita— que puedo predecir todos sus cambios de humor.
—No puedo ir, Teresita (nombre completo, una estrategia en mi armamento que produce alteraciones en el estado de ánimo de la señora madre), tengo cosas que hacer aquí en mi cuarto. Además, a mí los mosquitos me encuentran delicioso, el sol me da calor y caminar como que me hace mal…
—Pues buena falta que te hace, Nicolás (el nombre completo indica mal humor, por lo general soy Nico, y otros apodos cursilísimos). Yo por nada del mundo me quiero perder ese viaje… Me invitan como la cronista de la expedición; van, además de los biólogos, un fotógrafo, y creo que otras personas de organizaciones para la conservación de la naturaleza.
—Pues, vete, Tere… bueno, mamá, ve tú sola, yo me quedo…
Nos miramos. Sabemos los dos que esa opción no existe. Explico: tengo la repugnante edad en que aún no me puedo quedar solo. Y la verdad —aunque esto nunca será reconocido en público— a mí tampoco me gusta quedarme solo. Tere lo sabe y no lo utiliza en mi contra. Un punto a su favor. Por lo general, mi abuela es la salvación para las ocurrencias viajeras de mi madre. La abuela está fuera de la ciudad, en una convención de abuelas, como le dice ella a las reuniones con sus amigas. Padre, no tengo. Bueno, tengo pero no está. La opción de quedarme con mi tía es imposible: me provoca un larguísimo bostezo imaginarme hablando con ella de yoga, mantras, respiraciones, meditaciones, iluminaciones… Además, en esas fechas tiene un retiro budista.
—Hijo, cocolito —ejemplo de apodo recontracursi de madre dispuesta a convencer al precio que sea—, a lo mejor publican lo que escribo en alguna parte, muero de ganas de ir…
Hay que saber que mi madre, bióloga y escritora frustrada, trabaja haciendo cosas que no le gustan mucho pero que nos permiten comer. Así dice ella.
Hago una mueca, sabiendo que la partida está perdida, pero que la puedo hacer sufrir bastante de aquí a que nos vayamos, y después también.
—¿Y yo, qué pinto en la tal expedición? Seguro que me ponen a cargar las mochilas de todos… ya sabes esa explotación que hacen los adultos de los… chamacos como yo.
—No, hijo, cada quien carga sus cosas. Debemos llevar lo mínimo indispensable. Y tú vas… porque eres mi hijo…
—¡Qué buena idea, Sita, puedo ir de entretenimiento! Ya sabes lo ameno y divertido que puedo ser…
—Mira, hijo, yo sé que si te obligo, y así lo vas a tomar tú, puedes convertirte en un hígado, parlante o mudo, eso ya lo sé. Pero yo creo que para un… —creo que iba a decir alguna barbaridad— para alguien de tu edad, un viaje como éste puede ser maravilloso. No sé de qué otra manera mostrarte que la vida no es pura tele, puro rock y camiseta negra… amorcito —mueca invisible de mi parte como cuando algo te empalaga— … que no te hace bien estar encerrado, sin hacer nada…
Uff… antes de que me siguiera echando su discurso saludablecológicopensante, prendí el aparato de música a un volumen alto. Era una invitación a mi madre para que saliera de mi cuarto y yo pudiera cerrar la puerta. Así lo hizo Sita, echándome una mirada extraña, midiendo su victoria y mi capacidad de amargarle el viaje. Yo puse el seguro de la puerta y subí más el volumen sabiendo que nos iríamos a la selva. ¡Qué remedio!
Desde hace algún tiempo, el lugar donde mejor me siento es en mi cuarto. No tengo tantos amigos, y los que tengo andan obsesionados con las chicas. Sólo hablan de mujeres, de que si ya besaron a alguien, de que si ya lo saben todo, de lo que han hecho o de que conocen a alguien que sí lo ha hecho. Yo me aburro. Las niñas me gustan, bueno, alguna que otra, pero me dan pánico. Me siento torpe, flaco, desgarbado, no sé dónde poner las manos, no se me ocurre qué decirles, y cuando abro la boca me pongo colorado. Es un horror.
Cuando salgo con mis amigos, después de un rato de dar vueltas por el centro comercial y de rondar como chacales alrededor de unas niñas, que se dan aires de princesas y que se ríen de ellos, me empiezo a sentir como un bicho raro. Dije que se reían de ellos, no de nosotros, porque yo me mantengo alejado, observándolos. Claro que eso también provoca que mis amigos me digan que soy de otro planeta. Definitivamente estoy mucho mejor encerrado en mi habitación.
La selva lacandona… Seguramente un lugar muy verde, muy lleno de bichos y muy, muy lejos de mi cuarto. No sé qué actitud adoptar frente a esta misión que me impone mi madre. En otras ocasiones he adoptado distintos modos de cobrarle
las vacaciones, mi edad, mi aspecto y otras cuentas
que tengo pendientes con la vida. Cuando se refirió al hígado parlante
, fueron unas vacaciones donde cada vez que abrí la boca fue para quejarme de algo o hacer un comentario desagradable. Y es