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En casa con Dios
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En casa con Dios

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Este es el segundo volumen de la colección de tres libros titulada ‘Lámpara para tus pasos’.

Con esa capacidad suya de ofrecer meditaciones breves pero profundas, sólidamente fundamentadas, pero de lectura fácil y sabrosa, Alejandra María Sosa Elízaga va invitando al lector a releer textos de las Lecturas que se proclaman el domingo en Misa (en este caso las que corresponden al ciclo litúrgico B), para comprenderlos mejor, relacionarlos con su propia existencia y poder decirle, como el salmista, al Señor: “Lámpara es Tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero” (Sal 119, 105)

LanguageEspañol
Release dateMay 16, 2017
ISBN9781370088829
En casa con Dios
Author

Alejandra María Sosa Elízaga

Alejandra María Sosa Elízaga, es mexicana, licenciada en Comunicación Social, pintora y escritora, católica, autora de 22 libros que reflejan su gran amor por la Palabra de Dios, su apego al Magisterio de la Iglesia, presentan temas profundos escritos en un lenguaje muy accesible, no exento de humor, y tienen siempre como objetivo ayudar a los lectores a vivir y disfrutar su fe. Entre sus obras más gustadas están ‘Para orar el Padrenuestro’, ‘Por los caminos del perdón’, ‘Ir a Misa ¿para qué? Guía práctica para disfrutar la Misa’, ‘Desempolva tu Biblia’, ‘¿Qué hacen los que hacen oración?’ y ‘Docenario de la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús’. Todos sus libros cuentan con Nihil Obstat e Imprimatur concedidos por la Cancillería de la Arquidiócesis de México.Desde 1990 se dedica a escribir, a dar cursos de Biblia (dos de los cuales ofrece gratuitamente en www.ediciones72.com), charlas y retiros.Desde 2003 escribe cada semana en ‘Desde la Fe’ Semanario de la Arquidiócesis de México.

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    En casa con Dios - Alejandra María Sosa Elízaga

    Este es el segundo volumen de la colección de tres libros titulada ‘Lámpara para tus pasos’.

    Con esa capacidad suya de ofrecer meditaciones breves pero profundas, sólidamente fundamentadas, pero de lectura fácil y sabrosa, la autora va invitando al lector a releer textos de las Lecturas que se proclaman el domingo en Misa (en este caso las que corresponden al ciclo litúrgico B), para comprenderlos mejor, relacionarlos con su propia existencia y poder decirle, como el salmista, al Señor:

    "Lámpara es Tu palabra para mis pasos,

    luz en mi sendero" (Sal 119, 105)

    Sonámbulos

    Primer Domingo de Adviento

    ¿Sabías que hay una tremenda epidemia de sonambulismo? Probablemente no lo mencionen en las noticias, pero está sucediendo y es muy preocupante porque como los sonámbulos caminan, parece que están despiertos pero en realidad están dormidos y no tienen idea de lo que hacen, así que fácilmente pueden tropezar, caer en un agujero, lastimarse.

    Es algo muy grave y por ello es importantísimo evitar contagiarse. ¿Cómo lograrlo? Hay una manera, no cuesta ni un centavo y está al alcance de todos, pero lamentablemente no todo el mundo la aprovecha porque es un poquito difícil aplicarla.

    Consiste en no dormir.

    Y antes de que alguien proteste, alegando que una buena noche de sueño es indispensable para recuperar las fuerzas, cabe aclarar que no estoy sugiriendo que debamos mantenernos físicamente despiertos (lo cual sería no sólo imposible sino absurdo), sino espiritualmente despiertos. Sí, porque ese sonambulismo al que me he referido, no es del cuerpo, sino del alma, el cual resulta todavía peor, pues sus consecuencias pueden ser no sólo fatales sino eternas.

    Tal vez por eso en el Evangelio que se proclama este Primer Domingo de Adviento (ver Mc 13, 33-37) Jesús nos pide que no nos durmamos sino velemos y estemos preparados, porque Él vendrá a nuestro encuentro y espera encontrarnos bien despiertos.

    Propone que seamos como un portero que se mantiene alerta porque no sabe si el dueño de la casa regresará al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada.

    Los cuatro horarios que Jesús menciona son significativos por lo que sabemos sucedió en cada uno y lo que ello implica hoy para nosotros.

    1. Al anochecer fue la traición de Judas, un discípulo que seguramente amaba a Jesús pero no quiso seguirlo, obedecerlo, amoldarse a Su voluntad; simulaba ser de los Suyos pero no lo era. Hoy muchos como él, aparentemente están dentro pero en realidad están fuera. Por ej. quienes se reconocen o se creen católicos pero no viven como lo exige la fe que dicen profesar.

    También hay algunos que se saben fuera pero aparentan estar dentro, por ej. miembros de sectas que usan lenguaje cristiano sólo para atraer a sus adeptos; mujeres que se autonombran católicas pero promueven el aborto; comentaristas que justifican diciendo ‘soy católico’, despotricar después contra la Iglesia; políticos que proponen un cristianismo sin Cristo.

    2. A la medianoche los discípulos dejaron solo a Jesús. No quisieron presenciar Su agonía en el Huerto.

    Hoy muchos quisieran seguir a Jesús sólo por los milagros, quisieran buscar atajos a la Gloria sin pasar por la cruz. Se engañan pensando que pueden evadir el sufrimiento y/o desentenderse de los que sufren.

    3. Al canto del gallo sucedió la negación de Pedro, uno que se sabía dentro pero aparentaba estar fuera.

    Como muchos que hoy se avergüenzan de su fe y no son capaces de vivirla o defenderla cuando es atacada.

    4. A la madrugada los miembros del Sanedrín sentenciaron a muerte a Jesús sin haberlo realmente escuchado, motivados por sus prejuicios e intereses de poder.

    Son como los que hoy en día condenan doctrinas de la Iglesia que no conocen, llevados por lo que oyen decir a otros, malinformados por los medios de comunicación, influidos por un ambiente anticatólico.

    Es interesante hacer notar que Jesús ha mencionado cuatro momentos de la noche en los que todo está negro. Es que cuando nos rodea la oscuridad es más fácil cabecear y sentir sueño. Y en un sentido espiritual, cuando nos encontramos sumidos en sombras (y ¡vaya que así está el mundo!), cuesta trabajo ver claro y es fácil confundirse, tomar lo bueno como malo y viceversa, caer en el sonambulismo espiritual, creerse muy despierto y en realidad estar durmiendo.

    ¿Cómo contrarrestar todo esto y lograr mantenernos alerta como nos lo pide Jesús? Apartándonos de la oscuridad que nos incita al sueño y dejándonos iluminar por el Señor, en Su Palabra, en la oración, en Misa, en la Confesión.

    Que en este Adviento no nos conformemos con encender las velas de la corona o llenar de foquitos el arbolito o la fachada de la casa, sino vayamos al encuentro de Aquel que es la Luz verdadera, la que nos ilumina y nos despierta y nos ayuda a ver, la única a la que no hay tiniebla que la pueda vencer.

    Cuando des un regalo

    Segundo Domingo de Adviento

    ¿Alguna vez has invitado a comer o a merendar en tu casa a personas indigentes que te hayas encontrado en las calles? Posiblemente no (para como están las cosas, uno no suele invitar a casa a desconocidos, sean ricos o pobres). Así que lo más probable es que no hayas podido poner en práctica eso que aconseja Jesús:

    "Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, y serás dichoso, porque ellos no te pueden corresponder..." (Lc 14, 13-14).

    Tal vez para muchos resulte difícil o incluso imposible realizar, al pie de la letra, esta propuesta del Señor, pero no deben descartarla del todo, porque hay otro modo de llevarla a cabo, que es muy sencillo y está al alcance de casi todos, especialmente en esta temporada.

    Consiste en sustituir las palabras ‘comida’, ‘cena’ o ‘banquete’ por la palabra ‘regalo’. De esta manera se mantiene intacto el sentido original de agasajar a alguien, pero aplicado de otra manera. El consejo entonces sería que cuando des un regalo, no pienses primero en dárselo a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos, pues como a su vez te regalarán algo, ésa sería tu única recompensa. Tú da ese regalo a quien no podrá regalarte nada a cambio, pues entonces el Señor se asegurará de que recibas una recompensa, y ésta no será poca, nos lo anuncia Jesús: "se te recompensará en la resurrección de los justos" (Lc 14, 14).

    Y cabe aclarar que así como el Señor está hablando de banquete, es decir, no de una comida cualquiera sino de algo muy suculento y sabroso, del mismo modo se trata de regalar algo bueno y bonito, algo que sin duda agradaría a un familiar o amigo tuyo, o te haría quedar muy bien con el jefe o el conocido influyente. Y no tiene que ser costoso, ni siquiera nuevo.

    Cuántas cosas guardamos pensando: ‘por si acaso’ las necesito. Pues bien, es hora de aplicar ese ‘por si acaso’ no sólo a uno mismo, sino a otros, y regalar ‘por si acaso’ alguien más necesita esas cosas más que nosotros. Sobra decir que me refiero a cosas buenas, porque quién sabe por qué hay personas que cuando regalan algo a gente necesitada, echan mano de lo viejo, lo roto, lo inservible, haciendo sentir a los destinatarios de su donación que sólo son dignos de recibir lo que ellas tiraron.

    Tuve recientemente la experiencia de participar en un acopio de enseres domésticos en el que había un gran contraste entre cosas gastadas y polvorientas, cosas usadas pero excelentes, y cosas nuevecitas; y pensaba: gracias a Dios que quien donó lo bueno resistió la tentación de dárselo a quien pudiera agradecerle y regalarle algo a cambio, y en lugar de eso lo dio anónimamente. Sin duda alguna su satisfacción fue mayor que si se hubiera conformado con hacerlo de otro modo.

    Dice san Pedro, en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 2Pe 3, 8-14) que por ahora Dios nos tiene mucha paciencia, en espera de que nos convirtamos, pero cuando llegue el día del Señor, "perecerá la tierra con todo lo que hay en ella". ¡Gulp! Eso significa que eso material a lo que tanto nos aferramos es perecedero, por lo que más nos vale desprendernos de ello, y una manera de lograrlo consiste en regalar lo que podamos a quienes más puedan aprovecharlo.

    ¿Qué tal si en esta Navidad donamos a alguna institución de caridad, cosas buenas y cosas nuevas, regalos que no nos avergonzaríamos de dar a nuestros parientes y familiares? Podemos donarlos en su nombre y regalarles la alegría de saber que recibirán la gratitud y las oraciones de quienes reciban lo donado.

    En la Oración Colecta de la Misa de este domingo pedimos Que nuestras responsabilidades terrenas no nos impidan, Señor, prepararnos a la venida de Tu Hijo, aplicado a este caso, podemos traducirlo como un llamado a no limitarnos a regalar solamente en Navidad ni a quien nos pueda de alguna manera recompensar, sino todo el año y a quienes tal vez no conozcamos pero en quienes vive Aquél cuyo cumpleaños nos disponemos a celebrar.

    Busca lo que buscas

    Tercer Domingo de Adviento

    Busca lo que buscas, pero no donde lo buscas. Busca lo que buscas, pero no donde lo buscas.

    Esto que parece acertijo yucateco (lo busco, lo busco y ¡no lo busco!), es en realidad un gran consejo de san Agustín, y aplica muy bien en esta temporada en la que por todos lados vemos anuncios, letreros y tarjetas navideñas que hablan de la alegría, la felicidad, la paz y la luz de la Navidad.

    Y es que algunos buscan la alegría navideña tomando ponche ‘con piquete’ en pachangas que de ‘posada’ tienen sólo el nombre; la felicidad en un aguinaldo que se esfuma tan pronto llega; la paz en medio de un atestado comercio; la luz en los foquitos del arbolito, y al final quedan agotados y vacíos.

    Otros se van al extremo opuesto y creen que la alegría, felicidad y paz de la Navidad consiste en procurar ignorarla, así que no ponen Nacimiento en su casa, no dan (aunque sí reciben) regalos, ni de broma aceptan reunirse con parientes a los que no toleran y consideran el 25 de diciembre un día como cualquier otro. Al final sus esfuerzos resultan en vano, la Navidad llega y su auto-exclusión del festejo los deja, también, vacíos.

    En ambos casos sucede algo semejante, se busca algo bueno pero no se lo consigue porque se busca donde no está; se sabe que está allí pero no cómo alcanzarlo.

    Decía san Agustín que sucede como cuando viene hacia nosotros alguien que conocemos pero del que no recordamos su nombre, pensamos: ‘¿cómo se llama?, ¿Juan?, no, no es Juan. ¿Pedro?, no, no es Pedro’. No tenemos claro cómo se llama, pero sí cómo no se llama.

    Lo mismo sucede con algunos que confunden que hay algo grande que celebrar en Navidad con ‘celebrar en grande’, con ‘reventones’, decoraciones, cenas, regalos o la supuesta visita del inexistente santa Claus, y buscan inútilmente la alegría, la felicidad y la paz sumergiéndose en todo eso o tratando de evadirlo. Si se preguntaran, ¿es esto la alegría?, sabrían que no lo es; ¿esto me hace en verdad feliz? Dirían que no. Saben lo que buscan, pero no dónde buscarlo.

    Dice Juan el Bautista en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 1, 6-8.19-28): "En medio de ustedes hay uno al que ustedes no conocen" (Jn 1,26).

    He ahí la razón por la cual quedan defraudados los que creen que la Navidad es sólo una fiesta que toman como pretexto para divertirse o para evadirse. No han captado que no se trata de un fiesta en sí (por más que ahora muchos digan: ‘felices fiestas’, para no decir ‘feliz Navidad’); no se trata de celebrar por celebrar, sino de festejar a Alguien, celebrar que Alguien ha venido a estar en medio de nosotros.

    Es en la venida del Emmanuel, del Dios-con-nosotros que hallamos la alegría de sentirnos incondicionalmente amados, la felicidad de sabernos llamados a la vida eterna, la paz de descubrir que en todo interviene Dios para nuestro bien, la luz divina que nos alumbra por dentro.

    De niña veía un video de dibujos animados que pasaban el 25 de diciembre: ‘Cómo Odeón quiso robarse la Navidad’ (hoy se consigue en español en DVD como ‘Dr.Seuss’ How the Grinch stole Christmas’, que no tiene nada que ver con la distorsionada versión de Hollywood).

    Se trata de un personaje verde, amargado, que vive en la punta de una montaña, dice que odia la Navidad y decide robársela. Se disfraza de sta Claus, y a su perro de reno, baja al valle cuando todos duermen y echa en su trineo arbolitos navideños, adornos y regalos. Deja todo vacío y vuelve a casa.

    Espera oír los lamentos de la gente cuando despierte y vea que le robó la Navidad, pero oye un bello villancico, que entonan los habitantes del valle.

    Con el canto sube hasta él una luz que lo ilumina, toca su corazón, lo suaviza y lo agranda.

    Arrepentido baja al valle, devuelve lo robado y al final comparte con todos un banquete en el que da un suculento bocado a su perrito, al que antes siempre había maltratado.

    A mis sobrinas les encantaba que les narrara esta historia, y ahora que ya son mayores de edad les sigue gustando, porque les recordaba, y les recuerda que la Navidad no depende de lo material. Para celebrarla bien no hace falta cenar pavo sino participar del banquete del Pan y la Palabra; no hay que llenar la casa de foquitos, sino dejarse iluminar por el amor de Aquel que es luz del mundo, no se necesita comprar o recibir obsequios de otros, sino aceptar y corresponder al mayor regalo que hay: la presencia de Dios entre nosotros.

    En casa con Dios

    IV Domingo de Adviento

    Casi le da un infarto al sacristán la mañana del 25 de diciembre cuando llegó a la iglesia y vio que en el Nacimiento que habían puesto en el atrio faltaba el Niño Jesús. Pero si lo habían dejado en el pesebre durante la Misa de anoche, ¿dónde estaba?, ¿quién podía habérselo llevado?

    Fue a decírselo al padre, salieron ambos, lo buscaron por todas partes y nada.

    Ya se estaban preocupando, y él ya había empezado a rezarle a san Antonio, santo al que siempre se encomendaba cuando necesitaba encontrar algo perdido, cuando en eso vieron venir a un niño de la comunidad que traía feliz al Niño

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