Cuentos Antiguos
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Emilia Pardo Bazán
Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851 - Madrid, 1921) dejó muestras de su talento en todos los géneros literarios. Entre su extensa producción destacan especialmente Los pazos de Ulloa, Insolación y La cuestión palpitante. Además, fue asidua colaboradora de distintos periódicos y revistas. Logró ser la primera mujer en presidir la sección literaria del Ateneo de Madrid y en obtener una cátedra de literaturas neolatinas en la Universidad Central de esta misma ciudad.
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Cuentos Antiguos - Emilia Pardo Bazán
Dafrosa
La paloma
A nuestro padre el zar.
Cuando nació el príncipe Durvati primo-génito del gran Ramasinda, famoso entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle con-venientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y conquistadores. En vez de confiar al tierno infante a mujeres ca-riñosas, confiáronle a ciertas amazonas hirca-nas, no menos aguerridas que las de Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles se encargaron de des-tetar y zagalear a Durvati, endureciendo su cuerpo y su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza. El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el costado de una tigresa domesticada, que a veces, como enfiesta, daba al principito un zarpazo; y decían las amazonas que así era bueno pues se familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparable de la gloria.
A los dieciocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en acción por primera vez, al lado del rey, que invadía la co-marca de Sogdiana y Bactriana, para some-terla. Erguíase Durvati sobre un elefante que llevaba a lomos formidable torre guarnecida de flecheros; cubría el cuerpo de la bestia un caparazón de cuero doble y en sus defensas relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de clavas cercaba al príncipe, y cuando se trataba de lid, Durvati se estremecía, sintiendo que los pies enormes del belicoso elefante, que barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban costillas, despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa sanguinolen-ta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati osó preguntar a su padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría mucho y si placía a Brahma que la gente su-friese. Y Ramasinda, colérico de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel guerrero, sólo contestó con palabras de un cántico sagrado: Mira delante de ti la suerte de los que fueron; mira delante de ti la suerte de los que serán. El mortal madura como el grano y como el grano renace.
Acababa de pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una flecha y vino a fijarse, tem-blando, en la espalda del rey. Durvati, precipitándose hacia su padre, solo alcanzó a recibir-le en brazos moribundo. La tropa, después de hacer pedazos al matador del rey, proclamó a Durvati, gritando que era preciso llevar a sangre y fuego aquel país, y que el nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.
Aquella noche, el huérfano se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. Representósele otra vez el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba la herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había atrevido a derramar en presencia del Ejército, pero que ahora fluía copioso, empapando sus ropas. Y cuando desahogaba así el dolor, parecióle que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como un peso delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, a su parecer, una blanquísima paloma, de rosado pico, de cuello de bizanti-nos esmaltes verdiazules, de benignos y amo-rosos ojos negros, que arrullando mansamen-te murmuraba a su oído una frase misteriosa.
El arrullo calmó las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento absoluto, repa-rador. Al despertar, gritó de sorpresa. Echada a su lado, recostada la frente en su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella, de blanco