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La fe es sencilla
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La fe es sencilla

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Sencillez y humildad son las marcas que el cincel del Espíritu Santo deja en las almas amigas de Dios. Jesucristo se refirió a los pequeños lleno de alegría y agradeció al Padre que escondiera sus secretos a los sabios y se los revelara a ellos. Estas personas siembran a su paso las semillas de la verdad, la bondad y la belleza de Dios. Quienes tratamos con ellas descubrimos que queremos ser mejores despojándonos de todo lo que nos impide hacer el bien. Este libro nos ratifica en la verdad de que la fe es sencilla y lo hace recorriendo la vida de una mujer de nuestro tiempo, Jorja Perea García. Toda su vida, de una sencillez especial, está al alcance de las nuestras, mostrando cómo no es necesario estudiar mucho para amar de forma excelente a Dios y a todos los que nos rodean.
LanguageEspañol
Release dateDec 13, 2016
ISBN9788427722521
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    La fe es sencilla - José Mª Avendaño Perea

    cristiana.

    SÍNTESIS BIOGRÁFICA

    Jorja Perea García nació el 23 de abril de 1928, a las 9,30 de la mañana, en Villanueva de Alcardete (Toledo), hija de Fabián Perea y Natividad García. Fue bautizada el 29 de abril en la Parroquia Santiago Apóstol de la misma localidad.

    Cuando contaba tres años falleció su madre y con apenas seis murió su padre.

    Tenía tres hermanos. Mi madre encontró cobijo y abrigo en casa de su abuela Victoriana donde estuvo hasta los nueve años, años que recordaba con felicidad.

    Posteriormente fue acogida por su tía María con quien vivió hasta los veintiséis años, edad a la que contrajo matrimonio con Cándido.

    Cuando tenía ocho años estalló la Guerra Civil en España y esto, entre otras cosas, impidió su asistencia a la escuela.

    Después de la Guerra recibió el sacramento de la Confirmación y el de la Eucaristía. Frecuentaba la confesión, decía que así crecemos en humildad.

    Su adolescencia y juventud estuvieron atravesadas por los continuos trabajos en el campo en las faenas que la agricultura presentaba a lo largo del año: sembrar, regar, segar, coger lentejas y garbanzos, vendimiar, podar, sarmentar, arar, escardar, desgramar... Después de estos trabajos, al llegar a casa, continuaba con las labores del hogar: limpiar, lavar, coser, cocinar. Años donde, a pesar de tanto esfuerzo y sudor, siempre había lugar para la alegría y el cultivo de la amistad. Vivió en casa de su tía María y su esposo Manuel, junto con tres primos algo mayores que ella hasta que se casó (Francisco, Victoriano y Luis).

    En estos años, acudía a la celebración de la Santa Misa los domingos y cuidaba, como un gran tesoro, la devoción popular de la comunión de los Santos junto con las oraciones que había aprendido de su abuela Victoriana.

    El 2 de enero de 1954 contrajo matrimonio con Cándido Avendaño Serrano en la iglesia parroquial Santiago Apóstol de Villanueva de Alcardete. Fruto de ese amor nacieron cinco hijos: Andrés, José María, Jorja, Jesús y Cándido. Dos de ellos murieron: Andrés a las pocas horas de nacer y Jesús a los diecisiete años.

    Su matrimonio estuvo centrado en el amor que Dios les regalaba cada día y que ellos acogían y lo devolvían en desvelo, cuidado y ternura hacia sus hijos, su familia y los demás. Una vida marcada por el amor, el gozo, el dolor, la fidelidad hasta el final. Una vida surcada por la confianza en el Señor, con la expresión que aparecerá de manera constante en este libro. Somos suyos.

    A los ochenta y siete años, después de sesenta y dos de casados y siete de noviazgo, Jorja marchó a las manos del Padre, con la esperanza y la certeza de que se iba al encuentro del Señor, sin ningún tipo de temor. Me voy con Él, fueron sus últimas palabras.

    LA FE DE LOS SENCILLOS

    La santidad de la vida cotidiana

    Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,

    porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos,

    y se las has revelado a la gente sencilla.

    (Mt 11,25)

    Pero yo invoco a Dios, y el Señor me salva: por la

    tarde, en la mañana, al mediodía, me quejo gimiendo.

    Dios escucha mi voz: su paz rescata mi alma.

    (Salmo 54)

    Sabiduría popular tocada por la gracia de Dios El refranero del creyente

    Su vida ha sido una bendición. Una vida de fe; y esta es la herencia que nos ha transmitido a sus hijos, el tesoro que ha alegrado y sostenido su vida. Mi madre ha vivido en Dios haciendo de sus días y de sus noches un regazo de confianza incondicional en Él y una entrega absoluta al prójimo.

    A propósito de velar por el cuidado de la fe de las personas que nos han sido encomendadas a los pastores se afirma: La Instrucción pastoral es una invitación a fijar nuestra mirada de fe en Él desde la comunión de la Iglesia, es decir, a no abandonar el manantial donde tiene su origen la alegría cristiana. Importa notar que los obispos, al señalar claramente las propuestas contrarias a la fe de la Iglesia, actúan cumpliendo su misión de pastores, saliendo en defensa de la fe de los sencillos. Al hacerlo, han recordado con claridad que la fe sencilla de la Iglesia tiene una autoridad más alta que la fe de las teorías teológicas y que la labor del teólogo debe estar siempre al servicio de esta fe, para fortalecerla e iluminarla, no para debilitarla y oscurecerla (José Rico Pavés, La fe de los sencillos, p. 29).

    Comienzo este relato de la fe de los sencillos o testamento espiritual de Jorja, mi madre, con algo que aconteció en 2014.

    En el mes de enero, después de comer, me llamó y me dijo: Josemari, como el mes que viene vas a ir a ver al Papa, llévale esta bolsa pequeña que he terminado de bordar para guardar el Santísimo y llevarlo a los enfermos y a los que no acuden a la Iglesia, a Misa, porque no pueden andar; les sucede igual que a mí. Además como el Papa se llama Jorge, dile que lo ha bordado para él tu madre Jorja. Yo me quedé extrañado y le dije que eso no se podía hacer tan sencillamente. Que a lo mejor no me dejaban dar ese objeto. Pero la verdad era que yo no estaba convencido del milagro de la sencillez que brota de un corazón lleno de amor y simplicidad evangélica.

    A los pocos días, en un tiempo de oración, llegó a mis ojos y a todo mi ser, digo todo mi ser, porque eso me inundó de asombro y vergüenza, el texto del Evangelio donde Jesús, lleno de alegría, bendice al Padre proclamando que ha tenido a bien revelar esas cosas a los sencillos y pequeños y no a los sabios y entendidos, y así le ha parecido bien.

    Emocionado, y deseando llegar a casa, abracé a mi madre y me la comí a besos, dándole las gracias por mi torpeza y necesidad continua de conversión. Le dije: Madre, deme usted la bolsa que el otro día me enseñó para cuando vaya a Roma dársela al Papa Francisco. Sí que se la voy a dar en mano. Voy a hacer todo lo posible por entregársela.

    La guardé como un gran tesoro y cuando llegó el momento de la entrevista con el Santo Padre, pues acompañaba a los Señores Obispos en su visita ad límina, aunque nos advirtieron de que no se le diera nada, consideré que en la caridad del Papa me lo admitiría más allá del protocolo, así le hice entrega de la encomienda de mi madre. El Papa lo recogió cuidadosamente en sus manos y me dijo: ¡Qué bello! al tiempo que me exhortó: ¡Cuide a sus padres y sea un cura alegre!. Me marché lleno de agradecimiento a Dios, a la Iglesia, al Papa y a Jorja, mi madre.

    Pasados cuatro días recibí una carta de la Secretaría de Estado en la que en nombre del Papa me daban las gracias por el objeto tan delicadamente confeccionado para él.

    Yo también doy gracias al Padre porque ha revelado estas cosas tan llenas de sabiduría divina y sencillez evangélica a los pequeños. ¡Bendito seas Padre!

    Cuando el profeta Elías estaba sin ánimo, cansado y con pocas ganas de seguir viviendo, el ángel del Señor le dijo que se levantase, comiese y se pusiera en camino hacia el Horeb, el monte de Dios, y resultó que Dios no estaba en el huracán ni en el trueno, sino en el susurro de una brisa suave. Como la vida misma.

    Dios no mete ruido, no es escandaloso en su actividad. Dios está en lo pequeño, en los gestos, rostros, acciones, palabras, expresiones corporales. que saben de la paciencia activa. Dios está en la brisa suave de una simple acogida o una sonrisa, en un mirarse de frente con los ojos alegres o emocionados, en la alegría o en el llanto junto a los padres o al lado de los amigos, en la impotencia de un trabajo encomendado, en el gozo o en el dolor, en la brisa suave de cenar un poco de fruta y un vaso de leche templada con pan agradeciendo con todo nuestro ser a Dios, creador de todo bien, que nos cuida al igual que hacen nuestros padres.

    La Virgen María, tan presente en la vida de mi madre Jorja, estaba pendiente en todo momento de enaltecer a Dios en vez de a sí misma. Su fe, su sencillez y humildad, su pobreza y su esperanza, nos ponen de manifiesto que su querer es un querer de Dios.

    Vivir es caminar y un caminar por distintos senderos y en ese camino pueden suceder diferentes acontecimientos. Jesús, el Hijo de Dios, sale a nuestro encuentro y quiere compartir nuestras alegrías, al tiempo que sanar y curar nuestras heridas, nuestros pies cansados del camino.

    Mi madre Jorja, tenía experiencia de que Dios la había creado y a Él se debía toda su vida. El Dios creador, el Dios providente, era su referencia, su icono en cada jornada.

    Tenía experiencia de que Dios había salido a su encuentro y con Él se quedó y en Él conformó su corazón. Tenía marcada de manera indeleble la certeza de que Jesús era su acompañante en los hermosos y duros caminos de la vida. En palabras del Papa Francisco: El discípulo misionero sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida y nos ayuda a caminar por senderos de vida y plenitud. Con su muerte y resurrección brota siempre una luz y una fuerza capaz de conducirnos por caminos de vida nueva.

    El corazón de mi madre estaba lleno de rostros y de nombres del pueblo fiel de Dios.

    Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar, dice santa Teresa de Jesús en Camino de perfección 40,3.

    Ser cristianos a través de los medios que Jesús, el Señor, nos dejó: la Palabra y los sacramentos. Id pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado (Mt 18, 19-20).

    Ser cristianos asumiendo la responsabilidad del ser testigos del Señor en medio del mundo. Todo esto como consecuencia de haberse producido un encuentro con Cristo y quedarse a vivir con Él: El que me come vivirá por mí. No solo conocer a Jesús, sino quedarse a vivir con Él.

    Confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual se entregó, precisamente para santificarla (cf. Ef 5,25-26). Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado.

    Pero este don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana. Esta es la voluntad de Dios: vuestra santidad (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta solo a algunos cristianos: Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección en el amor (Lumen gentium, 40).

    Esto nos lleva a expresar la convicción de que, si el bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno: ¿Quieres recibir el bautismo?, significa al mismo tiempo preguntarle: ¿Quieres ser santo?. Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48).

    Como nos dice san Juan Pablo II en Novo millennio ineunte, 31: «Como

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