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Ésta, nuestra única tierra: Introducción a la ecología y medio ambiente
Ésta, nuestra única tierra: Introducción a la ecología y medio ambiente
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Ésta, nuestra única tierra: Introducción a la ecología y medio ambiente

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About this ebook

¿Qué relación existe entre un médico sanitarista y una represa? ¿Qué tecnología manejaban los Incas que les permitió alimentar a millones de personas? ¿Existe algún animal que produzca sustancias que no sean biodegradables? Estos y otros interrogantes tienen una gran influencia en nuestra vida cotidiana. Cada sociedad, al darse una organización social distinta, interactúa de modo diferente con la naturaleza.
LanguageEspañol
Release dateNov 10, 2016
ISBN9789873615481
Ésta, nuestra única tierra: Introducción a la ecología y medio ambiente
Author

Antonio Elio Brailovsky

Antonio Elio Brailovsky Licenciado en Economía Política. Es Profesor Titular de Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado (CBC-UBA) y Profesor Titular de Ecología (UB). Ha sido Convencional Constituyente de la Ciudad de Buenos Aires y Defensor del Pueblo Adjunto de la Ciudad de Buenos Aires. Ha publicado centenares de notas periodísticas sobre temas de su especialidad. Es entrevistado diariamente por la prensa. Algunos de sus libros sobre temas de ecología y medio ambiente son: “Introducción al estudio de los recursos naturales”, texto para la enseñanza universitaria. “El negocio de envenenar”, ensayo sobre sustancias toxicas e industrias peligrosas. “Memoria verde: historia Ecológica de la Argentina”, investigación sobre historia ambiental. “Agua y medio ambiente en Buenos Aires” texto de divulgación sobre ambiente urbano, reeditado bajo el título: “Buenos Aires y sus Ríos”. También ha publicado "La Ecología en la Biblia y en otras creencias religiosas" "Ésta, nuestra única tierra" , para Editorial Maipue

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    Ésta, nuestra única tierra - Antonio Elio Brailovsky

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    Ésta, nuestra única tierra. Introducción a la Ecología y el medio ambiente

    Antonio E. Brailovsky.

    Edición digital, octubre de 2016.

    Tapa: La Nave, acuarela de Armando Damián Dilon

    Diseño de tapa: Studio Graf

    Diagramación y armado: Paihuen

    Corrección: Susana Duro Rodríguez

    Zufriategui 1153 (1714) Ituzaingó, Pcia. de Buenos Aires

    tel: 011-4624-9370

    tel/fax: 011-4458-0259

    E-mail: maipue@ciudad.com.ar

    promocion@maipue.com.ar

    www.maipue.com.ar

    Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. Libro de edición argentina

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la trnsmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

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    Américo Vespucio en su observatorio. Grabado de Theodore Galle, 1581.

    Prólogo

    INVITACIÓN A LA VIDA

    La ciencia es un encuentro entre la mente y la materia. No da cuenta de nada más que de eso: de la relación que tiene el hombre con su entorno. Las ciencias no pueden separarse de la aventura humana. Si no contemplan esto, están dejando afuera tan luego la vida. Y una ciencia que refleja una relación de muerte y de inarmonía, es una ciencia que lleva a la bomba atómica.

    (Ilya PRIGOGINE, Premio Nobel de Química 1977, en: Encuentro Interdisciplinario Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, Buenos Aires, octubre de 1991).

    Este no es un libro de divulgación científica. Con todo el respeto por colegas y amigos que la hacen, yo no creo demasiado en ella. Porque la divulgación significa una relación asimétrica: hay alguien que tiene todo el saber y se lo transmite a quienes lo tienen todo por aprender.

    La literatura científica es distinta. Escribir para los colegas es siempre rendir un examen: ¿Estarán de acuerdo con la metodología? ¿Discutirán o invalidarán mis conclusiones? ¿Servirá esta obra para reforzar mi currículum?

    En este libro no hago ni lo uno, ni lo otro. Este libro es una invitación a pensar, de un cierto modo, nuestra relación con la naturaleza. Es un disparador del pensamiento y por eso ustedes no encontrarán una acumulación de datos, sino algunos conceptos que a mí me ayudan a organizar la información que voy obteniendo, en los libros, en los diarios, en la vida, y que tal vez a ustedes también les resulten útiles.

    Me gustaría que recorriéramos juntos estas páginas y que nos ayudaran a reflexionar sobre lo que está ocurriendo con la vida sobre la Tierra.

    Por razones didácticas, este libro está organizado en forma de estudios de caso. He elegido aquellos casos que me parecieron especialmente representativos de las situaciones a analizar. La concepción de estudios de caso evita partir de abstracciones, que en muchas oportunidades pueden provocar equívocos.

    Muchos de estos casos están tratados desde una perspectiva histórica, simplemente porque los humanos somos seres históricos y no hay manera de comprender los hechos de los que somos protagonistas, si no es desde la historia.

    Hay un hilo conductor que es la cuestión social y que atraviesa toda la historia humana. En toda sociedad, los sectores más desprotegidos son también los más afectados por el daño ambiental. Quienes no tienen acceso a la educación, la salud y la vivienda, también suelen vivir entre basurales y beber agua contaminada. A lo largo de este libro veremos por qué los temas ambientales son cuestiones de derechos humanos, y que es lo mismo matar a una persona a balazos, que por medio de sustancias tóxicas. Que hay que calificar de la misma manera a quienes ponen a una persona en una cámara de torturas, y a aquellos que le provocan un cáncer que le causará sufrimientos parecidos.

    La primera versión de este libro apareció en 1992 y tuvo numerosas reediciones. En esta versión he actualizado una serie de temas en los que se produjeron avances científicos que vale la pena mencionar. También he agregado alguna bibliografía que puede ser de interés para aquellos docentes que deseen ampliar los temas o rastrear el origen de determinados puntos de vista.

    Vale la pena recordar que todo lo expresado en este libro es controversial y admite opiniones diferentes. Precisamente, la selección de temas apunta a desarrollar la polémica sobre ellos. Ése es, también, un objetivo didáctico. El que cada uno de nosotros pueda construir su propia mirada sobre la relación naturaleza-sociedad.

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    Deforestación en Brasil en el siglo XIX. Los colonizadores europeos pensaban que los recursos naturales eran ilimitados.

    Capítulo 1

    LA ECOLOGÍA APARECE CUANDO LA CIENCIA PROVOCA DESASTRES

    Desde hace tiempo nos hemos acostumbrado a las noticias sobre temas de medio ambiente y a razonar en esos términos. Sin embargo, son poco conocidas las causas principales que desencadenaron esta preocupación por los temas ecológicos. A menudo se piensa –simplificando excesivamente la cuestión– que este interés se originó en el aumento de la contaminación en los países centrales.

    En realidad, la historia es un poco diferente y tiene otros matices, porque un mero aumento de la contaminación, lo único que hubiera logrado sería un movimiento para ponerle filtros a las chimeneas. Y todos estamos de acuerdo en que la preocupación ecológica va mucho más allá de eso. Esta preocupación intenta cambiar nuestra relación con el mundo. Y una de las formas de hacerlo es volver a pensar la ciencia de otra manera.

    La concepción ecológica pone en cuestión una cierta idea de lo que es la ciencia, entendida como un conjunto de disciplinas separadas unas de las otras. El químico estudia el comportamiento de unas sustancias en el agua. El sociólogo estudia la conducta de ciertos grupos humanos. Pero, la contaminación,

    ¿es un problema químico o un problema social? ¿Podría llegar a ser las dos cosas? ¿Qué decimos cuando vemos que en toda sociedad los más contaminados son invariablemente los más pobres?

    A esta altura, algunos científicos empiezan a ponerse nerviosos ante la dificultad para ubicar ciertos conocimientos en una disciplina o en otra. Pero, ¿qué significa –o qué esconde– esta voluntad de catalogar el conocimiento? Esto va en el cajón de la izquierda, aquello en el estante de arriba. O si lo preferimos: ¿a qué responden los límites actuales de las disciplinas en las que hemos fragmentado el mundo, y que se expresan en las diferentes asignaturas de los colegios?

    La historia comienza a fines del siglo XVIII, con la Revolución Industrial. El auge del maquinismo impuso la división social del trabajo. Los antiguos artesanos, capaces de hacer por sí solos un producto entero, fueron reemplazados por obreros que hacen partes cada vez más pequeñas de un objeto, que sienten cada vez más ajeno.

    Autores con enfoques tan distintos como Adam Smith y Karl Marx nos han dejado brillantes testimonios de cómo el viejo maestro relojero fue dejando paso al obrero que pinta las letras de los cuadrantes, al que coloca los ejes o al que ajusta las manecillas. Decenas de personas hacen con mayor rapidez y eficiencia el trabajo que antes realizaba una sola. Allá arriba, alguien distinto de ellos velará por el sentido del producto terminado.

    En el origen de la división social del trabajo está el tema del poder. No es lo mismo haber hecho una tuerca o una rueda, que haber terminado un automóvil. A medida que el poder económico y político se concentra en pocas manos, más se acentúa la división social del trabajo. La varita mágica del gran capital transforma a los hombres en engranajes cada vez más pequeños. A veces, apoyando la oreja para sentir el rítmico latido de un reloj, uno podría preguntarse si esos engranajes o esos circuitos electrónicos recuerdan en todo momento que hay alguien que tiene el poder de darle cuerda, adelantarlo, atrasarlo, o finalmente cambiarlo por otro que le guste más.

    Lo que ocurría en la fábrica era tan evidente y tenía tantas implicancias sociales, que a menudo olvidamos que con la ciencia pasó lo mismo. La división social del trabajo científico significó cortar el conocimiento en multiplicidad de pedazos, cada vez más pequeños. El hombre ilustrado del siglo diecinueve era poseedor de una vasta cultura, es decir, era propietario de una amplia franja del conocimiento.

    Al organizarse la ciencia como una fábrica, el hombre culto fue reemplazado por el especialista. El argumento era seductor: hoy la ciencia es tan compleja que nadie puede repetir la proeza de Dédalo o de Leonardo da Vinci, de abarcar por sí solo todos los campos del saber humano. Pintar Madonnas, diseñar máquinas para volar, construir fortalezas o inventar telares sería, en el futuro, obra de distintas personas.

    Así, la respuesta de la ciencia ante la complejidad del mundo fue compartimentarse en disciplinas cada vez más aisladas unas de otras. De este modo, se formaron los especialistas, definidos a veces como aquellos que saben casi todo acerca de casi nada, ya que para profundizar sus conocimientos tienen que reducir cada vez más su campo de acción. Y, generalmente, sin tener ni la menor idea de lo que están haciendo los que se ocupan de otros campos del conocimiento.

    ¿Qué ganamos y qué perdimos con la especialización? Ganamos una alta tecnología, capaz de realizar los productos más sofisticados: satélites artificiales, computadoras, productos de ingeniería genética. Y lo que perdimos es la visión del mundo. Porque el mundo no es un amontonamiento casi infinito de pequeños espacios investigables, sino que es una totalidad. La concepción ambiental procura recuperar esa totalidad. En este camino, hubo dos episodios del siglo XX que nos marcaron significativamente.

    Los científicos ante la bomba atómica

    La bomba atómica provocó un amplio debate sobre la ciencia y la ética de la ciencia. Durante todo el siglo XIX y parte del XX, el objetivo principal de la ciencia era ampliar los límites de lo posible. Es decir, que se debían hacer cosas que antes se consideraban como imposibles, sin preguntarse si eran buenas o malas.

    Esto, que hoy nos parece obvio, fue, como todas las cosas obvias, tardíamente asimilado por el sistema científico y tecnológico. Cuando a Robert Oppenheimer le preguntaron por qué había hecho la bomba atómica, contestó ingenuamente: Yo quería que funcionara.

    ¡El mundo, la totalidad, la vida y la muerte, el porqué y el para qué se quedaban afuera! Mi trabajo era lograr que funcionara. En otro lugar de la sociedad alguien se contestaría esas preguntas y tomaría decisiones solitarias sobre la vida y la muerte de millones de personas.

    Oppenheimer fue uno de los primeros científicos a los que la bomba le iba a cambiar la manera de pensar. (Es diferente de Albert Einstein, quien siempre estuvo en contra de los usos militares de la ciencia). Por eso, Oppenheimer primero ganó el Premio Nobel de Física por construir la bomba atómica, y después ganó el Premio Nobel de la Paz por luchar contra la bomba atómica.

    Las dos bombas atómicas arrojadas al fin de la Segunda Guerra Mundial provocaron decenas de miles de víctimas inocentes. ¿Esa ésa la ciencia que queríamos? A partir de la bomba atómica, el planteo fue que no todo lo posible era deseable, y que los científicos no eran meros ejecutores de órdenes, sino que tenían una responsabilidad social por lo que hacían.

    Entonces, las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 fueron uno de los disparadores del cuestionamiento de la ciencia tradicional, que caracteriza los enfoques ecologistas.

    Una represa que cambió mucho más que un río

    Pero hubo, además, otro hecho que sirvió como desencadenante para revisar hacia dónde estábamos llevando la ciencia. Se trata de la construcción de la represa de Asuán, en Egipto, sobre el río Nilo. Por los problemas técnicos que implicaba y la magnitud de la obra, se contrató a los mejores especialistas del mundo. La central hidroeléctrica más grande del mundo era la octava maravilla, comparable a las Pirámides.

    El equipo profesional estaba integrado, principalmente, por geólogos que analizaron la roca sobre la que se iba a asentar la represa, ingenieros que diseñaron las obras civiles y las turbinas, y economistas que calcularon el costo de la energía. Para la vieja concepción de la ciencia no hacía falta nada más.

    Por esa razón, no se les ocurrió contratar a un ecólogo, ni a un médico sanitarista. Cualquiera de ellos les habría explicado que en el Nilo vive un pequeño caracol de apenas un centímetro de diámetro, que es el transmisor de una enfermedad, hasta ahora incurable, llamada esquistosomiasis, comparable en algunos aspectos con la enfermedad de Chagas. Este caracol prolifera en aguas lentas. Como el Nilo tenía aguas relativamente rápidas, había muy pocos caracoles y solamente podían reproducirse en algunos remansos, que no abundaban demasiado.

    La represa, al cortar transversalmente el río, convirtió su curso superior en un lago. Esto hizo más lentas sus aguas. El resultado: una explosión demográfica de caracoles, e inmediatamente cientos de miles de personas contagiadas por esta enfermedad. Y lo peor es que la esquistosomiasis no era desconocida en Egipto, sino que era endémica. La momia de Tutankamón muestra las lesiones características de esta enfermedad. Y Napoleón llamaba a Egipto el país de los hombres con reglas, por haberlos visto orinar sangre, que es uno de los síntomas.

    Pero el impacto ambiental de la represa no se acabó allí. Porque también prescindieron de la presencia de un agrónomo. Si lo que vamos a hacer es producir electricidad y no aumentar los cultivos, ¿para qué podría servirnos un agrónomo? De ese modo, no se enteraron de que la agricultura egipcia dependía completamente de las inundaciones anuales del Nilo, que fertilizan las orillas, en este país de suelos arenosos. El fenómeno era bien conocido y fue descripto hace 2500 años por el viajero griego Herodoto, quien calificó a Egipto como un regalo del Nilo.

    lugar es una bendición, menos en Egipto. Sin fertilización, los suelos decayeron rápidamente y las arenas se adueñaron de los campos de cultivo: Egipto comenzó a importar alimentos en vez de producirlos.

    Otro de los expertos de los que prescindieron fue de un biólogo marino. En realidad, si estamos haciendo una represa a cientos de kilómetros del mar, ¿qué nos importa la biología marina? Dado que el Nilo desemboca en el Mediterráneo y que sus sedimentos aportan abundantes nutrientes a sus aguas, en su desembocadura había grandes cardúmenes, que eran la base de una importante industria pesquera.

    La represa actuó como filtro y contuvo los sedimentos. Esto significó menor aporte de nutrientes al mar, con el consiguiente decaimiento de la pesca. Los puertos egipcios sobre el Mediterráneo tuvieron una importante retracción económica.

    El balance de Asuán no pudo haber sido peor. Hemos construido una gran represa, para dar electricidad a un país que la necesita para su desarrollo, pero lo hicimos al precio de arruinar la agricultura y la pesca, y enfermar de un modo irreversible a muchos miles de personas. Y esto no lo hicieron unos irresponsables, sino los mejores especialistas del mundo.

    ¿Por qué pasó todo esto? El debate que siguió tuvo las proporciones del escándalo. La comunidad científica internacional se sintió casi tan conmovida como por la bomba atómica, aunque esta vez las causas eran diferentes. Con la bomba atómica, se vio que no bastaba con que algo fuera técnicamente posible para hacerlo deseable. Con Asuán, vimos que los mejores científicos del mundo eran capaces de producir desastres por algo que se nos aparecía como sutilmente distinto de la ignorancia.

    Otra forma de hacer ciencia

    La primera conclusión fue que los científicos eran inocentes. Desde el punto de vista de la ciencia tradicional, no habían cometido ningún error. El especialista en turbinas no tenía por qué ocuparse de los peces; el geólogo no tenía nada que hacer con los caracoles, ni el economista con las inundaciones.

    La culpable era la ciencia. Es decir, la concepción de ciencia como una serie de compartimentos aislados que no se preocupan unos por lo que ocurre con los otros. Una ciencia ocupada en absorber trozos de la realidad, en vez de abarcar totalidades.

    Después de Asuán, los científicos descubrimos una verdad elemental que es muy conocida. Y es que los hechos en la realidad se dan todos juntos, sin preocuparse de cuál es la ciencia que los va a estudiar. Era necesario pensar en una nueva forma de ciencia, una ciencia capaz de integrar conocimientos en vez de fragmentarlos.

    Esto llevó al fortalecimiento de los estudios interdisciplinarios, a los encuentros entre científicos de distintas especialidades. En esa intercomunicación, aparecieron algunas palabras que antes no se utilizaban. La expresión medio ambiente es una de ellas. Designa la preocupación por el entorno del hombre, sin importar qué ciencia o conjunto de ciencias lo estudie.

    Y entonces, con la soberbia que les daba su nuevo saber, los primeros ambientalistas plantearon: el medio ambiente es todo.

    En consecuencia, conocer el medio ambiente de un lugar determinado implicaba saberlo todo sobre ese lugar. La geomorfología, la hidrología, la vegetación y fauna, la edafología, el sistema económico, la conformación de las mitologías. A poco andar, los estudios ambientales llenaban gruesos volúmenes con una impresionante acumulación de datos, sin que esto permitiera avanzar demasiado en entender cómo funcionaba el mundo. Hacía falta un hilo conductor que permitiera organizar de un modointeligible esa confusión de datos.

    Y además, más y más científicos de diferentes disciplinas seguían sumándose al tema ambiental, con enfoques conceptuales e ideológicos que parecían incompatibles o, por lo menos, que nadie sabía muy bien cómo compatibilizar.

    Finalmente, sobresalieron algunos hitos y fue entonces cuando ciertos científicos se preguntaron qué tenían todos ellos en común, ya que en apariencia eran muy diversos: ¿el cuidado de la fauna silvestre y los efectos fisiológicos del ruido en las grandes ciudades? ¿La protección de los recursos naturales para mantener el abastecimiento de insumos a la producción industrial? ¿Su protección porque son obra de Dios y es necesario sacralizarlos? ¿Qué es lo que une tanta diversidad? Que en todos los casos estamos hablando de las relaciones entre naturaleza y sociedad. Es decir, que no se trata de temas de ciencias naturales o de temas de ciencias sociales, sino de los que surgen del cruce entre ambos grupos de ciencias.

    Esto otorga un sesgo particular a lo que vamos a decir. No se trata ya de proporcionar una descripción minuciosa de ciertos ecosistemas, dando el enfoque de todas las ciencias posibles. Se trata, en cambio, de ver qué relación tiene la sociedad humana con ese ecosistema, si lo usa para habitarlo, para producir algo, para recrearse o para lo que fuere.

    Recordemos que un ecosistema es un lugar físico de ciertas características naturales y límites bien definidos: una selva, un desierto, un río. Pero, además, un ecosistema es un conjunto de relaciones que se dan en ese lugar: qué plantas crecen y usando cuáles nutrientes. Qué herbívoros se las comen, qué carnívoros los depredan o qué descomponedores se hacen cargo de sus restos. Un ecosistema es el escenario en que se representa el drama de la vida, pero también es la propia pieza teatral, con todos sus personajes en escena.

    Diferentes sociedades se comportan de manera distinta con la naturaleza. Utilizan unos recursos naturales, depredan otros, dejan algunos sin usar como si no existieran. Esto no depende solamente de cuáles recursos naturales existen en cada lugar, sino también de qué formas de organización

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