Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay
Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay
Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay
Ebook426 pages6 hours

Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay

Rating: 5 out of 5 stars

5/5

()

Read preview

About this ebook

Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:

Tu padre me pone
Nando, el protagonista de este relato, tiene una curiosa manera de definir lo que le sucede cuando conoce a ese hombre fenomenal: "Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo." Más allá de este dato curioso, este relato cerdo-romántico te encantará.

Iván
Alex estuvo toda su infancia de una casa de acogida en otra hasta que acabó en casa de Iván, a quien llegó a considerar como su hermano mayor. Años después desarrollaron un vínculo que iba mucho más allá, pero una pelea los separó. Ahora, Alex e Iván tendrán que volver a escribir su historia y encontrar la manera de que “lo suyo” funcione sin hacer daño a terceros.

Cuando ya no te esperaba
Luis es un hombre de 36 años que vive secretamente enamorado de Sergio, su mejor amigo hetero. Un día, con la tontería, hacen una apuesta. Sergio afirma que los hombres no le ponen lo más mínimo y Luis le dice que es capaz de ponerlo a tono sin tocarle nada más que el pecho. Lo que empieza siendo un casi inocente juego se acaba convirtiendo en una montaña rusa de sensaciones, placer, infidelidades y mucho morbo. Un relato tan excitante como emocionalmente demoledor.

Siete horas para amarte
Mateo trabaja en un bar de copas. Una noche Eduardo, un chico a quien aún no conoce, le confiesa que lo ha visto montárselo en el coche con su novia y que le gustó mucho lo que vio, aunque en la novia francamente ni se fijó. Mateo no quiere saber nada de esas historias, es hetero y nunca ha sentido absolutamente ninguna atracción por otros hombres. El problema es que tras conocer a Eduardo su cuerpo parece empeñado en traicionarle.

En la frontera del agujero negro
El capitán y el primer oficial de una nave estelar a veces desarrollan un vínculo muy especial. En este relato descubrirás qué puede ocurrir si alguien descubre por casualidad al primer oficial llamando con los nudillos a la puerta del capitán, como si no quisiera que quedara registro de su visita a la cabina del oficial al mando...

Bañado por moteros
El protagonista de esta historia tiene un sueño digno de una reina, aunque para hacerlo realidad no será suficiente con bañarse en leche de burra.

La muerte nos sienta tan bien...
Rafa acaba de perder a su pareja por culpa de un terrible secreto. Lían se entera de la tragedia y propone a Rafa unirse a su exclusivo club de viudos buenorros. Lo que en principio parece una especie de grupo de apoyo se transforma en algo oscuro y peligroso, pero también tan excitante que Rafa se verá atrapado entre lo que le dice su cerebro y lo que le ordena su entrepierna. Inolvidable la aparición de Juancho y el polvazo en los baños del supermercado.

Joe 2.0
Joe es un héroe que aparece en ciertos momento de mi vida... para salvarme de una muerte horrible. La primera vez yo tenía ocho años. La segunda acababa de cumplir los treinta. Pero él no había cambiado nada...

Veinte días
Versa sobre los veinte días que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".

El sobrino del coronel
Nada le gusta más al sobrino del coronel que esperar en casa a que su tío le lleve a los nuevos reclutas como si se tratara de un presente.

Venganza
Juan le cuenta una noche a su novio que sus hermanos lo torturaban de crío por ser homosexual. Juan ya no tiene contacto con su familia pero su novio decide vengarse por su cuenta de los tres hermanos. Aunque las cosas no salen siempre como uno las planea...

Acerca del autor: Marcos Sanz es un escritor (y un hombretón bastante bear) de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando leer relatos eróticos gays para hombres escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.

LanguageEspañol
PublisherPROMeBOOK
Release dateAug 5, 2016
ISBN9781370787999
Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay

Related to Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay

Related ebooks

Gay Fiction For You

View More

Related articles

Related categories

Reviews for Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay

Rating: 5 out of 5 stars
5/5

1 rating0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Iván. Y otros 10 relatos eróticos gay - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Tu padre me pone

    I

    A Gusta lo conocí mi primer día en la universidad. Estaba apoyado en una pared con pinta de no importarle nada una mierda. Le pregunté si sabía donde estaba la clase de TICs de primero. Me dijo que él también tenía que encontrarla y nos pusimos a buscar juntos.

    Nos hicimos amigos rápidamente. Tanto que al final del día iba a contarle que soy maricón. Pero entonces alguien mencionó que un profe lo parecía y le cambió la expresión de la cara. De hecho, su rostro se agrió. Intuí que tenía algún problema con los gays y decidí no decir nada de lo mío. Era mi primer y único amigo de momento en la universidad. No me apetecía perderlo.


    II

    Con el paso de los meses llegamos a conocernos bastante bien. Él era hetero y tenía una novia a la que por temas de trabajo sólo podía ver dos fines de semana cada mes. Follaba poco pero estaba enamorado, así que se aguantaba y se mataba a pajas. Alguna vez me preguntaba si yo tenía novia pero siempre me las apañaba para decir algo interesante que le hacía olvidarse de que me había hecho esa pregunta. Después de haber visto varias veces que la mención hacia gays o lesbianas siempre hacía que se le frunciera el ceño y pusiera cara de querer matar a alguien había decidido que nunca le diría lo mío. Pero tampoco estaba dispuesto a mentir. No tenía por qué esconder nada. El problema, si es que había un problema, lo tenía él, no yo. Sin embargo, Gusta era un buen amigo. Me gustaba mucho su compañía y me lo había pasado de puta madre las tres veces que nos habíamos emborrachado. Mientras no me preguntara abiertamente, las cosas seguirían como estaban.


        III

    Siempre hacíamos los grupos juntos y para un trabajo de mates que necesitábamos sólo ser dos, nos pusimos también juntos. Así es como por fin un día fuimos a su casa y así es como conocí a su padre.

    El tío estaba sentado al ordenador cuando llegamos y no llevaba más que unos calzoncillos blancos bastante ajustados. Me quedé embobado mirándole la pelambrera del pecho.

    —Papá, éste es Nando. Vamos a trabajar un rato en mi cuarto.

    El padre de Gusta me miró y sonrió y yo sentí como el ano se me estremecía. Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo. Gusta me cogió del brazo y tiró de mí en dirección a su habitación. Su padre me siguió, con su mirada y su sonrisa, hasta que lo perdí de vista.

    —Siento que hayas tenido que verlo casi desnudo. Ya estoy hasta los cojones de decirle que no vaya así por la casa.

    —Bueno, es su casa —murmuré. —Puede ir como le dé la gana. A mí no me molesta ver a nadie con poca ropa.

    —A mí no me gusta. Cuando viene mi novia paso vergüenza.

    Ahí estaba otra vez. El ceño fruncido, la cara agriada. Empezaba a comprender cuál era el problema de Gusta con los gays.

    —¿Tu padre es maricón? —Solté a saco.

    Gusta me miró sorprendido.

    —¿Cómo lo has sabido? ¿Estaba viendo porno cuando hemos entrado? —Dijo enfadado, como a punto de levantarse para darle una hostia.

    —No, no. En realidad lo he sabido por tu actitud. Cada vez que alguien menciona la homosexualidad te pones de uñas, como los gatos.

    —¿Ah, sí? Pues debe ser instintivo. No me he dado cuenta.

    —Pues lo haces.

    —No tengo nada contra los gays. Si tú lo fueras no podría importarme menos. Pero sí tengo algo contra este gay. Metió a un tío en casa una semana después de que mi madre se largara. Y no me preguntó qué opinaba yo.

    —¿Y qué opinabas?

    —Que me importa tres mierdas con quién se acueste pero que podría haberme dicho que iba a traer a su novio a vivir con nosotros. No soy un puto mueble del comedor. Soy su hijo. Una conversación al menos me debía.

    —Ya...

    —De todas formas el novio le duró dos semanas. Mi padre se cansa enseguida de sus rollos. Ya lleva tres años sin pareja y no parece que le haga mucha falta. Y yo prefiero que nadie viva aquí permanentemente. Así que por ahí, bien. Qué. ¿Nos ponemos a currar?

    Estuvimos trabajando tres interminables horas con el trabajo de mates. Yo no me quitaba la pelambrera del pecho de su padre de la cabeza. Al final y aunque no tenía ganas de mear le pregunté a Gusta cómo se llegaba al baño. Tenía ganas de ver otra vez a ese pedazo hombre.

    Salí de la habitación y me dirigí hacia el aseo, aunque no era mi destino real. Eché un vistazo al comedor. El padre de Gusta seguía allí. Me vio y me saludó. Otra vez esa sonrisa traviesa. El tío era un seductor nato.

    —¿Qué tal lleváis el trabajo? —Me preguntó, mirándome de arriba a abajo sin cortarse un pelo.

    —Es un coñazo.

    —¿Vas al baño?

    —En realidad no. Quería estirar las piernas —dije, acercándome a él. Aquello era muy mala idea. —¿Qué haces?

    —Tontear. Hoy es mi día libre. No tengo nada que hacer. Excepto rascarme los huevos —dijo, tocándoselos.

    Mi mirada se posó ahí y ya no pude moverla. La sonrisa del padre de Gusta se ensanchó.

    —Vaya. Creo que esto llama tu atención —dijo, bajando la voz.

    —Mucho —murmuré, tras tragar saliva.

    —Entonces supongo que te gustará que haga esto.

    El tío se sacó las bolas por un lado del calzoncillo. Tenía unos cojones grandotes y muy peludos. Preciosos.

    —Jo... der...

    —¿Te gustan? —Susurró.

    Asentí con la cabeza.

    —¿Te los quieres comer?

    Volví a asentir.

    —No sería apropiado —dijo, guardándoselos. —No con mi hijo en la habitación.

    —Ya...

    —Quizá en otra ocasión.

    —Sí...

    Me di la vuelta como un autómata y me fui hasta el cuarto de baño sin creerme lo que acababa de pasar.


    IV

    Al día siguiente hablamos de quedar otra vez para seguir con el trabajo. Le pregunté a Gusta si quería que lo hiciéramos en la universidad.

    —¿Por qué? En mi casa estaremos más cómodos.

    —Bueno...

    —¿Te incomodó ayer mi padre?

    —No, no.

    —Pues vente después de comer.

    A las cuatro de la tarde me presenté en su casa bastante nervioso. Pero mientras llamaba al timbre recordé que el padre de Gusta me había dicho el día anterior que no tenía nada que hacer porque era su día libre. Así que hoy no debía estar en casa. Estaría trabajando.

    Para mi sorpresa fue el padre de mi amigo quien me abrió. Esta vez iba vestido. Llevaba un polo verde ajustado y unos vaqueros rotos por varios sitios. Estaba muy guapo.

    —Hola, Nando —me saludó, con su habitual sonrisa traviesa. —Gustavo te está esperando.

    —Oye, ¿cómo te llamas? No te puedo seguir llamando padre de Gusta cuando pienso en ti.

    —¿Piensas en mí? Qué mono. Me llamo Juanjo —dijo, estrechándome la mano.

    —Pensé que no te vería. Que estarías trabajando.

    —Estoy trabajando. Trabajo en casa.

    —¿Ah, sí?

    —Soy diseñador gráfico.

    —Qué interesante.

    —Me visto para trabajar. Es parte de la rutina. Pero me habría encantado haberte abierto la puerta en calzoncillos. Te habría dejado meter la mano por un lado y sobarme los cojones.

    —Creo que debería... —dije, señalando la habitación de su hijo.

    —Claro. Divertíos. Yo voy a seguir con lo mío.

    Entré en la habitación de Gusta literalmente temblando. Mi amigo me tiró una almohada a la cara. Luego la recogió del suelo riendo y se me quedó mirando.

    —¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma.

    —Nada. Vamos a trabajar.

    —¿No se te habrá insinuado mi padre?

    —¡No, por Dios! —Dije, quizá demasiado vehementemente. —¿Alguna vez lo ha hecho? ¿Insinuarse a tus amigos?

    —Más le vale que no porque le partiré la cara.

    —Míralo por el lado positivo —dije. —Nunca se le va a insinuar a tu novia.

    —Eso es verdad.

    Trabajamos en el puto trabajo de mates otras dos horas, hasta que Juanjo tocó a la puerta.

    —¿Se puede?

    —Abre —contestó su hijo de mal humor.

    Juanjo se asomó sonriendo.

    —¿Por qué llamas hoy? Siempre entras sin avisar —se quejó Gusta.

    —Por si os estabais besando.

    —¡Papá!

    El cabreo que pilló Gusta fue bonito. Agarró otra vez la almohada que me había tirado a mí y empezó a pegarle en la cabeza a su padre. Juanjo se tronchaba y yo me había puesto colorao.

    Cuando se cansó de atizarle almohadazos Gusta se dejó caer en la silla del escritorio, acalorado. Luego se dio cuenta de que su padre seguía ahí plantado.

    —¿Qué querías?

    —Me preguntaba si tu amigo querría cenar esta noche con nosotros.

    Yo me quedé mudo. Aquello sí que no me lo esperaba.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Nada especial. Alitas y si me apetece igual hago una tortilla de patatas. Si no, hay lomo.

    —Si haces la tortilla se queda —decidió Gusta por mí.

    —Vale. Pero tendrás que bajar a por huevos. Yo tengo que acabar la web con la que estoy ahora. Tengo para un par de horas.

    —Bien. Nosotros iremos a comprar.

    Juanjo levantó una ceja. Me di cuenta de que había esperado que pudiéramos quedarnos a solas mientras su hijo se iba a comprar. Pero aquello no iba a suceder.

    —Bueno. Os dejo que trabajéis.


    V

    Fue una velada de lo más agradable. Juanjo era más que divertido, encantador. Mucho más alegre y joven que su propio hijo. Gusta estuvo bastante serio pero parecía contento de que por una vez su padre se comportara como un padre normal. Claro que lo teníamos engañado. Juanjo no dejaba de lanzarme miradas cargadas de sexo y yo intentaba no ponerme a tartamudear a la primera de cambio.

    Antes de pasar al postre Gusta se metió en el cuarto de baño y Juanjo se levantó de su silla, vino hasta mi sitio y me puso las manos sobre los hombros. Un escalofrío de placer me recorrió de arriba a abajo.

    —¿Sabes lo que te haría? —Me dijo al oído.

    —¿Qué? —Quise saber, casi sin voz.

    —Me sentaría en tu cara para que pudieras olerme los huevos. Seguro que es algo que te encanta. Y luego dejaría que me los chuparas lentamente, que me comieras los cojones y después el agujero. Tienes cara de hacer unas comidas de culo brutales. ¿Te gustaría eso?

    —Me encantaría...

    —Y luego...

    La puerta del baño se abrió y Juanjo se fue tranquilamente para la cocina. Gusta se sentó y comentó que había comido demasiada tortilla. Yo miraba mi plato.

    —Te has ruborizado —observó Gusta.

    —Siempre me pasa con el vino.

    —No te habrá soltado alguna mariconada...

    —¿Tu padre? Qué va. Es... un encanto.

    —Yo jamás lo definiría así.

    —Bueno. Es normal. Eres su hijo. Pero es muy simpático. Y buen anfitrión.

    —Claro. Un buen anfitrión siempre va en calzoncillos por la casa.

    —Sólo en su día libre.

    —No lo defiendas. No es tu amigo. Yo soy tu amigo. Él es sólo mi padre. Y no es un gran padre.

    —Vale...

    Juanjo volvió de la cocina con una tarrina de helado, tres cuencos y tres cucharas.

    Y comimos el postre.


    VI

    Ya sólo nos quedaba reunirnos un último día para acabar el trabajo de mates. Teníamos que terminarlo sí o sí porque el plazo para entregarlo expiraba esa misma noche a las diez. Tenía unas ganas horribles de quedarme a solas con Juanjo, aunque fuera un minuto escaso. Quería que volviera a tocarme y que pusiera más imágenes en mi subconsciente, ya que era lo único que podía colocarme con Gusta por ahí.

    Cuando entramos, Juanjo estaba hablando por teléfono y ni nos miró. Fuimos a la habitación directamente y nos pusimos enseguida con el trabajo. Yo estaba un poco desencantado. Había esperado su mirada y su sonrisa al llegar. Como me habían faltado, me sentía un poco vacío.

    Pero al cabo de cinco minutos tuve mucho más.

    Juanjo entró sin avisar en la habitación y Gusta cogió un rebote.

    —¡Llama antes!

    —¿Para qué? El otro día quedó claro que no os voy a pillar besándoos.

    —¿Qué quieres?

    Juanjo me señaló.

    —¿Me lo prestas?

    —Ah, vale.

    Yo no entendía nada.

    —Es para que me des tu opinión. Tengo dos posibles diseños para una web y no consigo decidirme por uno.

    —Los dos son buenos —dijo Gusta.

    —Ah, tú ya los has visto... —Murmuré.

    Juanjo ya se había vuelto para el comedor.

    —¿Vienes, Nando? —Se oyó.

    —Claro.

    Salí de la habitación y vi como Juanjo me pedía por gestos que cerrara la puerta. Pero no le hice caso. Gusta podría sospechar si lo hacía y no tenía muy claro a dónde estaba dispuesto a llegar con su padre con él en casa.

    Juanjo no se molestó en enseñarme los dos diseños para la web. Cuando llegué a su altura me cogió de la nuca y me metió un morreo que hizo que las piernas me temblaran. Su hijo podía salir en cualquier momento de la habitación, cuya puerta seguía abierta, pero a Juanjo aquello no parecía importarle lo más mínimo.

    Dejé que me besara cerca de un minuto pero al final lo aparté, preocupado.

    —A ver. Enséñame otra vez el otro —dije, intentando sonar convincente.

    Juanjo me tomó la mano y la colocó sobre su bulto. Tenía una erección impresionante.

    —Mira cómo me has puesto —me susurró.

    Sin darme tiempo a reaccionar se abrió el pantalón y me enseñó la polla. La piel del prepucio le hacía una amplia balsa alrededor del glande, balsa que se había llenado de líquido preseminal. El padre de Gusta era muy precumero. Metió el dedo gordo en la balsa de precum y lo untó bien untado. Después lo llevó hasta mis labios. Le chupé el dedo con una excitación que me estaba nublando todos los sentidos. Cuando no quedó precum en el dedo volvió a mojarse el pulgar en la pollaca y me alimentó de nuevo.

    Chupé su dedo otra vez sintiendo cómo me subía una especie de fiebre. Después escuché un ruido en la habitación de Gusta y salí disparado hacia el baño donde me encerré.

    Aquel día no hicimos nada más, Juanjo y yo. Pero estaba claro que no íbamos a parar hasta que acabáramos en una cama. Y que eso iba a suceder más temprano que tarde.


    VII

    Las cosas con Gusta comenzaron a ponerse raras hasta que comprendí que era yo quien estaba empezando a sabotear nuestra amistad. Intentaba que nos peleáramos y después de un examen de conciencia me di cuenta de que ya había trazado hasta un plan. No quería pelearme con Gusta para evitar volver a ver a su padre. Todo lo contrario. Quería que dejáramos de ser amigos para tener vía libre y poder acostarme de una vez con Juanjo sin cargo de conciencia. Claro que iba a ser imposible no tener cargo de conciencia. Lo único que podía hacer era justo lo que estaba haciendo casi sin querer: pelearme con Gusta y acostarme con su padre sin que él nunca se enterara. Era la mejor forma de no hacerle daño y ya tenía muy claro que era la única opción disponible. No podía quitarme a su padre de la cabeza. Lo de alimentarme de precum era mucho más que una simple imagen en mi subconsciente. Me había dado un adelanto, algo con lo que engancharme hasta la médula. Algo que no me permitía concentrarme en nada más.

    Mi otro problema era cómo encontrarme con Juanjo a espaldas de su hijo. Después de una bronca con Gusta que pareció más definitiva que otras veces se me ocurrió que lo mejor era saltarme las clases una mañana y presentarme en casa de Juanjo (y Gusta) mientras mi ex amigo estuviera en clase.

    No podía estar seguro de que fuera a encontrar a Juanjo en su casa, ni siquiera de que quisiera acostarse conmigo. Quizá le daba morbo decirme guarradas si su hijo nos podía pillar pero se le bajaba sin ese aliciente. O quizá Gusta le hubiera contado que se había peleado conmigo y Juanjo decidiera no tener relaciones con los amigos de su hijo, cosa sensata, por otra parte.

    Pero no podía seguir sin saber. Así que al día siguiente de mi gran pelea con Gusta me salté las clases y me presenté en su casa.

    Llamé al timbre. Estaba más nervioso de lo que nunca lo he estado. No sabía lo que iba a decirle a Juanjo.

    La puerta se abrió por fin y me quedé con un palmo de narices. Era Gusta quien me había abierto. Tenía los ojos rojos. Parecía haber llorado toda la noche. Cuando me vio no podía creer que estuviera allí. Me abrazó con fuerza y empezó a pedirme perdón por la pelea. Me dijo que yo era el mejor amigo que había tenido nunca y que no iba a permitir que volviéramos a pelearnos jamás. Que toda la culpa era suya. Creyó que yo había ido a clase y que al no verlo había ido a su casa preocupado por él, incluso después de la gran pelea que habíamos tenido el día anterior.

    Al menos no sospechó que yo, a quien había ido a ver, era a su padre.

    Gusta me hizo pasar. Juanjo nos miraba preocupado desde su silla frente al ordenador.

    —Menuda noche le has hecho pasar —me dijo, a modo de saludo.

    —Lo siento. Discutimos por una tontería, en realidad —me disculpé.

    Creo que Juanjo sabía perfectamente lo que había pasado. Sabía que yo estaba allí aquella mañana por su polla, no por su hijo.

    Parecía que Gusta iba a formar parte siempre de aquella ecuación. Aunque aún no podía siquiera imaginar de qué maneras.


    VIII

    La nueva, mejorada y reforzada amistad con Gusta sirvió para que acabáramos en su casa más a menudo, aunque no hubiera trabajos para la universidad por hacer. Veía a Juanjo más que antes pero era imposible quedarme con él a solas. Además el padre de Gusta no había vuelto a plantar ninguna imagen en mi subconsciente ni, por descontado, a darme de comer su precum, por lo que poco a poco la fiebre empezó a apagarse hasta casi desaparecer de nuestras vidas. Al menos en teoría.

    Un día Juanjo nos dijo que quería cambiar la mampara de la ducha y que estábamos invitados a acompañarle al Leroy. Gusta se quejó de ser mano de obra barata.

    —No te digo que me ayudes a instalarla. Tener hijos para esto...

    —Te acompañamos si nos invitas a comer al Burguer —negoció su hijo.

    —Pero ya habéis comido.

    —Comeremos otra vez.

    —Está bien.

    En ningún momento se me ocurrió que Juanjo estuviera planeando quedarse conmigo a solas. Ir al centro comercial con Gusta tampoco parecía una ocasión propensa a hacer fechorías. Pero después de media hora dando vueltas por el Leroy, cada uno a su bola, vi a Juanjo aparecer al final del pasillo de las lámparas y hacerme gestos para que fuera hacia el último pasillo de la derecha.

    Caminé hacia donde me decía buscando a Gusta con la mirada. No se le veía por ninguna parte.

    En el pasillo elegido había un hombre mirando felpudos de bienvenida, ya es mala suerte. Juanjo se pegó a mi cuerpo y dijo:

    —Lo he despistado. Posiblemente tengamos tres minutos. Aprovechémoslos.

    —¿Y qué se puede hacer en un sitio público en tres minutos?

    —Te puedo abrazar.

    Juanjo abrió los brazos y me dejé caer contra su pecho. Con el rabillo del ojo vi que el hombre de los felpudos nos miraba con cara rara para desaparecer al momento por otro pasillo.

    Fueron posiblemente cinco minutos pero nos cundieron como treinta. El contacto nos puso tiernos y muy duros a la vez. Era estupendo abrazar a este hombre. Cuando nos separamos, conscientes de que si Gusta nos buscaba acabaría asomándose y descubriéndonos, nos recolocamos el paquete.

    —Menudo empalme... —Murmuró Juanjo.

    —Pues sí...

    —Tienes un buen cacharro ahí. Te había imaginado menos pollón.

    Me sentí halagado.

    —Tengo unas ganas de que me vuelvas a alimentar... —le dije.

    —Y yo. Nando... ¿Quieres que te pase mi móvil? Podríamos quedar para vernos de una bendita vez sin Gustavo.

    —No lo sé. No creo que sea buena idea.

    —Robar tres minutos como ahora tampoco lo es. —Juanjo sacó el móvil pero yo me di la vuelta y me alejé.

    No estaba preparado para tener su número y añadir encendidos mensajes de wasap a nuestra extraña relación. Y dudaba de que estuviera preparado algún día.


    IX

    Por si no fuera suficiente con la atracción que sentía hacia su padre las cosas también empezaron a complicarse con Gusta. Un día lo estaba buscando por la uni para almorzar. Siempre solíamos hacerlo juntos. Por lo general también solíamos sentarnos pegados en clase pero ese día él había llegado un poco tarde y ya se me habían acoplado al lado dos compañeras. Por eso no estaba con él cuando terminó la clase y por eso me desapareció del radar.

    Estuve dando vueltas por los sitios comunes pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. Como se me acababa el tiempo decidí almorzar solo. Pero antes de ir a la cafetería entré a un baño a lavarme las manos y vi a Gusta por el espejo, meando en un urinario. Iba a decirle que llevaba un montón de rato buscándolo cuando me di cuenta de que Gusta no estaba meando. El movimiento de su mano derecha indicaba sin lugar a dudas que se estaba masturbando. Y parecía que el hecho de que hubiera entrado otro tío en el baño que pudiera verlo por el espejo o sacarse la polla a su lado lo había puesto más caliente, a juzgar por los movimientos de su brazo y por lo separado que estaba del urinario.

    Pensé que lo más prudente era salir por patas. No quería que las cosas se pusieran más raras de lo que ya lo estaban. Pero permanecí cerca de dos minutos mirándolo por el espejo. Gusta seguía dándose caña cada vez más desinhibido, aunque yo sólo lo veía de espaldas. Además, él no podía saber quien lo estaba observando. Podía ser un alumno cualquiera pero también un profesor. O algún camarero de la cafetería. Parecía que el no saber quién había detrás mirando lo ponía bien cerdo.

    No voy a negar que me gustara verle masturbarse. Pero lo cierto es que no me excité con la situación. Él, sin embargo, estaba en su salsa, cada vez más acelerado, hasta que lo vi ponerse de puntillas cuando por fin se corría. Dejó incluso escapar alguna interjección de gustazo total mientras se derramaba en el meadero. Después se sacudió la polla pero no le bastó y tuvo que quitarse un goterón con el dedo. Finalmente se giró para ir a por papel, con la polla todavía en la mano, como si no le importara quien estuviera allí ni que le vieran.

    Pero... sí le importó.


    X

    Gusta me esquivó el resto del día. Y el día siguiente. Y cuando en clase de Bases Didácticas no hizo equipo conmigo me dije que aquello había llegado demasiado lejos. Lo seguí después de clase sin que me viera hasta que lo vi meterse en otro baño. Entré rápidamente para que no pudiera escaquearse de mí. Se estaba lavando los manos. Me miró con su típica cara agria.

    —Tenemos que hablar —le dije.

    —No hay nada de qué hablar.

    —Me estás esquivando.

    No dijo nada.

    —¿Ya no hacemos grupo juntos?

    —No me siento cómodo contigo.

    —Dijiste que nunca volveríamos a pelearnos por una tontería.

    Con eso conseguí tocarle la fibra.

    —No es una tontería. Me da mucha vergüenza lo que pasó. Y me da vergüenza hablarlo contigo.

    —Pues no lo hablemos. Pero no me des de lado, joder.

    —No soy maricón —me dijo.

    —¿Y eso qué tiene que ver?

    —A veces me gusta hacerme pajas en el baño. Y si alguien me pilla... me gusta. Pero no soy maricón. Nunca me comería una polla.

    —No tienes que explicarte.

    —Ya. Pero sólo quiero que lo sepas. Aunque me vieras hacer aquello sigo siendo el de siempre.

    —Ya lo sé.

    —No quiero que me trates diferente.

    —No lo haré. Espera... ¿Por qué tendría que hacerlo?

    —Si tú fueras maricón yo intentaría tratarte igual que siempre. Pero no sé si podría. Ya sabes. Con lo de mi padre ya tengo suficiente bandera del orgullo en mi vida.

    Me lo quedé mirando un buen rato, preguntándome si había llegado el momento de sincerarme. Pero no lo vi nada claro.

    —No te preocupes. Nada va a cambiar. Si te soy sincero, yo también lo he hecho alguna vez.

    —¿El qué?

    —Pajearme en un baño.

    —No jodas.

    —No aquí. En centros comerciales. Delante del espejo. Si escucho que va a entrar alguien me meto corriendo en un water.

    —¿Te haces pajas en centros comerciales? Qué cerdo.

    —Mira quién fue a hablar.

    Problema solucionado, aunque había dejado escapar una buena oportunidad de contarle lo mío. En cierto sentido no lo había hecho por puro egoísmo. Estaba cada vez más colado por su padre y si Gusta creía que me gustaban las tías sería más difícil que acabara atando cabos.


    XI

    El siguiente viernes Juanjo volvió a invitarme a cenar con ellos y tras la cena puso una película de aventuras. La peli resultó ser un bodrio y cuando faltaba una media hora para que acabara, Juanjo me hizo un gesto para que mirara a Gustavo. Mi amigo se había quedado roque.

    Era casi la primera vez que teníamos una oportunidad real de hacer alguna cosa y Juanjo no pensaba desaprovecharla. Bajó un poco el volumen del televisor para que ninguna escena acompañada de la malísima y escandalosa banda sonora despertara a Gusta y me hizo gestos para que lo siguiera. Nos metimos en la cocina que comunicaba con el salón por una amplia barra americana además de por la puerta. Desde el interior de la cocina Juanjo podía vigilar el sueño de su hijo. Me hizo gestos para que me sentara en el suelo, contra la barra. Así mi cara quedaba a la altura de su entrepierna. Si Gusta se despertaba y miraba hacia la cocina solo podría ver la parte superior del cuerpo de su padre y yo tendría tiempo para hacer como que buscaba algo en alguno de los cajones. Un cazo para calentar leche o algo así.

    Juanjo se desabrochó el pantalón sin mucha ceremonia. Yo tampoco estaba para hostias. Llevábamos yo no sé cuanto tiempo esperando aquello. La polla  aún morcillona de Juanjo pegó en mi nariz y un hilo de precum hizo camino de mi nariz a mis labios. Saqué la lengua para recogerlo y le di luego un buen par de lametones en el glande, rebuscando todo el líquido con la lengua por entre la piel del prepucio. Aquello sabía de muerte. La polla se le puso dura en cuestión de segundos y me encantó verla por fin palpitando en todo su esplendor a milímetros de mi cara. Después me puse a mamar como si no hubiera un mañana.

    Juanjo tardó poco en desatender la vigilancia del durmiente y se dedicó en adelante a observar cómo se la mamaba. No podíamos hacer ni el más mínimo ruido lo cual lo hacía todo aún más excitante.

    Me encantaba mirar desde allá abajo su cara de gusto mientras le comía la polla. Después de un buen rato tragando rabo por fin me llegó al cerebro la información. Tenía la polla de Juanjo en mi boca, alimentándome cada poco con generosos chorrazos de precum. Por fin aquel hombre increíble era mío. Me abrí rápidamente la bragueta y me saqué la polla, con la urgencia de liberar la tensión acumulada durante tanto tiempo. No recordaba la última vez que me había hecho una paja. Ahora era el momento, con la boca bien llena de la carne del hombre más apuesto e interesante que había conocido.

    Juanjo sonrió al verme la polla y se echó un poco hacia atrás para dejar caer un salivazo en la punta de mi rabo. Buena puntería. Comencé a hacerme un pajote con su saliva mientras volvía a amorrarme a su vergajo. Mmm, su polla sabía de vicio. Su abundante precum era un regalo. No había probado una polla tan rica como aquella antes. Juanjo me acariciaba las mejillas. Creo que tenía ganas de darme cachetadas en los mofletes pero se contenía por no hacer ruido. En cierto momento me agarró la cabeza y fue él quien hizo el movimiento. Gusta debía estar bien sobao para que su padre se atreviera a hacer aquello. El caso es que me

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1