Encuentre sus próximos favoritos book
Conviértase en miembro hoy y lea gratis durante 30 díasComience los 30 días gratisInformación sobre el libro
Explosión sexual: Cómo ayudar a los niños a desarrollar una sexualidad sana en un mundo expuesto a la cultura porno
Por Cindy Pierce
Acciones del libro
Comenzar a leer- Editorial:
- Alba Editorial
- Publicado:
- Jul 1, 2016
- ISBN:
- 9788490652152
- Formato:
- Libro
Descripción
Acciones del libro
Comenzar a leerInformación sobre el libro
Explosión sexual: Cómo ayudar a los niños a desarrollar una sexualidad sana en un mundo expuesto a la cultura porno
Por Cindy Pierce
Descripción
- Editorial:
- Alba Editorial
- Publicado:
- Jul 1, 2016
- ISBN:
- 9788490652152
- Formato:
- Libro
Acerca del autor
Relacionado con Explosión sexual
Vista previa del libro
Explosión sexual - Cindy Pierce
A mi marido, Bruce Lingelbach. Gracias por tu fe en este mensaje y tu interminable apoyo.
A nuestros hijos, Zander, Sadie y Colter. Nos hacéis reír e ilumináis nuestras vidas.
Os quiero a todos.
Prólogo
A menudo me piden que dé charlas a licenciados que están formándose para ser educadores sexuales. Sus preguntas reflejan la angustia y el vértigo que suelen acompañar a la perspectiva de entrar en su propia aula. Una pregunta que se repite una y otra vez es: «¿Cómo responde usted a las reacciones negativas de los padres que podrían tomarse a mal lo que enseña a sus hijos?». Mi respuesta siempre les sorprende: no me encuentro con reacciones negativas por parte de los padres. De hecho, en los más de veinticinco años que he sido educador sexual en las aulas, puedo contar con los dedos de una mano las veces en que los padres han tenido una reacción negativa. La razón es muy sencilla. Trato a los padres como aliados y no como adversarios, como cómplices y no como un problema.
Los futuros profesores a veces necesitan un momento para asimilar esta respuesta. Lo entiendo. En los medios rara vez se habla de padres encantados con los profesores de sus hijos. En consonancia con la filosofía «si hay sangre, vende» propia de los medios, las noticias sobre relaciones de enfrentamiento son más propicias para la televisión o para los posts en los blogs. Pero no hay absolutamente ninguna razón para que padres y profesores estén enfrentados, y menos en algo tan importante como la educación sexual.
Los chicos de hoy día viven inmersos en una sociedad que no está muy interesada en su salud sexual. (Tampoco está muy interesada en la nuestra.) Eso salta a la vista si examinamos los anuncios que aparecen en las páginas de Facebook de nuestros hijos, en los vídeos de YouTube que se descargan en los móviles y tabletas, y en el material sexualmente explícito y/o pornográfico con que se topan, intencionadamente o no. El mensaje que les llega de estas fuentes no es «¡Quiérete tal como eres!», es mucho más probable que sea: «¿Eres lo bastante…? Si no lo eres, ¡nosotros podemos arreglarlo!». (Rellenad el espacio en blanco con «delgado», «sexy», «guapo», «fuerte», «bien dotado», «duro», etc.)
Tengo la firme convicción de que los padres son, o deben ser, los principales educadores de la sexualidad de sus hijos. Creo igualmente que no pueden ni deben ser los únicos educadores sexuales de sus hijos. Realmente hace falta una «aldea», o comunidad, para criar a un niño sexualmente sano. Cuando los educadores colaboran con los padres, es posible abordar las necesidades de nuestros hijos de una manera más eficaz.
Los padres también necesitan nuestra ayuda. Yo me dediqué a la educación de la sexualidad, en parte, porque tengo cierta habilidad para hablar y reflexionar sobre cuestiones que a muchos les agobian. Por el mero hecho de ser padres no adquirimos automáticamente la habilidad de hablar con nuestros hijos acerca de una sexualidad sana. Algunos padres sí pueden hacerlo –y eso es fantástico–, pero muchos no, y no saben por dónde empezar. Estar junto a los padres cuando emprenden la labor vital de criar a hijos sexualmente sanos significa enseñarles no solo lo que hay que decir, sino cuándo y cómo decirlo, y también qué no deben decir.
Cuando hablo con padres, hago hincapié en dos mensajes. El primero es: «Alimentad vuestras esperanzas, no vuestros miedos». Es muy fácil pensar en todos los errores y las atrocidades con que pueden toparse nuestros hijos en el camino hacia una sexualidad sana. Pero cuando partimos de esa perspectiva, los mensajes que tendemos a transmitir son negativos y defensivos. «¡No te vayas a la cama con nadie!» «¡Ten cuidado con las enfermedades de transmisión sexual!» «¡No te quedes embarazada o no dejes embarazada a nadie!» «¡No quiero que te rompan el corazón!» En lugar de pensar en todo lo que no quieren para sus hijos, los padres deben partir de lo que sí quieren para ellos. En un artículo publicado por The New York Times Magazine en 2011 que se tituló «Enseñar el buen sexo», se incluye una frase mía en la que pregunto a un grupo de padres: «¿Y si nuestros hijos de verdad fueran conscientes de que queremos que tengan unas relaciones sexuales magníficas?». Si eso es algo que queremos para ellos (es lo que yo quiero para mis alumnos), ¿cómo los ayudamos a conseguirlo?
El buen sexo no solo tiene que ver con una experiencia placentera, aunque sin duda ése es uno de los aspectos. Requiere conocer nuestros valores, poder comunicarnos con nuestra pareja, sentirnos a gusto con nuestro propio cuerpo, saber lo que esperamos de un encuentro sexual y ser capaces de pedirlo, y sentirnos seguros como compañeros sexuales. El buen sexo conlleva necesariamente la protección contra el embarazo no deseado y las enfermedades de transmisión sexual, así como la capacidad de evitar los estados de confusión y la agitación emocional. Todo esto puede aprenderse, y quiero ayudar a los padres a sentirse más cómodos y seguros a la hora de enseñar a sus hijos a desarrollar estas aptitudes. Este enfoque no es defensivo; no se deriva del miedo. No ofrece una imagen negativa del sexo; tampoco es hedonista. Todo ello procede de lo que deseamos para nuestros hijos en lugar de lo que tememos que pueda pasarles.
Mi segundo mensaje es: «Ayudad a vuestro hijo a buscar la autenticidad antes que el éxito social». Puede que esto no parezca un mensaje sobre la educación sexual, pero desde luego lo es. Una sexualidad sana no tiene que ver con el éxito social; tiene que ver con lo real. Si bien no soy padre, he sido adolescente, y sé lo atractivo que puede ser el éxito social. Es un canto de sirena al que a esa edad cuesta resistirse. Pero el deseo de éxito social nos lleva a traicionar nuestros valores y a actuar en contra de nuestros intereses, y a menudo conduce a autodespreciarse, no a quererse a uno mismo. Puede que no sea fácil decir a nuestros hijos: «No pasa nada si te sientes incómodo, porque a menudo la vida en sí es incómoda» o «La mayoría de las personas son del montón; no tiene nada de malo no ser el mejor», pero es honrado. La autenticidad consiste en saber quiénes somos, con todas nuestras imperfecciones y nuestras virtudes. Es uno de los mensajes más sanos que podemos dar a los chicos. La autenticidad es el verdadero camino hacia la felicidad, tanto en el plano sexual como en todos los demás.
Del mismo modo que quiero colaborar con los padres para ayudar a los chicos a conseguir una sexualidad sana, quiero cooperar con otros profesionales que hacen lo mismo que yo. Sin duda Cindy Pierce es una de esas personas. Tanto a ella como a mí nos apasiona ayudar a los jóvenes de maneras significativas. Ambos compartimos un profundo respeto por los padres y un gran afecto por los chicos. Y ambos nos dedicamos a diario a llevar a cabo esta labor.
En Explosión sexual, Cindy echa una amplia red, dando a los padres consejos sensatos sobre las cosas más diversas, desde cuándo hay que empezar a hablar del tema hasta qué hay que decir acerca de cuestiones concretas. En su libro, para el cual realizó una minuciosa investigación, recurre a una amplia gama de expertos a fin de realzar sus sólidas ideas sobre la mejor manera de ayudar a los niños a desarrollar la sexualidad. Aborda, sin ser alarmista, algunas de las realidades de nuestros tiempos que más miedo dan, como la facilidad con que se accede a la pornografía y la cultura del «ligoteo». No le cabe duda de que los padres pueden conversar de estos temas con sus hijos, y tiene buenas ideas sobre cómo hacerlo bien. Gracias a su amplia experiencia hablando con estudiantes, está al día de lo que los chicos piensan y quieren de verdad y de sus dificultades. Reta, y al mismo tiempo, anima a los padres a ser valientes, a empezar a mantener conversaciones con sus hijos y a no perder de vista el premio: ayudarlos a llegar a ser adultos sexualmente sanos.
Yo también he escrito un libro sobre cómo deben los padres hablar con sus hijos de una sexualidad sana, y ahora aquí estoy, escribiendo el prólogo de un libro que competirá con el mío. ¿Por qué lo hago? Lo hago porque cuando uno de verdad cree en la comunidad y la colaboración, cuando hace algo más que hablar por hablar de que hace falta una «aldea» para ayudar a los padres a criar a niños sexualmente sanos, se une a otras personas a las que admira y suma su voz a las de ellas. Admiro a Cindy Pierce por muchas razones: su buen corazón, su honradez, su tenacidad y su autenticidad, entre otras cosas. Nuestros libros no se excluyen mutuamente, sino que se complementan.
Al principio del libro, Cindy habla de su «equipo sano». Es su «grupo de amigos y modelos de conducta que me aconsejan sobre diversos aspectos de la vida». Estoy encantado de pertenecer al equipo sano de Cindy y de que ella forme parte del mío. Espero que os unáis a nosotros en nuestro esfuerzo por ayudar a todos los chicos a avanzar hacia una sexualidad sana. Como padres y como adultos dignos de confianza, el vuestro es un papel fundamental. Queremos ayudaros a conseguirlo. Estamos en el mismo equipo: somos aliados, no adversarios. ¡Bienvenidos a la «aldea»!
AL VERNACCHIO, máster en Ciencias de la Educación,
educador de la sexualidad, escritor y orador,
autor de For Goodness Sex: Changing the Way We Talk to Teens About Sexuality, Values, and Health
www.alvernacchio.com
Introducción
Vivir en el mundo digital significa habitar en un mundo donde las posibilidades están en continua expansión. Y si bien los avances tecnológicos –y los cambios culturales y sociales que los acompañan– aportan muchas cosas extraordinarias y positivas, también pueden crear un vacío dentro de nosotros, una sensación debida a la ausencia de verdadera conexión humana y al sinfín de comparaciones que tendemos a hacer cuando los medios convencionales o nuevos y las redes sociales nos bombardean a diario con sus imágenes concebidas para causar envidia.
Hoy los jóvenes disponen de una cantidad alarmante de información, en su mayor parte procedente de sus actividades en Internet, y aliviar el estrés y la angustia producidos por semejante avalancha puede ser un desafío cotidiano. Los padres, los educadores y los instructores subestiman la cantidad de tiempo y energía que los chicos dedican a seleccionar sus distracciones, y también se equivocan al juzgar la preocupación con que los chicos hacen frente a sus múltiples tareas. Si bien los más jóvenes están más acostumbrados al manejo de la tecnología, la entrada de información que reciben continuamente mientras hacen malabarismos para compatibilizar los deberes, el colegio, la música, los idiomas, la danza y los deportes puede ser abrumadora. Como padres, es posible que no fomentemos el descanso en nuestros hijos porque tememos que no hagan todo lo necesario para tener éxito en el mundo competitivo de hoy o que dediquen su tiempo libre a actividades malsanas.
Llenar todo nuestro tiempo –y enseñar a nuestros hijos a llenar el suyo– es la nueva norma imperante. Todos sentimos la apremiante necesidad de consultar el móvil para ver si hemos recibido mensajes de texto, llamadas, posts y correos electrónicos entre nuestras actividades del día: es lo que consideramos que tenemos que hacer para mantener el ritmo en nuestra vida social y cumplir con nuestras obligaciones. Pero el hecho de estar constantemente conectados nos ha convertido a muchos en adictos a los dispositivos electrónicos que sentimos la necesidad de seguir de cerca a los demás y de ver quién está pendiente de nuestra propia vida online.
Desarrollar vínculos más profundos con nuestros hijos significa que debemos reunir el valor para saltar al vacío y mantener conversaciones significativas y constantes con ellos sobre todos los aspectos de la vida: lo que sienten en relación con el colegio, los amigos, los deportes, sus actividades, y sí, también sobre temas tan difíciles como la sexualidad, las drogas y el alcohol. A fin de incidir en las decisiones personales de nuestros hijos a medida que avanzan por la vida, debemos conversar con ellos, y a ser posible antes de que estén expuestos a los medios, sus coetáneos e Internet. Aun cuando perdáis esa oportunidad de hacerlo antes de que reciban la influencia de los amigos y las redes sociales –o incluso si esperáis hasta justo antes de que se vayan a la universidad o a vivir por su cuenta–, vale la pena mantener esas conversaciones. Sea cuando sea que empecéis, sabréis que será vuestra perspectiva la que tendrán en cuenta cuando tomen sus decisiones.
Los educadores de padres coinciden en que los adolescentes desearían tener una comunicación más abierta con sus progenitores. Y aunque es posible que los padres deseen lo mismo, muchos evitan hablar con sus hijos de temas que pueden resultar incómodos y, en lugar de eso, intentan conectar haciendo cosas para ellos. Muchos piensan que los buenos padres o madres se dedican a preparar bocadillos para el almuerzo, cocinar, limpiar y gestionar hasta el último detalle de la vida de sus hijos, a pesar de que ellos son capaces de hacer la mayoría de esas tareas por sí mismos.
Lo que pretendo con este libro es convenceros de que aprovecharéis más vuestro tiempo en el ejercicio de la paternidad hablando con vuestros hijos de todos los aspectos de la vida y de las influencias que van apareciendo, o aparecerán, ante ellos conforme se hacen mayores. Hablándoles con franqueza de vuestras opiniones y convicciones, y guiándolos hacia recursos fiables cuando plantean preguntas para cuyas respuestas necesitáis ayuda, les permitiréis sentirse seguros cuando tengan que tomar decisiones sanas basadas en un sólido conjunto de valores desarrollados a través de la experiencia, la influencia de adultos de confianza y la exposición a información exacta. Ayudarlos a trazarse un camino significa que debemos centrarnos en nuestra relación con ellos en lugar de preocuparnos por su habitación desordenada o si van despeinados. Según la educadora de padres Vicki Hoefle: «Si queremos criar a niños pensantes provistos del músculo mental necesario para abrirse camino por un mundo en continuo cambio, debemos ofrecerles oportunidades a diario para que aprendan a construir una vida significativa y satisfactoria y enseñarles las habilidades necesarias para enfrentarse a esa vida».¹
Como padres, decimos que queremos que los niños jueguen al aire libre, pero nos fastidia tener que vigilarlos. Queremos alejar a los niños de las pantallas, pero el alboroto de las peleas entre hermanos o el ruido de los juegos violentos nos irritan. Queremos que los niños lean y se relajen más, pero no podemos evitar recordarles que deben hacer los deberes. Queremos que nuestros hijos desarrollen aptitudes para la vida cotidiana, y decimos que deben ayudar en la cocina y las tareas domésticas, pero no invertimos tiempo en enseñarles esas aptitudes, y nos impacientamos cuando no hacen las cosas exactamente como queremos. Debemos estar de verdad convencidos de lo que decimos, y eso significa que tenemos que aflojar la marcha y prestar atención a nuestros hijos. Para los niños, es agotador poner en orden los mensajes contradictorios de los padres.
Cuando empecéis a mantener conversaciones difíciles con vuestros hijos –en particular, sobre la sexualidad, las drogas y el alcohol–, muy probablemente os sentiréis incómodos. La clave está en seguir manteniendo esas conversaciones hasta que tanto vosotros como vuestros hijos hayáis adquirido práctica suficiente para que dejen de incomodaros. La práctica os ayudará a reunir el valor para seguir adelante y a desarrollar la resiliencia necesaria para sobrellevar incluso los momentos más violentos. En cuanto hayáis establecido un vínculo que resista todos los niveles de incomodidad, vuestras conversaciones serán más fáciles. Pensad que gracias a ellas, vuestros hijos se sentirán más cómodos cuando tengan que abordar temas incómodos con amigos, compañeros de trabajo y parejas en su avance por la vida. Si evitáis conversaciones difíciles en vuestra familia, vuestros hijos aprenderán a evitarlas fuera de la familia. Si de verdad queremos que nuestros hijos se sientan seguros al expresarse, desafiar normas y abordar situaciones difíciles, debemos enseñarles cómo se hace y demostrarles que es posible salir del paso incluso cuando la conversación no va bien. Correr riesgos, tropezar y volver a participar en el juego forja el carácter y crea resiliencia.
Espero que los conocimientos que adquiráis al leer este libro os animen a entablar conversación con vuestros hijos de inmediato. Los chicos necesitan oír hablar a sus padres de sus valores y sus creencias acerca de la amistad, el sexo, los deberes, el alcohol, las drogas, las relaciones, los conflictos, las actividades extraescolares y muchos otros temas. He incluido historias personales mías para que veáis que ser el principal educador sexual de los niños es complicado, y que podéis recuperaros, y os recuperaréis, de los inevitables reveses. He añadido consejos de los muchos mentores que me han iluminado el camino con la esperanza de que ampliéis vuestra comprensión leyendo sus libros y sus blogs, viendo sus charlas en las series de conferencias TED en Internet y suscribiéndoos a sus boletines de noticias. Creo que las distintas perspectivas confirman que debéis reunir valor, vencer vuestras dudas e iniciar esas conversaciones con vuestros hijos. La información es poder: estar informados os ayudará a desarrollar la convicción necesaria para ofrecer información a vuestros hijos. Debéis saber que al principio, cuando intentéis hablar de temas incómodos, muy probablemente vuestros hijos se resistirán, pero si os mantenéis firmes en vuestra fe en los beneficios a largo plazo y seguís adelante, empezarán a escuchar y a responder. Ofreced a otros padres el obsequio de vuestro ejemplo. El valor es contagioso.
1 La brújula interior
Los niños necesitan desarrollar su capacidad para enfrentarse a la vida. Es así como adquieren resiliencia y automotivación.
Catherine Steiner-Adair,
The Big Disconnect: Protecting Childhood and Family Relationships in the Digital Age
Para tomar decisiones sanas, debemos escuchar lo que nos dice el corazón, estar atentos a lo que nos indica la intuición, dejarnos guiar por el instinto y conocernos íntimamente. Al hacerlo, estamos siguiendo nuestra propia brújula interior, conectada a una fuerza orientadora interna que nos señala la dirección correcta. La concienciación, la perspectiva, la previsión y la reflexión son más accesibles cuando estamos conectados a nuestra brújula interior, lo cual nos ayuda a tomar decisiones sanas y afrontar las consecuencias.
Por desgracia, debido a las numerosas y muy diversas influencias a las que se enfrentan los jóvenes en la era digital, les cuesta más estar atentos a su brújula interior. A muchos les resulta difícil distinguir entre lo que valoran y lo que creen que deberían valorar basándose en lo que ven en Internet y las redes sociales. Como sociedad, hemos llegado al punto de tener que enseñar activamente a los niños y recordar a los adultos el valor de aflojar la marcha, de pasar ratos en soledad y de prestar atención a los demás y al mundo que nos rodea. Para conectar con la brújula interior, hace falta centrarse.
En su día, «estar presente» y «vivir el momento» se consideraban conceptos hippies y confusos, pero ahora son recomendaciones habituales de médicos, psicoterapeutas, consejeros y coaches. El hecho de que un número tan grande de personas sufra problemas físicos y emocionales indica que vamos a la deriva más que nunca. Muchas personas que padecen desequilibrios en sus vidas han convertido la meditación y el yoga en prácticas corrientes y alimentan la floreciente industria de la autoayuda. La gente, al verse atrapada en la rutina cotidiana, tiende a buscar paz y armonía, a intentar hallar un sentido a la vida más sólido y a detenerse brevemente para vivir el momento. Los adolescentes se enfrentan a su propia versión abrumadora de la rutina cotidiana. Las numerosas influencias que contribuyen al estrés y la presión en los jóvenes cuando entran en la adolescencia y pasan a la edad adulta requieren una orientación más directa por parte de las personas mayores. Padres, profesores, instructores y otras muchas personas deben intervenir y enseñarles a establecer las prioridades y mantener el equilibrio en sus vidas.
Tardé un tiempo en descubrir mi corazón, pero el dolor de no estar conectado con él era abrumador y tenía consecuencias obvias. Por suerte, con la ayuda de una orientación excelente, aprendí a meditar.
WILLIAM OKIN, profesor de matemáticas
del colegio Thacher y budista practicante
A los padres les cuesta conciliar la disparidad entre sus propias experiencias sociales en la infancia y las de sus hijos, sobre todo en lo que se refiere al tiempo que éstos pasan ante la pantalla. Conectar con la propia brújula interior era mucho más fácil antes de los smartphones y las redes sociales. La vida, las decisiones y las relaciones personales parecían más sencillas, porque teníamos un acceso más restringido a los amigos y a la red más amplia de conocidos y amigos de amigos, y no estábamos tan al corriente de lo que ocurría a las personas que no iban a nuestro colegio o no vivían en nuestro barrio. Puede que nuestros padres se quejaran del tiempo que pasábamos viendo la televisión, a pesar de que teníamos un número relativamente limitado de canales y de opciones, pero en la actualidad el acceso a Internet y las redes sociales complica la vida a los niños de maneras que no sabemos muy bien cómo abordar.
Encontrar mi propia brújula interior
Siendo la más pequeña de siete hermanos en una época en la que no existían los dispositivos electrónicos, tuve ocasión de observar muchas de las decisiones que tomaron mis hermanos y las consecuencias de esas decisiones, tanto positivas como negativas. Al principio, mis padres intentaron protegernos a los más pequeños de los problemas de disciplina y de relación que tenían con los mayores, pero era imposible contener el volumen y la intensidad emocional de las interacciones de mis hermanos con ellos. Escuchar desde la habitación contigua significaba que solo nos enterábamos de parte de la historia, lo que en algunos casos era peor que conocer toda la verdad.
Mis padres decidieron por decreto invitarnos a participar en la mesa de negociación en la que se trataban los problemas personales de nuestros hermanos mayores. Aquello fue todo un festín de aprendizaje sobre la amistad, las relaciones, el matrimonio, el consumo de alcohol y drogas, los retos académicos y la importancia de acatar las leyes y de atenernos a las normas de la familia. Mis padres nos dejaron claro a todos que cuando hacíamos algo que estaba mal, debíamos pagar las consecuencias para aprender y crecer. Consideraban que los fracasos y los reveses eran bendiciones ocultas. En algunos casos señalaban explícitamente las lecciones y los aspectos positivos de las situaciones difíciles, pero entiendo que, con siete hijos, necesitaran acelerar los procesos. Recuerdo cierta ocasión en que uno de mis hermanos lloraba por la dolorosa ruptura con su novia de toda la vida. Mis padres lo ayudaron a superarlo durante un tiempo, pero, mucho antes de que mi hermano estuviera preparado, ya empezaron a decirle que debía alegrarse de que la relación se hubiera acabado y que había llegado el momento de pasar a otra cosa. Aunque yo solo tenía quince años, me di cuenta de que él necesitaba más tiempo para llorar la pérdida.
Presenciando estas conversaciones sobre temas emocionales, pronto descubrí que abrirse camino por la vida implicaba sufrir continuos reveses, retos y adaptaciones. Ser testigo de los resultados de las decisiones de mis hermanos mayores me ayudó a desarrollar la previsión, el cálculo de riesgos, los valores personales y una brújula interior sólida.
El vacío
Con la cantidad de tiempo que dedica la gente a Internet y a las redes sociales –junto con los incesantes recordatorios, posts y mensajes mostrando lo que podría ser, debería ser o será–, todos tenemos una visión más amplia de la vida de los demás. No es de extrañar que los chicos de hoy experimenten sentimientos más profundos de vacío –de vacío interior– que las generaciones anteriores. Conocer los detalles concretos de las posesiones y los estilos de vida de los demás puede llevar a cualquiera que pase mucho tiempo en Internet a concebir ciertas expectativas y valores. Una conciencia constante de las muchas cosas que podemos comprarnos, ponernos, ver o hacer genera confusión y puede distanciarnos de nuestros propios deseos y pensamientos. Con todos esos estímulos que nos ofrecen los móviles, las tabletas y los ordenadores, dedicamos menos tiempo a nuestros propios pensamientos y más a llenar el vacío con los distintos tipos de inputs tecnológicos.
Antes la gente sobrellevaba el aburrimiento e intentaba vencerlo con energía y creatividad. Ahora, a la primera señal de inquietud o en cuanto uno dispone de tiempo libre, recurre a un dispositivo electrónico. Muchos profesores universitarios cuentan lo que ocurre cuando se acaba una clase: en lugar de oírse un murmullo de conversaciones en el aula, reina el silencio mientras los estudiantes consultan sus móviles. Cuando pregunto a universitarios qué pasaría si fueran a su siguiente clase o volvieran a su residencia sin mirar sus móviles, muchos contestan que se sentirían «solos». Varios estudiantes reconocieron abiertamente que fingen leer mensajes de texto mientras caminan solos para no sentirse
Reseñas
Reseñas
Lo que la gente piensa acerca de Explosión sexual
00 valoraciones / 0 reseñas